Disclaimer: El Potterverso no me pertenece.

Este fic participa en el reto anual "Long Story 3.0" del foro La Noble y Ancestral Casa de los Black.

Este va a ser un fic un poco raro porque estoy probando una forma distinta de narrar. Así que espero que no se confundan demasiado (vieran cómo me enredo yo sola al escribir y que lo disfruten).

Ruinas

Prefacio

Sientes pasos afuera de la celda. Es raro, porque no hace mucho que te llevaron la comida. Te das media vuelta, esperando quedarte dormido. El frío y la dureza de la cama hacen que sea difícil, pero después de tanto tiempo, ya te dan un poco lo mismo. Es lo que tiene caer en Azkaban, que todo te empieza a dar un poco igual. Después de todo, da lo mismo lo que hagas, no podrás salir de ahí.

Con o sin dementores, Azkaban es un lugar horrendo.

—¡Nott! —Escuchas. Lejano, distante.

Te arrebujas en la frazada gastada y hedionda que te han dado e ignoras los gritos. Seguro es que has terminado de volverte loco y estás escuchando cosas. Nada raro, después de todo el tiempo que llevas en la prisión mágica. Sabes que algunos de tus vecinos ya han sucumbido a la locura, escuchas sus gritos cada noche. Es la soledad lo que los termina de destrozar. Puede que el Ministerio no los torture con la Cruciatus, pero eso no quiere decir que dejarlos solos, con sus recuerdos, no sea igualmente cruel. Todos los que están en Azkaban han visto los suficientes horrores como para acabar con la razón de la persona más cuerda.

—¡NOTT! —Vuelves a escuchar. Más cerca, más fuerte. Las voces te siguen acechando. No puedes evitar preguntarte quiénes serán. ¿Alguno de los que sufrió bajo tu varita? ¿Un fantasma de alguien cuya última imagen eres tú intentando contener las lágrimas?

No te mueves. ¿Para qué? ¿Para volver tu mirada a las rocas de la pared? Porque eso es prácticamente lo único que has visto en los últimos meses. Rocas, paredes, y a los guardias que te llevan la comida y te acompañan a la letrina.

—¡NOTT! —El grito esta vez es casi en tu oído—. ¿Acaso estás sordo, niñato? —pregunta la voz, al tiempo que te quita la manta de un tirón.

Miras hacia arriba, desconcertado. Tienes que pensar un poco para recordar que ése hombre es uno de los guardias de la cárcel y que se llama Higgins. Parece que el tiempo entre esas paredes de piedra te ha vuelto lento y estúpido. Patético.

—Estás libre —dice él. Así a bocajarro, sin más dilaciones ni adornos de ningún tipo.

¿Libre? Por un segundo, piensas que le has entendido mal. No puedes ser libre. Ellos ya te dejaron en claro que eres un criminal de guerra, una escoria que debe ser encerrada de por vida por las vidas que te encargaste de segar. A nadie le importó que no hubieras tenido elección. No parecían querer entender que hay veces en que hay que hacer lo que sea por sobrevivir.

Ella tampoco lo había entendido. Pero no quieres recordarla, por más que ella insista en seguir apareciendo en tus sueños de vez en cuando. A veces la dejas, especialmente cuando quieres olvidar lo que tienes que vivir en esa mierda de lugar.

Otras veces te obligas a expulsarla, porque ella no tiene nada que hacer en la cárcel. No pertenece ahí, de la misma forma en que tú eres parte de las rocas. Te has ganado a pulso tu lugar ahí.

—Vamos, niñato, levántate —repite el guardia, cogiéndote de la raída túnica gris que llevas.

—Déjalo tranquilo, Higgins. Es sólo un chico.

Esa voz es nueva. En el año y medio que llevas ahí metido, no recuerdas haberla escuchado jamás. Y estás seguro de que lo harías, porque es una voz clara y amable. Una voz como no has escuchado en mucho tiempo. Una mujer aparece en tu campo de visión, llevando una túnica morada y el pelo en una especie de moño desordenado.

—Un asesino, querrás decir —gruñe el guardia, al que obviamente no le hace ninguna gracia el que esos dos desconocidos estén ahí.

—Cállate, Higgins —dice otra voz masculina, que tampoco reconoces. No ves al dueño de esa voz, pero en el fondo le agradeces un poco.

El guardia sale de la celda y la mujer se acerca a ti. Tiene un rostro agradable, redondeado y suave. Intenta sonreír, aunque tú te das cuenta de que su sonrisa es más falsa que nada. Al menos lo intenta, piensas.

—¿Theodore Nott? —te pregunta, aunque los gritos del guardia ya debería haberle dejado muy en claro tu identidad. Asientes con la cabeza y ella empieza a rebuscar en la carpeta que tiene en las manos—. No lo sabes, pero desde el ministerio hemos estado haciendo todo lo posible por sacar a los chicos de la prisión. Sabemos que muchos de ustedes no tuvieron la posibilidad de elegir.

Es un sueño. Tiene que serlo. Porque sólo en tus sueños la vida puede ser así de justa. Es una lección que has aprendido a lo largo de ese año. Miras a la mujer, esperando que en cualquier momento su rostro se desvanezca y sea reemplazado por el de ella. Porque es ella la que aparece en tus pesadillas, para recordarte todo lo que has perdido por ser un imbécil.

—Mi nombre es Amy Duncan, y seré tu oficial de libertad provisional. Tendremos reuniones semanales en el Ministerio para ver cómo te va. Es un proyecto que tenemos para ayudar a los chicos en tu situación a reincorporarse en la sociedad.

Escuchas esas palabras, pero no las registras. La idea de volver a sentir el aire en tu rostro se hace cada vez más fuerte, acallando la voz de la mujer.

Libre. Menuda tontería.

Esa mujer no sabe por lo que has tenido que pasar. Nadie lo sabe. No tienen ni idea de que por más que te saquen de esa asquerosa prisión, nunca vas a ser libre. Porque nunca vas a poder librarte de las pesadillas ni de los gritos.

—¿Estás bien, Theodore? —te pregunta ella, con la preocupación pintada en el rostro. Te mueres de ganas de decirle que no, que nunca vas a estar bien, pero te fallan las palabras. Te limitas a asentir con la cabeza—. Pobre chico —dice ella mientras te acaricia la cabeza—. Gordon, ayúdame a sacarlo de aquí.

Y es así como vuelves a la libertad. Al menos a la del cuerpo.


Sí, es una introduccción un poco rara. Pero es que todavía no leen el resto, que es todavía más raro.

En fin, por el momento dejo esto.

¡Hasta el próximo capítulo!

Muselina