Disclaimer: Los personajes de Shingeki no Kyojin pertenecen a Hajime Isayama. Este Fanfiction es escrito sin fines lucrativos.
Advertencias: Yaoi (temática homosexual). Universo alterno. Palabras altisonantes.
Pareja: Levi/Eren o Riren
Notas del fic: Trozos de canciones de The Beatles. Historia montada en Londres y Liverpool. Se intercalan pasado y presente. Fic corto.
Cartas a ningún lugar
- 1 -
1965. Se deja oír el ruido de una locomotora contaminando los cielos de Londres, ciudad gris y fría, en plena temporada de lluvias.
El tren lucía dos palabras con claridad: "Destino: Liverpool".
Levi había dejado su empleo, como estaba por dejar Londres. No era culpa de nadie, él lo había querido así.
Necesitaba una ciudad más tranquila, más limpia. No sabía si era la edad —los treinta años que lo esperaban a la vuelta de la esquina—, el ajetreo, basura y ruido de la capital, o el hartazgo de una rutina que había mantenido religiosamente por casi doce años.
Era periodista.
Seguía la noticia todos los días. Nunca le habían importado las personas, los sucesos ni el mundo, pero eran sus herramientas de trabajo. Francamente, no fingiría atención en ninguno de ellos si no le pagaran por eso.
Se sentó en un vagón de primera clase, lejos de la ventana. No quería ver cómo la ciudad tan contaminada lo despedía.
Había pagado para ocupar un compartimento él solo: Sin aquellos niños ruidosos que las mujeres subían, sin la cháchara de éstas, sin los hombres discutiendo sobre cerveza, pipas y el dinero que les faltaba, quejándose de la crisis y el gobierno, como si eso fuera a remediar algo.
En aquel compartimento de tren, Levi Ackerman era un hombre lejano y solitario.
Que perdía día con día la esperanza de vivir.
… El mundo que lo contenía estaba hueco, era tan vacío e incoherente.
A veces se preguntaba por qué seguía ahí.
"Can't buy me love, love…"
—En tu honor, Jaeger.
Un chiquillo sonrió con el cigarrillo entre los labios, botando el humo con parsimonia, casi divertido al ver en la mano de su oponente un abanico de ases acertados.
Estaban jugando. Y Eren había apostado todo lo que tenía.
Lo poco que tenía, pero ése no era el punto.
En la mesa, Eren había colocado el reloj de oro que su padre le había regalado hacía dos cumpleaños —que había quebrado por accidente, pero todo estaba bien mientras el gordo no se diera cuenta—, su única pipa y todo el efectivo que tenía.
Todo en una partida de póker.
Por el lado de su rival, había unas cadenas de oro blanco que éste había apostado, algo de efectivo y un billete para un tren a Liverpool, de tercera clase, que partía en trece minutos.
—Mierda, gordo, eres bueno. —Murmuró el castaño, con una risita que brotaba entre el humo. El sombrero de Eren se agitó un poco con la carcajada, algo viejo y descosido, el mismo que había tenido durante cuatro navidades.
Era un chico humilde, con un aire de seguridad, rebeldía; pero, sobre todo, de frescura y libertad.
—¿Cuántos años tienes, niñato?
Eren no quiso responder.
Le hubieran quitado el cigarro en ese momento.
Así, se formó un silencio, apenas roto por el tocadiscos que despedía el nuevo éxito de los Beatles:
"… I don't care too much for money
Money can't buy me love"
—Dado que estoy a diez minutos de la estación, corriendo como loco descabezado… —comenzó Eren y, sonriendo, descubrió su mano de cartas a una cara que empalidecía— en honor a tu panza, flor imperial. Como dicen ustedes los ingleses, "winner takes it all" (el ganador se lleva todo).
Pero, cuando Eren se disponía a levantarse con su pantalón negro de tirantes y camisa blanca, fue detenido bruscamente por una mano venosa y enorme.
—Maldito chiquillo alemán —espetó el hombre, con fuerza—. Cuántos malditos ases hay en una mano. Hiciste trampa. —Determinó, gruñendo la observación.
La sonrisa de Eren se marcó.
—No, mi victoria fue justa. —Respondió el castaño— Te explico: Cuando no vienes de una familia rica ni eres bueno en la escuela, sólo tienes dos opciones en la vida: Aprender a cantar o aprender a jugar. Pero, cuando yo canto, suena a que están torturando a un gato… —torció la boca. —Entonces, ganar en el póker es mi única oportunidad de levantarme en un mundo tan gris como éste.
Sin embargo, el hombre refutó, inflando el pecho para lucir aún más enorme e intimidante.
—No. Los tramposos no se regresan con nada. —Indicó, con voz gruesa.
Eren se llevó la mano al pecho, adoptando un aire dramático.
Pero sus ojos verdes no se apartaban del botín de la mesa.
Tenía un plan.
Tal vez no el más original ni aprobado religiosamente, pero…
—Oh. Pues, a los malos perdedores, les pasa esto.
En ese instante, el chiquillo reaccionó como una tormenta.
Eren estiró el brazo agresivamente hacia la mesa, hacia todo lo que pudiera agarrar en un manotazo feroz, esperando quedarse con todo pero supo que algunos billetes se le resbalaron de los dedos. De súbito, se giró en un impulso y echó una carrera desquiciada, llevándose de un tirón su morral descosido —que era todo su equipaje—, uno que olía a una mezcla entre Berlín y los dos meses que tenía en Londres.
Conforme huía del bar, se oyeron gritos mezclados con maldiciones, pasos enfurecidos de botas enormes que se extendieron hasta la salida del pub, mientras Eren se tropezaba con algunos transeúntes en su escape enloquecido, sin mirar atrás.
En la carrera, Eren le sonrió al reloj en su mano, a las cadenas de oro blanco, a unas pocas libras… y al boleto de tren a Liverpool, mientras los bramidos del hombre explotaban en la escena, combinándose con las voces de Lennon y McCartney brotando del tocadiscos.
"She says she loves you
And you know you should be glad…"
—¡Paren! ¡Paren! ¡Falta un pasajero importante!
—Cállate, tercera clase. —Espetó un hombre de traje, arrebatándole un boleto arrugado y manchado de sudor a un muchacho desgarbado y con el pelo revuelto, uno que despedía un olor amargo a tabaco.
Eren torció la boca, con reprobación.
—… Pensé que los que trabajaban en el tren debían tener nociones de amabilidad- —se quejó Eren, mientras el hombre examinaba su permiso migratorio, aventándoselo cuando acabó.
—No fui a la clase de ese día, niño, y con mocosos mediocres como tú no me dan ganas de improvisar. Debiste robártelo. —Murmuró, con ojos despectivos sobre el boleto.
—… pero, mientras no lo puedas probar, debes dejarme subir, ¿eh?
El hombre sólo se hizo a un lado, con desagrado, contemplando el morral de Eren en proceso de descoserse.
En los sesentas, tomar un tren a otra ciudad era casi un lujo.
Aun para la tercera clase.
Pero, a pesar de los malos tratos y la frialdad de los ingleses, la sonrisa de Eren se mantenía imperturbable.
Si el mundo no sonreía, lo haría él. Así, al menos, tenía la impresión de que el mundo era menos oscuro.
Un hombre panzón que apestaba a queso vomitó en su compartimento.
Ésa no fue la bienvenida más cálida para Eren, cuando entró al departamento del vagón dispuesto a ocuparlo.
Había visto el "regalo" de su compañero y se había dicho internamente: "Esto no apesta", "yo también lo hago", "en algún universo esto debe ser sensual".
Luego, una rata le había mordido el pie.
"No me duele", "es que tiene hambre", "¿y si me duermo y se me sube a la cara?".
Después, una amiga de la rata y la susodicha empezaron a morderle la punta del zapato.
"Mejor, así entra ventilación", "de todos modos, están muy calientes estas botas"…
Luego, los roedores determinaron que el pantalón de Eren era un túnel interesante por explorar y se asomaron por su pierna, arrancándole un melodioso:
—¡La puta madre que te parió! ¡Se me metieron! ¡Me va a dar una puta tifoidea! ¡Carajo, me lleva el carajo!
Ésa fue la huida de un vagón más marica que hubiera existido en la historia de los trenes de la humanidad.
—Tiene que haber otro lugar.
Había algo que Eren no sabía.
Y eso era que la tercera clase no tenía derecho a negociar.
El uniformado reprimió una sonrisa burlona, mas su tono lo delató:
—¿Qué tiene de malo ese lugar? —Preguntó el hombre, aunque la verdadera incógnita era "qué no tenía de malo". Él mismo se preguntaba cómo alojaban seres humanos en los espacios de tercera clase. Más aún por varias horas, hasta llegar a otra ciudad.
Pero había gente que lo soportaba, por falta de recursos y la necesidad de llegar.
—Bueno, por dónde empiezo… —soltó Eren, con una ironía enfurecida, casi teatralmente— para comenzar, me mordió una rata-
—A mí me suena que te saludó una prima.
Eren lo contempló casi mortíferamente, y agregó:
—… Luego, un gordo vomitó en mi asiento, así que tuve que moverme al suelo-
Y el hombre sugirió:
—Tenemos un violín a bordo para amenizar esa clase de historias.
Pero Eren escandalizó:
—Después ¡las ratas se me metieron en la ropa!
Enseguida, el hombre opinó:
—Parece que necesitaremos un chelo-
—¡Basta! —Rugió el castaño— ¡Es su trabajo! ¡Haga algo!
—… Claro: Bájate en la próxima estación —las pupilas de Eren se contrajeron—… un "tercera clase" como tú no tiene voz para exigir comodidades.
Y Eren recurrió a las tres respuestas por excelencia para ese tipo de confrontaciones.
—… Pues su tren está bien mierda.
Primera: El insulto.
—Me voy a cagar en un vagón y espero que usted se resbale con mi mierda y se rompa el cuello.
Segunda: La amenaza.
—Igual, yo dormiré en una parte del tren donde no hay ratas. —Se jactó el empleado.
Tercera y última…
—Pues la rata tenía la cara más bonita que usted.
… Burlarse de algún rasgo físico del oyente.
Aunque no era un simple oyente.
Era, más bien, una de las máximas autoridades en el tren.
—Desaparece de mi vista o te bajo en la primera estación que pasemos, "tercera clase".
El ceño de Eren se frunció peligrosamente.
Estaba tocando la armónica.
Afuera del área de descanso para empleados, sentado en un pasillo.
Habían pasado tres mujeres al lado del concierto y le habían dejado una moneda. No entendió el porqué. Eren sólo estaba entonando sus canciones de odio.
"Las rosas son rojas
Las violetas son azules
Y este tren es mierda
Y usted es mierda
Y me mordió una rata
Una rata de mierda…"
—¿Cuánto lleva este mocoso destrozándonos los tímpanos? —Preguntó uno de los conductores, quien había pensado en tomarse un breve receso del mando del tren.
Quizá no en el mejor momento.
"Una rata… que me dará tétanos…"
—No lo sé. —Indicó el otro, seriamente— Empezó a cantar en Reading, ahora atravesamos Oxford.
Mientras tanto, se oían las notas de la armónica al son de un blues de odio.
—… ¿Hay alguna manera de arrollarlo con el tren y que parezca un accidente?
Mientras el otro meditaba su respuesta, se dejó apreciar un:
"Uuu… una rata… y su amiga… se me metieron en las bolas…"
—Preguntaré por radio a los de la base.
Acto seguido, Eren sintió un golpe en la espalda, el que cortó su concierto de tajo y le arrancó un: "¿Qué demonios?"
Y su voz murió en sus labios.
Todo era silencio ahí.
Sólo se oían los pasos de Levi cuando caminaba por el apartamento, los ruidos de cuando preparaba té, la cucharita cuando golpeaba la cerámica al revolverlo.
Y sus dedos cuando abría los sellos de las cartas.
¿Por qué las abría?
¿Por qué lo hacía, si no sabía quién era ese "Eren Jaeger" que las enviaba?
Pero ¿por qué éste sí conocía a Levi, y tan bien?
Mientras leía la última carta, se dejó oír una balada de los Beatles que se colaba por la ventana, la preferida de su vecina.
"If I fell in love with you
Would you promise to be true…?"
(Si me enamoro de ti, ¿prometes ser sincero…?)
Mientras la melodía daba vueltas por la cocina, sus ojos grises se paseaban por las letras.
Letras que trazaban recuerdos.
Letras de aquel "Eren" que no reconocía.
"Octubre 15, 1966
Fuimos a caminar a un muelle.
Te quedaste viendo las olas. Tus ojos tenían un tono de gris distinto; hermoso, pero melancólico.
Estabas pensativo, hablaste menos de lo común. El mar te ponía nostálgico.
Te llevé a un restaurante casi solitario. Te gustaban los lugares donde podías hablar sin alzar mucho la voz.
Tomaste un poco de vino y sonreíste.
Levi, no quiero sonar egoísta, pero deberías sonreír más seguido.
Es genial cuando sonríes. Es como si todo a tu alrededor se coloreara de repente.
Esa vez, decidí darte muchas razones para sonreír, dejártelas todas en las manos.
Creo que cada vez te adoro más.
No me faltes nunca.
Hasta siempre, Levi"
Tragó saliva.
Ojos grises clavados en el nombre.
Un nombre que no le decía nada. Letras que formaban palabras vacías de significado.
"Eren Jaeger"
Quizá era un loco con mucho tiempo libre.
Pero… ¿por qué las fechas no coincidían? No era como si "Eren" le hubiera escrito hace días, la semana pasada, o el mes pasado.
Las cartas eran de 1966.
Estaban en 1968.
Ésas eran cartas de hacía casi dos años.
Más que ser cartas nuevas, parecía que alguien se las estaba "reenviando"… Lucían gastadas. Leídas antes de que él lo hiciera. Eran cartas viejas.
Pero, si eran para Levi, sólo él tuvo que haberlas leído.
Sin embargo, ni siquiera recordaba haberlas visto.
En los datos del remitente, figuraban un "Eren Jaeger" y una dirección —por si la carta llegaba a perderse, supieran adónde devolverla—. Cientos de veces Levi había pensado en escribir de regreso. En preguntarle al fulano un muy explícito "qué diablos"; exigir que le explicara algo de lo que estaba pasando.
Se preguntó por qué, en la parte del destinatario, sólo decía "Levi Ackerman".
Ningún domicilio.
Nada más.
Pero, lo más incoherente, es que sí hubo una dirección escrita alguna vez, pero ahora estaba muy bien tachada, tapada por completo con rayones de tinta.
¿Cómo lograba el cartero dar con el domicilio de Levi, cuando sólo se veía su nombre y un montón de tachones abajo?
Desplegó en el comedor todas las cartas que se habían acumulado. Faltaban dos. Había tirado las primeras dos pensando que era el acoso de un pobre loco.
Veinticinco cartas ante sus ojos.
Levi se mordió el labio inferior, pensativo.
Todas las cartas para él, sin dirección…
Como cartas a ningún lugar.
Tras meditarlo seriamente por casi diez minutos, Levi tomó papel y pluma y escribió:
"Saludos, Eren Jaeger…"
Fin del capítulo 1.
Canciones citadas:
"Can't Buy Me Love" / "She Loves You" / "If I Fell" - The Beatles (1964).
.
Notas: Este fic tiene algo especial para mí. No sé qué es, pero me identifico con él a un nivel emocional.
Gracias a quien se tomó la molestia de leer.
Un saludo.
