Voy a dejar esto para ir abriendo boca =)


Dislcaimer: Digimon no me pertenece.


~La diva y el divo~

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Sacudió el vaso con whisky frente a sus narices. El hielo era lo único que quedaba del líquido de placer había desaparecido hasta la última gota. Y la música todavía continuaba a sus espaldas. La gente miraba embobada hacia el escenario, con las copas medio llenas o vacías. Los cigarrillos consumiendo en sus dedos o ceniceros. Idiotizados.

Y todo por la cantante.

Una mujer que podría parecer ajena a él, indiferente a que le diera la espalda mientras cantaba. Nadie se había preocupado por él menos el camarero, que lo miraba con el ceño fruncido mientras esperaba por una segunda orden, claramente enfadado con que no echara un vistazo si quiera a su afamada cantante.

No.

Tampoco es que su traje llamara mucho la atención. Era normal que un aviador pasara la tarde en un bar cuando no tenía unas alas que pilotar. No es que él hubiera perdido sus alas. Tampoco es que le hubieran bajado de rango. Es que era un imbécil. Sí.

Era eso.

—Yamato, tienes que hacerlo. Es por un bien mayor.

Todavía sentía esas palabras clavársele en la nuca con presión. Si tan solo no le debiera un gran favor al General Taichi Yagami, otro gallo cantaría. Que él hubiera sido adiestrado en la zona secreta para ganar puntos no era su sueño. A él le gustaba volar, pasar las horas entre las estrellas y disparar a algún que otro energúmeno.

—Su voz es especial, Yamato.

—Me da igual que su voz sea especial —se dijo a sí mismo y dejó la copa sobre la barra—. Mis alas también son especiales, idiota Yagami.

El camarero le llenó de nuevo la copa y esperó la propina. Yamato apuró de un sorbo el líquido y se giró, dispuesto a enfrentarse con el que era su nuevo encargo.

Se le heló la sangre.

No era un hombre que pudiera negar que hubiera tenido amantes para resarcir sus necesidades. Disfrutaba del buen sexo: rápido, perfecto, protegido y si te he visto no me acuerdo. Pero a esa mujer no le importaría meterla en su cama varias veces, repetir y dejar hasta que lo dejara seco de ser necesario.

Tenía el cabello largo y caía en bucles por su espalda y caderas. Su vestido parecía sacado de un cuento de hadas, como si fuera la reina que llevara todo colgando y a la vez perfecto, —desde luego, no iba a preocuparse mucho de cómo era la moda más bien de cómo podría arrancarle la ropa —, y su rostro era la misma viva imagen de lo que quería en una mujer. Esos labios sensuales. Esos ojos inocentes y pícaros a la vez si es que era posible.

Ni siquiera parecía alterada pese a la pequeña gota de sudor que caía por su sien. Movía las pequeñas manos para enfatizar sus canciones y desviaba los ojos de comensal en comensal.

Cuando su canción finalizó en lugar de aplaudirla todos gimieron como si acabaran de tener un orgasmo en toda regla.

La mujer descendió del escenario y se acercó hasta su altura, guiñándole un ojo.

—El militar que me han enviado. ¿Verdad?

—Yamato Ishida —respondió ignorando su gesto—. Piloto.

—¿Piloto? —cuestionó sorprendida—. ¿Por qué me envían un piloto? Yo necesito…

—Es lo que soy —interrumpió antes de que armara un gran jaleo.

Ella no comprendía nada. No podía juzgarla.

—Vamos a tu camerino.

—Quieto ahí, guaperas —ordenó poniéndole una mano en el pecho—. Para poder entrar en mi camerino necesitaras algo más que una simple identificación de malos modos.

Se alejó y mientras Yamato no perdía campo visual de ella, llamó a alguien a quien no alcanzó a ver por el holovisor. Mimi Tachikawa regresó con sus andares provocativos y esa vez, le hizo un gesto para que le siguiera.

—Creía que costaría mucho más poder entrar en tu camerino.

—Quizás no tanto —respondió sin detenerse hasta la puerta marcada con sus iniciales en grande —. Pero al menos, eres el hombre indicado según Taichi Yagami.

—Vaya. Así que todo cuadra —bufó cerrando tras él una vez entraron.

—¿Sabes de qué o por qué has de protegerme?

—Sí —respondió cruzándose de brazos y apoyándose contra la pared.

Taichi le había dado un informe con lo necesario y aunque Yamato lo había leído de mala gana, se había enterado de todo lo necesario. Como por ejemplo, que su voz era exclusiva. Tenía una cualidad especial de curar una enfermedad nueva y extraña que había aparecido en el ser humano desde que había aventurado su vida a otras galaxias.

Era algo curioso, pero el gobierno no podía hacer oídos sordos a eso. Y Taichi había estado desesperado porque la protegiera. Primero pensó que podría haberse enamorado de ella y de ahí su ansiedad. Más tarde supo que la mujer que amaba estaba contaminada. Quizás fue ese el detonante que terminara convenciéndolo de moverse.

—Es horroroso —masculló ella desde detrás del biombo en el que se estaba cambiando de ropa—. Lo único que hago es cantar, nada más. No sé por qué se empeñan esos Digimon en atacarme.

Yamato desvió la mirada del biombo que apenas lograba ocultar las curvas de la mujer. Los Digimon eran seres especiales que aparecieron a medida que iban colonizando planetas. Al principio pensaron que estaban ocupando sus hogares, pero no, simplemente ellos procedían de otros lugares más lejanos. Algunos solía venir en son de paz, hablaban sus lengua con fluidez y hasta compartían detalles con ellos. Pero los militares siempre tenían que fastidiar todo queriendo gobernarles o atacando algo que desconocen.

Un científico llamado Koushiro Izumi había logrado crear armas que eran sumamente efectivas contra ellos y es lo que Yamato colgando del cinturón. Aunque las mejores estaban en su nave y eran mucho más efectivas.

La idea era llevársela por un tiempo hasta que los Digimon se cansaran de perseguirla. Si alguien preguntara por qué la querían, seguramente sería para asegurarse de que la humanidad no tuviera cura alguna. Con la vacuna muerta, todo era cruzarse de brazos y esperar.

—Por suerte, pude recurrir a Taichi. Nos conocemos de hace bastante. Tenía miedo porque la primera vez me encontré un Digimon que parecía una caca persiguiéndome por un callejón. En otro una especie de babosa me tiró excrementos. ¡Excrementos! ¡A mí!

Yamato rodó los ojos ante las exclamaciones de la diva. Cuando rodeó el biombo, bajándose el jersey rosa chillón pudo ver un pequeño pendiente brillando antes de perderse bajo la tela. Caminó hacia él.

—¿Qué ocurre? Yo también visto de paisano muchas veces.

—Nada —mintió—. Nos iremos en mi nave un tiempo.

—Mañana tengo que regresar para mi siguiente concierto. Estas personas se sienten rejuvenecidas con mi canción. No puedo ausentarme tanto tiempo.

Yamato apretó los labios, incrédulo y furioso a la vez. ¿De verdad no era consciente de lo que estaba sucediendo? Mimi Tachikawa hablaba muy en serio, mirándole desde su posición que, pese a los tacones, no le llegaba a la barbilla si quiera.

—Ya veremos ese tema.

—No. Tienes que prometérmelo.

—No voy a prometértelo porque no sé qué pasará. Que yo te esté protegiendo y cuidando no evitará que puedan atacarte mientras Taichi mueve sus piezas para salvarte el culo. Además, tienes que venir conmigo al centro militar espacial, donde te harán una serie de pruebas y…

—¡No soy un espécimen al que meter en una probeta!

Dio un respingo al escucharla, porque esa no era su intención.

—Yo no he dicho eso —se defendió.

Mimi hizo un mohín, cruzándose de brazos.

—Sonaba a eso.

—Coge tus cosas.

—No quiero —respondió—. Si las cogiera sería como si mañana no fuera a venir.

Yamato suspiró.

—Vale. Luego no digas que no te advertí.

La tomó de la mano. Pequeña, suave y delicada entre las suyas, callosas, grandes y nada cuidadas. La guió hasta el exterior y soportó sus protestas sobre el frio, sobre la tragedia de tener que volar y la subió a su nave.

No es que fuera la nave más impactante de la armada naval, pero tampoco esperó que se pusiera a criticarlo todo a diestro y siniestro.

—Los asientos son duros. ¿No tienes agua del tiempo? ¿Para qué son todos estos botones? ¿He de atarme el cinturón? ¿Sentarme en ese sillón sucio? ¿Cuántos gérmenes tiene esta cortina? ¿Cómo puedes respirar todo esto? ¿Cuánto hace que no limpias? No vayas a lanzarte a la velocidad de la luz sin avisarme, puede dañarme las vértebras o incluso despeinarme.

Yamato se hartó tanto que terminó encerrándola en su propio dormitorio y colocando el silencio en toda la nave con tal de no escucharla.

—Oh, genial —masculló cuando sintió la primera sacudida.

Levantó los escudos y miró hacia la pantalla donde mostraba los puntos pequeños amarillos. Los Digimon se habían movido rápidamente y no habían tardado en emboscarles. Pero no a su nave. No.

Antes de que tuvieran tiempo de enviar una segunda descarga, se lanzó a la velocidad de la luz.

Incluso habiendo insonorizado la nave, la escuchó gritar.

Taichi Yagami avanzó por el hangar hasta llegar a los gritos. Mimi Tachikawa siempre había sido famosa gracias a su voz y a su belleza y en ese caso, estaba usándola de maravilla para tirar trastos a la cabeza de su mejor piloto. Por un instante, se hubiera quedado observando entre bambalinas como la mujer le tiraba los trastes a la cabeza, pero no en ese instante.

—¡Basta!

Su voz resonó, autoritaria, y fue suficiente para que Mimi se detuviera y clavara la mirada en él. Infló los mofletes y se dio cuenta de que daría igual que fuera un representante de alto rango. Para ella siempre sería el Taichi con el que bebía unas copas y siempre reía a carcajada limpia mientras intentaba emparejarlo con toda falda viviente.

Cuando se lanzó a sus brazos con los ojos llenos de lágrimas le suplicó porque ejecutara a Yamato como si fuera el delincuente más buscado y con cargos irreparables. Por su parte, Yamato estaba totalmente dispuesto a olvidar el gran favor que le debía o estrangular a la mujer con sus propias manos.

Dio un rápido vistazo y vio que la nave había sufrido más percances exteriores y probablemente, por un ataque durante su llegada.

—Será mejor que vayas a ver a Jou, Mimi. Ese hombre seguro que te gustará. Es tu tipo.

Mimi infló los mofletes y le dedicó una mirada de odio al piloto, quien simplemente la ignoró.

—Cualquier cosa es mejor que estar aquí.

Yamato bufó y tras hacerle unas señas, Taichi supo que se lo encontraría más tarde en una habitación del hospital en concreto, inclinado sobre la mano de una mujer que no despertaba de su letargo.

Él mismo estaría al otro lado, esperando por los resultados.

Pero, para eso, necesitaban a la mujer que llevaba a su lado.

Continuará...


Notas autora:

Ruedi, preciosa, gracias por retarme con esta cosita. Tengo en mente que sean tres capis a lo sumo. Dos si puedo. Pero por ahora, aquí está para abrir boca =). Cualquier cosa, me dices =D.

Por si las dudas, sí, es Mimato xDD.