—Mientras viva, serviré a tu sueño. Por favor, acepta mi cuerpo, mi corazón y mi alma. Ésa es mi esperanza y ése es mi futuro.

Su rostro estaba decidido, su juramento era sincero.

—Soy tuyo. Nuestro GioGio...

Nápoles, otoño, 2001.

El sonido de las campanas tañendo resonaba en sus oídos, la luz dorada del sol se colaba por las ventanas bañando al par de adolescentes.

Esa mañana Fugo lloró de rodillas ante Giorno, por todas las cosas que nunca más haría junto a sus antiguos compañeros de pandilla, por todas las cosas que nunca se dirían, por todo lo que no dijo a Buccellati o a Narancia. No volvería a ver a Buccellati ni escuchar su voz, no volvería a acompañar sus mañanas con una taza de café. No volvería a ver a Narancia y su sonrisa feliz, los momentos haciendo el tonto junto a Mista mientras ensayaban coreografías ridículas, o la mirada feroz de Abbacchio y sus acertados comentarios ácidos. Fugo lloró ante Giorno hasta vaciarse, hasta quedar sin fuerzas.

Giorno sólo lo miró, sin decir palabra. Hablar no iba a ayudarle tanto como los dedos de esa mano que Fugo había besado y ahora estaba en su mejilla, la invitación silenciosa a llorar hasta agotarse, hasta no quedar ni una sola lágrima. Algo que él como jefe de Passione, ni como adolescente, incluso como niño, jamás tuvo permitido y lo halló inútil.

Pero para Giorno las lágrimas de Fugo tenían otro significado.

Para Giorno el que Fugo llorara ante él, era el modo de decir que no le daba miedo de que él lo viera así, vulnerable y más expuesto de lo que quizá había estado nunca. No había una sola parte de Fugo que no le perteneciera ya, su corazón, su cuerpo y su alma eran suyos, incluso sus lágrimas, sin temor.

Fugo tardó una eternidad en calmarse lo suficiente como para volver a respirar sin sentir los pulmones pesados. Se secó los ojos con la palma, y ni aun así Giorno no dejó de mirarlo ni dejó que Fugo se apartara de él.

—Mierda… —susurró, respirando aún entrecortado e intentó ponerse de pie. Giorno lo ayudó a elevarse tirando de su brazo.

—¿Te sientes mejor?, —preguntó con tranquilidad, con la diestra aún cerrada en el brazo de Fugo.

—Sí…

Él se sentía extrañamente ligero, el doloroso malestar contenido en su pecho se había ido… y la cabeza latía con dolor pero, por primera vez desde hacía seis meses, Fugo sentía que tenía una esperanza y una motivación para seguir adelante, todo gracias al joven ante él, el mismo por el que Buccellati se había inspirado sin detenerse. El mismo por el que Mista parecía mantener gran devoción e incluso un hombre sin escrúpulos como Murolo.

—Bienvenido de vuelta, Fugo.

Por seis largos meses Giorno había estado esperando este momento, atar de vuelta a Fugo a Passione, aunque para ello, debió hacerlo por medio de la culpa y el dolor.

Con él bajo su dominio absoluto, Giorno Giovanna ahora se enfocaría en su segundo gran problema...

Su madre.

Pero no aún, no era el momento.