Summary: Naraku era un perverso controlador. —Kagura, trabajo todos los malditos días para que ustedes tengan todo lo que quieran, lo único que pido es tener toda la autoridad de la casa… ¿Es mucho pedir? *A/U*

Description: Humor/Family. Three Shot. Chapter: 1/3.

Warning: Naraku y sus extensiones, formando una hermosa familia. (?) Ligero Ooc y algo del lenguaje vulgar ._./

Disclaimer: Los personajes de Inuyasha pertenecen a Rumiko Takahashi, si fueran míos creo que este sería el amorfo resultado.

Pairing: Um, pues… mención de algunas posibles parejas. No más.

By: Luisee, totalmente de Luisee XD

To: Agatha Romaniev.

N/A: Hola, lamento en serio haber tardado tanto, pero es que la universidad es otro nivel y pues… realmente me quita mucho tiempo. ¡Pero aquí está, gracias por esperar, Agatha!

Naraku: 25. Kagura: 18. Byakuya: 17. Kohaku: 15. Hakudoushi: 14. Kanna: 13.


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Onigumo Kurosaki había sido un hombre muy poderoso, que bajo negocios ilícitos y robos, había conseguido una gran fortuna, asimismo tenía muchas amigos igual de poderosos .Él no era exactamente un adonis, pero era rico y eso era suficiente para que muchas mujeres quisieran estar en su cama. Además, un hombre que puede bajarte la estrella que quieres sólo por estar con él una noche no puede ser tan malo, o eso creyeron muchas mujeres.

Kumiko. 25 años. Simple camarera con demasiadas aspiraciones. Ambiciosa, valiente pero algo insegura. Onigumo la había conocido en un restaurante concurrido y caro. Le había gustado y había terminado saliendo con ella como su novia oficial. Pero esta mujer se atrevió a desafiarlo quedando embarazada. Onigumo enfureció y decidió eliminarla pero no dejaría que el pequeño demonio que tenía dentro se fuera con ella, ya que no quería matar a su primogénito, siempre y cuando fuera un varón. Tan sólo siete meses después Onigumo tuvo entre sus brazos a su primer hijo: Naraku, un niño con cabello negro y ojos rojizos. Lo odio, claro, como odiaría a cualquier niño pero sabía que tarde o temprano ese pequeño engrando tendría que hacerse un hombre y así podría ayudarlo. El hombre jamás volvió a hacerse cargo de su hijo. Contrató a una mujer para que lo cuidara, su nombre era Tekken, el pequeño Naraku terminaría llamándola Pajarraca. Por supuesto, días después del nacimiento del primogénito Kurosaki la buena Kumiko había desaparecido para jamás volver.

Sora. 16 años. Estudiante de instituto. Alegre y tierna. Onigumo la había visto esperando el autobús. De la forma más vulgar que podría decirse, ella se le antojó y pues decidió tomarla como si fuera un objeto, para luego dejarla abandonada en un callejón. Un año después el poderoso señor se había enterado que Sora había tenido una hija suya. ¡Suya! No es que quisiera tener más niños pero nadie le quitaría lo que era suyo, mandó a sus hombres a investigar a la muchacha y fue cuando se dio cuenta que ella era feliz con aquella niña. Él era un hombre cruel y no quiso ver a la abusada muchacha feliz. Ordenó que le quitaran a la niña y que a la dulce madre le pusieran una bala entre los ojos. Tekken, la niñera, tuvo más trabajo.

Rikka. 23 años. Una masajista. Mujer relajada y optimista, algo despreocupada. Se había casado con el gran señor Kurosaki y había prometido cuidar de sus otros dos hijos y también del que venía en camino. Justo 3 meses de que Byakuya, el tercer niño, naciera… Onigumo se hartó de su esposa y ella apareció en pedazos a las afueras de la cuidad. Tekken para ese entonces cuidaba tres niños, aunque nunca lo hacía bien y cada vez era más terrible en su trabajo de niñera.

Suzu. 20 años. Astuta y maliciosa pero muy impulsiva. Se había embarazado, para luego desparecer y regresar victoriosa, había querido chantajear a Onigumo con jamás dejarlo ver a su hijo si no le daba una jugosa pensión… su cuerpo había aparecido en un contenedor de basura detrás del bar donde ella trabajaba. Su cabeza jamás apareció. Hakudoushi se unió a la familia. Y la niñera casi se volvió loca, aunque realmente nadie la culpaba.

Kagami. 23 años. Calmada y única. Enfermera. Había atendido una herida de Onigumo. Ella se convertiría en su segunda esposa y la madre de su última hija, Kanna. Todo marchaba bien hasta que un hombre osó poner los ojos en ella. Onigumo prefirió matarla antes de verla irse con otro. Cinco hijos tenía ya. Y Tekken no sabía qué hacer para cuidarlos, estaba amenazada de muerte si quería renunciar.

Muchas más muertes se la adjudicaban a Onigumo pero a ninguna autoridad le importó. Nadie quería meterse con el poderoso señor Kurosaki.

La vida de esos cinco hijos fue un verdadero infierno, maltratados por un niñera que los educó mal, tratándolos como basura y para ser francos a Onigumo poco le importaba, de hecho cuando sus colegas le preguntaban qué haría con tantos hijos, la respuesta era sencilla: los usaría para hacerse más rico. Cuando tuvieran la edad suficiente. Naraku, estaría enfermo de poder y sería tan ambicioso como lo fue su madre, él lo ayudaría a cumplir sus objetivos en los negocios, pero claro jamás tendría tanto poder como él mismo. Kagura sería hermosa y podría seducir a cualquier hombre, lo que sería de mucha ayuda para enterarse de secretos y aniquilar enemigos. Byakuya tendría la simpatía para que todos confiaran en él, luego los apuñalaría por la espalda. Hakudoushi sabría sin duda como poner a unos en contra de otros bajo prejuicios, lo que eliminaría muchos enemigos. Kanna sería sin duda muy hermosa pero fría y una belleza que no puedes tener a veces vuelve loco. Esos medios hermanos serían su perverso ejército.

Pero la historia terminó para Onigumo 12 años después de que su primogénito naciera. Un día simplemente su cuerpo no pudo más y murió. Muchos lloraron la muerte de un jefe. Mucha gente se alegró. Otros, como sus hijos, no pudieron sentir nada. Onigumo no murió como un delincuente en una prisión, lo hizo como un hombre rico y poderoso en la más lujosa de las mansiones, alguien que merecía ser recordado… a cualquier precio.

Fue entonces apareció ella: Midoriko, quien salvó a los niños de Kurosaki, los salvó hasta donde podía, sacándolos de un infierno para ponerlos en la tierra. Pero al final ella también se había ido para siempre bajo los brazos de la muerte, culpa del cáncer. Y los niños de Onigumo perdieron una amorosa oportunidad, crecieron sin ilusión, cariño, atención, un padre y una madre. No tuvieron nada. Lo peor del caso, gracias a la terrible niñera que tenían, se habían enterado de cosas terribles y detalles del fallecimiento de muchas personas incluyendo sus propias madres pues Tekken se los recordaba a cada momento que podía, haciendo burla de los crueles hechos, aunque los niños ni siquiera podían entender bien. En ocasiones sólo entendían que podían sentir mucho odio y que sus hermanos, por mucho que se odiaran, eran todo.

Los cinco tuvieron que aprender a educarse y cuidarse solos, viviendo un tiempo en un orfanato y luego en una gran casa totalmente solos, sin saber cómo hacer amigos o como vivir. Supieron quererse entre ellos sin decir ni una palabra. A apoyarse. Lo único bueno de sus vidas sería que jamás les faltaría el dinero con la herencia que el temido Onigumo había dejado para ellos, involuntariamente, claro, todo lo poco bueno que tenían siempre fue gracias a Midoriko, ellos harían como si esa pequeña luz y recuerdo fueran suficientes.

Pobres de las mujeres aquellas que aceptaron estar al lado de Onigumo, sólo tenían algo en común; de haber vivido hubieran amado a sus hijos. De haber vivido.

Carencias. Sufrimiento. Amargura. Opresión. Maltrato. Culpa. Dolor por cada parte de sus recuerdos. ¿Qué clase de personas llegarían a ser?


.•*´`*• — ๋• Cαpitμlσ1: Mėdiσs hėrmαησs ๋•— •*´`*•.


La voz mordaz y vulgar de un par de chicos de preparatoria sonó justo en el inicio de las escaleras, donde los estudiantes salían de las últimas clases:

—¡Adiós, muñeca! —murmuró un chico más del montón, ojos oscuros y cabello castaño, nada nuevo en el estereotipo de tipo molesto de la preparatoria—, espero me dejes jugar contigo un día de estos.

La chica aludida, sólo se sonrojó, visiblemente enojada e incómoda, se limitó a ignorar el comentario.

—¡Nos vemos pronto, dulzura! Cuida de tus melones por mí, ¿Quieres? —pero el muchacho siguió lanzando toscos comentarios a las chicas, lo peor del caso es que no estaba solo, un amigo suyo lo acompañaba en su desagradable hobby.

Tipos como ellos, que se dedicaban a lanzar piropos impropios y alzar faldas de vez en cuando, nunca faltaban a la hora de la salida y como era de esperarse, Kagura Kurosaki los odiaba profundamente.

Mientras aquellos chicos seguían molestando a cuanta mujer pasara por enfrente de ellos, Kagura sólo se mordía el labio inferior mientras se tragaba el coraje. ¿Acaso todos los hombres tenían que ser idiotas? Ella se acomodó el uniforme, más bien la falda escolar que llevaba, luego cerró los puños y sin el más mínimo temor salió de su aula y se acercó al borde de las escaleras.

Los dos tipos se quedaron callados, agacharon la mirada y no le dijeron absolutamente nada, ni respiraron mientras Kagura bajaba tranquilamente sin dirigirles ni la mirada.

—Es ella… —comenzó uno.

—La hermana de Naraku Kurosaki —terminó el otro.

En aquella preparatoria aquel último nombre mencionado era muy conocido y también temido, ¿Razones? Desconocidas. Pero a fin de cuentas, Kagura y sus hermanos estaban salvados del Bullying cortesía de Naraku y la fama que se había hecho.

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Mientras tanto, en otra parte de la preparatoria, afuera de un salón, el hermano del medio de la familia Kurosaki esperaba a su amigo, quien era un grado menor. En cuanto el muchachito de las pecas salió Byakuya se acercó contento.

—¿Kohaku, nos vamos ya? —dijo un animado Byakuya—, si llegamos primero podremos elegir los mejores juegos.

—Claro, vamos ya —El hermano de Sango no podía evitar emocionarse un poco. Ese tipo de festivales y convenciones le gustaban cada vez más, todo gracias a Byakuya.

Un par de chicas de la misma preparatoria y del mismo salón de Kohaku, con faldas diminutas y blusas escolares desabrochadas y provocativas, se acercaron a hablar con el par de chicos.

Lo que las adolescentes hacían era sencillamente intentar ligarse a ese par de chicos lindos.

Estuvieron un rato hablando, y por su lado Kohaku notó lo que aquellas compañeras suyas intentaban, pero Byakuya al parecer no tenía luces de nada y sólo hablaba con ellas normalmente, sin notar las insinuaciones. Después de un rato ellas tuvieron que ser más directas.

—Son muy lindos, ¿Se los han dicho antes? ¿Cierto? —murmuraba una de las muchachas mientras masticaba movidamente su chicle y les dedicaba una miraba lasciva. Para luego peinar sensualmente su cabello.

—Saben, estamos libres hoy —decía una chica cabellos azules moviendo exageradamente los labios—, quizá podrían llevarnos a pasear.

Justo cuando Kohaku iba a decirle a Byakuya que esas chicas estaban coqueteando con ellos y no les fuera a hacer un enorme desaire, el muchacho mayor habló:

—Lo siento, pero mi amigo y yo vamos a un festival de videojuegos, no es que haya no vaya a haber chicas pero se nota que ustedes no son del tipo de chicas que aprecia los buenos videojuegos.

Ante tal comentario, las atrevidas muchachas se descolocaron.

Byakuya sonrió, con carisma.

—Además no quiero. No estoy seguro si su actitud me agrada o no.

—Byakuya… —lo llamó Kohaku sujetándolo del brazo, con algo de miedo de que…

¡Plaff! El menor de los chicos escuchó un golpe. Y miró como ellas se giraban sobre sus talones y se iban.

—¡Se pierden de mucho!

—¡Par de idiotas!

Byakuya alzó sus perfectas cejas y rio. No entendía el por qué las chicas siempre lo abofeteaban o le arrojaban algún objeto sólo por ser sincero.

—Bueno, ya no importa, mejor vámonos —el muchacho se quedó pensado, luego comenzó a caminar seguido de su amigo, quien a diferencia de él estaba algo descentrado.

Kohaku se sorprendió la facilidad con que su amigo olvidaba el recién ocurrido incidente, Byakuya hizo aspavientos con la mano derecha al notar el estado de Kohaku.

—Ja, pero cambiando de tema, siento que olvido algo. Igualmente, vámonos que los videojuegos nos esperan —murmuró Byakuya.

—Pero, ¿No olvidas algo? —el más joven le miró expectativo. Pero el chico de ojos azules rio.

—Si lo olvidé, no debe ser muy importante, ¿Verdad? —soltó una risilla—, ya lo recordaré.

—Sí, como digas…

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Sin detener el automóvil, la persona que conducía sonó la bocina varias veces. Más de uno se detuvo a poner atención a quien estaba dentro, pues realmente hacía un escándalo. La hora de recoger a sus hermanos de la secundaria la tenía más furiosa de lo normal, pues su hermano Byakuya se había largado con Kohaku a quien sabe qué lugar sin avisarle, por lo que la joven estuvo en el estacionamiento de la preparatoria, esperando a su hermano menor, media hora después Byakuya se había dignado a hablarle a su teléfono móvil para decirle que andaba paseándose en alguna de sus estúpidas convenciones de raros. Kagura maldijo, si no le debiera tantos favores a su hermano del medio, lo mataría sin dudas.

—¡Joder!

Kagura estacionó el automóvil bruscamente y a como pudo en el estacionamiento de la secundaria. El tumulto de gente la mareó, haciéndole maldecir, odiaba ver tantos púberes juntos, casi podía imaginarse a sus hermanos correteando entre aquel mar de hormonas intentado salvarse de ser violados… o en el caso de Hakudoushi intentando no ser visto violando a alguien o algo por el estilo. ¡Desgraciado mocoso!

La responsable Kagura se movió en su asiento, más calmada, intentando visualizar a sus hermanos menores. Cuando por fin los vio, notó como Hakudoushi traía una cara sonriente, algo que sin duda alguna significaba problemas y de los graves. Kanna, ella se miraba igual que siempre. Ambos caminando juntos como siempre, sin hablarse, como verdaderos desconocidos, desconocidos que eran hermanos. Entonces vio los ojos lilas de Hakudoushi, él la había mirado de una forma única, su forma única y personal para torturarla.

A veces Kagura deseaba tomar un hacha y cortarle la cabeza a medio mundo, entonces recordaba que tenía hermanos menores y… que si ella empezaba a cortar cabezas ellos también querrían hacer algo peor y eso sería malo, en especial para ella que sería una de las decapitadas. Al final siempre tenía que controlarse. Aunque imaginar desmembrar vivas a todas las chicas tontas que se acercaban a Sesshoumaru o a los idiotas pervertidos de la preparatoria no era tan malo, era bastante satisfactorio.

El sonido de la puerta abriéndose provocada por Kanna sacó a la hermana mayor de sus pensamientos divagantes sobre miedos del comportamiento rebelde de esos con los que compartía lazos sanguíneos o cualquier otra cavilación de matar a quien se acercaba a su amor platónico.

—Kagura… —la voz suave y quedita de Kanna se escuchó dentro del automóvil. Ambos chicos sentados en la parte trasera. Al parecer, muy deseosos de que Kagura se echara a andar.

—¡Que arranques de una puta vez, maldita sea! No me digas que te lo tenemos que pedir —pero Hakudoushi estaba más desesperado—. Deja de pensar en Sesshoumaru que va a hacerte tanto caso como Kikyou a Naraku… —y sonrió de aquella forma que sólo pueden los pequeños demonios.

La mayor encendió el motor del vehículo, soltando una palabrota, odiaba que su hermano le leyera le mente. Comenzó el recorrido para llegar a casa, ignorando el comentario de su hermano y tragándose el coraje que sentía. Tan sólo rogaba que Hakudoushi no le contara lo que había pasado para tenerlo contento y altivo ese día, porque de ser así el problema del mocoso se convertiría en su problema también.

Esas eran las reglas puestas por el gran bastardo también conocido como Naraku.

—Kaguraaa… —ya había empezado la trampa, la aludida se hizo la que no escuchó, mordiéndose el labio—. Oh, Kagura. Hermanita Kagura.

—¿Cómo te fue hoy en la escuela, Kanna? —haciendo caso omiso a la voz de Hakudoushi, Kagura intentaba salvarse.

—Bien —contestó la serena y lacónica niña, con su voz bajita y desinteresada. Lo que causó que su hermana mayor deseara que fuera más elocuente. Hasta estaba dispuesta a aprender a ser una buena ventrílocua con tal de hacerla hablar más en momentos como ese.

—¿Te dejaron tareas? —la menor tenía que entender que necesitaba su ayuda.

—Sí —al parecer Kanna era muy inteligente pero no era intuitiva o simplemente también temía de las bromas pesadas de las que podía ser víctima. No quería goma de mascar en su cabello… de nuevo.

—¿De qué?

¡Vamos, Kanna tenía que cooperar!

—Matemáticas.

—¿Está difícil? ¿De qué trata? —las esperanzas iban muriendo de a poco.

—No… es de fracciones.

—Kagura, Kagura, Kagura, Kagura, Kagura, Kaguraaa —seguía repitiendo el chico de ojos lilas. Ignorarlo era difícil pues escuchar esa voz tan jodidamente maliciosa también era una tortura—. Kagura, Kagura.

Por el espejo, la aclamada joven alcanzó a ver a Hakudoushi retorciéndose en la parte de atrás, como un gusano, al mismo tiempo que pronunciaba ese Kagura con tanta maldad en cada letra que ella también quería retorcerse.

—¿Qué quieres? —otra batalla que había perdido—. Maldición, ¿Qué quieres?

Kanna negó con la cabeza levísimamente, compadeciendo a su querida hermana, quizá debió ayudarla cuando se lo había rogado con los ojos y la voz. Para la próxima sería, tal vez.

—Mañana… tienes… que… ir… a… la… escuela—comenzó a hablar Hakudoushi, lenta y pausadamente para volver loca a su hermana, porque lo disfrutaba mucho. ¿Para qué negarlo?

—¿Ah, sí? ¿Por qué? —escupió molesta.

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—¿Lo ves? —Kagura señaló a Hakudoushi, quien miraba la televisión muy quitado de la pena, comiendo frituras de una bolsa grande, como si nadie estuviera hablando de él—. Este mocoso pervertido es de lo peor… ¡Yo no tengo nada que hacer mañana en la escuela! ¿Lo entiendes?

Naraku, el hermano mayor, tan sólo miró al jovencito de catorce años que tenía enfrente, lo escaneó con sus ojos rojizos. Abrió la boca pero no salió sonido alguno. Volvió a ver a su hermana menor.

—¿Le alzó la falda a una chica? —Naraku vio como Kagura asentía y se mordía los labios, furiosa, él alzó una ceja—. ¿Y eso es todo? Es un maldito adolescente, es no normal que lo haga. No entiendo porque mandan llamar a alguien a la escuela sólo porque un alumno levanta faldas. Seguro que esa chica lo provocó, ¿Verdad, Hakudoushi?

—Seeeep… —soltó el aludido, masticando ruidosamente. Quizá sin haber escuchado siquiera lo que le habían preguntado.

—¿Cómo puedes ser tan machista, idiota? —explotó Kagura más que furiosa.

La discusión entre los mayores de la casa comenzó, como era de esperarse Kanna y Hakudoushi se mantuvieran lejos del pleito, la primera haciendo la tarea en la mesa principal mientras bebía calmadamente un vaso de leche, el segundo sólo miraba la televisión mientras engullía las papas fritas de su bolsa jumbo. Ambos menores guardaban silencio. Inmersos en su mundo. Naraku y Kagura seguían discutiendo, pronto llegarían a la parte donde el pleito perdía sentido y esencia, haciéndose irracional.

—¡Y después de todo lo que hago, haciendo los deberes de la casa como si fuera una sirvienta cualquiera ni siquiera me dejas tener el maldito gato que quiero!

—¡Para que lo mates igual que a tu hámster!

—Tenía cuatro años, Naraku, ¡Cuatro años!

—Pero lo pisaste… ¡Ja! ¡No me digas que fue accidente!

—¡Lo fueee! ¡Y deja de meter al maldito hámster en esto, desgraciado!

—Ya, deja eso por la paz y mejor hazme la cena…

—¿Qué dices, retrasado? —pausa dramática para no explotar, de la forma más literal posible, porque Kagura sentía que su cabeza estaba a nada de volar en mil pedazos—. ¡Tú también tienes manos! ¡Hazte la cena, grandísimo pedazo de…!

—¡No me hables así, Kagura!

—¡Te hablo como yo quiero! —el grito casi le desgarró la garganta de ella—. ¡Y para mí eso eres, un grandísimo pedazo de mierda!

—¡Estás llegando demasiado lejos, Kagura, te lo advierto…!

—¡Me tienen harto, par de bastardos! —les rugió Hakudoushi exasperado por no poder escuchar bien o ver con tranquilidad su maratón de Doctor House no es que le importara mucho la serie pero tenía que matar el tiempo con algo, no podía hacerlo con sus hermanos gritando hasta lo que no tenía que ver con él alzando la falda de Rin, su compañera de la escuela.

—¡Cállate! —dijeron los dos mayores al unísono.

Pasaron cerca de media hora más peleando, esta vez con Hakudoushi unido al conflicto mientras Kanna sólo se quedaba como estatua pensado que no faltaba tanto para que fuera mayor de edad y pudiera dejar la casa para ir a un lugar tranquilo como Siria o Palestina.

La menor de la casa siguió escuchando los gritos escandalosos en la sala de estar, hasta que estos fueron interrumpidos por la llegada del amado hermano del medio, Byakuya, alias La salvación de Kanna, quien venía acompañado de Kohaku también llamado La segunda Salvación de Kanna.

—Hola, familia —saludó Byakuya natural, naturalmente tan raro como siempre.

—B-Buenas noches —saludó Kohaku, rascándose la mejilla, apenado de llegar a la típica hora del pleito familiar.

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—Espero te guste.

Kagura puso de muy mala gana el primer plato lleno de comida enfrente de Naraku, quien sólo entrecerró los ojos, notando al instante que el enojo de su hermana aún era muy intenso. Luego la joven le sirvió delicadamente un segundo y rebosante plato a Kohaku, quien fue educado y agradeció. Así, la hermana encargada de la cocina sirvió a todos y luego se sentó en la mesa frente a Naraku, sin olvidar darle una mala miraba de Byakuya por dejarla esperando, claro.

La cena transcurría muy callada, todos hacían un esfuerzo ya que Kohaku estaba ahí, el suertudo invitado conocía a la perfección la situación de esa familia. El resultado de un hombre que disfrutaba acostándose con un sinfín de mujeres. Los ojos castaños de Kohaku miraban a una familia de medios hermanos que parecía que se odiaba pero que… aun así permanecían juntos y eran más unidos de lo que se podría creer.

—¿Y bueno? —lanzó Byakuya, despreocupado—. Yo fui a pasear con Kohaku al festival de los videojuegos… ¿Qué hicieron ustedes hoy, familia?

Kanna se mantuvo callada, pero sus labios se movieron en una frágil sonrisa. Su hermano siempre intentando divertir el ambiente, pocas veces lo lograba pero lo seguía intentado, eso era algo que amaba de él, su actitud tan… única. Kagura resopló por recordar de nuevo que su hermano había ido a pasear.

Para el invitado de esa noche la breve y casi invisible sonrisa de Kanna no pasó desapercibida, las mejillas de Kohaku se sonrojaron. ¡Qué linda era! ¿Cómo podían los tontos de la escuela decir que ella no sentía nada?

—No hice nada más que ir al instituto y luego ir por Kanna y Hakudoushi, es todo —la mirada rojiza de Kagura fue a parar a Naraku, como reprochando que su vida estaba vacía.

—Quiero un perro —soltó sin más Hakudoushi, hablando por primera vez en la cena, pero sin dejar de concentrarse en su plato, llevándose la cuchara a la boca.

Todos sin excepción miraron al muchacho.

—¿A qué vine eso, engendro? —le riñó Kagura.

—Pues vine a que… quiero un maldito perro, daah —la respuesta enojó a la hermana, entendía el punto no era estúpida pero… ¡Hakudoushi era insufrible!—. Lo llamaré Entei y eso…

—Bien, lo tendrás, ahora cállate —concedió el hermano mayor, masticando y moviendo la comida con un tenedor—. Que era mi turno de hablar…

—¡Argg!

Kanna miró de reojo a su hermana, luego giró su vista oscura a Byakuya y Kohaku luego de nuevo a Kagura, los labios de la última temblaron, sus manos se hicieron puños sobre la mesa.

Uno. Dos. Tres.

—Puede tener un estúpido perro, pero yo no un gato, ¿Eh? —soltó una herida Kagura, mirando con rabia contenida a su hermano mayor.

Naraku rodó los ojos, haciendo la cabeza hacia atrás.

—Kagura, trabajo todos los malditos días para que ustedes tengan todo lo que quieran, lo único que pido es tener toda la autoridad de la casa… ¿Es mucho pedir?

Naraku sabía que todo el dinero que Onigumo les había dejado estaba ahí, pero prefería mil veces trabajar que tomar algo del hombre aquel que tanto odiaba. Es decir, miren lo que había logrado solo, poseía un bufete de abogados y era el mejor de todo Japón. Tenía a sus hermanos como dioses del olimpo. Y ellos no agradecían ni un poco.

—Sí, es mucho pedir —rugió Kagura, harta e indignada.

—Pues aunque sea mucho, te callas y ya —hubo un silencio sepulcral. Todos esperaban que de pronto algunos de ellos sacara una navaja y empezara una pelea al más puro estilo callejero.

—Pues… Kikyou no te ama.

—¡Kagura!

Justo en ese momento, Hakudoushi rio, los demás siguieron callados intentando devolver la atención a la comida y la pelea empezó de nuevo, había gritos, insultos y ofensas, un plato terminó en el suelo y un tenedor clavado en la mesa. Naraku y Kagura discutían al tiempo que el adolescente malcriado de la casa se metía comentando todo y haciendo observaciones para hacer la pelea verbal más interesante.

—Es una linda noche, ¿No? —bromeó el hermano del medio. Aunque nadie le hizo caso.

—¡Sesshoumaru no te ama! —había rugido Naraku en algún momento.

—Ohhhh, eso dolió, Kagura —la voz suave de Hakudoushi sacó más rencor de la situación.

—Vete al infierno. Váyanse todos al infierno —gritó la hermana.

—¡Ya estamos ahí!

Como último recurso, Byakuya le dijo a Kanna y a Kohaku que subieran a su habitación para conversar más tranquilos. Los dos jovencitos estuvieron de acuerdo al instante.

—La cena estuvo deliciosa. Gracias, Kagura.

Los tres que no participaban en la pelea se encaminaron lentamente a las escaleras para subir al segundo piso. Vivían en una casa grande, así que si se alejaban lo suficiente no escucharían nada que no quisieran.

Kohaku sonrió echándole un vistazo a los tres peleando en la mesa, ese era un día de los calmados.

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Naraku se estaba secando el cabello con una toalla, estaba cansado y mañana sería un día duro en el trabajo, aun cuando él era el jefe las cosas se complicaban. Estuvo un rato intentando hacer que su cabello se secará.

Después, antes de irse a dormir, salió de su habitación y fue a ver que todos estuvieran dormidos. Lo estaban; Kanna había escapado de su habitación para ir a la de Kagura, seguro que se sentía preocupada por algo ya que esa era la única razón para irse a dormir con ella. Naraku no pudo evitar preguntarse qué tendría consternada a la menor de casa… lamentablemente no tenía la más mínima idea.

Kagura y Kanna eran tan unidas, en silencio. Siempre se cubrían secretos entre ellas, y eso para el hermano mayor era un inconveniente bastante grande.

—¿Qué pasa por sus mentes, par de mocosas? —Naraku sabía a la perfección que Kagura no era ninguna mocosa, pero por más estúpidamente cursi que sonara, él siempre la miraría como una niña, una terca y muy astuta.

El hombre fue a la siguiente habitación, Hakudoushi se había dormido escuchando música, tenía los audífonos aun puestos. El hermano mayor no pudo evitar también pensar que él estaba escuchando las llamadas drogas auditivas, que eran tan populares, se sorprendió al quitarle los audífonos y sólo escuchar música de Miley Cyrus.

Por último, Byakuya, quien estaba dormido con toda la normalidad del mundo. Kohaku se había ido tarde a su casa, así que seguro el hermano raro del medio se había dormido bastante divertido.

El mayor regresó a su habitación, seguro de que nadie intentaría matar a nadie, por lo menos no esa noche. Se sentó en la cama. Miró la foto de todos sus hermanos que tenía en la mesa de noche. Sonrió de lado, esos engendros del mal… eran su todo. Y por más que le doliera y lo odiara, su mundo entero giraba alrededor de ellos, aunque los tratara pésimo.

Él no quería ser como Onigumo. No quería que su esencia lo dominara. Joder, ¿Por qué siempre pensaba ese tipo de tonterías en la noche y justo antes de dormir? ¿Qué acaso no tenía derecho a descansar?

Naraku suspiró, agitó levemente la cabeza y sonrió de lado, con malicia.

—No la dejaré tener un gato.


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N/A: Bueno, está casi igual, sólo le cambie algunos detalles porque si le cambiaba más la historia agarraría otro rumbo, pero de igual manera subiré pronto el segundo capítulo, igualmente tendrá unos cambios y a la mayor brevedad subiré el último capítulo. Agatha, espero te guste, aunque es igual al otro. Peeeeero ya estoy trabajando en el próximo fic que te dedicaré, no sé cómo me vaya a quedar, pero estoy haciendo un esfuerzo, en fin. Nos vemos… ¿Algún review?