Capítulo 1: La desaparición de Kagome
No podía dejar de pensar en su última batalla. La terrible historia de amor de Tsukiyomi y Hoshiyomi había repercutido en ella. No había momento en el que no se replanteara una y otra vez que su amor por Inuyasha era imposible. La historia de amor entre ellos terminó mal por un mal entendido que por fin había quedado aclarado después de décadas enteras de puro odio. Pero en el transcurso de los acontecimientos, una señal negativa tras otra había llegado hasta ella.
Inuyasha parecía especialmente disgustado en la batalla. Desde que conoció al Akitoki Houjo del pasado, no dejaba de fruncir el ceño y de quejarse. Hubo un momento en el que se planteó que estuviera celoso pero en seguida se desecharon sus dudas cuando Inuyasha le dejó bien claro que los humanos no debían intervenir en los asuntos de los demonios. Se refería a Houjo y también a ella. No quería que ella interviniera en sus asuntos. Si sólo hubiera sido eso tal vez hubiera podido dejar de pensar en ello pero ver el profundo odio que había nacido del más puro amor la había asustado. Ella nunca traicionaría a Inuyasha pero y él creía que sí. Inuyasha no se había mostrado en desacuerdo con Hoshiyomi.
Despedirse de Houjo había sido realmente difícil. Después de lo amable y humilde que había sido con ella le costaba tener que decir adiós, sin saber si algún día volverían a verse. Tal vez debiera hacer caso a Houjo y aunque no fuera con él o con el Houjo de su época, buscar a su otro yo en un humano. Pero, ¿cómo iba a decirle eso a su corazón? Su corazón era rebelde y desobediente y se negaba a olvidarse de Inuyasha por más empeño que ella pusiera en esa empresa.
Levantó la vista para observar la espalda de Inuyasha mientras que éste avanzaba por el sendero y se preguntó si Inuyasha también habría estado pensando en lo sucedido. Probablemente no. Inuyasha solía olvidarse de las cosas que él consideraba irrelevantes y para él, el amor era un asunto irrelevante si Kikio no estaba cerca.
- Podríamos descansar en esa montaña.
Al escuchar a Sango siguió con la mirada la dirección que ella señalaba. La montaña estaba a pocos metros de ellos y sólo tendrían que ascender durante media hora o poco más.
- ¿Hueles algún demonio, Inuyasha?
- Absolutamente nada.
Ella los escuchó discutir sobre todas las posibilidades en silencio. Lo único que quería era poder tener unos minutos a solas para poder hundirse en sus pensamientos.
- Kagome, estás muy callada. ¿Tú qué piensas?
Deseó que Sango no se hubiera fijado en ella.
- Cualquier sitio estará bien, supongo.
Ellos fruncieron el ceño al escucharla por la poca sustancia de su respuesta y retomaron su discusión. Kagome aprovechó el momento para descansar sobre una roca y cogió a Kirara sobre su regazo para acariciarla. ¿Qué podía más? ¿El corazón o la raza? ¿Qué era realmente importante? ¿Amar a otro individuo o pertenecer a la misma raza? Deseaba que Inuyasha la amara, que sintiera lo mismo por ella pero, ¿a qué precio?
- ¡Vamos, Kagome!
Fue Inuyasha quien la llamó, de mal humor como de costumbre. Ella compuso un mohín enfadado en respuesta y pasó de largo a su lado para ir hacia delante. Él intentó discutirla, intentó hacerla sentir mal tal y como hacía cada vez que perdía una discusión pero ella no cayó en la trampa y él se calló sorprendido. No muchos podían fardar de cerrarle la boca a Inuyasha.
Acamparon a medio camino de lo alto de la montaña, cerca de una cascada. Ella se fue a recoger leña en cuanto llegaron con el único propósito de librarse un rato de la compañía de Inuyasha. El hanyou estaba de mal humor y a decir verdad ella también porque le costaba aceptar que nunca podría funcionar una relación entre ellos dos. Eran demasiadas las cosas que se interponían y aunque desaparecieran todas ellas, el carácter de Inuyasha lo estropeaba todo por completo. Si él bajara las defensas de vez en cuando en vez de estar alerta a cada segundo, a la espera de que alguien lo atacase.
Cuando volvió al campamento preparó la leña y encendió la fogata con su mechero. Calentaron unos fideos instantáneos y ésa fue su cena. Escuchó con rabia como Inuyasha se relamía otra vez por estar tomando algo que no hubiera cocinado ella y a punto estuvo de romper los palillos con los que estaba comiendo. ¿Qué le estaba sucediendo? ¿Por qué estaba tan furiosa con Inuyasha?
- Al otro lado de la montaña hay una aldea. – les comentó Sango- Mañana por la mañana podríamos rodear la montaña y estaríamos allí para la hora del almuerzo.
- Allí podremos reponer nuestros suministros. La comida que ha traído Kagome empieza a terminarse.- Miroku se apoyó en el tronco de un árbol mientras hablaba- Esperemos que tengan algún problema para poder ganar algo de dinero.
- Nos queda algo… - Sango rebuscó entre sus cosas- Pero dudo que nos llegue para comprar comida para más de dos días.
Justo en ese momento, Shippo se apoyó sobre su regazo tal y como solía hacer cada noche. Sin embargo, ella no se encontraba bien ese día para ocuparse de él e hizo algo que nunca antes había hecho.
- Shippo, duerme con Sango esta noche.
Inuyasha, Miroku y Sango se olvidaron de sus problemas económicos en ese momento y se volvieron hacia ella sin dar crédito a lo que estaban oyendo. El que Kagome rechazara acunar a Shippo por la noche era algo inaudito. Y Shippo la miró sin entender, con ojos agrandados y expresión inocente.
- Estoy muy cansada… - musitó en disculpa.
- ¿Cansada de qué?- intervino Inuyasha- Hoy no hemos hecho casi nada.
Se calló por no contestarle cualquier cosa fuera de lugar.
- Inuyasha, no seas tan duro con la señorita Kagome. – se quejó Miroku- Estuvimos toda la noche sin dormir y hemos caminado durante todo el día. Todos estamos agotados.
- Además, para Kagome fue una noche especialmente dura. Recuerda que se cayó al río y luego por una cascada. Por un momento creímos que… Ya sabes…
- Y luego fue secuestrada por Hoshiyomi. – continuó Shippo.
- Y poseída por Sukiyomi.- recordó el monje.
- Además, la batalla… - comentó Sango.
Todos ellos continuaron exponiendo un argumento tras otro para defenderla hasta que finalmente Inuyasha se dio por vencido y se tumbó de lado en el suelo apoyando la cabeza sobre la palma de su mano. Normalmente, cuando adoptaba esa postura significaba que no le interesaba en lo más mínimo lo que estaba escuchando. Y no le sorprendía. A Inuyasha nunca le importaba nada que estuviera relacionado con ella. Durante la batalla podía llegar a ser un hombre muy protector con ella y juraba estar dispuesto a morir por ella pero luego la trataba de esa forma. Era todo tan confuso.
Sacó el saco de dormir de su mochila y le entregó a Sango el suyo. Ella le agradeció con una sonrisa y se preparó al igual que ella para dormir alrededor de la fogata. Normalmente, dormía cerca de Inuyasha pero como ese día no le apetecía, se alejó un poco del fuego para ponerse bajo la copa de un árbol, lejos de él. Una vez más fue el centro de atención.
- Kagome, ¿estarás bien tan lejos del fuego?- le preguntó Sango tratando de ser diplomática antes de que Inuyasha empezara con los gritos.
- Sí, tengo calor.
No fueron unas palabras acertadas, hacía mucho frío esa noche. Los tres volvieron a mirarla como si se estuviera volviendo loca pero ella se limitó a encogerse de hombros mientras estiraba su saco de dormir.
- Kagome, estás muy rara. – le dijo Inuyasha.
Ignoró su comentario y continuó con su labor.
- No me has contestado.
Ni pensaba contestarle. Lo único que conseguiría es que volvieran a pelearse, que esos pensamientos horribles volvieron a su cabeza y pasar toda la noche llorando mientras se tapaba la boca para evitar que sus amigos escucharan sus sollozos. Ya eran demasiadas las noches que había pasado llorando por el hanyou.
- ¡Kagome!
- ¿Qué quieres?- le preguntó enfadada.
El hanyou se calló al escucharla y la miró como si no la reconociera. Ella misma no se reconocía gritando de esa forma a nadie. Inuyasha tenía la capacidad de sacar lo peor de ella, era un don.
- ¿Por qué estás enfadada?
Desgraciadamente, tampoco sabía cuando callarse.
- ¿Y a ti qué te importa?
- ¡Claro que me importa!
Un segundo estaba tumbado lejos de ella y al siguiente había dado un salto y se encontraba acuclillado sobre su saco de dormir, frente a ella. Odiaba que hiciera eso.
- ¿Qué quieres ahora?
- Dime por qué estás enfadada. – insistió.
- Inuyasha, ¿por qué no vuelves al fuego?- preguntó Miroku a su espalda.
- Cuando Kagome me conteste.
- ¿No crees que eso es una mala idea?- quiso salvarlo Sango.
- No.
Muy bien, él lo había querido. Miroku y Sango trataron de hacerlo entrar en razón ya que ellos tuvieron la empatía suficiente como para darse cuenta de que no se encontraba bien en ese momento. El hanyou también lo sabría si se hubiera molestado en conocerla, si en verdad se preocupara por su bienestar. Él sólo pensaba en Kikio y ella no era más que un medio para terminar cuanto antes con esa batalla y volver junto a ella.
- Habla.
- Estoy enfadada contigo.
- ¿Por qué? Sólo te he dicho que estabas rara…
- ¿En serio crees que estoy enfadada por esa tontería?
No podía creérselo, él tenía que haberse dado cuenta del tono de incredulidad que había empleado para contestarle. Inuyasha no podía ser tan sumamente estúpido, era imposible. Sin embargo, él se había sentado con las piernas cruzadas y se rascaba la cabeza como si en verdad creyera aquello que acababa de decir. Quiso matarlo. Sería tan sumamente sencillo estirar los brazos, agarrar su cuello y estrangularlo que por un momento se le antojó atractiva la idea.
¡- Tienes que estar de broma!
- Kagome, ¿quieres dejar de hablar de esa forma y decirme ya qué ocurre?
- ¡Eres un idiota!
Y con esas palabras se levantó y salió corriendo hacia la cascada en busca de un poco de intimidad. No podía creer que el hanyou fuera tan estúpido, no podía creer que en verdad la conociera tan poco, no podía creer que estuviera enamorada de alguien como él. Podría haber tenido a dos Houjos, los dos maravillosos y no los quiso. También tenía a Kouga, un hombre que la adoraba, y no lograba enamorarse de él. ¿Por qué Inuyasha?
Estaba harta de ver cómo él se marchaba detrás de Kikio, en busca de revivir su antiguo y egoísta amor. Jamás había escuchado una historia de amor como la de ellos. Kikio lo utilizó cuando se conocieron para ser libre y cuando había vuelto a la vida había seguido utilizándolo y amenazando su vida. ¿Acaso él no podía ver tan claramente como ella que no lo amaba? No, no podía. Y mientras que él besaba el suelo que Kikio pisaba, ella tenía que conformarse con las sobras. Normalmente su mal humor y su desprecio. De vez en cuando, pero en muy pocas ocasiones, su dulzura. Él siempre era dulce con Kikio, pero ella tenía que hacer lo imposible para que la tratara de esa forma.
Tsukiyomi y Hoshiyomi, un demonio y una sacerdotisa humana, estaban enamorados. No había ningún trío amoroso y nadie que interviniera en su relación y aún así todo terminó mal. Tal vez sólo fuera un mal entendido pero no era la primera vez que escuchaba de una relación entre demonios y humanos que terminaba de esa forma. Tenía que recordar a los padres de Inuyasha. Él murió al nacer Inuyasha y ella pocos años después. Y así conocía más historias que habían terminado mal. Tal vez fuera el destino el que siempre destruyera las relaciones entre humanos y demonios.
Al llegar a la cascada se quitó los zapatos y los calcetines y se acercó a la orilla para sentarse. Cuando metió los pies en el agua la notó helada pero eso fue suficiente para despertarla. Estaba soñando despierta desde que conoció a Inuyasha, soñando con algo que era imposible.
…
- No podías quedarte calladito.
Lo que más le fastidió fue que Shippo fuera el que le había reñido el primero. Aquel dichoso niño creía saberlo todo sobre los adultos.
- Era evidente que a la señorita Kagome no le apetecía hablar.
- ¿No podías dejarla tranquila?- le restregó de nuevo Shippo.
- Chicos, dejadlo en paz. – por fin alguien que lo defendía- Inuyasha ya tiene bastante con lo que le va a caer encima.
Esa última frase de la exterminadora fue lo que más lo asustó. De los allí presentes era Sango la que más conocía a Kagome y sabía que eran muy íntimas amigas y que hablaban de todo. Igual no sabía todavía qué le ocurría ese día en concreto pero seguro que estaba en el camino. Sango era muy intuitiva.
- No sé por qué se ha enfadado conmigo, no le he hecho nada.
- ¡La has tratado muy mal!- le recriminó Shippo.
El golpe no tardó en llegar. Se situó junto a él en un segundo y antes de que el demonio zorro pudiera empezar a correr le dio un golpe en la cabeza que le dejó un chichón.
- ¡Inuyasha, eres malo!
- Llora todo lo que quieras, no me importa.
- ¡Ése es el problema!- exclamó Miroku- No te importa nada, ni nadie.
- ¡Pobre Kagome!- exclamaron todos al mismo tiempo.
Él los miró como si se estuvieran volviendo locos y se cruzó de brazos enfadado con ellos, enfadado con Kagome y enfadado consigo mismo. No lograba entender por qué Kagome se había ensañado con él de esa forma. Pasó una noche infernal rastreando un bosque entero para buscarla temiendo que estuviera muerta. El corazón le dio un vuelco en el pecho cuando la vio en el poder de Hoshiyomi. Él sí que estaba cansado después de todo aquello.
- Soy yo el que debería estar enfadado…
- Ése es precisamente tu problema, Inuyasha.
El kitsune no parecía querer aprender la lección.
- Shippo tiene razón. –Miroku lo puso a buen recaudo en sus brazos- Siempre estás enfadado con todo el mundo y eres incapaz de aceptar que esta vez, es Kagome la que se ha hartado de tus tonterías y se ha enfadado.
¿Kagome se habría hartado de él de verdad? Deseó con todas sus fuerzas que no fuera así pues no podría soportar continuar su viaje con una Kagome que se negaba a dirigirle la palabra.
- ¿Qué debo hacer?
Le molestó que sus amigos lo miraran sorprendidos, como si acabaran de ver a un cerdo volando. Aunque no lo hiciera muy a menudo, él también sabía rectificar.
- Supongo que deberías pedirle disculpas a la señorita Kagome.
- Sí, una disculpa estaría bien. – lo apoyó Shippo.
- Yo no lo veo tan fácil.
Las palabras de la exterminadora lo pusieron nervioso. Nadie allí conocía a Kagome como lo hacía Sango y si ella no lo veía tan claro y tan sencillo como lo hacían Miroku y Shippo, debía tener razón.
- Debes disculparte, por supuesto. Pero, ¿por qué te disculpas Inuyasha?
- Eso es irrelevante, lo que importa…
- ¿Crees que Kagome es tonta? ¿Crees que ella no te preguntará por qué te estás disculpando?
Era cierto, Kagome se lo preguntaría, sobre todo después de lo especialmente pesado que se había puesto anteriormente para descubrir el motivo de su enfado.
- Antes de disculparme se lo sacaré.
Lo miraron con desconfianza.
- Me temo amigo mío que tú no eres lo bastante sutil para hacer eso.
- ¡Feh!- le restó importancia- Que sepas monje pervertido que cuando quiero puedo ser muy sutil.
- Odio que me llame monje pervertido. – musitó Miroku.
- Es lo que eres. – le dijeron Sango y Shippo al mismo tiempo.
Así pues se despidió de sus amigos y siguió la dirección que Kagome había tomado. Debía ceñirse al plan. Sacarle sutilmente el motivo de su enfado y humillarse un poco para disculparse. Si eso no funcionaba tendría que usar el plan B. Ponerse realmente pesado hasta que hablara.
…
Observó a su próxima presa desde las profundidades de la charca bajo la cascada. Había transcurrido mucho tiempo desde que una joven y hermosa hembra humana se había paseado por esa zona tan solita. ¿Acaso no había escuchado las leyendas? No tenía importancia, lo importante era que ella estaba allí. El shogun estaría muy contento de verla, estaría muy contento de saber que las humanas volvían a acercarse.
Se acercó con cuidado de no traspasar zonas iluminadas por los rayos de luna. No podía fiarse de que esa humana no fuera peligrosa. En una ocasión, se toparon con una desagradable sacerdotisa de cabello negro y mirada fría que había matado a más de uno de sus compañeros de la manada. No volverían a cometer el mismo error.
Su presa estaba distraída, parecía estar pensando en alguna otra cosa, algo doloroso. ¿Tal vez un hombre? Ojala fuera eso, le ahorraría mucho trabajo que ya tuviera una pareja. Nunca se le antojó tan sencillo capturar a una presa. Por la noche, sola, con los pies dentro de su terreno, distraída… Parecía que alguien se la hubiera puesto en bandeja para que la disfrutara. Desde luego, disfrutaría el momento.
Recorrió más metros, acortando la distancia entre los dos y fue extendiendo sus manos cuando un sonido, una vibración en el agua llegó hasta sus oídos con la forma de un nombre.
- ¡Kagome!
Así que se llamaba Kagome. Esperaría pacientemente a que volviera a quedarse sola y rezaría para que no se marchara con el otro.
…
- ¿Qué quieres ahora, Inuyasha?
El hanyou detuvo su avance junto a ella y se acuclilló para estar a su altura.
- Te fuiste enfadada y quería arreglar las cosas.
La verdad era que no esperaba que Inuyasha diera el primer paso, no era propio de él y le hacía sospechar de Miroku, Sango y Shippo. Aún así decidió darle una oportunidad y escuchar lo que tenía que decir. A lo mejor lograba sorprenderla. Esperó impacientemente a que dijera algo pero él hanyou se calló como si esperara que ella comenzara. Ahora estaba más segura que nunca de que lo engañaron para que se disculpara.
Suspiró agotada. En realidad, no estaba enfadada con Inuyasha, estaba enfadada con ella misma. El hanyou nunca le dio ningún indicio para que ella pudiera creer que entre ellos dos podía suceder algo, que podían ser algo más de lo que ya eran. No era justo que se enfadara con él por eso. Eso sí, Inuyasha podía mejorar un poco sus modales y ser más amable. No es nada agradable que la persona de la que uno está enamorado sea tan cruel.
- Ya me siento mejor, Inuyasha. Puedes irte.
- Mientes.
- De verdad, Inuyasha. Me he dado cuenta de que no fui justa contigo, ¿vale? Te prometo que no estoy enfadada.
Él pareció creérselo en ese momento pero no se movió del sitio. ¿Qué ocurría?
- Pero estás triste. ¿Es mi culpa?
No era su culpa, era culpa de ella por estúpida, ingenua y enamoradiza. No pudo esperar un poco más. No, ella tenía que enamorarse del primero que se le cruzara en el camino sin haberlo conocido antes, sin saber que él estaba enamorado perdidamente de otra y que su presencia le resultaba desagradable. Inuyasha había demostrado que cuando quería podía ser la persona más tierna del mundo, que se preocupaba por ella pero él nunca… Estaba segura de que si Kikio no existiera, su relación no sería diferente. Además, tampoco quería conseguirlo deshaciéndose de su rival. Una tenía su orgullo femenino.
- Estaré bien. Simplemente, me pone triste pensar en todo lo que han pasado Tsukiyomi y Hoshiyomi. Es tan injusto.
- ¿Sólo es eso?
- Sí, sólo es eso.
- Y yo preocupándome por nada.
Inuyasha decidió levantarse en ese momento y se puso las manos detrás de la cabeza en una postura despreocupada y relajada.
- Volvamos al campamento.
- Quiero quedarme aquí un rato más. Volveré en seguida.
El hanyou aceptó aunque no parecía estar muy seguro de querer dejarla sola. En cuanto se fue ella empezó a llorar. No podía contarle a Inuyasha el verdadero motivo de su tristeza. El corazón le dolía, sentía el terrible aguijón del rechazo y tuvo que llevarse las manos al pecho mientras sollozaba escandalosamente. ¿Por qué tenía que doler tanto?
…
Contempló a su presa interesada. Había oído que el hanyou se llamada Inuyasha y debía ser su novio a juzgar por la relación que tenían. Ella estaba triste, lloraba por algo. Seguro que habían tenido una riña y no se atrevía a decirle a su novio que le había hecho más daño del que imaginaba. Tal vez él se fue con otra. Eso no importaba, se ocuparía del novio más tarde. Era el turno de Kagome.
Rectó sobre la arena del fondo de la profunda charca hasta situarse justo bajo ella y observó sus pies balanceándose dentro del agua. Al principio se elevó despacio y con cuidado pero a medida que se iba acercando aumentó el ritmo a sabiendas de que el agua le advertiría de su presencia con unas hondas. Agarró sus piernas y tiró de ella sumergiéndola en el agua. Ella luchó tal y como esperaba. Intentó apartar sus manos de sus tobillos mientras que la arrastraba a las profundidades y al ver que no podía defenderse intentó aferrarse a la roca.
Él no tenía prisa, podía respirar bajo el agua. Pero, ¿cuánto tiempo podría aguantar la respiración bajo el agua esa débil humana? Supo que se le acababa el tiempo cuando sus manos empezaron a aflojarse. En ese momento tiró de ella con fuerza y la arrastró lejos bajo la charca. ¡Ya era suya!
…
Acababa de reunirse con los demás en el campamento cuando escuchó gritar a Kagome. Salieron corriendo en su busca. Cuando llegó a la cascada, sólo vio sus zapatos y sus calcetines justo en el sitio en el que los había dejado anteriormente. Asustado movió la cabeza frenéticamente de un lado a otro intentando captar cada sonido, intentando ver al secuestrador, tratando de seguir su rastro. ¿Dónde estaba Kagome?
Un escalofrío recorrió su espalda cuando se planteó que tal vez ella estuviera bajo el agua. Corrió hacia la orilla e intentó ver algo pero estaba muy oscuro.
- ¡Shippo!
Antes de que hubiera terminado de pronunciar su nombre, el zorro ya había iluminado el agua con su fuego de zorro. Se tiró al agua y Sango fue detrás de él. Entre los dos bucearon por la charca pero no la encontraron. ¡Kagome no estaba allí! Le alivió saber que no se estaba ahogando pero eso sólo significaba que no tenía ni idea de por dónde buscarla y que habían perdido un tiempo precioso. Al salir sobre la superficie sólo se le ocurrió una cosa.
- ¡Kagome!- gritó- ¡Kagome contéstame!
Ayudó a salir del agua a la exterminadora y siguió gritando su nombre mientras trataba de seguir su rastro. No era posible, su rastro acababa allí, en la orilla.
- ¿No había nada bajo el agua?- preguntó Miroku.
- Nada. La charca es cerrada, no hay salida. Hemos buscado por todas partes pero no está.
- ¿Dónde puede estar?- murmuró el monje pensativo- No puede haber desaparecido así, tan fácilmente. Tiene que haber alguna pista…
Él los ignoró por completo y continuó gritando y rezando en su interior para que ella le contestara.
- ¡Kagome!
Continuará…
