¿Después de la tormenta siempre viene la calma?

¿Después de la tormenta siempre viene la calma¿Después de una guerra, queda tiempo para el amor¿Y qué pasa con Severus Snape, en verdad sucede lo que se nos cuenta en el séptimo libro?

Disclaimer: Casi todos los personajes pertenecen a J.K.Rowling menos Icely, Dimitri, Patrik y otros personajes que ya iréis conociendo.

Este fanfiction está situado después del séptimo libro y está dedicado a todas aquellas, que como yo, se niegan a aceptar la muerte de Severus.

Es el primer fanfic que escribo en esta página… espero que os guste

Capítulo 1

Encuentros

El ambiente estaba cargado, era realmente asfixiante, pero eso no le molestaba. Casi nunca se le veía por "Las tres escobas" o "Cabeza de puerco", prefería los bares muggles de mala muerte. Allí nadie le conocía, nadie le juzgaba. Podía relajarse y liberar tensiones. Pero aquel día no fue así. Eran las dos de la madrugada, justo había terminado con su segundo wisky cuando la puerta se abrió y, sin demasiado ruido cedió el paso a una joven. Severus se dirigía hacia la salida, cabizbajo y pensativo, ajeno al mundo que lo rodeaba. De repente un golpe lo sacó de su ensimismamiento.

-¡Mira por donde vas! – Le espetó la chica que acababa de entrar en el local.

Snape le dedicó una cruel mirada de desprecio.

-Anda, cállate. Ve a casa con mamá, que este no es un lugar apropiado para criaturas – El tono de voz de Snape parecía sereno y calmado.

-¡Por lo menos podrías disculparte!- Hizo una pausa y añadió - Pedazo de… Murciélago grasiento - Le miró con asco esperando una respuesta ofensiva o algún gesto despectivo, pero no llegó.

Snape la ignoró y salió al exterior. El contraste de temperatura le provocó un escalofrío. Hacía ya algunas horas que había oscurecido y aunque eran finales de agosto el frío de la noche se imponía por encima del calor del día. Empezó a andar, refunfuñando, mientras pensaba en el lamentable episodio en el que se había visto involucrado por culpa de aquella muchacha engreída. Menuda niñata, como si no tuviera suficiente con los alumnos impertinentes de Hogwarts. Estuvo pensando un rato más en las palabras que le había dedicado la joven justo antes de abandonar el bar. "Murciélago grasiento" que poco original, no era la primera que había criticado su atuendo y su pelo utilizando una combinación de palabras tan fácil. Su pelo realmente necesitaba un cambio, pero aún no había encontrado la poción exacta para hacerlo, ni el tiempo para pensar en ello. Se dirigió malhumorado hacia una esquina que daba a un callejón oscuro lejos de las miradas indiscretas de los muggles. Allí desapareció. Volvió a aparecerse delante de su casa en la calle de las Hilanderas. Aún estaba molesto con la chica insolente del pub. Pero se tranquilizó al pensar que no la volvería a ver más, "el antro de Lucifer" no era un local agradable para criaturas de semejante edad, seguro que no volvería por allí. Abrió la puerta con fuerza, el paso de los años la había destrozado y cada día que pasaba costaba más abrirla, no le hubiera supuesto un gran esfuerzo arreglarla, pero no era su principal prioridad. Volvió a cerrarla con la misma energía y entro en su húmeda y oscura morada. A pesar de la humedad, la penumbra y la antigüedad de la casa, todo estaba en un perfecto orden, lo cual aportaba una sensación de inquietud considerable. Estaba cansado y decidió subir a sus aposentos, una habitación no menos lúgubre e impresionante que el resto de la casa. Se estiró a la enorme cama y cerró las cortinas, de terciopelo negro, del baldaquín. En su mente se repetía, una vez tras otra, la escena del bar. ¿Por qué estaba dando tantas vueltas al asunto? Qué más le daba a él qué hiciera con su vida aquella maldita muggle. Pero había que reconocer que era bastante peligroso adentrarse a un pub de este tipo y más aún siendo una chica tan joven. No tenía por que preocuparse, es más, si quería meterse en líos era su problema, le estaría bien empleado.


Se le habían pasado las ganas de tomar nada. - ¡Maldito muggle de mierda, menudo grosero¡Parecía un murciélago¿No le daba vergüenza ir con esas pintas? Seguro que era un Friky de esos. – Pensó malhumorada.

Dentro de su piso, por fin, la chica se ató su largo pelo, color castaño claro, en una cola alta y se puso el pijama negro de verano. El enfado le había quitado el sueño, no paraba de darle vueltas a lo mismo, ojalá no volviera a ver nunca más a aquella especie de psicópata, engreído y maleducado. Pero que asco le daba, llevaba el pelo más sucio que su tía abuela Esmeralda. Y lo peor es que no podía quitarse de la cabeza a aquél engendro de la naturaleza.

Icely T. Murky era una bruja de 24 años alta y con los ojos azul brillante. Su madre, nació en México, hija de españoles que tuvieron que emigrar a causa de la guerra civil. Su padre era inglés. Los dos se habían conocido en Estados Unidos durante un viaje de negocios de ambos. Icely se crió, junto a sus padres, en una de las residencias propiedad de la familia de su madre, en Méjico. Cuando terminó sus estudios, en el colegio de magia y hechicería del país, la contrataron como historiadora en Londres, y allí estaba, en un mini piso situado al centro de una ciudad aún extraña para ella, trabajando en diferentes enigmas mágicos de la historia. Pero no por mucho tiempo. Hacía un mes y medio, le habían ofrecido un trabajo mejor, que empezaría a principios de septiembre.


Amanecía otra vez, que asco – Pensó – El sol entraba, como un intruso, iluminando la tétrica casa de las Hilanderas. Fastidiado, Severus Snape, miró el calendario que colgaba, como único adorno, en la pared de la cocina. 31 de agosto.

Rió por si mismo. ¿Se le daría bien a Minerva McGonagall llevar la dirección del colegio? Por lo menos le había devuelto su antiguo puesto. ¿Eso era bueno? Suspiró resignadamente.

Una lechuza golpeando violentamente el cristal de la cocina lo sacó de su ensimismamiento. Llevaba un paquete enorme, lo que le hizo preguntarse que habría en su interior. Lo recogió sin demasiada prisa, tenía una vaga idea del posible contenido. Con una sonrisa amarga empezó a pensar en distintas posibilidades¿Qué sería esta vez¿Una rata muerta, un pájaro descuartizado o las entrañas sangrientas de un cerdo? Volvió a mirarlo y lo abrió. Dentro del paquete podía distinguirse perfectamente el cadáver de un conejo, podrido y lleno de gusanos que se movían rítmicamente entre la carne del pequeño animal. El hedor era realmente insoportable.

¡Malditos mortífagos! – Exclamó para si mismo – Ahora se dedicaban a actuar como simples mafiosos muggles. Realmente se notaba que el Señor Tenebroso había caído, al fin. Sus seguidores ya no podían caer más bajo.

Era lógico que después de la guerra, los mortífagos, la hubieran tomado con él, pues fue el principal causante de la muerte de Voldemort. Los miembros de la Orden del Fénix tampoco le guardaban mucho aprecio, después de todo él fue el asesino de Dumbledore.

Después de entregarle sus recuerdos a Harry perdió el conocimiento, todo se volvió oscuro y quedó rodeado de tinieblas. Estaba muy débil y su vida iba extinguiéndose poco a poco, como la llama de una vela, que se apaga por falta de oxígeno. Pero la imagen de aquellos ojos verdes, llenos de vida y esperanza, siguieron allí, en su mente.

Un mes después despertó, desorientado y magullado, en una cama del Hospital San Mungo. Durante las semanas que estuvo en observación intentó recordar que había pasado aquella noche. ¿Por qué no había muerto? Lo único que alcanzaba a recordar era el dulce cantar de un ave fénix, Fawkes. La compasión y gratitud de Dumbledore llagaban hasta límites insospechados. Típico del viejo, ni muerto me deja tranquilo – Se lamentaba desde la cama del hospital – Ya podía haberlo dejado morir en paz, evitándole un buen tormento.

Todos aquellos recuerdos pasaban, sin compasión, por su mente como flechas envenenadas, consumiéndolo día tras día.

Solo había una persona que confiaba en él, o por lo menos lo intentaba. La profesora McGonagall, que, al igual que su predecesor, le había dado una oportunidad.


Los profesores se encontraban reunidos en el despacho de la nueva directora, los acontecimientos que tuvieron lugar a finales del curso anterior les habían llevado a tomar una decisión. Aquél año todos los alumnos repetirían un curso.

-Permítame una pregunta, Minerva – Dijo el profesor Flitwich – Creo que a todos nos ha quedado claro que tendremos el doble de alumnos de primero, pero ¿Quiénes serán los nuevos profesores de Pociones, Transformaciones y Defensa contra las artes oscuras?

-En primer lugar, y no acepto quejas al respecto, he decidido mantener a Severus en su antiguo puesto de profesor de Pociones.

Un murmullo de desconcierto se extendió por la sala.

-Antes que empiecen los reproches, lean la carta que Dumbledore les dejó antes de morir.

La profesora McGonagall les entregó las cartas, había una para cada uno. En ellas les contaba lo mucho que confiaba en Snape, y como arriesgó su vida y su dignidad para poder acabar con Voldemort.

McGonagall esperó, paciente, que acabaran de leer.

-No pretendo obligaros a nada, solo os pido respeto y consideración. Todos tenemos derecho a una oportunidad, a rehacer nuestra vida, a volver a empezar.

Nadie se atrevió a responder.

-Ahora si no hay inconveniente, proseguiré con la presentación de los nuevos profesores. Supongo que la mayoría de vosotros os acordaréis del señor Florence, el pequeño genio en transformaciones, el mejor alumno que he tenido en mucho tiempo. El profesor Dimitri Florence enseñará transformaciones y será el nuevo jefe de la casa Griffindor. El profesor Patrik Idnoril será el nuevo maestro de Defensa contra las artes oscuras. Estudió en Dumstrang y posteriormente estuvo dando clases allí hasta que se trasladó a Londres, donde ha estado haciendo algún trabajito para el Ministerio. Por último he decidido jubilar al profesor Binns, ya es hora de que descanse en paz. Su substituta será la señorita Icely Murky, hija del conocido historiador John Murky…

-¿Me permite hacer una pequeña interrupción, Minerva? – Preguntó la profesora Sprout.

La profesora McGonagall asintió.

-¿El padre de la chica no es el joven historiador que estudió en este colegio, sobrino de la escritora de La historia de Hogwarts?

-Efectivamente Pomona. Esta tarde podréis conocerlos. Severus llegará de un momento a otro, me dijo que estaría aquí a la hora de comer. Esta mañana tenía que pasarse por el hospital, querían hacerle unas últimas pruebas para comprobar que todo está en orden.


Severus Snape cogió el equipaje de mala gana y se dirigió a la puerta trasera que conducía al lúgubre y descuidado patio de la casa de las Hilanderas. Lo que antaño era un hermoso jardín, ahora se presentaba como una extensión de terreno yermo y resquebrajado, limitado por algún seto medio muerto. El único árbol que había, ahora seco y sin vida, restaba inmóvil en una esquina, como un guardián controlándolo todo desde su guarida. Los parterres vacíos pedían, desesperados, algo de color. Coronando el jardín una fuente de piedra gris agrietada y sin una gota de agua, contemplaba desconsoladamente el paisaje de su alrededor.

Snape, cerró la puerta con un potente hechizo y cogiendo su baúl desapareció, para aparecerse un segundo más tarde en Hogsmeade. Allí subió a un carruaje que lo trasladó directamente a Hogwarts.

La profesora McGonagall debía de estar esperándolo en el despacho de Dumbledore.

Al entrar no advirtió ningún cambio importante. No tardó mucho en llegar delante de la puerta del despacho, y efectivamente, Minerva estaba allí.

-Pasa, Severus.

El profesor Snape entro en silencio, juzgando cada rincón con su fría e imperturbable mirada que tanto intimidaba a los alumnos.

-Buenos días.

Él inclinó la cabeza sin articular ninguna palabra.

-Supongo que recibiste mi carta donde especifiqué todos los cambios de este curso.

-Supone bien, directora.

-Esta tarde podrás conocer a los nuevos profesores. Ahora bajemos al gran comedor, nos están esperando.

La comida no se alargó mucho, cosa que Snape agradeció. Al terminar se encerró en su antiguo despacho, preparando algunas clases, y encargó a un elfo domestico que le avisara de la llegada de los nuevos profesores.

- Señor Snape – uno de los elfos del colegio le llamaba, precavidamente, medio escondido detrás de la puerta – Señor, son las cinco, señor. Los nuevos maestros han llegado, señor. La profesora McGonagall le espera a su despacho, señor.

El profesor asintió, y cogiendo la capa que colgaba en el perchero, se fue caminando a paso rápido.

Snape entró en el despacho y se sentó al lado de la profesora Véctor, dejando una butaca vacía entre ambos.

Minerva McGonagall no tardó mucho en hacer acto de presencia.

-Bien, ahora que estamos todos podemos empezar. – Dijo, con seriedad, la profesora McGonagall – Profesor Florence, puede pasar.

Un joven de unos 26 años entró al despacho. Era alto y delgado, con el pelo rizado y rubio, casi dorado. Tenía los ojos azules, grandes y brillantes. Vestía una túnica violeta estampada de manera desigual con espirales plateados. El chico se quedó de pié al lado de la profesora McGonagall, esperando la presentación.

-Este es Dimitri, enseñará transformaciones y será el nuevo jefe de la casa Griffindor.

Dimitri inclinó la cabeza y fue a sentarse a una silla vacía al lado del profesor Flitwich que le saludó cordialmente.

-El profesor Idnoril.

La puerta se abrió dejando paso a un hombre de unos 30 años, alto y fuerte, de pelo corto marrón. Tenía los ojos pequeños de un color comparable al del tronco de un pino. Llevaba una túnica marrón, de un diseñador mágico muy conocido. Con aire petulante dio un paso al frente, para poder ser contemplado por todos los presentes.

-Soy el profesor Patrick Idnoril, daré Defensa contra las artes oscuras.

Sin añadir nada más se dirigió a la silla que quedaba libre al lado de Dimitri.

La profesora McGonagall volvió a tomar la palabra.

-Señorita Murky, puede pasar.

La puerta se abrió una vez más para que la chica entrara. Tenía unos 24 años. Era alta y tenía el pelo largo hasta media espalda, castaño claro. Tenía los ojos azules e iba totalmente vestida de negro. Llevaba un vestido por encima de las rodillas y una capa, bastante larga, que ondeaba detrás de ella al andar. Se quedó de pié, junto a la profesora McGonagall.

-Como os dije, Icely, será la sustituta del profesor Binns.

La chica saludó a sus compañeros y fue a sentarse a la única silla que quedaba libre. Sus ojos se encontraron con los de Snape. Fue entonces cuando él la reconoció. Era la niña insolente del Pub. Icely también se había percatado de la identidad del individuo que tenía al lado y ahora se miraban con profunda hostilidad.