N/A:
Holas, aquí de nuevo reportandome con un nuevo fic, que constara de cuatro capítulos. ¡Sí! ¡Mi cuento favorito, La Bella y la Bestia! Amo muchísimo esta historia, en especial la versión de Jeanne-Marie Leprince de Beaumont, que fue una famosisima escritora francesa (1711-1780) Este fic esta inspirado en su cuento, NO en el que realizó Walt Disney, que a pesar que me encanta, la versión de Madame Beaumont es mucho mejor.
Encontraran algunas palabras en francés, como el comienzo de los capítulos. Un, deux, trois et quatre. Eso son los números uno, dos, tres y cuatro respectivamente. Madame es señora, Mademoiselle es señorita y Mercier es señor o lord.
Pues no tengo mas que decir al respeto, aparte de que los que no hayan leído el cuento y sólo hayan visto la película de Disney, pues encontraran bastantes diferencias. Pues como ya dije antes, va a constar de cuatro capítulos de no mas de 3,500 palabras. Así que pronto tendrá actualización.
DEDICATORIA:
Este fic va dedicado a todas las personas que me han dejado reviews. Mil gracias por hacer mi vida tan maravillosa con su apoyo y su lectura. No saben lo feliz que me hacen .
DISCLAIMER:
Bleach no me pertenece, es propiedad de Tite Kubo-sempai. La Belle et la Bête (aka La Bella y la Bestia) es una obra "original" de Jeanne-Marie Leprince de Beaumont.
LA BELLA Y LA BESTIA
La Belle et la Bête
UN
Había una vez, en una apartada y pequeña aldea en el centro de Francia, un herrero, quien era sumamente famoso por sus hermosas y muy buenas espadas. Pero el herrero, cuyo nombre era Yushiro Ukitake, no era solo famoso por ello, sino por tener como hijas a las tres doncellas más hermosas de la aldea. No había un padre más orgulloso que él, porque sus jóvenes doncellas eran las chicas más aclamadas para contraer nupcias en el lugar, desde duques hasta comerciantes y soldados solicitaban sus manos, pero el hombre adoraba tanto a sus hijas que se negaba a entregar la manos de alguna de sus hermosas 'joyas'.
Su primera hija, su primogénita, lo era Rangiku. La joven mujer era distinguida entre todas por su voluminosa y rubia cabellera, y por sus ojos azul cielo. Rangiku poseía unas curvas femeninas envidiadas y deseadas por muchos. La doncella siempre se encontraba molestando a los demás, con su particular (y muy pervertido) sentido del humor. La mujer siempre estaba bromeando de manera pervertida, haciendo que más de una mujer se sonrojara hasta los límites y logrando que más de un hombre tuviera severos sangrados nasales. La chica no le importaba mucho lo que dijeran los demás, ella era feliz siendo de esa manera, y sin duda alguna el pueblo lo agradecía, porque si no hubiese sido muy aburrido.
La segunda hija-y la adoptada desde que era una bebe recién nacida- era Rukia. La chica tenía una cabellera corta y negra, además de unos enormes ojos purpuras. Rukia podía ser pequeña en tamaño, pero era la doncella más valiente (y temida) en la aldea, además de ser una de los mejores espadachines de su pueblo (¡incluso los tres mosqueteros la habían solicitado como aliada!). La doncella no era del todo femenina, por lo general siempre estaba dando patadas directas al rostro o al estomago, o gritando, pero si algo podía hacer que la feminidad y su dulzura salieran a la luz eran sus amados conejos tejidos, sus amados 'Chappy's'. No había nada que Rukia amara mas (excepto su familia, claro está) que esos conejos, los que eran burlados por su mejor amigo Renji, quien era otro de los mejores espadachines de la aldea (además de estar secretamente enamorado de ella). Lamentablemente para Renji, cada vez que se burlaba de uno de sus conejos o alguno de sus dibujos, siempre debía visitar la clínica local para detener los sangrados en su nariz, o para calmar los dolores abdominales por las patadas recibidas.
La tercer y ultima-pero no menos importante- era Orihime. Si Rangiku era la luna, y Rukia las estrellas, Orihime era el sol de la aldea. Incluso los aldeanos se preguntaba si ella era un ángel caído del cielo. Su cabello era naranja, muy largo, sedoso y suave al tacto. Sus ojos eran grises, y sin duda alguna eran las joyas más hermosas que cualquier joyero desearía para su colección. Su piel era del color de la porcelana, además de ser suave y cremosa, y resplandecía cada vez que los rayos del sol le tocaban su piel, logrando el efecto que se viera inmaculada, perfecta… esto elevaba más su rango de ángel a diosa. Sin duda alguna ella era la perfección hecha mujer. Pero como bien dicen, nada es perfecto, y ella no era la excepción.
Orihime era dulce, pero demasiado ingenua (pensaba que en el pequeño jardín de una anciana mujer proveniente de Rusia vivían unos alienígenas); vivaracha, pero muy torpe (los alfareros le huían, porque cada vez que se encontraba con uno, más de un florero era destrozado por su torpeza); amigable, pero muy soñadora (siempre estaba imaginando unos duendecillos malvados color azul); inteligente, pero ilusa (el mundo era completamente bueno, no había maldad para ella).La chica amaba leer y vivir aventuras imaginables atreves de los libros. ¡Eran tan asombrosas esas historias! El príncipe que rescataba a la princesa enjaulada en lo alto de una torre, donde un terrible y hambriento dragón la resguardaba. Al final, el príncipe salva a la princesa, se declaran su amor y viven felices por siempre. Amaba esas historias, pero realmente, ella no deseaba ser esa princesa.
Orihime era diferente al resto de las chicas. Toda chica de diecisiete años deseaba ser una princesa, vivir en un cuento de hadas, tener un sinfín de vestidos de moda, y vivir feliz por siempre con su príncipe. Bueno, realmente esa parte final si la deseaba, soñaba con conocer a un chico, su gran amor y que por el resto de sus días fueran el uno para el otro, pero el resto… no. Ella deseaba ser libre, vivir aventuras, conocer el mundo, rescatar a los que necesitaban ayuda… no ser la princesa que necesitaba ser salvada por el príncipe las veinticuatro horas del día.
Pero a pesar de que para ella esos eran sus sueños, la realidad era dura. Cada vez que la chica comenzaba a hablar sobre sus sueños y metas, se llevaba las burlas de los chicos y chicas de la aldea, y las miradas de lastima de su hermanas. Los hombres solo la querían para una cosa, para que fuera su esposa. Claro, esos eran los chicos 'buenos' por que el resto solo la querían utilizar para una cosa… para tener sexo. Cada vez que Rangiku utilizaba esa palabra delante de Orihime o Rukia, ambas chicas se sonrojaba al extremo, y negaban la cabeza, mientras su hermana mayor se moría de risa.
Cierto día, el herrero-su padre- debía salir de la aldea, a comprar materiales para la fabricación de nuevas espadas. Antes de partir, el hombre se despidió de sus hijas y luego les hablo. —"Hijas mías, han de ser los tesoros más grandes que me ha otorgado Dios. Son hermosas"—observó a Rangiku—"valientes"—su mirada se dirigió a Rukia—"y son mis más preciados tesoros, mis soles"—contempló a Orihime con ternura—"es por eso que les pregunto que desean que les traiga del viaje. Pedir lo que queráis, que yo os cumpliré. —el hombre observo a su primogénita, quien dio un salto de alegría al saber que podría pedir lo que quisiera.
—"¡Oh padre! ¡Que Dios recompense su buen corazón!"— dijo con voz cantarina, para luego dar una vuelta-moviendo su voluminoso cabello rubio—"Yo os pido la gargantilla más hermosa que pueda encontrar. Que sea de oro y que brille como el sol, y que cuya belleza sobrepase al resto de las gargantillas del pueblo."— pidió Rangiku. El herrero asintió.
—"La gargantilla más fina y hermosa para la primogénita de mis tesoros, mi luna."— repitió sonriente. Cambio su mirada a Rukia, quien a pesar de estar muy alegre no lo demostraba como su hermana mayor.
—"Que Dios os pague por su gentileza, padre. Yo os pido una nueva espada, cuya empuñadura y agarre sean de oro blanco y que cada vez que la vea me haga recordar las estrellas."— pidió Rukia, haciendo una reverencia a su padre. El herrero sonrió.
—"Una espada de oro blanco para la valiente y más fuerte de mis tesoros, mi estrella."—afirmó el hombre. Cambio su mirada a la ultima—y su predilecta— hija.
Orihime se sonrojo y bajo su mirada.
—"Gracias, padre, por otorgaos la potestad de poder pedir algún regalo. Es usted muy bondadoso y Dios ha de pagarle con salud. Yo os pido la rosa más hermosa del rosal ante sus ojos, porque si es hermosa para usted, también lo será para mí."— dijo humildemente la menor de las chicas. Ukitake sonrió cálidamente, mientras que sus hermanas mayores rieron ante la ingenuidad y humildad de su pequeña y consentida hermana.
—"La rosa más hermosa, para el sol de mis tesoros. He de irme a realizar mi viaje. Cuidaos mis hijas, en una semana regresare con sus pedios."— dicho esto, el hombre de cabello blanco marcho.
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DEUX
El herrero cabalgaba de regreso, pero la lluvia había comenzado y debió buscar refugio, encontrando un amplio castillo en medio del bosque. Observando muy bien el edificio, Ukitake se percato de que parecía abandonado. El hombre entró al castillo y se encontró con una cálida chimenea encendida, mientras que en el enorme salón comedor se encontraba una cena servida. En el segundo piso, había una habitación preparada para un huésped. Aprovechando su buena suerte, el herrero paso la noche en el castillo. A la mañana siguiente-muy agradecido- salió del castillo y fue a montar su corcel, encontrándose con el jardín de rosas rojas más hermoso que había visto en su vida. Cuando lo vio, se recordó de su promesa a su hija menor, ya tenía la prenda y la espada de sus dos mayores, pero aun no tenía la rosa de su hija. Sin pensarlo dos veces, el hombre se aproximo para cortar una de las rosas, cuando una fuerte mano lo detuvo. Tembloroso se volteo, para encontrarse con un hombre con una enorme y terrorífica mascara en su rostro y con unos ojos negros e irises dorada; su máscara tenía dos cuernos y su cuerpo color marfil tenía varios tatuajes tribales y en el mismo centro de su pecho, había un enorme hueco-que permitía ver atreves de este lo que había en la otra parte. Ukitake jamás había sentido tanto miedo en su vida como en ese instante.
—"Te he otorgado comida y un techo, además de comodidad, y así es como pagas mi hospitabilidad. Robando una de mis rosas. Los ladrones no merecen vivir…"— rugió la criatura molesta, apretando mas su agarre en la mano de Ukitake.
—"No, por favor, se os suplico, Mercier (n/a: señor en francés). Tengo tres hijas y ellas necesitan aun de mi protección. Agradezco su hospitabilidad y jamás quise faltar a su honorable respeto, pero esa rosa era para mí adorado sol, mi hija adorada, quien humildemente me pidió una rosa, la más hermosa ante mis ojos-por que para ella todo lo que fuese hermoso ante mí, lo seria para ella, y yo jamás he encontrado flores tan hermosas como estas. Yo no me llevare ninguna de sus flores, mi hija es comprensiva y entenderá el que no haya encontrado una rosa para ella. Por favor, le suplico que perdone mi vida, Mercier." — suplicó el hombre, recordando la sonrisa de su adorada hija. Él no deseaba morir, porque si él moría, sus hijas quedarían desamparadas. Sabía muy bien que Renji cuidaría de Rukia y Gin de Rangiku, pero Orihime quedaría desamparada. Ella era demasiado inocente y él jamás se perdonaría que su pequeña callera en las manos de un mal hombre.
El hombre con la máscara de cuernos se quedo observando fijamente al hombre, para luego soltar su agarre. Sus ojos negros con irises doradas se mantenían sobre el herrero, para luego entrecerrar los ojos y acercarse al rosal y tomar entre sus manos la más hermosa de las rosas, rozando con delicadeza sus pétalos. Ukitake estaba sorprendido, ¿como una 'bestia' como esa podía tocar con tanta suavidad las rosas? No había forma de que lo supiera.
—"He de perdonarte la vida, pero has de enviar a mi castillo en dos días a tu hija menor. He aquí su rosa." — el hombre corto la flor y se la entrego al herrero. Ukitake sintió como su pecho se comprimía ante esas palabras. ¿Su Orihime? No, no, por el amor de todos los santos y de Santa Juana de Arco (n/a: una de las santas más importantes en Francia), no podían estar diciéndole esto. Su pequeña princesa no debía pasar por esto.
—"No por favor, Orihime no. Se lo suplico, Mercier, ¡mi hija no!"— suplicó el herrero. El hombre lo fulmino con su mirada de irises doradas. Ukitake sentía como su enfermo cuerpo temblaba ante la fiera observación de aquel hombre.
—"La has de enviar, o yo me presentare y la traeré a la fuerza y jamás volverás a verla. Has de enviarla por las buenas, o has de pagar las consecuencias." — amenazó el hombre. Ukitake suspiro, sintiéndose derrotado para luego asentir. Su error lo iba a pagar su adorado sol.
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TROIS
Dos chicas-una de cabello negro y otra dorado- reían y observaban con alegría sus nuevas pertenencias. La doncella de cabello dorado no dejaba de observarse en el espejo, mirando su gargantilla dorada. Su hermana de cabello negro comenzaba a inventar poses y formas de ataque con su espada de oro blanco. Con una mirada melancólica, Ukitake observaba a sus hijas. Al día siguiente se cumplía su plazo, y aun él no se atrevía a decir nada.
—"Padre, ¿le ocurre algo?"— la hermosa voz de su princesa adorada lo hizo salir de sus pensamientos. El hombre sonrió, para luego negar la cabeza. Orihime se sentó a su lado, observando la hermosa rosa-que no parecía marchitarse-entre sus dedos, para luego llevarla a su nariz y olerla-por decima vez. Aquella rosa tenía un aroma distinto al resto, era como si además de tener su aroma de flor, tuviera otro ligero aroma, algo como menta y canela. —"Padre, puede confiar en mí."— dijo la chica, aun con la flor en su rostro.
Ukitake bajo la cabeza, colocándola sobre su mano. Ese gesto lo hizo lucir mucho más mayor de lo que era-sin mencionar que se veía mucho más enfermo de lo que realmente estaba. —Mi princesa adorada, el sol de mis días. He de confesar que por mi culpa, has de ir al castillo en medio del bosque y tendrás que vivir allí. Si no lo haces, el propietario vendrá aquí, y tendremos que pagar las consecuencias. Pero no os preocupéis. Yo no permitiré que nada ocurra…"—
—"No, padre. Yo iré."— Ukitake abrió su boca para protestar, pero los suaves y delicados dedos de la chica se posaron sobre sus labios. —"No, papá. Un trato es un trato, y yo iré. No tiene por qué preocuparse, no es problema alguno."— dijo la chica, sonriendo cálidamente a su padre, quien la abrazo con dulzura. ¡Solo Dios sabia como él amaba a su hija!
Al día siguiente, luego de despedirse, Orihime partió en su corcel-Tsubaki- hacia el castillo.
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QUATRE
—"¿H-hola?"— llamó Orihime, abriendo la puerta de madera del castillo. La chica mordió sus labios para entrar por completo al oscuro castillo. Con cierto temor, la joven comenzó a caminar hasta entrar a lo que parecía ser el salón principal. ¡Era hermoso! Pero necesitaba un poco de limpieza y flores, además de que se corrieran todas las cortinas para que los rayos de sol entraran e iluminaran todo en el salón. Orihime tomo la falda de su vestido verde y comenzó a caminar hasta las ventanas-cubiertas por unas pesadas y polvorientas-cortinas azules. Sus dedos rozaron las cortinas y abrieron levemente una de estas, provocando que pudiera ver los jardines del palacio. Para su mala suerte-y tristeza- no habían rayos de sol, todo lo contrario, todo estaba nublado y muy frio. No había ni siquiera rastros de que el sol estuviera oculto tras las nubes de color gris.
—"¿Dónde está el sol?"— susurró para sí misma, observando con cierta tristeza el sombrío y gris panorama. Parecía que todo en ese castillo estuviera cubierto por una densa melancolía, como si el sol y la alegría hubieran dejado de existir desde hacía mucho.
—"No hay sol. Desde hace mucho que no lo hay."— una voz fuerte dijo a su espalda. La voz no parecía tener emoción alguna y eso llamo la atención de la chica. Orihime se volteo lentamente, encontrándose con un… ¿Qué era? Poseía una máscara de cuernos, tatuajes tribales y un hueco en su pecho. Sus ojos eran negros y sus irises doradas. Para cualquiera que viera a sus ojos les daría miedo, a Orihime-desde luego que le habían provocado temor- le mostraron algo más… una suma tristeza y soledad. El corazón de la chica palpitaba fuertemente por el miedo, pero lentamente sus palpitaciones comenzaron a volverse normales. La princesa se quedo en silencio, aun observando fijamente al 'hombre' que estaba frente a ella. La joven de cabello naranja no pudo dejar de preguntarse qué le había pasado a ese hombre, porque ella jamás había visto a una persona así. Le provocaba miedo, pero también lastima (por que de seguro ese chico había tenido una vida dura), y era mucho más la ultima emoción que la primera, por eso se obligo a sonreírle, llevando sus manos a su espalda.
—"Ahh, yo soy Orihime, Mercier."— la chica hizo una reverencia, tomando entre ambas manos el final de su vestido verde e inclinando su cabeza y torso, observando el suelo. Este acto solo duro unos segundos, antes de que volviera su mirada hacia el hombre frente a ella, obligándose a solo mirar a sus ojos y no a su -¿doloroso?-hueco en el pecho. —"Ummm, usted es Mercier…"—
—"No tengo nombre." — dijo cortante el hombre, dándose la vuelta y dándole la espalda a Orihime. La chica lo miro sorprendida. La chica podía haberle tenido miedo minutos antes, pero ahora una gran curiosidad la había invadido. La princesa no solo era conocida por siempre estar soñando, sino por su gran curiosidad, que siempre la involucraba en problemas.
—"Imposible, Mercier. Todos tenemos nombre."— el hombre había salido del salón, seguido por Orihime, quien aun mantenía sus dedos enredados en su falda. El hombre-a pesar de aparentar que no le interesaba para nada la chica- estaba realmente curioso en como la chica lo seguía y continuaba hablando sin mostrar miedo alguno. Por lo general, sus propios empleados, le temían, pero esta doncella parecía ser diferente. —"Es algo normal y humano poseer un nombre."— dijo Orihime.
—"Yo no soy humano."— replicó el hombre. Orihime mordió sus labios. Si bien era cierto que ese hueco no era del todo humano, a Orihime él le parecía 'humano'. Quizás algo… extraño y terrorífico, pero humano al final de cuentas.
—"¿Mercier?"— preguntó Orihime. El hombre profirió un 'Uhh' sin ni siquiera voltearse a observarla. —"¿Usted respira?"— Por primera vez-desde que se habían encontrado minutos antes-el hombre se detuvo y se volteo, sus ojos le dejaban muy claro a la chica que él estaba confundido. Asintió ante la pregunta. —"¿Usted razona?"— un nuevo asentimiento. —"¿Puede pensar?"— otro asentimiento. Orihime aplaudió y sonrió radiantemente, como si hubiera descubierto algo sumamente impactante y que cambiaria la humanidad. El hombre la observo completamente perplejo. —"¡Pues es usted humano, Mercier!"— expreso feliz la chica. Si el joven hombre no hubiera tenido esa mascara cubriendo su rostro, Orihime hubiera podido observar con este fruncía su ceño y luego rodeaba los ojos, ante la actitud infantil de la chica.
El hombre comenzó a caminar de nuevo y llevo a la chica al segundo piso del castillo, escoltándola a una amplia y muy ordenada habitación. La chica quedo maravillada por un hermoso y alto espejo, con piedras preciosas incrustadas. La chica formo con sus labios una 'O'.
—"Esta será tu habitación. Puedes caminar por el palacio, pero no puedes ir al jardín trasero. ¿Entendido?"— preguntó el hombre, con voz cortante. Orihime asintió, con cierto temor debido al fuerte tono de voz utilizado por el hombre. Este se dio la vuelta para irse pero detuvo su paso cuando estuvo frente a la puerta. —"Ichigo. Mi nombre es Ichigo."— dicho esto salió de la habitación. Dejando una muy confundida Orihime.
Al menos conocía su nombre. Habían comenzado bien, ¿cierto?
REVIEW?
