Disclaimer: La historia no me perteneces, es propiedad de Laura Lee Guhrke, una adaptación de su libro; Y entonces él la besó, en el mundo de Naruto, cuyos personajes tampoco son de mi autoría, sino del mangaka Masashi Kishimoto. Personalidades un poco OoC
Argumento
Hinata Hyuga siempre ha soñado con difundir sus conocimientos sobre etiqueta por todo Londres. Por eso, desde que comenzó a trabajar como secretaria para el editor más importante de la ciudad, el vizconde de Uchiha, ha intentado que éste publique sus artículos. Cuando Hinata descubre que el señor Uchiha jamás ha leído ni una sola línea de sus escritos, decide renunciar a su puesto en la editorial sin previo aviso.
Con su marcha, no sólo deja el negocio de Sasuke Uchiha sumido en el caos más absoluto, sino que también pone en entredicho la reputación del vizconde. Hinata se merece una lección, y Sasuke está dispuesto a dársela. Sin embargo, un solo beso de ella prende el fuego que arde tras la aparente frialdad de su secretaria.
¿Logrará Sasuke que Hinata se salte las normas por una vez?
CAPÍTULO 1
Trabajar para un hombre atractivo es como recorrer un camino lleno de obstáculos. A todas las señoritas solteras que se hallen en tal situación, les recomiendo un firme carácter, un corazón inquebrantable, y pañuelos, muchos pañuelos.
Señora BYAKUGAN
Consejos para señoritas, 1893
—¿Por qué? —exclamó entre sollozos esa exótica mujer de melena negra, ataviada con un traje seda naranja—. ¿Por qué me hace esto?
La señorita Hinata Hyuga no se atrevió a responder a esa pregunta. Práctica como siempre, se ahorró saliva y buscó otro pañuelo. Se lo dio a la mujer que estaba frente a su escritorio sin decirle ni una palabra.
Amayo Tsuki, la ahora ex amante del hombre para el que trabajaba Hinata, el vizconde Uchiha, cogió el cuadrado de tela que ella le ofrecía.
—Hemos pasado seis maravillosos meses juntos y, cuando ha llegado el lacayo que me traía la cajita, me he puesto muy contenta. Pero cuando he leído la carta que acompañaba el regalo, la carta en la que da por terminado nuestro amour. Mon Dieu! Cree que con joyas podrá curar la herida que ha infligido a mi corazón. ¡Es de lo más cruel! —Agachó la cabeza y siguió llorando teatralmente—. ¡Oh, Sasuke! —decía.
Hinata se removió incómoda en su silla y miró de reojo el reloj que tenía sobre el escritorio y soltó un disimulado suspiro que la chica que tenía en frente no notó. Las seis y media. Lord Uchiha estaba a punto de volver, y ella quería hablarle de su nuevo manuscrito antes de que se fuera a la fiesta de cumpleaños de su hermana. Por lo que tenía que acabar aquel asunto cuanto antes.
Estaba segura de que pasaría por la oficina antes de la celebración. El regalo que ella había comprado para lady Izumi en su nombre seguía allí, envuelto y esperándolo. A no ser que el vizconde se hubiera olvidado por completo de la fiesta, cosa que era más que probable, lord Uchiha tenía que pasar a recoger el regalo antes de irse a casa.
Ésa sería su mejor oportunidad para hablar con él, pues terminada la celebración su jefe se iría a pasar una semana a su finca de Berkshire. Dado que no tenía ninguna reunión a la vista, y tampoco ningún compromiso al que acudir, y con su familia en la ciudad, lord Uchiha se tomaría un buen descanso en Uchiha Park. Hinata confiaba en que la tranquilidad del campo lo relajase y lo pusiera en mejor predisposición para que leyera su obra, a diferencia de lo que había sucedido hasta entonces. Al menos, valía la pena intentarlo, se animó a sí misma.
Deslizó la mirada de la máquina de escribir que descansaba encima de su viejo escritorio hasta las páginas de su manuscrito que se amontonaban a su lado. Sólo faltaban ocho días para su cumpleaños, y qué buen regalo sería que Uchiha se decidiera al fin a publicar su libro.
De repente, una vaga inquietud se apoderó de ella, algo tan distinto al delicioso sentimiento de anticipación que sentía hasta entonces, que se asustó. Era difícil de describir, pero era tan desagradable que la dejó preocupada.
Negó mentalmente y trató de quitarle importancia. Tal vez lo único que pasaba era que temía otra negativa. Al fin y al cabo, lord Uchiha había rechazado ya sus cuatro anteriores manuscritos. Él creía que los libros de etiqueta no eran rentables, pero ella sabía que eso se debía a que la mayor parte de ellos ofrecían consejos pasados de moda, nada acordes con los tiempos modernos. En vista de ello, Hinata se había esforzado mucho por recoger las nuevas tendencias y crear una obra única y contemporánea. Si pudiera explicarle a Uchiha por qué su nuevo libro podía atraer al público actual, tal vez estaría más predispuesto a publicarlo, en especial si podía leerlo sin que lo molestaran, como en la tranquilidad del campo. Definitivamente era su oportunidad.
El problema era que la señorita Tsuki no parecía tener intención de irse y aunque lo sentía por ella tenía otras cosas más importantes en las que pensar. Hinata estudió a la mujer pensando en cómo podía echarla con educación, sin lastimarla más. Si ella seguía allí cuando lord Uchiha llegara, seguro que tendrían una discusión, y la conversación que ella pensaba mantener con su jefe sería ya imposible, con lo que perdería una oportunidad de oro.
Seguro que muchos pensarían que era fría e insensible por tener esa clase de pensamiento por la desdeñada amante. Pero no era así. En los cinco años que llevaba como secretaria del vizconde, había visto ir y venir a multitud de amantes, y había llegado a saber muy bien que el amor no desempeñaba ningún papel en aquellas relaciones, por ello es que se había vuelto un poco insensible. La señorita Tsuki era una bailarina de music hall, y aceptaba dinero a cambio de favores sexuales. Era evidente que el amor no tenía nada que ver con semejante acuerdo.
Pero tal vez, pensó Hinata, no estaba siendo justa con ella. Lord Uchiha causaba una honda impresión en muchas integrantes del sexo femenino. Parte de su encanto se debía, sin duda, a que era una rara avis entre la nobleza británica: tenía título y dinero. Pero era mucho más que eso.
Cada vez que Sasuke Uchiha entraba en una habitación en la que hubiese mujeres, daba lugar a una serie de suspiros y halagos, y retoques de cabellos, junto a miles de pestañeos coquetos que desesperadamente trataban de llamar su atención.
Hinata descansó el codo en la mesa y apoyó la barbilla en la mano, y, mientras la señorita Tsuki seguía llorando con dramático fervor, analizó al vizconde con objetividad.
Era atractivo. Había que estar ciega para no darse cuenta, hasta ella lo sabía. Tenía los ojos de un extraordinario negro profundo, que si tal vez le hubiera tocado a otro hombre no se verían así, pero los de él eran hipnotizantes, que destacaban aún más gracias a su pelo oscuro. Estaba muy bien proporcionado, era alto y de hombros anchos. Además, tenía sentido del humor y una especie de encanto infantil, potenciado por una devastadora sonrisa.
Ahora, Hinata podía pensar en esa sonrisa sin que se le acelerara el pulso, pero no siempre había sido inmune a ella. Había habido una época, justo al principio de empezar a trabajar para él, en que sólo con mirar sus labios, un agradable escalofrío le recorría por toda su espalda. En aquel entonces, incluso se había retocado el pelo en más de una ocasión y había suspirado un par de veces. Pero no tardó en darse cuenta de que nada bueno podía salir de semejantes ilusiones. Además de su diferente categoría social, lord Uchiha era un libertino, y en sus relaciones con las mujeres buscaba una única cosa. Como secretaria suya que era, Hinata sabía que lo que el vizconde hiciera o dejara de hacer no era asunto suyo, pero como mujer virtuosa, hacía ya mucho tiempo que había descartado toda idea romántica respecto a él, no era nada sano para su mente.
Cualquiera con dos dedos de frente opinaría lo mismo. El vizconde Uchiha se había divorciado de su esposa tras adulterio y abandono por parte de ella. Fue un proceso muy sonado, que duró cinco años y que escandalizó a toda la alta sociedad. La familia del vizconde seguía pagando las consecuencias. Bien fuera por la infidelidad de su esposa o porque ya pensara así antes, lord Uchiha no ocultaba la mala opinión que le merecía la institución del matrimonio, y todo aquel que leyera la revista semanal Guía para solteros podía comprobarlo. En sus columnas de opinión, lord Uchiha equiparaba claramente el matrimonio a la esclavitud, y sostenía que el primero era sólo una versión más moderna de la segunda.
Teniendo en cuenta su comportamiento y sus cínicas opiniones, las mujeres deberían alejarse de él, pero ante el total asombro e incomprensión de Hinata, sucedía todo lo contrario. No entendía porque todas las mujeres solo dejaban llevar por una cara hermosa y una billetera llena.
El juramento que el vizconde había hecho de no volver a casarse jamás sólo le proporcionaba más atractivo para las mujeres, dándole ese toque de inaccesible que le faltaba, y la gran mayoría del sexo femenino se lo tomaba como un reto irresistible que debían intentar. "Orgullo", pensó para sí.
Mujeres de todas las clases sociales soñaban con atrapar su corazón. Hinata sin embargo era demasiado sensata como para incluirse entre ellas. Los seductores nunca la habían atraído, ella prefería chicos serios con los que se podía sentir segura.
Se quedó mirando a la mujer que seguía llorando sentada frente a ella y pensó en la tentadora sonrisa de lord Uchiha. No todas las mujeres tenían sentido común. Tal vez la bailarina había sido lo bastante ingenua como para enamorarse del vizconde y confiar en que él hiciera lo mismo. Pobre infeliz.
Tal vez estaba apenada de verdad por su abandono. Pero ella no lo sabía ver por qué ella no tenía experiencia en asuntos del corazón, el único episodio que había vivido tuvo lugar diez años atrás, y aún podía recordar lo doloroso que había sido aquel desengaño.
La peliazul se encaminó al escritorio, abrió un cajón y sacó una cajita a rayas blancas y rosa.
—Seguro que todo esto tiene que ser muy difícil para usted —dijo levantando la tapa—. ¿Le apetece un bombón? A mí me confortan mucho cuando estoy desanimada.
La mujer no pareció apreciar su ofrecimiento. Levantó la cabeza y miró la cajita con desdén.
—Yo no como chocolate —contestó, y se secó las mejillas con el pañuelo—. Estropean la figura. —Hizo una pausa y la miró de la cabeza a los pies—. Y por su bien le digo que no debería comer alguno más, chérie. Aunque supongo que le debe dar bastante igual—añadió de golpe en tono frio—. ¿Una solterona no se preocupa por esas cosas, n'est-ce pas?
Hinata se puso tensa. «Solterona.» Eso había sido cruel, y le había dolido, pero no lo demostró, sino que se mantuvo seria. La extraña sensación de antes regresó, pero esta vez con más fuerza, y entonces lo comprendió: su cumpleaños se estaba acercando.
Apartó la caja de bombones y trató de tomárselo con filosofía. Cumplir los treinta no tenía importancia. Era sólo un número, algo sobre lo que no podía hacer nada. De acuerdo, «treinta» sonaba ya a muchos años… pero sólo era uno más. No tenía por qué alterarse tanto, ¿no?
Y en lo que se refería a su figura, no tenía nada que ver con su soltería, ella siempre había sido un poco llenita. Dirigió una resentida mirada al generoso y abundante busto de la señorita Tsuki, el cómo lo exhibía sin el menor recato ni pudor y trató de recordarse a sí misma que no le importaba lo que opinara una bailarina de cancán, que no tenía ni pisca de sensatez.
—Supongo que usted es la señorita Hyuga —prosiguió la francesa—. Su secretaria.
El tono en que fueron pronunciadas esas palabras puso a Hinata en guardia, y se preparó para algún otro comentario más ofensivo contra su persona.
—Sí, soy la señorita Hyuga—contestó con firmeza.
La bailarina se rió, pero ella pudo notar la maldad subyacente en esa risa.
—Típico de Sasuke, tener a una mujer como secretaria. Es tan propio de él… Dígame, ¿le paga un piso o una casa?
Hinata se puso furiosa. No era la primera vez que alguien insinuaba algo así. Trabajaba para un hombre en un oficio que solían desempeñar hombres, y la reputación de su jefe con las mujeres era más que conocida. Pero eso no significaba que tuviera que soportar malévolos comentarios sobre su virtud.
—Se equivoca. A mí no me…
—No importa. —La señorita Tsuki movió la mano quitando importancia al asunto—. Ahora que la he visto, comprendo que no representa ninguna amenaza para mí. A Sasuke-kun no le gustan las mujeres gordas.
Hinata se mordió la lengua. Quería decirle lo que pensaba, pero sabía que no serviría para nada. Además, siempre cabía la posibilidad de que la bailarina y lord Uchiha se reconciliaran, y no podía correr el riesgo de perder su trabajo, por muchas ganas que tuviera de poner a aquella arpía en su lugar. De modo que, como había hecho muchas otras veces a lo largo de su vida, no dijo nada.
Muy a su pesar, tenía que reconocer que estaba más enfadada porque la hubiese llamado vieja y gorda que por haber insinuado que era una mantenida.
—No —continuó la señorita Tsuki, sacando a Hinata de su ensimismamiento—, Uchiha no me deja por usted. —Se inclinó hacia adelante, entrecerrando sus ojos negros—. ¿Quién es ella?
Haciendo un esfuerzo para no inventarse una amante imaginaria con poco pecho, Hinata respondió:
—Eso es asunto del vizconde, no mío.
—No importa, ya lo averiguaré. —La señorita Tsuki dejó el pañuelo a un lado, y la expresión que se dibujó en su rostro la hizo parecer mayor, unos diez años como mínimo, pensó Hinata. Y ella no era de las que criticaban.
—Señorita Hyuga —dijo entonces la bailarina—, dado que usted es la secretaria de lord Uchiha, quiero que le dé un mensaje de mi parte. —Abrió el bolso y sacó un collar de topacios amarillos y diamantes montados en oro—. Dígale que su patético regalo es un insulto, y que no pienso aceptarlo. —Tiró la joya encima del escritorio como si le diera asco—. ¡Una baratija como ésta no basta para consolarme!
La semana anterior, Hinata se la había pasado prácticamente de compras, algo nada raro teniendo en cuenta lo pésimo que era Uchiha comprando regalos y recordando fechas, de modo que esa tarea siempre recaía en ella. La señorita Hyuga no sólo se había encargado de buscar el regalo de cumpleaños de lady Izumi, sino que también había elegido el collar que tanto ofendía a la señorita Tsuki.
No le molestaba desempeñar esa tarea para la familia del vizconde, pero sí le parecía de muy mal gusto tener que hacerlo para las muchas y variadas amantes que éste había tenido. Estaba convencida de que no era apropiado. Si tía Kurenai viviera se hubiera escandalizado, pues ella siempre esperaba que el comportamiento de su sobrina fuera intachable. Pero a pesar de todo, a Hinata le molestó el comentario de la bailarina. Se había esmerado mucho en ese regalo, y había pasado casi una hora en la joyería de la calle Bond; aunque para ser sincera consigo misma, gran parte de esa hora se la había pasado mirando embobada unas esmeraldas y soñando con cosas imposibles.
Cuando eligió el collar, lo hizo convencida; era caro, pero no en exceso, al fin y al cabo era un regalo de despedida. También era lo bastante grande y llamativo como para que la gente pudiera verlo en la ópera con unos binóculos y, por último, era fácil de vender en caso de que la mujer tuviera que hacerlo. Hinata consideró importante este último aspecto, pues suponía que el oficio de cortesana era bastante precario.
Al parecer, la señorita Tsuki no opinaba igual.
—¡Topacios! —exclamó—. ¿Acaso no valgo más para él? Este collar es una chuchería, una bagatela, ¡nada!
Con aquella bagatela, Hinata habría podido sobrevivir doce años, pero era obvio que la bailarina no debía de ser tan austera en sus gastos. Menuda zorra pensó, pero se contuvo, a pesar de que todo aquello no fuera con su personalidad quería mantener su trabajo, por lo que contuvo, como había hecho hasta ahora las ganas de sacarla de allí a patadas.
—Me trata como si fuera un par de botas viejas, ¿y cree que mandándome un collar de topacios con un mensajero me apaciguará? ¡Non! —La señorita Tsuki se puso de pie. Con la respiración entrecortada y en los ojos lágrimas de furia, se inclinó hacia el escritorio—. ¡Este patético regalo no significa nada para mí!
La representación dejó a Hinata impasible.
—Le daré su mensaje al vizconde —dijo sin inmutarse—, y le diré que ha devuelto el regalo.
Pensando que la incómoda escena había llegado a su fin, adelantó la mano para coger el collar, pero la señorita Tsuki fue más rápida, y lo atrapó antes de que los dedos de Hinata lo rozaran siquiera.
—¿Devolverlo? ¡Non! Ni lo piense. ¿Acaso he dicho yo eso? ¿Cómo puedo devolver un regalo, por pequeño que sea, del hombre al que amo? ¿El que ha sido mi compañero durante este tiempo? ¿El hombre al que le he dado todo mi cariño? —Apretó la joya contra su pecho—. Aunque me haya roto el corazón, yo sigo queriéndolo, pero no tengo elección, no me queda más que aceptar mi destino y sufrir por su amor.
Hinata deseó con todas sus fuerzas que la bailarina se fuera a sufrir a otra parte, pero en vez de eso, la mujer volvió a sentarse y reanudó el llanto.
—Me ha abandonado —gimió—. No me quiere. Estoy sola como usted. No quiero ser vieja y soltera.
El resentimiento estalló en el interior de Hinata, pero no hacia la señorita Tsuki, sino hacia lord Uchiha, por haberla puesto en aquella estúpida situación. Una secretaria, incluso aunque fuera una mujer, no tenía por qué soportar los numeritos de las amantes de su jefe, ella tenía otras funciones.
Se esforzó por recordar que el vizconde le pagaba un más que generoso sueldo, idéntico al que le habría pagado a un hombre. Era mucho más de lo que Hinata había esperado, y más teniendo en cuenta su sexo. Debería sentirse agradecida, pero en esos momentos no era eso lo que sentía. Estaba furiosa, indignada por cada una de las cosas que aquella tipa decía, pero sobre todo estaba harta porque no lo podía exteriorizar, no le quedaba de otras más que morderse la lengua y aguantar todo aquello.
Por dios, ¿qué le estaba pasando ese día?
Estaba resentida con lord Uchiha por tener horribles amantes, con el mundo porque no podía permitirse comprar aquellas esmeraldas, irritada por el hecho de que, aunque su figura se viera afectada por todo el chocolate que comía, furiosa con el destino por no ser ya joven y por no haber sido nunca bella. Todo eso era absurdo, ridículo, una estupidez.
«A los treinta no se es vieja.»
Dada su situación, podía considerarse muy afortunada. En aquella época de moral tan estricta, una mujer sola tenía muy pocas salidas. A diferencia del trabajo de las chicas pobres, empleadas como esclavas en las fábricas de cerillas o en tiendas, su profesión suponía todo un reto, y a menudo le permitía poner a prueba su ingenio y desarrollar su talento. Pero lo más importante era que ella quería ser escritora, y trabajar para un editor aumentaba mucho las probabilidades de que llegara a conseguirlo.
Tal como diría su personaje, la señora Byakugan, una mujer educada soporta todo lo que la vida le trae, y lo hace con elegancia.
Suspiró resignada y le dio a la señorita Tsuki otro pañuelo.
Sasuke llegaba tarde. Cosa rara, y no porque él fuera especialmente puntual. De hecho, era de sobra conocido que se trataba del hombre más despistado del mundo, y que solían olvidársele las fechas y las citas con facilidad, pero también era sabido que tenía a la secretaria más eficiente de todo Londres. En general, la señorita Hyuga controlaba el horario de Sasuke como si fuera el del ferrocarril británico, pero ese día las cosas no iban según lo previsto.
Y no era culpa de la joven. Sasuke se había encontrado con el conde de Akemichi al salir de Lloyd's, y había aprovechado para sacar de nuevo el tema de la compra de la revista de éste, el Social Gazette. Uchiha sabía que el conde estaba pasando por un momento delicado, y que necesitaba dinero. Pero Akemichi era reticente a vender, porque consideraba que su publicación era muy superior a las de menor categoría de Sasuke, y también que él estaba muy por encima del otro hombre. Akemichi se había opuesto al proceso de divorcio de Sasuke en la Cámara, y había pronunciado interminables discursos sobre la santidad del matrimonio.
A pesar del evidente antagonismo entre ellos, ambos hicieron gala de educación, y se pasaron la tarde discutiendo las condiciones de una posible compra, aunque al final no llegaron a ningún acuerdo.
A Sasuke le encantaba hacer negocios y ganar dinero. El mundo de las finanzas era como un juego para él, divertido y emocionante, y mucho más gratificante que su título nobiliario y sus propiedades, que en la actualidad no significaban nada para un noble. El reto de convencer a Akemichi de que le vendiera el Gazette por menos de las exorbitantes cien mil libras que exigía lo había distraído de otros menesteres. Si el conde no hubiera dado por terminada la reunión diciendo que aquella noche tenía que ir a la ópera, tal vez Sasuke se hubiera olvidado del cumpleaños de Izumi, lo que le habría supuesto un gran problema.
Saltó del carruaje antes de que se detuviera del todo frente a las puertas de las oficinas de Uchiha Publishing, Limited.
—Espere aquí —le dijo al conductor, corriendo ya hacia la entrada del edificio.
Buscó la llave en su bolsillo, abrió y entró. Se apresuró hacia la escalera más cercana, y gracias a que conocía de sobra el camino pudo hacerlo a oscuras y subir los peldaños de dos en dos.
Al llegar arriba, pudo ver que las lámparas de gas de su despacho seguían encendidas y oyó el rápido repiqueteo de una máquina de escribir.
La señorita Hyuga seguía allí, algo que a Sasuke no lo sorprendió lo más mínimo. Hacía tiempo que había llegado a la conclusión de que su secretaria no tenía vida fuera del trabajo.
La joven dejó de trabajar y levantó la vista cuando lo oyó entrar. Cualquier otro empleado se habría sorprendido de verlo aparecer por allí a aquellas horas, pero al parecer, a ella nada conseguía alterarla. Ni siquiera arqueó una ceja.
—Milord —le saludó al levantarse.
—Señorita Hyuga —respondió él al entrar—. ¿Han llegado ya los contratos de compra del Halliday Paper?
—No, señor.
Dado que esperaba una respuesta afirmativa, Sasuke se detuvo junto al escritorio de su secretaria.
—¿Por qué no?
—He llamado a los abogados del señor Hallyday, Ledbetter & Ghent, para preguntárselo. Al parecer ha habido una confusión.
—¿Una confusión? —Levantó una ceja—. ¿Se ha equivocado usted en algo, señorita Hyuga? Quién lo hubiese dicho—dijo con un poco de diversión.
Ella lo miró ofendida.
—No, señor—se limitó a responder.
Él sonrió de medio lado, debería haberlo sabido y ahorrarse las palabras. La señorita Hyuga jamás se equivocaba.
—Por supuesto que no. Discúlpeme. ¿Qué es lo que ha pasado?
—El señor Ledbetter no ha querido decírmelo, pero me ha asegurado que los contratos llegarán dentro de una semana. Los repasaré durante ese fin de semana para asegurarme de que no hay ningún error, y así usted podrá firmarlos el lunes siguiente. Ese día tiene que asistir con su familia a la fiesta del conde de Kekkei, pero podría pasarse antes por aquí. ¿Quiere que se lo anote en la agenda, milord?
Y, diciéndolo, tendió la palma de la mano hacia arriba. Sasuke sacó la libretita de piel de su bolsillo y se la entregó. Ella le anotó la cita y se lo devolvió.
—Cuando haya firmado los contratos —continuó la joven—, un recadero de Ledbetter & Ghent puede venir a buscarlos, y así usted llegará al Adelphi a tiempo de ver cómo bautizan el nuevo yate de lord Kekkei. —Cogió unos papeles—. Aquí tiene sus mensajes.
—Es usted la eficiencia personificada, señorita Hyuga —murmuró al coger los papeles mientras sonreía.
—Gracias, señor. —Respiró hondo y señaló la pila que había junto a su máquina de escribir—. Tengo un nuevo manuscrito. Si tiene un segundo…
—Me temo que no —contestó, aliviado de tener una excusa. Se encaminó hacia su despacho, repasando los recados por el camino—. Tengo que ir a la ópera y, como habrá visto, ya llego tarde. Mi abuela me disparará gustosa si por mi culpa se pierden el primer acto, en especial siendo el cumpleaños de Izumi. ¿Qué es esto?
Se detuvo frente a la puerta, con la mirada fija en una de las notas de la pila.
—¿Amayo ha estado aquí? ¿Para qué si puede saberse?
Su secretaria, que había escrito con pelos y señales los detalles de la visita, no le respondió, al asumir, correctamente, que se trataba de una pregunta retórica.
—Vaya —murmuró él mientras leía—, ¿así que no le ha gustado el regalo?
—Lo siento mucho, señor. Pensé que un collar de topacios y diamantes sería adecuado, pero al parecer, la señorita no opina igual.
—No tengo tiempo para esto, y me importa un rábano si le gustó o no el regalo. —Arrugó la nota y la tiró al suelo. A partir de aquel momento, Amayo podía tender sus codiciosas manos hacia las joyas de otro. La única opinión femenina que a Sasuke le importaba era la de las mujeres de su familia—. Telefonee a mi casa, señorita Hyuga, y dígale a mi madre que no podré pasar a recogerlas por Hanover Square. Dígale que tomen un carruaje y que se reúnan conmigo en Covent Garden.
—Ya he telefoneado, milord. —Rodeó el escritorio, recogió el papel que él había tirado al suelo y lo tiró a la basura antes de volver a sentarse—. Le pregunté si usted estaba allí. Dado que no había pasado por aquí para recoger el regalo de lady Izumi, pensé que se le habría hecho tarde. Su mayordomo me ha dicho que su madre, abuela y hermanas habían partido hacia Covent Garden sin usted.
—Supongo que me consideran un caso perdido.
La siempre discreta señorita Hyuga no hizo ningún comentario. Volvió a la máquina y Sasuke entró en su despacho. Un espacio que, dos años atrás, su secretaria había redecorado, y, aunque él apoyaba su gusto, no pasaba allí el tiempo suficiente como para disfrutarlo. Sasuke sabía perfectamente que el dinero no se consigue sentado tras un escritorio, por precioso que éste sea.
Lanzó los mensajes que le faltaban por leer encima de la silla, y luego se encaminó hacia la puerta que comunicaba con su vestidor. Dado que su casa estaba en el otro extremo de la ciudad, su ayuda de cámara, junto con la señorita Hyuga, se aseguraba de que tuviera siempre un par de trajes y una amplia selección de camisas limpias en la oficina. Echó agua en un cuenco y preparó el jabón y la cuchilla de afeitar.
Quince minutos más tarde, se había afeitado, puesto el chaqué, y se estaba abrochando los gemelos de plata. Después, se levantó el cuello de la camisa y se hizo un nudo napoleón en el pañuelo. Colocó la cadena del reloj colgando del chaleco, cogió un par de guantes blancos, el sombrero de copa y se dirigió a la salida.
La señorita Hyuga dejó de escribir a máquina y lo miró.
—¿El regalo de Izumi? —preguntó él.
—En su bolsillo, señor.
Dejó el sombrero encima del escritorio y buscó en los bolsillos del chaqué. Al notar un pequeño bulto en uno de ellos, lo sacó y vio que se trataba de una pequeñísima caja envuelta en papel amarillo, con un lazo de seda color lavanda. Una tarjeta, no mayor que la caja, colgaba de la cinta.
—Por todos los santos, ¿qué le he comprado? ¿Un bombón?
—Una cajita de Limoges. Tengo entendido que su hermana las colecciona. Ésta es de 1740. Está decorada con ángeles, lo que me parece muy apropiado si me permite. Usted la llama «carita de ángel», ¿no es así?
Nunca dejaba de sorprenderlo la cantidad de cosas que sabía la señorita Hyuga, tal vez era porque era mujer, estaba convencido que ningún hombre por bueno que fuera en su trabajo sería capaz de notar aquellos pequeños detalles.
—Dentro de la cajita hay un anillo con un zafiro —añadió ella.
Sasuke arrugó la frente.
—¿No suelo comprarle perlas?
—Su hermana ya ha terminado de confeccionar su collar de perlas. En cualquier caso, lady Izumi cumple veintiún años, y ya es lo suficiente mayor como para recibir otras joyas. Creo que un anillo con un zafiro de medio quilate montado sobre platino es lo más adecuado.
—No tengo ninguna duda.
La señorita Hyuga hundió la pluma en el tintero y se la ofreció.
—¿Puedo sugerirle que firme la tarjeta?
Él miró incrédulo el pequeño pedazo de cartulina.
—Menos mal que mi nombre tiene sólo seis letras.
Se quitó un guante y firmó lo mejor que pudo en el reducido espacio.
Le devolvió la pluma a la señorita Hyuga, sopló la tinta para secarla y se volvió a guardar el paquete en el bolsillo. Se puso de nuevo el guante, y ya iba a darse la vuelta, cuando la voz de ella lo detuvo.
—Milord, su pañuelo.
—¡Maldición! —Tuvo que volver a dejar el sombrero y, llevándose las manos al cuello, se arregló el nudo—. ¿Qué tal?
Ella sacudió la cabeza.
—Me temo que sigue torcido.
Resignado, tiró de los extremos y empezó a hacer de nuevo el nudo.
—Milord, acerca de mi nuevo manuscrito —dijo ella mientras él batallaba con su pañuelo—. Esperaba que pudiera leerlo y…
—¡Pañuelo del demonio! —Sasuke se dio por vencido, y le pidió a su secretaria que se levantara—. Señorita Hyuga, si no le importa…
Ella se incorporó y rodeó el escritorio.
—Mi nueva obra es distinta de las anteriores —insistió la joven mientras intentaba arreglar el estropicio.
Sasuke tuvo ganas de salir corriendo. Incluso la ópera era preferible a los libros de etiqueta de la señorita Hyuga. Por desgracia, ella seguía sujetándolo por el pañuelo.
—¿Cómo de distinta? —preguntó él, obligándose a mantenerse quieto donde estaba.
—Sigue siendo un manual sobre buenos modales, pero trata sobre mujeres como yo. Es decir, sobre chicas solteras y trabajadoras.
Oh, Dios. No sólo era sobre modales, sino que estaba dirigido a las solteronas. Sasuke se mordió la lengua para no decir lo que pensaba.
—Sí —prosiguió ella, tirando para liberar el nudo—. Es una… especie… de guía para señoritas solteras, similar a su Guía para solteros, pero sólo para mujeres. Trata de cómo buscar un piso con un alquiler razonable, cómo comer bien por cuatro guineas al mes. Ese tipo de cosas.
Sasuke observó los brazos de la mujer que tenía delante y, al ver lo delgada que estaba, pensó que no le iría mal incrementar el presupuesto de comida en al menos una o dos guineas. Tal vez debería subirle el sueldo, para que así pudiera gastar más en pasteles y dulces. Pero luego se fijó en su figura y negó, sus brazos eran delgados, pero su cuerpo era otra cosa.
Y, en lo que se refería al manuscrito, bueno, Sasuke preferiría ir al dentista y que éste le arrancara todos los dientes, antes que leer una guía para solteronas que vivían en pisos respetables. No tenía ninguna duda de que el resto del mundo opinaría igual que él. Y ése era el problema.
Él publicaba libros y periódicos para ganar dinero, no para enseñar a la gente cómo comportarse.
—Señorita Hyuga, ya hemos hablado antes de esto —le recordó—. Los libros de etiqueta no son rentables. Hay demasiados en el mercado y es muy difícil que ninguno destaque.
Ella asintió.
—Por eso mismo le he dado un enfoque más moderno. Dado el éxito de la Guía para solteros, y teniendo en cuenta que usted siempre ha defendido que las mujeres deberían tener acceso al mundo laboral, he creído que la idea podría gustarle. Cada vez hay más señoritas solteras y trabajadoras en Inglaterra. Las estadísticas…
A Sasuke le dio dolor de cabeza la retahíla de datos sobre chicas solteras que le soltó su secretaria. A él no le importaban las estadísticas, sólo hacía caso de sus instintos, y éstos le decían que no importaba el enfoque que le hubiera dado la señorita Hyuga, ella jamás podría escribir nada interesante, puesto que era una persona gris y sin chispa, demasiado rígida y centrada. Hasta su propio nombre era aburrido, igual que su aspecto; con aquel pelo negro, sus ojos lavandas que no tenían ni pizca de brillo y su dulce pero seria voz, la señorita Hyuga era la amabilidad personificada pero era aburrida.
Él la había contratado siguiendo un impulso, con la intención de demostrar su teoría de que una mujer era perfectamente capaz de ganarse la vida por sus propios medios, lo mismo que cualquier hombre. La joven había superado con creces todas sus expectativas. Era una trabajadora ejemplar, mucho mejor que cualquier secretario que hubiera tenido antes. Nunca llegaba tarde, nunca estaba enferma, y era muy eficiente.
Y, lo más importante, la señorita Hyuga poseía una cualidad que solía asociarse con el sexo femenino, pero de la que solían carecer la mayoría de las mujeres: era dócil. Nunca cuestionaba nada. Si Sasuke le pidiera que fuera en barco hasta Kenia y le trajera un saco de café, de inmediato saldría del despacho para comprar un pasaje en la naviera de Thomas Cook & Son.
A pesar de que le era muy útil, la docilidad de la señorita Hyuga hacía que ella le pareciera casi irreal, distinta a cualquier mujer de carne y hueso que él hubiera conocido jamás. Sasuke tenía una madre entrometida, una abuela que aún lo era más y tres hermanas temibles y muy, muy poco obedientes. Su debilidad por mujeres de carácter tempestuoso hacía que acumulara una colección de ex amantes, y una ex mujer, digamos que todo menos dóciles.
Tenía la teoría que lo que hacía que la señorita Hyuga fuera tan poco complicada era su falta de pasión, más que su físico poco atractivo. Una secretaria de sensuales curvas y carácter desafiante habría sido imposible de aguantar, pero sin duda mucho más gratificante a corto plazo.
No, en cuanto a secretarias se refería, se quedaba con la señorita Hyuga, y desde el principio se había jurado a sí mismo no manifestar tendencias amorosas hacia ella. Por suerte, la muchacha siempre le había puesto muy fácil mantener dicha promesa.
—Ya está —dijo ella y, dando un paso hacia atrás, alejó a Sasuke de sus pensamientos. Lo recorrió con la mirada y luego asintió—. Confío en que sea de su agrado, milord.
Sasuke ni se molestó en mirarse en el espejo. No tenía ninguna duda de que llevaba un nudo perfecto, y de la clase que estaba más de moda entre los caballeros.
—Señorita Hyuga, es usted un tesoro. —Se bajó el cuello, cogió el sombrero, y se dirigió de nuevo hacia la puerta—. No sé qué haría sin usted.
—Sobre mi nuevo libro —empezó ella, haciendo que él caminara a mayor velocidad hacia la salida—. ¿Lo leerá?
—Mándelo a mi casa antes de que me vaya mañana por la mañana —dijo él, impidiendo cualquier otro comentario—. Lo leeré en el campo.
—Gracias, milord.
Sasuke se fue de allí aliviado. Era una lástima que no pudiera escaquearse de la ópera con la misma facilidad.
Notas de la autora: Esta es una nueva adaptación y aunque pueden estar un poco salidos de los personajes pensé que sería como una combinación de las personalidades originales y las de Road to Ninja, espero que les guste tanto como a mi.
Hola, no sé en que momento o lugar estés leyendo esto, pero muchas gracias por pasarte y leer esta ada`tación, dejen unos reviews que siempre son bien recibidos.
Gracias por todo, ya nos leemos. Pronto, espero :D
