En la edad antigua, el mundo era amorfo y estaba envuelto en niebla. El plano superior, una tierra de riscos grises, árboles gigantescos y dragones eternos existentes desde el inicio de los tiempos. El plano inferior, lugar oscuro y desconocido por la luz era el hogar de otros seres, seres durmientes y débiles ante la oscuridad.

Pero entonces, en medio de la edad antigua, llegó el fuego, la Primera Llama, y con ella la disparidad. Calor y frío, vida… y muerte, y por supuesto… Luz y oscuridad. Aquellos seres del bajo plano, despertados por la luz y movidos por la curiosidad encontraron en ella el alma de los Dioses, los cuatro seres, los Gigantes tomaron su poder convirtiéndose en divinidades semejantes a los Dioses. Nito, el primer no muerto tomo el alma que representaba la muerte. La Bruja de Izalith y sus hijas del caos, fueron imbuidas con el alma de la vida. Gwyn, el señor de la luz y sus caballeros fue el representante del alma de la luz y el último, a menudo olvidado, Pigmeo Furtivo, quién en secreto descubrió el alma que representaba la oscuridad.

Pigmeo Furtivo desapareció y Gwyn tomó el lugar de líder entre los gigantes, con la fuerza de los dioses desafiaron a los dragones y con la ayuda de uno de ellos, Seath el descamado quién traicionó a sus hermanos con escamas, dragones inmortales, dando el secreto de su inmortalidad y revelando su mayor debilidad, que los poderosos rayos de Gwyn despellejaron sus escamas pétreas. Las brujas tejieron en su tierra tormentas de fuego, Nito provocó una miasma que embargaba de muerte y enfermedad y los dragones desaparecieron.

Así comenzó la Edad del Fuego.