Seven Days
Día 1 - Lunes
Aunque el mes de enero había sido uno de los más cálidos que se recordaban en Córdoba, la aparición de un frente frío que venía del Polo Norte había hecho que los termómetros cayeran más de diez grados y que no subieran más de los once durante todo el día. Por la noche habían alcanzado la zona negativa y era común levantar la persiana y ver los coches cubiertos por una considerable placa de hielo. Era por ese motivo que la práctica diaria había cambiado sus horarios: los días tan fríos empezaba un poco más pronto durante la tarde y terminaba a prácticamente poco después de que el sol cayera, para evitar los peligros de ese rocío que en un lapso de tiempo breve se convertía en peligrosas placas de hielo. Todos los jugadores del equipo de fútbol de la Universidad de Córdoba se encontraban disgustados ante tal modificación; tenían competiciones que jugar y, si no practicaban, iban a perder estrepitosamente. No se trataba únicamente del Trofeo Rector, cuyas competiciones en equipo se estaban celebrando desde enero y continuarían hasta abril, estábamos hablando de que a partir de marzo empezarían los Campeonatos de España Universitarios.
La sala, situada en la segunda planta de la Facultad de Ciencias de la Educación, estaba invadida por el típico sonido molesto, que se metía en el tímpano y el cual se negaba a abandonarlo. El ruido de las sillas arrastrándose sobre el suelo hasta chocar contra las patas de la mesa y el de los libros caer contra el fondo de la mochila estaba a la orden del día y es que muchos de esos jóvenes por fin podían irse a sus respectivas casas a comer. Por desgracia, Antonio Fernández Carriedo, no era uno de esos afortunados que podían dejar atrás los muros de la universidad. Tenía una asignatura, una horrible y diabólica que le llevaba por el camino de la amargura. El nombre de ésta era: Psicología de la personalidad. Cada vez que intentaba explicarle a alguien de qué iba el temario, las pasaba negras. Una cosa era sacar buenas notas, la otra era contárselo a alguien que no tenía ni idea del tema. Su profesor estaba loco y le había mandado un aluvión de trabajo que, por supuesto, tenían que hacer en grupo. El equipo de Antonio estaba compuesto por dos tipos que eran idiotas y de un chico que era inteligente pero que, a la primera de cambio, se pasaba dos días desaparecido jugando a un nuevo título para su flamante PlayStation 4. Fernández le odiaba a él y a su maldita consola. La envidia que le producía era malsana y le daban ganas de ir a robarle con tal de poderla tener. A sus 19 años, ya hacia los veinte, Antonio vivía aún en casa de sus padres, junto a su hermana menor. Eran una familia normal, de a pie, trabajadora, por lo que su madre no quería ni oír hablar de la idea de comprar una videoconsola nueva. Y mira que lo habían intentado las pasadas navidades... Pero fue imposible que entre Andrea y él consiguieran convencerla para que les comprara la Wii U.
Por lo tanto, con un equipo de esas características, Antonio tenía que poner toda la carne en el asador para poder entregar sus trabajos a tiempo. Y es que, por mucho que le hubiera dicho, su profesor se negaba a cambiarle de grupo. Así que allí estaba, con el torso echado sobre el pupitre, el brazo derecho estirado, permitiendo que su mano colgara en el aire, y mirando hacia la madera con cara de sueño. Le hubiera gustado poder ir a casa y dormir la siesta en su habitación, pero seguramente, hasta que no estuviera bien entrada la tarde, no volvería a pisar su hogar.
- Qué asco de mundo... -murmuró el hispano a desgana- Ojalá se murieran todos y me dejaran en paz.
- Y es por eso que te sigues más solo que la una, Antonio. -se escuchó a una voz femenina.
El hispano se incorporó de repente y pudo ver a una muchacha de cabellos rubios que le llegaban por el mentón y cuyas puntas se encontraban ligeramente onduladas. Llevaba una cinta de color verde, que sujetaba sus mechones y sobre su cuerpo vestía un pantalón tejano de pitillo, que se escondía en las botas marrones oscuro, y un jersey de cuello alto negro. Sobre su clavícula, por encima de la ropa, descansaba un collar verdoso que conjuntaba con sus ojos y la cinta de pelo. Beatriz le miraba con una sonrisa resignada y los brazos en jarra, casi como la mujer que observa a ese hijo que nunca aprende su lección.
- Eres muy cruel. ¿Por qué me dices eso? -preguntó Antonio después de incorporarse. En su rostro se podía ver una expresión de ligero fastidio, cosa que no era tan habitual en él. Con la gente que no le conocía bien, el español era simpático, de apariencia dulce y en ocasiones incluso hasta tierna.
- ¡Venga ya! No finjas ahora que eres un niño bueno y que nunca has roto un plato. ¿Qué fue lo que te pasó con tu última novia? Ya sabes a cuál me refiero, a la chica aquella que parecía venida de Rusia. -preguntó Beatriz con malicia, porque sabía que con ese ejemplo iba a ganar.
- No es mi culpa que ella tuviera una idea equivocada de mí. De repente me dijo que no le gustaba mi carácter, que no era tan atento como esperaba y que, en el fondo, era como otro tío más. -dijo Antonio sonriendo resignado. Le había pillado, no iba a insistir en lo contrario cuando su derrota estaba más que clara.
- A este paso, te quedarás solo. Te veo arrastrándote a pedirme que salga contigo, Toño~ -expuso ella con aire picaresco.
- Pues salgamos juntos entonces. -replicó sin dudarlo un segundo.
- ¿¡Qué!? ¡No! -exclamó Beatriz, rápidamente, sorprendida por esa repentina respuesta. Hubiera esperado que durante un segundo lo dudara, o que se quedara atónito, no que le dijera al instante que sí.
- No te pongas así, era una broma. -añadió Antonio riendo entre dientes, con la cabeza ligeramente torcida hacia su derecha y con la mano cubriendo la mitad de su boca, para intentar ocultar la risa. Era cruel reírse por haber puesto a su mejor amiga al borde de la taquicardia, lo sabía, pero no podía evitarlo. Era ese tipo de persona, por eso siempre le dejaban tirado a la primera de turno.
Dos chicas de su clase, que no estaban demasiado lejos del lugar en el que se encontraban, mientras Antonio intentaba calmar los ánimos de la ofendida Beatriz, chillaron después de mirar su reloj de pulsera. Los ojos verdes de Fernández se despegaron del rostro de su mejor amiga y siguieron el recorrido que las dos chicas hicieron desde su asiento hasta la ventana más cercana. A pesar de que hacía mucho frío fuera, no vacilaron antes de abrir la ventana y asomarse. Antonio se estremeció cuando aquella fría brisa de febrero le dio de pleno, colándose por debajo de su ropa. Flexionó los brazos y se abrazó a sí mismo para intentar perder menos calor.
- ¿Se puede saber qué es lo que hacen? ¿Es que nadie les ha enseñado que la calefacción es cara y que si abren la ventana se va todo el calor? -preguntó a regañadientes Antonio, por lo bajo.
- ¿Ya estás farfullando? Te van a salir arrugas como sigas por este camino, tío. -dijo la voz gritona y taladradora de un recién llegado. Cuando levantó la mirada, se encontró con unos ojos azules tras unas gafas de montura fina y plateada. Su cabello era rubio, corto, y destacaba un mechón que nunca se dejaba peinar y que se elevaba de manera curiosa. Vestía unos pantalones negros tejanos y encima llevaba una sudadera con capucha, que en ocasiones usaba para imitar a célebres raperos.
- No lo disimules, tú también odias cuando hacen eso, Alfred. -replicó Antonio, mirándole apenado porque no le estaba apoyando. Siempre contaba con él para quejarse de esas tipas que día sí, día también, se asomaban para ver pasar a cierto personaje.
- ¿Por qué no ha pasado aún? ¿Es que hoy no va a ir a clase? -murmuró una de las chicas, que aún estaba asomada a la ventana.
- No puede ser. ¿Estará enfermo? Si supiésemos dónde vive, podríamos ir a llevarle algún regalo para que se mejorara. -respondió la otra.
- ¿Te imaginas? -le replicó su compañera, excitada ante la perspectiva de que les agradeciera a ambas por su buena intención.
- Muy bien, señoritas. Me parece perfecto. ¿Podríais cerrar la ventana antes de que el resto de la clase pillemos una neumonía? -dijo Alfred, con ironía, ganándose las miradas despechadas de las dos féminas, que cerraron con un golpe fuerte y se fueron con el resto de su grupo.
- Te admiro, Alfred. Creo que, a partir de ahora, voy a montar tu club de fans. -declaró Antonio, serio y mirando a su amigo como si fuese un héroe para él.
- Como siga provocándolas de esa manera, lo único que va a conseguir es amanecer muerto en una cuneta. -dijo Beatriz, tranquila, sentada, levantando la vista de sus apuntes.
- No entiendo cómo ese tío puede ser tan famoso. No sé qué le ven las mujeres a Bonnefoy. ¿Es porque es francés y pronuncia la erre de una manera extraña? Os gustan unas cosas muy raras a las mujeres, Bea. Tú le conoces, ¿verdad Antonio? -dijo de repente pasando la mirada a su amigo.
- Bueno, le he visto unas cuantas veces. Estuvo en las pruebas para entrar en el equipo de fútbol de la universidad, luego vino a un par de entrenamientos y se esfumó. No viene mucho a las prácticas, pero encima se presenta a los partidos que le apetece, con intención de jugar. Es un gilipollas. Debería tomárselo en serio de una maldita vez, nos hace quedar como idiotas al resto. ¿Y por qué es tan famoso?
- ¿No te has enterado de lo de la novia de una semana? -preguntó Alfred, sorprendido al ver que Antonio no conocía esa historia que se había extendido más allá del campus de medicina y había llegado a todos los demás lugares de la universidad. Incluso en algunos institutos se rumoreaba acerca de Francis Bonnefoy y sus novias de una semana. El de cabellos castaños negó con la cabeza, anonadado, y al final él suspiró y negó con la cabeza- Vives en tu propio planeta, de verdad. Se ve que el tío se cita con quien se le declare el lunes. Durante siete días, sale con esa persona, se convierte en algo así como su novio y entonces, al final de la semana le dice...
- Lo siento, no me he podido enamorar de ti. Lo mejor será que lo dejemos. -dijo Beatriz imitando a la perfección el acento francés. Le salía porque la familia por parte de su madre era toda nacida en Bélgica, así que en las reuniones navideñas les escuchaba hablar a todos de esa manera y era muy divertido- Las palabras que todas tememos. -se dio cuenta de que en ese momento le miraron raro los dos hombres y alzó el rostro, digna- ¿Qué pasa? ¿Es que tenéis algún problema? Francis Bonnefoy es un tipo interesante, así que jugué a la lotería. Pero al final me rechazó, como a todas.
A pesar de contar algo así, no parecía que Beatriz estuviera demasiado triste por ello. Es más, daba la impresión de que recordaba esa semana como algo muy bueno. De entre los dos hombres, Antonio era el que parecía más escandalizado por todo aquello. No se le olvidaba que a él la fémina le había rechazado sin pestañear y ahora se ponía a hablar de Bonnefoy como si nada, como si fuera un Dios con el que toda mujer desearía terminar.
- A veces tengo la sensación de que nunca en la vida voy a terminar de comprender a las mujeres. -dijo Antonio, demasiado fuera de sí como para poder procesar toda esa información- Sentir admiración por un tío que expresamente sale con vosotras una semana y luego os tira a una papelera me parece surrealista. ¿No os habrá drogado a todas para que digáis eso?
- ¡Eres idiota! ¡Claro que no! -Beatriz entornó el rostro, indignada, con un sonrojo en sus mejillas blanquecinas. Cuando Antonio se ponía de esa manera, le sacaba de sus casillas. ¿Es que no podía pensar un poco antes de soltar tal comentario? Lo tenía decidido, no pensaba hablarle a ese idiota en lo que quedaba de tarde.
- Ya podrían habernos puesto en el mismo grupo de trabajo. -comentó Alfred, desviando el tema- Mis compañeros ni han venido aún, los tuyos, Toño, no van a aparecer y las de Beatriz llegarán tarde, como siempre.
- Lo sé y por eso mismo he ideado un plan maestro que os va a dejar la boca abierta. He llamado al Telepizza y he pedido un par de pizzas familiares para que podamos comer como Dios manda. Estoy harto de tener que resignarme a un bocadillo cada vez que nos quedamos para hacer alguno de estos trabajos.
En el momento en que escuchó pizza, los ojos azules de Alfred dieron la impresión de vibrar y un brillo, emocionado, se instaló en ellos. Beatriz le estuvo examinando con una ceja arqueada, preguntándose a sí misma si iba a empezar a llorar o no. Ese chico, venido de intercambio desde hacía un año, era la persona más teatrera que pudiera imaginar. ¿Qué cómo un extranjero hablaba tan bien español? Era sencillo, la madre de Jones era de raíces hispánicas, por lo que les había enseñado el idioma a sus hijos cuando los había criado. Alfred tenía un hermano mayor que se llamaba Matthew, al cual traía a veces por el camino de la amargura. Con lo descuidado que era para muchas cosas, Matt siempre insistía en que no sabía si tenía futuro en la pedagogía infantil. Así pues, el emocionado joven americano no dudó un instante en correr hasta plantarse delante de Antonio, agarrar sus manos y mirarle a unos escasos centímetros.
- Por favor, cásate conmigo. -dijo el americano, lleno de ímpetu.
- Te lo he dicho miles de veces, la sociedad no está preparada para lo nuestro. Me temo que tendrás que conformarte con ser mi amigo y aceptar mi invitación a pizza. -le dijo, huyendo por completo del contacto, que sabía que se podía volver peor en caso de que a Jones se le cruzaran los cables. Se levantó de la silla y se estiró para desperezarse, como si fuese un gato que ha dormido una larga siesta.
Escuchando los vítores de Alfred de fondo, como si fueran los cánticos de los ciudadanos que animaban a sus soldados a ir a una gran guerra, Antonio abandonó la sala y rondó por los pasillos hasta las escaleras más cercanas. Descendió con gracilidad los escalones, con pequeños saltitos, y al aterrizar sobre el suelo, al llegar a la planta baja, hizo un ruido contundente que produjo una vibración en los alrededores. Con una sonrisa en el rostro al pensar en la comida, Fernández abandonó la Facultad y caminó, tranquilamente, hacia el punto de recogida. Había quedado en la esquina, justo al lado del gran cartel de Urgencias del Hospital Universitario Reina Sofía. Se apoyó contra la pared, sin pararse a examinar si ésta estaba sucia o no, y esperó pacientemente, mirando hacia los lados para ver si divisaba a algún chico en motocicleta. De repente, la vista se vio obstaculizada por un coche que había aparcado en doble fila. Frunció el ceño ligeramente ante ese impedimento, a ver si ahora el repartidor no iba a verle, pero se distrajo al reconocer la marca del coche. Era un deportivo caro y lo sabía porque lo había mirado por Internet. Tenía los cristales laterales tintados y no podía ver quién lo estaba conduciendo, pero sí que fue testigo de cómo se abría la puerta del otro lado y de ahí salía un chico de más o menos su altura y cabello rubio que le llegaba un poco más allá del mentón y que estaba ondulado suavemente por las puntas. Tenía una barba de dos días, sutil, recortada hasta dejarla pulcra. Llevaba una camisa blanca, con un par de botones desabrochados en la parte superior de la misma, y hablaba con la persona que estaba dentro del coche, aunque él no podía escucharles desde allí.
Los ojos azules de Francis Bonnefoy ascendieron cuando cerraba la puerta del automóvil y se encontraron con unos orbes verdes fijos en él. Conocía a ese chico, pero no sabía cómo se llamaba, porque no había prestado demasiada atención el día de la presentación en el club deportivo. También tenía mala memoria, ¿para qué negarlo? El español iba con un jersey de color negro, que hacía que resaltaran más sus ojos aceituna, y unos pantalones tejanos que terminaban en unas deportivas elegantes. Algo a su favor, no tenía tan mal gusto con la ropa. Arqueó una ceja, curioso al saberse observado con tanto descaro, y le confundió que no desviara la mirada ni por esas. Sonrió, sin saber bien por qué lo hacía, rodeó el vehículo, que arrancó y se alejó hasta perderse en el horizonte, y él se aproximó hasta el español de cabellos castaños cortos.
- Hola. ¿Qué haces por aquí? ¿No tienes clases, capitán? -le dijo Francis, cortés, mientras se quedaba a su altura, a una distancia prudencial entre ambos.
- ¿Me llamas capitán porque en el club estoy haciendo de substituto? Por favor, aún harás que me avergüence, Bonnefoy. -replicó rápido Antonio, sorprendido porque el chico le había venido a hablar por su propio pie.
- Pues no es que sea mentira, ¿no? -contestó Francis sin darle importancia.
- Bueno, actualmente supongo que no. ¿Y quién era la persona del cochazo? -dijo señalando hacia el lugar en el que el vehículo había estado aparcado- ¿Era tu novia de esta semana?
Francis alzó las cejas, pasmado por ese comentario repentino que había soltado. Aunque todo el mundo supiera que el nombre de ese francés y lo que hacía era conocido por el resto de los campus, para el rubio aún era algo sorprendente. No hubiera imaginado que los del equipo de fútbol de la universidad también le supieran y aún más le dejaba atónito el hecho de que no le hubieran echado por su comportamiento indecoroso. Se apoyó en la pared que había a su lado, sin ganas de ir a clase. Total, llegaba tarde de todas maneras, así que no le venía de un par de minutos más. Iba a llamar la atención de su profesora de Introducción a la Patología y seguro que le iba a mirar como si fuera la oveja negra de la clase de todas maneras.
- No, no lo era. -comentó de manera escueta, mirando el tráfico de coches que pasaba- ¿Y tú no tienes clase, capitán? Me extraña verte en una esquina, como si te estuvieras vendiendo al mejor postor.
- ¿Me acabas de llamar puta y no me he dado cuenta? -le preguntó ladeando el rostro ligeramente y mirándole con las cejas alzadas. El rubio también hizo lo mismo para observarle y pudo notar en su expresión que estaba asustado con la idea de haberle dado esa impresión. Se rió, intentando aliviar el ambiente raro- Tienes que aprender a tratar mejor a tus mayores, que los pobres no pueden defenderse.
Al escucharle de esa manera, Francis se relajó y terminó por sonreír resignado. No conocía demasiado a Antonio y no le hubiera tomado por el tipo de persona que hace esas bromas a los demás con una expresión tan seria. Si lo pensaba demasiado, había parecido que le había comparado con una prostituta que frecuenta las esquinas a altas horas de la noche. Suspiró, con aún esa sonrisa en el rostro, y apoyó la cabeza contra la pared.
- Estoy esperando a que vengan a traerme una pizza, ya que me toca quedarme a trabajar para una de mis asignaturas. ¿Y tú tienes clase? Había algunas chicas llorando porque no venías. -comentó, sin darle importancia.
- Sí, de hecho voy tarde, pero la asignatura es un aburrimiento, así que estoy buscando cualquier excusa para llegar más tarde. Por el momento, esa excusa eres tú, capitán~ -añadió con una sonrisilla juguetona mirándole. Le sorprendió, aunque no lo exteriorizó, ver que el hispano no se inmutaba con su expresión, con su tono, ni con su lenguaje corporal. Si hubiera sido otro tipo de persona, posiblemente la hubiera tenido ya a sus pies- ¿Estabas estudiando educación infantil?
- Sí. Tú medicina, ¿verdad?
- Sí.
La conversación murió en ese punto. Los dos miraban al tráfico, con cara de aburridos, y en un par de ocasiones Antonio miró su muñeca para ver cuánto retraso llevaba ya el maldito repartidor. No es que le molestara Francis allí, a su lado, pero tenía hambre y quería comer. Sus ojos verdes se movieron hasta poder ver de soslayo al rubio, que aunque no parecía estar entretenido, tampoco daba la impresión de que fuera a moverse en cualquier momento pronto. Ladeó más el rostro y eso llamó la atención del francés, que le encaró con aire interrogante.
- ¿Ya se te ha declarado alguien hoy? -le preguntó sin más rodeos. Al ver la expresión anonadada de Bonnefoy, se apresuró a añadir- No sé, he caído en eso y era por hablar de algo.
- No, no se me ha declarado nadie aún. Aunque bueno, para qué negarlo, he llegado hace poco y gracias a Dios que a casa no me vienen a molestar. -comentó Francis, lo cual llevó a otro de esos incómodos silencios. Le había parecido curioso que le hablara ahora de eso, sin más. Normalmente la gente era reticente a comentar aquello y los chicos incluso más.
- ¿Y cómo va eso? Quiero decir. ¿Te da igual quién venga a pedirte salir? ¿Mientras sea la primera persona que llega ya te vale? -preguntó Antonio de nuevo. Sabía que era insistente, pero le producía demasiada curiosidad todo aquello. Se preguntaba si todo ese sistema seguía unas meticulosas reglas o era simplemente azar.
- Bueno, no realmente. -respondió Francis después de un segundo en el que miró a ese muchacho como si fuera un animal que se hubiera escapado de un zoo cercano- Podría ser hipócrita y decir que no me importan las apariencias mientras lo que haya en el corazón sea hermoso, pero sería mentira. Me importan las apariencias y no voy a decir que sí si no siento un mínimo de atracción hacia esa persona. Aunque, siendo sincero, -el francés se acercó un poco más a ese chico, que estaba en el mismo equipo de fútbol que él- tu cara sí que me gusta, así que por eso no habría problema~
Aquel comentario no afectó en lo más mínimo a Antonio, que le miraba como si le hubiera hablado en un idioma completamente desconocido para él y con una raíz demasiado diferente a la del español como para intentar averiguar cualquier palabra. En su mente estaba analizando lo primero que había dicho y pensó en que, al final, no era más que otro fanfarrón. Por mucho que dijera, Francis no era más que otro de esos a los que se le iba la fuerza por la boca. Existía la fama de que salía con todo el mundo, siempre y cuando fuera la primera persona que se declarara, pero Fernández supo por esa respuesta que en verdad era un mentiroso, que simplemente buscaba su propia conveniencia y que sólo quería que las chicas más hermosas vinieran a él. Así que, en un arranque de originalidad, en un arrebato extraño que más tarde seguramente pensaría y no comprendería, Antonio abrió sus labios y pronunció la siguiente frase.
- Pues entonces sal conmigo. Si dices que mi cara no es un problema, supongo que tampoco tendrás ninguno con que sea un chico, ¿verdad? -dijo sonriendo con sorna después de ver esa cara de shock que ponía Bonnefoy. Le había pillado y ver esa expresión en su cara le había hecho sentirse el vencedor.
Esperaba que muchas chicas en la facultad de Medicina vinieran a declararse, pero lo que no hubiera pensado es que el capitán, de manera temporal, del equipo de fútbol de la universidad, un año mayor que él, le diría con pasmosa tranquilidad que salieran juntos. Su cerebro dejó de funcionar y se planteó seriamente su salud mental. ¿Había dicho eso de verdad o lo había escuchado mal? Nunca había pensado en él como alguien a quien aspirar a conocer más en ese sentido. De hecho, no recordaba ni su nombre ni su apellido. Y sin embargo ahí estaba, observándole, analizando si le interesaba salir con él de verdad. Se lo había pedido y ya le había dicho que su cara le agradaba. ¿Por qué, de repente, había sentido esa inquietud? Abrió la boca, para decir algo, pero entonces Antonio se apartó de la pared y corrió hacia el bordillo de la acera. Le costó un segundo darse cuenta de que lo que había ocurrido era que el repartidor por fin había llegado.
- ¡Menos mal! ¡Pensaba que iba a tener que llamar para reclamar! -exclamó Antonio, mientras se palpaba a sí mismo, para dar con el bulto que sería la cartera. Pero, por más que rebuscaba, no podía dar con ella. Se puso nervioso y la buscó con más ahínco, como si el golpear más fuerte contra su cuerpo fuera a revelar de manera más eficiente la presencia de la misma- ¿Cuánto has dicho que era?
- Veinte euros. -contestó el chico de la pizzería, ahora observando al cliente con sospecha. Sí que llegaba tarde, pero eso no quitaba que fuera a cobrar el importe de la comida- Mire, si no tiene el dinero, yo tengo otros repartos que realizar y me temo que no se la puedo dar gratis.
Antonio le miró horrorizado. La perspectiva de volver al aula en su facultad con las manos vacías le parecía nefasta. Ya podía imaginar la cara de decepción de Alfred al verle volver sin la comida. Después de que le hubiera mirado tan emocionado, si le fallaba de esa manera se iba a sentir fatal. Pero, por otra parte, el repartidor no parecía dispuesto a esperar mientras él corría de regreso al edificio para buscar la cartera, que seguro que se la había dejado junto a la mochila. De repente, por encima de su hombro pasó un brazo, cuya mano llevaba un billete azulado de veinte euros. Los ojos verdes de Antonio se abrieron sorprendidos y entornó el rostro para poder ver bien a la persona detrás de él, que no era otra que Francis.
- ¡No hace falta que lo pagues! -respondió apurado, con un brazo estirado hacia él pero sin llegar a tocarle.
- ¿Por qué no? Veo que no tienes dinero encima y que si te ibas este buen hombre no te iba a esperar. -dijo sin echarse atrás por tal reacción por parte del capitán. Estiró el otro brazo y tomó las cajas de cartón y se las dejó a la altura de sus manos, para que las cogiera- Toma, son tuyas. Yo debo irme a clase ya, o mi profesora me va a tirar los trastos a la cabeza.
Al escuchar eso, Antonio se apresuró a coger las pizzas y sin querer sus dedos rozaron levemente los de Francis, que se alejaron para dejarle a cargo de las cajas de cartón. Una vez sus manos estuvieron libres, la derecha se estiró y en un gesto casual, fluido y natural como si se tratara del respirar, acomodó un mechón de su flequillo castaño, dejándolo en un lugar en el que, por algún motivo extraño, parecía encajar. Al ver que esos dedos se acercaban a él, cerró los ojos por instinto, y hasta que no dejó de notar el contacto contra su frente, no los abrió. ¿Qué había sido eso? De alguna manera, cuando vio que Francis sonreía, él hizo lo mismo, contagiado.
- Nos vemos luego, capitán. -le dijo y, como colofón de su frase, le guiñó un ojo.
Francis viró sobre sus talones y con una sonrisa sutil fue caminando hacia la Facultad de medicina. Era un giro de eventos inesperado, pero puede que tampoco fuera tan malo. Fernández observó la espalda, cada vez más lejana, de ese hombre. No entendía qué le había motivado a hacer tal cosa, pero ahora le quedaba la espinita clavada. No quería deberle dinero, así que tendría que devolvérselo. Lo malo era que no sabía ni a qué clases iba, ni qué horarios tenía. Suspiró resignado y bajó la vista a las cajas, calientes.
- Supongo que tendré que preguntarle a alguien, a ver si me entero de dónde puedo encontrarle para devolverle los veinte euros.
Dio media vuelta y desanduvo sus pasos para regresar al edificio donde estudiaba. Ocupado en la comida y en el trabajo, la tarde de Antonio se esfumó delante de sus ojos y cuando se quiso dar cuenta, quedaban pocos minutos para que empezara la práctica. El club estaba totalmente dedicado al entrenamiento, por lo que se habían creado horarios especiales para ponerse en forma en el menor tiempo posible. Para que todos pudieran asistir había turnos de mañana y turnos de tarde y podías ir a cualquiera, sin que nadie te dijera nada. En ocasiones, Antonio asistía a ambos, muy centrado en mejorar su condición física para los partidos venideros. Se puso a recoger sus cosas, rápidamente, y no se detuvo hasta que Alfred le dio unos golpecitos suaves con el dedo índice de la mano derecha para llamar su atención.
- Tío, te están esperando. -acto seguido señaló con el dedo hacia la puerta.
Allí, en el marco, apoyado contra éste, mirando hacia el pasillo, se encontraba Francis Bonnefoy, que hacía ver que no era consciente de que había un grupito de chicas mirándole. Conocía ese tipo de reacción, era la que tenían cuando intentaban animarse las unas a las otras para que se fueran a declarar. Nada fuera de lo normal, tampoco algo que le interesara y menos en ese momento. El español se quedó helado, confundido, y su primera reacción fue llevarse las manos al rostro y frotarse los párpados, para ver si al abrir los ojos aún seguía Francis ahí. El francés no desapareció e incluso le vio moverse para examinar su reloj de muñeca, que quedaba normalmente oculto bajo las mangas de su ropa.
- ¿A mí? -susurró Antonio, que no quería que el rubio que estaba fuera se enterara- ¿Seguro que ha dicho que me estaba esperando a mí?
- Sí, eso mismo me ha dicho. Me ha preguntado si estabas en esta clase y que si te podía decir que salieras, que te estaba esperando. -le dijo Alfred, examinando a su amigo, el cual tenía pinta de estar viviendo una de las situaciones más surrealistas por las que nunca había pasado.
- Qué raro... Será que se ha acordado del dinero de la pizza. -concluyó, hablando más para sí mismo que para Alfred. Se dio cuenta de que su amigo aún le observaba, por lo que fijó su mirada en él y le sonrió tensamente- No te preocupes, está todo controlado, voy a ver qué quiere.
Cogió su mochila, ya cargada con todo su material, y abandonó el aula. Atrás quedaba Alfred, que se entretenía hablando con Beatriz, seguramente cotilleando a su espalda. No les culpaba, seguramente, si la situación fuera diferente, él estaría también de chismorreos con quien fuera que se hubiese quedado a su lado. Cuando atravesó el marco de la puerta, Francis se apartó de éste y viró hasta verle de frente. La primera reacción no fue hablar, sólo le sonrió al ver esa expresión anonadada de Antonio.
- Hola, ¿ya has terminado el trabajo que tenías pendiente? -le preguntó Bonnefoy aún con esa sonrisa cordial.
- Sí, más o menos. Por hoy hemos decidido que ya teníamos suficiente, así que lo que nos queda quizás lo haremos en unos días, cuando estemos todos disponibles, aunque no es que sean de mucha ayuda. ¿Ha pasado algo? Me ha sorprendido verte aquí.
- ¿Algo? No, no realmente. He terminado las clases y he pensado: ¿Por qué no pasar por la facultad del capitán para ver si ha terminado su trabajo? -apuntó Francis. Sus brazos se estiraron, las manos se apoyaron en sus hombros y le fue empujando con suavidad hacia la calle- Y, como sí estás libre, he pensado que podríamos ir juntos hacia casa.
- ¿Es que no tienes que salir con nadie hoy? -preguntó Antonio de manera inocente mientras el rubio le iba guiando por los pasillos, en dirección a las escaleras. Una vez delante de éstas, los dos bajaron por inercia.
- No, hoy no tengo planes con nadie, por eso estoy aquí. -replicó el rubio, sin darle demasiada importancia- Venga, vamos a buscar el autobús que te deje más cerca de tu casa.
Fernández, que se había dejado arrastrar hasta el momento, se detuvo y se apartó del agarre del de ojos azules, que le observó de manera curiosa, confundido. De alguna manera, Antonio se sintió culpable al ver esa expresión, así que le sonrió nervioso y se frotó la nuca.
- Ahora no puedo irme a casa. Esta tarde tengo práctica, así que debería irme pitando para el campo a entrenar. De hecho, tú también deberías venir, ya que estás en el equipo. Sé que tienes talento y que con poco ya destacas, pero estás ofendiendo al resto de los jugadores y, cuando vienes a los partidos con intención de jugar, te miran como si te burlaras de todos ellos. Deberías ser un poco más responsable.
- Es que no puedo ir a la práctica... -murmuró entre dientes Francis, desviando su mirada azul hacia un lado. Sólo de pensar en ir a entrenar, le daba una pereza impresionante. Siempre se las saltaba porque se aburría la mayor parte del tiempo. Para rematarlo, sudaba y su pelo se ensuciaba, por lo que, después de las prácticas, sentía asco de sí mismo. Tampoco iba a todos los partidos, sólo cuando le apetecía jugar. Como Antonio le miró arqueando una ceja, pronto añadió- Tengo cosas que hacer en un rato y no me gustaría dejarla a medias.
- Ya... -dijo dudoso Fernández.
- Además, no soy tan bueno. No os perdéis nada si no voy. ¡Ya sé! Podemos intercambiar el número de teléfono y la dirección de correo electrónico, por si tengo que contactar contigo para cualquier cosa. ¿Acaso no es una idea maravillosa? -apuntó el rubio, hinchando el pecho con orgullo por semejante aporte.
- ¿Me estás cambiando de tema? -preguntó Antonio, pero, en vistas de que Francis ya le había tendido el teléfono, suspiró resignado, cogió el aparato y marcó el número de su celular- Ahí lo tienes, ya puedes guardarlo.
Con una sonrisa triunfal, Francis miró el número, presionó el dedo índice de la mano derecha un par de veces sobre la pantalla táctil e inició la función de crear un contacto nuevo dentro de la agenda de su teléfono. Se quedó un par de segundos estático y se dio cuenta de que, por mucho que lo intentaba, no recordaba ni por asomo cuál era el nombre y apellido de ese chico. El hispano le observó curiosamente, ya que se le había quedado una expresión hasta cómica.
- ¿Bonnefoy, te encuentras bien? -inquirió en vistas de ese momento extraño, que se estaba prolongado durante más tiempo de lo normal. Al escucharle, los ojos azules del rubio se posaron en él y le sonrió tenso, avergonzado.
- ¿Cuál era tu nombre y apellido otra vez? Sé que seguramente lo dijiste en la presentación, pero en ocasiones no presto la atención que debería. -admitió aún con esa sonrisa culpable aún instalada en sus labios- Voy a apuntarte por tu apellido.
- Fernández, Antonio Fernández. -dijo él con expresión incrédula. ¿En serio no se sabía su nombre? Le parecería normal si no se supiera el apellido, ¿pero el nombre tampoco? Total, se había resignado a que ese tipo era un hombre extraño y que habrían cosas que se escaparían de lo habitual.
Francis, después de escuchar el nombre y apellido del chico que tenía delante de él en ese momento, se volvió a quedar helado mirando el teléfono. ¿Era una broma? ¿De verdad que su apellido era Fernández? ¿Precisamente Fernández? Su pulgar se quedó flotando sobre la tecla con la letra F que su pantalla táctil tenía dibujada. No estaba seguro y al final suspiró por lo bajo, de manera inaudible, y miró al capitán sustituto. En serio que parecía una mala jugada del destino.
- ¿Puedo llamarte directamente Antonio? -preguntó al final. Se dio cuenta de la expresión del susodicho español, que le miró sin acabar de comprender el cambio- Es que conocía a una persona que también se apellidaba Fernández y digamos que me lo hizo pasar un poco mal, así que preferiría no llamarte de esa manera.
- Como quieras, pero que sepas que entonces yo te llamaré Francis. -sentenció Antonio con una sonrisa cordial, intentando relajar ese ambiento raro que se había asentado después de haberle dicho su nombre. El rubio, de repente, parecía más relajado y hasta se rió con ese comentario.
- Está bien, supongo que aceptaré las consecuencias y dejaré que me llames Francis. -respondió aún risueño- Bueno, Antonio, nos vemos mañana entonces. Que tengas una buena tarde.
El rubio viró sobre sus talones y se encaminó hacia la parada que le llevaba a su casa, que se situaba más hacia la parte de la periferia de Córdoba. Antonio observó su espalda, resignado. Aunque lo había intentado, al parecer no había manera de convencerle para que se presentara al entrenamiento. Aún así, puso sus manos alrededor de su propia boca, para provocar una pantalla que permitiera que su voz se propagara por más distancia, y gritó para que le escuchara.
- ¡Mañana también tenemos práctica a primera hora! ¡Deberías venir!
Francis no se giró, simplemente levantó la mano y la agitó de un lado para otro, despidiéndose de esta manera de Antonio, mientras en su rostro había una sonrisa. Bien, algo que no había esperado de ese chico de cabellos castaños y ojos color esmeralda, era una persona terca. Fernández suspiró resignado y le miró como si no tuviera remedio. Bajó la vista y examinó su reloj. Perfecto, ahora iba a llegar tarde. Se aseguró la mochila a la espalda y empezó a correr hacia el campo de entrenamiento. Ahora que caía, al final no le había dado el dinero a Francis, con la tontería de los teléfonos y de la práctica. Ya tendría tiempo para dárselo, ¿no? Total, habían intercambiado los números de teléfono y le había dicho que le veía mañana. Entonces se detuvo por completo, como si hubiese descubierto algo de vital importancia. Con los ojos abiertos como platos, Antonio se dio la vuelta y observó el sendero por el que antes Francis se había paseado y que ahora ya estaba desierto.
- Espera... ¿Acaso se ha tomado lo de salir juntos en serio?
Día 2 - Martes
Después de una confortante noche de sueño, Francis abrió los ojos y fue recibido por una agradable penumbra. La habitación, amplia y con grandes ventanales, se encontraba pulcramente ordenada tras la limpieza que le había pegado al llegar a casa, después de separarse de Antonio. Le tomó un segundo entonces darse cuenta de que si había despertado no había sido porque había descansado suficiente, más bien era porque el teléfono móvil, que reposaba sobre la mesita de noche que se encontraba a su derecha, había empezado a vibrar, anunciando una llamada entrante. Miró el reloj y se dio cuenta de que a duras penas marcaban las seis. Se estiró hasta que la mano chocó con el aparato, lo agarró y lo examinó con los ojos entrecerrados, para que la luz no le cegara. En la pantalla se podía leer un simple nombre: Fernández.
Estuvo un segundo con los ojos fijos en la pantalla, indeciso. No debería contestar, estaba seguro de ello, pero por otra parte en su interior había esa vocecita a la que odiaba, que le decía que estábamos hablando de Fernández, que posiblemente le llamaba por algo importante. Al final suspiró con pesadez, hizo de tripas corazón y le dio al botón para descolgar. Se llevó el teléfono a la oreja y, antes de poder decir nada, escuchó una voz al otro lado de la línea.
- Pensaba que no me lo ibas a coger después de todo... ¿Por qué has tardado tanto? ¿Es que has salido fuera a correr? -preguntó la voz masculina de esa persona a la que conocía bastante bien.
- No, pero me has pillado durmiendo, Fernández. Ni me había dado cuenta de que, en realidad, me estaba sonando el teléfono hasta unos segundos después. ¿Qué es lo que pasa?
- ¿Por qué no me vienes a buscar, anda? Acabo de salir del bar y hace fresco para ir por ahí solo. Sé que tienes coche nuevo y si no podrías coger el de tu hermano y pasarte por aquí. Serán unos diez minutillos conduciendo.
- Fernández, ¿has visto las horas?
- No te hagas de rogar, por favor~ -le suplicó el otro hombre. Casi podía imaginarle con esa expresión de perro apaleado que en momentos así ponía. Francis suspiró pesadamente y se frotó el puente de la nariz.
- Escucha, no voy a ir a buscarte. Para empezar, estoy saliendo con alguien ahora mismo, así que no sería muy ético el ir de un lado para otro, atendiendo a tus necesidades del momento. Tengo una vida, ¿sabes? -le dijo Bonnefoy sereno, sin rencor en su voz.
- ¿Estás saliendo con alguien de nuevo? ¿Quién es esta vez? ¿Vas a dejarle como al resto? Deberías hacer algo con este tipo de vida, Francis. Sabes que tu hermano, aunque pueda decir lo contrario, se preocupa y yo por supuesto que también.
- Por favor, no quiero que vengas con esas... Estoy viviendo mi vida, no intentéis coaccionarme diciéndome que os preocupáis por mí. Estoy saliendo con un compañero de la universidad y ni idea, no sé si le voy a dejar. Todo depende de él.
- ¿Y es guapo? ¿Más guapo que yo? -después de eso, le escuchó reír por lo bajo, como si hubiera contado un chiste muy bueno. Lo que no parecía comprender era que ante aquello, Francis sonrió tenso y por dentro, por un segundo, deseó morir. Ojalá no se hubiera despertado por el teléfono.
- Es guapo y no sé... No os podría comparar. Él es diferente, parece tener algo más... ¿Cómo decirlo? Algo más salvaje, pasional. Cada uno tiene sus cosas, Fernández. -comentó el rubio, rezando internamente para que todo aquello le convenciera.
- Bien, bien~ Eso me gusta. Sabes bien cómo salir de situaciones comprometidas, Francis. -replicó risueño su interlocutor.
El rubio hizo rodar sus ojos y volvió a mirar el reloj. ¿Quién en su sano juicio llamaba a otra persona a las seis menos diez de la mañana para pedirle que le fuera a buscar? Normalmente, a esas horas Francis se estaba preparando para salir a correr, que le ayudaba a despejar la mente y no pensar durante un rato en el que normalmente estaba despierto siempre. No obstante, ese día seguía profundamente dormido cuando había sonado el teléfono, así que maldecía tener que estar escuchando esas cosas, que hasta cierto punto podrían haber esperado a horas más decentes. Además, sabía bien de qué iba toda la cosa. Sólo cuando "eso" ocurría, Fernández volvía a llamarle con más frecuencia de la habitual, buscando compañía posiblemente, nunca había acabado de entender su propósito.
- Dime la verdad, te has vuelto a pelear con mi hermano, ¿no es así? -preguntó con resignación. Tuvo su confirmación cuando al otro lado se produjo un silencio prolongado. Suspiró y se frotó la frente. Su cerebro no podía pensar aún de manera coherente a esas horas- Lo que deberías hacer es llamarle para que fuera él a buscarte y entonces reconciliaros de una santa vez. Que después, en el fondo, estáis colgados el uno del otro.
- Cuando te pones de esta manera, abogando por él, te odio, Francis.
Antes de poder justificarse, la llamada se había cortado. Miró el teléfono, que ahora mostraba un fondo de pantalla con un campo repleto de flores lilas, y tras un par de segundos volvió a suspirar. Fue acercando los brazos a su propio cuerpo hasta que la pantalla descansó contra su frente y él cerró los ojos. Cada nueva llamada que recibía por parte de esa persona, le producía unos minutos de malestar que no se le iban tan fácilmente. En su cabeza resonaban las palabras de Fernández e inevitablemente pensó en el otro Fernández, Antonio. No sabía cómo sentirse respecto a todo aquello. Los primeros días siempre le pasaba igual, se ilusionaba ante la posibilidad de por fin encontrar lo que buscaba, lo que anhelaba más que cualquier otra cosa. Pero después, inevitablemente, se daba cuenta de que no despertaban en él la llama de la pasión. Era su propia lucha, la de intentar abandonar el abrazo del anterior amor, que ya era más que imposible, e intentar encontrar uno nuevo en el que volcarse. Puede que Antonio Fernández no fuera la mejor opción, por motivos obvios, pero tampoco podía rendirse sin probarlo.
Se echó de lado sobre la cama, le dio a crear un mensaje nuevo y entonces se puso a escribir:
"Buenos días, Antonio. Espero que no se te peguen las sábanas, que tienes que ir a la universidad para estudiar y ser un excelente profesor. Desayuna un poco antes de ir a clase, que es la comida más importante del día."
Le dio a enviar y se quedó mirando el fondo de pantalla, tranquilamente, recapacitando tanto acerca de la llamada como del mensaje que acababa de mandar. Entonces, de repente, el teléfono vibró y le llegó la notificación de que acababa de recibir un mensaje. Parpadeó anonadado, sorprendido por la rapidez, y le dio a abrir.
"Te odio."
Las cejas de Francis se alzaron, dejándole con una expresión confundida. Miró el remitente y, efectivamente, se trataba de Antonio. Pegó un respingo de repente, ya que veía que le estaban llamando y el teléfono vibraba en sus manos. Era Antonio, le estaba llamando, y después del mensaje no sabía si debía tener miedo o si debía asumir que sus dedos se habían equivocado y había escrito que le odiaba en vez de alguna palabra amorosa. Respiró hondo, lentamente, dándose el coraje, y finalmente descolgó el teléfono.
- ¿Diga?
- ¿Es que se te han muerto las neuronas después de estudiar tanta medicina o qué? No sé si es que no te lo han enseñado nunca, o es que tu cerebro de ameba se ha encargado de borrar dichos recuerdos, pero las personas normales necesitan ciertas horas de sueños para que luego sus funciones cerebrales se produzcan con normalidad. Tenía aún una hora para dormir, ¿para qué coño me envías un mensaje a las putas seis de la mañana?
Con la cara que tenía Antonio, Francis había dado por sentado que sería un chico benevolente, siempre dispuesto a ayudar, siempre atento, siempre amable y dulce. Además le imaginaba siempre sonriente, siempre feliz, por lo que escucharle de esa manera le hizo abrir los ojos con sorpresa. Aunque no decía ni pío, el español seguía quejándose de que le había despertado y de lo enfadado que estaba, pero, sin poder decir a ciencia cierta el motivo, aquello le produjo gracia. Intentó no reírse, pero le fue imposible. Al otro lado de la línea, Antonio frunció el ceño y sonrió molesto.
- ¡Pero no te rías, francés del demonio! -espetó finalmente, cosa que hizo que Francis se riera aún más. Suspiró resignado y se vio aturdido por un bostezo que no pudo contener- Ríete lo que quieras, pero me voy a pasar todo el día bostezando y va a ser única y exclusivamente culpa tuya.
- Lo siento, lo siento... Pensaba que tendrías el móvil en silencio, esperaba que lo fueras a leer cuando te despertaras y que fuera a sacarte una sonrisa, no que me llamaras con ganas de sacarme los ojos. -dijo aún risueño el francés.
- Pues que sepas que esto no va a quedar así, Francis. En una hora y media tenemos práctica con el equipo de fútbol, así que, como venganza por haberme despertado de esta manera tan infame, vas a venir al entrenamiento sin rechistar.
- ¡Pero...! -se quejó el rubio, el cual había pataleado en la cama por un momento, aunque sabía que era inútil que lo hiciera ya que Antonio no podía verlo y perdía todo el efecto dramático que pudiera tener.
- Sin rechistar. -cortó Fernández antes de que se pusiera a quejarse más. Venga, ya puedes irte preparando, buscando unos pantalones cortos y algo de abrigo, que hace frío. Tienes hora y media. Como no vengas, ya te puedes ir preparando.
Antes de que pudiera volver a contestar para buscar la manera de excusarse y saltarse las prácticas de nuevo, Antonio ya había colgado. Miró el teléfono, como si este le hubiera soltado un comentario ofensivo y una de sus cejas se fue arqueando. ¿Acababa de pasar eso de verdad o lo estaba soñando? Se llevó la mano derecha a la zona de la sien y se frotó el cabello, con el entrecejo arrugado.
- Pues supongo que no me quedará otra que levantarme e ir... -murmuró para sí mismo el rubio.
Eran las siete y media cuando Antonio se apeó del autobús, que a esas horas iba prácticamente vacío. En la calle hacía unos míseros tres grados centígrados, que chocaban de manera violenta con los 22 que había dentro del autobús. Se vislumbraba ya claridad, aunque el sol aún no se podía divisar, y Antonio se acurrucó en su gruesa bufanda, buscando el calor de la lana contra su nariz. Las piernas se estaban helando, pero lo mejor para entrenar eran los pantalones cortos y en cuanto empezaran la práctica se le iría pasando. Se quedó esperando en la puerta de metal, pesada, por la que se entraba al campo de fútbol. Era el primero en llegar y, a pesar de que podría entrar sin problema alguno, pensó que sería bueno estar allí por si Francis aparecía y en el último momento se acobardaba. Si le veía con intención de huir, siempre podía placarle contra el suelo sin miramientos. Sus compañeros fueron llegando y por el camino le iban saludando y le preguntaban si no venía. Antonio dijo que estaba esperando a alguien y no dio demasiados detalles. Nadie le preguntó, todos querían empezar pronto con el calentamiento y, antes de eso, tendrían que asegurarse de que el césped estaba en estado óptimo.
Cuando empezaba a perder la esperanza, se dio cuenta de que por la izquierda se divisaba una figura. Pronto reconoció la persona, que no era otra que Francis Bonnefoy, que con la cabeza gacha, las manos en los bolsillos y el mentón y parte de la boca enterrada en su bufanda, caminaba como si fuera un niño pequeño al que se ha regañado y al que le han obligado a hacer algo que no quería. Bien pensado, aquello no estaba tan alejado de la realidad. Los ojos claros del rubio se alzaron y se encontraron con los de él. Le dio la impresión de que en ellos había una ligera expresión sorprendida, por lo que Antonio le sonrió.
- Al final has venido. -dijo el hispano contento. Estiró el brazo y le dio una palmada en el hombro a Francis- Buenos días.
- Buenos días. ¡Como para no venir..! Después del sermón que me has soltado esta mañana, te veía capaz de venir a arrancarme la cabeza si no me presentaba. -comentó después de hacer rodar la mirada. Se fijó de nuevo en la expresión de su compañero y añadió- Veo que estás menos malhumorado que hace una hora y media.
- Me habías despertado cuando estaba en la mitad de un sueño. Era más que normal que estuviera de mal humor. Pero no es nada que un café no haya podido arreglar. -expuso Antonio de manera jovial. Se puso detrás de él en menos de un segundo, apoyó las manos en sus hombros y le fue empujando hacia el interior del recinto- Venga, vamos a entrenar, vamos a entrenar~
Era imposible resistirse a ese carácter de Antonio, tan ilusionado. ¿Por qué tanta emoción? Poco había asistido a los entrenamientos y le daba la impresión de que le tenía contento su presencia en el lugar. Pero, según parecía, era al único al que le hacía ilusión que estuviera allí. No le pasaron desapercibidas las miradas recelosas que le dirigían más de uno mientras se cambiaban e incluso el entrenador le observó como si fuera un espejismo. Mientras tenía lugar el calentamiento, Antonio estuvo a su lado, poniéndole al día con noticias referentes al club. Francis no comentaba demasiado al respecto, porque muchos de los nombres no los conocía y para él eran personas sin cara, a las que no ubicaba. La prueba es que hasta el día anterior no podía ni recordar cómo se llamaba ese chico que estaba a su vera, corriendo de lado, al igual que él.
Después de practicar los regateos, como ejercicio final el entrenador propuso una ronda de penaltis. Cogió su toalla de color azulado y se la pasó por el rostro, a fin de evitar que su cabello dorado entrara más en contacto con ese sudor que le había estado perlando el rostro. Fernández se encontraba en la línea de penalti, encarando al portero con expresión concentrada. Nunca se había fijado demasiado en ese gesto que adoptaba cuando se fijaba una meta y quería conseguirla a toda costa. Antonio corrió el trecho que le separaba de la bola, hizo retroceder la pierna derecha y entonces dio una patada para chutar. El balón salió disparado, con velocidad y entró por la escuadra superior, limpiamente, hasta impactar contra la red. De repente, ese gesto tan serio cambió, sus labios se curvaron en una sonrisa, que posteriormente dejó ver sus dientes blancos y bien alineados, e hizo un gesto de victoria con el brazo derecho. El rubio sonrió ligeramente al verle hacer eso. Ni que hubiese ganado el mundial de fútbol... Era entretenido ver su comportamiento, no lo iba a negar. Otra nueva faceta: Antonio era competitivo.
Cuando fue el turno de Francis, se instaló un rumor entre sus compañeros, que empezó a distraerle por completo. Aún así, elevó sus manos y acomodó dos mechones de pelo detrás de sus orejas, para que el balanceo del cabello no le distrajera. Observó la portería, analizando qué tipo de disparo no vería venir ese portero nervioso, y respiró hondo para calmar esos nervios que, aunque suaves, siempre existían al tirar un penalti. El rumor fue creciendo y podía escuchar las críticas de los demás hombres. Se quejaban de que tenía muchos aires, de que se creía que era el mejor, de que encima aspiraría a jugar en el próximo partido cuando no venía nunca. Era por eso que no le gustaba venir, porque antes también le criticaban por el tema de los noviazgos de una semana.
- ¡Venga, callaos de una vez! Si habéis venido a marujear, idos todos a los vestidores y dad el coñazo en otra parte. -dijo de repente la voz de Antonio, alzándose por encima del murmullo generalizado de manera firme.
No fueron sus compañeros los únicos sorprendidos, el entrenador le miraba como si hubiera dicho una barbaridad y Francis se había visto obligado a entornar el rostro al escucharle decir tal comentario. Cuando sus ojos se encontraron con los de Fernández, éste le sonrió y le hizo un gesto con la cabeza, alzándola, animándole a disparar ahora que por fin tenía el respetuoso silencio que merecía. Devolvió la vista a la portería, decidido, y no esperó ni un segundo más antes de chutar. Fue un disparo suave, bajo, que despistó al portero y entró con suavidad por la zona izquierda de la portería, de manera casi insultante. Francis sonrió, contento, y antes de poderse girar para ver a Antonio y darle las gracias por ser el apoyo que había necesitado para marcar, estaba recibiendo unas fuertes palmadas en la espalda.
- ¡¿Lo ves?! Si en el fondo eres bueno y todo, ¡maldito! -exclamó pletórico el hispano, golpeando de nuevo la espalda de un Francis que ya estaba semi-encorvado. ¿Por qué alguien como Antonio, que no se veía tampoco tan fornido, podía golpear tan fuerte? ¿Sería él el que estaba flojucho?
El resto del entrenamiento fue agradable y, cuando terminaron, se encargó de ayudar a Antonio a recoger todo el material. Como tenía tiempo antes de las clases, decidió volver a casa y darse una ducha allí. Recogió la bolsa de deporte y se despidió de Antonio, diciéndole que ya le vería luego más tarde. Fernández se dio una ducha en los baños del vestuario, se acicaló un poco y fue a las clases. Todas fueron un tostón y encima le tocaba quedarse para una asignatura, que la tenía ahí muerta en una hora terrible. Lo que no había entrado en sus cálculos era que, al terminar la clase, cuando cogió la bolsa y se giró para irse, se iba a encontrar Francis esperándole en el pasillo, con una sonrisa cordial. Alzó las cejas, sorprendido de verle allí, y caminó hasta plantarse delante del francés.
- Vamos a coger el bus, anda. -dijo el rubio con ese gesto cordial en la cara.
La conversación no es que fuera demasiado activa en ese trecho que hubo desde la facultad de Antonio hasta la parada del autobús, y no fue hasta que se sentó en el asiento del mismo que el hispano no se dio cuenta de que estaba volviendo junto a Francis en transporte público. Empezaba a tener la certeza de que aquello que pensó el día anterior era al final verdad. Sonrió nerviosamente, mirándose las manos que descansaban sobre sus muslos, con los puños cerrados, en una postura tensa, y miró a Francis de reojo. Éste estaba bien tranquilo, mirando por la ventana, que quedaba justo en el lado de su compañero de equipo.
- Oye, ¿te puedo hacer una pregunta, Francis? -dijo Antonio de repente, tartamudeando al principio con la letra o. Esperaba que no se riera de él, o se iba a sentir tremendamente estúpido.
- Claro que puedes hacerme una pregunta. Una y las que te apetezcan. Siempre que pueda responderlas, lo haré. -afirmó Bonnefoy, sonriendo cordial, animándole a continuar hablando. No entendía por qué de repente se veía nervioso, pero le parecía hasta mono.
- Puede que sea una tontería, pero no he podido evitar darme cuenta de que estás viniéndome a recoger a la salida de las clases cada tarde. Esta mañana me has enviado un mensaje de buenos días y todo... ¿Significa esto que estamos saliendo? ¿Te has tomado al pie de la letra eso que te dije ayer?
- Claro que sí que me lo he tomado al pie de la letra. Me pediste salir y no te he dicho que no en ningún momento. No rechazo a los que tienen el valor de declararse. ¿Qué clase de persona sería si lo hiciera? -se quedó un segundo en silencio, mirándole extrañado, y de repente sus cejas se alzaron. Espera... - No me digas que no te habías dado cuenta hasta ahora.
- ¿Qué? ¡Ahahaha...! N-no es eso... Es que, bueno, no pensaba que te lo fueras a tomar en serio. En un principio lo dije en broma, porque pensaba que ibas a decirme que no por ser un chico. -replicó nervioso, atropellando sus propias palabras.
Francis le miró de reojo, con una ceja arqueada. ¿Acaso quería decir eso que todo esto no tenía significado alguno para él? Si iba a decirle que no quería seguir, mejor que fuera en ese mismo momento. Abrió los labios para decirle algo, pero entonces Antonio se incorporó ligeramente, se giró para poder encararle y le miró sonriente.
- Está bien, intentaré entonces disfrutar al máximo esta semana. -replicó jovial.
Mientras el autobús reducía la velocidad para detenerse, Antonio salió de su asiento, sin que le importara pasar por delante de Francis, apretujado, dejando cerca de la vista su trasero, del que el rubio no perdió detalle, sorprendido al darse cuenta de que parecía mejor de lo que había pensado. Le costó demasiado no pensar en tocarlo y dio gracias internamente cuando se hubo alejado de él. Vio que el hispano apretaba el botón que solicitaba la parada y, como no reaccionaba, se fue hasta él, agarró su brazo y tiró de él hasta que le obligó a levantarse.
- ¡Venga, nos bajamos aquí! -dijo animadamente.
- ¿Eh? ¿Aquí? Pero si sólo hemos pasado dos paradas y vives más lejos, ¿no? -se dio cuenta de que Antonio le observaba curioso y supo que era por el último comentario- Bueno, le pregunté a tu amigo dónde vivías, por si algún día necesitabas algo y tenía que ir en tu ayuda. No he ido por la zona, eso sí te lo digo, no soy un acosador.
- No, claro que no lo eres. Tienes razón, no es mala idea saber dónde viven tus amigos por si tienes que ir a ayudarles. Además, si vamos a salir durante una semana, entonces es normal que te intereses por mí y mi estilo de vida, ¿no?
- Claro. -dijo el francés sonriendo tenso. No entendía cómo se lo había podido tomar tan bien, pero le había dejado anonadado por completo- ¿Y bien? ¿Por qué nos hemos bajado aquí?
- Porque vamos a tener una cita, ¿por qué otra cosa va a ser? Mi casa está en la periferia y cerca no hay nada interesante. Tampoco quiero tener a las vecinas cotilleando.
- Pero... Es que esto no va así. -murmuró Francis, aún sin saber cómo reaccionar.
- ¿No? ¿Es que no es lo básico? Pensaba que esta sería una de las primeras cosas que harías con la persona que te pidiera salir. ¿Es que hay algún tipo de protocolo? -preguntó Antonio, observándole con las cejas alzadas, curiosamente.
El rubio desvió la mirada hacia un lado, con una sonrisa tensa curvando de manera sutil sus labios. ¿Cómo podía explicárselo sin que pensara que era un idiota? En su pecho parecía que había una losa que le impedía obtener oxígeno y que le apretaba la caja torácica hasta el punto en que dolía. ¿Es que se pensaba que todo esto era un juego? Hablaba a la ligera, como si fuera algo que para Francis no significara nada.
- Vamos a tomar un helado. Conozco un sitio por la zona, está bien de precio. Además, en invierno hacen descuento para tener más cliente. Si lo piensas, es una estrategia muy buena. Deberían hacerlo más personas. Seguro que así todo el mundo comería helado en cualquier época del año.
¿Qué sentido tenía salir con alguien que lo había dicho por decirlo, como si fuera una broma? ¿Cómo podía esperar algo bueno de todo aquello? Quizás se había equivocado escogiendo a Antonio, aceptando salir con él. Desde un principio tuvo ese presentimiento, pero no era hasta ese momento que aquello no se había convertido en casi una certeza absoluta. Estaba seguro, no iba a terminar bien, no como él quería. ¿Es que era mejor perder el tiempo cuando sabía ya, desde un principio, que no iba a conseguir enamorarse de esa persona que tenía frente a él? Quizás lo mejor sería romper y no prolongarlo durante mucho tiempo.
Por su parte, Fernández estaba delante de él, mirándole con una ceja arqueada por ese silencio tan largo que se estaba produciendo, y se preguntó si se encontraba bien. Al final se inclinó hacia delante, estirándose hasta que su rostro estuvo frente al campo de visión de los ojos del rubio. Cuando captó su atención, le sonrió amistoso.
- ¿Qué te pasa? Estás distraído. Venga, vamos a tomar algo.
Antonio agarró a Francis del brazo y tiró de él hacia la cafetería, que efectivamente se encontraba a unos quinientos metros. El lugar era pequeño, pero al menos era acogedor y daba una sensación de calidez y bienvenida agradable. Se sentaron en una mesa pequeña para dos personas, en un lateral, cerca de un espejo, y pidieron ambos un helado. Mientras Francis escuchaba, silencioso, Antonio le había hecho mil y una recomendaciones acerca de los mejores sabores que podría encontrar en ese lugar. El hispano creyó que lo que le pasaba a Francis era que estaba cansado, pero a medida que veía que no hablaba nada, su humor también empezó a desvanecerse. En uno de esos silencios, miró a Francis de reojo y tomó el valor para decirle las cosas a la cara.
- Está bien, ¿qué es lo que te pasa? Hace unos minutos estabas bien, pero ahora llevas un rato callado y ausente. -dijo Fernández, con un tono algo crítico. Al escuchar tal comentario, Francis levantó la cabeza y le miró anonadado y en parte un poco asustado. Una ceja castaña se arqueó; ahora era cuando venían las excusas.
- No sé, es que esto se me hace un poco raro de alguna manera... No te lo sé explicar muy bien. -dijo Francis, sonriendo nervioso.
Aunque otra persona pudiera pensar lo contrario por su actitud en ocasiones despistada, Antonio no era tonto. Al contrario, era una de las personas más listas de su clase y cuando tenían debates se notaba que tenía una mente cultivada. Sólo viendo su comportamiento, el hispano supo que Francis no tenía ganas de dar explicaciones más detalladas acerca de lo que fuera que le ocurriera. Bajó la mirada a lo que le quedaba de helado, que estaba medio derretido, cogió un poco con la cuchara y se lo llevó a la boca. La situación se había vuelto tensa y ninguno de los dos sabía cómo salir de ella.
- Francis, si no estás cómodo por lo que sea, quizás lo mejor es que nos vayamos ya a casa. Se nota que no estás a gusto, pareces con ganas de huir en cuanto veas la ocasión y además hace un rato que ni me miras a la cara. No sé lo que ha pasado, pero no tiene sentido que sigamos con esto cuando uno de los dos no está bien. Odio que me sigan la corriente, no merece la pena si los dos no nos divertimos.
El rubio se quedó mirando la copa que ya estaba vacía, pensativo. No hubiera imaginado que Antonio fuera a decirle algo por el estilo y se sintió mal por estar comportándose de esa manera tan patética. Si ya, en el segundo día, se encontraba pensando en el séptimo, ¿qué decía eso de él? Debía centrarse en el presente e intentar disfrutar ese momento. Quizás Antonio no entendía, quizás no fuese a enamorarse de él, pero eso no quitaba que pudieran pasar unos buenos días juntos. A saber, quizás le sorprendía.
- ¿Sabes? Me hacen falta unas zapatillas deportivas. -dijo Antonio, que ya había terminado. Se levantó de la silla y se puso la chaqueta- ¿Quieres venir? Dicen que han abierto una nueva tienda y que están de oferta. Quizás encuentres algo interesante, ahora que vas a venir a las prácticas con más frecuencia, ¿verdad? -dijo Antonio jovial.
- Está bien, vamos a ver zapatillas. -respondió el francés, sonriendo resignado. No sabía qué había sido: si la manera casual en que lo había dicho, o su expresión feliz, pero había conseguido borrar de su mente los pensamientos que le habían estado atormentando hasta el momento.
La tienda no quedaba tan lejos de la cafetería, así que pasearon el uno al lado del otro, mientras Antonio hablaba de banalidades. Al principio el francés, aún un poco cortado por su arrebato anterior, no aportaba demasiado, pero viendo la atención que le ponía a cada palabra que pronunciaba y la manera en que sus comentarios le hacían sonreír, fue recuperando la confianza y participó de manera activa en el tema. Había bastante gente en el sitio y conseguir el calzado que querían no era tan sencillo. El español se peleó con una mujer porque ambos habían ido a coger las mismas deportivas y casi tuvo que tirar de él para que no siguiera discutiendo con la señora. Después del mal rato, de ese momento de tensión, Francis se echó a reír mientras buscaban un sitio en el que sentar a Antonio para que pudiera probarse las bambas. Francis también se probó un par de ellas y Antonio iba examinándole con detenimiento. Le resultó curioso el buen consejo que podía llegar a dar y no supo cómo, pero le convenció para que comprara unas.
Más de media hora después, ambos abandonaban la tienda con una bolsa cada uno y una cantidad considerable de dinero de menos en el bolsillo. El hispano se quejó del frío y rápidamente se abrochó la chaqueta. A su lado, el rubio ladeó la mirada para poderle ver y sonrió.
- No sé cómo lo has hecho para convencerme, pero ha sido remarcable. Si no fueras a ser un profesor excelente, te diría que te dedicaras a las ventas. Seguro que te camelarías a la clientela en un abrir y cerrar de ojos. -comentó Francis.
- Aunque tengo carácter, también soy un hombre adorable que sabe conquistar el corazón de los demás. -dijo Antonio fingiendo aires de grandeza, hinchando el pecho para verse más grande. No le duró demasiado la interpretación, ya que Francis había presionado con su dedo índice el estómago del español y éste, por las cosquillas, había dejado escapar todo el aire y se había encogido- ¡Eh, eso es trampa!
- Se nos ha desinflado el señor pavo real, el más adorable de todo el mundo~ -apuntó el rubio, juguetón. No sabía si tenía cosquillas, pero con la reacción, estaba más que claro que sí.
- Lo dices de esa manera porque me tienes envidia, yo lo sé. -rebatió Fernández, grandilocuente, alzando el dedo índice de su mano derecha para darle más énfasis a lo que había dicho- ¡Eh, tengo una gran idea! Han estrenado una película que está llevándose un montón de críticas positivas, deberíamos ir a verla. -miró el reloj y después de comprobar la hora devolvió los ojos verdes hacia el lugar en el que estaba el rubio- Queda como media hora hasta la próxima sesión, podríamos ir. ¿Te apetece?
Los labios de su compañero estaban curvados en una sonrisa ilusionada que dejaba entrever los incisivos. Sus ojos verdes, un poco más brillantes de la emoción, estaban fijos en él y le miraban expectante. Antonio era como un torbellino y, en según qué situaciones, sus sentimientos se transformaban en un torrente que Francis tenía serias dificultades para evitar. ¿Pero cómo podría decirle a alguien que le miraba de esa manera que no? Estiró una mano y acarició su cabeza, sin saber por qué. ¿Acaso era un delito? Simplemente tenía ganas y lo hizo. Lo curioso es que estuviera intentando justificarse a sí mismo su propio comportamiento. Sonrió a Antonio y asintió con la cabeza.
- Me parece un buen plan, vamos al cine.
Otra cosa: Antonio era el ser más terco sobre la faz del planeta llamado Tierra. Si habían llegado a tiempo para el inicio de la película era un milagro, porque se habían tirado largos minutos en la cola, discutiendo acerca de quién debía pagar las entradas. Si no fuera porque la señora que atendía las taquillas ya les pidió que pagaran o se fueran a un lado, seguro que Antonio no hubiera dejado que Francis pagara todo. Como recompensa por tal acto, el español se encargó de comprar palomitas y bebidas para los dos. Intentó negarse, o al menos aportar algo de capital, pero los ojos verdes de Fernández le miraron con furia, aunque estaba sonriendo. Algo en su interior, su instinto de supervivencia, le dijo que en ese mismo momento, el joven era como un león a punto de atacar y si se acercaba era posible que saliera herido.
Así pues, minutos más tarde, por fin estaban sentados en la sala, mientras se proyectaba sobre la pantalla plana el tráiler de una película que se estrenaría en unos meses. Francis observó de reojo a Antonio y le vio acomodado sobre el butacón, con las piernas separadas y el recipiente de cartón con las palomitas entre éstas. Su mano derecha se sumergía entre el blanco hasta que sus dedos sujetaban tres o cuatro y se las llevaba a la boca. No era consciente, pero sonreía ligeramente mientras miraba los tráiler y en ocasiones asentía concentrado, como si evaluara si debería venir a verlas o no cuando se estrenaran. Francis rió de manera inaudible, durante un segundo, y devolvió la vista a la pantalla. Le parecía gracioso que estuviera tan emocionado cuando ni siquiera había empezado el filme.
Al final resultó que éste no es que fuera muy interesante y, cuando había pasado media hora, sin previo aviso, Francis notó un peso sobre su hombro. Entornó el rostro ligeramente, para ver qué era lo que había ocurrido, y se encontró con que Antonio, con una expresión inocente y los labios un poco entreabiertos, estaba dormido y se había ido resbalando hasta descansar en él. Sus ojos se perdieron en las manos de éste, que al estar sumido en tan profundo sopor, había ido empujando lentamente el paquete de las palomitas, las cuales amenazaban con rebosar y precipitarse sobre el suelo. Abrió los ojos de par en par, tenso al prever cuál sería el futuro de éstas, y estiró el brazo contrario a tiempo para arrebatarle el recipiente y ponerlo a salvo en el asiento contiguo, que se encontraba vacío. Suspiró con alivio y se hundió en la butaca, sin mover el hombro derecho, el cual mantuvo en la misma posición para que Antonio pudiera descansar sobre él. La culpa era suya, al fin y al cabo, que le había despertado pronto y no le había dejado dormir lo suficiente por la mañana.
Podía escuchar la respiración pesada del español en los pocos momentos de silencio que tenía la película y le vino a la nariz un aroma agradable. Inclinó su cabeza hacia la derecha y la apoyó contra la de Antonio un poco. Cuando hizo eso, se dio cuenta de que, efectivamente, ese olor provenía del español que tenía al lado. Cerró los ojos y se perdió en él, relajado aunque en la película pudiera haber alguien hablando a voz de grito. Para su sorpresa, aquella cita había sido bastante buena y se lo había pasado bien hasta el momento. Quizás había juzgado a Antonio de la manera equivocada, la prueba era esa cita que, al final, había mejorado mucho. Sonrió y tuvo un pensamiento.
- "Este chico es bastante especial..."
Eso fue lo último que su mente elucubró antes de quedarse aturdida por el sopor. Francis y Antonio, sentados en la oscuridad del cine, se quedaron dormidos cuando aún faltaba una hora y media para el final de la película, pero tan bien estaban, que poco les importaba perderse el resto de la cinta.
Holas~
Este fic está basado en un manga llamado "Seven Days" Cuando AdrB ganó el concurso de "Como el fuego" me pidió algo basado en este manga y, como no lo había leído, fui a ello. La historia me pareció tan ellos y adorable, que quise alargarlo a un mini-fic (vamos, no a un drabble) y éste es el resultado.
Espero que os guste.
Serán 4 capítulos y bueno, no tengo demasiado que comentar.
Gracias a los que lean y dejen comentario.
Hasta la semana que viene~
Miruru.
