Nací en un una familia adinerada. Mi madre ganó los vigésimo terceros Juegos del Hambre, hace 25 años, 10 antes de que yo naciera.

Vivimos en la Aldea de los Vencedores, un barrio de casas espaciosas y lujosas, que hacen contraste con el resto del distrito 6, que es el distrito en el que vivo.

Me encantaba la escuela y recorrer las montañas que rodean nuestro distrito, aunque ésto último estaba penado con una treintena de azotes enfrente de toda la población del mismo, que era obligada a concurrir. En estos días, un operativo de 200 agentes de paz revisaba el distrito para encontrar personas escondidas. Si descubrían a alguien, lo enviaban inmediatamente al centro de la ciudad, para ser azotados junto con los demás rebeldes.

Un día, luego de cruzar la valla electrificada que rodea nuestro distrito, me encaminé a un pequeño refugio que había construido hace pocos años (donde guardaba comida, hachas y cuchillos, con los que podría cazar algo en caso de quedarme sin recursos), y que estaba tan bien ubicado y camuflado, que era casi imposible divisarlo a más de 100 metros de distancia.

A mitad de camino, cuando viré hacia la izquierda con tal de tomar el camino más corto, escuché el inconfundible sonido de armas de fuego, y el de media docena de caballos con sus respectivos agentes de paz montados sobre ellos.

Entonces, observé la ladera de la montaña, y descubrí, horrorizado, que había una columna ascendente de humo donde debería estar mi refugio. ¡MI REFUGIO!

Inmediatamente corrí en dirección contraria a toda velocidad, volviendo a mi distrito, pero los caballos eran mucho más rápidos que yo.

Cuando estaba a punto de lograr escapar, mis piernas se aflojaron, sentí que tiraban de mí, y me desvanecí.