Feliz cumpleaños Dry. Que cumplas muchos mas. Espero que te guste aunque Ron salga mucho :)
El vestido
El mercadillo navideño del Callejón Diagon era una de las ocasiones preferidas de Hermione y quizás por eso había conseguido convencerlos, a los tres, para que la acompañasen. Se esforzaban. Eso había que reconocerlo. Draco y Harry casi conseguían parecer normales, en parte, porque la mayoría de la tarde Ginny había estado con ellos, sujetando su mano y eso siempre le hacía las cosas más fáciles, pero claro, el problema era Ron. Siempre era Ron.
Tenían veintiocho años, hacía más de cinco que habían roto y aún no se hacía a la idea que desde hacía tres saliese con Draco. Cuando ella perdió a sus padres en un accidente salió del proceso más madura, más fuerte y sin novio. No podría haber sobrevivido a aquellos meses en el infierno sin Ron, pero su relación cambió y nada volvió a ser igual. Siguieron siendo amigos, todo iba genial, hasta que empezó con Draco.
Ni ella misma lo entendía. Habían vuelto a encontrarse tras casi siete años sin verse, y aunque exteriormente aún eran reconocibles, en el interior, tras siete años de experiencias vividas, el cambio había sido tan radical que nadie podía ni empezar a sospecharlo.
Fueron muchas las reuniones hasta tarde, muchas las cenas compartidas, muchas las discusiones sobre párrafos legales que una o el otro se negaban a cambiar, una historia mil veces contada que nunca pensó que fuese ocurrirle a ella, que nunca buscó y nunca quiso, pero cuando los labios de Draco tocaron los suyos por primera vez en aquella pequeña oficina atestada de papeles, después de una pelea especiamente furiosa, entendió que por fin había vuelto a casa.
Tardó casi seis meses en contárselo a los chicos. Los seis meses más excitantes de su vida. No dormía apenas, no comía, se distraía en el trabajo... sólo podía pensar en sus labios y sus manos, en las cosas que le susurraba cuando se adentraba lentamente en ella. Con Draco todo era lento y sensual, le gustaba deleitarse en los preliminares. Hacerla gemir con roces, caricias y palabras sugerentes. Tan distinto de Ron. No mejor, no peor. Distinto. A veces se imaginaba a Draco intentando alguna de sus elaboradas fantasías cuando ella contaba con sólo diecisiete años, todo un mar de hormonas rugientes. Tenía que taparse la boca para no reír a carcajadas imaginándose a sí misma sujetándolo contra la cama y haciéndole el amor furiosamente durante horas. Hace diez años no hubiese soportado la dulce tortura de la espera, era demasiado impaciente. Ahora, la adoraba. Aunque siendo sincera, a veces echaba de menos ser empotrada contra una pared. Tendría que decírselo a Draco. Sacudió la cabeza, quitándose de la mente esos pensamientos y volviendo al problema actual. El compromiso.
Desde que anunciaron que se casaban, la aparente calma establecida entre sus mejores amigos y su novio se había resquebrajado. Bueno, Harry se lo había tomado medianamente bien, pero Ron... Ron casi se muere. Los gritos se habían oído en Irlanda. Hermione suspiró, cansada.
Y eso les traía al día de hoy y al mercadillo de navidad. Ron acababa de volver de un año de misión en Escocia, o como ella lo llamaba: "huir de la presión a lo Gryffindor". No era fácil para ninguno de ellos. Cuando la guerra terminó, Ron empezó a ayudar a George en la tienda, pero a la vez fue haciendo los cursos de auror. No al mismo ritmo que Harry, claro, tardo un par de años más, pero al final lo terminó. Y pudo alejarse de todo aquello. Ser un héroe era complicado, mucho más de lo que se habían imaginado. Cada paso, cada decisión era cuestionada. Nada de lo conseguido parecía merecido, todo era regalado por un pueblo agradecido, como si ninguno de sus esfuerzos fuese de ningún valor. A todos les dolía aquel trato injusto, pero a nadie como Hermione. Ella estudiaba como todos sus compañeros, pero nadie tomaba en serio sus más altas calificaciones en la facultad de leyes mágicas, convencidos del trato de favor de los profesores.
Por si eso fuese poco, verse continuamente expuestos al foco de la prensa era agotador. No poder dar un paso sin verse acosados y asediados. Harry lo pasó aún peor, dado que su novia era famosa por méritos propios. Pero Hermione, que era tímida, toda esa atención extra sólo consiguió aislarla en una burbuja, que la muerte de sus padres cerró aún más.
Ron, por su parte, se volvió hosco y malhumorado con los extraños, de los que tendía a desconfiar. Por eso, tras la ruptura con Hermione, solía aceptar las misiones en otras partes del país como Escocia e Irlanda. Siempre decía que allí la gente era menos estirada que en Londres, donde parecía que a todos les habían metido una escoba por el culo. Además, según él, su pelo le ayudaba a camuflarse. Entonces, Hermione lo contemplaba con la barbilla alzada, y él levantaba una ceja mirando a Harry como diciendo "ves, tengo razón", y los tres estallaban en carcajadas.
Al salir de colegio, Draco se encontró con que su vida estaba destruida. Por completo. Nada de lo que había creído siempre parecía tener el más mínimo sentido en ese momento. No después de ver a su tía torturando a Granger, no tras ver a su padre humillado en su propia casa, no después de que su madre fuese la única con el cerebro suficiente y el valor de hacer lo que fue necesario para que saliesen del infierno en el que las anticuadas ideas de Lucius los habían metido.
Draco recordaba bien la noche en que todo cambió para él. La noche que decidió que era hora de que sus padres se retirasen a la casa solariega en Francia y dejasen en sus manos lo que quedaba del exiguo patrimonio familiar. Pese a que con la ayuda de Potter habían evitado Azkaban, su fortuna se había visto seriamente perjudicada por todo lo ocurrido. No directamente, claro. Sencillamente, la gente no quería hacer negocios con mortífagos y eso se había notado en su economía.
Recordaba a su padre leyendo El Profeta, a su madre sentada a su lado bordando frente a la chimenea con los ojos perdidos en el fuego y la aguja olvidada a unos centímetros de la tela mientras escuchaba a su marido. "Aún lo ama, a pesar de todo el dolor, de lo ocurrido y de que su necedad nos ha llevado a esto. En el fondo aún lo ama" y esa certeza lo golpeó haciéndole retroceder un paso.
—Buenas noches, Draco.
—Buenas noches, madre —Siempre educado, recompuso su máscara y se acercó a besar la pálida mejilla de Narcisa—. Padre.
—¿Qué tal lo has pasado esta noche?
Sus padres centraron su atención en él. Suspiró internamente ante lo obvio de su actitud. Cuando había empezado a salir con Astoria Greengrass, la hermana pequeña de una compañera del colegio, lo hizo porque era una chica alegre, divertida, que le hacía olvidarse un poco de todo lo ocurrido en la guerra. O así empezó, como algo frívolo. Poco a poco dejaron pasar el tiempo y bueno, la cosa se fue poniendo más seria, y los Malfoy se fueron emocionando ante la idea de unir su maltrecho apellido a la nada desdeñosa fortuna de los Greengrass, que, habiéndose mantenido neutrales, no habían perdido tanto como otras familias.
Draco había hablado con Astoria sobre el tema; él ya había cumplido los ventitrés, lo sopesaron y decidieron que, dado que se gustaban bastante, se llevaban bien y se entendían de lujo en la cama, preferían seguir juntos que no arriesgarse a que sus padres terminasen arreglándoles matrimonios con alguien a quien no soportasen.
Iban a anunciarlo pronto. Esa noche Draco se lo diría a Lucius y Narcisa, y al día siguiente iría a hablar con los padres de ella. Pero justo cuando sus labios se separaron para comenzar a hablar, una noticia pareció llamar la atención de Lucius, que puso un rictus de desagrado.
—Vaya. Parece ser que han vuelto a promocionar a esa "sangre sucia" con la que estudiaste, Draco. ¿No es suficiente con que nos restrieguen continuamente lo valiente que fue en la guerra? ¿Tienen que seguir regalándole ascensos a cuento de aquello?
Realmente no pensó en lo que hacía. No fue nada consciente ni premeditado, simplemente ocurrió. Cuando se quiso dar cuenta, su padre tenía la nariz rota y su puño estaba cerrado y cubierto de sangre.
—Te irás de esta casa. Mañana. Transferirás todo a mi nombre y nunca más pisarás este país sin mi permiso. Si sales de Francia, si vuelves hablar mal de Potter, Weasley o Granger, aunque sea a ti mismo, te buscaré y te mataré con mis propias manos. Padre —dejó que todo su desprecio e ira recayese en esa palabra que el hombre frente a él nunca había merecido—. No permitiré que tus ideas sigan jodiéndome la vida. Y recuerda esto cada mañana: si respiras es gracias a que la mujer que me dio la vida aún te ama, así que procura que siga haciéndolo, es lo único que aún te mantiene aquí.
Después se marchó. Y en muchos años no regresó a esa casa.
Se apareció en el apartamento que Astoria tenía en Londres. Estaba sentada en un sillón, con una taza de té, leyendo frente a la chimenea. La imagen de la perfección. Él se derrumbó a sus pies, puso la cabeza en su regazo y lloró durante lo que parecieron horas. Lloró como no lo hacía desde que tenía dieciséis años. Lloró por lo que había hecho esa noche, lloró por lo que significaba, por lo que tendría que afrontar, porque estaba destrozado por dentro. Lloró hasta que se le gastaron las lágrimas. Y ella sólo le acarició el pelo y esperó hasta que estuvo listo para hablar.
—El detonante fue oírle llamarla "sangre sucia"— Horas más tarde, con una taza de té en las manos, ambos sentados en la alfombra, los brazos de Astoria rodeaban a Draco mientras este le hablaba en susurros—. Después de todo lo ocurrido, de que gracias a ellos yo aún viva, algo se me rompió dentro. No puedo seguir con esto. Tengo que limpiar mi nombre, tomar las riendas de mi vida, dejar de vivir sus errores.
—Creo que te entiendo.
—Eres la mejor. No sé qué haría sin ti.
—Lo bueno es que nunca tendrás que descubrirlo —Depositó un beso en su cabeza—. Pero no me casaré contigo.
—¿QUÉ? —Él se giró entre sus brazos, mirándola.
—Estoy de acuerdo contigo. Yo tampoco quiero ser una pieza más en los juegos de poder de mis padres —Acarició su cara—. No como Daphne, que apenas puede ver a su marido, o Pansy, que se lleva veinte años con el suyo. Draco, tengo una carrera en empresariales, puedo ayudarte, ser tu amiga. Pero no te amo.
Draco lo meditó durante un momento. Ella tenía razón, seguir con eso, casarse con ella por su apellido, por comodidad, porque era sangre limpia... Era precisamente de lo que quería huir.
—¿Pero tiene que ser ahora? —sonó lastimero hasta para sus oídos.
Astoria sonrió, acercándose para besarlo.
—No, Draco. Hagamos los cambios uno a uno, primero la empresa, después nosotros, además, he de reconocer que nuestro acuerdo siempre me ha parecido mutuamente ventajoso.
—Me encanta cuando me hablas como una picapleitos.
—Lo sé.
Esa noche no hubo más palabras. Pero a la mañana siguiente las cosas empezaron a cambiar para industrias Malfoy. Draco, aconsejado por su nueva Directora Ejecutiva, hizo varios cursos de administración y dirección de empresas, tanto muggles como mágicos. Astoria era muy buena en su trabajo, y siguiendo sus consejos pronto la empresa comenzó a reflotar. Cuando rompieron oficialmente, muchos pensaron que la empresa se resentiría, pero fue al contrario: con ambos concentrados de lleno en el trabajo, se hicieron aún más ricos.
—Tenemos que abrir mercado a otros países, Draco.
—Astoria, eres mi socia, tomas decisiones. Haz-lo-que-creas-conveniente.
—¡Por Merlín! —Lo miró desde el otro lado de la mesa, con los ojos verdes encendidos de ira—. En este momento no sé si lanzarte un crucio o cerrar la puerta y hacer que me lamas las botas.
—Interesante método de negociación, Greengrass —Maldita sonrisa que lo hacía tan atractivo.
—La empresa sigue a tu nombre —cerró los ojos, respirando varias veces para calmarse—, así-que-tú-tienes-que-ir-a-hablar-con-la-burócrata-del-Ministerio.
—¿Eso es todo? —Se levantó, cogiendo su chaqueta, y empezó a andar hacia la puerta, pero esta se cerró en sus narices. Se volvió, con la ceja alzada. Astoria lo observaba, sentada en el escritorio.
—Mis botas se merecen una disculpa.
—No llevas botas —Se acercó, pasando un dedo por los altos tacones.
—Vaya, creo que tienes razón.
Llegó casi una hora tarde a la cita que tenía en el Ministerio, y la mujer lo hizo esperar casi otra hora por su mala actitud. Así que, cuando por fin entró al minúsculo despacho de la encargada del Departamento de Exportación de Material Mágico, a quien menos esperaba encontrarse detrás de la mesa era a Granger, mirándolo con una sonrisita de suficiencia.
—Me alegro de que por fin me honre con su presencia, Sr. Malfoy.
—Me alegro de que por fin se digne a recibirme, Srta. Granger.
Ambos se quedaron de pie, contemplándose. La etiqueta dictaba que se diesen la mano, pero la última vez que se habían tocado había sido cuando ella le había abofeteado, hacía unos doce años. Además, para qué negarlo, Hermione tenía miedo de quedarse con la mano en el aire si la alargaba. Draco sonrió al ver su confusión, dando el primer paso, siendo él quien tendía el primer puente.
—Vamos, Granger. Tenemos veinticinco años, ya casi te he perdonado por el tortazo —Su sonrisa parecía encantadora, nada que ver con aquellas petulantes que tantas veces vio en el colegio.
—Esta bien, Malfoy. Enterremos el hacha de guerra.
Desde ese día no volvió a tocar a Astoria. Meses después, ella le diría que su cuerpo lo supo antes que su mente, que fue consciente de que por fin la había encontrado. No hubo drama, ella aceptó a Hermione como siempre había aceptado todo de Draco. Como una Dama. La quiso desde el principio por hacer feliz a su amigo, y más adelante por ella misma, simplemente por ser Hermione. Draco miró sus manos entrelazadas en ese día de invierno, en ese mercado del Callejón Diagon. Soportando a Potter y sobre todo al plasta de Weasley. Ojalá hubiese un hechizo para que el tiempo pasase más deprisa.
Pasearon entre los puestos, hasta cerca de la librería donde Hermione quiso entrar. Por primera vez en la tarde los tres muchachos intercambiaron un mudo gesto de entendimiento. Hermione y sus libros. Cerca de allí habían montado un escenario, con una gran pancarta. Una invitada especial de Madame Malkin, Nia Dhen, iba a diseñar un vestido para una mujer afortunada. Era algo que sólo ocurría una vez cada cinco años. Metías tu nombre en una urna, la famosa diseñadora elegía entre ellos uno, y después pedía algo en pago. Cualquier cosa que te pudieses permitir. A veces era un castillo, a veces una piedra del río. Era un honor que ella te hiciese un vestido. Venían mujeres de todo el país, especialmente novias, para probar suerte.
Los cuatro se sentaron en las mesas de la heladería, que al ser Navidad servía chocolate caliente, a observar cómo se desarrollaba el sorteo.
—¿Has probado suerte, Hermione? —Harry la miró entre los cristales empañados de sus gafas.
—No, no me hace falta. Puedo comprarme mi propio vestido —contestó, mientras, distraída, lanzaba un hechizo a los cristales de su amigo—. Sigo sin entender por qué no te operas en una clínica muggle, o en San Mungo.
—Me gusta llevar gafas, Hermione. Mi padre también las llevaba.
—Pero podrían ser más modernas, Potter.
—Que Merlín me perdone por esto que voy a decir, pero... Malfoy tiene razón. Tus gafas son más viejas que tú —Ron le dio un golpecito amistoso en el brazo—. Dejas a mi hermanita en ridículo con esas pintas, colega.
Todos empezaron a reír ante el comentario.
—¡HERMIONE JANE GRANGER!
Las risas se cortaron en seco mientras los cuatro miraban en dirección al escenario.
—Ha debido haber un error, no he participado en el concurso —respondió la aludida, elevando su voz hasta el lugar donde la diseñadora sujetaba el papel con su nombre.
—No hay error, señorita Granger. Haré su vestido de novia. Por favor, vengan los cuatro para hablar de los términos del acuerdo.
Volvieron a mirarse, confundidos, pero se levantaron, avanzando hacia la tienda de túnicas, donde la bruja los esperaba.
—No necesito el vestido.
—Me necesitas más de lo que crees, niña. Ahora sé educada, y acepta lo que se te ofrece —La mujer abrió la puerta, indicándoles que entrasen—. Vamos, pasad. Estáis dejando que todo el invierno se cuele dentro.
Cruzaron la tienda, siguiendo a aquella extraña mujer de edad indeterminada. Tenía el pelo de color lavanda claro y los ojos aguamarina. Su vestimenta constaba de dos partes: un corpiño con largas mangas de color negro, con pequeños adornos bordados del mismo color que sus ojos, y una pesada falda con el efecto contrario, que la protegía del frío. Andaba con tal gracia que casi parecía flotar.
Llegaron a una habitación pequeña, que hacía las veces de despacho. La mujer se sentó tras la mesa, hizo aparecer sillas para todos y, una vez que estuvieron acomodados, los miró con una sonrisa.
—Muy bien, chiquillos. Haré el vestido para la boda de la chica con el amor de su vida. El precio es el siguiente.
Nia hizo una pausa, sonriendo de forma enigmática, y de manera inconsciente todos se inclinaron hacia ella.
—Sus amigos —señaló a Ron y a Harry— deberán aceptar este matrimonio sin reservas. Y tú —señaló a Draco— tendrás que darle al pelirrojo lo que le robaste.
—¿CÓMO? —Se puso en pie de un salto—. Yo nunca le he robado nada a Weasley.
—Deberás presentarle a su amor verdadero.
—¿QUÉ? —Y esta vez gritaron los dos a la vez.
