Disclaimer: Severus y Harry son creaciones de J. K. Rowling. Yo les he hecho gritarse, pelear y discutir, pero aunque también lo hacían en los libros hay otras situaciones que jamás pasaron por la mente de su escritora, ¿o sí?

Nota de la autora:

Esta historia empezó a escribirse en agosto de 2011, debió ser una época fructífera para mí… no lo sé. Un año y seis meses y pico después, tras muchísimos repasos, párrafos y capítulos casi rescritos por entero, beteos y más que acertados consejos de mi gran amiga y beta ItrustIbelieve, al fin ve la luz.

Llevaba demasiado tiempo en mi ordenador y necesitaba airearse. Y, sobre todo, necesitaba un título… le ha costado salir al cabr… :D

Bien, espero que os haga pasar un rato agradable, como mínimo. Y también anuncio que es una historia más larga de lo que suelo escribir, pero está acabada, así que nadie se quedará con las ganas de conocer el final. Si es que hay alguien al otro lado que quiera leer… ¡eh! ¡Hola! ¡Hoooola! ¿Hay alguien ahíiiii?


Capítulo 1. El gran problema

—Harry, no podemos seguir viéndonos así.

Hermione había soltado su sentencia en cuanto se había abierto la puerta del apartamento de Harry, sin siquiera pensar que podría estar acompañado. Pero, ¿cómo podría pensar semejante cosa? Harry jamás tenía compañía.

—Así, ¿cómo, Hermione?

Harry abrió más la puerta y se apartó del camino para dejar que su amiga entrara.

El piso era diminuto, sin recibidor, y al cruzar la puerta se pasaba directamente a un pequeño salón-comedor, con una cocina tipo office y tres puertas. La de la derecha era un armario, donde el chico guardaba sus abrigos, la escoba, el baúl y diversos cachivaches más; la de la izquierda daba paso a un baño; y la puerta más alejada, también a la izquierda, era la del dormitorio de Harry.

La chica pasó por su lado con rapidez y se dejó caer en el sofá, que presidía el pequeño salón, con la gracia de un saco de patatas, y sin siquiera esperar a que Harry cerrara del todo la puerta, siguió desgranando el discurso que se había preparado en casa cuando había recibido la nota de que el antiguo Gryffindor necesitaba verla con urgencia.

—Tienes que entenderlo, no puedo seguir mintiéndole de este modo a Ron. Me siento fatal cada vez que nos vemos, Harry. Me siento, me siento… le estoy ocultando esto y no me gusta ocultarle las cosas.

—Yo nunca te he pedido que le ocultes nada —se apoyó pesadamente en la puerta y la miró abatido—. Tú y yo seguimos siendo amigos, ¿no? Tiene que entender que…

—Harry —lo interrumpió la joven—, debes hacer las paces con él. Cuanto antes.

—¡¿Yo?! —Saltó indignado el muchacho—. Es él quien no me habla, Hermione, por si no te has dado cuenta. Es él quien me gira la cara cuando nos vemos por los pasillos de la Academia de Aurores, quien se ha buscado otros amigos con los que reír en la cafetería.

—Está dolido, compréndelo.

—¿Dolido? ¿Comprenderle? ¿Y quién me comprende a mí? ¡Por el hada Melusina! Pero si ni siquiera Ginny sigue enfadada conmigo, y ella es la única que podría sentirse ofendida. —El chico se separó de la puerta para ir a sentarse en el sofá junto a su amiga, y añadió con un velo de tristeza en sus otrora brillantes ojos verdes—. Hermione, tú sabes que yo no lo hice expresamente.

—Claro que lo sé, Harry. —La chica puso una mano sobre las de él, que estaban unidas en su regazo.

—¿Entonces?

—Pero ya sabes cómo es Ron. Él… bueno, le cuesta aceptar ciertas cosas.

—Pues que se vaya acostumbrando —soltó con rabia—. Además, tengo problemas más graves que lidiar con la limitada capacidad de Ron para aceptar la sexualidad de los demás.

—¡Harry! —Le recriminó.

—¿Qué? —contestó él con rudeza.

—¿Qué puede ser más grave que perder tu amistad con Ron?

—Snape.

El nombre cayó como una losa en el pequeño salón y los dejó sumidos en un silencio pesado y espeso, como si se tratara de la neblina londinense que se alzaba del río Támesis, en la época de Jack el Destripador. Y también era igual de escalofriante.

—¿Qué pasa con Snape?

—¿Que qué pasa? —Harry se levantó de un salto del sofá y empezó a pasearse de un lado a otro, frente a la otra Gryffindor—. Que no puedo… que va a volverme loco, Hermione, que le odio, le detesto, le…

—Pero dijiste que eso era agua pasada. —La chica posó su bolso junto a ella en el mullido asiento y cruzó sus manos mientras contemplaba a su amigo con verdadero interés—. Me dijiste que comprendías lo que había tenido que hacer, la vida que había llevado y que… le perdonabas.

—Sí, claro, todo eso está muy bien en la teoría. Bueno, quiero decir que le he perdonado, claro que le he perdonado. Comprendo que es un hombre triste y solitario, y que ha llevado una vida muy amarga, pero cuando está cerca de mí… cuando lo tengo delante y se comporta de ese modo… es superior a mí, no le soporto. No aguanto su cinismo, su sarcasmo, su hiriente modo de decir las cosas, su crueldad, es… es… despreciable. Como lo era en Hogwarts.

—¿Y a ti qué más te da?

—Pero, ¿es que Ron no te ha contado nada?

—Bueno, me dijo que hizo unas sustituciones pero… de eso hace una eternidad.

—Sí, claro, una eternidad. Como no era con él con quien se ensañaba… —Harry suspiró con resignación—. Supongo que en el fondo ahora tienen un frente común…

—Ay, Harry —le espetó Hermione, algo exasperada—. Pero, ¿qué estás diciendo? Anda, deja de recorrer arriba y abajo la habitación. Me vas a marear. Siéntate y cuéntame qué es lo que pasa, porque no me estoy enterando de nada.

El joven obedeció y volvió a sentarse junto a ella, pero lejos de sentirse relajado y a gusto, parecía estar rígido y alerta, como si en cualquier momento tuviera que levantarse y responder a un ataque frontal.

—Será mejor que te cuente todo desde el principio. Verás, me encontré con Snape hace cosa de unos meses. Estaba haciendo unas compras en el callejón Diagon cuando recordé que me hacía falta ortiga seca para una de mis clases de Pociones…

La campanilla sobre la puerta anunció su entrada en la oscura tienda. No era la primera vez que acudía a esa tienducha en particular, pero cada vez que entraba se sorprendía de que fuera tan tétrica. El contraste de la claridad del exterior con la penumbra del interior le impidió ver al hombre que, plantado frente al mostrador, esperaba ser atendido. Cuando lo reconoció ya era demasiado tarde.

Profesor Snape —le dijo en un tono sorprendido—. ¿Qué hace… qué hace usted por aquí?

¿En una tienda de ingredientes para pociones? —Le contestó la oscura voz susurrante de su antiguo maestro—. No lo sé, ¿a usted qué le parece que puedo hacer, señor Potter? ¿Quizás adquirir una escoba nueva?

Harry enrojeció violentamente pero no le dio tiempo a responder puesto que el tendero, justo en ese instante, apareció por la cortina de la trastienda con una caja de madera en sus manos.

Aquí lo tiene, señor Snape.

El antiguo profesor desvió su mirada desdeñosa de Harry para fijarla en el tendero, que pareció encogerse un tanto, y posó sus grandes manos sobre la caja de encima del mostrador.

Bien, confío en que esté todo en orden, ahora tengo algo de prisa, así que…

Oh, no se preocupe, señor Snape, los hemos comprobado uno por uno, ya le dijimos que no volvería a repetirse.

Harry vio cómo Snape esbozaba una de sus frías sonrisas ladeadas y sintió lástima por el pobre tendero, que parecía temblar como una hoja al viento. No hacía demasiado tiempo que lo conocía pero siempre había sido muy correcto con él, así que decidió esperar el momento apropiado para interceder en su favor.

Eso espero, le dije que no toleraría más meteduras de pata —dijo Snape en aquel instante, agarró con firmeza la caja de madera con ambas manos y se dio la vuelta, quedando encarado con Harry—. Cárguelo a mi cuenta de Gringotts, como siempre.

Por supuesto, señor.

Vaya, profesor, pensé que siendo usted tan mayor se habría cansado de jugar a las cocinitas —intervino Harry dándole a su voz el máximo tono sarcástico que consiguió—, tantas veces que solicitó el puesto de profesor de Defensa, le creía un hombre más de acción, pero si usted es feliz entre calderos…

Snape entrecerró los ojos y en la penumbra de la tienda aún parecieron más negros y fríos de lo habitual.

Puedo decirle lo que no me hizo feliz, señor Potter, y eso fue tener que sufrir su presencia día tras día durante seis largos años. No sabe lo mucho que agradecí el no tener que soportarle ni, sobre todo, darle clases durante lo que debería haber sido su séptimo año. —Esbozó una sonrisa cruel—. Ese que, por cierto, nunca ha cursado. Como siempre, el héroe Salvador del Mundo Mágico, saltándose las normas.

Harry, indignado, enrojeció tanto que el calor de su sangre acumulada en las mejillas le recordó al aliento del Colacuerno húngaro con el que se enfrentó en el Torneo de los tres magos, hacía ya muchos años.

Tener que aguantar su eterna amargura tampoco fue plato de buen gusto para mí, profesor.

Me parte usted el corazón —le espetó con sorna—, y ahora apártese de mi camino.

El joven dio un paso atrás, algo aturdido, y con un pequeño movimiento de la varita de Snape la puerta se abrió, las campanillas tintinearon y el hombre desapareció entre la muchedumbre de la calle.

Hermione se había llevado una mano a la cara, cubriéndose la boca, ahogando un quejido.

—Harry, ¿por qué no me lo habías dicho?

—¿Decirte qué? ¿Que el primer día que vi aparecer en clase a Snape se me cayó el alma a los pies? Fue como regresar a cuando tenía once años y me miró con ese odio que yo no pude comprender entonces y que es el mismo con el que me mira ahora. —Harry ocultó su rostro entre las manos, con los codos apoyados en sus rodillas, deslizó sus dedos por debajo de sus redondas gafas y presionó sus verdes ojos tras los párpados. De pronto, retiró las manos, suspiró y se colocó las gafas correctamente—. Bueno, de hecho, no sé que es lo que piensa de mí ahora. Es como si unas veces creyera que soy yo, sólo yo, Harry, y otras veces, creo que no puede evitar ver a mi padre, como aquel primer día en Hogwarts.

Severus Snape, con cara de pocos amigos y un humor de perros, entró en el aula de Pociones número 201 de la Academia de Aurores. Llevaban dos semanas recibiendo clases con él, y el temario se había intensificado de modo más que significativo. Harry no daba abasto, entre las clases y los trabajos para el resto de sus asignaturas, para poder practicar lo suficiente con las pociones. Su limitada capacidad para comprenderlas y elaborarlas, ahora que no gozaba de la ayuda del libro que le había facilitado tanto las cosas durante su sexto curso en Hogwarts, y la falta de ayuda por parte de Hermione, no acababan de mejorar su situación. Y además, debía bregar con el perpetuo mal humor de Snape, como en ese momento.

Señor Potter —lo llamó desde su mesa el adusto profesor—, díganos, ¿compite con el señor Weasley para demostrarnos quién de los dos es el más ignorante?

Harry levantó su verde mirada de sus apuntes del día anterior, que se afanaba en repasar antes de cada clase. Vio como el hombre se acercaba a él, haciendo ondear su negra túnica, en un gesto amenazador que lo único que hizo fue avivar su rencor.

Su trabajo es desastroso, señor Potter, claro que, habiendo sido admitido en la Academia de Aurores sólo por el hecho de ser el Salvador del Mundo Mágico, también es lógico que su nivel no esté a la altura del resto de la clase…

Eso no es cierto —dijo Harry, con la rabia adornando cada sílaba.

¿Dice que miento, señor Potter? —Le preguntó Snape en un susurro, que sonó a grito en el silencio del aula—. ¿Acaso acabó sus estudios? ¿Acaso no se aprovechó de su fama para poder ser admitido en…?

¡Yo no me aprovecho de mi fama! —gritó Harry—. Merezco estar aquí, le guste o no. Yo no tengo la culpa de que sea usted un maldito murciélago amargado que…

¡Castigado! —gritó Snape, su rostro blanco como la cera.

Y, ¿cómo piensa castigarme, Snape? —Sabía que se había excedido pero, aún así, no fue capaz de callarse, llevaba demasiado tiempo acumulando rabia y frustración—. ¿Me quitará puntos como hacía en Hogwarts?

Siga hablando, señor Potter. Siga hablando y se encontrará de patitas en la calle —le retó Snape, mientras lanzaba su pergamino corregido con una enorme letra D de color rojo escrita en el margen superior derecho—. Déme la satisfacción de ser yo quien lo expulse, no sólo de esta clase sino de la Academia.

Harry apretó los labios y se tragó sus siguientes palabras. Snape le lanzó una sonrisa ladina en respuesta.

Eso está mejor. —Se alejó de él para repartir el resto de los trabajos entre los alumnos—. Le espero en mi despacho al finalizar sus clases, y si no quiere que le abra un expediente más le vale disculparse.

—¿Y qué te hizo? —Le preguntó Hermione.

—Me hizo limpiar calderos, sin magia, como cuando era un crío. Fue humillante, pero debo admitir que me dio qué pensar. El castigo duró una semana, cada tarde a la misma hora. Cada vez había más calderos, y cada vez me parecían más grandes. Acabé con sabañones en las manos. Y además, perdí un montón de tiempo de estudio, así que tomé una decisión.

—¿Cuál?

—Pedirle ayuda.

—¿A Snape?

—¿A quién sino?

—Pues, no sé, Harry… pero, ¿a Snape?

—Mis mejores notas en Pociones las saqué en sexto, y era todo gracias al libro de Snape, así que el último día de mi castigo me armé de valor y quise pedirle que me diera clases particulares. Pero la verdad es que todo se fastidió un poco.

Ya he terminado, profesor.

Snape levantó su mirada del caldero que burbujeaba ante él para encontrarse con la diáfana luminosidad verde de los ojos de su alumno. Se inclinó un poco hacia la derecha para poder observar a su espalda y vio los relucientes calderos colocados por tamaños en sus repisas correspondientes. Regresando su atención a su propio caldero susurró:

De acuerdo, señor Potter. Puede marcharse.

Verá, profesor… —Harry se llevó las manos a la espalda, para retorcérselas allí con nerviosismo— había pensado que quizás… si usted… si le parece bien… bueno, he terminado pronto y… ¿quiere que le ayude con lo que está haciendo?

Snape, que acababa de coger una vara de cristal verde para remover el espeso brebaje, detuvo su movimiento a medio camino y volvió a mirar a Harry a través de la espesa nube de vapor que provocaba la reciente ebullición.

¿Ayudarme?

Sí. Podría cortar los ingredientes que le falten o lo que sea que necesite. Eso quizá me serviría para…

Márchese, señor Potter. Ni necesito ni quiero su ayuda. —Hundió la punta de la vara dentro del caldero y removió con minuciosidad en el sentido de las agujas del reloj, concentrando toda su atención en el movimiento y dando así por acabada su conversación.

Harry, desanimado, se dirigió arrastrando los pies a la sala anexa al laboratorio para recoger su mochila y su capa. La rabia se agolpó en sus sienes con un intenso martilleo que sabía se convertiría en un dolor de cabeza insoportable y que le impediría estudiar como era debido. Ver el destello de curiosidad en los ojos negros de Snape le había hecho tener esperanzas para luego acabar muertas al reparar en su expresión de absoluto desprecio justo antes de regresar a su trabajo. Era evidente que el hombre jamás pensaría que Harry era lo suficientemente bueno como para ayudarle.

Cuando iba a salir, con la mano en el pomo redondo de la puerta, y aún protegido dentro de la sala anexa, escuchó la voz grave de Snape en un claro susurro helado. Estaba a media frase.

—… no creo que deba ponerse en entredicho mi capacidad de enseñanza.

Eso no se pone en duda, Severus, sino más concretamente, tus métodos poco sutiles. —La voz algo chirriante que llegó a oídos de Harry era para él desconocida, pero sintió una animadversión hacia su propietario casi de inmediato. Le resultó algo difícil de comprender, quizás era su tono demasiado elevado, demasiado agudo, o quizás la pose altiva que se adivinaba tras ese tono—. Políticamente hablando, por supuesto.

Yo no soy un político. De hecho, ni siquiera debería ser un profesor, sólo os estoy haciendo un… ¿cómo lo llamasteis? Ah, sí, "importantísimo e impagable favor" cubriendo a Gravis y dando sus clases mientras persistiera su "problema". Nadie se cuestionó mis métodos cuando estabais tan desesperados como para acudir a mí.

Pero comprenderás que si pones en entredicho las decisiones del Director del Departamento de Estudios Mágicos…

¿El joven Potter ha interpuesto alguna queja?

Harry aguzó el oído, si hablaban de él ya no tenía por qué sentirse culpable por estar escuchando a escondidas.

No, pero…

Entonces, no comprendo a qué viene todo este alboroto. En lo que O'Hara debería perder el tiempo es en renovar e imponer un temario más completo a los estudiantes. Esos chicos saldrán a la calle a jugarse el pellejo contra magos oscuros, y quién sabe si sus conocimientos en Pociones podrían salvarles la vida más de una vez. Puede que… Lord Voldemort esté muerto —Harry dio un respingo, abrumado por el hecho de que Snape había sustituido su más habitual Señor Tenebroso para referirse a Tom Riddle—, pero eso no quiere decir que no pueda surgir un nuevo señor tenebroso que intente ocupar su lugar. Mientras de mí dependa esos chicos saldrán lo más preparados posible de la Academia.

Harry se recostó contra la puerta, impresionado.

Si en el futuro sigues criticando las decisiones del Director O'Hara, sobre todo en lo que respecta al señor Potter, es probable que tengas un disgusto, Severus…

Puedo asumir el riesgo. —El tono de mofa de Snape era inequívoco y Harry no pudo evitar sonreír. El hombre había corrido muchos peligros durante la guerra, las amenazas políticas no podían significar nada comparado con eso; pero seguía hablando, así que aguzó el oído—: Entiendo perfectamente que es un gran golpe de efecto que el Salvador del Mundo Mágico se gradúe como Auror durante su mandato, pero eso no quiere decir que el muchacho no deba ganarse su puesto aquí como todos los demás. Y si en mi clase considero que no se esfuerza lo suficiente utilizaré el modo que considere más adecuado para conseguir motivarle.

Creo que no es necesario que te recuerde, Severus, que fue gracias al mismo O'Hara que conseguiste tu puesto en el Departamento de Investigación y Desarrollo de Pociones Curativas en San Mungo, ya que obvió el hecho de que tuviste un pasado demasiado oscuro, cuya prueba todavía luce en tu brazo izquierdo y…

¿Cómo se atreve? —Harry hizo su entrada en el laboratorio al escuchar la injusta acusación. El pocionista seguía en el mismo lugar en que le había dejado, aunque su caldero estaba abandonado a su suerte, a su espalda, ya que se había encarado con su desagradable visitante—. El profesor Snape es un Maestro en Pociones. Maestro, ¿entiende? Y un héroe de guerra que realizó muchos sacrificios para lograr que pudiéramos detener a Voldemort. Sin él, yo no lo habría conseguido…

Potter, no se meta en esto. —El tono de Snape sonó como una clara advertencia.

Señor Potter —dijo el hombre de la voz chirriante, y dirigió una mirada interrogante a Snape que no le fue devuelta, ya que éste estaba demasiado ocupado fulminando a Harry con sus ojos negros—, no tenía ni idea de que usted estuviera aquí. —Se acercó un par de pasos al chico y extendió su mano derecha—. Soy…

Me importa un bledo quien sea usted, señor.

El hombre se quedó quieto, mirando alternativamente al joven y a Snape. Al final pareció decidirse por éste último.

Veo que lo de vuestra animadversión no son más que habladurías, Severus —hizo una pausa, pero pronto se percató de que ninguno de los dos iba a pronunciarse al respecto, así que se dio media vuelta y cuando llegó a la puerta del laboratorio se giró ligeramente para añadir—: Sólo pretendía avisarte.

Avisado quedo —susurró Snape, y el hombre, resignado, se marchó sin decir nada más.

El pocionista se volvió, para fijar su negra mirada en el caldero y su ahora inservible contenido. Harry, con su mochila colgando de un hombro, se quedó mirando su espalda, con el ceño fruncido, anonadado.

No es necesario que me dé las gracias, no se preocupe —ironizó, rabioso.

Mejor —le contestó Snape—, porque no pensaba hacerlo, señor Potter. Le dije que no se metiera de por medio.

Es usted un desgraciado, si llego a saber que…

Ese tipo era el comisario Seymour Wilde, con un poco de suerte, su futuro jefe —el pocionista lo miró con sus fríos ojos negros mientras el mundo de Harry se desmoronaba al escuchar la noticia—, pero sigue usted siendo un temerario e impulsivo Gryffindor descerebrado que actúa sin pensar en las consecuencias. Váyase, por su culpa se ha echado a perder mi poción, no me haga perder también mi tiempo. —Cogió su varita y lanzó un hechizo sobre el caldero, con infinita rabia—. "¡Evanesco!"

Yo… yo no lo sabía.

Por supuesto que no lo sabía, pero le importaba "un bledo". Siga usted así, haciendo amigos en el Ministerio, y se le abrirán todas las puertas —se mofó el hombre, sin darse la vuelta, concentrado en cortar en finas rodajas un ciempiés pelado.

Yo no necesito que nadie me abra ninguna puerta —soltó Harry, profundamente ofendido—. Soy muy capaz de hacerlo por mí mismo.

Pues para empezar, abra la de este laboratorio y lárguese de una vez.

El joven, en tres furiosas zancadas, abandonó la estancia y cerró dando un sonoro portazo.


Nota final:

Pues hasta aquí hemos llegado. Pobre Harry. Ya os advierto, aunque quizá debí hacerlo al principio, que le voy a hacer sufrir un poquito. Pero también prometo que habrá compensación, no os preocupéis. Espero veros por aquí en la próxima actualización. ¡Hasta pronto! :)