Disclaimer: NInguno de estos personajes son míos, sino de nuestra reverenciada JK Rowling.
Aclaración Importante: Como podréis deducir me he pasado las edades reales por el forro porque si no, no podría escribir lo que quiero. Así que la cosa está así:
-Teddy: 7º
-James, Victoire, Lorcan y Érica: 6º
-Albus, Rose, Scorpius, Stella, Lysander y Francis: 5º
-Lily, Hugo y Fred: 3º
Sonrió por el simple hecho de existir.
No es que su ciática ya no le doliera, ni que no se hubiera percatado de que sus pasos se habían vuelto más lentos que de costumbre, ni siquiera le dio importancia a sus diarios "¿cómo dices?". No. Estaba viva y después de dos guerras, una ascensión, un ataque a la escuela de magia y hechicería más segura que existía y la muerte de decenas de amigos y compañeros, podía considerarse verdaderamente afortunada. Ella vivió dónde magos más ilustres y poderosos perecieron.
Minerva McGonagall se levantó, puntual como un reloj, a las cinco y media en punto y empezó a vestirse de forma automática. Para esa mañana eligió una túnica color granate y su habitual sombrero negro, se aseó un poco, bajó a su despacho para arreglar los primeros papeles de la mañana y no se sorprendió al encontrar una taza de café humeante sobre su escritorio.
-Buenos días, Minerva –le llegó una voz desde la pared. Ella levantó la vista para toparse con una sonrisa afable y unos ojos azules tras unas gafas de media luna.
-Buenos días, Albus. ¿Alguna novedad en el frente? –era curioso como aquellas dos frases se habían convertido en una rutina obligatoria desde que ella ocupara aquel despacho.
-Lo de siempre -¡Cuánto echaba de menos aquella voz real! –Según me ha comentado el caballero Lincengot de la tercera planta, últimamente hay bastante ajetreo nocturno en la torre Ravenclaw.
Ella meditó un momento antes de contestar.
-¿Y cómo es que Lincengot sabe eso si su cuadro queda muy lejos de la sala común de Ravenclaw? –preguntó con el ceño fruncido.
-Bueno, ya sabes que a mí no me gusta ser indiscreto en esa clase de temas.
-No. Supongo que no. –suspiró. –Trataré de averiguar qué pasa.
-Son adolescentes, Minerva. Eso es lo que les pasa.
oOoOoOoOoOoOoOo
Si hay algo que puede afirmarse sin error a equivocarse, es que en el mundo mágico en general y en Hogwarts en particular, el apellido Granger siempre ha sido sinónimo de inteligencia, llevar la razón y un pelo castaño indomable. Hermione Granger dejó un puesto vacante que su hija no ha dudado en ocupar.
Rose Weasly Granger. La perfecta Rose. Toda equilibrio y autocontrol, orden y sensatez, o al menos así era antes de él. En cuanto se dio cuenta de sus sentimientos decidió tomar cartas en el asunto y cortar el problema de raíz. Ni siquiera se permitía pronunciar su nombre, ya había comprobado lo placentero que ese simple gesto resultaba. Y aunque le había costado prácticamente dos tardes de estudio, trazó un planning perfectamente coordinado y puntualmente exacto para evitar cruzárselo en cualquier cambio de clase. Y además por si todo esto no fuera suficiente, pensó, se fijó tres normas que cumpliría religiosamente a raja tabla:
1º No le mires.
2º No pienses en él.
3º No le desees tanto como para tener que usar la almohada para ahogar un grito de desesperación (o al menos, no otra vez).
Todo parecía funcionar de maravilla. Él fingía no darse cuenta de que la muchacha últimamente lo evitaba de forma descarada y ella simulaba no percatarse de aquel par de ojos castaños taladrándola desde el otro lado de la mesa Gryffindor, hambrientos, rabiosos, depredadores.
Sin poder soportarlo más, Rose se levantó de la mesa dejando su desayuno prácticamente sin tocar, se excusó con sus primos y enfiló el pasillo al aula de Pociones. Aún faltaba media hora para el comienzo de la clase, pero en aquella aula fría y vacía estaría segura. O al menos eso creía.
Por poco… , pensó.
Se sentó en un taburete en primera fila y soltó de una sola vez todo el aire que llevaba aguantando desde que le vio entrar en el Gran Comedor. Tan condenadamente imperfecto, con su escoba en la mano y rodeado de sonrientes barbies de las distintas casas… si sólo ella pudiera…
¡DEJA DE PENSAR EN ÉL!
Furiosa consigo misma, cerró los ojos con fuerza y se golpeó en la sien como si con ese estúpido gesto pudiera aliviar la quemazón que se iniciaba en su estómago y pronto se trasladaría al resto del cuerpo.
-Yo de ti no volvería a hacerlo… ese cerebrito que tienes puede que sea una de las cosas más valiosas que tienes.
Las funciones motoras de Rose dejaron de funcionar en el preciso instante en el que escuchó su voz. ¿Qué hacía él allí? ¿La había seguido? ¿Por qué? Y lo más importante… ¿cómo era posible que su plan de "no tropezarse con él más de lo estrictamente necesario" hubiera fallado de forma tan estrepitosa?
Se maldijo a sí misma, a su mala suerte y los dioses budhú de la Muerte que Trelawney tanto se jactaba de conocer.
Durante aquel escaso momento de silencio incómodo meditó qué sería lo más sensanto, si farfullar un rápido y elocuente "se me olvidó una cosa en la biblioteca" y salir pitando de allí o ahorrarse tantas estupideces de palabras tontas que al fin y al cabo él ni oiría y salir de allí como alma que lleva el diablo. Se decantó por la segunda cuando un cuerpo fuerte de más de un metro ochenta se interpuso entre ella y la puerta de salida.
-¿Ahora además de muda también eres sorda, Rose? –el aparente enfado que aquella voz masculina reflejaba la sacó de su ensimismamiento.
-¿Qu… qué? –respondió ella casi sin voz.
-Creía que habíamos quedado en reunirnos en la lechucería ayer a medianoche. Estuve cerca de una hora esperándote, ¿no te llegó mi carta?
Las mejillas de la muchacha se encendieron. De repente el suelo del aula había adquirido una importancia vital para ella y su frágil y casi –solo casi, se animó–inexistente vida social. Hacía un par de semanas había llegado a una irrefutable conclusión: si alguien en Hogwarts llegaba a saber que ella, Rose Weasly, había estado a menos de dos metros de Ted Lupin, el popular buscador y capitán de Gryffindor y además novio de Victoire Weasly, la tres veces consecutivas nombrada la bruja más deseada de toda Gran Bretaña por la revista Bruja Adolescente en primer lugar y su prima en el segundo, estaba perdida. Por eso había tomado una drástica decisión, aquello tenía que acabar.
-Mi carta… -la miró directamente a los ojos y ella le esquivó la mirada.
-Sí, sí me llegó.
-¿Entonces? –Rose se encogió cuando él elevó la voz.
-El Profesor Longbotton nos había mandado unos ejercicios sobre La Phileas Chillona e iba muy retrasada. Así que me quedé en la sala común…
Ted golpeó la mesa con su puño.
-¿Sabes el frío que hacía? Y para colmo luego tuve que estar dos horas frotando mi túnica para quitarme la mierda de esos bichos de encima. Dios Rose, ¿sabes los esfuerzos que tengo que hacer cada día para resistirme a Victoire o al grupo de chicas que…
-Líate con ella –soltó de sopetón esperanzada. Quizás ahí estuviera su escapatoria. –O con ellas, me da igual. Tú por tu lado, yo por el mío y aquí paz y después gloria. Chimpún.
Ted la cogió del brazo cuando a penas le faltaban un par de pasos para salir de la mazmorra. Ella se giró y lo vio allí, con su pelo azul y despeinado, sus ojos grises y esa mirada atónita e incrédula.
-¿Estás de coña no? –aumentó la presión. -¿Por qué ahora?
-Teddy suelta, me haces daño.
-¿Pasa algo, Rose? ¿Te está molestando?
Los dos chicos se sorprendieron ante la nueva voz. Allí, bajo el marco de la puerta, Scorpius Malfoy con su pelo rubio cortado a la última moda y más libros entre sus brazos de los que eran físicamente posible sujetar con solo dos manos, los miraba atentamente esperando la respuesta de la niña. Cuando no llegó, se acercó a ellos y miró escéptico el brazo del Gryffindor sujetando el de Rose.
-Lárgate Malf…
-Ted solo venía a darme un recado de parte de James –le interrumpió ella, lo que menos le convenía ahora era crear un espectáculo de testosterona con la clase a punto de llenarse de adolescentes hormonados y cotillas. -¿Verdad? –le miró suplicante y vacilante él le soltó del brazo.
-Sí. –dijo secamente. Se fue hacia la puerta y en el último momento añadió: -En la lechucería, a las diez. Solo va a esperarte cinco minutos. Allá tú si vas o no.
Y sin más se fue.
-¡Por Merlín! ¿Qué demonios le pasa a ese Gryffindor en la cabeza? ¿Estás bien? –Rose notó la preocupación en la voz de su compañero, mientras éste tomaba asiento junto a ella. –La próxima vez yo evitaría volver a quedarme a solas con él. Se ve que no debe sentarle demasiado bien que los Slytherin vayamos los primeros en la liga de quidditch. Idiota.
Rose se arrebujó más en su taburete estirando sus pergaminos y descorchando la tinta frente a ella, a medida que las mazmorras iban llenándose cada vez más de Slytherins y Ravenclaws.
-Toma –le dijo Scorpius tendiéndole algo en su mano derecha. –Te la dejaste en la sala común. Hoy hace frío.
Rose cogió su bufanda esmeralda y plata y sonrió a su amigo.
-Gracias.
oOoOoOoOoOoOoOo
El curso acababa de comenzar. Un largo y caluroso verano en La Madriguera para todos los nietos Weasly, había dado paso a un taciturno y bastante más frío que otras veces otoño en Hogwarts. A todos los pelirrojos les ha costado bastante volver a acostumbrarse a no despertarse y salir disparados para el baño derribando a cualquiera que se encontraran en el camino. Gracias a Merlín, ningún incidente pasó de un hombro fracturado. Es más, aún hoy, tres semanas después de haber llegado a la escuela, siguen acudiendo al Gran Comedor varita en mano y dispuestos a lanzar una maldición al primero que cogiera un muslito de pollo que no debiera. Por eso no es raros que ellos sean los primeros en la mesa Gryffindor.
Bueno, quizás no a todos.
-¿Qué tal el fin de semana? –Rose estaba tumbada bajo un enorme sauce llorón junto al lago, con la cabeza apoyada en las piernas de Scorpius. Ninguno de los dos había ido al Gran Comedor, dudaban que algún Slytherin lo hubiera hecho, sobretodo después de la fiesta que anoche prepararon las hermanas Zabini.
-Ya conoces a la abuela Narcissa. Pellizcos en las mejillas, marcas de carmín en la frente y muchos –el chico agudizó su voz. –"mi pequeño Scorpius, ¡cuánto te pareces a tu abuelo!
La niña esbozó una sonrisa.
-Debió ser un hombre muy guapo –dijo casi sin pensar. –Es decir… -Scorpius se mofó de su incomodidad. –Bueno, no es un secreto que era un tío bueno. Dicen que estaba como un tren, por muy cabrón que hubiera sido.
Él se rió a carcajadas y ella, con las mejillas rojas como tomates, le dio un puñetazo en el hombro. Rose se irguió y el chico no pudo más que maravillarse por el efecto de la vergüenza en aquella cara salpicada de pecas. Junto con sus primos James y Albus, ella era una de las pocas personas con sangre Weasly en sus venas que no había heredado el pelo rojo fuego, sino un pelo castaño lleno de ondas que siempre llevaba religiosamente liso.
-Reconócelo Weasly, tienes la suerte de poder pasearte por los pasillos de Hogwarts con un, ¿cómo has dicho? –ahora le tocó el turno de imitar la voz de Rose – "tío bueno que está como un tren".
Rose entrecerró los ojos, buscando aquello que más le doliera.
-Ese pelo te hace parecer gay.
-Y tú… ¡¿QUÉ?!
El rubio se llevó las manos a la cabeza. Tenía un corte moderno, muy corto por detrás y con flequillo a un lado. Cada mañana se tiraba cerca de veinte minutos frente al espejo con tal de que cada pelo quedara en su sitio exacto. Aquello era lo peor que podría haberle dicho.
-Pues eso no es lo que me dicen todas –la desafió.
-¿Todas? ¿Las descerebradas que te siguen de un lado para otro? Por favor, si no reúnen ni media neurona entre todas.
-Cualquiera diría que estás celosa –Scorpius esbozó una sonrisa de medio lado. –Vamos Rose, sabes que hay Scorpius suficiente para todas.
La Slytherin se levantó del suelo y enfiló el camino de vuelta al castillo. El rubio no tardó en seguirla, riendo y susurrándole estupideces que Rose ni se molestó en comprender.
-Vale, vale. Ya paro, ya paro. –intentó refrenar las carcajadas pero no pudo. –Me encanta cuando te pones así. Estás tan mona.
Ese comentario solo sirvió para que la cara de la niña se sonrojara aun más. Rose entró en el Gran Comedor, seguida de un insufrible Scorpius riéndose de ella. De camino a la mesa Slytherin se topó con su hermano y su prima. Tan parecidos, tan pelirrojos, tan Gryffindors, tan… Weaslys que volvió a sentir envidia. Los saludó con un movimiento de la cabeza y siguió su camino.
-Cierra la boca rubiales –espetó cuando llegaron a su mesa. –o tendremos que salir en canoa de aquí.
-¿Te he dicho alguna vez lo graciosa que eres, Rose? –ahora ya sí que no reía.
-No, pero deberías.
La castaña se sentó entre las hermanas Zabini, Érica de sexto y Stella de quinto, su mejor amiga. Scorpius se sentó frente a ellas, sirvió zumo de calabaza en un par de copas y le tendió una a Rose, la otra se la llevó a los labios.
-¿Qué tenemos ahora? –preguntó cuando tragó el zumo que tenía en la boca.
-Defensa contra las artes oscuras –fue la escueta respuesta que recibió de Stella.
-¡Oh no! El profesor Nott otra vez, ¡no! Ese hombre es insufrible y me tiene manía.
-Quizás dejara de tenértela si dejaras de cuestionar cada palabra que dice, Malfoy.
-No todos tenemos la suerte de ser los favoritos de los profesores, "Weasly"
Una extraña sensación de ser observada recorrió la espina dorsal de la castaña. Antes de que buscara entre las mesas de quién podría tratarse, ya sabía la respuesta. En el lado contrario del comedor, unos ojos grises la taladraban sin tregua, furiosos. Rose se quedó de piedra ante la mirada de Teddy. Ella sabía que tenía todo el derecho del mundo a estar enfadado. La noche anterior le había vuelto a dar platón. Eso era lo correcto, lo que debía hacer, como debía terminar. Sí. Eso había quedado claro durante la larga noche mientras fingía estar pasándoselo bien en la fiesta en la sala común de su casa.
Pero entonces… ¿Por qué le dolía tanto el odio con el que él la miraba? ¿Las caricias que le regalaba Victoire a su pelo violeta? ¿Él apartando la mirada?
Su primo James la saludó.
-¡Rose! ¿Estás bien? –Stella tuvo que zarandearla para sacarla de su ensimismamiento.
-¿Eh? Sí, sí… perdona, ¿qué decías?
-Te preguntaba si vuelve a faltarte algo.
Rose tuvo que esforzarse para encontrar coherencia a las palabras de su amiga. Scorpius la miraba preocupado.
-Ahora que lo dices… sí. Creo que me han desaparecido unas –bajó la voz. –braguitas.
Stella ahogó un grito y la copa del rubio restalló contra la madera maciza de la mesa.
-¡Esto es demasiado Rose! Tenemos que hacer algo, decírselo a alguien.
-Scorpius por favor, baja la voz.
-Cuando se trataban de plumas o pergaminos, no dije nada. Creía que sería alguna chiquillada de los alumnos más pequeños y que se acabaría, pero esto ha tomado un camino que no me gusta nada. ¡¿Tus bragas?! Alguien se ha metido en tu cuarto Rose, ¿y sigues sin querer hacer nada? Puede ser peligroso.
La niña meditó un instante las palabras de su amigo. Tenía razón. Tenía que acabar con los robos o dentro de poco no tendría con qué vestirse.
Miró a la mesa Gryffindor.
-No os preocupéis. Pienso ponerle fin hoy mismo.
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