Last Scene.
By Aiolos.
La joven caminaba hacia su casa por las calles en penumbra. Un día más se le había hecho tarde. Su trabajo la absorbía demasiado y, además, por si fuera poco, los últimos sucesos acaecidos en Central, no hacían sino empeorar la situación.
- Tsk, como esto siga así voy a volverme loca – dijo en voz alta Kris, mientras seguía caminando por la acera.
De repente un ruido, como de una pequeña explosión, quebró la calma que se había establecido en los alrededores. Extrañada Kris se detuvo, intentando descifrar de donde provenía el ruido y que lo provocaba.
- Ha sonado como un disparo – se dijo así misma. Entonces cayó en la cuenta de lo que eso significaba -. Mierda. Lo que me faltaba. Ahora también voy a tener que lidiar con ladrones. Será mejor que me de prisa.
Aceleró el paso, mientras se arrebujaba en su chaqueta y asía con más fuerza el bolso. Sin embargo, al doblar la siguiente esquina, lo soltó por la impresión que se llevó. Unos metros más adelante podía ver una cabina de teléfonos abierta. Y dentro de ella un cuerpo tirado, mientras un líquido espeso y rojizo, que brillaba a la luz de una farola cercana, se derramaba por la acera, entre las piernas de la figura inane.
Cuando se recompuso de la impresión, un impulso involuntario la llevó a acercarse a la cabina. Cuando llegó, pudo ver que la figura era un hombre, con una herida de bala en el pecho. Kris se agachó junto a él y le tomó el pulso, mientras su mano temblaba con violencia. Aún respiraba y al sentir el contacto de los, repentinamente, fríos dedos de la joven, abrió los ojos, tras unas gafas medio rotas. Intentó incorporarse pero no lo consiguió. Un estertor le hizo escupir sangre, que resbaló por su barbilla, manchando la cuidada barba.
- ¡No se mueva! – exclamó Kris -. Llamaré a una ambulancia.
- N-, no – apenas si podía hablar, pero la miraba con una intensidad tal, que sintió como traspasaba su alma -. Ya es tarde.
- No sea estúpido.
- La fo-, la foto – un susurró apenas audible surgió de sus labios teñidos de carmesí -. Déme la foto.
Al principio Kris no lo entendió. Allí no había ninguna foto. Reparó en que los dedos del hombre señalaban en la dirección donde estaba ella. Rápidamente se retiró y al fin la vio. En la foto estaba el hombre, vestido de negro, acompañado de una mujer, su esposa supuso Kris, y una pequeña risueña que sin duda debía de ser su hija.
- T- , tome, aquí tiene – la voz le temblaba por la emoción. No había que ser muy lista para saber que aquel hombre iba a morir de un momento a otro.
- Gra-, gracias – le dijo con una sonrisa -. Son mi esposa y mi hija, cof, cof. ¿No so-, son preciosas?
- Sí. Son muy guapas.
- Sí. Lo son. Se llaman Grecia y Eli-, Elicia.
Un nuevo estertor sacudió su cuerpo, del que escapaba el calor, cada vez más rápido. Sin embargo, la sonrisa no se le iba de la cara, mientras miraba embelesado la foto. Kris sentía que no sería capaz de soportar aquello mucho más tiempo, y sus lágrimas finalmente brotaron cuando escuchó las últimas palabras que el hombre dijo, y lo que con ellas le pedía.
- Por fav-, favor. Haga una cosa por mí.
- Claro. ¿Qué puedo hacer? – le preguntó Kris.
- Dígales que la-, las quiero – con una última inspiración consiguió continuar -, y que m-, me perdonen.
Y entonces la luz de sus ojos desapareció, sustituida por el vacío; su sonrisa se congeló en una mueca entre feliz y dolorida; su corazón, rebosante de amor, dejó de latir.
Su alma voló hacía otros lugares.
Y Kris derramó sus lágrimas por aquel hombre desconocido.
No muy lejos de allí, en una acogedora casita, una mujer y su hija esperaban el regreso de un hombre.
Pero eso nunca sucedería.
Para el Teniente Coronel Hughes no abría más días felices.
Los recuerdos lo mantendrían vivo en la mente de muchas personas.
Y la lluvia empezaría a caer.
