Regrese.
Después de meses (si fueron meses ¿no?), regreso con una historia que se me ocurrió de la nada. Necesitaba inspiración para otro proyecto en otra página y esto termino por salir.
Y la inspiración es mil veces más valiosa que el oro, porque es como el sol en el invierno, más vale que lo aproveches mientras esta porque después tu lavandería no se va a secar.
Como sea, es un fic corto. Probablemente me tardé más en subir los capítulos de lo que están acostumbradas (las que ya me conocen, las que no, pues solía hacerlo por semana).
Voy a escribir cuando pueda, porque realmente quiero concentrarme en el otro proyecto que mencione, más que hacerlo por alguien (como han sido la mayoría de mis fic, por petición o dedicatoria) lo hago por mí. Entonces esta historia estará aquí para llenar el vacío que deje en estos meses de inactividad en Fanfic, las amo chicas y espero me perdonen.
Es un SasuSaku, aunque ya di por muerta a la pareja después del ultimo capitulo del manga, nada pesado, algo ligero con esta pareja destinada al fracaso, pero no deja de ser mi predilecta por el anime desde que era pequeña (aunque ahora prefiero el NaruSaku), también le tengo algo de cariño.
Les dejo los primeros dos capítulos, cortísimos, la mayoría van a ser así, pero espero y les guste.
Con dolor articular por escribir todo esto en 2 minutos, Nanami Hara.
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La noche era perfecta.
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Los reflectores parecían querer absorberme con su incandescencia, los letreros brillaban como en ningún lugar sobre la tierra. La calle estaba llega de turistas ingenuos y de apostadores callejeros. Ratas y borrachos interactuando como mejores amigos junto a un empresario perdedor de millones en las mesas, despreocupado.
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La noche era perfecta.
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Había más principiantes en las mesas que monedas en mis bolsillos. Y vaya que los tenia repletos. Los guardias eran fáciles, con una identificación falsa y maquillaje a reventar eras una más en la marea, los veteranos eran los preocupantes, pero estaba confiada que la temporada estaba limpia de ellos. Tendría el campo libre, los difíciles estaban fuera de discusión, no estaban los viejos bastardos. Jovenzuelos idiotas probaban suerte y los viejos y tradicionales trucos que sus padres les han enseñado. Un chiste si me lo preguntaban a mí. Una cara de póquer no se gana en una noche de suerte. Se necesitan años, que eran lo que a veces sentía que me faltaban. Me sentía Dios. Despojando a los simples mortales de sus riquezas mundanas. Y no era solo la suerte—porque la tenia de mi parte, nadie podría negarlo— era una vida entera de mezclarme con los mejores, aprender de ellos, y aprender a timarlos también. Eran trucos aprendidos de ellos, de mis allegados y por mis propios medios, y como dije, la maldita suerte que parecía cosida a mí como mi sombra.
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La noche era perfecta
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Ya había—prácticamente—vaciado las maquinas de monedas, la ruleta había sido algo de niños y los dados puro entretenimiento. Las mesas eran las interesantes, las animales, las primitivas. Era donde los acaudalados y los miserables se regodeaban unos a otros, humillándose y analizando al oponente. Era glorioso. No sabias nunca lo que ibas a encontrarte. Con anterioridad, encontrándome con borrachos universitarios solía jugar baraja española, era lo único que sabían hacer esos malditos alcohólicos a los que les vaciaba los bolsillos sin que enteraran siquiera. Era aburrido, pero pagaba la renta cuando lo necesitaba. Jugando con una baraja alemana por cuenta de su padre. El maldito era un adicto a las apuestas, estaría preocupada si el desgraciado no fuera tan bueno. Le había enseñado tanto de lo que sabía, pero hasta al maestro, el estudiante se le había ido de las manos. Su favorita era la inglesa, donde se jugaba el póquer y el blackjack, en ambas era demoledora. Sus prácticas eran maravillosas para agilizar su mente en la decodificación cuando se adentraba en los ordenadores de la universidad, haciéndose pequeños favores. Tenía una vida de ensueño. Pero una vida de ensueño para un vejestorio obsesionado a la baraja o un universitario perezoso. Podría parecerlo, pero no lo era, ni una ni otra. Simplemente lo hacía cuando lo necesitaba.
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Y la noche era perfecta.
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Perfecta para ganar 20 de los grandes sin los impuestos. Malditos impuestos. Pero como bien dije, la noche era perfecta.
Mi vestido no podría ser más pequeño y cabaretero, pero pegaba del todo con el lugar. Era brillante con lentejuelas doradas, y los tacones rosas de 14cm con plataforma, eran de infarto. Todavía podía recordad la primera vez que utilice unos. Me esguince el tobillo y estuve incapacitada por un mes.
Pero las cosas ya no eran así, esa hacía ya hace años y la práctica hace al maestro. Yo era una jodida maestra en ello.
—Caballeros—reí como la mayoría de las rubias tontas que acompañaban a los gordos bien trajeados. Yo era a la vista de cualquiera, una más de ellas. Maldita la peluca rubia que me había conseguido, parecía tener un trapeador en la cabeza. Los lentes de contacto empezarían a escocerme los ojos en cualquier momento. A veces detestaba que el color natura resaltara tanto, era demasiado brillante, unos comunes ojos marrones hubieran servido, pero eran azules los que tenía que usar esa noche.
—¿Quieres jugar una mano, cariño?—el cerdo junto a mí se atrevía a llamarme así 20 minutos después de conocerme. No fue difícil abordarlo, fingiendo tropezar cuando el sonrosado gordinflón se escurría de la limusina blanca frente al casino. El estúpido auto ocupaba tres plazas.
—No lo sé, no creo ser muy buena—agite mi peluca con los dedos, deslizando las hebras rubias sobre mi espalda.
—Yo sé que tú puedes—como algo natural me dio un golpe fuerte y resonante en el trasero, sonriéndole a los demás gordos que sostenían a sus Barbie de la diminuta y poco saludable cintura.
Quería cortarle el frenillo de debajo de la lengua para que se atragantara con esta. Pero sonreí tímida.
—Si solo son algunas—saqué un cambio de fichas de mi bolso y lo acomode sobre la mesa.
Las primeras partidas las deje fluir solas. El rollizo que era mi fachada, trataba de consolarme pasando sus dedos de salchicha por mi espalda desnuda, por la piel que el diminuto vestido no lograba cubrir. Gané algunas y perdí otras.
Cuando el rebaño de costales de dinero que yo veía en mis compañeros de mesa, estuvieron bastante borrachos—uno de ellos tiró su Martini sobre el escote de una Barbie— limpie la mesa y rápidamente convertí $1000 en los 20 que necesitaba y más.
Me di por bien servida y le dije a mi gordito que estaba de racha, teníamos que celebrarlo. La mirada le brillo libidinosa por el vodka y mi escote. Nos escaseamos del lugar, sintiendo como apoyo al trajeado cuando pasamos por los pasillos. Yo había otra rubia-acompañante con una noche de suerte. Cambiamos nuestras fichas y salimos al encuentro con su limusina blanca.
—Oh espera—me tomé la molestia de parecer borracha para que tuviera una pizca de esperanza en que yo terminará en su colchón. —Necesito ir al baño— delineé mi labio con la lengua y señale mis entrepierna. Comprendió que iba a quitarme la lencería para regresar con él. Asintió imitando mi movimiento, pero en él, fue francamente repulsivo.
Entré de nuevo al casino tambaleándome para no llamar la atención. Todas estaban borrachas para esta hora.
Salí por una puerta adyacente y termine en un callejón con el basurero de las cocinas del establecimiento. Me erguí, me quite la peluca la lancé dentro del bolso, del cual saqué una peluca castaña y la acomode con rapidez, saqué un conjunto de pantaloncillos extremadamente cortos, apenas me cubrían el trasero y un top que dejaba mis cotillas al descubierto antes de la tela del short desde mi cintura. Me saqué los lentes de contacto después y los cambie a un color castaño—lo que dije, lo mejor para pasar desapercibida— accesorios costoso y unos Louboutin con un tacón considerablemente más pequeños, me descansaron los pies.
—Sigamos—me di ánimos al salir del sucio callejón y al pasar por la entrada, vi al gordo revisando su Rolex, suspirando contra la puerta de su auto. Pasé de largo y camine unas cuadras a otro de los casinos grandes. Vi unas chicas que tenían la misma pinta que yo.
Niñas ricas de papi.
Estaba riendo por alguna cosa estúpida y olían a licor como si se hubieran dado una ducha en él. Pasé junto a ellas y conseguí su teléfono del bolso abierto de par en par que colgaba de su lánguido brazo.
—Disculpa esto se te cayó—me acerqué como una más de ellas. Y funcionó. Me invitaron a entrar con ellas y me preguntaron por mi hotel. ¿Hotel? ¿Yo? Me invente rápidamente que estaba alojada en el hotel del casino que estaba en su majestuosidad frente a nosotras. Ellas dijeron que estaban en una suite del casino, supuestamente igual que yo. Aun tan borrachas como estaban, se dirigían a jugar un rato, hice mi acto y me invitaron a pasar la noche con ellas. Acepte encantada de otra fachada exitosa.
Nos acomodamos en una mesa de blackjack, eran las cuatro borrachas y yo, la mesa tenía aun un puesto libre. Un moreno atractivo de tez clara se sentó en el último asiento junto a mí. Una de las chicas, una pelirroja me pidió cambiar de asiento y lo hice sin pensar.
—No quiero ponerme nerviosa y perder más de lo que seguramente dejaré —le guiñe un ojo a la pelirroja para que siguiera con su estúpido juego de seducción. El pelinegro ni volteo a mirarse y se dedico a poner atención a las cartas. Podría tener un cuerpo envidiable y una cara más que decente, pero tenía una actitud que no servía de nada en las vegas.
Como no me preocupaban las idiotas que tenia por compañeras—estaban muy ocupadas admirando al único hombre en la mesa—limpie la mesa en las primeras tres rondas. Me retire al perder la cuarta cuando el pelinegro no me quitaba la mirada de encima.
Cuando me levanté para largarme antes de levantar sospechas con el extraño tipo, me sonrió socarrón.
—Pero si tenías tan buena racha, incluso en el otro casino, limpiaste la mesa. Creo que el rubio te queda mejor—¡Rayos! Tomé mis fichas y caminando tranquila pero a paso contante me dirigí a la salida, cuando cambie mis fichas y las puerta estaba a unos metros, una mano masculina me sujeto del brazo. Temiendo lo peor y que fuera seguridad, me giré completamente sorprendida y hasta un poco ofendida. Como reaccionaria cualquier otra mujer de ser detenida así.
—Por favor, suélteme, ya es hora de irme—mi voz salió justo como la necesitaba. Chillona
—Si te vas ahora, no solo llamaré a seguridad, alertare a los casinos—se inclino sobre mi odio y sentí su fresco aliento contra el cuello.
El mundo se me cayó.
¿Así terminaría?
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Pero si la noche era perfecta.
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Bye-bye
