Disclaimer: Los personajes le pertenesen al fabuloso Tite Cubo y la historia a la escritora Susan Elizabeth Phillips… por lo que se notara que por desgracia nada es mio

Bueno esto es una adaptación (Copiar y Pegar) del libro con el mismo titulo, no gano nada realizando esto, es por divercion y dar a conocer esta linda historia.


Resumen

Rukia Kuchiki tiene fama de meterse en líos. Es verdad que se desprendió de una herencia de quince millones de dólares… pero vaya, nadie es perfecto. Aún así tiene una vida casi perfecta, esa es Rukia. Aunque sus libros de la Conejita Chappy podrían venderse mejor, vive encantada con su minúsculo loft, su caniche francés y su profesión de escritora de cuentos infantiles.

Sí, Rukia se siente feliz por casi todo … excepto por llevar tanto tiempo enamorada de Ichigo Kurosaki, el desvergonzado y terriblemente atractivo jugador de los Chicago Stars, ¡un hombre que ni siquiera recuerda cómo se llama ella! Una noche, la tendencia a meterse en líos la lleva directamente a los brazos de Ichigo. Si al menos ese futbolista bien pagado, que conduce Ferraris y detesta los caniches, fuese tan superficial como ella desea, Rukia podría conseguir una vida casi perfecta…


Notas -: Se que existen reglas que regulan esto de copiar y pegar, es por eso que si no les gusta me avisan y la borro.

¿Por qué una adaptación?

Todo el mundo la hacia así que quería ser popular, no mentira me enamore de esta escritora por otras adaptaciones que han realizado, por lo que quise compartir esta historia, pertenece a la serie de los Chicago Stars, creo que este es el cuarto no recuerdo.

Las otras adaptaciones que han realizado ichiruki de esta autora son:

-Besar a un ángel

-Cázame si puedes

O esas he visto…

Sin nada más que decir me despido(Ah díganme que opinan)

Kanade

No era broma aquí está en primer capítulo.


Capítulo uno


Chappy la Conejita estaba admiran do su reluciente esmalte violeta de uñas cuando Kon el Tejón pasó zumbando montado en su bicicleta de montaña roja y la hizo caer de cuatro patas.

-¡Maldito tejón fastidioso! -excla mó- .Alguien tendría que desinflarte las ruedas.

Chappy se cae de bruces

El día que Ichigo Kurosaki estuvo a punto de matarla, Rukia Kuchiki renunció para siempre al amor no corres pondido.

Estaba esquivando las placas de hielo del aparcamiento de las oficinas de los Chicago Stars cuando Ichigo salió ru giendo de la nada en su novísimo Ferrari 355 Spider de co lor rojo valorado en 140.000 dólares. El coche, envuelto en el sonido chirriante de los frenos y el rugido del motor, do bló la esquina salpicando fango. Mientras intentaba esquivarle, Rukia perdió el equilibrio, topó con el guardabarros del Lexus de su cuñado y cayó entre una nube de gases del tubo de escape.

Ichigo Kurosaki ni siquiera redujo la velocidad.

Rukia se quedó mirando cómo se alejaban las luces tra seras, apretó los dientes y se puso en pie. Una de las perne ras de sus carísimo pantalones Comme des Garlons se ha bía manchado de nieve sucia y barro, su bolso Prada estaba hecho un asco y una de sus botas italianas tenía un arañazo.

-¡Maldito futbolista fastidioso! -murmuró entre dien tes-. Alguien tendría que desinflarte las pelotas.

¡Él ni siquiera la había visto, y por descontado no se ha bía fijado en que había estado a punto de matarla! Aunque, por supuesto, eso no era ninguna novedad. Ichigo Kurosaki no se había fijado en ella desde que empezó a jugar en el equi po de fútbol de los Chicago Stars.

Chappy se sacudió el polvo de la pelusa de su colita de algodón, se limpió el fango de sus brillantes escarpi nes azules y decidió comprarse el par de patines más rá pidos del mundo. Tan rápidos como para poder atrapar a Kon y su bicicleta de montaña...

Rukia contempló durante unos pocos segundos la po sibilidad de perseguir a Ichigo en el Volkswagen Escaraba jo de color chartreuse que se había comprado tras vender su Mercedes, pero ni siquiera su fértil imaginación podía conjurar una conclusión satisfactoria para aquella escena. Mientras se dirigía a la entrada principal de las oficinas de los Stars, sacudió la cabeza avergonzada de sí misma. Ese tipo era atolondrado y superficial, y sólo le importaba el fútbol. Punto: se habían acabado los amores no correspon didos.

No es que fuera realmente amor lo que sentía por aquel patán. Más bien se trataba de un patético encaprichamiento, cosa que podría ser excusable a los dieciséis años, pero que resultaba ridícula en una mujer de veintisiete años con prác ticamente el coeficiente intelectual de un genio.

Vaya genio.

Una ráfaga de aire caliente la envolvió mientras se dis ponía a cruzar la serie de puertas de cristal que, decoradas con el escudo del equipo, consistente en tres estrellas doradas su perpuestas sobre un óvalo azul celeste, conducían al vestí bulo. Rukia ya no pasaba en las oficinas de los Chicago Stars tanto tiempo como lo había hecho cuando todavía iba al ins tituto. Incluso entonces se sentía como una extraña. Era una romántica empedernida, y realmente prefería leer una buena novela o perderse en un museo que ver deportes de contacto. Naturalmente era una acérrima aficionada de los Stars, pero su lealtad era más producto de su entorno familiar que de una inclinación natural. El sudor, la sangre y el choque violento de hombreras eran algo tan extraño para su naturaleza como... bueno... como Ichigo Kurosaki.

-¡Tía Rukia!

-¡Te estábamos esperando!

-¡No te imaginarías nunca lo que ha ocurrido!

Rukia sonrió mientras sus hermosas sobrinas de once años entraban corriendo en el vestíbulo, con sus rubias me lenas al viento.

Tess y Julie parecían versiones en miniatura de su madre, Rangiku, la hermana mayor de Rukia. Las niñas eran mellizas idénticas, aunque Tess llevaba unos vaqueros y una camise ta holgada de los Stars, y Julie iba enfundada en unos estre chos pantalones negros y un jersey rosa. Ambas eran atléti cas, pero a Julie le encantaba el ballet y Tess triunfaba con los deportes en equipo. Gracias a su naturaleza alegre y opti mista, las mellizas Ichimaru eran muy populares entre sus compañeros de clase; sus padres, en cambio, vivían con el co razón en un puño, ya que ninguna de las dos niñas rechaza ba jamás un desafío. Las niñas se detuvieron de pronto soltando un chillido. Fuera lo que fuera lo que querían contarle a su tía Rukia, se les fue de la cabeza en cuanto vieron su pelo.

-¡Dios mío, es rojo!

-¡Rojísimo!

-¡Es genial! ¿Por qué no nos lo habías dicho?

-Fue una especie de impulso -contestó Rukia.

-¡Yo también me teñiré el pelo así! -anunció Julie.

-No es una gran idea -dijo Rukia enseguida-. Bue no, ¿qué era eso que ibais a decirme?

-Papá está como loco -declaró Tess con los ojos muy abiertos.

Julie abrió los ojos aún más.

-El tío Hanataro y él han vuelto a discutir con Ichigo. Aunque minutos antes le había dado la espalda para siempre al amor no correspondido, Rukia aguzó los oídos.

-¿Qué ha hecho Ichigo? Además de estar a punto de atropellarme, claro.

-¿Eso ha hecho?

-No importa. Contadme. Julie tomó aire.

-Se fue a Denver a saltar en caída libre antes del partido contra los Broncos.

-Dios mío... -dijo Rukia con el corazón encogido.

-¡Papá acaba de enterarse y le ha multado con diez mil dólares!

-Vaya.

Que Rukia supiera, era la primera vez que multaban a Ichigo. Las temeridades impropias del quarterback(1) habían empezado antes del inicio de la pretemporada, en julio, cuan do se había aventurado a participar en una carrera de motocross para aficionados y había acabado con un esguince de muñeca. Era impropio de él hacer nada que pudiera poner en peligro su rendimiento en el campo, así que todo el mun do se había mostrado comprensivo, especialmente Gin, que consideraba a Ichigo un consumado profesional.

La actitud de Gin, sin embargo, había empezado a cam biar cuando le habían llegado rumores de que durante la tem porada regular Ichigo había estado practicando el parapente en Monument Valley. Poco después de eso, el futbolista se había comprado el potentísimo Ferrari Spider que había he cho caer a Rukia en el aparcamiento. Al siguiente mes, el Sun-Times había informado de que Ichigo había salido de Chicago, tras la charla del lunes posterior al partido, para vo lar hasta Idaho a practicar el esquí acuático con parapente en Sun Valley. Como Ichigo no había sufrido ningún daño, Gin sólo le había advertido. Pero era evidente que el reciente in cidente con el salto en caída libre había colmado el vaso de la paciencia de su cuñado.

-Papá se pasa el día gritando, pero nunca le había oído gritarle a Ichigo hasta hoy -informó Tess-. E Ichigo le ha contestado gritando. Le ha dicho que ya sabía lo que se hacía y que no se había lesionado y que papá no tenía por qué me terse en su vida privada.

Rukia hizo una mueca de dolor.

-Seguro que eso no le ha gustado a tu padre.

-Entonces sí que ha gritado -dijo Julie-. El tío Hanataro ha intentado calmarles, pero ha entrado el entrenador y tam bién se ha puesto a gritar.

Rukia sabía que su hermana Rangiku sentía aversión por los gritos.

-¿Qué ha hecho tu madre?

-Se ha encerrado en su despacho a escuchar a Alanis Morissette(2).

Probablemente había sido una buena idea.

Las interrumpió el martilleo de unas zapatillas deporti vas: el sobrino de cinco años, Toushiro, acababa de doblar la esquina al galope, casi como el Ferrari de Ichigo.

-¡Tía Rukia! ¿Sabes qué? -dijo abrazándose a sus ro dillas-. Todo el mundo gritaba y me duelen las orejas.

Como Toushiro había sido bendecido no sólo con la bue na presencia de su padre, sino también con la voz retumbante de Gin Ichimaru, Rukia tuvo serias dudas acerca de la afir mación de su sobrino. Aun así, le acarició la cabeza.

-Pobrecito...

Él la miró con ojos afligidos.

-Y Ichigo estaba taaaaan enfadado con papá, el tío Hanataro y el entrenador, que ha dicho una palabrota.

-Pues no debería haberlo hecho.

-¡Dos veces!

-Santo cielo... -dijo Rukia, reprimiendo una sonrisa. Los niños Ichimaru pasaban tanto tiempo en las oficinas de un equipo de la NFL(3), la Liga Nacional de Fútbol, que, aun que las normas de la familia eran claras, acababan escuchan do más obscenidades de la cuenta. Un lenguaje inadecuado en el hogar de los Ichimaru conllevaba multas muy severas, aunque no tanto como los diez mil dólares de Ichigo.

Rukia no podía entenderlo. Una de las cosas que más de testaba de su encaprichamiento -su ex encaprichamiento- por Ichigo era el hecho de que se tratara de Ichigo, el hombre más superficial del planeta. Lo único que le importaba era el fútbol. El fútbol y una interminable retahíla de modelos in ternacionales de rostro inexpresivo. ¿Dónde las conocía? ¿En la web sin ?

-Hola, tía Rukia.

Al contrario que sus hermanos, Ururu, de ocho años, se acercó a Rukia pausadamente, sin correr. Aunque Rukia amaba a los cuatro niños por igual, había en su corazón un lugar especial para esa vulnerable hija mediana que no tenía ni la capacidad atlética de sus hermanas ni su infinita auto estima. Al contrario, era una romántica soñadora, una devoradora de libros excesivamente sensible e imaginativa, con un gran talento para el dibujo, igual que su tía.

-Me gusta tu peinado.

-Gracias.

Sus perspicaces ojos grises observaron lo que sus her manas no habían notado: las manchas de barro en los panta lones de Rukia.

-¿Qué te ha pasado?

-He resbalado en el aparcamiento. Nada grave. Ururu se mordisqueó el labio inferior.

-¿Ya te han contado lo de la discusión entre Ichigo y papá?

Se la veía triste, y Rukia podía imaginarse muy bien por qué. Ichigo visitaba la casa de los Ichimaru de vez en cuan do, y, como su atolondrada tía, la niña de ocho años se había encaprichado con él. Pero, a diferencia de Rukia, el amor que sentía Ururu era puro.

Como Toushiro seguía abrazado a sus rodillas, Rukia le tendió un brazo a su sobrina, y Ururu se apresuró a acu rrucarse junto a ella.

-La gente tiene que atenerse a las consecuencias de sus actos, cariño, y eso incluye a Ichigo.

-¿Qué crees que hará? -susurró Ururu.

Rukia estaba bastante segura de que se consolaría en bra zos de alguna modelo con un escaso dominio del inglés y un profuso dominio de las artes eróticas.

-Estoy segura de que estará bien en cuanto se le pase el enfado.

-Tengo miedo de que haga alguna tontería.

Rukia apartó delicadamente del rostro de Ururu un mechón de sus cabellos negros y preguntó:

-¿Cómo hacer esquí acuático con parapente el día an tes del partido contra los Broncos?

-No debió de pensarlo.

Rukia dudó que el minúsculo cerebro de Ichigo tuviera la capacidad para pensar en algo que no fuera el fútbol, pero no compartió esa observación con Ururu.

-Tengo que hablar un momento con tu mamá; luego tú y yo podremos irnos.

-Después de Ururu me toca a mí -recordó Toushiro tras soltarle finalmente las piernas.

-No lo he olvidado.

Los niños se turnaban para pasar la noche en el peque ño piso que Rukia tenía en la costa norte. Normalmente se quedaban con ella los fines de semana y no un martes por la noche, pero los profesores celebraban al día siguiente un día de formación interna y Rukia consideró que Ururu nece sitaba una atención especial.

-Coge tu mochila. No tardaré.

Rukia dejó a los niños atrás y avanzó por un pasillo lle no de fotografías que marcaban la historia de los Chicago Stars. En primer lugar estaba el retrato de su padre, y vio que su hermana había repasado los cuernos negros que le había pintado hacía años sobre la cabeza. Aizen Sosuke , el fundador de los Chicago Stars, llevaba años muerto, pero su crueldad todavía sobrevivía en los recuerdos de sus dos hijas.

A continuación venía un retrato formal de Rangiku Aizen Ichimaru, actual propietaria de los Stars, y luego una fotografía de su marido, Gin Ichimaru, en sus tiempos de primer entrenador, mucho antes de convertirse en el presi dente del equipo. Rukia le dedicó una sonrisa afectuosa a su temperamental cuñado. Gin y Rangiku la habían criado des de que tenía quince años, e incluso en su peor momento ha bían sido mejores padres que Aizen Sosuke en su día más afortunado.

También había una foto de Hanataro Yamada, director ge neral de los Stars desde hacía tiempo, y tío Hanataro para los ni ños. Rangiku, Gin y Hanataro se esforzaban mucho por conciliar el absorbente trabajo de dirigir un equipo de la NFL con la vida familiar. A lo largo de los años, la cuestión había impli cado varias reorganizaciones, una de las cuales había lleva do a Gin de regreso a los Stars tras haber permanecido una temporada alejado del equipo.

Rukia hizo una parada rápida en el aseo. Mientras ple gaba su abrigo sobre la pila, le dio un vistazo crítico a su pelo. Aunque el pelo corto ligeramente desigual le hacía re saltar más los ojos, no había acabado de quedar satisfecha con el cambio, de modo que decidió cambiar el tono negro natural de su pelo por un rojo particularmente chi llón. Parecía un cardenal.

Al menos, el color del pelo le daba un cierto brillo a sus rasgos más bien corrientes. No es que estuviera contenta de su aspecto. Tenía una nariz que estaba bien y una boca que no estaba mal. Su cuerpo, ni demasiado delgado ni de masiado gordo, estaba sano y era funcional, cosa que agra decía. Una mirada a sus pechos confirmó algo que había aceptado hacía mucho tiempo: para ser hija de una corista, no daba la talla.

Sus ojos, en cambio, eran bonitos, ligeramente rasgados, y le gustaba creer que ese sesgo le daba a su rostro un aire misterioso. Cuando era niña, solía cubrirse la mitad inferior de la cara con una enagua, a modo de velo, y fingía ser una hermosa espía árabe.

Con un suspiro, se frotó los restos de barro de sus viejos pantalones Comme des Garcons y luego cepilló su querido aunque estropeado bolso Prada. Después de hacer todo lo que pudo, cogió el abrigo marrón acolchado que se había comprado en Target y se dirigió al despacho de su hermana.

Era la primera semana de diciembre, y parte del perso nal había empezado a colocar los adornos navideños. En la puerta de su despacho, Rangiku había colgado un dibujo que Rukia había hecho de pequeña: era Santa Claus vestido con el uniforme de los Stars. Rukia asomó la cabeza por la puerta.

-Ya está aquí la tía Rukia.

Los brazaletes de oro retintinearon cuando su despam panante y rubia hermana mayor dejó caer el bolígrafo.

-Gracias a Dios. Un poco de cordura, eso es justamente lo que nece... ¡Cielo santo! ¿Qué te has hecho en el pelo?

Rangiku, con su sedoso cabello rubio claro, sus ojos celestes y un tipazo de muerte, tenía el mismo aspecto que hu biera tenido Marilyn Monroe si hubiera llegado a los cua renta, aunque a Rukis le costaba imaginarse a Marilyn con una mancha de mermelada de uva en la blusa de seda. Hicie ra lo que hiciera, Rukia no sería nunca tan guapa como su hermana, aunque no le importaba. Poca gente sabía los ma los ratos que aquel cuerpo exuberante y su belleza de vam piresa le habían hecho pasar a Rangiku de más joven.

-No, Rukia... otra vez no.

Al ver la consternación en la mirada de su hermana, Rukia lamentó no haberse puesto un sombrero.

-Tranquilízate, ¿quieres? No va a pasar nada.

-¿Cómo voy a tranquilizarme? Cada vez que te haces algo drástico en el pelo, tenemos otro incidente.

-Ya hace tiempo que dejé atrás los incidentes -suspi ró Rukia-. Esto ha sido simplemente cosmético.

-No te creo. Estás a punto de cometer otra locura, ¿ver dad?

-¡No! -respondió Rukia, pensando que si lo repetía frecuentemente tal vez lograría convencerse a sí misma.

-Sólo tenías diez años -murmuró Rangiku entre dien tes-. Eras la niña más brillante y modosita del internado. Entonces, sin saberse por qué, te cortaste el flequillo y tiras te una bomba fétida en el comedor.

-Aquello sólo fue un experimento de química de una niña dotada.

-Trece años. Tranquila. Estudiosa. Sin ningún paso en falso desde el incidente de la bomba fétida. Hasta que em pezaste a ponerte polvos de gelatina de uva en el pelo. Y, abra cadabra, ¡cambio! Empaquetas los trofeos del instituto de Sosuke, llamas a una empresa de basureros y haces que se los lleven.

-Eso te gustó cuando te lo conté. Admítelo.

Pero Rangiku estaba disparada, y no iba a admitir nada.

-Pasan cuatro años. Cuatro años de comportamien to modélico y grandes logros escolares. Gin y yo te hemos acogido en nuestra casa y en nuestros corazones. Eres alum na del último año, casi a punto de preparar tu discurso de despedida. Tienes un hogar estable, gente que te quiere... Eres vicepresidenta del Consejo de Estudiantes... Por tanto, ¿por qué iba a preocuparme porque te tiñeras el pelo a rayas azules y naranjas?

-Eran los colores de la escuela-dijo Rukia con un hilo de voz.

-¡Y me llaman de la policía diciéndome que mi herma na, mi hermana estudiosa, talentuda, y ciudadana del mes, ha accionado deliberadamente una alarma de incendios duran te la hora de la comida! ¡Se acabaron las pequeñas diabluras de nuestra Rukia! Ya no... ¡Había pasado directamente a un delito de segundo grado!

Era la cosa más miserable que había hecho Rukia en su vida. Había traicionado a la gente que la quería, e incluso des pués de un año de supervisión judicial y muchas horas de ser vicio comunitario, no había logrado entender el porqué. No lo comprendió hasta más tarde, durante su segundo año de estudiante en Northwestern.

Había sido en primavera, justo antes de los exámenes fi nales. Rukia estaba inquieta y era incapaz de concentrarse.

En lugar de estudiar, leía montones de novelas románticas, dibujaba o se miraba el pelo en el espejo y suspiraba por algo prerrafaelita. Ni siquiera utilizar su paga en algunas exten siones para el pelo había calmado su desasosiego. Entonces, un día, al salir de la librería de su facultad, descubrió en su bolso una calculadora por la que no había pagado.

Su reacción fue entonces mucho más inteligente que la que había tenido en sus tiempos de instituto: volvió co rriendo a devolverla y se dirigió a la oficina de ayuda so ciopsicológica de Northwestern.

De pronto Rangiku se puso en pie e interrumpió los pen samientos de Rukia:

-Y la última vez...

Rukia dio un paso atrás, aunque de hecho ya sabía a don de iba a ir a parar Rangiku.

- … la última vez que te hiciste algo drástico en el pelo, ese horroroso corte de pelo al rape, hace un par de años...

-No era horroroso, era la moda.

Rangiku apretó los dientes.

-¡La última vez que te hiciste algo tan drástico, te des prendiste de quince millones de dólares!

-Vale... Pero lo del pelo al rape fue pura coincidencia.

-¡Ja!

Por quincemillonésima vez, Rukia explicó por qué lo ha bía hecho.

-El dinero de Sosuke me estaba estrangulando. Tenía que romper definitivamente con el pasado para poder vivir mi propia vida.

-¡Una vida de pobre!

Rukia sonrió. Aunque Rangiku no lo admitiría nunca, comprendía perfectamente por qué Rukia había donado su herencia.

-Míralo por el lado positivo. Apenas nadie sabe que me desprendí de mi dinero. Sólo creen que soy una excéntrica por conducir un Escarabajo de segunda mano y vivir en un piso pequeño como una caja de zapatos.

-Un piso que tú adoras.

Rukia ni siquiera intentó negarlo. Su loft era su posesión más preciada, y le encantaba saber que se ganaba el dinero con el que pagaba la hipoteca cada mes. Sólo alguien que hu biera crecido sin un hogar que fuera auténticamente suyo podía comprender lo que significaba para ella.

Decidió cambiar de tema antes de que Rangiku volviera a la carga.

-Tus peques me han dicho que Gin le ha impuesto una multa de diez mil dólares al señor Superficial.

-Preferiría que no le llamaras así. Ichigo no es superfi cial, sólo es...

-¿Carente de interés?

-Sinceramente, Rukia, no sé por qué le detestas tanto. ¡Si apenas habréis intercambiado una docena de palabras du rante estos años!

-Por definición. Evito a la gente que sólo habla de fútbol.

-Si le conocieras mejor, le adorarías tanto como yo.

-¿No te resulta fascinante que salga sobre todo con mu jeres con un inglés limitado? Aunque supongo que eso evi ta que algo tan tonto como una conversación interfiera con el sexo.

Rangiku se rió a su pesar.

Aunque Rukia lo compartía casi todo con su hermana, no le había confesado su encaprichamiento por el quarter back de los Stars. No solo porque habría sido humillante, si no porque Rangiku se lo habría contado a Gin y él se habría puesto como una moto. Decir que su cuñado era algo pro tector con Rukia sería quedarse muy corto: no quería que se le acercase ningún deportista, a menos que estuviese feliz mente casado o fuese gay.

En ese momento, el protagonista de sus pensamientos en tró en la habitación. Gin Ichimaru era alto, pelo platinado y elegante. La edad le había tratado amablemente, y en los doce años que hacía que Rukia le conocía, las arrugas que habían ido apare ciendo en su rostro viril sólo le habían aportado carácter. Su presencia bastaba para llenar una habitación: era el reflejo de la perfecta autoestima de alguien que sabe lo que quiere.

Gin era el primer entrenador cuando Rangiku heredó los Stars. Desafortunadamente, ella no sabía nada sobre fútbol y él le declaró inmediatamente la guerra. Sus primeras bata llas habían sido tan feroces que Hanataro Yamada había llega do a suspender a Gin por insultarla; su ira, sin embargo, no tardó en convertirse en algo totalmente diferente.

Rukia consideraba la historia de amor de Rangiku y Gin como material de leyenda, y hacía mucho tiempo había de cidido que, si no podía tener lo mismo que compartían su hermana y su cuñado, no quería nada. Sólo una Gran His toria de Amor satisfaría a Rukia, y eso era tan probable como que Gin le retirase la multa a Ichigo.

Su cuñado le pasó automáticamente un brazo por detrás de los hombros. Cuando Gin estaba con su familia, siempre tenía el brazo detrás de los hombros de alguien. Rukia sintió una punzada en el corazón. Con los años había salido con un montón de chicos decentes e incluso había intenta do convencerse de que se había enamorado de uno o dos de ellos, pero su enamoramiento se había evaporado en el mo mento de darse cuenta de que no podrían llenar ni por aso mo la gigantesca sombra proyectada por su cuñado. Empe zaba a sospechar que nadie lo lograría jamás.

-Rangiku, ya sé que Ichigo te cae bien, pero esta vez ha ido demasiado lejos -dijo Gin. Su acento de Alabama, len to y pesado, se volvía más denso cuando se enfadaba, y en ese momento goteaba melaza.

-Eso es lo que dijiste la última vez -replicó Rangiku-. Y a ti también te cae bien.

-¡No lo comprendo! Jugar con los Stars es la cosa más importante en la vida. ¿Por qué se esfuerza tanto en arrui narlo?

Rangiku sonrió con dulzura y respondió:

-Probablemente tú puedas responder a eso mejor que ningún otro, ya que también fuiste una auténtica ruina has ta que llegué yo.

-Debes de estar confundiéndome con otra persona.

Rangiku se rió, y la mirada colérica de Gin dio paso a esa sonrisa entrañable que Rukia había presenciado miles de ve ces y había envidiado otras tantas. Luego la sonrisa se desvaneció.

-Si no le conociese mejor, diría que le persigue el dia blo -dijo entonces Gin.

-Diablos -interpuso Rukia-, todos con acento ex tranjero y grandes tetas.

-Eso es lo que tiene ser jugador de fútbol: no lo olvides jamás -repuso Gin.

Rukia no quería oír nada más de Ichigo, así que tras dar le a Gin un beso rápido en la mejilla, dijo:

-Ururu me espera. Os la devolveré mañana a última hora de la tarde.

-No le dejes leer los periódicos de la mañana.

-No lo haré.

Ururu se entristecía cuando los periódicos no habla ban bien de los Stars, y la multa que se le había impuesto a Ichigo sin duda iba a suscitar polémica.

Rukia dijo adiós con la mano, recogió a Ururu, besó a las mellizas y a Toushiro y emprendió el camino hacia su casa. La autopista de peaje este-oeste empezaba a saturarse con el tráfico de hora punta, y Rukia supo que tardaría algo más de una hora en llegar a Evanston, el pueblo de la costa norte que era tanto la ubicación de su alma máter como de su casa actual.

-¡Slytherin! -le gritó a un tipo que le cortó el paso.

-¡Sucio y asqueroso slytherin! -añadió Ururu.

Rukia rió para sí. Los slytherins eran los niños malos de los libros de Harry Potter, y Rukia había convertido esa pa labra en un práctico insulto de nivel G. Le había hecho mu cha gracia que Rangiku y más tarde Gin empezasen a utilizar lo. Mientras Ururu comenzaba a explicarle cómo le había ido el día, Rukia se encontró recordando su conversación con Rangiku y los años posteriores al cobro de su herencia.

El testamento de Sosuke le había dejado a Rangiku los Chi cago Stars. Lo que quedaba de sus bienes tras una serie de malas inversiones había sido para Rukia. Como ella era me nor de edad, Rangiku se había hecho cargo del dinero y lo convirtió en quince millones de dólares. Finalmente, a los veintiún años, Rukia, ya emancipada y con un flamante tí tulo de periodismo, se había hecho con el control de su he rencia y había empezado a vivir la gran vida en un aparta mento de lujo en la Costa Dorada de Chicago.

El lugar era estéril, y sus vecinos mucho mayores que ella, pero tardó bastante en darse cuenta de que había come tido una equivocación. Hasta entonces se dio el gusto de comprarse la ropa de diseño que más le gustaba y de hacer regalos a todas sus amistades, además de adquirir para ella un coche de los caros. Pero, un año después, tuvo que admi tir finalmente que la vida de rica ociosa no estaba hecha para ella. Estaba acostumbrada al esfuerzo, tanto en los estudios como en esos empleos de verano en los que Gin había insis tido en que trabajase, así que aceptó un puesto en un perió dico.

El trabajo la mantenía ocupada, pero no era lo bastante creativo como para que se sintiese realizada, así que empezó a tener la sensación de estar jugando a la vida en lugar de vivir la realmente. Finalmente, decidió dejar el empleo para poder concentrarse en la épica saga romántica que siempre había so ñado con escribir. En lugar de eso, se encontró dedicándose a las historias que inventaba para las niñas Ichimaru, cuen tos sobre una conejita presumida que vestía a la última mo da, vivía en una casita de campo en un rincón del Bosque del Seireitei y se pasaba el día metiéndose en líos.

Había empezado a pasar las historias a papel, y luego a ilustrarlas con los divertidos dibujos que había hecho toda su vida, pero que nunca se había tomado en serio. Utilizando pluma y tinta y pintando luego los bocetos con colores acrílicos brillantes, Rukis vio cómo cobraban vida Chappy y sus amigos.

Tuvo una enorme alegría cuando Birdcage Press, una pe queña editorial de Chicago, compró su primer libro, Chappy dice hola, aunque el dinero que le habían adelantado apenas cubría el envío. Aun así, por fin había encontrado una colo cación. Sin embargo, su formidable riqueza no le permitía tomarse su trabajo como una vocación, sino más bien como un entretenimiento, y seguía sintiéndose insatisfecha. Su de sasosiego aumentó. Detestaba su apartamento, su ropero, su peinado... No bastó con cortarse el pelo al rape y teñírselo de colores llamativos.

Tenía que tirar de una alarma de incendios.

Una vez dejados atrás aquellos días, se encontró en el despacho de su abogado, diciéndole que quería donar todo su dinero a una fundación para niños marginados. Su abo gado se quedó pasmado. Sin embargo, ella se sintió comple tamente satisfecha por primera vez desde que había cumpli do los veintiuno. Rangiku había tenido la oportunidad de demostrar lo que valía al heredar los Stars, pero Rukia nun ca había tenido esa posibilidad. Ahora la tendría. Una vez fir mados los papeles, se sintió ligera como una pluma, y libre.

-Me encanta este lugar -dijo Ururu con un suspiro mientras Rukia abría la puerta de su diminuto loft, ubicado en un segundo piso a unos pocos minutos a pie del centro de Evanston. Rukia también suspiró de placer. No había pasa do mucho rato fuera, pero siempre se sentía feliz al entrar en su casa.

Todos los pequeños Ichimaru consideraban el loft de su tía Rukia como el lugar más fantástico de la Tierra. El edifi cio había sido construido en 1910 para un comerciante de Studebaker; luego había servido como bloque de oficinas y, finalmente, antes de ser reformado hacía pocos años, como almacén. El piso tenía ventanas industriales que iban del suelo al techo, tuberías a la vista y paredes antiguas de ladri llos, en las que Rukia había colgado algunos de sus dibujos y pinturas. Era el piso más pequeño y más barato del edifi cio, pero los techos de cuatro metros creaban una sensación de espaciosidad. Cada mes, Rukia besaba el sobre que con tenía el dinero de la hipoteca antes de echarlo en el buzón. Era un ritual tonto, pero lo hacía de todos modos.

La mayor parte de la gente daba por hecho que Rukia poseía una parte de los Stars, y sólo unas pocas de sus amis tades más íntimas sabían que había dejado de ser una rica he redera. Rukia complementaba sus reducidos ingresos por la venta de los libros de Chappy escribiendo artículos como free lance para una revista de adolescentes llamada Chik. A final de mes no le sobraba demasiado para sus lujos favoritos, ro pa de marca y libros de tapa dura, pero no le importaba. Com praba la ropa de segunda mano e iba a la biblioteca.

La vida era hermosa. Tal vez no tendría nunca una Gran Historia de Amor como la de Rangiku, pero al menos goza ba de una imaginación maravillosa y de una fantasía activa. No tenía quejas y ciertamente no había ningún motivo para temer que su antiguo desasosiego volviera a asomar por su impredecible cabeza. Su nuevo peinado no significaba más que un poco de coquetería.

Ururu dejó caer su abrigo y se agachó para saludar a Ginnosuke, el pequeño caniche gris de Rukia, que había trotado has ta la puerta para recibirlas. Tanto Ginnosuke como el caniche de los Ichimaru, Blues, eran hijos de King, el caniche de Rangiku.

-¡Qué, pequeñajo!, ¿me has echado de menos? -dijo Rukia dejando el correo para darle un beso a Ginnosuke en su sua ve moño gris. Ginnosuke correspondió lamiéndole la barbilla, y lue go se puso en cuclillas para emitir su mejor gruñido.

-Sí, sí, estamos impresionadas, ¿verdad, Ururu?

Ururu se rió y, mirando a Rukia, le preguntó:

-Todavía le gusta fingir que es un perro policía, ¿verdad?

-El perro más duro del cuerpo. Mejor no dañemos su autoestima recordándole que es un caniche.

Ururu abrazó nuevamente a Ginnosuke, y luego lo abando nó para dirigirse al estudio de Rukia que ocupaba uno de los extremos de la vivienda.

-¿Has escrito algún artículo más? Me encantó «Pasión en el baile de fin de curso».

-Pronto -dijo Rukia sonriendo.

Para que se adaptasen a las exigencias del mercado, los artículos que escribía para Chik se publicaban casi siempre con títulos sugerentes, aunque su contenido era de lo más in sípido. «Pasión en el baile de fin de curso» destacaba las consecuencias del sexo en el asiento de atrás de los coches. «De gatita a tigresa» había sido un artículo sobre cosméticos, y «Las niñas buenas se vuelven salvajes» hablaba de tres chi cas de catorce años que salían de acampada.

-¿Puedo ver tus últimos dibujos?

Rukia colgó los abrigos.

-No tengo ninguno. Justo acabo de empezar con una nueva idea.

A veces sus libros comenzaban con esbozos sueltos, otras veces, con texto. Hoy se había inspirado en la vida real.

-¡Cuéntamela, por favor!

Siempre compartían tazas de té Constant Comment an tes de hacer cualquier otra cosa, y Rukia se dirigió a la dimi nuta cocina que se encontraba en el extremo opuesto de su estudio para poner agua a hervir. Su minúsculo dormitorio estaba situado justo encima, dominando toda la vivienda. Los estantes de metal de las paredes estaban repletos de los libros que adoraba: su apreciada serie de novelas de Jane Austen, ejemplares andrajosos de las obras de Daphne du Maurier y Anya Seton, todos los primeros libros de Mary Stewart, junto con Victoria Holt, Phyllis Whitney y Danielle Steel.

Las estanterías más estrechas contenían hileras dobles de libros de bolsillo: sagas históricas, novelas románticas, no velas de misterio, guías de viajes y libros de consulta. Tam bién estaban representados sus escritores literarios favori tos, además de las biografías de mujeres famosas y algunas de las selecciones menos deprimentes del club de libros de Oprah, la mayoría de las cuales Rukia las había descubierto antes de que Oprah las compartiera con el mundo.

Guardaba los libros infantiles que le gustaban en los es tantes del dormitorio. Su colección incluía todas las histo rias de Eloise y los libros de Harry Potter, El estanque del Mirlo, algo de Judy Blume, Los niños del furgón, de Gertru de Chandler Warner, Ana de Green Gables, algún número de Las gemelas de Sweet Valley como diversión, y los destarta lados libros de Barbara Cartland que había descubierto cuando tenía diez años. Era una colección digna de un ratón de biblioteca, y a sus sobrinos les encantaba acurru carse en su cama con un montón de esos libros a su alrede dor mientras intentaban decidir cuál leerían a continuación.

Rukia sacó un par de tazas de porcelana con delicados bordes dorados y dibujos de pensamientos violetas.

-Hoy he decidido que mi nuevo libro se titulará Chappy se cae de bruces.

-¡Cuéntame!

-Pues... Chappy está paseando por el Bosque del Seireitei pensando en sus cosas cuando Kon aparece de la nada montado en su bicicleta de montaña y la tira al suelo.

-Ese tejón fastidioso -dijo Ururu moviendo la ca beza con desaprobación.

-Exactamente.

Ururu miró a Rukia cautelosamente y sugirió:

-Creo que alguien debería robarle a Kon su bici de montaña. Así no se metería en problemas.

Rukia sonrió.

-El robo no existe en el Bosque del Seireitei. ¿No lo habíamos comentado ya cuando quisiste que alguien le ro bara a Kon su moto acuática?

-Me parece que sí -contestó la niña con esa expresión de testarudez que había heredado de su padre-. Pero si puede haber bicicletas de montaña y motos acuáticas en el Bosque del Seireitei, no veo por qué no puede haber tam bién robos. Además, Kon no hace cosas malas adrede, sim plemente es un poco travieso.

-La línea que separa las travesuras de la estupidez es muy delgada -dijo Rukia pensando en Ichigo.

-¡Kon no es estúpido!

Ururu parecía ofendida, y Rukia pensó que hubiera si do mejor no abrir la boca.

-Por supuesto que no. Es el tejón más listo del Bosque del Seireitei -dijo despeinando un poco a su sobrina-. Venga, nos tomaremos el té y luego llevaremos a Ginnosuke a pa sear junto al lago.

Rukia no tuvo ocasión de abrir el correo hasta avanzada la noche, cuando Ururu ya se había quedado dormida con un ejemplar de El deseo de Jennifer en las manos. Puso la fac tura del teléfono en un clip y luego abrió distraídamente un sobre de tamaño comercial. En cuanto leyó el título deseó no haberse tomado la molestia.

NIÑOS HETEROSEXUALES POR UNA
AMÉRICA HETEROSEXUAL

¡La agenda de los homosexuales radicales apunta a nuestros hijos! Nuestros ciudadanos más inocentes son traídos hacia los males de la perversión mediante libros obscenos y programas de televisión irresponsables que glorifican este comportamiento desviado y moralmente repugnante...

Niños Heterosexuales por una América Heterosexual (NHAH) era una organización con sede en Chicago, cuyos miembros de mirada perdida aparecían últimamente en al gunos programas locales de entrevistas en los que vomita ban sus paranoias personales.

«Si al menos dedicasen su energía a algo constructivo, como mantener las armas lejos de los niños», pensó mien tras tiraba la carta a la basura.

Al anochecer del día siguiente, Rukia dejó caer una mano del volante y pasó sus dedos por la cabeza de Ginnosuke. Acaba ba de dejar a Ururu con sus padres y se dirigía a la casa de vacaciones que los Ichimaru tenían en Door County, Wis consin. No llegaría allí hasta tarde, pero las carreteras esta ban despejadas y a ella no le importaba conducir de noche. Había tomado la impulsiva decisión de viajar al norte. Su conversación del día anterior con Rangiku había sacado a la luz algo que había intentado negar por todos los medios. Su hermana tenía razón. Haberse teñido el pelo de rojo era un síntoma de un problema mayor. Su antiguo desasosiego ha bía vuelto.

Es cierto que ya no experimentaba ninguna compulsión de activar una alarma de incendios, y desprenderse de todo su dinero ya no era una opción. Pero eso no significaba que su subconsciente no pudiese encontrar alguna nueva manera de crear un alboroto. Tenía la incómoda sensación de verse atraída hacia un lugar que creía haber dejado atrás.

Recordó lo que el psicoterapeuta le había dicho hacía ya muchos años en Northwestern.

-De niña, creías que podías conseguir que tu padre te quisiera si hacías todo lo que se suponía que tenías que ha cer. Si sacabas las mejores notas, vigilabas tus modales y obedecías todas las normas, entonces él te daría la aprobación que todo niño necesita. Pero tu padre era incapaz de esa cla se de amor. Finalmente, algo se rompió dentro de ti e hicis te lo peor que se te pudo ocurrir. En realidad, fue una rebe lión sana. Para mantenerte en funcionamiento.

-Eso no explica lo que hice en el instituto -le dijo ella-. Entonces, Sosuke ya estaba muerto y yo vivía con Rangiku y Gin. Ambos me amaban. ¿Y qué me dice del incidente del hurto en la tienda?

-Tal vez necesitabas poner a prueba el amor de Rangiku y Gin.

Algo raro se agitó en el interior de Rukia.

-¿A qué se refiere?

-La única manera de asegurarte de que su amor era in condicional era hacer algo terrible para ver si luego seguían a tu lado.

Y allí habían seguido.

Entonces, ¿por qué volvía a atormentarla su viejo pro blema? Ya no quería más alborotos en su vida. Quería escri bir sus libros, disfrutar de sus amistades, pasear a su perro y jugar con sus sobrinos. Pero llevaba ya varias semanas sin tiendo ese desasosiego, y una mirada a su horrible pelo rojo le dijo que tal vez estaba a punto de volver a subirse por las paredes.

Hasta que se le pasara ese impulso, haría algo inteligente y se escondería en Door County durante una o dos semanas. A fin de cuentas, ¿qué posibles problemas podía encontrar se allí?

Ichigo Kurosaki estaba soñando con la Red Jack Express, una jugada especial de los quarterbacks, cuando algo lo despertó. Se incorporó, gruñó e intentó adivinar dónde estaba, pero la botella de whisky escocés con la que había hecho amistad an tes de dormirse se lo estaba poniendo difícil. Normalmente su droga preferida era la adrenalina, pero esa noche el alco hol le había parecido una buena alternativa.

Volvió a oír el ruido, unos rasguños en la puerta, y en tonces lo recordó todo. Estaba en Door County, Wisconsin, los Stars no jugaban esa semana, y Gin le había abofeteado con una multa de diez mil dólares. Después de eso, el muy desgraciado le había ordenado que se refugiara en su casa de vacaciones y se quedara allí hasta que volviera a tener la ca beza en su sitio.

Él no tenía ningún problema con su cabeza, aunque sin duda sí había un problema con el sistema de seguridad de alta tecnología de los Ichimaru, porque alguien estaba inten tando forzar la cerradura.


Notas Finales(ahora si):

Quarterback: en el futbol americano, el quarterback es la figura mas importante del equipo, sobre el que se posan todas las miradas del público durante una jugada, es el que se lleva toda la gloria de una victoria o todas las criticas por una derrota, y también son los jugadores mejor pagados con diferencia de NFL. Cada jugada comienzo con una jugada al quarterback que en unos segundos, antes del que defensa del equipo contrario lo alcance, tiene que pasar el balón en una única jugada de su equipo mejor situado, normalmente el receptor. Este otro jugador no puede pasarlo teniendo que rematar la jugada corriendo. Los quarterback se dicen que son los deportistas mas inteligentes, y que el futbol americano es de los deportes donde mas se usa la cabeza

Alanis Nadine Morissette: (Ottawa, 1 de junio de 1974) es una cantante, compositora, guitarrista, productora y actriz ocasional canadiense nacionalizada estadounidense.[1] Ha ganado 16 premios Juno y 7 premios Grammy, estuvo nominada para dos Globos de Oro y también preseleccionada para un Óscar.

NFL: Nacional Football League


Este fue el primer capítulo, espero lo hayan disfrutado.

Pregunta que una amiga me hizo y pueden hacerse ustedes:

¿Por qué Byakuya no es el cuñado de Rukia?

A decir verdad lo pensé mucho, adapte una parte con su nombre pero al final no me convenció, la personalidad del personaje no iba con el

¿Por qué Gin y Rangiku como cuñado y hermana respectivamente?

Principalmente la pareja me encanta, la hermana de la protagonista es alguien voluptuosa y con una gran personalidad, por eso pensé en Rangiku y si estaba ella Gin tenía que ser su esposo, cosas locas mías (Y quería poner a Toushiro como su hijo). Además estaba aburrida de que Gin siempre se ocupe como el malo.

¿Cada cuando actualizo?

Aproximadamente cada cuatro días, tratare de mantener esa promesa.

En la historia se hace referencia a la historia de amor entre "Rangiku y Gin" en el libro original Phoebe y Dan, ellos también tiene un libro propio si lo desean puedo hacer la adaptación de esa historia, solo avisan.

Ahora si me despido.

Dejen comentarios, dudas, lo que sea

Kanade