DISCLAIMER: Los personajes del universo de Gorillaz no me pertenecen, son en su totalidad y plenitud de Jamie Hewlett y Damon Albarn.

Notas de Autor: Uno de los personajes de esta historia es totalmente invención mía, y en este universo es la hermana sanguínea de 2-D


Intoxicación

Habían pasado casi 20 años desde el 15 de agosto que Murdoc llegó a su hogar y a su vida. Apareció con un traje desgastado y una sonrisa descarada. Es de esa forma como lo imagina en su mente cada que piensa en él; más joven y menos destruido.

Se presentó como prometido imprevisto de su hermana mayor, Hannah. Con la barbilla levantada, prestando atención a todo menos a los ojos de la familia a la que planeaba unirse, casi como si pensara que contraer matrimonio fuera algo desdeñable.

La única información esclarecedora que dio fue que había conocido a Hannah en una fiesta y que al poco tiempo habían determinado casarse en Octubre, cuando él tuviera un departamento y un buen trabajo.

Stuart fue el único que no protestó, sólo se quedó mudo entre las represiones de sus padres contra la decisión de su hermana. En realidad, su única reacción fue de asombro, asombraba imaginar la pasión que se habría que tener para tomar una decisión magnificente como el matrimonio sin explorarse a fondo tras años de noviazgo. Antes que considerarlo terriblemente imprudente pensó que era osado, y era osado por lo terriblemente imprudente que sonaba desde el gesto de suficiencia de su hermana.

A pesar de la oposición de sus padres, Hannah no rebatió y a su vez dejó a su prometido entrar a la familia como si fuera ya parte de ella. Murdoc era descarado y la desaprobación de los jefes de la casa no lo desmotivaron a prácticamente vivir en ella.

Tampoco se esforzó por mejorar su mala impresión, de hecho parecía dedicarse a lo opuesto; mostrándose ufano en cenas familiares, sentándose con las piernas separadas, hablando con argumentos deslenguados y sin pelos en la lengua, sin formalidades o respeto, sonriendo de oreja a oreja, perverso e incorrecto.

A los jefes de la casa les gustaba cada día menos. En Stuart ocurría lo opuesto.

Él creía que Murdoc era de esa clase de personas con las que es fácil engancharse; ya sea por su postergada sabiduría, o por su energía peligrosa. Era fácil entender porque Hannah había preferido traicionar la moral de sus padres con Murdoc que con el chico de la feria o el dueño de la tienda de electrodomésticos.

A pesar del rechazo por algunos miembros de la familia, Murdoc no tardo en tatuar su subsistencia en todos ellos; su personalidad era como una píldora difícil de tomar pero que una vez a entrado a tu sistema se queda por siempre en él, coexistiendo en tu cuerpo y discrepando en sus efectos.

En Stuart eran patentes, desenfrenados, y hasta eróticos; como una chispa de fuego que enardece tu alma hasta su estado más vivo pero que si no es controlada termina por calcinarte.

El amor de Hannah por él había nacido de la misma índole; la admiración absoluta, sintiéndose trabada a la revelación que era, encantada de la pasión loca que tenía, maravillada de la certeza con la que se desenvolvía, atraída a lo adelantado que estaba, como eternamente dopada por sus efectos estimulantes.

Era una revolución en cada palabra, un hombre demasiado incorrecto en una sociedad políticamente correcta.

Por el contrario, el aura peligrosa de este hombre no dopaba a los padres de la familia, los asustaba y recelaba. Conscientes de su poder de denotar un desmedido daño en su hogar, pero inconscientes de qué tan desmedido podía llegar a ser.

—¿Por qué octubre?— preguntó Hannah golpeando la mesa con los dedos, como impaciente.

—Porque necesitamos una oportunidad— respondió Murdoc sin pensárselo.

Pasó un mes desde el 15 de agosto. Stuart comenzó a admirar a Murdoc en secreto; sin hablar más que en casos extremadamente necesarios, escuchando sus palabras sin corresponder para que él no lo notará, o sólo mirando cuando él miraba lejos. Era una admiración platónica, creía Stuart, una admiración por un hombre mayor con conocimientos vastos y mente revolucionaria, algo que era ingenuo y sin riesgo. Pensó que quedaría ahí, él lo hubiera dejado ahí.

La casa estaba prácticamente vacía, Hannah había salido a su turno en el trabajo, y Murdoc indagando, pensó en echar un vistazo a la única habitación ocupada.

—¿Sabes tocar eso?— preguntó con voz raposa y tono divertido. Stuart respingó apenas sintió su presencia, era la primera vez que Murdoc se dirigía a él por voluntad propia.

—¿Qué?— escupió, casi atragantándose. Murdoc se río enseñando todos sus dientes disparejos.

—¿Sabes tocar eso?— repitió todavía más divertido.

Stuart inmediatamente giró la mirada a su teclado Casio.

—¿El teclado?

A Murdoc su voz le recordó a los sonidos distorsionados de los videojuegos árcade.

-Por supuesto ¿Qué más?

Stuart bajo un poco la cabeza avergonzado y asintió bobamente. A Murdoc no pareció importarle mucho.

—Hazlo

Estaba dando órdenes, como solía hacer casi por instinto. Y él estaba obedeciéndolas, como solía hacer casi por instinto.

—¿Qué quieres que toqué?

—No sé, alguna canción tuya

Stuart se rasco la nariz sin terminar de entender

—No… tengo ninguna— dijo con voz confundida.

Murdoc se recargo sobre el instrumento observando a Stuart con ojos analíticos, Stuart rebajó todavía más la mirada sintiendo una descarga eléctrica y una escalada de ansiedad.

—Inventa una, entonces

Tras las palabras legisladas, y con sus ojos penetrantes encima, Stuart echo un vistazo a las teclas del teclado y vaciló.

—No sé si pued…

—Vamos, improvisa, sólo estoy yo aquí.

Stuart se encogió de hombros y dubitativo tocó una nota, y entonces se quedó en silencio de nuevo.

-No lo pienses mucho, sólo déjate llevar, no es la gran cosa—agregó Murdoc todavía recargado en el instrumento.

Intentó tomar el consejo y tocó sin analizarlo exhaustivamente y sólo esperando obtener un sonido decente. La nota se transformó en un estribillo.

Murdoc se concentró en los dedos de Stuart palpando el teclado, y después del estribillo soltó una risa ostentosa.

—Eso apestó— declaró sonriendo.

Stuart suspiró.

—Pero se puede mejorar— agregó Murdoc antes de llevar su mano larguirucha al teclado e imitar el estribillo —Podrías agregar algo distinto al final— musitó a la vez que se secundaba cambiando las notas finales y añadiendo un par más.

Stuart miró boquiabierto y apenas el otro terminó, repitió el nuevo estribillo.

—Eso suena mejor ¿No?

—Si— respondió Stuart elevando su tono de voz.

Murdoc se rascó la oreja y giró los ojos, pensativo —Creo que siempre supe que te gustaba la música.

Sin dejar de repetir su nuevo estribillo, Stuart volvió la cabeza para mirarlo —¿Qué quieres decir?

—Tienes una apariencia bastante… interesante

Sin comprender si Murdoc le estaba dando un cumplido o no, se llevó la mano a la cabeza.

—¿Lo dices por esto?

—¿Cómo es tan azul? — pensó en voz alta. Stuart se río bajo.

—Es una historia estúpida, pero los accidentes pasan.

—¿Estás tratando de decirme que tu cabello fue un accidente? — interpeló Murdoc arrugando la nariz

—Sí, me caí de un árbol a los 11 años y me llevaron al hospital, entonces…

—Espera— interrumpió Murdoc —¿Es natural?

Stuart asintió con la cabeza —Crece de ese color desde el accidente.

Murdoc parecía extrañado por su gesto, pero inmensamente divertido por su sonrisa —Eso sí que es jodidamente interesante.

A Stuart le gustaba la expresión con la que Murdoc lo miraba, como si jamás en su vida hubiera visto algo igual, y evidentemente jamás lo había hecho.

—¿Y… cuéntame, crece de ese color en todas partes?— preguntó un par de segundos después arrastrándose las palabras.

—¿He?

Murdoc se inclinó levemente a él, dramatizando. Stuart se acercó también, como si estuviera a punto de escuchar un secreto —¿Tu vello es azul en TODAS partes?— susurró demasiado alto alargando las palabras hasta enfatizar.

Stuart percibió su aliento a whisky en contacto con su oreja e inmediatamente se puso colorado, rodó los ojos hacia el suelo y abrió la boca pero no dijo nada. Murdoc estaba tan entretenido con su cara que no se preocupó por una respuesta inmediata.

El estruendo de la puerta de entrada abriéndose y la voz de Hannah llamando a Murdoc llegaron a tajar la escena.

—Me cuentas luego ¿Vale?—Murdoc tocó levemente el hombro de Stuart antes de darle la espalda para irse. Stuart todavía sobresaltado se quedó en silencio.

—Por cierto…— añadió Murdoc parando en seco —¿Cuál era tu nombre? Hannah me dijo, pero lo olvide.

—Stuart— respondió robóticamente —Stuart Pot.

Murdoc exhaló encorvándose un poco —¿Tienes un apodo?

—No, al menos no uno bueno.

—Bueno, después nos encargamos de eso.

Extrañado por el comentario, Stuart arrugó la frente y observó a Murdoc marcharse.

Pasaron días después de la escena, y a pesar de lo insulsa y hasta trivial que fue, cambio algo entre ellos. Stuart ahora no se encontraba más con Murdoc distraído cuando lo miraba, si no con Murdoc mirándolo de vuelta. No era más escucharlo pretendiendo no hacerlo, ahora eran conversaciones con él y para él, independientes a Hannah y a todo lo demás.

La hora de la cena se había convertido en una hora perfecta para charlar aun sobre temas insignificantes. Stuart se conmovía con la postura de Murdoc correspondiendo a él y a sus preguntas tontas y sin gracia devolviéndole cualquier muestra de atención. A veces ladeando la cabeza a su habitación para hacerle una mueca, o señalando irónicamente el teclado sugiriéndole practicar, dejando notas con nombres de canciones en su escritorio, y empujándole inocentemente cuando se cruzaban en alguna parte de la casa.

Stuart soltaba risas sordas con las muecas, repetía el estribillo antes las señales e intentaba tocar las canciones que Murdoc dejaba en las notas. Su caligrafía era divertida.

Sin embargo y a pesar de que esto enardecía todo en él, nadie parecía notar nada diferente, o al menos nada importante como para traerlo a la luz, era algo tan insignificante e ingenuo que sólo se quedaba entre la sombra de ellos.

—¿Ibas a decir algo, Stu?

—No, en realidad.

Quizá era idiota imaginar que Murdoc tuviera interés en conocerlo más a fondo, o al menos de esa misma desenfrenada forma con la que Stuart deseaba hacerlo. Quizá no era nada más lejos de lo natural; una conversación que rompe el hielo, un dialogo que aviva confianza, ganas de agradarle al hermanito de su prometida, o quizá sólo curiosidad de si sus vellos púbicos eran del mismo tono que su cabello.

De cualquier forma no le importaba, se sentía bien cada que se encontraba con esta correspondencia casi conspirativa, y eso era suficiente.

Pero Murdoc no lo dejó en algo indefenso. No era su manera de jugar, Stuart desconocía el interés del prometido de su hermana en él, y no se lo sospechaba cuando él se recargaba en su habitación echándole miradas analíticas, o cuando se encontraba sus pertenencias revueltas como si alguien hubiera podido estar metiendo nariz en ellas.

Murdoc, al que se puede contrastar con las píldoras difíciles de tragar, no es algo que se quede en segundo plano. Es algo que te cala hasta la medula, que se impregna a la sangre, y subsiste en el sistema nervioso, es algo que va más lejos que efectos secundarios.

—¡Stuart!

Murdoc apareció en la ventana que daba con el jardín. Era tarde, o al menos lo suficiente para que el cielo estuviera oscuro.

Stuart dio un respingo. Murdoc se burló.

—¿Qué pasa?— contestó con voz asustada

—Sal aquí

Stuart no tardó en aparecer en el jardín. Murdoc tenía una expresión cínica.

—¿Qué es lo que planeas?— preguntó a penas lo vio entrelazándose los dedos taimadamente.

—Quiero que hagamos algo— respondió enérgico jugando con las puntas de sus talones, su aliento era alcohólico, su postura abrupta. Stuart levanto una ceja y algo de ansiedad se le acumulo en el pecho.

—¿Algo como qué?

—Ven— musito haciendo una seña antes de darse la vuelta hasta un viejo Camaro negro. —Vamos a dar una vuelta.

Stuart miró el vehículo receloso —¿Hannah sabe de esto?

—Súbete Stuart.

No quiso pensarlo, sabía que lo haría vacilar, y no tenía tiempo de eso. Paso al copiloto, y se quedó ahí, rígido, Murdoc encendió el motor.

A penas tomaron velocidad, Stuart volvió a hablar.

—¿A dónde vamos?

Murdoc miraba al tráfico, y no parecía tener una respuesta inminente.

—¿Qué es lo más importante que tienes en la vida?— preguntó poco después.

Stuart lo miró con los ojos como plato.

—¿Perdón?

—¿Qué es lo más importante que tienes en la vida, Stuart?

—Murdoc, deberías de…

—¡Responde mi pregunta!— su voz sonó como un gruñido.

Stuart se quedó en silencio, empezaba a arrepentirse de haber aceptado subir al auto.

Murdoc suspiró ofendido, bajo la cabeza y como si lo retará soltó el volante para girarse a mirarlo, Stuart sintió una escala de terror en su interior.

—Murdoc, mira a la calle…— estaba despavorido, luces de autos se colaban por la ventana, y Murdoc lo ignoraba totalmente. Quiso tomar él el volante, pero Murdoc se lo impidió.

—¿Qué es lo más importante en la vida?— repitió, está vez dejando espacios entre las palabras

—¡No lo sé! ¡Ya basta!

—Estás tan perdido Stuart

—¡Estás ebrio, Murdoc!

Forcejeaban en el volante, pitidos de autos los aturdían.

—¿Sabes? Creo que jamás te arriesgas a nada—agregó Murdoc despreocupado, como si no temería de nada. —…Y si tan sólo lo hicieras entenderías lo que es la vida en realidad.

—¡No me conoces!— aulló Stuart, su cuerpo temblaba mientras continuaba luchando por frenar el vehículo.

—Te he visto, lo sé. Sé lo patética que es tu vida.

—¡Carajo, estás ebrio!

—¿Y eso qué? ¿Crees que perdí la razón? ¡No! yo sólo quiero hacerte un favor Stu.

—¿Un favor matándonos?— opuso

—No, pero ¿Qué si sí? ¿Estarías conforme con la vida que tuviste?

—¿Y tú? ¿Dejarías a Hannah y todo lo que tienes por demostrar un punto?

—Si— aseguró sin pensar —Y esa es mi diferencia contigo.

Stuart soltó un grito sordo cuando un camión a toda velocidad los rozó por un lado.

—Confía en mi— musito Murdoc. —Igual no tienes de otra, lo hiciste al subirte al auto.

Stuart miró a todos lados.

—No—gimoteó al borde de las lagrimas

—Tranquilo, todo va salir bien.

—¿Cómo iba a salir todo bien? ¿Si me muero aquí?

—¿Sería tan malo?

Stuart tragó saliva cuando sintió un auto arrasando contra ellos a toda velocidad.

—¿Nunca te arriesgas a nada?— recupero la palabra Murdoc. —Sé cómo te sientes, Stuart. Leí esa cosa en tu habitación.

—¿Qué cosa?— arguyó

—Tu carta, o lo que sea, sobre la depresión— La cabeza de Murdoc ladeo y su voz se volvió más lenta y carrasposa, efecto del estado alcohólico —Escucha, sé que es lo que necesitas, necesitas hacer algo imprudente, descabellado, rebatir a la moral y retar a la vida; las pastillas no sirven, Stu. Debes enfrentarte a ti y a tus miedos.

—¿Miedo a la muerte?— los diálogos le taladraban la cabeza, su "carta" de la que hablaba Murdoc le pasó fútilmente, el husmo de alcohol también. Comenzaba a marearse, pero no quiso pensarlo, sabía que lo haría vacilar, y no tenía tiempo de eso.

Su último razonamiento se fue con un suspiro y se rindió, dejó de forcejear e intento relajar los músculos. Murdoc lo miró recargarse en el asiento y cerrar los ojos. Se mordía brutalmente los labios, pero el resto de él parecía sereno.

—Eso es, Stu— lo encorajó antes de soltar totalmente el volante y sujetarse el cinturón.

Confió en él, un desconocido con una década más en el mundo, de procedencia extraña y apariencia misteriosa. Lo hizo desde que se subió al automóvil, desde que le ordenó componer, o desde que se apareció imprevistamente en su vida.

Pasaron alrededor de 5 minutos antes de que el Camaro se estrellará, Stuart salió disparado hacía el frente, y Murdoc se estampó contra el parabrisas.

Un grupo de personas en la calle se apresuraron a ayudarlos; ambos lastimados, pero con vida

El tabique de Murdoc se había fracturado hasta desfigurarle totalmente la nariz. Chorreaba sangre de ella, pero el resto de su cuerpo parecía estar francamente bien. Stuart por el contrario se había colisionado contra el suelo, tardó un poco más que Murdoc en recuperar la consciencia, pero a penas lo hizo tuvo una sensación de dolor insoportable en su boca; no tardo en descubrir que un par de dientes se le habían aflojado hasta caerse y que sangraba copiosamente. Implantó fuerza con los brazos para lograr levantarse, el equilibrio volvió, pero fue cuando descubrió otro daño significativo.

Tenía una vista borrosa, se pasó los dedos por los ojos y sintió sangre escurriéndose de ellos, intentó limpiarlos un poco pero fallidamente. Entonces observó a Murdoc todavía en el Camaro con un pañuelo teñido de rojo sostenido en la nariz, inminentemente él lo observó de vuelta. Stuart no supo decir si Murdoc se había golpeado muy fuerte la cabeza o si su sonrisa creciente de oreja a oreja era alguna clase de réplica.