Disclaimer: Esta es una traducción/adaptación de la historia original de Dragoon811, A Sweet Flirtation. Todos los personajes reconocibles pertenecen a J. K. Rowling. La historia original, a Dragoon811. Que la disfruten.

Una dulce Seducción

Capítulo 1

El pequeño café en la esquina más lejana de del Callejón Diagon, no era la elección más habitual de Hermione para almorzar, pero es que, desde su primera visita al lugar, se había quedado prendada del establecimiento. No era como que la comida era grandiosa. Ciertamente era buena, pero no la mejor. Y tampoco era que el servicio era espectacular, decente a lo mucho, ni tampoco los precios, que eran como todos los demás. Diablos, por una vez, ni siquiera era por la privacidad que ofrecían esos reservados forrados de madera avejentada.

No. El pequeño café, cuyo nombre casi había desaparecido del desgastado cartel y que nadie se había molestado en volver a pintar, no había sido lo que había cautivado tanto a la joven.

Hermione había llegado y ordenado aquel primer jueves, y luego se sentó de inmediato. No fue sino hasta que se sentó, y luego de haberse aburrido de jugar con las borlas de su bolso, que comenzó a mirar alrededor.

Era un lindo lugar. Un menú genérico, enumerando los especiales del día en brillante tiza azul, y una lámpara en cada mesa. Las paredes alguna vez habían sido blancas, pero en general, era un lugar limpio y sencillo. La única ventana del lugar, había que admitirlo, era bastante grande, y un grupo de brujas y magos, estaba sentado justo en la mesa junto a la misma, tejiendo y conversando tranquilamente.

Había otros comensales por aquí y por allá, pero solo uno de ellos llamó la atención de la joven.

Normalmente, Hermione habría reconocido al instante a cualquiera de sus antiguos profesores, pero es que él lucía tan… diferente ahora. Los seis años de paz, y de no tener que enseñar, habían sido buenos con él, y a la chica le tomó un momento de observación detenida antes de darse cuenta que estaba mirando a Snape.

Se veía sorprendentemente relajado. Sus largas piernas estiradas bajo la mesa y cruzadas en los tobillos. Ya no llevaba puesta esa pesada capa negra, ni apretada levita, llena de botones de antaño, sin embargo, todavía usaba muchos botones.

Pero había algo… diferente en él. Tal vez fuera la taza de té o el sándwich casi terminado en su plato, o tal vez, la forma en la que se concentraba en su libro. Tal vez, fuera lo que parecía ser una pluma de azúcar, que sostenía entre sus labios distraídamente. Después de todo, ella nunca habría asociado a Snape con dulces. Pero ahora, no era tan estricto. No era ese hombre resentido e inválido ni el cruel profesor que había conocido.

Hermione lo miró desvergonzadamente por un largo rato.

Lo observó fruncir el ceño ante su libro y masticar lo que quedaba del dulce. Los cristales de azúcar se quedaron en las comisuras de sus labios y la lengua apareció para recolectarlos.

Ante los ojos de Hermione, Snape se llevó los dedos a la boca y succionó cada uno hasta que estuvieron limpios para luego secarlos con la servilleta. Con la misma, se limpió los labios, sin que sus ojos jamás abandonaran el libro.

Y Hermione estaba fascinada.

Para cuando la comida de ella llegó, él estaba cerrando el libro y cancelando el hechizo que lo mantenía flotando frente a sus ojos. Hermione agradeció a la camarera que le había traído su pedido y una copa de jugo de calabaza, e inspeccionó su orden, distrayéndola. Sopa, galletas y empanadillas de carne. ¡Olían tan bien! Era mucho mejor que lo que servían en la cafetería del Ministerio.

La joven alzó la mirada hacia el hombre que había captado su atención y se encontró con Snape, mirándola de mala manera. Sorprendida, Hermione le sonrió con timidez e inclinó levemente la cabeza. Sin querer mantener el contacto visual con el hombre y sin querer admitir que lo había estado observando, comenzó a ocuparse de su almuerzo.

Al cabo de algunos bocados, sintió que el vello de la nuca se le erizaba, así que alzó la mirada. Snape estaba de pie junto a la puerta, manteniéndola abierta y observándola con esa peculiar mirada de él. El hombre no dijo nada y desapareció entre el gentío que circulaba por el Callejón Diagon.

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Hermione no podía decir qué fue lo que la hizo regresar al día siguiente, pero lo hizo. De hecho, llegó un poco más temprano que el día anterior, pero Snape nunca se presentó. Ella se sintió extrañamente aliviada, pero sentía una punzada de desilusión la hacía regresar cada día laboral.

Durante sus caminatas por el Callejón Diagon, se dio cuenta que Snape cerraba su negocio cada día, a la misma hora, para almorzar. Convenientemente, el suyo, era el único negocio con dos entradas conocidas, teniendo en cuenta que estaba ubicado en la esquina de los callejones Nocturno y Diagon. Ella había sido quien había llenado los permisos y licencias, así que sabía que la actividad principal de su negocio era vender pociones poco comunes, de las que no se encontraban habitualmente en la botica, pero tampoco se negaba a un poco de trabajo de la varita, cuando fuera necesario.

Había pasado una semana desde que lo había visto por primera vez en el café hasta que Snape regresó al lugar. Entró, se sentó en el reservado que claramente consideraba suyo y puso una pila de monedas en la orilla de la mesa. Hermione se estaba quitando el cabello del rostro mientras los estudiaba de soslayo, cuando él la atrapó mirándolo, mientras sacaba el libro del bolsillo.

Snape hizo un gesto, pero ella solo le sonrió y siguió comiendo nerviosamente su sándwich. El hombre estrechó los ojos, pero como ella no lo molestó, él apretó los labios y se sentó rígidamente para luego abrir su libro. Él la ignoró, así que se enfocó en tal acción y apenas si alzó la vista cuando la camarera se acercó a su mesa y recogió las monedas, para luego regresar con lo que parecía ser su pedido habitual.

Por Merlín. Le estaba costando mucho a Hermione para no mirarlo esta vez. Hermione lo miraba con disimulo por debajo del flequillo y por encima de su propio libro. Lentamente, Snape parecía relajarse. La postura se aflojó hasta que las piernas se estiraron debajo de la mesa y cruzó los tobillos. Para cuando ella hubo terminado su comida y el capítulo de su libro, Snape ya había terminado de comer su propio almuerzo. Y había algo en él, algo diferente, pero Hermione no era capaz de señalar qué era.

A los pocos minutos de haber terminado su sándwich, el hombre sacó una bolsa de papel madera del bolsillo y de allí, surgió una prístina y blanca pluma de azúcar. El ruido del papel fue lo que atrajo la atención de la castaña hacia él.

Hermione estaba fascinada.

Era como si él hubiera olvidado que ella estaba allí. Comenzó a comerse la golosina. A Hermione le tomó como seis minutos darse cuenta qué cosa era tan diferente en Snape.

El tipo era sexy.

Totalmente sexy. De una forma solitaria y sensual.

¿Cómo era posible que no lo hubiera notado antes?

Era su alumna. Se dijo a sí misma. No había habido forma de acercarse lo suficiente al hombre como para notarlo. Y, aun así, ella había sido demasiado joven entonces como para notar su atractivo.

Y sí que había atractivo.

En los dos minutos que siguieron, Hermione pudo sentir cómo se le encendían las mejillas y, casi por reflejo, apretó los muslos. Y era peor porque él claramente no se daba cuenta del efecto que tenía sobre ella. No. Ese bastardo narizón solo estaba allí sentado. ¡Concentrado en su libro!

Todo aquello había empezado inocentemente: Snape había golpeado suavemente la punta de la pluma sobre la mesa, para romper el encantamiento que la mantenía rígida, luego se la había llevado a los labios. La ahora suave pluma había rozado la nariz del hombre, que aún no la había probado. No. Él solo había fruncido el ceño mientras leía, había apretado los labios y luego su mano había descendido.

Otra vez, la punta de la pluma había rozado los labios. ¿Cómo era posible que alguna vez hubiera pensado que esa boca era áspera? Y mientras ella miraba, Snape se había puesto serio de nuevo, y la mano se movía otra vez. Pronto, la pluma estaba acariciando las angulosas mejillas y un pedacito de azúcar se quedó pegado sobre el punto más alto.

Hermione supo que estaba en problemas, porque todo en lo que podía pensar era en cruzar la habitación y en quitarle la jodida mota de azúcar del rostro con la boca.

Por piedad, alguna deidad le había brindado a la castaña la fortaleza para no correr detrás del hombre, aunque claro, esa misma deidad había fallado en hacer que Snape se detuviera.

Cuando el hombre puso la pluma en su boca otra vez, con una expresión curiosa en sus ya de por sí expresivas cejas, Hermione se vio obligada a sujetar las orillas de la mesa con fuerza. ¡Por Merlín! La lengua de Snape apareció entre los labios, mucho más oscura que esos labios que no estaban demostrando una expresión de enfado, pero que se estaban abriendo, para dejar entrar la golosina, y Hermione estaba segura que había gemido un poco, profundamente en su garganta.

Y él ni siquiera alzó la mirada.

Estaba tan metido en su libro, tan relajado, que Hermione podía mirarlo abiertamente. Cualquier amago de sutileza fue dejado a un lado en favor de mirarlo abiertamente. Ahora lo imitaba sin poder evitarlo. Su propia lengua humedecía sus labios, pero faltaba el sabor dulce que sabía tendrían los de él.

El corazón de la chica galopaba sin piedad en su pecho y le daba pavor que pudiera escucharlo a través del lugar.

Snape inclinó la cabeza y el cabello se movió como seda en lugar de aceite, mientras mordía los pedacitos de azúcar. Para entonces, ella estaba segura que su rostro estaba en llamas. Hermione deseaba con desesperación poder ser esa maldita pluma de azúcar.

La pluma que se derretía entre esos labios, sobre esa lengua, y cada vez que la deslizaba en su boca, Hermione se sentía vibrar de deseo.

Los movimientos de él eran lánguidos, tomándose su tiempo para acabar la golosina. La castaña se mordió el labio para evitar gemir en voz alta, porque en cuanto el azúcar se acabó, Snape comenzó a lamer la caña de la pluma. La chica tragó con dificultad, tratando en vano de mantener la silla quieta, porque se estaba balanceando suavemente.

Y lo peor. Sabía que estaba empapada. Podía sentir el calor que se reunía en lo profundo de su abdomen. Los pezones endurecidos, las mejillas ardiendo.

Su respiración se hizo más laboriosa cuando el hombre comenzó a comerse lo que quedaba de la golosina. Ella imaginaba que podía escucharlo masticar desde donde estaba sentada, que podía ver los diminutos cristales en sus labios. La lengua apareció para devolverlos a la boca.

Y ella seguía mirándolo. Lo miraba terminarse la pluma y comenzar a lamerse los dedos, deslizando cada dedo entre los labios, succionándolos en esa boca… ¡Por Merlín! ¡Cuánto deseaba poder hacer eso ella misma! Y mucho más…

Ese hombre iba a matarla. Hermione deseaba a Snape. Lo deseaba ya mismo. Deseaba llegar hasta él y lanzarse encima de ese hombre antes de prenderse fuego…

¡No, no, no, no, no, no!

Su lado racional logró reaccionar e interceder justo a tiempo y ella se puso en acción.

De inmediato, Hermione juntó sus cosas, sintiendo la humedad entre las piernas que hacían de caminar un peligroso placer, y huyó del lugar.

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Hermione pasó el resto del día de trabajo en medio de la frustración y un desastre hormonal.

Archivó mal trece permisos diferentes, lo que había provocado que ahora tuviera que llenar un montón de papeleo para que se pudieran archivar en su debido espacio. En pocas palabras, era un lío y era culpa de Snape, aunque ni loca lo admitiría.

No. Había pasado el tiempo en un estado de absoluta excitación sexual, dándose cuenta que había pasado mucho tiempo sin tener sexo, o haberse masturbado, en más de seis meses. Luego le había dado un ataque de enojo. Ahora mismo, estaba en negación.

"De ninguna manera puedo sentirme atraída por Snape, ¿verdad?" La chica le preguntó a Crooks, mientras el animal se enredaba entre los pies de la joven, ronroneando a todo volumen. El gato anaranjado no contestó, más interesado en hacerla tropezar antes que la castaña lograra cruzar el linóleo para darle de comer. "Claro que no." Contestó ella misma, mientras el felino hundía el hocico en su comida. "Solo estoy siendo una tonta."

Enderezándose con un gesto, se puso a calentar su cena. Su mente estaba tan enfocada en Snape y todas las razones por las cuales no debería considerarlo excitante, que olvidó que estaba calentado sopa. Hermione maldijo mientras observaba los restos marrones que raspó del fondo de la olla, que ahora flotaban en medio del arroz y el pollo, pero se lo comió igual.

Para las nueve de la noche, había tratado de entretenerse con un estúpido programa de tv y tres libros diferentes. También tenía unas ganas desesperadas de comer algo dulce, pero tras poner todo su departamento de cabeza, solo pudo encontrar azúcar común. Nada más. Al cabo de algunos segundos de deliberación, se puso una cucharada en la boca, pero no era eso lo que quería.

Molesta consigo misma, la chica decidió tomar un baño. Se levantó el cabello, asegurándolo con unos broches y luego vertió un poco de su aceite de baño favorito en el agua. El cuarto de baño estaba lleno de vapor cuando se metió en la tina y se reclinó sobre el borde posterior.

Respirando pesadamente, la chica se forzó a relajarse. Inspirar. Exhalar. Inspirar. Exhalar.

Al cabo de algunas respiraciones, la imagen mental de Snape deslizando la lengua sobre la blanquecina pluma, se metió en su cabeza y la joven abrió los ojos de inmediato.

Hermione maldijo por lo bajo y volvió a cerrar los ojos firmemente.

Imaginó un bello jardín, con un hermoso estanque. Si. Le gustaban los jardines. Trató de imaginarse caminando por el sendero de grava. Las piedritas crujiendo bajo sus zapatos, oliendo la fragancia de la lavanda, de las hortensias, de los jazmines… en su escenario mental, giró en una curva del sendero y allí estaba Snape otra vez, esta vez, con una rosa en la mano y con una expresión en el rostro que hacía que se viera totalmente pecaminoso.

"¡Maldición!"

Hermione se sentó en la tina, sin importarle el agua que se derramaba sobre el tapete azul.

"¡Accio novela romántica!"

Tal vez solo necesitaba un poco de acción. Sí. Eso era. Algo probado y ensayado. Se había obsesionado con Snape solo porque estaba allí, y hacía tiempo que no se tomaba algo de tiempo para sí misma. Eso era todo.

Estiró la mano, goteando el suelo al mismo tiempo, para atrapar la ya avejentada copia del ´Príncipe Pirata´, antes que el libro le golpeara el rostro.

Ese libro era su favorito y se notaba. Había sobrevivido el ser escondido debajo del colchón, a todo el año huyendo, escondido en su bolsito de cuentas, el haber sido leído mientras comía, o en la tina. Estaba manchado de sopa, té y lágrimas, y había sobrevivido al haber zozobrado tres veces en la tina.

Con una sonrisa determinada, Hermione se reacomodó en la tina y abrió el libro en su parte favorita.

Olvidaría todo sobre Snape y cómo su lengua se deslizaba sobre la pluma. Olvidaría cómo mordisqueaba el caramelo que quedaba en la caña, cómo la lamía. No pensaría en él. En su lugar, planeaba leer sobre el bellaco capitán pirata Sebastián.

Un reconfortante suspiro escapó entre los labios de la castaña.

La heroína, Helena, había logrado, finalmente, abrir el corazón del pirata, y ahora, ambos estaban fundidos en un apasionado abrazo, mientras las manos del capitán se deslizaban sobre el cuerpo de la mujer… Hermione deseaba estar en el lugar de la princesa de cabellos salvajes, junto al atractivo pirata que la presionaba contra la cama…

Hermione se movió en la tina. Una mano desapareció bajo el agua, entre las piernas. Sí, eso era lo que necesitaba. Leer sobre una linda follada en un barco pirata, en el medio del océano, con un hombre que se ocupara de hacerla disfrutar… Gimió con felicidad al mismo tiempo en el que la heroína de la historia alcanzaba el orgasmo, y los dedos de Hermione frotaban su clítoris.

Jadeando suavemente, la chica mantuvo los ojos abiertos, leyendo sobre el hombre de cabellos negros que hundía su rostro entre los muslos de Helena…

El fuego se hizo más intenso en las venas de Hermione y estaba tan, tan cerca… dejó caer el libro a un lado de la tina, masturbándose con más intensidad mientras sentía el latir de su corazón en sus oídos.

Podía verlo en su mente. El Capitán Sebastian mirando a Helena, con el rostro y los labios húmedos, y esa mueca en su rostro… Hermione se vino con un gemido, sintiéndose vagamente culpable cuando se dio cuenta que el pirata no se veía como el bronceado y tosco hombre que siempre se imaginaba.

Se había imaginado a Snape.

Satisfecha pero molesta, se puso de pie como pudo y salió de la tina.

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Hermione se rehusaba a dejar de ir al café. Tenía que probarse a sí misma que no estaba atraída al hombre en cuestión, lo cual significaba que debía estudiarlo. Y hacerlo en el café era mucho más seguro que hacerlo en su tienda, llegando con alguna excusa tonta para poder llevar a cabo su plan.

Aguardo todo el día por él, y cuando no apareció, la chica se pasó todo el fin de semana en un frenesí hormonal. Se imaginaba unas largas, tórridas historias en las Snape era protagonista, y en las que usaba esa lengua suya sobre su cuerpo, o se imaginaba que lamía sus propias emisiones de esos largos, pálidos dedos de él. Y todas esas fantasías comenzaban con Hermione tratando de probar que no estaba atraída a él.

Y estaba fallando estrepitosamente.

Lo único que quedaba por hacer era ver si el asunto era algo más que esos estúpidos incidentes con las estúpidas plumas de azúcar.

Esperarlo en el café se volvió una rutina. Había pasado las últimas dos semanas yendo a diario, y él solo se había presentado los jueves. En ambas oportunidades, había comido una pluma de azúcar y, la última vez, ella se había quedado excitada y frustrada.

Pero todavía no se daría por vencida.

Cuando la semana que siguió, se presentó el miércoles, Snape vio a la joven en su reservado y se quedó de una pieza, con una expresión resignada en el rostro. Pero no se fue. Solo se sentó en su mesa.

Sosteniendo su libro frente a sus ojos, Hermione lo estudiaba mientras el hombre comía su almuerzo.

Se veía igual a lo que recordaba, aunque debía admitir que ahora tenía mejor color. Sin la pesada capa o la levita, se podía apreciar que tenía un muy buen cuerpo.

No, se dijo a sí misma, no podía estar considerando, de verdad, cómo se vería si estuviera desnudo.

Bueno… ahora, si lo estaba considerando.

¡Enfócate! Se llamó a sí misma al orden.

La forma en la que almorzaba era eficiente. Sus modales, impecables. Nada de atractivo.

Hermione se relajó, observando cómo se movía el cuello de Snape cuando bebía lo que le quedaba de té. Su expresión, estudiosa y cuidadosamente en blanco al leer, y ella volvió a preguntarse qué era lo que lo tenía tan concentrado.

El título del libro no era visible. La semana anterior el libro había sido más grande y de tapas duras. Esta semana era un libro de bolsillo, algo que sorprendió a Hermione. Al conocer la crianza de Snape como mestizo, era diferente observar al hombre que solo había conocido en el mundo mágico. Era raro verlo leer un libro de bolsillo.

En realidad, no había ningún atractivo real en él. Ciertamente no era un hombre guapo, pero era llamativo. Todo delgado y pálido, contrastando con ese cabello negro y esa ropa… ¡Mierda, no! Él no era… Hermione exhaló y se llevó el vaso de jugo a los labios, derrotada.

Está bien. Lo admitía. El tipo era atractivo.

No era por completo una sorpresa, se dijo a sí misma. Con certeza había tenido ese estúpido enamoramiento con Lockhart, pero eso había muerto dolorosamente. Luego había aparecido Viktor, con esas cejas espesas y apariencia oscura. Ron había sido la única anomalía y la más terrible decisión en parejas. Luego había llegado Michael y Vincenzo, en ese orden. Ambos hombres tenían el cabello oscuro y las facciones angulares, una buena educación, y, de hecho, Vincenzo tenía esa voz tan hermosa y aterciopelada…

Hermione se detuvo. Oh, dios…

Tenía un tipo.

¿Cómo fue que nunca había notado que sus mejores relaciones con otros hombres, tenían tanto en común con Snape?

Frunció el ceño y se bebió una generosa cantidad de su jugo. Nunca había sentido atracción por ese hombre. De hecho, nunca lo había considerado un hombre, en el sentido sexual, o en cualquier sentido. Era penoso, pero ahora que lo pensaba, que pensaba en él, bueno…

Se resignó a la atracción que sentía por el hombre. No se veía tan mal y ella se sentía sexualmente estimulada por él. Sabía que era cruel y áspero, pero también era cierto que ella no había tenido suficiente contacto con él, fuera del ámbito académico, como para saber si se comportaba diferente afuera de la escuela.

Ella suponía que sí, porque parecía que se llevaba bien con los otros profesores.

Pero, ¿le gustaba conversar?

Hermione se perdió en sus propios pensamientos sobre cómo acercarse y comenzar una conversación, cuando el sonido de una bolsita de papel llamó su atención de regreso a Snape.

Esta vez, no era una pluma de azúcar como postre. En lugar de eso, sacó varios chocolates, y Hermione no pudo evitar preguntarse qué clase de chocolates eran. ¿Oscuros? Imaginó que el chocolate amargo sería apropiado para él. Pero tal vez le gustaran los chocolates con leche. ¿O tal vez las trufas? ¿O los rellenos de caramelo? Ni si quiera se atrevía a cambiar de asiento para no perderse nada.

Hermione supuso que verlo comer chocolates sería seguro para ella, que esas golosinas no podían ser causa de algún tipo de excitación sexual para ella, pero no.

En cuestión de minutos estaba ardiendo de deseo.

Los chocolates se habían derretido un poco en sus bolsillos y se había embarrado un poco en los dedos, resultando en que se lamiera los dedos con fastidio cada vez que terminaba alguna pieza, con el ceño fruncido de puro enfado.

En algún punto, pareció que el relleno del chocolate le gustó mucho, así que metió la punta de su lengua en el orificio y ella podía ver cómo se movía la lengua y atrapaba lo que fuera que estuviera allí.

En ese momento, Hermione supo que de buen grado cometería homicidio por un par de omniculares. Tan solo la posibilidad de reproducir ese momento una y otra vez, hacía que lo valiera.

Luego, Snape mordió uno que parecía tener algo líquido adentro, porque de inmediato escapó del bombón y corrió por la mano del hombre, quien maldijo por lo bajo y la castaña exhaló trémulamente. ¡Por Merlín! ¡Esa voz! ¿Es que así había sido su voz todo el tiempo? ¿Todo el tiempo que daba clases?

Un momento después, Snape se desabotonó la manga de la camisa y, ¡ay mierda!, comenzó a lamer el reguero de caramelo que corría por su brazo. Se estaba lamiendo y chupando la base de la mano, cuando alzó la mirada de su libro.

La estaba mirando a ella. Con esa mirada asesina y ardiente.

Y Hermione hizo la única cosa sensible que se le ocurrió, en semejante estado de total excitación sexual.

Huyó lo más quedamente posible que pudo, pero, aun así, se las arregló para golpearse la rodilla con una mesa vecina.

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Para la hora de almorzar del día siguiente, Hermione se había auto convencido que no se había puesto en vergüenza, y caminaba por el Callejón Diagon con seguridad. Pero toda esa valentía se esfumó en cuanto entró al café y vio a Snape, ya en su reservado habitual y aguardando por su comida. Aun así, la castaña logró mantener la compostura y ordenar su almuerzo y sentarse en su mesa con la cabeza bien alta.

Y él la estaba mirando a ella. Qué raro.

Sacó una novela policial de su bolso y se puso a leer. La chica estaba determinada en no dar el brazo a torcer y no darse por vencida en ese juego. AL menos, ahora podría sumergirse en el mundo de la autoritaria egiptóloga y su malhumorado esposo… la verdad, era sencillo meterse en la trama. Apenas se dio cuenta cuando su comida llegó, moviendo sin mirar el plato a un lado y comiendo las papas una por una.

Fue un grave murmullo lo que la sacó de su lectura.

Años y años siendo alumna de él, habían construido la involuntaria respuesta de prestar atención automáticamente cuando hablaba, y Hermione de inmediato alzó la mirada de su libro, parpadeando. Snape le hablaba a la camarera. La mano de la joven estaba en la de él, que presionaba una moneda. Luego, el hombre echó su cabeza hacia atrás y ese cabello negro como tinta china, se revolvió en el aire.

La voz de Snape estaba demasiado baja como para que Hermione entendiera lo que decía, pero la camarera asintió y se retiró, y él se volvió hacia Hermione con una vaga y satisfecha sonrisa.

Atrapada en el acto, ella se puso roja y desvió la mirada para dejar de leer por un rato y comerse su sándwich. El pan estaba fresco, el pavo perfecto, y la lechuga crujiente, pero aún sin mirar, podía sentir los ojos de Snape sobre ella.

La estaba distrayendo.

Morder, masticar, tragar. No mirar a Snape. Morder de nuevo. No mirar a Snape. Masticar. Tragar. No mirar a Snape.

La camarera apareció y puso algo frente a el hombre. En cuanto se retiró, Hermione pudo ver qué era. Era un caldero de chocolate, con crema encima y una reluciente cereza por encima de todo.

El estómago de Hermione gruñó. Casi había ordenado lo mismo al verlo en el menú, y ahora de verdad quería uno. O a él, para ser más exacta. Ahora más que nunca.

Snape tomó la cereza y lamió la crema, chupando brevemente la brillante fruta, luego le quitó el tallo y empujó la cereza hacia el centro del pastel. Hermione se puso seria. Eso era algo extraño de hacer, con seguridad, pero ahora, él estaba muy concentrado en llevar una cuchara hacia la crema.

Mientras ella miraba, Snape cargó su cuchara con un poco de la cubierta y se la llevó a la boca. Los ojos del hombre se cerraron y dejó escapar un suspiro. Con lentitud, echó la cabeza hacia atrás, demostrando al mundo lo que era un hombre disfrutando del placer.

"Por Merlín…" Susurró la chica.

Snape alzó la cabeza y abrió los ojos para mirarla a los ojos. Ella se quedó de una pieza, pero no desvió la mirada. Una de esas cejas negras se alzó y Snape puso la cuchara sobre el plato. Las uñas de ella se enterraban en las palmas de sus manos y el corazón galopaba sin piedad, mientras su sándwich yacía olvidado.

¿Era su imaginación o era que tenía un poco de crema batida en la comisura de sus labios? Los labios del hombre se curvaron. Snape regresó su atención a su postre y hundió un dedo en él. Lo retiró y estaba cubierto de crema batida y crema de chocolate, así que procedió a metérselo en la boca y lamerlo hasta que estuvo limpio. Lentamente.

¿Acaso siempre había tenido esas manos tan hermosas? Recordaba que siempre estaban muy limpias, al punto del fastidio, pero, ¿no era eso lo que se esperaba de alguien que manejaba ingredientes para pociones? ¿Habían sido siempre sus dedos tan largos y delgados? Y tan hábiles. La forma en la que manipulaba el relleno del pastel, primero con un dedo, luego con dos, llevando cada bocado a su boca… la forma en la que los lamía, los chupaba… ¡era indecente!

Y ella se sentía en llamas. Las mejillas enrojecidas, los pezones duros. Nunca, jamás, antes de ver a Snape, había encontrado algo tan… tan… erótico en comer.

Las manos le temblaban al imaginarse esos mismos dedos hundiéndose en su cuerpo. Amoldándose a su cuerpo y arremetiendo, en lugar de hacerlo con el postre.

La sangre se le agolpaba en los oídos y ya había perdido toda apariencia de decoro público, porque se estaba retorciendo en su asiento sin pudor. Ni siquiera había pasado por su cabeza usar un hechizo para que no la notaran, aunque ya estaba peligrosamente cerca del orgasmo.

Snape se limpió los dedos con la servilleta y tomó el caldero de chocolate con las dos manos, para luego llevársela a la boca.

Los negros ojos la seguían mirando con atención, al mismo tiempo que se lamía el labio superior. Hermione contuvo la respiración. Le aterraba dejar escapar un gemido o hacer algo igualmente embarazoso. Y los ojos de Snape no dejaban de mirarla mientras se regocijaba en su pastel.

Con un suave gemido, la chica se movió en su silla. Parpadeaba, pero no se atrevía a mirar hacia otro lado.

La lengua de Snape era muy hábil y había traído hasta la superficie.

Frente a los ojos de la castaña, Snape lamió la frutita llena de chocolate. Esa lengua se deslizaba alrededor de la roja cereza.

Hermione se estremeció y se vino, cerrando los ojos al instante.

En cuanto su corazón se calmó y pudo respirar con normalidad de nuevo, Snape no estaba en su silla. El pastel a medio comer y la servilleta seguían allí, y el resto de la concurrencia parecía no haber no haber notado lo que había transcurrido allí.

"Confío en verla de nuevo mañana, Srta. Granger."

El gruñido llegó desde arriba y casi lo golpea con su cabello cuando movió la cabeza de golpe.

Esa voz se derramaba sobre ella. ¡Oh, dios! Esa voz era más profunda de lo que recordaba. La sentía vibrar dentro de ella, la obligaba a obedecer y prestar atención… no pudo responder.

Snape no dijo nada más, tan solo le sonrió con confianza y tranquilamente abandonó el lugar.

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N/T: ¡Hola de nuevo! Lamento mucho no haber publicado antes esta traducción, pero es que la tenía terminada, y antes de poder subirla, me borraron todo de la compu del trabajo, y ¡adiós historia! Pero acá tienen, solo son tres capítulos y tiene una secuela, de tres capítulos también. ¡Espero que la disfruten!