Terminada la euforia del Grand Prix, Yuri regresó un par de semanas a Japón para estar con su familia un tiempo antes de volver a las competiciones que se le avecinaban. Le había prometido a Viktor que regresaría inmediatamente después a Rusia para vivir allá con él ahora que seguiría patinando y que él continuaría siendo su entrenador. Iba a extrañarlo mucho esas semanas, pero necesitaba resolver asuntos en Japón antes de mudarse.

Cuando llegó a las aguas termales, no se esperó la gran fiesta que su familia y amigos le habían preparado por haber ganado la medalla de plata. Todos lo estaban esperando a la entrada con un gran letrero de bienvenida.

Al inicio, Yuri se sentía algo cohibido por tanta atención recibida, pero cuando vio toda la comida que su madre había preparado, ya no pudo poner ningún pretexto para decir que no debieron prepararle una fiesta así. Había tanto katsudon que parecía que se podría alimentar a todo un ejército con él.

—No sé si debería comerlo. Viktor se enojará conmigo si subo de peso antes de que comiencen los nacionales.

—Yuri, estamos celebrando que hayas ganado una medalla. ¡Intenta olvidar por hoy el asunto del peso! Ya mañana te vas a correr mil kilómetros o algo así. Tu madre se esforzó mucho preparando todo esto.

El comentario de Yuuko sonó más a regaño que a opinión. No podía creer que Yuri se preocupara por algo como su peso teniendo enfrente de él su plato favorito.

—Tienes razón. Después de todo, será sólo por hoy.

El que todos lo estuvieran llenando de felicitaciones (en especial Minami) y lo hicieran sentir en casa, hizo que Yuri se despreocupara por completo de todo. Tenían razón, él no había podido comer su platillo favorito en toda la temporada del Grand Prix, por lo que era hora de que se dejara consentir un poco por su familia. Después de todo, iba a mudarse a Rusia después de eso.

No sabía si era por haber pasado tanto tiempo sin comer katsudon, por haber estado tan terriblemente estresado durante la competencia o el ambiente cálido y despreocupado que había, pero cuando menos se dio cuenta, ya se había comido tantos platos de katsudon que ya ni podía contarlos. Se sentía tan lleno que juró que podría irse rodando a su habitación.

Pero no sólo eso, también tenía tanto sueño que simplemente no podía mantener sus ojos abiertos.

—Hijo, debes estar muy cansado por el viaje. Lo mejor sería que ya te durmieras.

No tuvo que escuchar a su madre dos veces para darle la razón. A duras penas se pudo despedir de los invitados y dio un gran suspiro de alivio cuando por fin pudo recostarse en su cama. No pasó mucho tiempo para que Yuri quedara profundamente dormido.

Abrió lentamente los ojos cuando sintió los rayos del sol contra su cara. Juró que no había dormido nada, pero extrañamente ya era de día.

—Despierta, Yuri. Tienes que alimentarme.

Asustado se incorporó de la cama y lo primero que vio fue a Makkachin moviendo la cola felizmente enfrente de él.

—¡Qué susto! Por un instante pensé que alguien me había hablado.

—¡Claro que alguien te habló! Tengo hambre.

Yuri se quedó petrificado tratando de entender cómo es que cuando Makkachin había abierto el hocico habían salido palabras en lugar de ladridos. Dios un grito tan fuerte que temió haber despertado no sólo a sus padres, sino a todo el vecindario. ¡Pero tenía un buen motivo para gritar! No podía ser que Makkachin le hubiera hablado.

—Makkachin… —No podía creer lo que iba a preguntar. —¿Tú hablas?

—¡Claro que hablo! También sé patinar sobre hielo.

Antes de que pudiera siquiera procesar lo que acababa de escuchar, Yuri vio cómo el perro tenía puestos unos pequeños patines en cada una de sus patas. Se incorporó y se deslizó por el piso de hielo de su habitación hasta salir de ahí haciendo un perfecto salchow cuádruple.

Bastante perturbado, Yuri se asomó por el borde de su cama y se dio cuenta de que todo el piso estaba hecho de hielo. La situación con Makkachin y el piso lo estaban volviendo loco.

Como pudo, se puso de pie sobre el frío piso. Sin patines era imposible deslizarse correctamente, pero de algún modo logró llegar a su puerta, donde el piso volvía a ser nuevamente de madera.

Se asomó y dio con la sala de su casa. No había rastro de Makkachin en patines por ningún lado, sólo de Viktor recostado en uno de los sillones leyendo una revista. Eso habría sido lo más normal desde que despertó de no ser por un detalle, un muy largo detalle. El cabello de Viktor era tan largo como en sus años junior de competición. De hecho, prestando atención, la complexión del ruso también era diferente. Era más delgado y delicado, como si aún no hubiera alcanzado completamente la madurez.

—¿Viktor?

Al escuchar su nombre, Viktor volteó. Definitivamente era él, pero parecía que tenía diez años menos que ahora. Yuri se sonrojó cuando el ruso le sonrió con esos rasgos tan finos y perfectos que lo hacían parecer un ángel sin alas.

—Yuri, al fin despiertas. —Hasta su voz sonaba más suave y menos grave.

—¿Qué te pasó, Viktor?

La cara de extrañeza que hizo el joven fue tan tierna que Yuri tuvo que desviar vagamente la mirada. Era imposible que alguien a sus 17 años pudiera verse así.

—No sé de qué hablas. Hoy amaneciste raro. Estás muy pálido. ¿Tuviste una pesadilla?

—Sospecho que estoy teniendo una en este momento.

Yuri se fue acercando poco a poco hasta quedar frente a ese Viktor más joven. Él seguía viéndolo con esa cara de extrañeza que le hacía pensar en esos cachorros confundidos que movían la cabeza de un lado a otro cuando no entendían nada. Pudo seguir contemplándolo de no ser porque Viktor lo tomó de la mano y lo jaló para que cayera recostado con él en el sillón.

Yuri se recargó sobre sus manos y rodillas para no aplastar a Viktor. Lo veía tan delicado que pensó que podría romperlo si dejaba caer su peso sobre él. En cierto punto, su cuerpo le recordaba al de Yurio.

—Viktor, ¿qué estás…?

No pudo decir nada más porque el más joven había levantado un poco su cabeza para poder unir sus labios con los de Yuri. El japonés se impresionó tanto que se separó inmediatamente del beso. La cara de tristeza que hizo Viktor era exactamente la misma que hacía a sus 27 años.

—¿Por qué no me quieres besar?

—No es que no quiera besarte, es sólo que…, ¡todo esto es tan confuso! Primero Makkachin hablando y luego tú con diez años menos. ¿Qué clase de broma es esta?

Viktor soltó una risa tierna e infantil. Yuri se preguntó si realmente Viktor llegó a ser así de angelical en su adolescencia. Cuando dejó de reír, levantó sus brazos y rodeó la espalda de Yuri. Éste tuvo que bajar más, hasta que su cuerpo tocó el del otro patinador.

—Hoy estás muy extraño. Si sigues asustando por tu pesadilla, vamos a hacer que se te quite.

Yuri no entendía nada de lo que estaba pasando, pero el volver a tener esos labios unidos a los suyos lo hacían sentirse tan confundido que no podía pensar en nada. Quería separarse y pedir explicaciones de lo que sucedía, pero parecía ser que el único confundido ahí era él.

Viktor lo besaba con la misma experiencia que cuando era adulto, haciéndolo de un modo que a Yuri siempre lo volvía loco. Cuando la lengua de Viktor buscó con desesperación la suya, dejó a un lado todas las dudas que tenía sobre lo que estaba sucediendo. Simplemente dejó de importarle todo.

Con sus manos, comenzó a acariciar el suave y largo cabello de Viktor. Al inicio fue algo extraño, pues siempre lo había tocado corto, pero ahora podía deslizar sin problema sus dedos por el liso cabello plateado. Viktor intensificó el beso, pareciendo cada vez más desesperado por crear un campo de batalla entre las dos lenguas. Yuri le jaló un poco uno de sus mechones para intentar calmarlo, pero logró el efecto contrario. El ruso soltó un suspiro y levantó su cadera, haciendo que chocara con la de Yuri.

No supo cuándo pasó, pero las manos de Viktor ya estaban recorriendo sus nalgas en toda su extensión cuando se dio cuenta. Yuri no pudo evitar soltar un gemido cuando la mano de Viktor lo agarró firmemente, mordiéndole el labio al mismo tiempo.

—¡Yuri! ¿Qué haces?

Era la voz de Viktor, de eso no había duda, pero era imposible que éste hubiera podido hablar mientras lo estaba besando, además, la voz sonó alejada.

Levantó la cabeza y se encontró con la cuarta extrañeza de la mañana. El Viktor original estaba recargado contra el muro, con una evidente mirada de molestia que le puso la piel de gallina a Yuri.

Bajó la mirada y el otro Viktor le dedicó una mirada traviesa, como si los hubieran descubierto en algo indebido. Definitivamente, ya nada tenía sentido.

—Yuri, no puedo creer que sólo llevas un día lejos de mí y ya me estás engañando conmigo mismo. ¡Nunca pensé que me llegarías a ser infiel!

Frustrado de todo lo que estaba sucediendo, Yuri se puso de pie y caminó directamente al Viktor adulto, buscando encararlo.

—¿Estás conciente de lo que acabas de decir? Es físicamente imposible que te esté engañando contigo mismo.

Una fuerte risa se escuchó desde el sofá, lo que hizo que los dos voltearan a ver al más joven, que ya se había puesto de pie y caminaba hacia ellos con la elegancia que tendría un felino. Se abrazó a la espalda de Yuri, inhalando el aroma de su cuello, haciendo que éste temblara por la sensación. Levantó el rostro y vio desafiante a su otro yo.

—No podemos decir que es un engaño si está conmigo, Viktor. No seas tan duro con Yuri. Aunque, es obvio que él me prefiere a mí, ¿verdad? —Recorrió con su lengua toda la extensión del cuello del pelinegro hasta llegar a su oreja, la cual mordió suavemente.

Yuri iba a decir algo en su defensa, pero fue jalado por el mayor hasta chocar con su pecho, quedando separado del otro. Levantó la vista y se encontró con la mirada aún más seria y molesta de Viktor. El más joven de ellos volvió a reír. Parecía ser que le gustaba provocar a su versión adulta.

—Yuri prefiere estar conmigo. Además… —Metió su mano por la playera de Yuri para recorrer con sus uñas toda la extensión, dándole una mezcla de placer y dolor al japonés— Yo tengo más experiencia para darle placer.

—¿Por qué no le preguntamos directamente a quién prefiere?

Viktor soltó un poco a Yuri para que este pudiera apreciarlos a los dos. Era el día más extraño de su vida.

—Yuri, ¿a cuál de los dos prefieres?

No estaba seguro de qué contestar. Para empezar, no tenía ni la más mínima idea de cómo fue posible que dos versiones de Viktor estuvieran presentes en el mismo lugar. Pero si tenía que decidir, tendría que decir que prefería al Viktor adulto, aunque…

Volteó la cara y vio al otro ruso. Recordó todos sus años de niñez en donde idolatraba a ese Viktor de cabello largo y complexión delicada. Lo tenía justo enfrente de él ahora, dispuesto a ser sólo suyo. No podía evitarlo, simplemente no podía hacer a un lado esos sentimientos que por tantos años lo invadieron.

Si nada de lo que sucedía ahí tenía sentido, entonces él tenía derecho de dar la respuesta que quisiera.

—A los dos. Los quiero a los dos.

El más grande puso mirada de sorpresa, mientras que el menor sonrió de lado de manera triunfante.

—Por mí está bien. Yo no tengo ningún problema. ¿Y tú? —El de cabello largo no se hizo esperar y se aferró al brazo de Yuri. Volteó a ver al otro Viktor, esperando una respuesta.

—Si es lo que ustedes dos quieren. —Dio un largo suspiro— Supongo que no hay otra opción.

Se acercó a ellos y tomó de la nuca a Yuri, acercando su rostro al de él y dándole inmediatamente un beso que al pelinegro le costó trabajo corresponder por lo inesperado que fue. Era extraño cómo las bocas de los dos rusos se parecían y a la vez podían ser tan diferentes. El primer beso había sido travieso y seductor, el segundo parecía demandante y apasionado.

Cuando se separó, Yuri quedó con los ojos entrecerrados y sus mejillas encendidas de color rojo. Volteó hacia su derecha y se encontró con la mirada burlona del Viktor joven, que fue descendiendo su mano hasta llegar a la entrepierna de Yuri, la cual ya estaba despertando.

—Creo que tendremos que ir a tu cama, Yuri.