Batalla de Titanes
Era una noche clara, de esas donde el cielo se mostraba tremendamente estrellado. Por la calle, se veía caminar hacia una pensión, un hombre con cabellera larga, ojos azules, alto y apuesto. Tras el se veían otros tantos hombres, que traían a mano algunos instrumentos musicales. Era un indicio de una serenata que se avecinaba.
Terry les hizo seña a los músicos, indicándoles que finalmente habían llegado. Los instrumentos fueron colocados en posición y el pelinegro dio la clave para que comenzaran a tocar.
"Hoy estoy alucinado porque veo mi futuro en las manos del destino
Yo jamás tenía la esperanza de volver a encontrar a una por el camino
Y una carretera, por una vía nueva me desvió a donde
todo se va, todo se olvida, las viejas heridas por una mujer
todo se va, todo termina, las malas rutinas por una mujer. "¹
Terry le hablaba a la rubia, mientras los músicos seguían entonando la canción de amor.
Candy, mi vida eres tú. Estoy dispuesto a cambiar todo por ti, por tu amor, por tus caricias, por tu calor… Mi vida es otra desde que te conocí…
De repente, Terry se vio interrumpido. Otra ola de músicos aterrizó a la pensión donde Candy vivía. Éstos estaban comandados por un rubio con aspecto de príncipe. Rápidamente se organizaron y comenzaron a tocar.
Sólo al pensar
Que cuando no estás me siento diferente
Cuando estás en mis brazos
Quiero amarrarte a mí
Y no entiendo
Cómo puedes estar sin mí
Yo quiero estar contigo
No sé por qué, dime por qué.
Ya, ya no puedo más
Ya me es imposible soportar
Otro día más sin verte. ²
El pelinegro se acercó al rubio, enfadado, lleno de odio por haberle arruinado la noche.
-¿Qué carajos haces aquí?-le preguntó a Albert.
-¿Acaso eres ciego? ¿No ves que estoy haciendo lo mismo que tú?
-¡Te largas!- sólo pudo gritarle Terry.
-No me iré. – Albert comenzó a reírse estrepitosamente. –Ah, ya sé. Tienes miedo que te gane, que cante mejor que tú, que mis canciones sean mejores que las tuyas.
-¡Mentiras!
-Pues, hagamos algo. Cantemos cada uno una vez más y sólo sabremos quién es el ganador cuando Candy salga de su habitación y le tire su pañuelo a quien favorece, como es la costumbre.
-Bueno, trato hecho. Pero, te advierto una cosa… Cuando pierdas, no comiences a llorar como una nena.
-¡El que llorará serás tú!- gritó Albert, mientras uno de los músicos lo halaba del brazo para que no siguiera discutiendo y no terminaran peleando. Los músicos de Terry hicieron lo propio.
El pelinegro se volvió a sus músicos y después de deliberar unos segundos qué canción entonarían, se colocó frente al conjunto, cerró sus ojos y dio una señal con su mano a los músicos para que comenzaran. Un conjunto de guitarras, un corista con maracas y la famosa armónica, interpretada por Terry, envolvieron la atmósfera nocturna con una hermosa melodía.
Tengo un corazón
mutilado de esperanza y de razón.
Tengo un corazón
que madruga donde quiera.
Ese corazón
se desnuda de impaciencia ante tu voz.
Pobre corazón
que no atrapa su cordura.
Terry continuó su melodía con lágrimas en los ojos. Se sentía realmente emocionado. Esta vez cantaba con el corazón…
Quisiera ser un pez
para tocar mi nariz en tu pecera,
y hacer burbujas de amor por donde quiera.
Oh, oh, oh, oh, pasar la noche en vela mojado en ti.
Un pez,
para bordar de corales tu cintura,
y hacer siluetas de amor bajo la luna.
Saciar esta locura mojado en ti. ³
Terminó el chico rebelde empapado en lágrimas y los músicos lo fueron consolar. Entre unos y otros se confundieron en abrazos, contagiados por la mística de la canción y el sentimiento de Grandchester.
Por otro lado, el chico de cabellos dorados, les explicó a los músicos qué quería cantar. Uno de ellos, con guitarra en mano, entonó los acordes que daban vida a la melodía. El rubio se preparó, tomó aire y se colocó frente a la ventana del cuarto de Candy. Desde la calle, se veía aún el cuarto de la rubia, en el segundo piso, oscuro, como si nadie estuviera allí. A los acordes de la guitarra, se le sumó el tenue zumbido de un romántico saxofón.
Se me nubla el pensamiento de verte conmigo
Cuerpo a cuerpo en mis brazos
Ocupando este sitio
Tanto amor me hace cruzar de punta a punta el cielo
Mi cabeza volando a través de tus besos
Tú me has derribado los esquemas
Cambiaste todos mis sistemas
Atándome a tu sentimiento
Tu amor me dio en el centro de mi corazón
El blanco más perfecto de mi perdición
Y como un rayo tu piel cayó en mí
Y me enamoró
Albert no pudo resistir el impulso de gritar, mientras cantaba: "¡Te amo, rubia de mi vida! Ven. Aquí está tu Príncipe de la Colina. Ven conmigo y te haré princesa…"
A tu lado yo no tengo los pies en la tierra
Doy vueltas al universo
Persiguiendo tu estrella
Los caminos del amor, que nuevos son contigo
Que de tu mano me llevan
Al edén prometido
Tú me has derribado los esquemas
Cambiaste todos mis sistemas
Atándome a tu sentimiento
Tu amor me dio en el centro de mi corazón
El blanco más perfecto de mi perdición
Y como un rayo tu piel cayo en mí
Y me enamoró*¹
Albert cantó con tanta emotividad que sus músicos lo aplaudieron y lo vitorearon. Todos se abrazaban, mientras gritaban: ¡Bravo, bravo! El Príncipe de la Colina, embriagado de tanto amor, sin corresponder, gritaba un sinnúmero de frases que decían "te amo". Mientras, Terry se acercaba a donde estaba Albert con un ramo de rosas rojas, las cuales fue tirando una a una al balcón que daba a la habitación de ella. Sin embargo, la luz del cuarto de la chica seguía apagada.
-¡Por tu culpa Candy no ha salido!- le increpó Albert a Terry.
-¿De qué hablas? Seguramente te escuchó cantar y se indispuso. Te lo digo porque yo casi me indigesto. Sólo por ver el dulce rostro de la rubia he superado el trago amargo de escucharte. Eres un afónico de la puta madre,- le contestó Terry.
-Entonces, según tú es mi culpa. Pues déjame decirte que mejor cantan las ranas que tú. ¡Realmente has dado un espectáculo, actorcillo de cuarta! Mejor vete a cantar a una cantina, ¡borracho!
Ambos se estaban por enfrascar en una pelea de puños, cuando se vieron interrumpidos por un gran grupo de músicos, vestidos hermosamente de charros. Se notaba la alta calidad del grupo de músicos, no sólo por su apariencia, sino por la gran cantidad de instrumentos que se dieron cita allí: vihuelas, guitarras, guitarrones, violines, trompetas y una majestuosa arpa. Todos se colocaron en filita, dejando en medio de ellos un espacio, por el que pasó con gran gallardía un hombre vestido finamente de charro, cuyo sombrero era más grande que todos los demás. Con gran seguridad y entonando una sorprendente voz, con el bigote y barba bien peinados, se abrió paso entre el mariachi el Sr. García.
Todos los instrumentos comenzaron a tocar con gran maestranza, lo que dejó a los demás músicos y a los otros dos galanes boquiabiertos. Los ojos del Sr. García brillaban con emoción, mientras se plantó gallardo frente a todos y mirando incesante el balcón de quien consideraba su "María Fénix".
Canto al pie de tu ventana,
Pa´ que sepas que te quiero,
Tú a mí no me quieres nada,
Pero yo por ti me muero.
Dicen que ando muy errado,
Que despierte de mi sueño,
Pero se han equivocado,
Porque yo he de ser tu dueño.
Qué voy a hacer,
Si de veras te quiero,
Ya te adoré,
Y olvidarte no puedo.
Yo sé que hay muchas mujeres,
Y que sobra quien me quiera,
Pero ninguna me importa,
Sólo pienso en ti mi dueña.
Mi corazón te ha escogido,
Y llorar no quiero verlo,
Ya el pobre mucho ha sufrido,
Ahora tienes que quererlo.*²
Los músicos de Terry y Albert no pudieron evitar aplaudir con emoción, mientras éstos se miraban extrañados. Tanto la música como la voz fueron extraordinarias. Mucho más revuelo causó el hecho que la luz del cuarto se prendió. Los tres enamorados se pararon frente al balcón, como si fueran tres hombres perdidos y desesperados, sedientos del amor de Candy y con cara de "estamos más hambrientos que el Chavo del Ocho". Esperaron alguna señal que les diese a entender que Candy les había favorecido. Una sombra se vio en la puerta tratando de abrirla. Una mujer, cuyo cabello reflejaba los brillantes rayos de la Luna, salió con una hermosa bata color verde, que hacía juego con sus dos esmeraldas. Se acercó a la reja del balcón con un pañuelo, el cual besó con mucha ternura y sin pensarlo dos veces se lo tiró al Sr. García. El Sr. García se prosternó y besó el suelo donde se encontraba la morada de Candy. Todo el mariachi comenzó a tocar celebrando la victoria del charro. Terry y Albert no pudieron evitar llorar como nunca, con todo el sentimiento del mundo, como bebés que les hace falta la teta. Abrazados, comenzaron a caminar decididos a pasar esta pena de amor con una buena botella de ginebra.
–Yo pago, camarada- rezongó un triste Albert. Terry asintió con la cabeza, en tanto los lagrimones que bajaban por su rostro no lo dejaban hablar.
Mientras caminaban, los músicos restantes se unieron al mariachi, y toda aquella gama de músicos decidió consolar a ambos titanes:
Ay, ay, ay, ay, canta y no llores
porque cantando se alegran
cielito lindo los corazones.*³
Fin
¹ Por una mujer, de Luis Fonsi
² Otro día más verte, de John Secada
³ Burbujas de amor, de Juan Luis Guerra
*¹ El centro de mi corazón, de Chayanne
*² Serenata huatesca, José Alfredo Jiménez
*³ Cielito lindo, Quirino Mendoza y Cortés
