— ¡Mamá! ¡No me dejes!
Las palabras brotaron antes de despertar, escuchándose en la grande y oscura habitación. Sus ojos azules estaban llorosos. Las lágrimas recorrían sus mejillas.
Chloé Bourgeois gimoteaba sin poder detener las lágrimas. Llevo las rodillas a su pecho y puso su frente en ella. Ocultándose aunque nadie la miraba.
Las imágenes de su niñez fluían en su mente sin que pudiera detenerlas. El recuerdo se formaba en su mente y el dolor en su pecho se incrementaba.
...
Chloé se levantó de su cama, a las pocas horas de haberse dormido, un ruido la despertó. Uno como si estuvieran revolviendo cosas. Ella con sus pies descalzos tocando el suelo, vistiendo un pijama amarillo y llevando un peluche recargado contra su pecho. Fue hacia la fuente del ruido. Su cabello dorado, largo hasta la cintura se movía en un vaivén por cada paso que daba.
— ¿Mamá? —Preguntó con vacilación por verla moverse de un lado a otro, llevándose una cantidad de ropa— ¿Mamá? —Volvió a preguntar ahora fregándose los ojos sosteniendo al peluche con una mano.
Pero su madre, no la miró y no le contestó.
— ¿Te iras? —Cuestionó acercándose a ella— ¿A dónde vas? ¿Mamá? —Volvió a preguntar al no recibir respuesta— ¡Mamá! —Llamó acercándose lo suficiente para tocarla, estiró su pequeña hasta ella pero antes de que surja un contacto, la mujer se la aparto de un manotazo. Cerró la valija. Y sin mirarla tomó otra y la llenó de la ropa que faltaba.
En ese momento se dio cuenta de lo que sucedía. Y Chloé comenzó a chillar y rogar.
— ¡Mamá! ¡No te vayas! —Le pidió a gritos sintiendo como las lágrimas viajaban por su mejillas hasta caer en gotas al suelo— Me porto bien, soy una niña buena ¿Por qué te quieres ir?
Se fregó las lágrimas, gimoteando en el proceso.
— ¡Mamá! ¡Quédate!
Su madre al terminar de guardar las pertenencias. Se dirigió a la puerta. Chloé al notarlo fue a perseguirla, pero por los nervios se tropezó y cayó estrepitosamente al suelo. Levanto al cabeza y las lágrimas se hicieron más fuertes aguando su visión.
La mujer en ningún momento se giró.
— ¡Mamá! ¡No me dejes! —Suplicó la niña a todo pulmón justo cuando la puerta se cerró.
...
En este instante, Chloé no lloraba porque extrañaba a su madre. No, odiaba a esa mujer que la había abandonado porque eso había hecho. No era por eso, era porque se sentía una tonta y una ingenua porque durante esos ocho años de que su madre se fue. No importo lo mimada, caprichosa, egoísta y mala que ahora es. Ella nunca volvió para regañarla, gritarle que se estaba comportando mal.
Su madre jamás regreso.
