Aclaración: Los personajes y todo aquello que identifiquen pertenece a J.K. Rowling, sólo la trama es mía, producto de mi retorcida mente.
Hola a todos!
Bien, pues después de terminar con Casi Emabrazados, regreso ahora con una historia completamente distinta.
Lo cierto es que esta historia ya la había publicado antes, fue el primer dramione que escribí (solo llegué a escribir 18 páginas en Word) pero como era el primero, la realidad es que estaba plagado de errores, incongruencias y muchos fallos argumentales, de manera que decidí reescribirlo.
Está inspirado en el fragmento que publiqué aquí hace muuuuucho tiempo y que luego eliminé : ( pero cabe aclarar que no se trata de la misma historia.
Sinceramente espero que les guste, por lo pronto, para comenzar bien, les traigo un capítulo de 22 páginas listo y calientito para comer aquí :D
Ahora no les quito más el tiempo, salvo para pedirles que busquen una hermosa canción en Youtube: The truth beneath the rose, de Within Temptation, que es la responsable absoluta de que haya comenzado a escribir esto para todos ustedes.
Sin más por ahora, háganme saber que aún están conmigo y dejen un comentario ;) Se aceptan sugerencias, aclaraciones, reclamos, quejas, crusios, avadas y lo que se les ocurra; saben que un miserable review es lo único que pide mi musa para seguir trabajando n.n
Ahhh, otra cosa, lo más importante: Gracias a todas las lectoras que se han mantenido conmigo a lo largo de mis otras publicaciones, y para las que a penas han caído aquí por cosa del destino, Bienvenidas…!
Con amor, para ustedes, Lilith Röse Malfoy.
"Las grandes historias siempre comienzan por un sentimiento que se vierte sobre tinta y papel"
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Octubre 25, 1392, en algún lugar de Inglaterra
No puedo explicaros el desabrigado miedo que siento al escribir estas palabras, líneas que no sé si algún día serán leídas, dejo constancia de la única verdad absoluta que conozco; el amor es la mentira más asquerosa de la humanidad, no porque no exista, sino porque todos creen haberlo sentido. Sólo quienes hemos amado con intensidad y arrojo sabemos que un "Te Amo" puede cambiar toda nuestra existencia, que una mirada basta para doblegar la voluntad y un beso, sólo un beso, para condenar el alma. El deseo puede ser mortal, así como la pasión fatídica, la vida nos teje caminos desde nuestro alumbramiento, tan infinitos y complicados como la fina tela de una araña; nos atrapa, nos deja creer que somos libres, para después descubrir que somos títeres de un destino más grande que nosotros mismos. El objeto de nuestro más profundo desprecio puede ser el más deseado, así mismo lo que más odiamos llega a ser lo que nos mantiene vivos; en el río infinito e incontenible que es el tiempo, nacen historias mientras que otras mueren, en sus aguas se escurre la tinta de cada vivencia, pasamos a formar parte de la inmensidad, ¿pero podremos reencontrarnos a nosotros mismos? ¿el amor eterno sobrevivirá a través de las memorias muertas? No lo sé, por ahora me conformo con dejar mi propia historia, con la firme esperanza de que mi amado y yo permanezcamos unidos por lo menos sobre tinta y papel.
Ahora me doy cuenta, puedo sentirme feliz, después de todo, no vale la pena vivir sin haber amado, y ahora que he amado puedo morir sabiendo que no todo fue en vano.
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Los bastos techos de piedra negra se cernían implacables sobre su presa, cerrándole el futuro como fauces de un lobo, obscurecido por su destino, el mismo que ella había elegido. La joven de largos rizos castaños alisó el viejo trozo de pergamino amarillento sobre el único espacio seco de aquel calabozo, se mesó los cabellos suavemente sumergida en sus recuerdos y se dispuso a contar su historia. El polvo se arremolinaba en la breve corriente de brisa que se colaba por la alta ventana, la luz de la tarde golpeaba los barrotes con furia y un eco helado parecía susurrarle al oído. Hermione Granger levantó la pluma de águila trozada a la mitad y aprovechando el manantial en su costado, comenzó a escribir con su propia sangre.
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Tras años de encarnizada guerra el pequeño pero enriquecido reino se había restablecido; las revueltas continuaban extramuros de la hermosa ciudadela, pero eso era algo que sólo concernía a los campesinos, gitanos, duendes, centauros, sirenas y todos aquellos que no pertenecían a la fleur de la sociedad, la prominente nobleza mágica.
Cien años atrás Gran Bretaña se encontraba dividida en pequeños reinos acaudalados, sentados bajo las firmes bases de sus propias monarquías. Abusando del derecho de sangre y del oro contante, unos a otros se destruyeron, quedando en ruinas olvidadas, todos menos uno, el que prevalecía hasta el tiempo que nos atañe, el remanente reino de Eilën Dracöiz; gobernado por su gran soberano Lucius Malfoy, y su heredero al trono, Draco Malfoy.
Lo cierto es que, aún cuando la corte era muy pequeña, el basto reino se regía por todos los protocolos parlamentarios de los homónimos reinos muggles; dentro de la ciudadela todo era derroche de finas telas, joyas y excentricidades, pero la realidad para los servidores del reino era completamente distinta. Las familias de gitanos se dedicaban a huir de pueblo en pueblo, cazados brutalmente por los campesinos en cada aldea; eran un grupo vulnerable y marginado, pues a pesar de ser magos, en muchas ocasiones de sangre limpia, su solidaridad con los rebeldes en épocas pasadas los había relegado a la última escala social, la corte los había destituido del uso de sus varitas y ellos habían tenido que recurrir a desarrollar su magia de formas diferentes para su propia subsistencia, infringiendo así el uso apropiado de la magia, razón por la que ahora se les daba caza. El caso de los campesinos no era muy distinto, pues aún cuando ellos se consideraran parte del reino simplemente eran los pilares alimenticios de la corte, la mano de obra mal retribuida del poderío Malfoy. En cuanto a las criaturas mágicas, se habían exiliado ellas mismas a las lejanías de los bosques, evitando su propia esclavitud y la socavación a la dignidad de sus razas; en cambio, los seres obscuros, las criaturas tenebrosas, se sostenían cuidadosamente al filo de la navaja, sin mezclarse con la sociedad ni aislándose de ella, siempre en las sombras, siempre al asecho. Así funcionaba el mundo en el punto de partida que da origen a esta historia.
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La lluvia caía copiosamente sobre la casa de Lady Granger; la construcción era hermosa, soberbia, gruesos muros de adobe pintados de blanco, exóticos biseles tallados en mármol rojo granate y una perfecta simetría de doce ventanales de madera con vista hacia los jardines exteriores. Un largo camino de grava roja conducía hasta el porche principal atravesando profusos jardines de rosas rojas y blancas, encontrando su fin en una fuente de mármol blanco e inmaculado que representaba con gran maestría un complejo laberinto por el que corría el agua hasta precipitarse en el nivel inferior cubierto de lirios acuáticos. La casa de Lady Granger era, a todas vistas, una obra de arte en la que habitaban únicamente ella y su amada hija, Hermione.
Aquella fría mañana de noviembre, madre e hija presenciaban desde los balcones de su hogar el acontecimiento político del año: el pequeño príncipe Draco, heredero al trono de Eilën Dracöiz partía hacia el gran continente en busca de sabiduría. Con apenas siete años el encantador principito, con la cara pálida de los nervios, montaba un imponente caballo blanco acompañado de una comitiva compuesta por 200 de los mejores guerreros del reino,
Viajarían poco más de una semana hasta los puertos, y ahí abordarían una enorme embarcación y partirían hacia tierras lejanas y desconocidas. ¡Ahhh, lo que sería viajar tan lejos! Pensaba la pequeña Hermione, contemplando con adoración los vistosos estandartes verdes y plateados que ondeaban bajo la lluvia. ¡Todas las cosas que vería el príncipe! ¡Todo lo que aprendería! Su sonrisa crecía sobre las infantiles mejillas sonrosadas de la niña, soñando con dragones y castillos en las nubes, monstruos marinos y animales míticos.
En medio de su regocijo, por un fugaz momento su mirada se cruzó con la del joven príncipe y en ese instante su seguridad y anhelo por la aventura la abandonaron de golpe, dejando solo la angustia compartida de la incertidumbre y la soledad.
Hermione, sin importar lo emocionante que fuese el mundo, no querría explorarlo sin su madre acompañándola; y hasta ahora reparaba en que el niño viajaría solo, sin su padre, dependiendo de extraños y sin nadie que le diese un abrazo para confortarlo.
Qué triste es ser príncipe, pensó la pequeña, tanto oro, tanta gente y aún así estar siempre solo.
Quizás hasta los príncipes hijos de reyes poderosos necesitaban charlar con alguien; quizás también tenían miedo y les asustaba la obscuridad. De pronto, una sonrisa inocente se dibujó sobre su rostro.
- Madre, madre.- llamó la pequeña jalando con impaciencia la manga del vestido de Lady Granger.
- ¿Dime, mi niña, qué ocurre?.- preguntó la joven mujer abrazando a su unigénita.
- ¿Crees que sea posible enviar una carta al mar?.- preguntó la pequeña con la ansiedad bailando en su voz.
- ¿Al mar?.- preguntó su madre, sin comprender.- Pero querida, el mar…
- Me refiero a un barco, madre.- explicó la niña, acercándose al oído de la mujer para hablar en voz baja.- Creo que el príncipe estará muy solo, me gustaría poder escribirle algo que lo haga sentir mejor.
La risa cristalina de Lady Granger resonó como campanillas de plata por la habitación, llamando la atención del resto de los invitados.
- Cariño mío, se supone que el príncipe esté solo.- explicó Jean a su hija, susurrando a su oído.- es una prueba de valor y de fortaleza, enviarle cartas sería hacer trampa.
- Pero mamá… el príncipe no tiene una mamá… ¿crees que a la reina, esté en donde esté, le guste saber que su hijo va a estar solito? ¿A ti te gustaría que yo lo estuviera?
- No hija, no me gustaría; pero la reina seguramente sabe que es necesario para que el príncipe crezca fuerte y que sea un buen rey cuando reciba la corona de su padre.
Con un puchero de angustia, la niña decidió no discutir más con su madre; haciendo una graciosa reverencia se excusó con los comensales y se retiró a su habitación.
Lloró mucho, hasta que los sollozos sin lágrimas quedaron atrapados en su pecho. Ser príncipe era una crueldad y ella no permitiría que el asunto se quedara así.
Esa noche, cuando todas las luces se hubieron apagado, la futura Lady Granger bajó directo a la lechucería de su madre y colocando toda su fe en aquel pequeño pergamino envuelto en un pañuelo de seda, lo introdujo en una caja de chocolates y lo ató a la pata de un halcón gris como la luz de la luna.
- Encuentra al príncipe Draco.- ordenó al halcón que la contemplaba con sus confusos ojillos amarillentos.- D-R-A-C-O.- deletreó lentamente.- Entrégale mi carta cuando esté solo, que nadie te vea.- sacó una galleta de nuez de su bolsillo y la ofreció al ave.- Hay más de donde vino esta.- dijo como sobornando al animal, con una sonrisa pícara.- tendrás todas las que quieras cuando regreses con una respuesta de él.
Y así, en medio de una fría noche de lluvia, una pequeña niña conmovida por la soledad ajena cambió el curso entero de un reino.
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Pasaron cuatro largos años y Hermione, ahora casi convertida en una señorita, agotaba los escondites disponibles para guardar sus cartas provenientes del otro lado del mar. La alacena de las escaleras, las tarimas de su alcoba, la caja fuerte de la fuente, los hoyos en las caballerizas, los ladrillos sueltos en la chimenea, su almohada de plumas de hipogrifo y los cajones bajo su cama estaban todos atestados de largos pergaminos llenos de una letra diminuta.
Cada semana, sin falta, su majestad, Draco Malfoy, enviaba un detallado relato de sus aventuras; Hermione leía una y otra vez sobre las batallas contra los gigantes, el horroroso grito de muerte de las banshees, lo espeluznantes ínferis del mar muerto, los nuevos amigos de Draco, las travesuras que hacían y sobre todo, lo mucho que ella significaba para él.
Ahora que había pasado tanto tiempo, la chica se sorprendía al ver las primeras cartas, los toscos trazos de una letra infantil y los extraños dibujos de una hidra hecha de líneas y bolitas, dementores que parecían cortinas flotantes, y un hombre lobo aparentemente calvo; a diferencia de aquellas preciosas cartas, la caligrafía de Draco se había convertido en una serie de finos y elegantes trazos, plagadas de descripciones casi poéticas y una elocuencia capaz de mantenerla leyendo noches enteras. La vida era buena, tranquila, y ella era completamente feliz.
Un día, al caer la noche, el conocido aleteo de un ave contra el cristal de su ventana la despertó de golpe, con premura desenrolló el pergamino, confundida, puesto que no era día de correspondencia; leyó las líneas una y otra vez, y una sonrisa iluminó su rostro.
"Mi muy querida Hermione:
Hoy Potter y yo hemos hablado sobre el matrimonio. Me ha dicho que como príncipe probablemente estoy comprometido con alguien desde que nací y que dentro de siete años, cuando vuelva, lo primero que harán será casarme, aunque en realidad nunca había pensado en ello y por lo tanto jamás he investigado el tema. El pensar en alguien con quien he de pasar toda mi vida me hace querer que sea alguien con quien jamás me sienta solo; espero que si estoy comprometido con alguien sea contigo. Y si no es así, soy el príncipe ¿no? De manera que cuando vuelva a la ciudadela, pediré tu mano y si no me la dan, huiremos juntos tan lejos que nadie jamás podrá separarnos. Siempre y cuando, claro, tu aceptes. Entonces, Hermione, ¿qué tal te caería ser reina de Eilën Dracöiz?"
Conmovida hasta el infinito, la joven de diez años corrió a darle la noticia a su madre, incapaz de seguir guardando el secreto. En aquellas épocas ninguno de los dos sabían de la existencia del amor, y tampoco estaban enamorados, claro, pero ella quería ser reina y le emocionaba pensar que Draco quisiese tenerla a su lado para siempre.
Sin ninguna sutileza irrumpió en la alcoba de su madre, quien dormía apaciblemente sobre el lecho. Quizás la noticia la mejorara y la hiciese recuperar la salud. Para aquellos tiempos, Lady Granger vivía muy enferma, acosada por una horrible tos sanguinolenta que solo se agravaba cada vez más, sin que los sanadores encontraran cura alguna.
Día tras día su piel era más pálida, su figura más delgada; su cabello se caía a mechones y sus labios, antes rojos y frescos, lucían resecos y lacerados. Ya no bajaba al comedor para la cena, pasaba el día encerrada en su habitación, tendida sobre la cama temblando de frío aún con cuatro pesadas cobijas de lana y una piel de lobo encima. Quizás la noticia la pusiera mejor, quizás saber que su hija podría ser reina la haría reir como antes.
- ¡..Madre..!.- dijo la jovencita sacudiendo con cuidado el hombro de Jean Granger.- ¿..Madre..?.- el pánico comenzó a invadirla al sentir la frialdad de su piel.- Madre, despierta… madre… por favor.- con voz quebrada y manos temblorosas continuó rogando a su madre que despertara.- Mamá, por favor, me estás asustando…
Sintiendo el alma fuera de su cuerpo, giró el cuerpo delgado de su madre bajo la luz de la vela, para descubrir sus grandes ojos marrones abiertos y resecos, contemplando algo más allá de la nada.
Una mosca zumbó en el silencio de la noche, y la casa de la difunta Lady Granger se llenó de los hórridos gritos de angustia de su única descendiente y aquella última carta quedó sin respuesta para la eternidad.
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Habían pasado once años desde que el pequeño Malfoy había partido, ahora el reino estaba expectante sobre su llegada, que había sido anunciada con ostentación para el inicio del otoño, al anochecer del día siguiente se daría una gran fiesta en el castillo y se presentaría también a la prometida del príncipe.
Hermione era una mujer ahora, ya no se preocupaba por alguien a quien había escrito algunas notas cuando tenía solo seis años; desde que su madre muriera había tenido que encargarse de las tierras heredadas por su madre, así como la casa, los sirvientes, el oro y, por supuesto, su marido.
Al quedar huérfana debió buscar el apoyo de un hombre para su hogar, y la mejor propuesta había llegado del Lord Weasley, miembro importante de la sociedad, extranjero y con una pequeña hermana que cuidar.
Esa tarde, Hermione y su cuñada bordaban pañuelos de seda con hilos de oro. Con un aleteo agitado una lechuza negra como la noche se encaramó al alféizar de la ventana, mojando el piso de mármol con numerosas gotas de lluvia; atado a la pata derecha llevaba un rollo de pergamino lacrado con el escudo real.
En la inmensa sala de estar donde trabajaban apaciblemente las dos jóvenes y hermosas mujeres sólo se escuchaba el ulular de la lechuza y el suave rasgueo de los hilos al unirse a la seda.
Hermione desató el pergamino de la pata de la lechuza, rompió el sello de la carta y leyó en voz alta:
"Apreciable Lord Weasley
Con motivo del regreso de nuestro futuro soberano, se le convoca a usted y a su familia a la mascarada de bienvenida que se ofrecerá en el castillo mayor de Eilën Dracöiz el día de mañana al atardecer, para celebrar el retorno de su majestad, Draco Lucius Malfoy.
Sin más por el momento, y esperando su confirmación, me despido de usted,
Justin Finch-Fletchley,
Heraldo primero de la Casa Real."
-Valla, una fiesta más, Ginevra.- opinó Hermione, con una mueca de hastío plasmada sobre su rostro.- me parece que deberíamos aprovechar todo ese oro para cosas más productivas.
Lo cierto es que la situación en el reino era precaria, por no decir al borde de la miseria. Y no es que las casas nobles vivieran con carencias de ningún tipo, nada más lejos de la verdad, sino que las bases del reino, la gente, el pueblo, los plebeyos, ellos eran quienes comían un día sí y muchos no. La gente común pululaba de un lado a otro de la ciudadela en condiciones denigrantes, carentes de ropa limpia, prendas abrigadoras y comida que los sustentase; en muchos sentidos parecía una grosería hacer alarde del regreso de un tipo que sería seguramente tan cretino como su padre, derrochando comida suficiente para alimentar a todo el pueblo mientras éste pasaba penurias y desasistencias. Hermione, por supuesto, no había experimentado en carne propia aquellas desesperadas condiciones, pero observaba; era una mujer inteligente, no podía simplemente taparse los ojos con un fino encaje de seda para no ver la cruda y dura realidad que la rodeaba. En ocasiones, un sentimiento de incomodidad se instalaba sobre su pecho, haciéndola sentir una hipócrita consumada al compadecerse de los pobres mientras ella dormía en medio de lujos, pero hacía lo que podía: daba alimento y techo a los campesinos que llegaban a su casa en medio del infortunio, procuraba dar trabajo a los padres de las familias más necesitadas e incluso había contratado una docena de institutrices para educar por lo menos en lo más básico a los pequeños que vivían en las casuchas de los sembradíos… Lo triste era, que por mucho que lo intentara, ella sola no podría jamás terminar con el sufrimiento de su pueblo, y temía el día en que este se extinguiera, desmoronado ante la crueldad de un gobierno que en lugar de ayudarles los explotaba sin piedad.
-Tienes razón.- continuó la joven pelirroja que estaba entretenida con su bordado.- pero qué saben ellos? Ninguno tiene noción de lo que se vive tras los muros de la ciudad. No saben lo que es el hambre, el frío, la incertidumbre de sobrevivir a tientas un día más.- la voz amarga de Ginnevra encerraba un coraje mal disimulado.
Hermione se quedó meditando sobre las palabras de su cuñada, de alguna forma le parecía entender entre líneas que ella sí había vivido los periodos de asueto del reino, y aunque eso era virtualmente imposible pues era noble, no dejaba de parecerle extraño. Lo cierto es que no conocía mucho de la familia de su esposo, pero deducía bastantes cosas de comentarios lanzados al aire; aunque prefería no sacar a relucir el tema.
-Bien, y deseas ir, Ginny?
-No lo sé, tanta hipocresía me enferma, creo que prefiero quedarme en casa antes que peregrinar entre una bola de aduladores pretendiendo disfrutar de esa ridícula fiesta.
-Bueno, ésta será de antifaces, puede que sea interesante.- meditó la castaña un poco, movida por la curiosidad propia de los eventos multitudinarios.- después de todo tu ya debes buscar marido y hace mucho que no asistimos a las fiestas del castillo.
-No es para tanto, sólo soy un año menor que tú.- Ginny pareció meditarlo un poco.
Ginevra Weasley era una joven exóticamente hermosa, de una belleza surrealista, con sus largos cabellos tan rojos como la sangre y su piel tan nívea como la leche, y lo cierto es que estaba incluso sobrepasando la edad casadera. El matrimonio era un mal necesario, tanto para conservar y expandir la fortuna, como para preservar una buena imagen social, pero el amor… el amor era para los afortunados, más bien la excepción, no la regla. El matrimonio no tenía más importancia que un contrato comercial, en el que se negociaban tierras, dotes, joyas y títulos, nunca sentimientos. Como mujer, una cumple su máximo propósito como bien comerciable, y si se es hermosa, como Ginevra, probablemente contarán con el añadido prodigioso de encontrar el amor con su marido en algún momento.
-Supongo que será bueno pasar un rato por el castillo.- accedió la joven luego de sopesar la idea vagamente, se levantó de la enorme mecedora y se dispuso a abandonar la habitación.- creo que por ahora iré a dar una vuelta, llegaré antes de que anochezca.- dicho esto salió dejando atrás a la desconcertada esposa de su hermano.
Esos paseos vespertinos ya se habían hecho costumbre para Hermione, aunque le intrigaba el hecho de que Ginevra siempre evadía el tema a la hora de decir a dónde salía. La tarde era tediosa, pues como dama de sociedad no tenía ninguna obligación más que lucir bien.
¿A dónde cabalgaría Ginevra, envuelta en su capa de seda negra? ¿Iría a encontrarse con algún amante anónimo? ¿O solo era su forma de escapar a una sociedad denigrante y retrógrada?
En un acto irreflexivo la joven mujer, que aún sostenía en sus manos el pergamino, salió disparada a las caballerizas, esperó tras un seto y vio partir a la pelirroja en un corcel negro.
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La comitiva avanzaba entre el bosque con los estandartes ondeando al viento, el veloz galopar de los caballos rompía la quietud de aquellos páramos verdes, mientras levantaban profusas nubes de polvo a su paso.
Draco Malfoy, ataviado con una armadura común y corriente cabalgaba a la cabeza del grupo, y a su derecha, muy de cerca le seguía su futuro consejero real.
El sol comenzaba a descender en el firmamento cuando finalmente las altas torres de la ciudadela aparecieron por encima de los árboles, lejanas aún.
Con un gesto discreto, su acompañante le indicó que se adelantasen un buen trecho; azuzando las monturas pronto dejaron atrás a la legión que los acompañaba, y aminorando el paso de nuevo, retiraron los yelmos de sus cabezas.
- ¿Entonces? ¿La buscarás?.- preguntó su mejor amigo alzando la voz por encima del viento.
- No lo se… probablemente ya ni me recuerda, o murió, o peor aún, está casada.- respondió el príncipe, recordando con pesar las numerosas cartas que había recibido cuando era tan solo un niño asustado en un mundo de adultos que pretendían forzarlo a crecer.
- Eres el rey del optimismo.- bufó su acompañante con cierto fastidio.- En cualquier caso, si no la buscas, si no investigas, nunca lo sabrás.
Draco meditó sobre las palabras de su amigo, tenía razón, aunque a estas alturas no sabía si era mejor quedarse con la duda o descubrir que ella estaba ya muy lejos de sus posibilidades.
Como fuere, tampoco es que pudiera casarse con ella, suponiendo que no fuera un adefesio con cara de Troll como Potter había dicho, puesto que no recordaba haberla visto nunca; él ya estaba comprometido, y a diferencia de su infancia ahora sabía que había cosas que, príncipe o no, no podría manipular a su antojo.
¿Y si resultaba que ella estaba sola? ¿Soltera, sin compromiso alguno… qué le pediría? Nunca podría humillarla pidiéndole que se convirtiese en su amante, asi que lo mismo daba si no llegaba a conocerla nunca.
Pero lo que Draco nunca consideró es que no somos nosotros quienes tenemos control sobre nuestras vidas, ni siquiera las circunstancias o las casualidades, sino el destino, con el que no podemos interferir por más que lo intentemos.
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Los vestidos y las joyas no eran obstáculos para una mujer como Hermione, recorrió la inmensa cuadra de monturas y, al igual que su cuñada, tomó las riendas de un blanco corcel, lo montó y se apresuró a seguirla a una distancia prudente.
Una media hora después, siguiendo el rastro de su cuñada, salió de los límites de su propiedad para internarse en la profundidad desconocida del bosque.
El camino se tornaba cada vez más lúgubre, los árboles se cerraban sobre la senda dando la perfecta apariencia de una noche densa, el lastimero canto de las aves y el murmullo del viento lo hacían parecer incluso más aterrador, en algún lejano lugar aulló un lobo, y mil ecos del horrido sonido resonaron como fantasmas entre los troncos cubiertos de musgo.
Hermione comenzó a preguntarse si había sido una buena idea perseguir a una chica loca a sabrá Merlín qué lugar peligroso.
Tras casi una hora de cabalgata el sendero comenzó a despejarse, dejando ver un claro en medio de aquel bosque apabullante; una vasta extensión de césped se abría más allá de los altos robles del bosque, salpicando su verdor con el rojo encendido de las flores silvestres. Al acercarse cautelosamente, cuidando de no producir ningún sonido que la delatara, descubrió que Ginny había detenido el caballo en la orilla opuesta del claro y estaba descendiendo al suelo.
Impulsada por la curiosidad, bajó de su montura, justo ahí donde terminaba la arboleda para no ser vista, aseguró el animal a un tronco y comenzó a rodear el claro. A medida que se acercaba al punto en donde Ginny había bajado fue descubriendo entre las sombras un pintoresco conjunto de casitas pequeñas, adosadas entre los árboles, adornadas con mantas coloridas; desde pequeñas chozas hasta altas construcciones evidentemente equilibradas una sobre otra por medio de magia, aquello parecía todo un pueblo escondido en el resguardo de la naturaleza. A sus pies vio una enorme gallina revoloteando, y siguió avanzando en absoluto silencio. Con cautela y determinación se abrió paso hasta lo que parecía ser el centro de aquella pequeña comunidad y la escena que se presentaba ahí la dejó anonadada.
Desde su escondite, tras una de las casuchas, pudo observar que un grupo de gente se congregaba en ese pequeño espacio, luciendo ropas fuera de lo común, faldas amplias y frescas con volantes coloridos, blusas flojas con escotes escandalosos, fajines de seda anudados a las caderas bordados con un montón de moneditas de oro, cuentas y piedras brillantes, los cabellos al viento y los pies enfundados en curiosos zapatos de tela.
Niños medio desnudos corrían por todos lados, a penas cubiertos con coloridos harapos, varias jóvenes madres amamantaban a sus hijos así, sin pudor, frente a lo que parecía ser una asamblea. Todos los habitantes del poblado parecían estar reunidos ahí.
-Madre.- dijo Ginny dirigiéndose a una mujer de cabellos tan rojos como ella y besando su mano. La mujer, de estatura pequeña y expresión preocupada, esbozó una frágil sonrisa y atrapó entre sus brazos a la chica.
-Ginevra, por fin llegas.- dijo la mujer, liberando a la joven de su abrazo.- tus hermanos ya están aquí. Han traído provisiones y protección.
Detrás de unos árboles salieron dos chicos idénticos, con el cabello tan rojo como el de Ginny y su madre. Eran notablemente atractivos, con idénticos seños fruncidos de preocupación sobre sus ojos azules; vestían el atuendo propio del ejército real, con espadas al cinto y un arco enclavado en su espalda junto a un carcaj repleto de flechas emplumadas. Cargaban a rastras un enorme arcón repleto de granos, cereales y armas. Arcos destemplados, flechas resanadas, espadas melladas, largos cuchillos oxidados e incluso algunas abolladas armaduras.
-Fred, George, que gusto verlos.- saludó ella a sus hermanos con un abrazo fraternal.- cuanto tiempo.
-Lo se, pero sabes que todo es por una buena causa, ¿cierto?.- dijo uno de los hermanos, revolviendo con cariño el cabello de la chica.
-Entiendo…- respondió ella, perdida en sus pensamientos.- ¿pero no podría lograrse esto sin arriesgar la vida de todos ustedes?
-Para eso te llamamos.- dijo un hombre casi completamente calvo, pero aún así los restos de cabello que le quedaban eran de un rojo brillante.- hemos descubierto cómo podríamos salvar a la parte de nuestra tribu que aún sobrevive.
El silencio absoluto se hizo presente entre todos los congregados ahí, pendientes de las palabras de aquel hombre, que aparentemente representaba una figura de importante autoridad.
-Sólo dime que debo hacer y no dudaré ni un segundo, padre.- aseveró Ginnevra, hincando con reverencia una rodilla sobre la tierra fresca.
El padre tomó la mano de su hija y con un gesto amable la guio dentro de una carpa teñida de un deslavado azul turquesa.
Todos los pelirrojos entraron a la vivienda, seguidos de cerca por el resto de las personas que conformaban aquel extraño grupo.
Detrás de la choza más próxima, Hermione trataba de darle a su cerebro una explicación coherente para lo que acababa de ver. ¡Gitanos! Su cuñada era una gitana prófuga, y por lo visto su esposo también; ¡se había involucrado con gitanos! Eso no tenía ni pies ni cabeza. Con intención de acercarse a la reunión y enterarse de lo que pasaba ahí dentro se escabulló sigilosamente a un costado de la casa, pero en su travesía un sonido interrumpió la calma, el inocente llanto de un crío.
Desesperada por escapar antes de que alguien la viera corrió con toda su fuerza hacia su caballo, rodeando el claro, pero era demasiado tarde, un grupo de esos extraños hombres se encontraban preparando flechas para cazarla. El corazón de la castaña golpeaba contra su pecho como un tambor de guerra, con el pensamiento de que podría morir en cualquier momento y nadie lo sabría. Entre jadeos y tropiezos alcanzó por fin el abrigo del bosque, sin embargo, a punto de llegar a su montura, una salva de flechas pasó volando sobre su cabeza.
Sin pensarlo dos veces, subió apresuradamente al caballo y emprendió el galope tendido, pero antes de poder voltear el camino una flecha rosó su brazo, dejándole una sanguinolenta flor dibujada en la manga del vestido.
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Frente al campamento gitano, Ginevra Weasley contemplaba con rabia la espesura del bosque, maldiciéndose a sí misma por haber guiado una nueva amenaza hasta su gente. Mientras sus hermanos recogían las flechas que aun podrían ser reparadas, Ginny barajeó en su mente mil posibilidades sobre la identidad de aquel intruso, sin encontrar la relación que la llevase a conocer su identidad.
- Tendremos que mudar el campamento o volverán por nosotros.- declaró su padre colocándole apesadumbrado el brazo sobre los hombros.
- La gente no podrá soportar otra emigración.- argumentó la matriarca Weasley, frotando sus manos entre sí con preocupación.- no hay comida suficiente, y el invierno está por llegar, no lograremos huir sin perder muchas vidas en el camino.- explicó la mujer, con los ojos cristalizados en lágrimas.
- No perderemos a más.- declaró con firmeza la chica.- yo he ocasionado esto y yo lo remediaré.- prometió solemne clavando sus fieros ojos avellana sobre los de sus padres.- Descubriré quién me ha seguido y me aseguraré de que no represente ningún peligro para nosotros, ni para el plan que debo llevar a cabo.
Inmediatamente después, sin a penas despedirse, la joven subió a su montura y desfogó su rabia galopando como alma que lleva el diablo hacia las profundidades del bosque.
- Molly… yo no quiero a mi hija convertida en una asesina.- declaró Arthur con profundo pesar, abrazando cariñosamente a su esposa.
- Hay cosas en el mundo que no podemos ni debemos cambiar.- replicó la mujer, acariciando la mejilla de su esposo.- Si el destino dice que nuestros hijos mancharán sus manos con sangre, que sea por un bien mayor; y si no es eso lo que debe ocurrir, entonces el destino mismo se encargará de guiarlos por otros caminos.
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El cielo lucía despejado, por fín, después de una noche de brutal tormenta; sobre el inmenso azul del océano una enorme embarcación de madera con tres mástiles y un poderoso rompeolas en forma de Dragón surcaba las aguas plácidamente con las velas izadas, como acariciando el mar.
Sobre la cubierta principal, un hombre veía hacia el horizonte en busca del atisbo de tierra que indicaría que había llegado a su nuevo hogar. Sus penetrantes ojos verdes se perdían en la inmensidad de las olas mientras la brisa bañaba suavemente su tez blanca alborotando sus cabellos castaños; de su cuello pendía un colgante de plata que consistía en una enorme T cruzada por una rosa y una espada.
Por mucho que pensara y re pensara la situación, continuaba sin poder creer que ahora, en lugar de tomar el sitio que le correspondía por derecho de nacimiento, debía buscar asilo porque toda su vida había terminado sin poder hacer nada para detenerlo.
Él, el Príncipe Theodore Nott buscando asilo con parientes que ni siquiera conocía, y todo porque de príncipe solo le quedaba el título. Su reino había perecido completamente a causa de la peste negra que ni la medimagia podía sanar. Navegaba con rumbo a Eilën Dracöiz, las tierras de su tío Lucius, para comenzar una nueva vida.
- Buenos días, su Majestad.- saludó una voz femenina destrás de él.
Con calma, Theodore se volvió hacia la dueña de la voz, Daphne Greengrass, y esbozó una sonrisa franca.
- Por Merlín, Daph, deja de decirme así o juro que aunque seas una chica, te golpearé.- amenazó el castaño acercándose a ella y depositando un beso sobre la frente suave de la chica.
- Y es que a caso tengo yo la culpa de que fueras creado por un Real Pene que dejó sus Reales fluidos en la Real Vag…
- ¡..Cállate..!.- clamó el príncipe con una mueca de asco.- Eres peor que Blaise!.- declaró sonriendo con burla.- y eso que es todo un cerdo vulgar.
- Hey, sin agresiones, Nott, que perfectamente podría acabar con tu Real Culo con una sola patada.- amenazó la chica con fingida indignación.-Puedo ser cerda y vulgar, pero nunca como Blaise.
- Eres increíble.- dijo Nott meneando la cabeza con resignación.- Nadie pensaría que una criatura tan bella como tu tuviese semejante boca de marinero.
- ¿Estamos en un barco, no?.- rebatió Daphne con una sonrisa cínica.- Así que oficialmente soy un rudo, malhablado y apestoso marinero honorario.
Theodore la contempló de pies a cabeza con una sonrisa en sus labios; su figura era esbelta, delicada, casi frágil, sus ojos verdes, más claros que los suyos, refulgían como joyas sobre su piel fresca y pálida, combinando a la perfección con el dorado destellante de su cabello largo y lacio; y así, bañada con los rayos del sol, parecía un auténtico ángel, de esos seres etéreos que tanto adoraban los muggles en sus templos, sin embargo, él mejor que nadie sabía que aquella apariencia era completamente engañosa. No por nada Daphne Greengras era su guardia personal, la más letal y bella de las armas que hubiera conocido nunca.
Incluso así, enfundada en la pesada cota de malla y las ropas rudas de un guerrero, con sus diminutas manos enfundadas en guantes de piel de dragón, no dejaba de verse hermosa.
- Entonces, mi rudo, malhablado y apestoso marinero honorario, ¿cuánto tardaremos en tocar puerto?.- preguntó Theo, sin poder controlar sus ansias por acabar con aquel viaje de la vergüenza.
- Hey, ¿ahora me has quitado mi puesto?.- protestó una nueva voz masculina emergiendo de la escotilla, unos metros más allá.- Aquí el más asqueroso marinero dispuesto a defender su título.- reclamó el joven emergiendo a cubierta.
Siempre tan estúpido, pensó Theodore rodando los ojos. Ciertamente le tenía un gran aprecio a su hermanastro, Blaise Zabini, pues era hijo de la que fuese esposa de su padre luego de que su madre muriera al darlo a luz, por lo que habían crecido juntos desde la cuna; Blaise era rebelde, arriesgado, irreverente e irreflexivo, después de todo había tenido todo cuanto había deseado sin ninguna obligación para con nadie, no como Theo, que debía guardar las buenas formas porque algún día sería coronado Rey, aunque eso, claro, ya no pasaría jamás.
- ¿Tú? ¿Asqueroso?.- cuestionó Daphne con una sonrisa burlona.- A menos que la gente pueda ver el vertedero que tienes por moral, no creo que nadie note tu asquerosidad.
- ¿Y a quién le importa la moralidad cuando tienes esto bien puesto?.- rebatió Blaise señalando el bulto entre sus piernas.
- Eres un cerdo.- espetó la chica mirándolo con desprecio.
- Listo, yo gané.- declaró Zabini muy pagado de sí mismo, mesando sus negros cabellos que obstruían la mayor parte del tiempo sus profundos ojos azules.
- ¿Quieren callarse los dos?.- preguntó Theo con mueca de cansancio por sus estúpidas discusiones.
- No.- respondieron al unísono, mientras que al príncipe no le quedó más remedio que reír por sus tonterías.
- Bah, no importa, solo quiero saber cuándo bajaremos de este puñetero barco.
- Falta poco.- informó Zabini.- el Capitán ha dicho que al medio día tocaremos tierra, y partiremos con la comitiva que nos escoltará hasta el castillo.
- En ese caso debería ir a organizar a la guardia.- dijo Daphne, volviendo a su papel de guerrera.- Una buena formación puede ahorrarnos muchas molestias.- declaró con total seriedad mientras se alejaba en dirección a los camarotes de sus hombres.
- Por Merlín, si no fuera tan masculina, juro que le haría un par de hijos.- dijo Blaise por lo bajo a Theo.
- Lo dicho, eres un cerdo.- declaró Nott con el ceño fruncido con desaprobación.- Ella no es masculina, simplemente es una mujer que no permite que nadie la pisotee, eso es admirable.
- Lo admirable es que una chica sea la jefa de nuestra guardia.- refunfuñó Blaise con inconformidad.- es decir, se van a reir de nosotros porque una niñata sea la encargada de cuidarnos.
- El día que tu o cualquiera pueda vencerla en un combate, discutiremos sus aptitudes como guardia personal.- declaró tajantemente Nott, molesto por la ridícula opinión de su hermano.- Para mí será un orgullo que una guerrera como ella nos represente en las armas.
Zanjado el tema, Nott abandonó la cubierta, dispuesto a empacar sus pertenencias para desembarcar, dejando a un Blaise Zabini que deseaba secretamente el día en que Daphne dejase de verlo como a un insecto.
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Hermione no tenía dentro de sus parámetros una reacción adecuada para lo que acababa de ocurrir, ahora era parte de una familia de delincuentes, estaba herida y sencillamente no podía pedirle una explicación a Ginny o a su marido sin delatarse sola. Una vez en su habitación sacó la varita que llevaba oculta en el sostén y apareció una tina rebosante de espuma y agua caliente.
Se desprendió de los pesados vestidos, el terciopelo blanco se había pegado copiosamente a la herida del brazo, lo despegó cuidadosamente y se sumergió en su baño. Por más vueltas que le daba no podía dejar de sentirse traicionada y presionada por encontrar la verdad. Si eran gitanos, cómo había podido Ronald hacerse Lord para casarse con ella? Por qué no vivían marginados en los bosques? Había algo turbio, y ella tenía que descubrirlo.
Luego de una larga tarde de meditación se vistió para la cena, Ronald había salido por la mañana para revisar sus tierras en la costa, por lo cual no llegaría sino hasta cinco días después.
Con un nudo en el estómago, bajó las obscuras escaleras de piedra y llegó al enorme comedor de madera negra, apenas iluminado por las numerosas velas esparcidas por la habitación, para encontrarse con que Ginevra ya estaba ahí. La servidumbre puso frente a ellas una fuente de plata con carnero horneado, una copa de vino para cada una, una bandeja repleta de frutos pequeños y una jarra con cerveza en el centro de la mesa.
Hermione, cohibida por lo que había descubierto, rehuía disimuladamente la mirada de su cuñada; el único sonido que reverberaba en las paredes del salón eran los pasos de las criadas que, solícitas, servían y retiraban los platos de la mesa; una vez terminada la comida, Hermione las despidió con un elegante movimiento de su mano y ambas mujeres quedaron en silencio, contemplándose desde el lado opuesto de la mesa sin romper el silencio.
- Creo que será conveniente asistir a la fiesta de mañana, después de todo.- anunció Ginny, con fingida cordialidad, tratando de no dar una importancia sospechosa al asunto.
-¿Y a qué se debe esa decisión? Parecías muy determinada a no asistir.- respondió la castaña, preguntándose si aquel cambio de parecer estaba influenciado por la sospechosa reunión de la pelirroja con esa gente.
-Nada en especial, simplemente estuve pensando en lo que dijiste, es tiempo de encontrarme un marido.- explicó, escueta.
- Escribiré a la modista por la mañana.- resolvió la castaña, dando por zanjado el tema para poder huir al refugio de su habitación.
Era tan inverosímil contemplar a su cuñada, la joven a la que había aprendido a querer como una hermana, a su compañera de soledades, y pensar en ella como miembro de una familia de delincuentes… sin duda debía haber una buena explicación, sin embargo, Hermione no estaba muy segura de querer escucharla, después de todo, ¿qué argumento podría ser capaz de justificar aquello? ¿De qué sucio engaño estaba siendo resignada víctima?
Aunque, por el otro lado, Ginny Weasley era la única familia que tenía; Ron, claro, era su esposo, pero a penas y lo veía entre sus idas y venidas a las propiedades de ambos, con quien realmente compartía su tiempo, su hogar y su vida era con aquella joven que al parecer llevaba sobre sus hombros un terrible secreto. Hermione ya estaba por abandonar el salón, sin embargo, esta última reflexión la hizo dudar; Ginny era más que una amiga, casi una hermana, y uno no puede simplemente volverle la espalda a aquellos a quienes se ama.
La castaña detuvo su marcha y regresó a su lugar en la mesa, clavando firmemente sus ojos castaños en los de su cuñada; no era ninguna cobarde, y ahora que había descubierto esa serie de mentiras, tenía el derecho y la obligación de saber la verdad, así que sin más rodeos inútiles fue directo al grano.
- Seguí tus pasos esta tarde.- declaró sin más, observando la mueca de confusión en el rostro de la pelirroja.- Ahora dame una buena razón para no denunciar a la banda de delincuentes a la que perteneces.
Los ojos avellana de Ginevra se abrieron con sorpresa, para apenas un segundo después amenazar con una pequeña daga extraída de su corsé el blanco cuello de la esposa de su hermano.
- Eras tú…- murmuró la chica entornando los ojos con rabia.
Impasible, Hermione continuó plantando cara frente a ella, sin amilanarse por la amenaza.
- Dame una buena razón, Ginevra, para no denunciarte por alta traición.- exigió la castaña sin siquiera parpadear.- Y deja de amenazarme con esa ridícula arma, que hay un vociferador en mi habitación esperando partir hacia el despacho del Rey si algo me ocurre.
Con la rabia enturbiando sus ojos, Ginny bajó el arma sin despegar su vista de la castaña.
- ¿Exactamente qué quieres saber?.- preguntó con una sonrisa cínica.- ¿Cómo tu y los de tu clase han convertido en perros del mal a la gente desafortunada? ¿O cómo es que terminaste envuelta en una familia de delincuentes, como tu nos llamas?
- Quiero saberlo todo.- declaró la joven sin ceder ni un ápice en su expresión indiferente.
- ¿Y para qué?.- preguntó Ginny, golpeando brutalmente la mesa con un puño.- ¿Para satisfacer tu mórbida curiosidad? ¿Qué esperas que te diga? ¿Lo ruines y despiadados que somos? ¿Es eso lo que quieres escuchar?
- Si así fuera, me bastaría con mis propias conjeturas, Ginevra.- La expresión de la castaña se suavizó un poco.- Quiero que seas tú quien me lo explique, porque me niego a creer que la imagen que he concebido de ti sea completamente falsa.
- No lo entenderías aunque te lo dijera.- proclamó con desprecio la pelirroja.
- Pruébame.- dijo simplemente la castaña, sosteniendo la mirada de su interlocutora.- demuéstrame que las cosas no son como parecen.
Ginny meditó en silencio por un momento. Lo cierto es que Hermione representaba en muchos sentidos a la hermana que nunca tuvo, incluso aunque despreciara la vida privilegiada que la castaña había tenido siempre, debía reconocer que no se trataba de una mujer estúpida. Era brillante, inteligente y justa a su manera, no estaría demás darle la oportunidad de abrir los ojos a la realidad que se le había negado toda su vida
- Bien…- cedió ella, aún con cierta renuencia.- Sólo te advierto una cosa, como se te ocurra divulgar cualquier detalle sobre nosotros, morirás. Y eso incluye no decirle nada a Ron.
- ¿Qué?.- Ahora sí ya nada tenía sentido, ¿qué acaso Ronald no estaba al tanto?.- ¿Por qué?
-Eso no importa.- dijo la pelirroja evadiendo el tema, aunque a Hermione no le pasó desapercibido el leve rastro de dolor en la mirada de su cuñada.
- Sí importa, Ginny.- insistió ella, posando su mano sobre el hombro de Ginevra- si voy a tratar de entender tus motivos para lo que sea que estén haciendo, es importante conocer todos los detalles.- explicó pintando una pequeña sonrisa sobre sus labios.
- ¿Estás segura de querer escuchar esto?.- dudó por última vez la pelirroja.- Hay realidades que tal vez no te agraden, y entre más sepas más peligroso será para ti; con lo poco que descubriste hoy yo soy la única amenaza que tienes, pero si conoces la verdad será muy difícil dejarla pasar.
- No hay verdad que hiera más que una mentira.- declaró la castaña con aplomo, dispuesta a escuchar todo lo que tuviese que decirse.
Ginevra tomó asiento en la silla junto a Hermione, clavó su mirada en el fuego de la chimenea y un suspiro escapó de sus labios, como quien tiene mucho qué decir y no tiene idea de por dónde comenzar. Una expresión de tristeza inconmensurable cruzó por sus finas facciones y finalmente estuvo lista para hablar.
-Mi familia y yo somos sobrevivimos a la caída de Kransfort, el reino del que provenimos, eso fue hace casi cien años… era el reino más poderoso de toda gran Bretaña, estaba ubicado al norte, cerca de la costa, poseía el ejército más grande, las tierras más prósperas y la pobreza no tenía cabida entre sus dominios, mi pueblo vivía feliz bajo el gobierno del rey Dumbledore.
"En tierras lejanas iniciaron las guerras por el poder, pero no era algo que preocupara mucho a mi familia, puesto que nuestro soberano sólo velaba por el bienestar de su pueblo y no por la expansión de sus tierras, la guerra, el hambre y el dolor eran algo desconocido para nosotros… así era todo hasta que Abraxas Malfoy nos declaró la guerra. Incendiaron los campos, las aldeas, los palacios; miles de súbditos perdieron la vida defendiendo a sus familias, para que al final de cuentas todo fuese en vano. Fueron tiempos difíciles, mi familia estaba bien posicionada socialmente y nos dimos el lujo de albergar a algunos cuantos desamparados en las mansiones que poseíamos a lo largo del reino, ofreciendo comida, techo y atención médica a los necesitados. Se pactó una última batalla, un último enfrentamiento en el que el ejército de Kransfort se enfrentaría contra el ejército de los aliados de Eilën Dracöiz, sería la batalla en la que se definiera nuestro destino; así habría sido si por órdenes de Malfoy no se hubiera envenenado cada río, poso o arroyo que proveyera al reino. Más de cien mil soldados amanecieron muertos el día final, casi todas las familias del reino perecieron en aquella noche maldita. Mi familia sobrevivió por encontrarse lejos y con sus propias reservas de agua, sin embargo, poco después las ciudades del reino cayeron, una tras otra, sometidas por el hambre, la enfermedad y la violencia. Llegaron a nuestras tierras, y all encontrarnos acogiendo necesitados se nos acusó de estar confabulados en contra de nuestra nueva corona, la de Eilën Dracöiz.
"Fuimos cazados, perseguidos y degradados, se nos retiró el derecho a la varita y tuvimos que utilizar nuestra magia apoyándonos en elementos de la naturaleza, poco después, mermados en número y fugitivos, nos unimos a una tribu gitana proveniente de Rumania, que había quedado atrapada dentro de la guerra.
Pasaron los años y cuando mi padre y mi madre decidieron formar una familia, se separaron de los gitanos y buscaron asilo entre los campesinos, haciéndose pasar por humildes labradores de tierra, recolectores de granos. Nos establecimos en una aldea en lo profundo del bosque, vivíamos modestamente, guardando las apariencias, como campesinos y nada más, pero uno de mis hermanos estaba inconforme, era ambicioso y deseaba salir de la miseria.
Por aquellos tiempos se ofreció una recompensa de diez mil galeones a quien denunciara un solo fugitivo proveniente de Kransfort… imagínate cuánto le dieron por denunciar a siete. Ahora tenía lo suficiente para comprar un título, tierras y reputación, después buscó una brillante mujer rica y desamparada para terminar su fachada de noble, así fue como Ronald se casó contigo.- Hermione vagaba con la mirada sobre la mesa de ébano tratando de asimilar toda esa información, resintiendo en carne propia la tristeza, la desolación y el dolor de aquella historia; después de un momento de silencio instó a Ginny con la mirada para que continuase con el relato.- A mí me llevó con él, no porque realmente sintiera cariño por mí, sino porque al casarme ganaría más tierras, y si elegía bien, incluso ganaría más poder.
Gruesas lágrimas escurrían por las mejillas de Hermione, no solo por su parte en aquella farsa, sino por la injusticia y la crueldad que sobrevivía hasta sus días sin que nadie hiciera nada por impedirlo. Tenía la certeza de que todo cuanto había escuchado era terriblemente cierto, no albergaba duda alguna de las doloridas palabras y el semblante desolado de Ginevra.
-Es…- la castaña buscaba iracunda el término correcto para definirlo.- es repugnante… es… es una aberración, una monstruosidad…
- Lo se, pero lo hecho, hecho está.- declaró Ginny, aún con la mirada clavada en el fuego, rememorando las desgracias de las que su gente había sido víctima por demasiados años.- Ahora solo me resta hacer lo que esté en mi mano para apoyar a la rebelión.
- ¿Rebelión?.- para Hermione aquel término resultaba completamente extraño a la práctica; ella jamás se había involucrado en temas bélicos y menos aún en temas clandestinos, sin embargo, considerando las circunstancias, cualquier lucha que intentara acabar con tanta perfidia merecía ser tomado con reverencia.
-Así es.- Ginevra asintió levemente con la cabeza y continuó.- mi hermano mayor, Bill, murió protegiendo a mis padres cuando Ronald los denunció, Charlie y Percy también fallecieron en uno de los enfrentamientos posteriores, ahora solo quedamos los gemelos, Fred y George, y yo. Ellos entraron al ejercito infiltrándose en las filas, para poder proteger a lo que queda de mi gente y llevar armas y provisiones; ahora estamos planeando una estrategia arriesgada para derrocar el reinado de los Malfoy y recuperar un poco de lo que nos pertenece por derecho, ser libres y abandonar el anonimato.
- Tu causa es justa, Ginny, y si hay algo en lo que pueda servirte mi ayuda, cuenta con ella.- aseguró Hermione tomando entre las suyas las manos de su cuñada.- No estás sola, ya no.
Una lágrima escurrió de los ojos de Ginny, justo antes de abrazar a la castaña, dejando descansar entre sus brazos toda una vida de miedos y soledades.
-Con el príncipe Draco viaja un importante Caballero; se especula que será el primer consejero real en cuanto el príncipe ocupe el trono.- murmuró la pelirroja sin despegar su rostro del hombro de Hermione.- Debo conocerlo y utilizarlo para llegar al futuro rey, por ello debo casarme con él…- explicó la chica con un hilo de voz.- Entregar mi dignidad a un cerdo para ganar la libertad de mi pueblo…
La castaña comprendió lo duro que debía ser para Ginny sacrificar su integridad por un dolor más antiguo que ella misma; con delicadeza separó a Ginny de su pecho y acarició su blanca mejilla con aire maternal.
-Así que después de todo sí te casarás.- dijo sonriendo con dulzura.- no en las mejores circunstancias, pero debes dejar de llorar; será por un bien mayor, y sea el cerdo que sea, a ningún hombre le gustan las mujeres con los ojos hinchados.- explicó al tiempo que enjugaba las lágrimas de su amiga con la manga del vestido.
-Sí, lo haré, pero también quedaré viuda muy joven, no serán más de algunos meses de infeliz matrimonio.
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