«Es mejor que al menos de esta competencia, no sea partícipe, señor Katsuki.»

Un nudo se había formado en la garganta de Yuuri al instante de oír esas palabras. Había hecho una cita de última hora con el doctor por un par de mareos y vómito que había tenido en la mañana, pero no se esperaba algo como eso. No se esperaba un virus estomacal. Incluso sus ojos se habían cristalizado repentinamente al tan sólo imaginar no poder competir en esos momentos, en esa temporada en la que tenía tanta motivación.

Peor fue cuando le contó a su Madre al llegar a casa, qué era lo que el profesional le había dicho. Inmediatamente estuvo de acuerdo con él, y como nunca, impuso su autoridad allí, velando por la seguridad de su retoño. Era tan simple como que no le dejaría salir; se le rompía el alma como Madre, pero sabía que si empeoraba podría perjudicarlo en grande.

«Mejor prevenir que lamentar.»

Esto no me puede estar pasando… ―Pensaba el joven japonés, a la vez que se repetían una y otra vez en su cabeza las palabras que su madre y el doctor habían dicho. ― ¡No puede ser! ―La impotencia le carcomía el alma. Se había encerrado en su habitación, lugar donde la única que podía darle refugio estaba; su cama.

Golpeó con su mano en forma de puño el colchón. Un golpe, dos golpes, hasta tres golpes. Su nariz comenzaba a picar nuevamente, y advertía que nuevas lágrimas brotarían de sus ojos. Y él no podía hacer más que dejarlas salir, mientras trataba de hacer el menor ruido posible.

Su organismo había escogido el peor día para fallarle. Ni siquiera lograba explicarse el porqué del virus, no había comido nada fuera de lo normal… Pero si había algo claro, era que eso había sido su culpa, o al menos eso pensaba. Podría estar practicando en ese momento para presentar un digno programa corto, pero no. Estaba llorando en su pieza, como un adolescente, sin permiso de su madre para siquiera hacer el intento y ver si era capaz de patinar en su situación.

Se sentía igual o incluso peor que aquella pobre puerta que Yurio había pateado en su primer encuentro próximo.

Bien hecho, Yuuri… ―Felicitó con sorna su increíble capacidad de arruinar todo en el momento preciso, a la vez que dejaba descansar su mano y paulatinamente se acurrucaba en aquellas suaves sábanas, en un vago intento de dejar de llorar, de dejar esa frustración de lado.

Entonces fue cuando su celular, reposado en la cómoda, vibró.

Se sacó sus lentes, limpiando las más recientes gotas saladas, y tratando de reposar su atención en el aparato. No era la mejor de las opciones, pero de algo debía servir. Con lentitud estiró su brazo y alcanzó el teléfono móvil, desbloqueando la pantalla para ver de qué iba la notificación recibida.

Se sorprendió al notar que era un mensaje.

¿Pichit-kun?

«¡Yuuri! ¿Estás practicando? ¡Las nacionales rusas ya comenzaron! (*)»

Una dirección de página web se hallaba adjunta al mensaje. Y aunque fue, en un principio, como si le echaran limón a la herida, cuando leyó «nacionales rusas» lo olvidó por completo, quedando con los ojos tan abiertos como platos.

¡Es cierto…! ―Se dijo a sí mismo, observando la hora en la esquina superior derecha de la pantalla. 8:15, apenas y había comenzado hace diez minutos. ― ¡Viktor se presentará tercero…! ¡Y Yurio después de él! ―Recordó con algo de entusiasmo, entrando de inmediato en el link.

Su ánimo se vio en cierta medida restaurado. Eso era perfecto para lograr que dejara de pensar en su desgracia. Se dispuso a observar la transmisión, sabiendo que debía ser paciente para ver qué tanto empeño le pondrían en sus presentaciones sus rusos favoritos.

Hicieron falta tan sólo cinco minutos para que se diese cuenta, de que eso no era lo suyo. La calidad era irregular -por no decir horrible-, cada ciertos segundos la transmisión se cortaba, y quizás eso no era mucho, pero para Yuuri, quien esperaba observar cómo su amado Viktor presentaba otra obra maestra interrumpido por las malas señales, era prácticamente castigo divino.

¡Dios…! Por qué me haces esto… ―Lloriqueaba en silencio, tratando de recargar una y otra vez la página, a ver si así mejoraba un poquito y conectaba de mejor manera. Pero no fue así, desalentando paulatinamente a Yuuri.

Anunciaban los resultados del primer patinador, y seguido el nombre y pieza de presentación del segundo, cuando con la cámara, tan sólo por un par de segundos, enfocaron al público. De todas nacionalidades había, pero el joven patinador se concentró más en sus compatriotas, otros japoneses que, al parecer, eran fanáticos del patinaje en hielo a tal punto de viajar hasta Rusia por las nacionales, y no quedarse en casa, conformándose con las de Japón.

Una idea repentina se le vino a la cabeza, y supo de inmediato qué era lo que debía hacer. Mientras encendía la laptop, y desde allí se dirigía nuevamente al link del stream para no perderse nada, en su celular abrió una nueva pestaña en el navegador. Buscó de manera online la programación de las aerolíneas del Aeropuerto de Fukuoka, fijándose más específicamente en las que tenían rumbo a Rusia, Chelíabinsk.

El vuelo más próximo a realizarse, con asientos disponibles en clase turista, despegaba a la una con cinco minutos de la madrugada.

No dudó ni un segundo.

Apretó el carrito azul en el táctil, efectuando su compra. Tras eso su ánimo comenzaba nuevamente a restaurarse, yéndose a la ansiedad, a los deseos de que ya fuese de madrugada para estar a nada de despegar en dirección a donde estaban Viktor y Yurio. Dejó de lado el móvil, sentándose al estilo indio encima de la cama y acomodando la laptop para seguir observando el stream de mala calidad.

Aunque en ese mismo momento la calidad de la transmisión a él no le interesaba. Se hallaba demasiado entusiasmado con su próximo viaje, haciendo una lista mental de qué cosas debería llevar, y a dónde iría, ¡O cómo celebrarían la Victoria tanto de Viktor como de Yurio! Después de todo, confiaba plenamente en que esos dos sacarían el primer y segundo lugar como si sus vidas dependiesen de ello.

Mas, mientras iba hilando más y más ideas, la transmisión iba mejorando su resolución y audio, logrando capturar la atención de Yuuri, y posteriormente manteniéndolo pegado al colchón sin respiro hasta que el último de los seis patinadores ruso se presentó.

Recién calló en cuenta de su equivocación cuando mostraron en pantalla los resultados de ese día. La admiración y entusiasmo que sentía al ver a los profesionales patinar, rápidamente fue sustituida por la inquietud y hasta temor de cuánto tiempo había perdido.

Dirigió con sigilo su mirada a su celular. Estaba volteado, dando la pantalla contra las sábanas. Pasó saliva, y girándolo, apretó el botón de desbloqueo, en lo que el táctil se encendió y dejó ver la hora.

― ¿¡EEEEEEH!? ―Sin darse cuenta, había perdido más de hora y media.

No tardó absolutamente nada en entrar en pánico, comenzando a arreglar todo para el viaje a una velocidad sobrehumana. Tomó el primer bolso ligero que se cruzó por su camino, y echando de manera apresurada cada cosa que recordaba haber metido en la lista mental.

―El cepillo, no olvides el cepillo. ―Se decía a sí mismo, dando vueltas por la habitación. ― ¡La bufanda, el abrigo! ―Era realmente molesto que allá siempre hiciese frío. Oh, bueno, en ese mismo instante lo era. Probablemente luego le daría igual. ― ¡La panca-…! ―Su equilibrio le falló mientras intentaba con toda su humanidad alcanzar el cartel que tenía para animar a sus rusos.

El estruendo sonó, logrando que pasos apresurados y preocupados se dirigieran a la habitación de Yuuri. Su madre fue quien abrió la puerta, encontrándose con su hijo tirado en el suelo, con el bolso a un lado abierto, y con la pancarta encima. Enredada, pero no estropeada.

― ¡Yuuri! ―Hiroko no disimuló su preocupación, yendo a socorrer de inmediato a su adolorido bebé. ― ¿Qué pasó? ¿Estás bien? ―Preguntó, tratando de verificar que no se hubiese hecho ninguna herida.

―No… No es nada mamá. ―Negó Yuuri, sobándose la nuca, y enderezándose, para al menos sentarse decentemente en el suelo. Aunque con lo aturdido que había quedado en ese mismo momento, no logró captar cómo la mirada de su madre se posaba en su mochila entreabierta, algo sorprendida.

― ¿Ocurre algo? ―Preguntó la mujer, sin señales de molestia ni derivados. ― ¿Vas a alguna parte? ―Mostró ahora su sonrisa materna, elevándose del suelo, e invitando a su hijo a que le imitase.

―Eh… Bueno… Yo… ―Pasó saliva. Esa pregunta le había pillado por sorpresa, por no decir que hasta la había asustado. Se limitó de buenas a primeras a desviar la mirada con nerviosismo, levantándose de igual forma del suelo, y sentándose en la cama. ―Uh, pues… ―No sabía realmente cómo decirlo. Había comprado el pasaje sin consultar a nadie, en un arrebato por la emoción. ―Voy a ir… ¿A animar a Viktor y a Yurio? ―Soltó con demasiada duda, sonriendo nervioso y jugueteando con sus manos.

La reacción no fue la estimada.

― ¡Vaya, a Vicchan y Yurio! ―Soltó Hiroko con ánimo, juntando sus manos y sonriendo aún más radiante. ―Les vas a dar saludos de mi parte, ¿Cierto? ―Preguntó, ladeando un tanto la cabeza y pasando su mano por los cabellos ajenos.

Yuuri quedó momentáneamente sin habla, asintiendo aún en shock. Mas, apenas reaccionó, una radiante sonrisa mostró y reanudó su carrera, aún más entusiasmado que antes. Después de todo, la pancarta era una de las últimas cosas que le faltaba por echar.

Cuando estuvo listo, apropiadamente vestido y con la mochila puesta, paró frente a su madre, quien en todo momento luego de llegar, se había quedado en el umbral de la puerta de su cuarto, sonriendo al ver a su hijo tan vivo, aún después de que se había encerrado allí con el peor de los ánimos que nunca jamás había visto en él.

―Me voy yendo. ―Declaró con una sonrisa. Sus ojos brillaban, iba hacia su destino.

Hiroko no pudo evitar abrazarle ― ¡Cuídate…! ―Pidió, con todo el amor y cariño que una madre puede dar. Entonces elevó la mirada, y le acarició la mejilla, dándole un beso en aquella luego. ―Que llegues bien. Te estaremos esperando.

―Sí. ―Asintió, abrazando de igual forma a su madre, y luego de un afectuoso beso, comenzó a correr hacia la salida. En ese mismo momento no tenía intenciones de ir lento.

La mirada de la fémina se endulzó a la vez que observaba cómo la silueta de su pequeño desaparecía de su vista, siguiéndole luego por el cristal de la ventana. ―Ya veré qué le digo a tu Padre… ―Pensó para sí, divertida y reanudando sus labores en aquel día laboral. Le resultaba interesante cuando Yuuri actuaba de manera impulsiva, se alegraba de verlo tan vivo; simplemente, no podía detenerlo.

Y de por sí él tampoco podía detenerse. Había tenido la suerte de poder tomar de inmediato un taxi en dirección a la Estación de Hasetsu, para así abordar el tren que se dirigía al aeropuerto de Fukuoka.

Apenas llegó a aquel destino, tuvo que apresurarse e ir a retirar su pasaje, sería realmente malo si en el ajetreo no alcanzaba y se quedaba abajo, además con su suerte… Sí, era mejor ser precavido. Luego venían los otros tres dolores de trasero, reservados especialmente para quienes viajaban en clase turista. Pasar el equipaje, que lo acomodasen, y mostrar el pasaporte. Aunque Yuuri fue el mejor pasajero en ese ámbito, se encontraba feliz, servicial, y después de todo el pánico que había sentido, pues sí, el tiempo fue suficiente para poder hacer, al menos la mayoría de las cosas, sin estar necesariamente corriendo.

A los minutos, cuando por fin estuvo ubicado en su asiento, soltó un largo y pesado suspiro, de esos que te quitan todos los males del alma. Sacó de su abrigo el celular y se dispuso a ver la hora. 0:47. Sonrió para sí, divertido, mientras volvía a dejarlo en su lugar. Normalmente a esa hora estaría ya durmiendo, preparando el cuerpo para el día siguiente. Claro, eso sería si no estuviese en esa situación tan estimulante a su parecer.

Allá van a ser las diez así que… ―Calculó los tiempos mientras se acurrucaba lo mejor que podía. Su corazón dio un salto de alegría y llevó el rojo de su sangre a sus mejillas, ansioso, feliz. Alcanzaba a llegar. ¡Apenas y alcanzaba! Sentía sin duda un gozo indescriptible, acompañado de aquel brillo en sus ojos que demostraba que no podía estar más emocionado.

Y aún con el hecho de tener que soportar casi veinte horas de vuelo, que quitaba algo de satisfacción al viaje, Yuuri seguía entusiasmado. Incluso aunque ya había pasado hace bastante su hora habitual de dormir, no podía simplemente dejar caer sus párpados y entregarse a los brazos de Morfeo. Su asiento fijado junto a la ventana le ayudó en eso, brindándole una excelente vista de Japón en la noche, iluminado por centenares, miles, millones de luces.

Mientras se deleitaba con aquella vista, por su cabeza pasaban recuerdos. Vivencias con Viktor, con Yurio, con ambos a la vez… Y las que probablemente podría hacer. Jugueteó con la manta que le habían ofrecido al ser viaje nocturno, y encima largo, ante la ilusión. Recordó que debían hacer paradas, y entonces se decidió. Con virus estomacal o no compraría toda la chuchería que creyera conveniente.

Feliz fue cayendo al sueño, ignorando que ya había pasado más de una hora desde el despegue. Aunque lo que sí sabía, por lógica, era que pasaría la mayoría de las horas durmiendo, si ignoraba las paradas.

Y en efecto, así fue.

En el horario de Chelíabinsk, el reloj ya marcaba las tres de la tarde, y Yuuri recién se dignaba a abrir sus párpados por tercera vez en esas muchas horas, aún en el avión. La primera ocasión había sido casual, cuando le habían dado ganas de orinar, y como nada le detenía, había ido al baño. La segunda era ya más compleja; una parada.

Aproximadamente una hora habían estado en la dichosa parada, recargando combustible y dejando a los pasajeros estirar las piernas. Para el joven había sido claro a dónde debía ir. Prácticamente corrió a la sección de comida, sediento de nuevos sabores. Repleto de bolsas de dulces terminó, con un par de bebidas originarias del país y una que otra comida más decente.

Y de eso mismo se alimentaba ahora, dispuesto a comer lo que vendría siendo la mezcla de su desayuno y almuerzo. Aunque si bien era cierto, en el mismo avión ofrecían comida, en este caso, un almuerzo más decente, él por experiencia propia decidía comer tan sólo lo que él llevase. No sería bueno que algo le pillara mal y terminase yéndose por el caño…

¡Delicioso! ―Pensó Yuuri, apenas dio un bocado a aquel extraño sándwich al cual no podía reconocerle todos los ingredientes. Aunque le daba igual en ese mismo momento. Después de todo, ya sobrevolaba Rusia.

No pudo evitar pegarse aún más a la ventana, y observar hacia afuera, disfrutando del paisaje que se apreciaba desde esas alturas. Y, a pesar de que no se pudiesen ver los detalles, para él bastaba. Veía aquella extensa tierra y su corazón latía cual caballo en corrida.

Sin duda, no podía decir que en las dos horas que estuvo despierto hasta llegar a su destino final, se aburrió.

Wow…. ―No disimulaba su encanto por lo que veía. A ratos, como a todos, se le olvidaba lo genial que eran los lugares en sí. La belleza de la naturaleza y el cómo valorarla apropiadamente.

Entusiasmado terminó de comer su desayuno-almuerzo, juntando la basura de eso, y los papeles de unos pocos dulces que iba abriendo de la ansiedad, la guardó en una bolsa y dejó de lado. Era un pasajero ejemplar en el tema de la limpieza.

Mientras acomodaba todo, fue que su mirada dio con una bolsa de dulces varios. Sonrió por inercia, con una pureza increíble. Era la que había comprado especialmente para compartir con sus rusos favoritos. Sin poder controlarse, a la vez que abrazaba la dichosa bolsa comenzó a fantasear a tan sólo una hora con minutos, el cómo disfrutaría con ellos aquellas delicias.

Hasta que por fin llegó la hora de dejar de fantasear y comenzar a actuar. Cuando aterrizaron en el Aeropuerto de Chelíabinsk, a las cinco con treinta.

De repente ya no era una idea tan buena el estar ahí. Le llegó de golpe la inseguridad, causándole hasta el mareo que de por sí, el viaje no le había provocado.

Cálmate… ―Se dijo a sí mismo, tratando de recobrar la valentía que desde un inicio ni sabía de dónde había sacado. ―Ya estás aquí… Y lo importante es la competencia… ―Repetía una y otra vez, marcando un tanto el ceño, y apretando sus rodillas. Hasta que recordó… Un pequeño detalle. ― ¡Es cierto, la competencia! ―Sin darse cuenta lo había gritado.

Revisó de manera la hora en su celular. La competencia iniciaba a las seis menos quince. No tenía tiempo para perder.

Tomando lo que serían sus bolsas de compras y basura, se levantó de su asiento. Adiós cinturón. Caminó lo más rápido por el pasillo hacia la salida, tratando de no chocar con nadie, aunque eso era… Un poco imposible.

―Disculpe, perdón, permiso, voy pasando. ―Excusa tras excusa.

Apenas llegó a la salida, depositó la basura en la bolsa de nylon negra que sostenía la azafata, despidiendo a todos con un «Que tenga buenas tardes, gracias por preferirnos».

Y cuando por fin tuvo sus pies sobre tierra, corrió con todas sus fuerzas a retirar su equipaje, revisando de tanto en tanto la hora. En ese mismo momento agradecía haber llevado tan sólo un bolso, pues no había mayores dificultades buscando de más.

Con equipaje en mano observó el reloj. La competencia ya había comenzado, al igual que su carrera hacia la salida del Aeropuerto, en busca de algún taxi o auto que le llevase de allí a la pista, después de todo allí ya podía esquivar a todos de una mejor manera, no como en el estrecho pasillo de hace unos minutos.

Si no mal sabía, se demoraría una media hora en eso, así que era ahora o nunca.

La sonrisa que abordó sus labios al tener a tan sólo metros la puerta hacia el exterior fue incomparable. Y él seguía corriendo, no le importaba chocar sus hombros con el pasar de los demás, ni el hecho de estar siendo deslumbrado por la luz ambiente natural de afuera.

La imagen de los chicos en el podio se pasó por su cabeza, dándole el impulso para no parar allí, pues creaba una mayor ilusión. Porque él estaría allí, para ellos, gritando sus nombres a todo pulmón y alentándolos desde el fondo de su corazón.

Si me apuro… ―Pensaba, mientras el iris de sus ojos se encogía en la búsqueda de adecuarse mejor a la luz mientras avanzaba. ―Si me apuro… ¡Podré ser capaz de ver tanto el programa libre de Viktor como el de Yurio! ―La sonrisa se ensanchó. Ya estaba en la vereda.

Observó la bolsa de dulces colgando en su diestra, la misma que había escogido para comer con sus queridos rusos. La misma que le hizo ignorar el semáforo a la parada de taxis.

―Espero que podamos disfrutarla todos juntos. ―Ladeó la cabeza, poniendo a la altura de esta la bolsa.

El claxon del vehículo más cercano sonó, seguido de un golpe sordo.

La multitud se había vuelto loca en aplausos cuando el hada rusa hizo acto de presencia en la pista, presentándose tercero. Le adularon aún más luego de su impecable actuación, presentación y giros. E incluso cuando se sentó en el Kiss & Cry, esperando su puntaje.

Pero eso ya era parte del pasado. El siguiente patinador, cuarto en presentar su programa libre, tan sólo con decir su nombre, hasta los más viejos saltaban de la emoción, los más pequeños aplaudían con euforia, y los bebés acompañaban con los gritos.

La leyenda viviente, Viktor Nikiforov estaba decidido a dejar todo en la pista, y quizá hasta aún más.

Era su meta, la razón de que su carrera no perdiese sentido; sorprender al espectador. Ya lo había hecho antes al entrenar a Yuuri Katsuki y revelar una parte de él que nunca nadie antes había visto, pero esta vez quiso demostrarlo al cien por sí mismo.

En el año junto al japonés, contrario a lo que la mayoría especulaba, no había estado holgazaneando. De hecho, había gozado de observar todos los movimientos de su entonces discípulo como el espectador número uno, analizando cada hipnotizadora secuencia de pasos, y aprovechando el conocimiento obtenido al máximo.

Y en ese mismo momento lo demostraría. Imitándole, su rutina de pasos fue cautivante, engatusadora, digna de los dioses ante su perfección y belleza. Sus movimientos se habían hecho aún más delicados, más cuidados, pero a la vez espontáneos. Se movía con la música, él era la música... Pero aún no tenía la naturalidad con la que Yuuri se mezclaba con ella, aún no tenía el don.

Por otra parte, sus saltos no tenían comparación. Como siempre todos fueron clavados, hechos con una rotación exacta y con espléndido desplazamiento. Además de tener combinaciones y secuencias de dificultad elevada.

Ese era Viktor Nikiforov, la leyenda viviente, clavando un Flip cuádruple al final de toda la exigente rutina, en busca de ponerse en la cima de todos los resultados.

La multitud enloqueció, abrasadora, rodeándole de aplausos y alabanzas, logrando que el de cabellos plateados saliese más que satisfecho de la pista, feliz, con un ramo de rosas sosteniendo en su diestra, y con miles de regalos cayendo a la pista, siendo recogidos por los infantes con enormes bolsas, para luego entregarlos al patinador.

La sonrisa encantadora de Viktor adornaba su rostro, mientras con su mano libre hacia su cabello hacia atrás. Cubrió el filo de sus patines con su correspondiente goma, y comenzó a caminar hacia el Kiss & Cry, donde Yakov le esperaba.

Fue entonces cuando chocó con Yurio, quien encarecidamente se atravesaba en su camino. La sonrisa de Viktor pasó a mostrar sorna, hasta que se dio cuenta del estado ajeno. El rubio estaba cabizbajo, con el entrecejo fruncido de manera brusca. Se mostraba sombrío, desesperado… En shock.

―Yurio. ―Le llamó, tratando de hacerlo reaccionar. ―Hey, Yurio, ¿Qué pasa? ¿Estás bien? ―No soportaba esa tensión. ― ¿Acaso mi presentación te dejó sin…? ―La mirada de Yurio se dirigió al plasma que había en la pared interior de los pasillos, allí donde sólo pasaba el personal y patinadores, además de los equipos. ―Habla…

No hicieron falta más palabras. A pesar de que Yakov les hablaba, les gritaba tanto a Viktor como a Yurio para que reaccionaran, para que el patán de veintiocho años se dignara a ir a donde debía, ninguno reaccionó.

Viktor caminó con lentitud hacia la pantalla plana, pasando saliva, y tratando de convencerse ingenuamente de que eso no era más que una broma de Yurio, para hacerle salir de su transe triunfante. Pero el menor se le pegó a la espalda. Buscaba refugio. Estaba temblando.

En una marcha en la que el rubio seguía al mayor, ambos patinadores llegaron por fin frente al plasma, observando la impactante imagen. El boletín de última hora.

«En el aeropuerto de Chelíabinsk, la víctima ha sido identificada como Yuuri Katsuki, el famoso patinador japonés.»

Ese día, en el podio, tanto el primer como el segundo lugar, no se presentaron.