Hace mucho tiempo, en una galaxia muy muy lejana...

STAR WARS

AMANECER CARMESÍ

La República está a punto de entrar en guerra.

Un ejército mandaloriano avanza de manera

implacable desde el borde exterior de la

galaxia en dirección a Coruscant, corazón

de una República aún debilitada por la

última guerra sith acontecida hace apenas 30 años

La Orden Jedi se ha negado a participar

en esta guerra de manera activa, ya que

se consideran guardianes de la paz, no soldados.

Pero un grupo de caballeros jedi

han decidido desobedecer al Consejo

y tomar parte en el conflicto, lo que

amenaza con provocar un cisma en el interior

de la Orden.

Con el fin de ayudar a la República,

dos caballeros jedi han sido enviados

al planeta Nar Shaddaa, para tratar de

negociar con los Hutt un acuerdo que

permita anexionar sus territorios a la

República y poder controlar así una

de las principales rutas comerciales de

la galaxia...


CAPITULO 1

ECOS DE GUERRA (PARTE 1)

Nar Shaddaa

Nar Shaddaa, la luna más grande del planeta Nal Hutta, también conocida como Luna de Contrabandistas o "Pequeña Coruscant", ya que su superfice está cubierta por una enorme extensión urbana que sirve de refugio. Nar Shaddaa está ubicada en el borde exterior de la galaxia, en pleno espacio Hutt. Un sitio peligroso e infestado de crimen, donde las leyes de la República no tienen ningún valor. Hogar de villanos, rufianes, piratas, cazarrecompensas, contrabandistas, y demás gente de dudosa reputación, que suele apretar primero el gatillo de su blaster y hacer las preguntas después. Las zonas urbanas de Nar Shaddaa están construidas al más puro estilo Coruscant. Grandes edificios verticales en un decadente y contaminado paisaje urbano perpetuo en el que apenas hay diferencias entre el día y la noche.

Cualquier cosa ilegal tiene cabida en Nar Shaddaa. Aquí no se hacen preguntas mientras los créditos no paren de fluir. Absolutamente todo se puede comprar y vender. Las transacciones suelen estar controladas por los Hutts, cuyo imperio de poder se encuentra bien desarrollado en esta zona de la galaxia, que prácticamente les pertenece a ellos. Cualquier organización criminal es bienvenida al negocio siempre que cuente con la aprobación de los Hutt.

Para Mollok Taniss, uno de los pocos duros que conducían aerotaxis por el peligroso sector Rojo hoy es un día como otro cualquiera en Nar Shaddaa. Esta mañana había llevado a un comerciante devaroniano de aspecto elegante a una reunión en los niveles inferiores. El comerciante había hablado mucho, quizás demasiado. Era nuevo en el planeta y Mollok no le auguraba más de un día de vida. Había dejado a su cliente sobre una plataforma cerca de la taberna la Dama Naranja, un famoso local donde sus chicas podían acostarse contigo o dispararte. Su dueño se regodeaba de ello, diciendo que su local no dejaba a nadie indiferente. La bebida que servían también podía matarte si uno no estaba acostumbrado. El devaroniano se había reunido con 2 humanos. Habían estado un rato discutiendo los 3, mientras Mollok esperaba dentro del aerotaxi, ya que sabía que en breve se iban a requerir sus servicios para sacar a alguien de allí rápidamente. En efecto, cuando el devaroniano enseñó una terminal de datos a sus compradores, los dos humanos desenfundaron sus blasters y acribillaron al devaroniano, que golpeó el durocemento con un golpe sordo. Uno de ellos cogió la terminal y se la metió en un bolsillo. Ambos se dirigieron al aerotaxi y le urgieron a que les llevara a los niveles inferiores. Mollok sabía que aquello no había terminado. Los humanos hablaban acaloradamente en el asiento trasero hasta que uno de ellos sacó una vibrocuchilla y le cortó el cuello a su compañero. No era la primera vez que alguien era asesinado en su aerotaxi, ni sería la última. Descendió hacia un oscuro callejón. Su cliente le pagó y le dio una generosa propina, "por las molestias". Cuando se hubo marchado, Mollok Taniss arrastró el cadaver hasta un oscuro rincón, como si fuese algo habitual, como en verdad era. La vida en Nar Shaddaa sólo tenía el valor que alguien estuviese dispuesto a pagar. Limpió rápidamente la tapicería del asiento trasero y se dirigió al Norte, hacia las inmediaciones del espaciopuerto donde solía haber siempre clientes con los bolsillos llenos de créditos. Quizas incluso podría tener un cliente honrado, que no diese problemas. No le apetecía volver a limpiar la tapicería ese día. Cuando se acercó a una de las plataformas de atraque, una figura envuelta en una túnica oscura, con el rostro parcialmente cubierto por un sobrero, le hizo una señal. Aterrizó a su lado y le abrió la puerta trasera. El hombre subió al aerotaxi, se acomodó y dijo:

–Al club Escapade, por favor.

–Vaya, vaya –dijo Mollok Taniss mientras despegaban –Empieza usted fuerte. ¿Es su primera visita a Nar Shaddaa?

El hombre no contestó. Es listo, pensó Mollok. Tendría esperanzas de sobrevivir en el planeta. Aceleró el aerotaxi y se dirigió al Distrito Rojo, una de las zonas de ocio con mayor renombre en Nar Shaddaa. Los mejores clubs y locales de apuestas estaban en los niveles inferiores del Distrito Rojo. Sus luces de neón contrastaban con la oscuridad del cielo que tenían sobre sus cabezas. Daba igual qué hora del día fuera. Aquel lugar siempre estaba lleno de vida. Unas gotas de una lluvia no muy saludable empezaron a salpicar el transpariacero del vehículo mientras Mollok hacía una serie de fintas para abandonar el carril central de circulación y descender hacia una parada de aerotaxis que flotaba junto a un corredor que daba acceso al interior del Distrito. Aterrizó suavemente y abrió la puerta trasera. Sin mediar palabra, le hizo una señal al hombre y éste introdujo una tarjeta en un lector situado junto al salpicadero y que descontó los pertinentes créditos que costaba el trayecto. El hombre le saludó levemente con la cabeza, descendió del aerotaxi y se internó en un pasaje cuyas luces parpadeaban al son de la música. Mollok le contempló durante unos momentos, hasta que su extraño pasajero se perdió entre el bullicio de las calles. Se quedó pensativo durante unos instantes, hasta que un hombre de aspecto rudo le golpeó en el transpariacero para que le abriese la puerta.

El hombre embarcó, secándose su ropa en la tapicería del asiento.

–Al distrito Comercial. Y rápido.

Mollok asintió y despegó.

–¿Viaje de negocios? – le preguntó.

–¡Ya lo creo que sí! –respondió el hombre, bastante animado. –¿Sabe cuánto me han ofrecido por una transacción de cristales nova?. ¡No se lo creería! – se tocó el bolsillo interior de su chaleco – Los tengo aquí mismo. O al menos las coordenadas de una mina en Mygeeto, que espero que me haga lo suficientemente rico como para poder mudarme a alguna región paradisiaca del Núcleo.

El hombre lanzó una carcajada y Mollok miró su reloj. Aquel hombre hablaba demasiado y no le auguraba más de una hora de vida.


El club Escapade era uno de los locales con peor reputación del distrito rojo. Estaba ubicado en el nivel más inferior, rodeado de edificios que apenas permitían el paso de la luz solar. Un lugar oscuro, iluminado intermitentemente por una figura gigante de una Twi´lek abierta de piernas, una de las cuales hacía años que no se iluminaba y le daba al letrero un aspecto algo grotesco. Cuando el hombre llegó a la entrada del local, dos gamorreanos arrastraban a un rodiano cuyos ojos gritaban que había fumado demasiada hierba turu, especie que se importaba de contrabando desde el planeta Shili. Observó cómo le llevaban hasta la entrada de un callejón donde era arrojado contra unos contenedores metálicos. El hombre se ajustó su sombrero para ocultar mejor su rostro y entró en el Escapade.

El club estaba compuesto, principalmente, por una gran sala en donde se disponían varias mesas y sillas. Justo en el centro, sobre un pedestal dorado circular, una twi´lek de piel verdosa y con una vestimenta algo escasa, bailaba de manera sensual aferrada a una barra metálica que descendía desde el techo. Una encimera de madera recorría uno de sus laterales de un extremo a otro del local, atendida por un sólo camarero humano de aspecto sucio. Dos quarrens sentados en unos taburetes tomaban una copa de un líquido verdoso y burbujeante. El hombre atravesó el local con paso decidido mientras un grupo de humanos que jugaban una partida de sabacc en una mesa cercana a la bailarina le miraban de soslayo. Vio cómo dos hembras twi´lek de piel azulada salían de uno de los reservados situados en el otro lateral del club e hicieron ademán de acercarse a él. El hombre las ignoró y se dirigió a una puerta que había junto a una escalera que ascendía a la pasarela superior que rodeaba toda la sala y que conectaba con las habitaciones. Cuando llegó a la puerta, fue interceptado por un bothan que llevaba un parche negro en un ojo, un blaster pesado atado al muslo izquierdo y un aspecto bastante intimidatorio.

–Las habitaciones con las chicas están en el piso de arriba, señor –dijo el bothan, enseñando sus colmillos al pronunciar la palabra "señor".

–No he venido por las chicas. –contestó el hombre, señalando la puerta que había tras el bothan. –Vengo a hablar con tu jefe.

El bothan se rió. Se llevó a la boca un puro al que dio una fuerte calada, acercó su rostro al del hombre misterioso y le exhaló el humo en la cara.

–No me han informado de tu llegada. Desaparece.

–Me llevarás ante Bruggosh el Hutt, ahora. –dijo el hombre mientras hacía un gesto con la mano ante el bothan.

–Te llevaré ante Bruggosh ahora –contestó inmediatamente el bothan, que se giró y pulsó el interruptor que abrió la puerta. Ambos entraron en la habitación.

La habitación era, en realidad, un pequeño almacén para el contrabando. Al fondo de la misma, un enorme hutt recostado sobre una plataforma que flotaba varios centímetros sobre el suelo conversaba con cuatro rodianos que estaban distribuídos a su alrededor. Un twi´lek extremadamente obeso vociferaba órdenes mientras sostenía un datapad en una mano y con la otra señalaba varias cajas distribuídas por el almacén. Cuando el hombre y el bothan entraron, todos echaron mano de sus blasters.

–Kre´yla, ¿qué significa esto? –dijo el twi´lek, dirigiéndose al bothan. –¿Quién es ése?

–Yo... –titubeó el bothan, mientras se echaba una mano a la cabeza y trataba de recordar –No lo sé

El hombre se adelantó y se abrió la túnica marrón que envolvía su cuerpo, dejando al descubierto la empuñadura del sable de luz que colgaba de su cintura. Con un movimiento elegante se quitó su sombrero, casi haciendo una reverencia y lo depositó con suavidad en una mesa cercana.

–Me llamo Garik Rhysode –dijo el hombre, entrado en la cuarentena, cuyo rostro estaba cubierto por una bien afeitada barba con bastantes canas. –Caballero jedi, al servicio de la República.

El hutt se estremeció levemente y esperó a que el hombre se acercara hasta ser interceptado por los rodianos a escasos metros de su plataforma flotante. Con un gesto de su mano, los rodianos rodearon al jedi y esperaron órdenes de Bruggosh el Hutt.

Mista yumei wakina sootu, jeedai

El twi´lek obeso procedió a traducir las palabras de su amo.

–El excelentísimo Bruggosh el Hutt admira la osadia del jedi de presentarse en nombre de la República.

–Le pido disculpas por presentarme de manera tan inesperada, gran Bruggosh. –dijo Garik Rhysode haciendo una reverencia al hutt. –Me temo que los embajadores de la República fueron interceptados por agentes mandalorianos antes siquiera de llegar a Nar Shaddaa. Parece que alguien se enteró de que iba a tener lugar una reunión y decidió boicotearla.

Bruggosh el Hutt permaneció pensativo. Los cuatro rodianos permanecían formando un semicírculo, acariciando sus blasters con disimulo.

Nista mawii solumee –Bruggosh metió uno de sus diminutos brazos en un orbe de cristal donde nadaban unas criaturas con aspecto de reptil. Agarró uno y se lo introdujo ruidosamente en la boca mientras unas babas verdosas resbalaban por su cuerpo.

–El Canciller me autorizó a negociar con usted, en caso de que la fragata diplomática sufriese algún tipo de percance, como así ha sido –continuó el jedi. –La República está muy interesada en forjar una alianza con los Hutt

Jo, jo, jo, naska dumei –se rió el Hutt. –Mulai sakuei siima tay jeedai.

–El gran Bruggosh le insta a que le exponga ese tratado tan ventajoso que está seguro de que le va a ofrecer. –tradujo el twi´lek.

Garik Rhysode asintió en agradecimiento y comenzó a hablar, mientras con la Fuerza sondeaba todos los rincones de la habitación, detectando a otros 3 seres acechando entre las sombras.

–Como sabrá, excelentísimo Bruggosh, no corren buenos tiempos para la República. La inminente guerra con el pueblo mandaloriano ha puesto bastante nervioso al Senado galáctico y temen por la integridad de la República. Los planetas del borde exterior están sometidos a un fuerte bloqueo por parte de Mandalore y bien es sabido que cuando estalle la guerra, prácticamente la totalidad de las rutas comerciales se verán colapsadas. Ya se puede imaginar lo que ocurrirá si la república no puede proveer a estos mundos de tropas, alimentos, medicinas...

–Muchos mundos podrían decidir cambiar de bando al verse abandonados por su República –añadió el twi´lek, con una sonrisa que no gustó mucho a Garik.

–El espacio Hutt se encuentra ubicado entre el Borde Medio y el Borde Exterior de la galaxia –continuó Garik. –Es un punto estratégico para poder acceder a la ruta comercial Perlemiana y a la Vía Hydiana, principal ruta comercial de la galaxia. Ustedes controlan parte de esas rutas, que le aseguro estarán muy transitadas durante los próximos meses. ¿He captado ya su atención?

Muuita noor, jeedai, tunga nadoo Hydian sulee

–¿Y qué puede ofrecerle a los Hutt este simple jedi? –preguntó el twi´lek

Garik Rhysode se metió una mano en un bolsillo de su túnica y se sacó un datapad que entregó al twi´lek.

–Les ofrezco un contrato comercial con la República. Los hutt controlarán las rutas comerciales y garantizarán los suministros a los planetas del Borde Exterior. El espacio Hutt se anexionará temporalmente a la República mientras dure el conflicto mandaloriano. Tendrán representación en el Senado como miembros de pleno derecho. A cambio, la República rebajará sustancialmente las tasas comerciales en todo el sector y ejercerá menos presión en sus transacciones menos lícitas, si entiende lo que quiero decir.

El twi´lek estudió el datapad durante unos instantes y se lo enseñó al hutt. Ambos dialogaron unos momentos y finalmente el twi´lek habló.

–Resumiendo: La República quiere que nos encarguemos de los suministros en su guerra.

–Con unas sustanciosas ganancias por su parte, claro está. –añadió el jedi. –Podríamos negociar una tasa del 10%... ¿el 15% les parece bien?

Jo, jo, jo. Kuni sawala undyyr

–El señor Bruggosh opina que la República tiene que estar bastante desesperada para recurrir a los hutt. –y luego, con rostro más serio añadió. –No tenemos intención de tomar parte en esta guerra. Nos encontramos en el Borde Exterior. La República no puede protegernos si el ejército mandaloriano decide tomar Nar Shaddaa o Nal Hutta

–Gran Bruggosh, le ruego que reconsidere la oferta que le hace el senado –dijo Garik Rhysode, mientras avanzaba hacia el hutt. – Les garantizamos una protección...

La Fuerza le confirmó inmediatamente a Garik lo que sospechaba desde hacía unos minutos. Tres figuras hicieron su aparición desde detrás de Bruggosh el Hutt y se situaron a sus flancos y ante él, apuntando al caballero jedi con sus rifles blaster. Los 3 iban protegidos por una armadura metálica que les cubría pecho y extremidades. Sus rostros cubiertos por el característico casco cerrado con visor frontal que llevaban los guerreros mandalorianos. El twi´lek hizo un gesto con la mano al grupo de rodianos, que sujetaron a Garik con fuerza y le ataron las manos a la espalda con unos grilletes.

–Como puede observar, maestro jedi, ya tenemos garantizada nuestra seguridad, además de una libertad absoluta para el comercio. – el twi´lek miró a su jefe y éste asintió. – Por desgracia, nuestros invitados aquí presentes prefieren seguir en el anonimato, y de momento, evitar que la República se entere de que controlamos las principales rutas comerciales de la galaxia.

El twi´lek hizo una señal a uno de los rodianos y éste le quitó el sable de luz a Garik, para después lanzarselo al bothan, que lo agarró y lo sostuvo en su mano derecha, mirándolo con algo de desconfianza. Se dio la vuelta y abrió la puerta del almacén. Garik sintió cómo el cañón de un blaster se clavaba en sus riñones y le empujaban hacia la puerta, tras el bothan y dos rodianos. Cuando salieron a la sala principal del club, había algo más de gente, y el ambiente se estaba animando. Los cuatro humanos que jugaban al sabacc presentaban notables síntomas de embriaguez. Uno de ellos trataba de acceder a la plataforma donde bailaba la twi´lek de piel verdosa, mientras sus amigos le jaleaban. La bailarina esquivó una mano que iba dirigida a un sitio inadecuado y el hombre resbaló, cayó el suelo y la twi´lek le hundió un tacón en la mano izquierda. El grito que dio el hombre se perdió entre la música y la algarabía del local. Volvió a rastras a sus mesa mientras sus compañeros se morían de la risa. Cuando el grupo de rodianos pasó junto a la barra, Garik accedió a la Fuerza para activar el comunicador que llevaba dentro del oído derecho y una voz de mujer le habló.

–Parece que las negociaciones no fueron bien, ¿verdad, maestro?

–No hubo ninguna negociación. –contestó Garik en voz baja. –Los mandalorianos ya están aquí. Hay tres en el almacén.

–En la pasarela hay otros dos. –Garik desvió disimuladamente la mirada hacia la pasarela superior que bordeaba toda la sala. –Aquí abajo somos blanco fácil.

–Mantén la calma, Seela. Puedo librarme de los rodianos, pero necesito una distracción.

–Dalo por hecho, maestro.

–A mi señal. Por cierto, lo del tacón sobraba.

–Maestro, llevo dos días inflitrada aquí. He visto cosas que... era un baboso y además, no le he roto ningún hueso.

La twi´lek dio un salto y aterrizó sobre la mesa de sabacc, para deleite del personal, que irrumpió en aplausos. El control de sonido del local aumentó el ritmo de la música, para garantizar el espectáculo. Arqueó su espalda mientras elevaba una de sus piernas en el aire, haciendo un movimiento algo obsceno. Un hombre le lanzó un puñado de créditos y Seela los atrapó en el aire, para meterselos en el escote. Se puso de rodillas sobre la mesa, moviendo su cuerpo al ritmo de la música, en una danza que gritaba sexualidad. Todas las miradas del local estaban puestas en ella, como quería.

–¿Te parece suficiente distracción, maestro? –dijo Seela entre dientes, mientras sonreía a un duro que tenía un crédito en su mano, sin saber muy bien qué hacer con él. –Si la Orden jedi se enterase de esto, me expulsarían. A tí te prohibirían tener otro padawan.

–Hemos obenido información valiosa, Seela. –contestó Garik. –Y ahora, tratemos de salir de aquí de una pieza.

Garik Rhysode sondeó con la Fuerza a los dos rodianos que tenía tras él, y al sentir que sus miradas estaban más puestas en el "espectáculo" que en él, se decidió a actuar. Se paró en seco, dobló su cuerpo hacia delante y se impulsó con un salto hacia atrás, arrollando a los dos rodianos que le custodiaban. Los otros dos, los que iban por delante de Garik, se giraron en redondo y desenfundaron sus blasters. Apuntaron a Garik y dispararon. Los dos disparos carmesíes rebotaron contra una silla de metal impulsada por la Fuerza y que acababa de atravesar al grupo desde la derecha, para golpear a los dos quarrens que estaban bebiendo en la barra. El caballero jedi, le envió una señal de agradecimiento a su padawan, mientras con sus rodillas mantenía inmovilizados a dos rodianos. Al mismo tiempo, los quarrens empezaron a gritar con furia en su lengua natal. Los que lograron entender lo que gritaban, corrieron a buscar refugio. Cuando vieron que en la mesa de sabacc faltaba una silla, supieron en qué dirección debían disparar.

Seela Tarn dio una voltereta hacia atrás tras lanzar una silla vacía contra los dos quarrens de la barra y abandonó la mesa de sabacc un instante antes de que uno de los hombres recibiera un disparo por la espalda que le dejó inconsciente o muerto sobre la mesa. Las fichas rodaron por el suelo y el resto de jugadores echó mano de sus armas. Otro hombre fue herido y la multitud que se había congregado para ver el baile de Seela empezó a dispersarse. La mesa de sabacc volcó y dos humanos se protegieron tras ella, mientras disparaban contra los quarrens, que saltaron al otro lado de la barra. Uno de ellos fue alcanzado en un hombro y se estampó contra una balda llena de botellas que se hicieron añicos. En el fuego cruzado murieron dos rodianos. Un tercero se acurrucó en el suelo tras el cadaver de un compañero, mientras el cuarto volvía a apuntar a Garik. El jedi extendió los brazos una décima de segundo antes de que el rodiano apretase el gatillo y logró que el rayo impactase en sus grilletes, pulverizándolos y dejándole una leve quemadura en sus muñecas. Garik se giró y corrió hacia el almacén. En la puerta, el bothan daba órdenes con la mirada encendida. Garik extendió su mano derecha y su sable de luz abandonó el bolsillo de la chaqueta del bothan, para caer encendido en su mano. La hoja verdosa desvió dos disparos, que rebotaron hacia el bothan, que salió despedido hacia el interior del almacén.

En la plataforma de baile, Seela Tarn arrancó de una patada la barra metálica vertical y de su interior extrajo su sable de luz doble. Cuando encendió las dos hojas azuladas, parte de los disparos que se dirigían hacia su maestro cambiaron de objetivo. Garik Rhysode corrió a reunirse con su padawan mientras los tres soldados mandalorianos salían del almacen con sus rifles blaster escupiendo fuego, alentados por el twi´lek obeso, que gritaba "¡Matad a los jedi!"

El tiroteo en la sala principal del club ganó en intensidad. Se formaron bandos y alianzas temporales entre contrabandistas, cazarrecompensas y asesinos a sueldo que hasta ese instante se odiaban. Cuando alguien se enzarzaba en un tiroteo en el club Escapade, nunca importaba quién había empezado. Si a alguien le pasaba un disparo de laser lo suficientemente cerca, éste, sencillamente desenfundaba y entraba en la contienda. El tiroteo servía también para ajustar alguna que otra cuenta pendiente. Y aquellos que no encontraban un objetivo claro, la emprendían con los jedi.

Garik Rhysode y Seela Tarn se reunieron en el centro de la sala, envueltos en fuego mandaloriano.

–Esto me recuerda a aquella cantina de Bakura. ¿Verdad, maestro? –preguntó Seela mientras su sable de luz devolvía los disparos que les llovían desde la pasarela superior. –La del famoso estofado y que luego resultó ser un nido de cazarrecompensas anti jedis.

–Creo que no recordamos Bakura de la misma manera –contestó Garik, mientras desviaba otro disparo y miraba a su alrededor. –Salir por la puerta principal puede resultar costoso.

–Hay una salida tras la zona de los reservados.

–Bien. Salgamos por allí.


La mayoría de las reuniones de negocios que se realizaban en el club Escapade tenían lugar en una zona apartada que aprovechaba los recovecos del edificio y en donde se ubicaban pequeñas mesas discretas rodeadas de sillones de cuero. Casi siempre con poca iluminación, y separadas unas de otras por elementos ornamentales que proporcionaban privacidad a los seres que concurrían en alguna de sus mesas. Aquel día, todos los reservados salvo uno estaban libres. Una mujer humana, entrada en la treintena, un trandoshano de aspecto amenazador y un droide de protocolo modificado estaban cerrando un trato en una de las mesas.

–Diez mil créditoz. Ez mi última oferta –siseo el trandoshano con su voz reptiliana.

–Y quiero la garantía de que tus códigos de seguridad pasarán la inspección aduanera de la República. –le dijo la mujer, mientras señalaba al trandoshano con un dedo.

–Loz códigoz zon auténticoz –el trandoshano deslizó una tarjeta sobre la mesa, que fue recogida por el droide e introducida en un lector, que al instante emitió un leve pitido.

–Son correctos, alteza –dijo el droide con su voz metálica, y le entregó la tarjeta a la mujer.

–Mas te vale que lo sean, Slyssk –dijo la mujer, mientras le agarraba del cuello de su chaqueta y se lo acercaba a la cara para susurrarle junto al oído. –De lo contrario, me haré un precioso bolso contigo

Slyssk enseñó sus dientes y se soltó. Se puso en pie y les hizo una leve reverencia.

–Diré a miz hombrez que carguen la mercanzía en tu nave. –Se dirigió hacia la puerta trasera del local, que estaba a escasos metros de la mesa que habían escogido para la reunión. En el umbral, se detuvo y se volvió. –Tienez zuerte de zer la favorita de mi jefe, Eida. De lo contrario, pondría un prezio tan alto a tu cabeza que tendríaz que huir máz allá del borde exterior de la galaxia.

Eida Mereel permaneció sentada en su sillón, impasible, con sus botas encima de la mesa. Vestida con su camisa blanca, siempre impecable, y un chaleco algo desgastado por el uso. Con una mano se acarició el blaster pesado (ilegal en la mayoría de sistemas de la República) que llevaba enfundado y atado a su muslo derecho. Apenas se diferenciaba en sus ajustados pantalones de cuero negro. Un mechón de cabello pelirrojo cayó sobre su rostro al pensar en los cazarrecompensas y estuvo tentada de apretar el gatillo. Pero acababa de hacer un buen trato, así que se relajó y despidió al trandoshano con una sonrisa torcida y un gesto con una mano. Su droide, CU-TR, de forma humanoide, color negro y con parte de su esqueleto metálico a la vista, había sido diseñado para el protocolo, pero ella misma le había introducido varias modificaciones orientadas al combate y actualmente era un tirador excepcional.

–¡Diez mil créditos, CUTTER! –exclamó Eida Mereel, volviéndose hacia su droide. –Realmente están desesperados.

–Analizando la situación, alteza. Me parece una cantidad excesiva por transportar al planeta Taris dos contenedores de...¿ha dicho lo que vamos a transportar? –CU-TR consultó el datapad que tenía en una de sus manos metálicas.

–¡Ni falta que hace! –contestó Eida mientras se abrochaba los botones superiores de su camisa, como solía hacer nada más terminar una negociación. –Las cosas se están poniendo feas para el comercio.

–Querrá decir contrabando. –le corrigió CU-TR

–Comercio, al fin y al cabo –añadió Eida, mientras apuraba su segunda copa de licor de Ragh, de aspecto verdoso y que podía producir la muerte a varias especies alienígenas.

Cuando se disponían a abandonar el club, empezaron los disparos. Eida se asomó a la sala principal con disimulo. Varios grupos se encontraban enzarzados en un tiroteo a lo largo y ancho de la sala. En el centro de la misma, combatían dos jedis, y Eida Mereel supo enseguida que eso solo podía significar problemas, y de los gordos.

–Levanta tu culo metálico de ese asiento –dijo Eida. Mientras un disparo perdido impactaba en una estatua de bronce que había junto a ella y hacía saltar un mar de chispas –Nos vamos cagando leches de aquí.

Los servomotores de CU-TR se pusieron en funcionamiento y el droide se puso en pié al instante. Eida se dirigió al estrecho pasillo que conducía a la puerta trasera del local, pero una andanada de disparos barrió toda la zona y ella se tiró instintivamente al suelo mientras llovían trozos de transpariacero y de madera quemada

–Los jedi –dijo CU-TR

–¿Qué pasa con los jedi? –preguntó Eida, mientras se quitaba astillas de madera del pelo y trataba de ver algo entre el humo.

–Están aquí –contestó CU-TR, que permanecía apoyado en una esquina con su blaster en la mano.

Cuando Eida Mereel se puso en pie, se ocultó tras una columna de durocemento. Junto a ella se encontraba un hombre alto, bien afeitado, vestido con una túnica marrón y sosteniendo entre sus manos un sable de luz verde.

–Menuda fiesta tienen montada ustedes dos –le dijo Eida mientras desenfundaba su blaster. –La República sí que sabe llamar la atención en el borde exterior. –Se asomó junto a la columna y disparó dos veces, justo cuando Seela Tarn aterrizaba de un salto a su lado.

–Si me disculpa, señorita –le dijo Garik Rhysode –Nosotros abandonamos la función.

Al oír aquellas palabras, la mente de Eida Mereel, que vivía por y para los negocios se iluminó. Aunque albergaba algunas dudas y ella nunca era amiga de meterse en jardines ajenos, los negocios eran los negocios.

–No quisiera meterme donde no me llaman... –dijo Eida, que realmente sí quería meterse. –Pero... ¿Han pensado cómo van a salir de Nar Shaddaa después de la que han organizado aquí?

Garik retrocedió un par de pasos hacia la puerta de salida, desviando otro par de disparos con su sable de luz. Se refugió tras otra columna y le hizo una seña a Eida para que hiciese lo mismo. La contrabandista abandonó su refugio mientras Seela la cubría con su sable de luz doble y la seguía junto a su maestro. CU-TR permaneció en su esquina y sólo disparaba cuando algún enemigo se intentaba acercar demasiado.

–Supongo que necesitamos salir urgentemente del planeta –dijo Garik.

–Y necesita una nave veloz –agregó Eida con una leve sonrisa

–Es de suma importancia para nuestra misión que lleguemos a Taris lo antes posible.

Cuando Eida Mereel oyó el nombre del planeta, apenas pudo disimular el brillo que acababan de adoptar sus verdes ojos. No podía creerse el golpe de suerte que acababa de sufrir. Taris era el destino del encargo que le había hecho Slyssk. Y ahora tenía la oportunidad de incrementar los beneficios, llevando a dos jedis que posiblemente estuviesen cargados de créditos de la república.

–Me llamo Eida Mereel –le dijo al jedi, extendiendo la mano que no aferraba el blaster –Y estaré encantada de llevarles a Taris por digamos... cinco mil créditos por cabeza

–¡¿Diez mil créditos?! –exclamó Seela. –¡Es una timadora, maestro!

–Tú calla, niña –contestó Eida sin mirarla. –Hablaba con el caballero jedi

Eida sabía que los jedis no estaban en condiciones de negociar. Estaban metidos en algo gordo y necesitaban salir de Nar Shadda inmediatamente. Ella se había cruzado en su camino y estaba decidida a aprovecharlo. El jedí apenas meditó la oferta unos instantes. Era listo y sabía que no podían permitirse el lujo de perder el tiempo negociando un precio.

–Mi nombre es Garik Rhysode y ella es mi padawan, Seela Tarn –le extendió una mano a Eida. –Le daré cinco mil créditos ahora y el resto al llegar al planeta Taris. Y le sugiero que lo acepte, porque parece que nos van a atacar con armamento pesado.

Eida echó un vistazo a la sala principal, en donde un grupo de mandalorianos montaba un blaster pesado de repetición sobre un trípode. Asintió con la cabeza.

–¡CUTTER, vacíales el cargador! ¡Nos largamos!

El droide salió de su escondrijo agarrando su rifle blaster y descargándolo sobre la sala, generando una nube de fuego y humo que les ocultó por completo de sus enemigos. Eida le dio una palmada en el hombro al jedi

–La Valkyria Errante está atracada en el sector oeste del Distrito Rojo. Hangar 19. Sugiero que nos demos prisa –dijo Eida, que desvió su vista hacia Seela y le dijo. –Y alegra esa cara, niña. Os acabo de salvar la vida.

Seela no contestó. Se volvió y echó a correr hacia la puerta de salida. Garik Rhysode la siguió. Eida se quedó mirándolos mientras CU-TR llegaba a su altura.

–Algo me dice que me arrepentiré de esto –dijo Eida en voz baja

–No es la primera vez que timamos vilmente a dos forasteros, alteza –contestó CU-TR –Pero, sí. Creo que estamos a punto de meternos en un buen lío.

Ambos cruzaron sus miradas un instante. Los ojos verdes de Eida y las células fotosensibles amarillentas que se podrían denominar los ojos de CU-TR, sabiendo que aún podían retirarse del juego, que lo único que tendrían que hacer sería tomar otro camino, alejarse de los jedi y el embrollo en el que estuviesen metidos...

–No tardaremos mucho en averiguarlo –dijo Eida.

La contrabandista y su droide de protocolo modificado corrieron en pos de los jedi.

CONTINUARÁ...