Las bayas

Cuando conseguimos llegar hasta el lago, recojo un poco de agua fría para Peeta y también para mí. Oigo a un sinsajo emitir un largo silbido bajo y se me llenan los ojos de lágrimas cuando aparece el aerodeslizador y se lleva a Cato. En teoría se supone que ahora vendrán a por nosotros, y podremos irnos a casa. Sin embargo, sigue sin haber respuesta.

-¿A qué están esperando? --pregunta Peeta débilmente por la pérdida de sangre ya que no tiene el torniquete y el esfuerzo que nos había supuesto llegar al lago, le ha abierto la herida.

-No lo sé.

No sé a qué se deberá el retraso, pero no soporto seguir viéndolo perder sangre. Me levanto para buscar un palo, pero encuentro rápidamente la flecha que rebotó en la armadura de Cato, cuando voy a cogerla, la voz de Claudius Templesmith retumba en el estadio.

-Saludos, finalistas de los Septuagésimo Cuartos Juegos del Hambre. La última modificación de las normas se ha revocado. Después de examinar con más detenimiento el reglamento, se ha llegado a la conclusión de que sólo puede permitirse un ganador. Buena suerte y que la suerte esté siempre de su lado.

Me quedo mirando a Peeta con cara de incredulidad hasta que asimilo la verdad, nunca habían tenido intención de dejarnos vivir a los dos. Los Vigilantes lo han planeado todo para garantizar el final más dramático de la historia, y nosotros, como idiotas, nos lo hemos tragado.

--Si te paras a pensarlo, no es tan sorprendente --dice Peeta en voz baja.

Lo observo ponerse en pie a duras penas. Se mueve hacia mí, como a cámara lenta, sacándose el cuchillo del cinturón. Ahí es cuando siento que el mundo se para, él va tratar de ¿matarme?, pero antes de ser consciente de lo que hago, tengo el arco cargado y le apunto al corazón. Él arquea las cejas y veo que su mano ya estaba camino de tirar el cuchillo al lago. Suelto las armas y doy un paso atrás, con la cara ardiendo de vergüenza.

--No --me detiene--, hazlo.

Peeta se acerca cojeando y me pone las armas de nuevo en las manos.

--No puedo. No lo voy a hacer.

--Hazlo, antes de que envíen otra vez a esos animales o a otra cosa. No quiero morir como Cato.

--Pues dispárame --respondo, furiosa, devolviéndole las armas con un empujón--. ¡Dispárame, vete a casa y vive con ello!

Mientras lo digo, sé que la muerte aquí, ahora mismo, sería más fácil que seguir viviendo. Porque sé que no podría vivir sin él, no quiero y no puedo perder al chico del pan

--Sabes que no puedo --dice él, tirando las armas--. Vale, de todos modos yo seré el primero en morir.

Se inclina y se arranca la venda de la pierna, eliminando la última barrera entre su sangre y la tierra.

--¡No, no puedes suicidarte!

Me pongo de rodillas e intento pegarle la venda en la herida, desesperada.

--Katniss, es lo que quiero.

--No vas a dejarme sola --insisto, porque, si muere, en realidad nunca volveré a casa, me pasaré el resto de mi vida en este campo de batalla, intentando encontrar la salida.

--Escucha --me dice, poniéndome en pie--. Los dos sabemos que necesitan a su vencedor. Sólo puede ser uno de nosotros. Por favor, acéptalo, hazlo por mí. - sigue hablando sobre lo mucho que me quiere, sobre cómo sería su vida sin mí, pero yo ya no lo escucho.

Todo lo que ha pasado desde el dia que me dio esos 2 panes quemados hasta estos momentos golpea mi mente en un segundo, son tantas imágenes, tantas cosas ocurridas, que me doy cuenta porque no quiero perder al chico del pan, no es por los trágicos amantes del distrito 12, es porque lo amo, de verdad lo amo, y sé, que si se muere y me deja sola, me volveré completamente loca de tanto dolor.

En estos momentos es que al fin entiendo esa sensación que causo en mí ese primer beso de verdad que nos dimos en la cueva unos días atrás, ese beso que hizo que se me agitara algo en el pecho, que me hizo sentir algo cálido y curioso, y que realmente me hizo desear un segundo. Ahí es donde también me doy cuenta que no mentí cuando él me reclamaba por haber ido al banquete por su medicina, justo antes de nuestro primer beso de verdad

-¡No! ¡No lo hagas, Katniss! No mueras por mí. No me harías ningún favor, ¿de acuerdo?

-Quizá también lo hice por mí, Peeta. Quizá lo hice por mí, Peeta, ¿se te había ocurrido pensarlo? Quizá no eres el único que..., que se preocupa por... qué pasaría si...

Me rio internamente al recuerdo, nunca había sido buena con las palabras aun en las situaciones más desesperadas.

Ahora es que entiendo que no lo hice solo por conseguir comida, lo dije porque en el fondo de mi lo sentía y no me había dado cuenta hasta ahora.

Medito un momento en cuatro palabras que dijo casi al empezar su discurso «necesitan a su vencedor», es cierto, lo necesitan, sin vencedor, a los Vigilantes les estallaría todo en la cara y fallarían al Capitolio.

Si morimos Peeta y yo, o si pensaran que vamos a suicidarnos tal vez nos dejen ganar a los dos o tal vez no, quizá me esté equivocando y muramos.

Me llevo las manos al saquito del cinturón, que contienen las Jaulas de Noche que recogí cuando murió la comadreja y lo desengancho. Peeta lo ve y me coge la muñeca.

--No, no te dejaré.

--Confía en mí --susurro.

Él me mira a los ojos durante un buen rato, entiende lo que estoy pensando pero también entiende la duda de lo que puede pasar si no funciona el plan, por lo menos si esto no sucede no sufriremos lo de Cato y moriremos antes que las bayas lleguen a nuestro estómago.

- Te amo Peeta Mellark – lo digo sin más, todo lo que pensé mientras el daba su discurso porque sé que quizá sea la última oportunidad que tengo para decirle todo lo que siento – siempre serás tú, siempre fuiste tú – digo con una mano en su mejilla – desde el momento que me aventaste esos panes quemados, sin conocerme, entraste a mi vida, a mi alma y te quedaste en mi corazón y ahí vas a permanecer hasta que muera, y no me importa morir hoy, porque aun cuando salga viva de esta arena, me volveré loca por el dolor de haberte perdido, y moriré pronto de tristeza por no tenerte conmigo – todo se lo decía sin apartar la mirada de esos ojos azules que me daban paz, confianza, seguridad y esperanza – no puedo vivir sin ti, mi chico del pan, tú eres mi vida – unas pequeñas lagrimas salen de mis ojos y se deslizan por mis mejillas, él alza sus manos y las quita, tenemos los sentimientos a flor de piel, estamos tan cerca que nuestros alientos se mezclan y estamos temblando

Me separo un poquito y aparto mi vista para abrir el saquito, le echo un puñado de bayas en la mano; después cojo unas cuantas para mí- ¿A la de tres?

-A la de tres -responde Peeta, inclinándose para darme un beso muy dulce, también es suave y me provoca esa sensación de cosquilleo en el estómago, esa sensación de calor, de protección y de amor.

Abro los dedos y las oscuras bayas relucen al sol. Le doy un último apretón de manos a Peeta para indicarle que ha llegado el momento, para despedirme, y empezamos a contar.

--Uno. --Quizá me equivoque--. Dos. --Quizá no les importe que muramos los dos--. ¡Tres!

Es demasiado tarde para cambiar de idea. Me llevo la mano a los labios y le echo un último vistazo al mundo justo cuando las bayas entran en la boca.


Hola a todos espero que les guste esta historia, tenia un rato pensandola hasta que me animé a escribirla, es pequeña pero con mucho sentimiento, mi primera historia Peeta /Katniss, asi que se aceptan las criticas

AMY