Hola a todos y a todas, hoy una idea estuvo dando vueltas en mi cabeza mientras regresaba a casa y dije ¿Por qué no? Llegué y dejé a mis dedos hacer su trabajo :P , decidí escribir ésta primera de todas maneras. Me gustaría saber su opinión, y si les agrada como para continuarlo. No soy muy fan de los lobos ni los hombres lobo, me gustan más los vampiros; esta es la primera vez que escribo una historia con un lobo como protagonista xD, por el momento la identidad del lobo será anónima por lo que usaré otro nombre hasta que él decida contarle a la pobre mujer a la que atrapará :D (había pensado en Regal o Duncan, haber por cual me decido xD) así que necesito que me den una opinión por fa, además aclarando que será una historia rated M, ya se imaginarán, si es bien aceptada la continúo, si no, queda como one-shot. Gracias de ante mano por la oportunidad :D
Disclaimer: Los personajes utilizados en ésta historia pertenecen a Akira Toriyama.
EN LA OSCURIDAD
Cap. 1
Atracción
El solitario hombre percibió una intensa fragancia, completamente distinta a las que había percibido durante toda su vida, tan potente que atrajo toda su atención de inmediato. Fue como una descarga, aquella esencia (femenina, sin duda) sobresalía por encima de todas las demás invadiendo todos sus sentidos, penetrando en su cerebro de una forma tan violenta que anuló su parte más racional. Un gruñido ronco y silencioso surgió desde lo más hondo de su pecho. Cerró con tanta fuerza la mano alrededor de la copa de champagne que los nudillos se le pusieron blancos y su único pensamiento fue que esa mujer, la dueña de esa fragancia tan atractiva, debía ser suya y debía serlo ya; debía ser suya en ese momento, en el preciso instante en que aspiró su esencia y debía reclamarla para sí cuanto antes. Pero, ¿dónde encontrar a esa mujer, a la dueña de tan exquisita esencia?
Miró a un lado y a otro frenéticamente, tratando de hallar el origen de sus desvelos, pero todo estaba lleno de gente. Aquella era otra de esas reuniones sociales a las que tan aficionados eran los seres humanos, celebraciones de la alta sociedad dónde hombres y mujeres se juntaban en pequeños rebaños para parlotear sobre frivolidades. Era reacio a estas reuniones, pero dada su posición había momentos en que no había más remedio que hacer acto de presencia; allí estaba él, poniendo en práctica su entrenamiento en protocolo social humano para hablar con algunos conocidos que tenían relación directa con su firma. Lo que peor llevaba de estas reuniones, aparte de tener que socializar con humanos, era el olor que se concentraba en pequeños espacios cerrados. Todo se mezclaba fuertemente, las fragancias femeninas enmascarando olores naturales, la carne cruda cociéndose lentamente en las cocinas, el humo de las diferentes marcas de tabaco y el polen fresco de las flores de la decoración. Sufría horrores en lugares así.
De pronto un olor a sangre captó su atención, distrayéndolo del dulce aroma femenino. Se dio cuenta de que, de tan fuerte que cerraba el puño, había hecho añicos la copa y el líquido burbujeante provocaba un pequeño escozor en el corte. Rumiando una maldición se escurrió hacia los pasillos del servicio evitando cruzarse con nadie. Tiró los fragmentos a la basura y mientras se sacaba un cristal de la palma de la mano evitó salpicarse el traje con sangre, porque luego costaba mucho limpiarlo y en ese momento no tenía un traje de emergencia. Podía permitirse los trajes que quisiera, pero este era de un material especial (especial significaba que estaba hecho con texturas naturales sin ningún tratamiento químico adicional) que no le provocaba picores; si por él fuera, vestiría únicamente su propia piel, pero eso daría mala imagen y escandalizaría a más de una. Vigilando que nadie se fijaba en lo que hacía, lamió el corte de sangre y practicó un sencillo vendaje con el pañuelo que tenía en la solapa de la chaqueta. Rompería las normas de etiqueta, pero tal y como estaban las cosas, le importaba un carajo.
Regresó al salón principal. El grupo que amenizaba la velada interpretaba una pieza lenta y sensual, las voces eran un murmullo constante y los grupos de personas reducidos a corrillos de tres o cuatro personas. Cerró un momento los ojos y trató de discernir desde qué dirección provenía aquella fragancia que lo estaba volviendo loco. Como buen cazador, siguió aquel rastro que poco a poco se iba volviendo más intenso. O al menos él lo percibía con mayor intensidad, una mezcla a bosque, tierra y nubes, fresco, oscuro y seductor como una noche de luna llena. A su paso iba dejando atrás miradas de sensualidad femenina, pues como hembras que eran, todas (o casi todas) se sentían atraídas por él y su impecable y elegante aspecto. Su presencia las inquietaba y les provocaba morbo por igual, a todas les parecía un poderoso y esbelto depredador y no comprendían el porqué de esta atracción. Él lo sabía y evitaba tales encuentros en la medida de lo posible. Se topó directamente contra aquel aroma y frenó en seco, clavando la mirada en el frente.
Allí estaba ella, la mujer de la fragancia salvaje. Le daba la espalda, ofreciéndole una vista inolvidable de sus voluptuosas curvas mientras saludaba a un hombre importante. Parecía que la chica acababa de llegar a la fiesta, lo que explicaba porque hasta ese momento no había captado su olor. Volvió a inspirar profundamente, embriagándose con los matices seductores de aquella joven de hermosas curvas y piel pálida. Llevaba el cabello recogido en un moño muy alto y la curva de su nuca se le antojó tan exquisita que se le hizo la boca agua al imaginar una marca de sus dientes sobre la piel. Cubría su cuerpo con un vestido blanco plateado de finos tirantes y falda plisada, dejando a la imaginación sus largas piernas. No pudo evitar imaginarla desnuda sobre la hierba, bajo una luna llena grande y redonda recortada en el cielo nocturno, arrojando destellos plateados y dibujando sus formas en la oscuridad. Reprimió un aullido y se cerró el nudo de la corbata para evitar que su voz humana le jugase una mala pasada.
La muchacha se giró para mezclarse entre los invitados y se encontró de pronto con la mirada depredadora del hombre que la contemplaba. Él le sostuvo la mirada sin perder detalle de su rostro, grabándoselo a fuego en la mente, del mismo modo que su esencia se le había grabado y ya no podía oler otra cosa que no fuese ella. Tenía las mejillas sonrojadas, los labios apetitosos, una barbilla pequeña y una garganta delgada. Los ojos azules como el cielo en las mañanas, las cejas curvas y la frente despejada, en conjunto su cara era curva y suave como el resto de su cuerpo. Con hermosas curvas como una luna. Una mano masculina rodeó la cintura de la muchacha y la empujó hacia la fiesta. Por instinto, él le hubiera arrancado la mano a aquel humano que tocaba lo que era suyo sin permiso, pero recordó una vez más que reclamar a su hembra en público no daría buena imagen, además de que socialmente, las cosas con humanos se hacían de otra manera, por lo que reprimió un rugido de advertencia.
Ella no dejó de mirarle fijamente mientras la arrastraban hacia los invitados, con ojos de ciervo, brillantes y confusos. El misterioso hombre percibió que ella se mordía ligeramente el apetitoso labio inferior y sus mejillas se sonrojaban bajo la sombra de maquillaje. Su aroma se volvió picante, con una mezcla de temor. Se había asustado al verle. Sólo pudo sonreír de medio lado. La joven había reaccionado al verle y no comprendía porque, de pronto, se sentía atraída por un completo desconocido. Él tampoco entendía porque se sentía irracionalmente atraído por una humana...
- Serás mía, mujer - murmuró. - Antes de que amanezca, serás mía.
No la perdió de vista en ningún momento. Ella era su presa, así que a medida que ella se movía, él cambiaba de lugar para vigilarla desde una buena posición. La observó desde todos los ángulos, estudió cada curva de su anatomía, sonrió cuando ella reía y arrugó el ceño cuando ella se quedaba callada. Un par de veces ella se estremeció incómoda, como si supiera que la estaban vigilando y miraba disimuladamente entre los invitados. Pero no encontraría al desconocido si este no se dejaba encontrar. Un par de horas más tarde, él ya sabía todo lo que necesitaba saber tras unas cuantas preguntas: se llamaba Bulma y estaba casada con un empresario apellidado Shirota, pero su apellido de soltera era Brief, segunda hija de la familia Brief y todo parecía indicar que las cosas en casa no iban bien. No tenía hijos, había estudiado algo de robótica en la universidad pero lo había dejado al casarse y pasaba los días en casa mientras su marido trabajaba. Al hombre le ardieron las entrañas de rabia al saber que ese pedazo de carne que tenía por marido había tocado a la que era su mujer. En circunstancias normales se habría peleado con él por el favor de la hembra, pero todo era muy distinto en el mundo humano. Además, estaba el problema de que atacar al hombre o matarlo podía conllevarle una pena de prisión.
Lentamente, el instintivo hombre se estaba volviendo un poco más loco. Se frotó los ojos, cansado de reprimir sus instintos por el bien de la sociedad humana, torturándose con el aroma de aquella mujer a la que no podía tocar y a la que deseaba desnudar; con la que deseaba enredarse entre las sábanas. Porque no deseaba hacer otra cosa, sólo deseaba tumbarla y hacerla suya una y otra vez sin descanso, hasta que ella se rindiera al agotamiento. Después, cuando ella hubiera descansado, volvería a unirse a ella; tenía la sensación bullendo bajo la piel, la certeza de que jamás se saciaría con ella y que, pese al inoportuno inconveniente de estar atada a otro hombre, ella le pertenecía solo a él. Si esa noche no conseguía al menos un beso de esa boca rosada, se pasaría las semanas siguientes corriendo entre los árboles de pura desesperación, aullándole a la luna su desgracia.
La señorita Brief (pues él se negaba a llamarla señora Shirota) se separó, por fin, de su señor esposo y se dirigió al baño femenino. El cazador vio su oportunidad, desplazándose silenciosamente por entre las personas, alcanzó la puerta cuando esta no había terminado de cerrarse y se metió dentro. Estaba ya cansado de pensar en los mandamientos sociales humanos (un hombre en el baño de mujeres, ¡oh, dios mío!), y cansado también de contener el irracional deseo de olerla de cerca.
La chica giró sorprendida en cuanto vio venir al hombre, confundida de verle allí y asustada por las sensaciones que despertaba en su cuerpo el tenerle tan cerca. Su mente humana no podía comprender que lo que le ocurría es que ella también percibía el aroma masculino y le gustaba su olor, tanto que la calentaba por dentro.
- ¿Pero qué está haciendo...? - quiso preguntar, pero su frase quedó a medio cuando aquel desconocido la agarró de los brazos y plantó un beso desesperado en su boca. Pese a sus modales de cavernícola, su arrojo la excitó y se permitió un momento de debilidad ante el extraño hombre, apreciando la dureza de sus labios y la fuerza de sus manos.
- Llevo queriendo besarte toda la noche - gruñó él, empujándola contra la encimera de mármol de los lavabos. Ya no podía pensar más, su cerebro se había licuado y ahora solo deseaba dar rienda suelta a su naturaleza animal.
- C-creo que me confunde... señor... - gimió ella, estremeciéndose como una hoja en otoño, observando el color de la mirada del hombre a su lado, como una densa niebla oscura.
- No, sé perfectamente quién eres - susurró rodeándole la nunca desnuda con una mano y atrayéndola de nuevo a su cuerpo para hundirse entre sus labios en un beso profundo y apasionado.
Ella se puso de puntillas, demasiado impresionada para reaccionar y se aferró a las solapas del traje, tratando de frenar el deseo que crecía en su vientre y que la impulsaba a besarle con desenfreno. Era una mujer casada... aunque la vida matrimonial fuese nula. Sin darse cuenta, el hombre había deslizado los tirantes de su vestido por sus hombros y se dio cuenta de que sus pechos pronto quedarían al descubierto; entonces se percató de que sus senos estaban sensibles y erizados y no deseaba que él la viera así. Detuvo el beso y lo miró fijamente. El gruñó, de forma literal, con los ojos de negro más profundo y los rasgos de su rostro más endurecidos que antes. Le deslizó el vestido hasta sus caderas y de sus labios surgió un quedo gemido, totalmente involuntario. El hombre se lanzó a los labios femeninos de nuevo, su propia ropa le molestaba, igual que le molestaba la falda del vestido. Notó que ella reaccionaba por fin y se aferraba a su cuerpo, abrazándose fuertemente, presionando sus generosos senos contra su pecho. Llevó las manos por su cuerpo para apreciar el tacto de su piel erizada y hundió el rostro en su cuello, inhalando su aroma a mujer sensual y salvaje, a hembra excitada.
Entonces, se encontró de golpe contra su reflejo en el espejo del baño. Se había dejado llevar y su naturaleza animal había comenzado a apoderarse de él. Sus ojos se habían oscurecido, sus cejas y su barba se habían poblado, sus dientes se habían afilado y sus manos, morenas y grandes, habían cambiado hasta quedar a medio camino entre una mano humana y una garra. El traje se le había quedado casi pequeño y de un momento a otro iban a saltarle las costuras. Así no, pensó. No era así cómo ella tenía que verle. Así no era como tenía que verle su hembra, la madre de sus cachorros, la líder de su manada. Angustiado por la situación, por la cercanía de una hermosa mujer medio desnuda, por su aroma y por la pérdida de control, el extraño contuvo a su bestia y, despacio, permitió a su parte humana tomar el control. Solo cuando estuvo seguro de que su aspecto volvía a ser el de siempre, se apartó lentamente de la muchacha. Ella se cubrió el pecho con los brazos y le lanzó una mirada entre dolida y preocupada. Hubiera preferido un doloroso golpe antes que ver aquellos ojos azules pero con tonalidades grisáceas como dos lunas mirándole con recelo.
- No es así cómo debe ser – le dijo con la voz ronca. Le colocó de nuevo el vestido sobre los hombros y le dio un beso en la frente. - No mereces un revolcón en un baño público.
Ella, repuesta de la impresión, le cruzó la cara con un sonoro ¡plaf! y luego sacudió la mano para aliviarse el picor.
- ¡Imbécil! - espetó saliendo del baño. La agarró de la muñeca y la atrajo hacia sí, besándola furiosamente hasta que ella dejo de patalear y abrió la boca para él.
- Mereces que te haga el amor en condiciones; mereces correr desnuda bajo la luna, sintiendo la hierba sobre tus manos y tus pies descalzos. Mereces sentir la lluvia sobre tu cuerpo, sintiendo las gotas de agua deslizarse por tu piel... Mereces sentir el viento y la brisa entre las piernas, las hojas de los árboles, el olor fresco de la mañana justo al amanecer - le susurró entre los labios calientes con toda sinceridad. Era algo que él, como lobo, podía sentir. - Disculpa mi arrebato, pero hueles demasiado bien y eso me aturde. Permite que te invite a cenar a modo de compensación por mi sucio comportamiento y luego decide si quieres olvidarme o no.
- Pero estoy casada... - fue lo único que ella acertó a decir.
- Yo me encargaré de eso, querida Bulma Brief - le aseguró el hombre frente a ella - Yo me encargaré de eso...
