Bueno... supongo que esto no es un simulacro. Tampoco una broma ni mucho menos. Sep. Aquí estoy.

Antes de comenzar, les agradezco a todos por el apoyo recibido en la etapa Humano. De corazón.

Y les deseo un muy feliz año nuevo.

¿Y qué hago aquí? ¿Cómo es que pasó esto? Pues verán, creo que la mayor parte de la responsabilidad la tiene Jakobs-Snipper. El tipo no sólo es uno de mis mejores amigos, también vive a unas calles de mi casa y un día, no se nos ocurrió nada mejor que hablar de cómo sería una historia que nos gustara a los dos. Qué cosas debería tener, cómo podríamos desarrollarla... y nació esto. Un esfuerzo conjunto que me obligó a decir "Oh, ya estuvo bueno, a la mierda". Un esfuerzo al que no pude resistirme y de hecho, todavía no puedo creer que decidiera hacer esto. Debe haber sido el retiro más corto de toda la historia de esta página y me habría encantado prolongarlo, jajajaja. Pero la idea pudo conmigo, me gustó más y en la balanza, pesaba mucho más.

Así que, junto con Jakobs-Snipper, aquí les traemos esta historia que no tiene relación alguna con nuestras obras previas respectivas (Familia, Legion, Apex, Trilogía Familia), de manera que no esperen ver a los Apex, Noxx, legiones varias o psicólogos en particular. Única y exclusivamente Loud House (que no pertenece a ninguno de nosotros y quién iba a decir que también se vería salpicada por escándalos recientes).

Desde ya, cualquier crítica que deseen hacer será muy bien recibida. Incluso agradecida.

Y sin nada más que añadir... aquí vamos.


I've been a liar, been a thief

Been a lover, been a cheat

All my sins need holy water

Feel it washing over me

Oh, little one, I don't want to admit to something

If all it's gonna cause is pain

Truth and my lies right now are falling like the rain

So let the river run

Eminem y Ed Sheeran, River


En algún momento, se preguntó qué se sentía. Como cualquiera con un mínimo de tiempo libre que se permite detenerse a pensar en tales disparates.

Una cosa era pensarlo. Otra muy distinta era que le quitara el sueño.

Y Lincoln Loud tenía de sobra para justificar un par de noches de insomnio. Puede que incluso más. De manera que dejar esa cuestión de lado no suponía mayor pérdida.

De hecho, si llegó antes que cualquiera de sus hermanas al baño, se debió única y exclusivamente a la ligereza del sueño de la noche anterior. De haber gritado una hormiga, posiblemente lo habría sentido, pero gracias al cielo no fue el caso. Como si el resto de los ruidos del ambiente no tuviera que ver…

Exámenes. Odiaba esa palabra. Desde siempre, qué novedad. Dudaba que cualquiera sintiera especial aprecio por la misma, pero ahí estaba. Mordiendo el regusto amargo que significaba pronunciarla incluso en su fuero interno.

Horas estudiando, menos horas dormidas y no podía decir que se sintiera ni remotamente seguro de lo que haría frente a la hoja del condenado examen que tocaba desarrollar ese día.

Por supuesto, a Lynn no le hizo mayor gracia ser vencida en la carrera por el uso del baño. Ni siquiera la consoló el ver que su hermano no tardaba demasiado en desocuparlo. Una derrota era una derrota, sin importar cómo intentara adornarla o expresarla de maneras más suaves. Buscaría la revancha, lo supo en cuanto cruzaron miradas y ella lo arrancó a empujones de ahí, mucho antes de que cualquiera de las chicas menores exigiera su lugar. Y forzarían la puerta, no lo dudaba.

Por supuesto, que faltaran ocupantes a la casa no la volvía más tranquila.

Cuando las chicas vuelvan cada verano, ahí tendrán sus habitaciones. Palabras rotundas de sus padres en cuanto se insinuó la posibilidad de acomodar el par de sectores disponibles. Eso no quitaba que, de tanto en tanto, el resto de las chicas hiciera uso de las mismas, aunque fuera sólo para dormir. Lo cual seguía siendo una ventaja. Llegado el momento en que Lynn volviera a pelear con Lucy (lo cual ocurría con cierta frecuencia), ahí tendría un lugar donde pernoctar sin pedirle a él alojamiento.

Porque sí. Él seguía confinado al armario del fondo del pasillo. Su propio espacio. Lo que, durante la infancia, le pareció una bendición, a los quince años comenzaba a pasarle la factura. Ese estirón, para empezar…

Pero no se quejaba. Seguía siendo el amo y señor de su intimidad. Y así, mientras se abría paso entre la avalancha de cada mañana, no dudó en echar una mirada a ese par de habitaciones vacías, a veces demasiado frías.

A veces se preguntaba qué estarían haciendo y las respuestas acudían veloces a él.

Por supuesto que la más próxima a terminar los estudios sería Lori. No dudaba que se comería el mundo de alguna manera. Con precaución, por supuesto. Primero cuidaría la línea. Y en eso estaría de acuerdo Leni… Dios… ¿Quién iba a decir que Leni llegaría tan lejos? ¿Aplicaría en casos similares? Aquello de poner a cualquiera ante una mesa, afrontando lo que pudiera considerarse su especialidad…

Debía ser así. Después de todo, aplicaba a Luan y ni qué decir de…

Bien, suficiente. Estaba cansado. Tenía un examen por delante y lo último que quería era sobrecargarse enturbiando su ya de por sí enturbiada perspectiva.

En tales circunstancias, ayudaba caminar a la escuela, en tanto el resto de las chicas, comandadas por Lynn, se largaba cada una a su territorio. Comandadas… como si sus padres estuvieran pintados.

Como si todos estuvieran pintados…

Pero no podía decirse que estuviera dispuesto a cambiar ese aspecto de su personalidad. Ni siquiera hacía falta que Clyde le siguiera los pasos. En realidad, cada tanto no estaba mal simplemente… alejarse de todos y caminar solo. Otros habrían apelado a formas más elaboradas de meditación en lugar de tomarse tales molestias. Puedes despejar tu mente de cualquier manera…

Como si solo fuera eso.

Sabía que si subía en el vehículo familiar, más temprano que tarde caería dormido y cargaría el resto de la jornada con el malestar que acarreaba un buen sueño interrumpido de manera abrupta. Habría caído sin importar el escándalo que llevaran sus hermanas a bordo, lo cual habría supuesto una elocuente prueba de sus malas noches y no se sentía del todo dispuesto a dar explicaciones que él mismo necesitaba y que brillaban por su ausencia.

Y Clyde no se haría de rogar con las preguntas. Le caerían encima a lo largo del día. Su semblante lo delataba y ni toda el agua fría del mundo bastó para acallar la sombra mal espantada de un cansancio con el que llevaba cargando desde principios de semana.

Mierda. Cómo le temía a ese examen… sólo quería que acabara pronto y que nadie le hablara en un buen… no, en un largo, un larguísimo rato. Y dormir… ni siquiera leer, ni siquiera jugar. No, sólo dormir…

Pero antes, tenía que caminar. Tenía que llegar y asumir que estaba a muy poco de terminar una de las semanas más… más jodidas que recordaba haber tenido. Desesperado como estaba por apartar el miedo que hacía brotar sudor frío… como si ayudara la actitud fatalista del profesor, que tanto le gustaba llenarse la boca con la promesa de dolor eterno que parecía traer consigo la universidad…

Qué envidia le daban sus hermanas mayores.

Sabía Lincoln que la universidad estaba bastante lejos. Que más preocupada debía estar Lynn, pero ella se las ingeniaría para obtener la beca deportiva y nadie en casa dudaba que la obtuviera.

Así y todo, su familia no se cansaba de mantener sobre él un ojo. Temerosos, por supuesto. Tensos. Casi les faltaba tatuarse en la frente el origen de todos sus temores. Como si Lincoln no mordiera los mismos de tanto en tanto…

De acuerdo, había pasado ya lo suyo. Ni siquiera estaba a un par de habitaciones de distancia. La misma estaba vacía. Ni siquiera valía la pena hacerse… ¿Cómo? ¿Mala sangre? Qué tontería. Hacía mucho que ni siquiera se comunicaba…

¿Qué tan cierto sería afirmar que le daba igual? Porque no quería enfadarse. No necesitaba más carga. Bastante tenía con esa latente reticencia y la endeble confianza que parecían depositar todos en él como un recordatorio constante de aquello que intentaba mantener apartado, asumiendo que los errores del pasado no tendrían por qué influir en su presente…

En un mundo ideal. Y en el mismo mundo ideal, las guerras no tenían que llenar portadas y noticiarios.

Y sí, Lincoln intentaba no pensar en eso. Por mucho que, independiente de las veces que afirmaran sus padres o sus hermanas presentes que sí, sí confiaban en él, apreciara en ellos esa misma sombra desagradable tan próxima a la decepción inicial…

En momentos así, agradecía el silencio. Agradecía la distancia. Y por sobre todas las cosas, que una de esas habitaciones estuviera vacía.

Pero cuando no conseguía distraerse del todo, prefería caminar a la escuela, intentar no volver sobre el examen que tanto temía y que tanto le había agotado y a veces, formularse preguntas estúpidas, fruto las mismas de tantas horas leyendo fantasía y siguiendo sus símiles cinematográficos…

Preguntarse qué se sentía… qué tontería.


A la hora del almuerzo, Lincoln se permitió experimentar cierto alivio. Habría dejado caer la cabeza sobre la mesa de no ser porque moría de hambre.

Curioso. En circunstancias normales, el sueño habría anulado el hambre.

El cansancio, en sus hermanas, parecía surtir el efecto contrario. A menos que tuvieran al lado una tableta de chocolate. Entonces la habrían devorado, sin importar el estado en que se hallaran.

Resultó ser un examen sencillo. Quiso creer que todo se debía a las largas horas estudiando. Largas horas robadas al sueño y que con algo de suerte, esperaba recuperar ese fin de semana.

E incluso de haber decidido que la comida podía esperar, ahí aparecía el grupo de chicos para hacerlo cambiar de parecer, compartiendo la mesa con él e intercambiando información de los tópicos de siempre. Por un momento, todos parecieron desesperados por confirmar la corrección de las respuestas de los exámenes.

Y Lincoln no entendía ese afán por volver sobre lo peor del día. En cambio, prefería fingir que escuchaba. Incluso que estaba interesado en las respuestas, ofreciendo las suyas con vaguedad de tanto en tanto. Y cuando ya no resistía más el intercambio, bastaba con volver sobre la comida y fingir que nada le importaba más en el mundo que tragar ese horrible puré de lo que fuera que dijeran que fuera.

–Oye, hermano, ¿te sientes bien?

Clyde, por supuesto. Y en realidad, su amigo no lucía mucho mejor que él. En realidad, en todos los chicos apreció huellas de cansancio similares, cortesía del mismo desgraciado que decía ser profesor. Un motivo más para que todos se la tuvieran jurada y llegado el momento, hallaran la forma de hacérselo saber.

Nunca pensó Lincoln que le agradara, en un futuro, formar parte de un hipotético escuadrón de venganza… ¿Lo llamarían así? Incluso en su cabeza sonaba estúpido. Y eso siendo generoso.

–Ha sido una semana larga, Clyde –murmuró el joven Loud, forzando una sonrisa.

Claramente, el casino de la secundaria distaba de ser el lugar idóneo si se buscaba una pizca de paz. Acostumbrado como estaba el único hijo varón del matrimonio Loud a hallar rincones de paz en los momentos más desmadrados, falto como estaba de ánimo o de fuerzas, se felicitó por no dejar caer la cabeza sobre el puré.

En realidad, nadie lo habría conseguido. El intercambio de sutiles proyectiles, comentarios a viva voz, ruido blanco… blanco, cómo no. Risas, chistes sin gracia, burlas e imitaciones a compañeros y profesores…

–Estoy seguro de haber puesto la alternativa A.

–¿No era la C?

–Viejo, me estás asustando…

–¿Qué demonios se supone que sirvieron esta vez?

–¿Has visto el ridículo peinado del maestro de Historia?

–Entonces no me quedó otra que tirar la basura antes de que…

–Te juro que me miró de una forma…

–Escuchen esto, chicos, es el último vídeo que subió.

Al último comentario, unos riffs y una voz ronca bastante familiar…

Grandioso, pensó Lincoln. De haber podido, se habría metido cualquier cosa en los oídos, pero…

–Viejo, es asombrosa.

–Mira cómo toca esa guitarra…

–He oído que puede tocar cualquier instrumento.

–Tratándose de ella, no me extrañaría.

–Y encima está como quiere.

–¿No es la hermana de Lincoln?

–¿Quién?

–El de pelo blanco, Lincoln Loud.

–No jodas…

–¿Crees que nos ayude a hablar con ella?

Agradecido de la elección del día, Lincoln no dudó en cubrirse la cabeza con la capucha de la sudadera antes de que cualquiera decidiera buscar entre los presentes al muchacho de cabello blanco. Había pensado en teñírselo, pero supuso que no valía la pena tomarse tales molestias y mucho menos tratándose de…

Bien. Oficialmente había terminado de destruir las esperanzas de terminar el día en paz. Que su propia cabeza lo traicionara así…

Como si fuera la primera vez…

Por supuesto, había aprendido a evadir esa horda de fanáticos. A convivir con ellos y a encontrar formas para hacerles saber que lo mejor sería que supieran mantener la distancia.

Intentaba no culparlos. En realidad, no tenían culpa. Independiente de lo pesados que pudieran llegar a ser y Dios sabía que a veces, los extremos mismos…

Clyde pareció detectar su incomodidad, pero no hizo comentarios al respecto. En su lugar, prefirió respetar el silencio de su amigo y colocó su mano en el hombro del joven, quien agradeció el gesto.

Porque McBride no era ningún tonto. Por supuesto que algo detectaría, pero optaba por mantener la boca cerrada, respetar el espacio de Lincoln y ser paciente si acaso figuraba en sus planes en el mediano o largo plazo el explayarse sobre las causas de su malestar.

En realidad, creía tener una idea, pero no sabía cómo unir ciertos puntos que parecían tan distantes entre sí…

Mientras tanto, Lincoln agradecía la ignorancia de su amigo y no que mostrara interés en llenar ciertas lagunas.

Que las cosas sólo fueran, que a veces era mejor así.

–Ánimo, Lincoln, acabamos con lo peor por hoy, ¡mañana nos desquitamos por todo lo demás!

No podía negar el joven Loud que el entusiasmo de su amigo resultaba contagioso por momentos. Incluso hacía que olvidara qué tanto lo molestaba o qué lo agotaba a tal extremo. De manera que no supuso una sorpresa para él mismo el descubrirse devolviéndole la sonrisa y palmeando su brazo.

–Me gusta esa voz –confirmó Lincoln, volviendo con más convicción a atacar su puré de lo que fuera–. ¿Tienes planes? Sabes que puedes contar conmigo.

Si acaso los tenía y se aprestaba a aclararlos, Lincoln no tuvo ocasión de saberlo.

Del mismo modo que Clyde apenas si alcanzó a encontrar las palabras adecuadas. Mismas que no tuvieron ocasión de ver la luz pálida de la cafetería.

En realidad, en el viciado aire del recinto permanecieron suspendidas no pocas palabras mezcladas con los olores y las risas, los gritos y los restos de comida que hallaron su sitio y trayectoria aérea fruto de algún gracioso.

Muchos, con posterioridad, emplearon una expresión similar: La detención del tiempo.

Como si el entorno mismo estuviera al tanto y buscara la forma más sutil de informar a todos sin que cayeran en el pánico. Ajeno, tal vez, al hecho mismo de que la sutileza, en algunos casos, es más un estorbo que un complemento.

Nadie reparó de inmediato en aquella anomalía. Si acaso la misma halló la forma de manifestarse.

Una puerta abierta con estrépito podía hallarse en cualquier sitio. El mismo Lincoln estaba familiarizado con ellas. Qué podía significar un portazo más en un largo historial sumido en el caos del almuerzo…

Qué podía significar que el par de tipos más raros de la secundaria irrumpieran de esa manera, luciendo más raros que de costumbre, lo cual parecía mucho decir…

No muchos recordaban sus nombres. Y a decir verdad, nunca fue excusa para hacerlos sentir miserables en más de un aspecto. Tanto a Clyde como a Lincoln les resultaban caras familiares y nada más allá de eso. No les atraía su compañía y a diferencia de otros, creían que eso bastaba para dejarlos vivir, ser y estar en paz.

A decir verdad, Clyde y Lincoln formaban parte de una respetable minoría y eso, en un mundo ideal, habría hecho la diferencia.

Por desgracia, en ese instante, los chicos en el umbral tenían un concepto muy diferente de lo que entendían por mundo ideal. Y una particular forma de hacerlo saber a todos los presentes en el recinto.

La primera detonación pareció alterar algo en el ambiente, sumiéndolos a todos en una especie de desconcierto inabarcable. Más próximo al pitido escandaloso que invade los oídos al hallarse próximo a algo que supera por lejos los decibelios recomendados.

El pecado de la chica que sintió el impacto puede que no fuera otro que no recordar las caras de los recién llegados. Puede que ni eso. Puede que el hecho de ser la más próxima a ellos definiera su porvenir. Ni siquiera tuvo oportunidad de ver el cañón. Sólo el dolor, el derrumbe…

Y el estallido posterior que terminó de diseminar el pánico en el lugar.

La misma explosión que llevaban esperando y que confirmara el inicio de la cacería.

Lincoln vio el entorno reaccionar al unísono. Algunos no atinaban a hallar la salida de emergencia, desesperados como estaban, lo cual fue aprovechado por los tipos. El joven Loud, por su parte, dirigió una breve mirada a su amigo, el cual parecía tan desconcertado como él.

Las detonaciones no podían ser más elocuentes. Y esconderse debajo de las mesas no parecía una alternativa viable.

Pero con la marea humana abriéndose paso entre mesas y sillas, no alcanzaron a moverse todo lo deseado.

Mantén la cabeza gacha. Muévete en zigzag. No te detengas… ¿Pero dónde había oído eso? Daba igual. Incluso siendo consciente por primera vez del miedo aflorando en su fuero interno, Lincoln comprendió, en medio del desmadre, que apenas si podría llevar a la práctica un tercio de los consejos resucitados.

Por sobre el hombro, los tipos se manifestaron a unos metros. Gabardinas, lentes oscuros. Creyó ver las siluetas de sus armas. Una más corta que la otra. Y qué más daba. Él no tenía cómo saber que se trataban de una semiautomática y de una escopeta de cañón recortado. Daba igual si al voltear, veía a los implacables aparecidos abrirse paso a punta de balazo, haciendo caer a cuantos se interpusieran en la trayectoria.

Y Lincoln, por un fugaz segundo, mientras se las ingeniaba para arrastrar a Clyde con él, llegó a pensar en lo divertido y absurdo que parecía el hallar tal reserva de energía guardada en su cuerpo, la misma que le permitió saltar de su asiento, preocuparse en lo posible de su amigo e intentar seguir una trayectoria…

Cuando el dolor lo aguijoneó de súbito y le impidió seguir avanzando, hasta la ironía se diluyó de la cabeza del joven Loud.

Cayó de rodillas, doliéndole al respirar… al intentar moverse… Dios bendito, era tal el dolor que no tenía idea de dónde empezaba y dónde parecía acabar. A lo lejos, oyó la voz de su querido amigo que ahora intentaba tirar de él… tan lejos no estaba, pero su voz parecía apartarse, al tiempo que perdía el color al ver que de los labios de Lincoln escapaba un hilillo escarlata…

Al menos uno de esos chicos odiaba una larga lista de cosas y no hallaba nada mejor que pavonearse de ello en redes sociales. Pero Lincoln jamás se molestó en averiguarlo. En siquiera concebir que alguien ya lo tuviera en la lista por el solo hecho de tener el cabello blanco…

Y no lo sabría ni lo salvaría. La nueva oleada asaltó a su espalda. A la altura del pecho. Incluso un poco más abajo. Con la potencia necesaria para mandarlo boca abajo al piso.

Y mientras la sangre se escurría de sus heridas y sentía a su amigo caer y gritar producto del mismo ataque… mientras percibía el tufo metálico del denso líquido que se acumulaba bajo su cuerpo, el joven Loud se preguntó si acaso ésa era la paz que tanto pedía al terminar la semana…

Y cómo, revoloteó su mente, antes de perderse en la oscuridad. Cómo en las películas… en las historietas… en los videojuegos… en todos lados, los tipos recibían balas como si nada y podían mantenerse en pie…

Como si nada…