Pues eso, nueva histo!

En primer lugar quiero decir que el fic trata varios temas sensibles, así que si alguien se siente ofendido o algo, lo siento de antemano. Espero que le den una oportunidad a la histo que cabe destacar no fue idea mía en un principio, la idea general del fic la trajo a mi EsterCaskett. Así que espero que no defraudar ;).

Por supuesto es AU y como verán bastante diferente, pero hey, Nowhere Boy también era diferente y creo que no lo he hecho tan mal jajaja.

Probablemente no pueda actualizarla todo lo seguido que me gustaría, pero como he hecho con mis otras histos la intentaré mantener lo mas al día posible.

Que disfruten! ;)


El sonido de las manecillas del reloj era lo único que resonaba en su cabeza. Miró a través de la ventana y vio que los vecinos de la casa de enfrente salían sonrientes y caminaban hacia el BMW azul que tenían en la entrada.

Era un barrio muy exclusivo y solo gente que podía permitirse pagar los altos costos de alquiler o compra, podía residir allí. Los miró y notó que Aiden, un empresario de Wall Street besaba juguetonamente a su esposa Beth. Ella recordaba lo que se sentía. La alegría, la plenitud de saber que tenias a tu lado a esa persona, a esa persona que hacía latir tu corazón muy deprisa y que con solo una sonrisa te hacía feliz.

Lo recordaba, pero hacía mucho que no lo experimentaba.

Escuchó de nuevo el sonido de las agujas del reloj y giró la vista mirando la hora.

Aun no. Se dijo mentalmente.

Su vida había cambiado drásticamente hacía tres años. Ella sabía que las cosas no serían iguales, pero nunca se imaginó que serien así, y que ella sentiría esa miseria en su interior. Esa sensación de desasosiego, de querer gritar y llorar, de querer huir a veces, de querer escapar de una vida que ella no había pedido.

Pero entonces llegaba el sentimiento de culpa, la vergüenza. No podía pensar de esa forma, no podía simplemente pensar en huir, tenía un compromiso. Había hecho unos votos matrimoniales, había jurado estar a su lado para toda la vida. Y era verdad que ella no había pedido esta vida, pero justamente James tampoco lo había hecho.

Miró de nuevo el reloj y suspiró apartándose de la ventana.

Salió de su estudio y bajó las escaleras hasta llegar a la cocina en donde colocó en el fregadero el vaso de café, caminando luego hacia la nevera para servir un vaso de zumo.

Dejó el vaso sobre la encimera y abrió uno de los estantes, en donde habían un montón de medicinas, píldoras en esos frasquitos naranjas típicos de las medicinas que solo podían ser compradas bajo estricta receta médica.

Cogió uno de los frascos y lo miró, abriéndolo luego para sacar una de las píldoras.

Cogió de nuevo el vaso de zumo y subió las escaleras.

Se detuvo unos segundos delante de la puerta, cerró los ojos cogiendo aire y finalmente entró en la habitación.

La única luz que entraba era la que se colaba por la ventana.

-Dios santo, James, ¿Por qué te encanta vivir en la oscuridad?-Encendió la luz y lo encontró en el lugar de siempre.

Estaba sentado al lado de la ventana, con la mirada perdida en el jardín.

Allí estaba Rocko el pastor alemán que James había comprado exactamente hacia tres años.

-Hoy hace tres años que lo traje a casa-Dijo él con voz distante y distraída.

El perro ladró a un ruido en la casa de al lado y corrió de un lado a otro en el jardín.

Kate miró a su marido y notó la tristeza y la añoranza en sus ojos al ver a Rocko correr libremente, mientras él estaba sentado como siempre en su silla de ruedas.

-Te traje la píldora de las cuatro-El siguió con la mirada perdida.

Un día después de que James trajera a Rocko a casa, el accidente había ocurrido.

Notó como el apretaba los puños.

-¿James?

Pero él como siempre simplemente se dedicaba a mirar por la ventana.

Ella había intentado todo. Había intentado que él visitara un terapeuta, había intentado que hiciera otras actividades, pero James se había encerrado en su mundo, casi nunca hablaba y cuando ella intentaba tener una conversación normal él perdía los estribos y acababa gritándole.

Siempre había dicho que no dejaría que ningún hombre le gritara o la tratara mal, se creía lo suficientemente capaz y con la suficiente autoestima como para no dejar que esto pasara.

¿Pero qué podía hacer?, entendía perfectamente a James. Entendía el dolor que debía sentir al no poder jugar nunca más al fútbol americano.

James había sido la estrella de los Giants. Había ganado millones, había tenido una gran fama mundial.

Sin embargo ella le había conocido antes de que todo esto ocurriese. Ella le había conocido cuando ambos estaban en la universidad y él no era más que James Cofield, el tío guapo del equipo de futbol de la universidad de Stanford.

Ella había estado hasta tarde estudiando para un examen de Leyes penales en la biblioteca. Y cuando decía tarde no se refería a las 11 o 12 de la noche, se refería a la de la madrugada. La biblioteca estaba abierta a todas horas.

Ella no era de las que solía estudiar en grupos. Tenía amigos, muchos, pero aunque a veces hacían grupos de estudio y de vez en cuando era un buen método, siempre había preferido estudiar sola. Se concentraba más y podía grabarse más cosas.

A ella ni siquiera le gustaba el futbol americano por aquella época, pero mientras estaba concentrada en su libro de Leyes penales alguien se sentó en su mesa. Ella por lo general era difícil de distraer, por lo que la persona tuvo que hablar para hacer que ella le mirara.

-Disculpa…-Su voz gruesa y masculina hizo que Kate le mirara de inmediato-¿Eres Kate?

Ella miró alrededor. Solo estaban ellos dos y un chico unas cuantas mesas mas allá enfrascado en un libro mientras tomaba apuntes.

-Si…-Dijo desconfiada.

-Perdona la hora-Rió-Pero necesito tu ayuda-Dijo con una sonrisa de oreja a oreja.

Era una sonrisa preciosa. Del tipo de sonrisa que te hacían sentirte cálido y seguro.

-¿Mi ayuda?-Dijo ella extrañada.

-Soy James Cofield…-Le dijo él como si su nombre tuviera que sonarle de algo.

-Vale…

-¿No te gusta el fútbol americano?

-La verdad es que no.

Él rió.

-Vale, pues estoy en el equipo de fútbol americano.

-Felicidades-Dijo y regresó su atención al libro.

-No espera…-Él colocó la mano en su brazo y ella le miró enseguida-Lo siento-Rió.

Sus ojos eran negros, pero era un negro muy penetrante.

-Mira, yo quiero ser jugador de fútbol profesional, el fútbol es mi vida, pero tengo que mantener una media en la universidad si no quiero que me echen. Para eso necesito tu ayuda-Explicó él ya un poco más serio.

Ella lo miró y parpadeo varias veces.

-¿Has venido a las tres de la mañana a la biblioteca para decirme que quieres que te ayude a estudiar?-Se reclinó en la silla-¿De dónde sacaste mi nombre?-Le preguntó luego extrañada.

-Diana me lo ha dado-Kate lo miró con los ojos entrecerrados-Estábamos en una fiesta y pues me dijo que solías quedarte hasta tarde estudiando, y pensé en pasar a ver si estabas.

Ella siguió mirándole.

-Las clases de tutoría no son gratis-Dijo y el asintió.

-Eso me ha dicho.

-Muy bien. Pero te advierto algo…Ja…

-James.

-James-Asintió-Si no te tomas esto enserio, te mando a la mierda. No me gusta desperdiciar mi tiempo.

-Entendido-Sonrió él ampliamente.

Luego él mismo le confesaría que todo eso había sido una excusa para acercarse a ella. Porque Diana le había dicho que ella no le hacía demasiado caso a los chicos, que en lo único que pensaba era en estudiar.

Él se las había ingeniado para que ella pensara en algo más que en estudiar.

Ahora ese chico ya no existía. Ese hombre que la hacia reír y que tarareaba canciones que ella odiaba solo para molestarla se había ido.

Ahora vivía con un extraño.

Suspiró y dejó la píldora y el vaso de zumo sobre la mesilla.

-Voy a salir, tengo una reunión con un cliente. Llegaré a tiempo para preparar la cena.

Esperó alguna respuesta pero él ni siquiera la miró.

Se dio la vuelta y cerró la puerta cogiendo aire para no derrumbarse.

Tres años de esto. Tres años de vivir con un extraño.

Ella entendía que él se sintiera así. Entendía que incluso estuviera deprimido. Pero ella estaba comenzando a sentirse desanimada y triste, estaba pensando a sentirse perdida.

Y si ella se sentía así, ¿Quién iba a cuidar de James?

Ella había intentado ayudar, la familia de James había intentado ayudar. Pero él se negaba, no quería volver a ir al psicólogo, incluso había abandonado también la fisioterapia cuando el médico le había dicho que había pocas probabilidades de que recobrara la movilidad en las piernas. Y que si lo hacía sería solo en un 30 o 40 por ciento.

El fútbol americano era su vida, y no sabía cómo vivir sin él.

Mientras bajaba las escaleras escuchó su móvil sonar desde la mesa del salón y corrió bajando los peldaños rápidamente para cogerlo.

-¿Si?-Contestó sentándose en el sofá que estaba frente a la mesilla-Oh, hola señora Jennings. Sí, en realidad ahora mismo estoy saliendo hacia allí. Si, por supuesto, en donde acordamos. Vale, hasta ahora.

Suspiro y cogió las llaves del auto, un Range Rover negro de hacía tres años. James se lo había regalado para su cumpleaños.

Kate antes había trabajado para un bufete muy importante en Nueva York, aunque en realidad su sueño siempre había sido trabajar en la fiscalía y algún día ser la fiscal del distrito. Pero ese sueño parecía cada vez más lejano.

Desde que James había tenido esa fatídica lesión en la columna, ella había tenido que renunciar al bufete y trabajar más bien por su cuenta. La adaptación de James a su nueva condición fue dura, y ella tuvo que estar a su lado en cada paso. Además cuando iba a las fisioterapias ella también estaba a su lado.

Había dejado su carrera a un lado por él, porque le quería y sabía que la necesitaba.

Pero se sentía vacía, se sentía poca cosa.

Tenía treinta y dos años y no era nadie. Era la esposa de James Cofield, exjugador de los Giants.

Y aunque el dinero no era un problema pues James había hecho una fortuna entre sponsors y campañas publicitarias, ella nunca había dejado de trabajar. Porque a pesar de que un par de casos al mes no la llenaran como lo hacía trabajar en el bufete o como lo haría trabajar para el fiscal del distrito, al menos se sentía útil para algo más que cuidar a un hombre de treinta y tres años.

Más que una esposa, se sentía como una enfermera.

Condujo desde los suburbios, alejados de todo el ajetreado mundo de la ciudad, hasta un Starbucks en el que solía reunirse con los clientes porque era un sitio al que no iba mucha gente y podían tener una conversación impersonal sobre temas generales y los honorarios. Por supuesto los temas más delicados sí que prefería hablarlos en su casa o en dado caso en la casa del cliente si así lo prefería.

Aparcó a una calle de distancia y caminó con paso rápido.

La señora Jennings ya estaba esperándola.

Era una mujer de unos cuarenta años y muy amigable. Había estado llevando su caso desde hacía algunos meses. Era un caso legalmente fácil, pero emocionalmente no tanto, sobretodo porque quienes la estaban demandando eran sus hijos.

Por suerte Kate había podido evitar que todo el caso se llevara hasta los juzgados.

-Cuando hay dinero de por medio, poco importa que yo sea su madre-Le había confesado una vez la mujer.

Kate había llegado a un acuerdo con los hijos de ella acerca de la herencia que había dejado el señor Jennings, y ahora iba a comunicarle todo a su clienta.

Estuvo un buen rato poniéndola al día, e incluso hubo tiempo para una conversación un tanto informal.

Miró su reloj y cogiendo su café a medio tomar se disculpó ya que tenía que comprar algunas cosas antes de ir a casa a preparar la cena para James.

Salió buscando las llaves del auto en el bolso mientras sostenía el café con una mano.

-¡Alex!-Kate levantó la vista y vio a un niño de unos diez años sobre una bicicleta, viniendo hacia ella.

Se echó hacia atrás como un reflejo para esquivarlo y el café terminó empapando su camisa completamente blanca e impoluta.

Kate miró el desastre que había terminando siendo su camisa y levantó la vista.

Un hombre se acercaba corriendo, con cara de vergüenza.

-Por dios, lo siento tanto…¡Alex ven aquí y discúlpate con la señorita antes de que te de una colleja!-Gritó haciéndola perder aun mas los nervios.

Era muy alto y olía como sudor mezclado con perfume caro.

-Señora-Dijo ella.

-¿Cómo dice?

-Señora, no señorita-Él le miró la mano en busca del anillo.

-Oh, lo siento, lo siento- Ambos se miraron a los ojos y Kate notó que eran de un azul que nunca antes había visto-Está emocionado porque hace mucho que no salía con la bici-Le explicó.

-Está bien-Murmuró Kate intentando no ponerse de malhumor.

Ahora tendría que ir a casa a cambiarse, ir a comprar lo que necesitaba y regresar para hacerle la cena a James.

-Alex, discúlpate con la señora-El niño, de pelo rojo y ojos azules, la miró apenado.

-Lo siento, señora-Dijo con una vocecilla graciosa.

Kate sonrió a medias.

Vale, así no podía enfadarse.

-Está bien, cielo. Pero la próxima vez ten más cuidado, puedes hacerle daño a alguien o hacerte daño a ti mismo.

El niño asintió.

-Por favor déjeme comprarle un café, por las molestias...

-No, está bien, llevo prisa.

-Soy Rick. Él es Alex.

-Kate.

-De verdad lo siento mucho, Kate…

-Puedes dejar de disculparte ya, he entendido el mensaje-Dijo ella divertida.

-Es solo que esa camisa se ve realmente blanca.

-Lo es…lo era-Ambos sonrieron.

-Tengo una lavadora en casa…-Dijo señalando con el dedo pulgar.

-Igual yo, pero gracias.

Él la miró divertido.

-¿Segura que no quieres otro café?

-No, enserio tengo prisa. Adiós.

Alex se despidió con la mano y tanto él como su papá vieron a la mujer alejarse.

-"¿Segura que no quieres otro café?"-Dijo el niño intentando imitar la voz de su padre.

-Cállate, enano-Le revolvió el pelo.

-Te ha molado la señora-Rió divertido y cuando su padre lo miró de forma amenazante comenzó a pedalear-Está bien, lo entiendo, es muy guapa.

-Como te coja…

-¡Pues venga! ¡Atrápame!-Comenzó a pedalear y Rick rió regresando la vista a la mujer que estaba subiéndose a un auto.

Si que era guapa, de hecho era muy guapa.

Él estaba acostumbrado a ver mujeres guapas. Siendo fotógrafo las veía cada día. Y realmente había dejado de impresionarse hacía mucho por la belleza insustancial.

Pero con Kate había sido extraño. Había sido cautivador.

Lo suyo no era una belleza insustancial.

-Oye papá…-Rick salió de sus pensamientos-¿Crees que las hormigas van al baño?

-¿De dónde sacas esas preguntas?

Alex se encogió de hombros.

-Se me ocurren.

Rick rió.

-Venga, vamos a casa. Tu madre no debe tardar.

-Jo, no me quiero ir. ¿No puedo quedarme unos días más contigo?

-No, Alex. Ya hablamos de esto. Estarás unos días con ella y otros conmigo.

-Pero no me gusta eso.

-Te acostumbrarás.

El niño suspiró.

Castle lo miró con cariño.

Sabía que el divorcio había sido duro para él, pero las cosas entre él y su ex mujer llegaron a un punto en el que eran insostenibles.

Divorciarse había sido la mejor decisión.

-Venga, en el camino pasamos a por un helado.

-¡Bien!-Exclamó el niño contento haciendo sonreír a Rick.