Chicas, aquí está mi regalito por haberme demorado tanto con la actualización de Universe Densetsu. Antes que nada, debo aclarar que esta nueva historia nació como petición de una querida lectora, Ivon, amiga espero que te guste el inicio de esta historia, ya me contarás después qué te pareció. Espero que me acompañen con este nuevo fic, bastante diferente a Universe Densetsu, siempre esperando que dejen sus reviews con dudas, comentarios, quejas, sugerencias… Oh sí, también quiero invitarlas a leer mi otro fic, que es del universo de Saint Seiya, una historia bastante diferente, pero bien dramática e impactante (o al menos eso espero), así que las invito a pasarse por ahí, se titula Antarsía ('Rebelión' en griego) y la encuentran en mi perfil. Hoy actualizaré también 'Padre de la novia', así que les dejo bastante para que lean jeje.

Oh sí, los personajes de Sailor Moon son propiedad de Naoko-sensei y esta trama se desarrolla en un Universo Alterno.

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Episodio 01. Desafortunada fortuna

Definitivamente iba a aprender a escuchar a los demás. Y de la manera difícil. Sus hermanos se lo habían advertido. "Escucha a los marineros, es demente salir a la mar en estos días", había dicho Taiki, el "sabio" del grupo. "Eres un terco, bueno, cuando naufragues y regreses semanas después podré reírme en tu cara", habían sido las palabras del menor, Yaten. Pero él no era de los que se rendían fácilmente. No, él era Seiya Kou, el sujeto más terco que se pudiera conocer. Alguien que nunca se daba por vencido, aún en los momentos más difíciles. Si Seiya Kou decía que quería navegar por el Mar Mediterráneo, entonces Seiya Kou navegaría por el Mediterráneo. No podía dejar pasar la oportunidad, mucho menos después de haber escuchado la "Leyenda de las Amazonas", que era algo así:

"Las Amazonas eran una tribu de guerreras femeninas, que formaban un reino independiente en la alejada isla de Hipólita, nombrada así en nombre de la que supone había sido la madre de las Amazonas. Se decía que estas mujeres eran tan hermosas que todos los hombres las deseaban, además, eran tan fuertes como cualquier guerrero. La tierra donde habitaban estas mujeres era remota, pero rica en vegetación, especies animales y piedras preciosas. Incluso existían rumores de que el tesoro de Hipólita, la primera amazona permanecía oculto en la isla y que aquel que osara apoderarse de él, recibiría la Maldición Eterna del Dios de los Cielos. Según la leyenda, estas mujeres tenían prohibido tener relaciones sexuales, ya que debían permanecer vírgenes, porque tarde o temprano serían ofrecidas como sacrificio al dios de los Cielos."

Sí que sonaba absurdo ese relato, pensaba Seiya. ¿Mujeres guerreras? ¿Una maldición? ¿Sacrificios a un dios del cielo? Vaya tonterías. ¿En qué tiempo vivían esas personas? Bueno, de una cosa estaba seguro: los griegos estaban acostumbrados a todo ese tipo de mitos que rayaban en lo fantástico. Quizás no debió escuchar el relato de aquel viejo pescador llamado Euristeo.

Y ahí estaba Seiya, en medio del mar, en aquel sofisticado barco que había adquirido hacía apenas tres días, ese barco que, extrañamente había decidido bautizar como "Serena". No sabía por qué, pero ese nombre le sonaba de alguna parte. "Serena" era un barco de última generación, no demasiado grande, pero construido con los mejores materiales que se pudieran encontrar en todo el continente europeo; con sistemas de satélite, GPS, equipo completo de buceo, almacenes para las provisiones, en fin, todo lo necesario para "domar" el mar indomable. Sí, tenía sus ventajas ser un ídolo pop.

Había salido temprano en la mañana, solo, ya que sus hermanos se habían negado a ir con él. ¿Crees que vamos a abandonar la paz de Atenas para viajar sin rumbo?, argumentó Yaten, siendo secundado por Taiki. Seiya simplemente se encogió de hombros. Ustedes se lo pierden. Y zarpó. Sí, todo parecía perfecto, el sol brillaba en el firmamento, el mar estaba tranquilo, el cielo despejado, buena música en la radio. Perfecto e inigualable día.

Hasta que las nubes empezaron a poblar el cielo. Se cernía la amenaza de una tormenta sobre él.

-Genial – espetó el muchacho con ironía. Unas pequeñas gotas empezaron a caer por sus mejillas. Dejó el timón y se colocó una camisa a cuadros sobre la camiseta blanca de mangas cortas – Se acerca una tormenta.

El viento comenzó a soplar con más fuerza, mientras unos remolinos empezaban a formarse a su alrededor. Las olas se hacían cada vez más altas, golpeando con fuerza el casco del barco. Las gotas se intensificaban gradualmente, mientras la embarcación se mecía sin control. El muchacho intentaba en vano recuperar el control del barco, pero parecía misión imposible, incluso para él, el "poderoso" Seiya Kou. Suspiró profundamente y fue por su radio, tendría que contactar con la ciudad lo más pronto posible o naufragaría indudablemente.

-Taiki y Yaten no me dejarán en paz – presionó el botón de la radio, con la esperanza de contactar con la ciudad más cercana, pero no funcionó – Maldita sea, ¿qué le pasa a esta cosa? Bueno, como sea, si enciendo el GPS...

Pero no logró terminar la oración, pues un poderoso relámpago se impactó en la cubierta de "Serena", abriendo un gran agujero por donde se filtraba el agua. Los controles del tablero empezaron a brillar intermitentemente, hasta que se apagaron por completo. Desventajas de los controles electrónicos modernos. Tal vez sí debió escuchar con más atención al viejo Euristeo. Estúpida tecnología ¿no se suponía que debía hacer las cosas más simples en vez de complicarle la existencia? Y lo peor era que, sin darse cuenta, empezaba a anochecer. Eso y su barco ¡se estaba hundiendo!

Parecía que el dios de los mares y el dios de los cielos libraban una batalla campal para ver quién podía causar más alboroto. Por una parte, el mar, que hacía horas estaba calmado, rugía con furia, desatando olas que gradualmente iban aumentando en tamaño y fuerza; por otro lado, el cielo, oscuro, relampagueante, que no daba tregua con aquella tormenta. Si no hacía algo, terminaría hundiéndose en medio de un sitio completamente desconocido.

Miró a su alrededor, tratando de divisar tierra firme. Pero allá adonde mirara sólo había más agua. Ni rastro de civilización. Se extrañó, pues pensó que iba por buen camino. Esperaba llegar a la Península Balcánica, pero ya podía irse olvidando de ello, ah sí, adiós también a sus deseos de llegar a Italia sano y salvo.

Seiya trató de controlar la embarcación, pero de nuevo los cielos le pasaban una mala jugada: otro relámpago se impactó contra el barco, esta vez directo en la chimenea. No tenía escapatoria, tan sólo aquel pequeño bote de madera que había llevaba consigo por insistencia de Euristeo. Ya tenía que darle las gracias al viejo, si es que regresaba a Atenas con vida. Se vio obligado a salir de la estructura donde estaba el tablero de controles, pues el fuego empezaba a extenderse desde la chimenea al resto del barco, además, ahora sí que se estaba hundiendo.

Mientras trataba de soltar el pequeño bote salvavidas, una inmensa ola se elevó por encima de su cabeza. El pelinegro abrió los ojos como platos, asustado. ¿Acaso iba a morir allí? No, no podía permitirlo, tendría que arrojarse al mar. Pero antes de mover siquiera un músculo, la poderosa ola lo impactó contra la superestructura central, donde estaban el cuarto de controles. La fuerza del impacto hizo que Seiya saliera despedido y volviera a golpearse contra el frío suelo de la cubierta. Se había roto la ceja y ahora sangraba por la boca. Poca cosa le parecía, más con el impacto que acababa de recibir.

Intentó en vano caminar hasta el sitio donde estaban las provisiones, necesitaba encontrar su comunicador por satélite. Si podía enviar una señal a algún territorio cercano, Chipre, Macedonia, Venecia ¡adonde fuera! Quizás, sólo quizás, tendría una mínima probabilidad de salvarse. Pero ¡sorpresa! No funcionaba. Al parecer los dioses conspiraban en su contra.

-Quizás debí visitar ese templo a Zeus con Taiki – balbuceó, buscando la manera de llegar de nuevo al pequeño bote que apenas se sostenía a las amarras de "Serena" – O quizás… Poseidón me castiga por mi arrogancia… Maldita sea, como sea, si logro salir con vida de esta, me esperará infinidad de "te lo dije, Seiya".

Tratando de aguantar el dolor en su espalda, el muchacho se arrastró desesperadamente hacia el bote, intentando soltarlo de la amarra. El agitado mar y el fuerte viento no ayudaban en lo absoluto. Los relámpagos caían a su alrededor, ya no lo impactaban, pero amenazaban con hacerlo en cualquier momento. Además, casi la mitad del barco se había hundido ya. Si no se lanzaba ya al bote terminaría siendo arrastrado con "Serena". Entonces recordó las palabras de un marinero: "Un capitán siempre debe hundirse con su barco". Pero ¡al diablo con eso! No había disfrutado suficiente de su vida, apenas tenía 24 años y no pensaba morir aún. Aún no había tenido una vida lo suficientemente "placentera", si saben a lo que me refiero.

La fuerza de la gravedad hizo que resbalara hacia la izquierda, sitio donde el barco estaba casi hundido. Como consecuencia, acabó con una profunda herida en el antebrazo. Maldijo internamente y literalmente se arrastró para terminar de soltar el bote. Cuando finalmente lo logró, saltó al bote, lastimándose la cabeza. Ya podía agregar la herida en su frente a su lista. El fuego se había apagado por la lluvia, pero el barco estaba destrozado. Sintió una punzada en su pecho. Había gastado sus ahorros en ese barco ahora no servía para nada. No sabía si llorar o maldecir a los dioses. Él tan sólo era un muchacho japonés con el sueño de surcar el Mar Mediterráneo como los antiguos griegos. Pero el detalle era que debió seguir el consejo de Taiki y llevar consigo a un navegante experimentado. A veces podía ser demasiado terco y ahora lo lamentaba. Debía empezar a escuchar a Taiki, después de todo, él era el inteligente de los tres.

Seiya miró con amargura cómo su amada "Serena" era tragada por el agua. Y allí estaba él, en medio del mar, en un diminuto bote salvavidas, en medio de una terrible tormenta. Ya era de noche y las estrellas se asomaban por entre las densas nubes. El tambaleo del bote le provocaba nauseas. Sin saber por qué, esa sensación le recordó un viejo relato que había escuchado de un grupo de viejos pescadores:

"Se dice que los antiguos, desde tiempos inmemoriales, buscaban en los cielos la guía que los llevara a su destino. En medio de la adversidad y la oscuridad de la noche, las estrellas eran sus guías silenciosas. Aquellos que entienden la luz de las estrellas vivirán, aunque todas sus esperanzas se las trague el mar."

Entonces miró al cielo, a ver, a ver ¿qué podían decirle las estrellas? ¡Maldición! ¡Absolutamente nada! No lograba entender cómo esas pequeñas luces le salvarían la vida. Un buen GPS era lo que necesitaba, sí, nada como la tecnología. Tecnología que el fuego había consumido. Sí, estaba perdido. Empezaba a pensar que debió haber escrito su testamento antes de partir. Extrañaría tomar el sol en las costas de Grecia, extrañaría su lujoso pent-house en Tokio, extrañaría… bueno, muchas cosas. Resignado, se recostó como pudo en el bote, sintiendo las gruesas gotas golpear su rostro, pero entonces:

-¡Qué demonios…!

Una inmensa ola acababa de caer sobre él. No tuvo tiempo siquiera para reaccionar. Sólo sentía que se hundía cada vez más en el profundo mar, ya no podía respirar, ni ver, pero curiosamente ya no sentía dolor. ¿Así se sentía estar muerto? Abrió dificultosamente los ojos. Sólo trozos de madera lograba divisar. Su cuerpo ya no le respondía, sus pulmones se llenaban cada vez más de agua.

No supo si estaba alucinando o ya estaba muerto, pero incluso le pareció ver la silueta de una sirena. Era hermosa, su cabello era ondulado y de un extraño color, aguamarina quizás. Sonrió. Era linda. Pero la "alucinación" no acabó allí. A esa "sirena" se le unió otra, de cabello más largo y extraño peinado. Pronto sintió que ascendía a la superficie, trató de abrir los ojos y vio a esa mujer con su peculiar cabello. Era aún más hermosa que la otra. Empezaba a delirar, quizás, porque balbuceó:

-Bombón…

Fue lo único que salió de sus labios, antes de quedar inconsciente. ¿Qué sucedió después de eso? Era desconocido. ¿Seiya Kou estaba muerto? Sólo los dioses lo sabrían.

Instantes después de la tragedia, los mares se calmaron, los cielos se despejaron y el sol brilló con intensidad, haciendo a un lado a las nubes. En efecto, parecía que los dioses querían darle una lección a aquel mortal. No está bien desafiar a tu suerte. Ni a los dioses. Seiya necesitaba escuchar más a sus mayores, especialmente cuando se trataba de viejos marineros griegos y chipriotas.

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Hipólita. Aquella isla a la que la historia había olvidado. Convertida en un mito por pescadores, navegantes y marineros, parecía destinada a renacer. Aquel reconocimiento que había ganado en sus primeros años de vida, cuando la Reina Hipólita, la "Asesina de varones" asentó la civilización matriarcal en medio del mar, se había perdido en la profundidad de las agua. Los mitos que de antaño pasaban de generación en generación habían quedado perdidos. Y así era como lo prefería la actual gobernante, una mujer ambiciosa como ninguna otra, la Reina Neherenia, "la de la Lanza Poderosa".

La llegada al trono de esta mujer había marcado un nuevo hito en la civilización amazónica, pues había sido la primera, en milenios, en dar a luz un varón, Darien, príncipe amazónico. Neherenia había sido bendecida por el dios de la Guerra, con un varón que aseguraría la continuación de su amada civilización. Debido a las reglas que debían respetar las guerreras, sólo a Darien se le permitía mantener relaciones con las mujeres, todo bajo un sagrado rito que se debía seguir al pie de la letra, si es que se deseaba preservar el sagrado linaje de las Amazonas.

Sin embargo, había un grupo de mujeres que no estaba de acuerdo con las reglas implantadas por su reina. Mujeres de espíritu libre que, aunque nunca habían conocido el amor, anhelaban sentir ese puro sentimiento del que hablaban los libros. Quizás jamás podrían conocer a su "príncipe azul", otro término del que hablaban los libros, unos llamados "cuentos infantiles", aquellos que se le cuentan a las niñas pequeñas, pero querían ser libres. Preferían mil veces convertirse en sacrificios para su dios, antes que tener que entregar su virginidad al arrogante y frívolo príncipe Darien.

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Aquella mañana, dos de las amazonas más hermosas se encaminaron a la costa para limpiar sus cuerpos en el agua del mar de Azov, agua que consideraba sagrada, pues les proveía alimento. Pero ninguna de las dos se esperaba encontrar lo que hallaron allí.

Michiru era descendiente del dios de los Mares, Poseidón. Era una mujer de una belleza excepcional. Su cuerpo era seductor, también su rostro, con aquellos hermosos ojos profundos como el mar, su cabello aguamarina, que rivalizaba con la belleza de las piedras preciosas que llevaba el sagrado cinturón de su reina.

Su compañera aquel día era Serena, una de las amazonas más jóvenes, la llamada "hija de la Luna". Su belleza era fresca e infantil, con ese dejo de inocencia que hipnotizaba al príncipe Darien. Ambas vestían los atuendos tradicionales de su civilización: túnicas blancas de un solo hombro, sujetas en la cintura con cinturones bordados de fibras de oro y pequeñas piedras preciosas. Llevaban unas sandalias como las de los griegos antiguos.

Acercándose a la orilla del mar, ambas se despojaron de sus ropajes, entrando lentamente al agua. Inmediatamente Michiru frunció el ceño, algo se sentía distinto en el agua esa mañana. Se sumergió ante la sorpresa de Serena y se encontró con trozos de madera desperdigados por ahí. Un naufragio, pensó de inmediato. Regresó a la superficie y le hizo una seña a Serena para que se acercara. La rubia se sumergió de inmediato y sus ojos se abrieron como platos: una persona se estaba ahogando. Pero, se trataba de un varón. El contacto de una amazona con un varón estaba prohibido. Ya antes habían dejado morir a muchos navegantes por la dureza de sus leyes.

Pero Serena era diferente. Su inocencia hacía que siempre procurara ayudar a todos. Y ese varón no era la excepción. Michiru la miró con gesto reprobatorio. El corazón de Serena le decía que debía salvarlo, pero su mente conocía al pie de la letra esa ley, la ley principal de toda amazona: Jamás involucrarse con un varón.

Inmediatamente Michiru ascendió nuevamente a la superficie, se vistió y se alejó de allí. Ella era una Amazona, conocía bien sus responsabilidades, así que simplemente olvidaría lo que acababa de ver.

Serena por su parte no podía abandonar a aquel muchacho. No le importaba romper las leyes por esa vez. Salvaría al muchacho y nada más. Nadie tenía por qué darse cuenta. La rubia tomó al chico por la cintura y subió con él a la superficie. A la luz del sol, quedó asombrada con sus rasgos: su blanca piel, que contrastaba perfectamente con su cabello negro como la noche, sus ojos semi cerrados, su fuerte cuerpo, que se marcaba a través de la ropa, que se pegaba a él debido a lo mojado que estaba. Serena sintió un extraño calor en las mejillas, nunca había visto a un varón tan… apuesto. Grande fue su sorpresa cuando lo escuchó balbucear:

-Bombón…

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