Disclaimer: Los personajes de Magi: The Labyrinth of Magic no nos pertenecen, son de su autor respectivo.
Pareja Principal: Sinbad x Alibaba.
Advertencia: Relación chico x chico. Si el tema no es de tu agrado, no lo leas.
I
El revoloteo de las alas silenciosas no despertó al rey. Aquel hombre dormía con tranquilidad ante sus ojos. Lo miró descansar, en medio de esa cama tan lujosa y pomposa. Parecía muy cómodo. Estaba tan quieto y no emitía sonido, tanto que parecía no respirar. Sin embargo, sabía que simplemente se trataba de un sueño muy profundo. El sonido que provenía del corazón del hombre le llegaba hasta los oídos, se oía tan sereno y apacible, como las olas de un mar en una noche de luna. Él siempre había asimilado a ese hombre con las aguas de un océano. Eran calmas para sus oídos, pero revoltosas para su corazón. Se sorprendió al notar que, incluso dormido y rodeado por la penumbra de la noche, el rey aún se veía deslumbrante. El cabello largo esparcido por la infinidad de las almohadas acolchadas, el cuerpo envuelto con suavidad entre las sábanas, casi como si estuviera flotando en el cielo le daba la sensación de estar así, envuelto en una capa celestina por los aires. Quizá no era correcto mirar a alguien mientras dormía, pero no podía evitarlo. Desde hace un tiempo que su actividad favorita era volar y colgarse de esa ventana, lo suficientemente lejos para no ser visto por el rey. Las llamas que conformaban su cuerpo podrían despertarlo si llamaba su atención demasiado y no quería ver la cara del hombre descubriendo una bola de fuego asomarse por la ventana, pero aun así seguía presentándose todas las noches antes del amanecer para vislumbrarlo ante sus ojos. Hubiera deseado acercarse más. El simple hecho de verlo dormir relajaba su propio cuerpo. El incontrolable fuego que lo convertía en lo que era, se volvía más tenue con el pasar de los minutos. Quizá de esta manera podría acercarse un poco más, si pudiera dejar esa forma de ave y las llamas atrás. Tal vez así el rey no se asustaría de él.
No pudo comprobar si eso pasaría. El amanecer comenzó a hacerse presente a sus espaldas y voces fuera de la habitación del rey llamaron su atención. Desapareció al momento que esas personas se hicieron presentes. Desplegó sus alas llameantes y voló sobre el reino de Sindria. El alba apenas hacía presencia en el cielo del país, la mayoría de personas aún dormían y nadie atestiguaría su presencia. Se elevó tanto como pudo en las oscuras nubes matinales, desarmándolas a su paso. No era correcto lo que hacía. Él sabía eso. Se aprovechaba de su condición para ir a espiar a ese quien le inundaba hace tanto los pensamientos. Desde que lo vio la primera vez que llegó al Sindria, el rey Sinbad lo había deslumbrado. Había algo en ese hombre, una sensación inexplicable y totalmente atrayente, que irradiaba a su paso. Una extraña luz que encandilaba sus ojos, no pudiendo verlo del todo debido a esa ceguedad que le impedía apreciarlo con más detalle, pero que lo incitaba a querer seguir observándolo. Quería saber qué era eso, desde el primer momento. Debido a esto, es que había comenzado con sus visitas nocturnas. No era culpa suya tampoco, cuando empezaba a pensar en Sinbad su cuerpo se movía por inercia y sólo se daba cuenta de sus actos cuando sus garras de colgaban en la ventana.
Sobrevoló los espesos árboles del bosque cercano a la ciudad y aterrizó en el mismo lugar donde sabía que estaban ellos. Vio a sus amigos dormir juntos en el suelo. Morgiana fue la primera en despertar y Aladdin al instante también lo hizo. El niño le sonrió, susurrando un "Bienvenido, Alibaba" para luego tomar la flauta que colgaba de su cuello y comenzar a tocar. La música le llenó los oídos. El baile de las notas provocó que sus fuerzas comenzaran a mermar. Las llamas que lo cubrían desaparecieron, siendo remplazadas por un par de brazos. Su piel ya no era de fuego, ni sus pies enormes garras rojas. Volvía a tener esa misma forma que acostumbraba a llevar, volvía a ser una persona, gracias a la música del otro. Era muy útil, si trataba de hacerlo por su cuenta tardaba horas, pero Aladdin en unos pocos segundos podía tranquilizarlo con esa música. El niño siempre mencionaba que aún era muy joven y tenía emociones incontrolables, por eso no podía controlar las formas de su cuerpo. Jadeó, cayendo de rodillas sobre el suelo, esa forma de ave de fuego y el volar por los aires lo dejaba sin fuerzas. Morgiana se acercó a él y lo cubrió con una manta, saludándolo también. Ella lo ayudó a levantarse, pero en seguida vio a la chica con la cara algo cansada y los ojos sin el mismo ánimo de siempre. Eso también se debía a la música de Aladdin. No sabía exactamente cómo, pero ese muchacho parecía robarles las fuerzas cada vez que entonaba aquella canción. Levantó la vista para observarlo, pero Aladdin miraba cómo el sol comenzaba a salir e iluminar un nuevo día.
—Deberíamos quedarnos unos días más —comentó el niño acercándose a ellos—. Este es un buen lugar, podríamos aprovechar de descansar antes de seguir. ¿No crees, Alibaba?
Los ojos de Aladdin brillaron de una manera extraña mientras él asentía. El pequeño sabía perfectamente las cosas que hacía su amigo todas las noches. No creía que fuera algo malo, incluso le parecía divertido ver al otro muchacho tan preocupado por esa persona. El Rukh a su alrededor siempre cambiaba cuando pensaba en el rey y se veía un poco más feliz. Si eso lo hacía feliz, no veía el problema de que fuera a visitarlo. Apoyaría a su amigo en lo que fuera y lo ayudaría para, siempre, hacerle sonreír.
—Probablemente tengas hambre —Le dijo al oír un rugido del estómago de Alibaba, por lo que sacando una manzana de su bolso, ofreció—. Ten, come una fruta.
El joven rubio miró la manzana que su amigo le había dado con detenimiento, recibiéndola con cierta inseguridad. No es que no le gustase comer manzanas, sin embargo, hacía un tiempo atrás solamente que había integrado a su dieta alimenticia la existencia de cosas que no sólo fuesen carne, por lo que le costaba mucho acostumbrarse. Otro de los curiosos misterios del universo que jamás lograrían ser respondidos al haberlo logrado, todo gracias al pequeño Aladdin.
Enterró sus dientes en la fruta dando pequeños mordiscones, como si le diera timidez el sólo hecho de tener que comérsela.
—¿Cómo se dice? —preguntó Aladdin de pronto.
—Gracias… —respondió. Corto, preciso y sin dejar de masticar.
Aún le costaba un poco relacionarse con humanos usando palabras. De hecho, le avergonzaba. Alibaba era bastante carismático, amable y una persona alegre. El mundo para él era un espectáculo de colores y nunca dejaba de sorprenderse de cada cosa que veía —sobre todo por el reciente personaje que se apareció en su vida y que no había podido quitarse de la cabeza—, sin embargo, a la hora de tratar de verbalizar lo que quería decir, era otro cuento. Normalmente transmitía sus emociones mediante el uso del lenguaje corporal, pero Aladdin le había insistido en que debía aprender a hablar para que le resultase más fácil entenderlo, al poco tiempo de haberse conocido. Pero sabía que con la ayuda de sus amigos podría salir adelante, más aun con la confianza y calidez que le brindaban.
Hacía varios meses que venía compartiendo viaje con ellos. Primero conoció a Aladdin y después ambos se encontraron con Morgiana. Las dos situaciones fueron muy especiales para Alibaba. Aladdin fue el primer humano con el que interactuó y Morgiana la primer criatura con la que se identificó.
Ellos vivían en un mundo especial y, a su manera, cada uno lo fue descubriendo. Alibaba no sabía nada sobre este mundo, ni de él mismo. No tenía familia, amigos, nada. Sólo era él, un nombre y su instinto. No había nadie como él, eso se lo había dicho su pequeño amigo de cabellos azules en cierta ocasión. Al principio no comprendió aquello, pero después lo hizo muy bien.
Los recuerdos antes de conocer a sus amigos eran pocos y prácticamente nulos. Sólo tenía un su mente un volcán y un mar de fuego a su alrededor. Luego había volado, lo más alto que pudo. Tampoco se acordaba de ese momento exactamente. Sólo había fuego, muchísimo. Posterior a eso, despertó sin las llamas y envuelto en un cuerpo hecho de carne. Cuando sus emociones eran violentas, el fuego volvía y su forma cambiaba a lo que era similar a un ave; pero cuando estaba en paz su cuerpo era como el de un humano. No había dolor al cambiar, ni siquiera lo sentía, lo único que perdía eran sus fuerzas.
Vivió algunos años así, no estaba seguro de cuantos, pero había sido pocos. Su cuerpo ya era grande cuando salió de ese mar de fuego. Halló parecido en las aves del bosque donde se instaló, ellas se veían como él, sólo que sin estar hechas de llamas. Aprendió a vivir solo, el hambre, la sed y su naturaleza fueron quienes lo guiaron. Cazaba animales para alimentarse, volaba de un lugar a otro y practicaba para controlar su forma. Hubo un día que el fuego se salió de su control, sin embargo. Muchos individuos, que nunca había visto, aparecieron a calmarlo. Alibaba había salido a verlos, curioso y asustado por el ajetreo, pero aquellos seres reaccionaron de forma prejudicial hacia él, cosa que provocó que las llamas de su cuerpo avivaran aún más el incendio. Las miradas de miedo y horror, los gritos y aullidos desesperados lo obligaron a salir huyendo, dejando una estela luminosa a su paso. Sin embargo, aquéllos usaron un elemento para lastimarlo, alguna especie de arma que no recordaba, haciéndole un corte en su ala llameante. No estaba acostumbrado a volar largas distancias y su ala le dolía demasiado, así que cayó ni bien sus fuerzas se le acabaron.
Por más que su cuerpo no tuviera energía, el terror por lo que acababa de vivir hacía que no dejase de irradiar esas llamas voraces. Temía que los individuos fueran por él, siguieran el fuego y le causaran otro tipo de daño. Cosa que, al parecer, iba a suceder cuando escuchó un ruido cerca de los árboles. Allí fue cuando lo vio. Era muy parecido a esos seres, pero más pequeño. Cabello azul y un traje negro cubría su cuerpo. La mirada curiosa se posó sobre él, inundándose de asombro. Alibaba estuvo dispuesto a atacar a ése que venía por él, pero algo lo detuvo, el rostro de ese pequeño individuo dibujó una facción que no le dio en absoluto miedo. El pequeño le estaba sonriendo, sólo que nunca había visto una sonrisa antes para saber reconocerlas. Al parecer, Aladdin notó su inquietud y mantuvo la distancia. Sólo se quedó parado allí, viéndolo, para luego tomar un objeto que colgaba de su cuello y hacer algo que Alibaba no llegó a vislumbrar correctamente por la distancia. Una singular melodía llegó a él en ese momento, más relajante que la brisa del viento cuando volaba o que el sol de la mañana bañando su cuerpo. Aquel sonido pareció abrazarlo, haciéndolo sentir adormecido y feliz. Por un momento olvidó todo, el miedo, aquellos quienes lo habían asustado, la herida en su cuerpo, todo a excepción de ese sonido.
Cuando la canción paró, su cuerpo había sido llevado a esa forma sin llamas. La carne había reemplazado el fuego y se encontró sangrando de una de las extremidades que había sido su ala. El pequeño frente a él había dejado de expulsar ese sonido y en su lugar dejó escapar un ruido extraño de su boca. Alibaba aún seguía asustado y confundido. Deseaba huir, quería escapar, lo más lejos posible. Sin embargo, el otro había acabado ganando su confianza en ese momento. Aún dudaba cómo lo había hecho. Ese pequeño le había hablado sin algún sonido en particular o hacer algún acto aparente. Sólo se había acercado y extendido su mano, aún con esa mueca tan llamativa. Algo en el interior de Alibaba le dijo que él no iba a hacerle daño, sólo quería ayudarle con esa herida, así que no había nada que temer. Una fuerza, tan poderosa como la del sonido que acababa de oír, fue la que le habló en ese entonces.
Aceptó esa mano que le prometía ayuda, y no se arrepintió. El otro curó su herida, mencionando algo que no comprendió. Estaba hablándole, pero no entendía qué era lo que decía. Jamás había escuchado sonidos similares. Aunque sí lo había hecho, de esos que lo atacaron. Al principio no le gustó, pero fue interactuando con la forma de comunicarse que ese niño tenía.
Se quedó con él desde esa ocasión. Explicándole cosas y preguntándole muchas otras. El pequeño se parecía algo a él cuando estaba en su forma de carne, cuando las llamas desaparecían, sólo que Alibaba era más grande. Sin embargo, el otro le enseñó muchas cosas por las que acabó muy interesado. Aprendió a hablar ese lenguaje tan peculiar, la lengua de los humanos. Había aprendido a comunicarse con otros animales en el bosque, pero esto había resultado verdaderamente difícil. Cuando su habla fue más fluida, descubrió que el humano se llamaba Aladdin y que estaba en un "viaje de estudio". Eso fue algo que no entendió e incluso ahora tampoco entendía, pero no le dio mayor importancia.
—Eres muy especial, Alibaba —dijo Aladdin en ese momento—. Hace muchos años que no se ve un ave fénix en el mundo. Me alegro mucho de haberte encontrado. ¿Seremos amigos, verdad?
¿Amigos? Asintió a eso cuando comprendió el significado. Aladdin no le inspiraba malos pensamientos, era alguien bueno y eso lo supo desde el primer momento que lo vio.
Ave fénix. Eso fue algo que le llamó la atención. Sin embargo, su nuevo amigo no tenía mucha información al respecto.
—Sólo sé que son grandes aves de fuego, símbolos de inmortalidad y resurrección, pero durante mil años no se ha visto ninguna, al parecer están extintas —explicó el pequeño—. Aunque ahora sé que no. Pero no hay mucha información al respecto. He aprendido más estando aquí contigo que en los libros para serte sincero.
Aladdin había reído avergonzado al decir aquello, pero eso no le causó ninguna gracia a Alibaba. ¿Ave fénix? ¿Inmortalidad? ¿A qué refería con eso?
Pronto, sus preguntas fueron acumuladas por otras. Aladdin le había hablado sobre el mundo, mostrándole imágenes de lugares en libros que traía. Montañas, mares, desiertos. Hermosos y maravillosos lugares con los que nunca había llegado ni a soñar. También habló sobre ciudades, donde vivían humanos y otros seres como él. Esto le llamó todavía más la atención. Criaturas con características similares a que las que podrían tener animales, pero con una inteligencia tan avanzada como la de los humanos. Seres asombrosos, era lo que Aladdin decía. Pero que, con los años, eran cada vez menos. El niño habló de guerras y discriminación, cosas complicadas para que llegara a entenderlas, pero luego comprendió al conocer a Morgiana. Ella no era un ser normal, de eso se había dado cuenta Alibaba desde el primer momento en que la vio. Luego llegó a comprender que su intuición no era errónea, debido a que ella era una de las tantas criaturas sobrenaturales que habían sido exiliadas de los reinos vecinos; siendo orillada a tener que vivir en soledad, vagando por el mundo. Al tiempo después de haber conocido a Aladdin, la habían encontrado malherida río abajo con su pierna lastimada. La angustia desconcertante al verse reflejado en ella no tardó en aparecer, una clase de retrospectiva inmediata que surgió al sentirse similar a esa muchacha. Notó su aparente agresividad hacia ellos, él sabía qué le ocurría. Quizá ella había estado tan confundida como él, tal vez, se sentía sola, en el desamparo de una vida incierta y sin respuestas. No dudó en ofrecer lo que tanto le hizo falta en ese momento, la confianza y la ayuda que Aladdin le había enseñado.
La situación respecto a la convivencia de las criaturas y los humanos se degradaba poco a poco. Acorde los relatos que Aladdin le había comentado a Alibaba en una ocasión, cada vez más, todos los seres con inteligencia, pero no pertenecientes a la raza humana, eran sometidos por éstos mismos. Una clase de sumisión denominada esclavitud. Aquel concepto no fue uno que Alibaba comprendió a la primera, pero sabía que nada bueno traía consigo. Morgiana, para su desgracia, había sido parte de este proceso.
Incluso diversas ocasiones habían visto esa misma historia, en sus viajes, les tocó ver la peor parte de los lugares que visitaban al tener que presenciar algo tan horrible como la esclavitud. La indiferencia de las personas contra estos actos era aún peor. Como si el maltrato ya entrara dentro de la normalidad diaria. Alibaba tuvo que aprender varias cosas sobre este mundo y aún seguían sin entender muchísimas más.
Sin embargo, algo más cruzaba dentro de su mente. Después de varias reflexiones, llegó a la conclusión de que jamás entendería el mundo si no entendía quién era él. Sabía cosas simples. Estaba vivo, Aladdin y Morgiana eran sus amigos, y según el pequeño niño él era un "ave fénix". ¿Pero qué significaba eso? Quería más respuestas, una explicación, alguien que le dijera de dónde había venido. Sabía que había más en su pasado, más que ese volcán ardiendo y las personas apedreándolo. Necesitaba saberlo. Así fue como comenzó una larga travesía, buscando las raíces que no estaba seguro si existían, pero con la ayuda de sus amigos estaba seguro de que lo descubriría pronto.
Terminó de comer la fruta sin mayor problema alguno al verse envuelto en sus pensamientos. El calor del sol ya comenzaba a hacerse presente a esas horas de la mañana. Era cálido y contrastaba el frío que poco a poco abandonaba el lugar. Su estómago seguía rugiendo, por más manzanas que devorara, sabía que ello no sería suficiente. Él era un ave, pero su energía dependía de algo más que cualquier otro tipo de fruta. La misma situación se repetía para Morgiana, quien yacía sentada sobre una roca aprisionando su barriga con ambas manos. De los tres presentes, ella era la que más necesitaba alimentarse de carnes y carbohidratos si quería mantenerse de pie.
Aladdin se percató de este problema al oír el rugido del estómago de ambos, él lo sabía, no podían vivir de solo lo que encontrasen por ahí.
No pasó mucho tiempo y ellos ya estaban en el pueblo de Sindria. Aunque fuesen sólo las primeras horas de la mañana, la gente se veía muy animada, yendo y viendo para todos lados. Vagaron por un mercado, varios puestos y compraron algunas cosas. También tuvo que aprender que la comida no se toma porque uno quisiese, había que dar algo a cambio, dinero o cosas así. Las personas realizaban trueques y demás. Los humanos eran muy complicados para vivir, según lo que Alibaba podía apreciar. Morgiana era la más fuerte de ellos tres, así que llevaba el equipaje y las cosas sin problema alguno mientras Aladdin era el encargado de realizar esos "trueques". Poco a poco Alibaba iba aprendiendo más de este estilo de vida, aunque a veces le resultase no muy placentero.
—¿En serio? —le dijo Aladdin a una amable señora de un puesto.
—Sí, esta noche el reino está de fiesta, será mejor que se queden y verán cómo celebramos en Sindria.
—Así lo haremos —contestó el niño despidiéndose y volviendo junto a sus amigos—. Podríamos ir, será divertido.
El otro muchacho miró a Aladdin no muy convencido. No era como si la idea de la fiesta le desagradase, al contrario, le causaba mucha curiosidad. Sin embargo, el hecho de ir le daba cierta inseguridad al no tener preferencia de estar en lugares rodeados de humanos. Para él era un poco vergonzoso, cuando un humano que no fuera Aladdin se acercaba a hablarle, por poco y entraba en pánico. Debido a sus experiencias, la desconfianza hacia los humanos era constante. No guardaba rencor hacia ellos, con el pasar del tiempo había entendido que Alibaba, al ser una criatura tan extraña para ellos, provocaba cierto temor, y no eran culpables de querer protegerse de algo que desconocían. Pero para él era mejor permanecer al margen de esa raza, ya sabía que llegar a comprenderlos era algo todavía lejano para Alibaba.
El pequeño niño notó con facilidad las dudas en el semblante de su amigo y trató de convencerlo con más ímpetu.
—Vamos, Alibaba —dijo Aladdin—. Allí habrá cosas divertidas que nunca has visto. Mucha comida, música, baile, chicas hermosas… —la baba casi se le cayó con sólo pensar todas las señoritas lindas con pechos grandes que habría ahí, pero Alibaba parecía no comprenderlo del todo. Aunque ahí decidió usar una estrategia diferente—. También estará el rey, Sinbad.
Y como si de un amanecer se tratase, la cara de Alibaba se iluminó. Aladdin se estaba volviendo muy bueno en esto y ya conocía bastante bien a su amigo, al igual que la simpatía que sentía éste por el rey de ese país. Sin embargo, mientras ellos estaban felices por la celebración, Morgiana los interrumpió.
—No creo que debamos quedarnos mucho tiempo aquí —dijo la joven con la voz un poco más seria que de costumbre, algo más no les estaba diciendo.
—¿De qué hablas? —preguntó el niño con cierta confusión.
La muchacha meditó unos instantes, no quería interrumpir el ambiente armonioso por su intuición, pero sabía que había que estar preparados, ya que tenía la sensación de que alguien, o más bien, un par de personas les seguían, lo había notado desde que pusieron pie en el pueblo de Sindria. Aun así, sin querer basarse en sólo suposiciones, decidió ser honesta:
—Tengo un mal presentimiento —Ambos muchachos miraron a la chica unos momentos, consternados. Eran conscientes de que el instinto de Morgiana no era algo que debían dejar pasar a la ligera. Ella se percató de la preocupación repentina que nació en ellos con sólo ver sus miradas, por lo que agregó—. Tal vez son sólo ideas mías, no hay de qué preocuparse. Aun así, pienso que…
Pero fue rápidamente interrumpida por Aladdin.
—¡Por favor, Mor! ¡Será sólo por esta noche! —pidió, juntando sus manos a modo de súplica y colocándose de rodillas. Aquel gesto fue imitado por Alibaba, quien aún sin comprender la razón de esa acción, solía también copiar los movimientos de su amigo—. Después de esto nos iremos y nos aseguraremos de no bajar la guardia. Lo prometo, ¿tú también lo prometes, Alibaba?
El otro miró a Aladdin confundido, intentando entender el significado de esas palabras. A pesar de la cantidad de tiempo que había estado estudiando el lenguaje humano, todavía tenía cierta dificultad con entender ciertas cosas, por lo que simplemente contestó:
—Gracias…
—No, Alibaba —le corrigió su amigo, casi riendo—. Lo que debes decir es "Sí, lo prometo."
—Ah… Sí, lo prometo —respondió.
—¡Muy bien! —lo felicitó aplaudiendo con energía por el nuevo aprendizaje de Alibaba.
Morgiana los observaba en silencio, aun meditando sobre la situación. Sabía que no era muy seguro permanecer en un mismo sitio por mucho tiempo. Sin embargo, ¿qué tan malo podía ser dejarse llevar un poco por la diversión?
Así fue como la noche llegó y ellos asistieron a la celebración. No tenían idea de qué era lo que festejaban, pero tampoco le dieron mucha importancia. La gente de ese lugar era muy amistosa. Los dejaron participar sin ningún problema, no importaba que ellos fueran extranjeros o nunca los hubiesen visto; el ánimo del ambiente era totalmente contagioso. La música, la comida, las personas, todo era un espectáculo para los ojos de los tres jóvenes. Aladdin hacía mucho tiempo que no estaba en una celebración semejante, desde que había dejado su casa y la escuela para emprender su viaje, no se había detenido a notar que hacía mucho no era partícipe de algún tiempo de evento similar. Tampoco los extrañaba, pero era divertido estar ahí a veces. Sobre todo por las lindas señoritas que se acercaban a ellos a ofrecer diferentes cosas. Esa noche comió y tocó infinidad de pechos, había sido muy divertido.
Ellos se habían aparado un poco para comer de las cosas que vendían en la celebración y Aladdin se dio un momento para observar a Morgiana. La joven aún lucía preocupada y, continuamente, miraba por encima de su hombro, como si vigilara que nadie los persiguiera. Ella era demasiado desconfiada y con razón, debido a todo lo que había vivido en el pasado, pero si seguía preocupada de esa forma no podría celebrar con ellos.
—¿Todavía tienes ese mal presentimiento, Mor? —le habló y ella le devolvió la mirada sorprendida por esa pregunta, pero al instante su rostro mostró la preocupación que no había dejado de sentir.
—No me hagas caso, Aladdin —contestó ella—, no debe ser nada.
—¿Pero qué sientes? —insistió el niño y Morgiana pensó por un momento antes de contestar.
—No lo sé. Es como un olor diferente, que viene siguiéndonos la pista, y no me agrada.
Aladdin permaneció pensativo por unos instantes, oyendo a su amiga y asintió con la cabeza.
—¿Sabes? Puede que tengas razón —Sus palabras, por más que hayan salido tranquilas y pausadas, alteraron levemente a la chica junto a él—. El rukh ha estado un poco más inquieto, pero no podemos hacer nada todavía. Es mejor pasar esta noche y luego seguir nuestro camino. Todo estará bien, Mor, no te preocupes.
La sonrisa del niño tranquilizó levemente a la joven muchacha, pero ese presentimiento no dejaba de rondarle la cabeza. No quiso seguir discutiendo sobre ese tema, así sería mejor. Sin embargo, algo más llamó su atención en ese momento.
—Aladdin —llamó la atención del otro y éste tenía la boca llena de comida, pero aun así la miró esperando que hablase—, ¿dónde está Alibaba?
En ese instante ambos miraron a todos lados y ni rastro del otro joven. ¿Cuándo se había ido? ¿Cómo no lo notaron? ¿Dónde estaba? Salieron a buscarlo, esperando que no causara ningún alboroto.
Se había dejado llevar nuevamente, como siempre le pasaba. Un aroma particular inundó su nariz y su cuerpo se movió por sí solo en busca de esa esencia. Sí, no lo tuvo que pensar demasiado; era de esa persona. La sonrisa se curvó en sus labios y un ardor inminente lo embaucó en su pecho. Claro que era él. Se dejó guiar hasta encontrarlo. Sus sentidos eran agudos y era difícil que se llegase a equivocar, de hecho era hasta imposible. De pronto, el sonido de la fiesta, las voces, las personas a su alrededor, todo pareció desaparecer. El ambiente se enmudeció para él y sólo la búsqueda de ese olor era lo que le importaba.
Fue ahí cuando no logró darse cuenta de un detalle y sus manos y piernas se vieron sujetadas por un montón de hilos que no le dejaban escapatoria. De cabeza en el lugar, Alibaba estaba atrapado por un sujeto que nunca había visto en la vida.
—¿A dónde querías ir? —le preguntó, esa voz amenazante ardía en sus oídos—. Este lugar está restringido para las visitas. Te lo advertí, pero no me escuchaste. Ahora afrontarás las consecuencias.
Las palabras y los ojos fieros de esa persona sólo hicieron que se alterara aún más. La desesperación de no poder librarse de esas cuerdas aumentaba con el pasar de los segundos. Alibaba luchó, pero parecía inútil. De pronto, empezó a oír más pasos acercándose, voces, personas. Su mente se vio cegada y atormentada por recuerdos del pasado, del maltrato sufrido por aquellas personas que lo lastimaron. Por más que Aladdin le había enseñado tantas cosas y sus miedos poco a poco se iban extinguiendo, en ese momento el pánico lo tomó como prisionero. Pudo sentir con claridad cómo su cuerpo comenzaba a arder y cambiaría por esa forma de fuego, su forma real. Esto no le importó, en ese instante sólo deseaba escapar y así lo haría.
—Ja'far —mencionó una voz, alzándose sobre todos los ruidos de ese lugar—, ¿qué está ocurriendo?
¿Podría ser? Se preguntó.
Alibaba abrió los ojos en ese instante y comprobó que sí, era él. Sus violentas y atormentadas emociones descendieron hasta apagarse completamente. Su mente quedó en blanco al vislumbrar al rey de Sindria frente a sus ojos. A pesar de que su vista estuviera al inverso por sus ataduras, no perjudicó que lo reconociera claramente. Lo había visto muchas veces como para no hacerlo y ese particular olor, el cual lo había guiado hasta este embrollo, era inconfundible.
Aladdin no se había equivocado en decirle que realmente estaría el rey de Sindria en ese lugar. Su desesperación se esfumó en un suspiro y sólo se quedó contemplando absorto la figura de Sinbad.
—¿Qué no lo ves? —contestó Ja'far, fastidiado—. Este tipo se quería pasar de listo atravesando la zona restringida, no se puede pasar.
Sinbad se quedó unos pocos instantes observando aquel intruso, el cual no se veían como tal, parecía más como un niño perdido. Sus ojos grandes y brillosos no se despegaban de él mientras permanecía quieto, colgando de las cuerdas, incluso tenía la boca abierta como si tratase de decir algo. En su opinión era más como un niño, pero él ya había pasado por mucho como para dejarse llevar por apariencias y Ja'far estaba en lo cierto, nadie podía pasar esa zona.
Estuvo a punto de dar la orden para que se lo llevaran, pero un grito llamó su atención, junto con la del resto de los presentes. Otro par de niños se acercaron a ellos. ¿Tan fácil era entrar a su palacio? ¿Qué estaba ocurriendo con la seguridad? Debería ocuparse de ese tema.
—¡Alibaba! —pronunció uno de los pequeños que se acercaba corriendo.
El niño no pudo decir otra cosa porque fue detenido por un puñado de guardias. Este día de fiesta no estaba resultando como el rey lo esperó. ¿Desde cuándo tenía que cuidarse de niños?
—¿Siempre nuestra seguridad ha sido tan mala? —preguntó con cierta curiosidad mirando a su consejero. Sinbad no consideraba que necesitara protección alguna, pero le llama la atención este detalle flojo en su palacio.
—En lugar de eso, mejor preocúpate de pensar qué hacer ahora —sentenció Ja'far, palmeándose la frente.
—¡No le hagan daño a Alibaba, él no tiene idea de nada! —gritó Aladdin desde el fondo, mientras los guardias le impedían el paso.
—Si Alibaba se altera, estaremos en graves problemas… —murmuró Morgiana, a su lado, pensando en un método de zafarse de los guardias. Si alguna cosa pasaba, estaba dispuesta a luchar por defender a sus amigos.
—No debes preocuparte de eso por ahora, Mor —señaló Aladdin—. El Rukh alrededor de Alibaba se ve bastante calmo… Y es rosa. La presencia de ese hombre por el momento lo mantiene tranquilo.
—¿Qué dijiste, pequeño? —dijo el rey de Sindria mientras se acercaba a ellos.
En efecto, Sinbad estaba a punto de hacer algo, aunque seguramente no lo que Ja'far o cualquiera ahí esperaría. Él se acercó a Aladdin y Morgiana con cierta curiosidad. Sinbad había oído muy bien las palabras que pronunció ese chico y, al verlo más de cerca, sus preguntas fueron aumentando. Incluso esa niña junto a él era un caso peculiar. Qué grupo tan interesante.
Gracias por leer. Continuará.
