EL CAFÉ

Capítulo 1

Se abrió paso entre las mesas de aquel café. Había llegado, según lo acordado, a las siete de la tarde. Dudó bastantes veces, antes de salir finalmente de su departamento. Pero tenía que hacerlo. Después de todo, pensó, eso era lo mejor para ella. Y para él. Llegó junto a una mesa, al final del local. Él iba en su segundo café. Ella pidió lo mismo y se sentó. Silencio. Él observaba su humeante taza, mientras que ella se limitaba a enredar sus dedos entre sí. Él frecuentaba bastante ese lugar. Podía pasar tardes enteras allí, acompañado solamente de un buen libro y unas cuantas tazas de aquel adictivo líquido.

Se sentía una leve, pero agradable, música ambiental. El ambiente de aquel lugar era bastante seductor. No era muy iluminado, ni muy amplio. Cuadros y pequeñas esculturas en madera inundaban las paredes ambarinas. Bastante étnico, pensó ella, mientras echaba un vistazo al panorama que la rodeaba. Le gustó lo que tenía ante sus ojos, bonito, pero luego recayó la vista en su taza de café, que le acababan de traer.

-Gracias-.

Nuevamente silencio. La verdad no supo cómo fue que llegaron a aquella incómoda situación. Demasiadas circunstancias, si es que les podía llamar así, conllevaron a lo que ella normalmente denominaría como "stand-by". Aunque vivirlo en carne propia era muy distinto. Aquel término no abarcaba ni una pequeña fracción de todas las cosas que implicaba. Era demasiado simple, pero a la vez complejo. Todo en uno. Pero ya no había vuelta atrás. No para ella. Ya había tomado una decisión. Tomó un sorbo de su café. Mueca. Aún no lo había endulzado. Abrió uno de los paquetitos de azúcar que venían junto a la taza y vertió su contenido dentro. Lo revolvió y tomó otro sorbo. Ahora sí.

-Bueno, creo que no es mucho lo que hay que discutir- comenzó a decir. -Las cosas están más que claras…- sonó bastante tajante. Aún no levantaba la mirada.

Su compañero no despegaba la vista de su taza. Estaba como hipnotizado con los sensuales y atrayentes movimientos del vapor de su expresso. Era cierto que había sido su idea que se reunieran ese día, a esa hora y en ese lugar. Pero ahora las palabras parecían haber huido de su boca. La boca. ¡Qué cavidad más llena de misterios y sorpresas! Posó entonces, su mirada en la boca de ella. Como la mayoría de las veces, la llevaba cubierta sólo con humectante labial. Tal vez eso fue lo que le atrajo de aquella chica, la primera vez que la vio. Su simpleza. No necesitaba cubrirse la cara con maquillaje, ni llenarse de joyas, ni vestirse a la última moda. Era tan… ella. En esencia. Y esa boca. Esa boca que tantas veces había cedido ante sus besos. Esa boca que tantas veces le había dicho cuanto lo amaba. Pero ahora otras palabras la inundaban. Palabras para él, sí, pero no precisamente de amor.

-… por eso creo que lo mejor es que dejemos todo hasta aquí- de pronto, él se dio cuenta de que sus pensamientos le había absorbido de tal manera, que no había escuchado ninguna de las "razones" que ella tenía que decirle. Incluso había terminado su café. Pero no era el momento ni el lugar como para pedirle que lo dijese de nuevo. -¿Tienes algo que agregar?- añadió ella, sin percatarse de que sus anteriores palabras habían ido a morir a oídos sordos.

¡Qué estúpido se sentía! Lo que lo había torturado por días. Lo que no lo había dejado dormir tranquilo por las noches. Lo que se le venía a la mente en cada momento de debilidad ¡Y su mente le había jugado ahora la peor pasada de todas!

-No- dijo, luego de titubear un momento. Ella se veía tan segura de lo que acaba de decir, aunque él no hubiese escuchado ni una sola palabra, que seguramente estaba en lo correcto. –Creo que tienes razón-.

-Bien. Entonces, que tengas suerte en tu vida- dijo ella con la voz un poco más apagada. –Adiós…- agregó, mientras se paraba y sacaba de su billetera dinero suficiente para pagar su café y lo dejaba sobre la mesa. Y mientras se alejaba lentamente por donde había llegado hace unos cuantos minutos, y sin siquiera detenerse o mirar atrás, susurró lo suficientemente fuerte como para que él la escuchara. –Espero que seas feliz-.

Mientras ella caminaba hacia la salida, él seguía exactamente en la misma posición, estupefacto. No podía creer que fuera tan idiota. La mujer de su vida se acababa de despedir para siempre de él y no había sido capaz de responderle ni siquiera un "adiós". Pero tal vez era lo mejor. Después de todo lo que había pasado.

Cuando la chica puso un pie fuera del café, recién entonces, una tímida lágrima se aventuró a rodar por su suave mejilla. Pero ya estaba hecho. No había vuelta atrás. Sabía que había hecho lo mejor para los dos. O por lo menos eso creía.