Antes de nada, quisiera aclarar que este es el primer fic que escribo en muuuuuucho tiempo. Así que pido perdón de adelantado por los posibles errores u.u'. Y... en fin, como indica el título, será un UA de un par de capítulos con la pareja SasuSaku como protagonista, aunque también pueden caer algunos tintes NaruSaku; todo depende de cómo vaya según la marcha~.

Y creo que no me dejo nada ;P. Nos vemos más abajo.

Disclaimer: Naruto no me pertenece.


La lluvia… eso era algo a lo que nunca me acostumbraría en Londres.

Había amanecido con lluvia de nuevo. Un cielo encapotado, lúgubre y negro. Me había obligado a substituir mi agradable paseo hacia la universidad en una carrera desenfrenada tratando sin éxito de cubrirme la cabeza con una carpeta y la capucha de mi cazadora. No había sido un buen comienzo, definitivamente. Y provocó que llegara antes de tiempo, cuando las puertas del recinto aún permanecían cerradas. Maldije por lo bajo golpeando levemente la reja de hierro negro, como si ella tuviera la culpa de todo.

Estupendo.

Aunque, mirándolo por otro lado, ¿me importaba esperarme ni que fuera un par de minutos bajo la lluvia? No podía estar más empapada de lo que ya estaba. Así que, resignándome, suspiré y di una mirada circular a los terrenos de la universidad donde me encontraba. Mi universidad.

Recordaba, meses atrás, qué me había parecido aquel sitio. Una sola palabra: sombrío. Sombrío en sus muros de piedra y sus vallas de hierro oxidado, de un aspecto tan antiguo como la misma humanidad. En sus vastos terrenos de hierba grisácea y árboles alicaídos. Y sobretodo, en la edificación principal, más semejante a una inmensa catedral que a una simple academia. Imponente e inquebrantable, se alzaba en medio del recinto como un monstruo de piedra y cristal, coronado por torres cuyas agujas negras, afiladísimas, parecían alcanzar el cielo y punzarlo con su estructura vertiginosa.

Sentí un escalofrío. Sabía que nunca me acostumbraría a eso; a la sensación de que, cada vez que cruzaba esas grandes puertas, estaba entrando en una pequeña fracción del infierno en la tierra.

Sacudí la cabeza para apartarme esos pensamientos de la mente y mi cabello empapado desperdigó un par de gotas frente a mis ojos. Tiritaba. Observé mi reloj. Demonios, pasaban cinco minutos de la hora, ¿por qué aún no abrían?

Y, como si alguien hubiera oído perfectamente mis pensamientos, las enormes puertas metálicas se abrieron en aquel momento con una lentitud solemne. No me detuve a pensar si había sido fruto de la casualidad o no. Eché a correr hacia la facultad rezando para que no hubiera pasado suficiente tiempo bajo la lluvia como para coger un resfriado.

• • •

Me equivoqué, por supuesto.

En mitad del silencio reinante en la cafetería, mi estornudo sonó como un chasquido agudo que hizo que varias cabezas se volvieran en mi dirección. Me hundí un poco en mi silla y escondí la cabeza detrás de mi volumen de Anatomía I.

A esas alturas casi me había acostumbrado a aquellos silencios tensos, opacos, que solían formarse en cualquier rincón de la universidad, incluso en un lugar como la cafetería, que debería ser precisamente bullicioso. Fuera donde fuera, una atmosfera de gravedad reinaba tanto en los rostros de profesores y alumnos como en las mismas paredes de los pasillos y aulas. Desde el principio quise pensar que eso se debía a que la universidad seguía una doctrina religiosa muy arraigada, y todos saben que la religión valora el silencio y la seriedad más que cualquier otra cosa. Debía ser eso. Tenía que ser eso, recuerdo que me repetí constantemente. De no hacerlo, la diferencia entre mi anterior instituto en Tokio, siempre vivo y dinámico, y este paraje congelado en el tiempo me abrumaba.

Aunque existían las excepciones. Por supuesto.

—¡Sakura! ¡Buenos días, Sakura! ¿Cómo estás?

Suspiré audiblemente, aunque una pequeña sonrisa se me formó en el rostro. Una cabeza rubia acababa de entrar por la puerta de la cafetería y, ajena a las miradas de reproche que había despertado en los presentes, caminaba a largas zancadas en mi dirección hablando y gesticulando mucho.

—Buenos días, Naruto.

—¡Buenos días! ¿Has estudiado para el examen de anatomía? —dijo acercando una silla a mi mesa para sentarse.

Contemplé su ancha sonrisa y se me hizo imposible no corresponder con otra, aunque menos efusiva. Ante su pregunta señalé con una mirada el libro que tenía entre las manos. Él acercó su rostro al mío para ver lo mismo que yo. Silbó por lo bajo.

—¿Miología? ¿Ya llevas estudiada la artrología y osteología?

—Claro. ¿Cuándo sino? El examen es esta tarde.

—Esta… ¿¡tarde!

Naruto dejó caer cómicamente la cabeza sobre la mesa.

Reí por lo bajo mirándole de soslayo. Aquel chico de aspecto desaliñado y carácter aniñado había sido el primero en hablarme cuando llegué a la universidad; y aunque en un principio me había molestado el alboroto que sembraba a su paso y sus formas grandilocuentes, había terminado acostumbrándome a él. Y ahora era algo así como… ¿mi mejor amigo? No exactamente. Lo sería, de no ser porque…

Naruto asomó un ojo por un lado y este se dirigió, inevitablemente, a mi escote. Carraspeé con fuerza, molesta, y me ceñí discretamente la chaqueta al pecho. Él debió ver algo en mi mirada que le puso los pelos de punta, porque al hablar, pese a que sus ojos fingían una expresión inocente, en su voz había una mota de pánico.

—¿Qué? —exclamó una octava más alta de lo normal.

—Lo has vuelto ha hacer.

—¿El qué?

—¡Mirar dónde no debes!

Él se rascó la nuca y trató de suavizar su actitud con otra sonrisa, ahora un poco torpe. Yo sentía esa tan conocida sensación de indignación que me asaltaba cada vez que le descubría haciendo eso. Porque no había sido la primera vez.

Oh no, claro que no. Naruto tenía esa maldita mala costumbre que siempre me ponía de los nervios: mirar. Tocar. Y luego, disimular. A veces realmente terminaba harta de apartarle las manos de mi cintura a manotazos, de buscar su mirada acusadoramente cuando la de él bajaba más centímetros de los permitidos hacia mi cuerpo. No comprendía a qué venía esa impulsividad desbordante de no pararse a pensar unos instantes antes de hacer esas cosas. Quería creer que él era así con todas las chicas; sin duda, pensar que era un pervertido por naturaleza haría que el asunto fuera menos peliagudo.

Pero lo cierto es que, por lo que me habían dicho, sólo hacía esas cosas conmigo.

Eso siempre me instalaba un nudo en el estómago nada agradable.

De todos modos, ahora tenía cosas más importantes de las que preocuparme. Consulté el reloj que había colgado en la pared; las nueve menos diez. Faltaban diez minutos para que empezara la clase y no quería llegar tarde. Cerré el libro y empecé a recoger mis cosas rápidamente.

—Eh, eh… —Naruto me puso una mano en el hombro con ademán avergonzado—. ¿Estás enfadada?

Resoplé. ¿Lo estaba?

—Un poco.

—Sabes que lo hago sin querer.

—¿Qué voy a saber yo? —repuse con acritud—. Sólo tú eres el dueño de tus actos, no me vengas con tonterías.

—Sakura…

Me siguió a través de la cafetería y luego siguió pegado a mis talones en cuanto empecé a caminar por el pasillo. Me recordó lejanamente a un perro, un cachorro quizás, correteando alrededor de su amo tratando de llamar su atención. La comparación no consiguió arrancarme ni una miserable risa mental.

—Déjame en paz, ¿vale?

—¡Pero Sakura!

Su exclamación se oyó de un modo casi teatral en mitad del silencio reinante. De nuevo, varios ojos se pararon a mirarnos con curiosidad. A mí me asaltó una migraña que hizo que me llevara la mano a la cabeza para masajearme la sien. Pero él, ajeno a todo, siguió parloteando y excusándose.

Me rendí.

—Vale, sí, lo que quieras. Haremos como que no ha pasado nada, pero deja de gritar ¿vale? —accedí finalmente.

Él me exhibió una de sus sonrisas.

—¡Vale!

Sacudí la cabeza, incrédula para mí misma. Resulta inexplicablemente fácil hacer feliz a Naruto.

Hubiéramos seguido caminando por el pasillo con calma, o al menos intentándolo, si no hubiéramos oído algo tan brusco y fuerte que nos dejó clavados a ambos en nuestro sitio: un golpe. Uno que parecía haber sido producido al golpear un puño contra una mesa. Vino exactamente de al otro lado de una puerta que se encontraba a mi lado en ese momento, una que daba a un despacho. Me quedé helada cuando leí en el letrero el nombre.

Sra. Tsunade.

Nuestra rectora.

Tras el golpe, su voz se oyó como un rugido que rompió en pedazos la serenidad del aire.

—¡No pienso escuchar una sola palabra más, Sasuke! ¡Largo! ¡AHORA!

Me cubrí levemente los labios con la mano, horrorizada. Si el hecho de que alguien estuviera gritando en un recinto ya era algo completamente fuera de lo común, que fuera la propia rectora lo convertía en una situación completamente insólita. Eso fue lo que los demás debieron pensar también, porque a juzgar por sus expresiones habían esperado eso tan poco como yo. Incluso Naruto, que normalmente siempre iba perdido en su mundo, se había quedado boquiabierto mirando la puerta del despacho.

Y entonces, casi burlando la tensión que se había formado en el aire, esa misma puerta se abrió tranquilamente. Lo primero que atisbé a ver fue una mano grande, fuerte, y tan mortalmente pálida que fácilmente podía pertenecer a un cadáver. Empujó la puerta por el pomo y dejó entrever una figura que cruzó el umbral con una elegancia y estoicismo impropio de la situación.

Sentí un extraño vuelco en el corazón. No conocía a ese chico. O quizás debería decir… hombre. Resultaba difícil matizar su edad; tanto podía tratarse de un estudiante de último curso como de un profesor. Era increíblemente alto, tanto que tuve que alzar la cabeza para poder verle el rostro. Y esbelto; poseía una cintura estrecha y unos hombros anchos que, bajo la camisa y americanas con que iba vestido, le daban un aspecto de impoluto gran señor, de maneras correctas y contundentes, de gestos seguros y hasta cierto punto arrogantes. Sin embargo, no fue eso lo que me impactó más de él.

Fue su rostro.

Era tinta y mármol en esencia, una combinación tan contrastada que a simple vista ya impresionaba. Tinta en el cabello que, lacio, le caía a ambos lados del rostro como cortinas de satén. Mármol en la piel, fina pero aparentando una dureza que le quitaba cualquier matiz delicado. Labios delgados, blancos como el papel, y nariz roma. Ojos hundidos bajo unas tupidas cejas negras, pequeños y escrutantes, que parecían tener la habilidad de penetrar hasta la más profunda molécula de tu ser con sólo darte una ojeada. De una mirada intensa hasta lo imposible. Aquel desconocido poseía unas facciones que parecían cinceladas como las de una escultura, como si el más experto artista se hubiera dedicado a pulirlas hasta eliminar cualquier atisbo de imperfección. Simétricas, perfectas, tan armónicas que no parecían humanas.

Sí… tanto que no parecían humanas.

¿Sasuke, se llamaba…?

Con la misma indiferencia que se dedica a una multitud de anónimos, se abrió paso esquivándonos a mí y a Naruto sin siquiera dirigirnos una mirada. Ambos le vimos alejarse con distintas emociones en el rostro; Naruto, lleno de rareza, como si acabara de toparse con alguna especie extraña de insecto exótico. Yo, como si…

Como si…

—¡Mierda! —la exclamación de Naruto fue tan súbita que provocó que diera un respigo del susto—. ¿Has visto qué hora es? ¡Vamos!

Y sin esperar respuesta, me tomó de la mano con la suya de grandota y tiró de mí pasillo abajo casi arrastrándome, en dirección contraria a la que había tomado el llamado Sasuke. En parte lo agradecí, ya que estuve segura de que, si dependía de mí, podía haberme quedado paralizada ahí, como en trance, varios minutos más. Quizás horas. Sin respirar ni oír nada, sólo alimentada con el fugaz recuerdo de aquel rostro.

La pregunta era, ¿por qué?


Gracias por leer. Las críticas constructivas serán bien recibidas :).

Somi~