Cuando el cielo era naranja.

Hola!:D He regresado *se pone gafas oscuras en actitud bad ass*. Lamentablemente, no con ninguna continuación para ninguna de mis otras historias (miles y miles de perdones), peeeeeeeeeeeeero, les traigo esta nueva historia que creo que lleva un año en mi computadora y la verdad es que cuando la estaba escribiendo, yo estaba muy emocionada por publicarla. Luego me paso lo de siempre: escribí mucho, me fallo un poco la inspiración, seguí escribiendo, me fallo más la inspiración, escribí masomenos algo y finalmente mi inspiración se agotó (odio mi vida TT-TT)

En fin, espero que les guste. Es un comienzo corto, para una historia corta. No estoy segura de cuantos capítulos quedaran al final, pero no es una historia que se extienda mucho.

¡Espero les guste!:D


Capítulo 1: Ayuda.

¿Por qué no saltaba?

No había nadie que la detuviera. Nadie que estuviera cerca. Nadie que la atrapara. Nadie que le importara.

Las manos estaban sobre el borde del edificio, el cuerpo inclinado sobre el y entonces el vacío. Dentro de su cabeza se escuchaba a si misma dándose aliento para seguir, de inclinarse más o de subir al borde y dejarse caer.

Tuvo miedo, un temblor apoderándose de su cuerpo.

Cerró los ojos, gruesas lágrimas calientes mojaron sus pestañas y sus mejillas pálidas. ¿Si los mantenía así, podría tener menos miedo al saltar? ¿Por qué temblaba tanto? ¿Tan cobarde era? Sintió un cosquilleo en el cuello, como cuando te miran por tanto tiempo que finalmente terminas dándote cuenta. Pero no había nadie cuando ella hecho un vistazo. Nunca lo había.

Entonces sonó la campana y ella supo que un día más volvía a ser la cobarde de siempre y sus sollozos, junto con su llanto, fueron más fuertes.

¿Por qué nunca saltaba?


— ¿En serio vas a ayudarme? — él estaba feliz, maravillado, sentía un cosquilleo en el estómago y no paraba de sonreír.

— ¡Por supuesto, idiota! — le contesto la diminuta mujer de mirada de hielo con las manos sobre su cadera, molesta.

—Me necesita.

—Lo sé, lo he visto— concordó ella. Una puerta se abrió ante ellos apenas lo suficiente para que alguien pasara. Sus ojos recorrieron las cercanías, vigilantes. Era un secreto y nadie podía saber—. ¿Recuerdas tus condiciones cierto? Esto no es para siempre.

Por un momento, los ojos de él dejaron la emoción del momento. De la puerta salía una tira de luz que le iluminaba el rostro y los ojos, que aun así se veían opacos y huecos, escasos de la felicidad de hace unos segundos.

—Los recuerdo.

—Entonces rápido— lo apuro ella—. Vete antes de que todos noten la luz— empujándolo por los hombros lo hizo entrar, pero él volvió a asomar su cabeza antes de irse definitivamente por un largo tiempo.

—Gracias, esto significa mucho.


De nuevo en el borde, de nuevo llorando.

Pero esta vez toda era más. Lloraba más, temblaba más, temía más y estaba más cerca de saltar de lo que nunca había estado. Las puntas de los dedos de ambos pies ya quedaban por fuera de la orilla, aferrados y tensos. Si tan solo pudiera inclinarse hacia adelante, si el nudo de su garganta dejara de actuar como ancla y fuera solo un nudo en la garganta.

Habiendo más de siete billones de personas en el mundo ella se sentía completamente sola, ignorada incluso por el viento que estaba a su alrededor. Vacía, porque siente que mucho le ha sido arrebatado. Triste, porque nada es como antes. Tonta, porque no se le ocurre otra manera de resolverlo.

Cerro los ojos e imagino que caería sobre un montón de algodón y no sobre el concreto, entonces movió la rodilla y…

— ¿Realmente saltaras?

Y una voz apareció, una voz que en ella todo calmo. Ella se giró para mirar al dueño de la voz. El aire alrededor se volvió liviano, toda la tensión en ella, todas las sensaciones de estar atrapada entre un montón de garras filosas, se aflojaron como si fueran cordones y alguien tirara de ellos.

—Por favor… vete— rogó con su voz triturara por el temblor y el nudo en su garganta.

—Lo siento— dijo él—, pero no puedo irme. Tampoco puedo dejar que saltes— dio un paso hacia adelante, cada vez más cerca de ella, cada vez más cerca de ayudarla. Ella quiso dar un paso atrás, pero no había donde apoyar porque detrás de ella solo había vacío y una caída. Al instante, él se detuvo, con las manos a la altura de su pecho, una la estiro lentamente hacia ella—. ¡Déjame ayudarte! Te prometo que, si tomas mi mano y no saltas, vas a volver a ser feliz.


El nombre de ella era Inoue Orihime, tenía cabello naranja, ojos grises y un rostro precioso, una joven hermosa, pero era triste como las flores que se marchitan en el invierno y sola como el sol en un cielo sin nubes, sin una luna que encontrar.

—Tú…realmente no querías saltar, ¿cierto?

El nombre de él era Kurosaki Ichigo, cabello naranja, ojos color marrón, un ceño que estaría fruncido posiblemente para siempre, pero una presencia que es cálida y reconfortante como chocolate caliente en tiempos de frió y sentimientos tan bellos como las estrellas en el cielo nocturno de un desierto.

—Si quiero hacerlo, es solo que me da…mucho miedo.

—Es realmente terrible escucharte decir esto.

Orihime ya no estaba parada sobre el borde ni cerca de él, ahora su espalda estaba sobre la pequeña estructura que se había hecho para la entrada a la azotea. Bajo su sombra, ella tenía la cabeza hundida entre sus rodillas, fuertemente abrazadas contra su agitado pecho. Levanto la cabeza solo lo suficiente para que su nariz quedara sobre sus rodillas y poder hablar.

—Mentira, ni siquiera me conoces, solo estas siendo amable contigo.

—Te conozco más de lo que crees, Orihime.

Eran extraños que acababan de conocerse, sin embargo, él ya la llamaba por su nombre y le pedía que se dirigiera hacia el con su nombre de igual manera. Justo ahora, él tenía una mirada en su rostro que Orihime no pudo ver por mucho tiempo, era demasiado tierna y triste a la vez, las cejas se le curvaban hacia arriba y sus ojos brillaban como si fueran iris hechos con la luminiscencia sol. Y esos ojos de fuego eran los que ahora la miraban sin parar.

—Dijiste…— le costó hablar, el nudo persistía en su garganta—. Tú dijiste que si no saltaba volvería a ser feliz, pero sigo sintiéndome igual de mal que antes. Lo prometiste, de hecho.

—Tranquila, esto no es magia, es la vida y es difícil. Dije que serias feliz, pero con mi ayuda. Veras— Ichigo se puso de pie, sacudiendo el polvo de su ropa—, al tomar mi mano has hecho un trato conmigo, el cual consiste en que no saltaras de ningún borde de ningún edificio. Te reunirás conmigo aquí mismo en el techo de la escuela, serás honesta conmigo, harás un esfuerzo en hacer lo que te pido y a cambio de todo eso y más, yo prometo ser tu escudo protector, el que te devolverá tu felicidad.

— ¿Y cómo piensas hacer eso? Que yo sea feliz de nuevo.

—No lo sé, Orihime—le respondió él, colocando su mano detrás de su cuello—, pero te he hecho una promesa y si hay algo que no me gusta romper a mí son los corazones y las promesas.

Y así de la nada se había formado una promesa que sería irrompible y seria el ancla de Ichigo en ese lugar.

Todos los días, al abrir la puerta de la azotea, Orihime se encontraba con Ichigo durante el recreo. A veces incluso se iba de casa para poder reunirse con él. Resultaba que la presencia de él en su vida, a pesar de que en ocasiones era extraña como una sensación de algo queriendo escarbar desde su interior para salir y ver la luz, era…agradable, casi como si él fuera fuego y se instalara en la frialdad del interior que había en el corazón de ella.

Los primeros días le preguntaba el motivo por el cual se veía orillada a saltar para despedirse de la vida y los primeros días ella no quiso contestar. Era una chica de un millón de capas, cadenas y candados. Por otro lado Ichigo era con el fuego y podía derretir todos sus aceros y llegar a su interior, hasta que un día ella cedió y hablo.

—Siento que todo es frio y derrumbes…y no sé cómo pararlos— cerró los puños sobre la piel de su rostro, rasguñando su frente hasta llegar a los pómulos; sufría demasiado—. Todo el tiempo siento que me duele mi pecho, que tengo un vacío, quiero llorar y no logro parar nunca. Odio esta ciudad, no conozco a nadie y a nadie le interesa conocerme y soy tan cobarde que yo no me atrevo a acercármeles. No tengo amigos, mi familia se desmorono como un castillo de arena. Mi hermano…— sus sollozos la cortaron, eran tan fuertes y tan tristes que Ichigo se vio tentado a abrazarla, pero solo le puso un brazo sobre los hombros—. Mi hermano era la persona que yo más quería en este mundo… ¡Y murió! Ya no está más conmigo, ya no es mi escudo de la vida, no lo escucho reír cuando digo algo gracioso, siento su ausencia cuando voy a la escuela y lo extraño como loca. Él era…él era… ¡Él era todo lo bueno de mi vida y lo extraño tanto que me duele todo!

La intensidad de su llanto aumento tanto que comenzaba a gritar ahogadamente, las lágrimas mojándole las rodillas, el rostro empapado, su nariz escurriendo y su cuerpo sacudiéndose. Ella sufriendo y él también. Ichigo apretó sus dedos alrededor el hombro de Orihime, la acerco más a él y Orihime empapo su cuello de lágrimas. Los dedos se le agarrotaron en la tela de su camisa y lloro como nunca antes se había atrevido a llorar enfrente de alguien, con franqueza y todo el dolor del mundo. Ichigo finalmente la rodeo con ambos brazos.

—Yo…no quiero que llores más y si te quedas conmigo prometo que cuando llores, será solo por felicidad.


De pronto los días en la azotea se habían convertido en lo que ella más ansiaba todo el tiempo, eran como poner pause para rebobinar a tiempos tranquilos o estar en universo alterno donde experimentaba una extraña sensación de flotar en un espacio ingrávido e infinito y, además, se enamoró de él…o eso es lo que creía.

Al estar con Ichigo, al mirarlo o al tocarlo, su corazón palpitaba de una manera que no había experimentado antes, pero que aun así se sentía cálidamente familiar. Estar con él era como estar con alguien que había conocido en alguna vida anterior, si es que eso de la reencarnación era real.

Nunca había estado enamorada de alguien, así que no sabía realmente como se sentía el amor ni sus efectos. Sin embargo, lo que sentía ahora era algo tan diferente que inmediatamente pensó que se trataba de que, posiblemente, se estaba enamorando de él.

A veces soñaba con él.

La última vez que Ichigo apareció en su sueño, él era su novio y estaban en su vieja escuela, la de su antigua ciudad antes de mudarse a Karakura. Estaban sus antiguos amigos de su antigua escuela, Sora estaba vivo y su familia estaba contenta. Ella era muy feliz. Normalmente solía tener pesadillas o simples espacios en negro que duraban toda la noche, pero ahora solo tenía sueños donde era feliz estando con su familia y con Ichigo. Y cuando despertaba, siempre se encontraba en la azotea de la escuela con Ichigo a su lado; ya fuera recargada en la pared, acostada en el piso o con su cabeza apoyada en el regazo o el hombro de Ichigo. Ella siempre despertaba con él a su lado y a tiempo para escuchar la campana sonar.

—Tienes que irte— le dijo Ichigo, sacudiéndola suavemente su hombro para que terminara de despertar; estaba vez ella tenía la cabeza recostada sobre sus rodillas—. Llegaras tarde a clase

—Da lo mismo si voy o si no voy— murmuro Orihime, encogiéndose, negándose a abrir los ojos; quería soñar más y estar con Ichigo por más tiempo, mucho más.

— ¿Qué dices? Claro que no da lo mismo. Tienes que estudiar y todo eso.

—Si los estudios y las buenas calificaciones son clave para tener futuro, entonces el mío se ha quedado atrás desde hace mucho tiempo— finalmente se despertaba. Abrió los ojos y empujo su cuerpo contra la pared, abrazando sus piernas y ocultando la cara entre las rodillas.

—No te va bien en la escuela, ¿cierto? — comprendió Ichigo finalmente—. ¿Qué tan mal te está yendo?

Pasaba tanto tiempo queriendo hablar sobre ella, sobre su familia y sus pesares, pero jamás paso por su mente preguntarle por la escuela.

—Estoy a punto de reprobar el año.

Ichigo se puso de pie.

—Puede arreglarse.

—No, Ichigo. Es muy difícil.

—Sí, sí se puede. Tendrás que hacerlo o…— dudo, no supo que decir, así que mintió —. O ya no poder reunirme aquí contigo nunca más.

Orihime levanto la cabeza rápidamente, un ligero gemido escapando involuntariamente de sus labios. No quería perder a Ichigo, ni esos días en la azotea, tampoco las pláticas y menos las sensaciones que tenía cuando estaba con él.

—Por favor…no, eso no.

—Entonces estudia y podremos seguir viéndonos.

—De acuerdo, lo hare— ella asentía enérgicamente con la cabeza, la voz casi perdida en algún lugar de su cuerpo asustado y su mirada le rogaba. Ichigo se sintió mal por haberla hecho pasar por aquello.

—Yo te ayudare, ven a la azotea y estudiaremos juntos.

—Juntos, si— sonrió ella.

Definitivamente estaba enamorada de él.

FIN.


Si llegaron hasta aquí, gracias por leer mi nuevo fanfic :D *lanza confeti al aire*

Espero y les haya gustado este pequeño adelanto de esta pequeña historia que lleva más de un año (o quizá incluso dos años) en mi computadora. Este es, sin duda, una de mis historias favoritas y espero que les guste tanto como yo disfrute escribiéndola :)