Libro: Tu te lo has buscado - Elizabeth Young

DISCLAIMER: Los personajes de Candy Candy o el libro previamente mencionado no me pertenecen, lo que hace de está adaptación un hobby sin fines de lucro.

Hola a tod s! Soy nueva en esto de los fanfics, pero quisiera compartirles mi primera adaptación...espero les guste y comenten!

Prólogo

La invitación me llegó un Sábado por la mañana, justo a tiempo para fastidiarme todo el fin de semana. Era una tarjeta enorme, hecha de papel de gramaje duro con bordes dorados que decía:

El señor y la Señora White

tienen el placer de solicitar la asistencia de

Candice y William

a la celebración de la boda de su hija

Dorothy White

con el señor Michael Fairchild

que tendrá lugar en la Posada del Manantial el Sábado 11 de Mayo a la 1 de la tarde

No es que me produjera un sobresalto. Una vez que se fija la fecha de la boda de tu hermana, ya no tienes que esperar a que te llegue la invitación para enterarte. Si tu madre es como la mía, las líneas telefónicas comienzan a zumbar al instante. Es muy capaz de anunciar el acontecimiento en todos los malditos periódicos de la ciudad de Nueva York!. Por lo que a mí respecta, era muy capaz de haberlo anunciado a los cuatro vientos, incluso por Internet. Decidida a que no la superase en ningún terreno su vecina y rival de toda la vida, mamá se había comprado recientemente un portátil Toshiba.

Ya hubo una buena juerga cuando anunciaron el compromiso allá por el mes de enero, pero desde aquello habían pasado tres meses en un abrir y cerrar de ojos; por otra parte, si hubo alguna vez una fiesta que se celebrase por los motivos más variados, fue sin duda la de Dorothy. Bastaba con escuchar a mi madre.

A Sarah Legan, la vecina y rival de toda la vida, se lo comunicó más que como una noticia cualquiera:

–Ah, pues sí, se la llevó a Florencia la semana pasada... Y le pidió la mano en el Ponte Veechio. Te habrás fijado en el anillo, ¿no?–

A los vecinos que de veras le caían bien les dijo:

–Bueno, claro, se pueden imaginar que Robert y yo estamos encantados... A él le va de maravilla en su trabajo, y salta a la vista que está perdidamente enamorado...–

Y a mí, mientras nos merendábamos una pila de rollitos de canela recién sacados del horno, me lo contó con voz susurrante:

–...y me da la corazonada de que será un hombre bueno para Dorothy. No tiene ni un pelo de endeble, no sé si me explico. Nunca le digas que te lo he dicho, pero siempre supuse que terminaría con uno de esos muchachos desubicados e insípidos a los que nunca les decía que no. A papá le daba miedo que fuese Mark: es un chico estupendo, claro, pero de poco serviría en una crisis, si quieres que te dé mi opinión. No te diré cómo le llamaba papá. Es demasiado grosero–

A la fiesta de Dorothy debieron de asistir unos cuarenta invitados. Para haberse anunciado con tan poca antelación, no estuvo nada mal. Dos tercios eran específicamente amigos suyos; el resto, familiares y amigos diversos, todos pululando encantados por el salón de la casa de mis padres, que tiene un tamaño ideal para festejos, aunque muchos terminaron por acomodarse en la cocina y el vestíbulo, qué remedio. Como en todas las fiestas que dan mis padres, el buen ambiente logrado a base de comida y bebida te daba de lleno en la cara nada más cruzar la puerta. Y tampoco eso estuvo nada mal, teniendo en cuenta aquella infernal lluvia de primavera.

Por si eres una persona algo chismosa, como yo, déjame informarte de algunos chismes más.

De diversos amigos de Dorothy oí cosas como estas:

–¿Sabes? Es él quien le ha comprado ese vestido. En Florencia. Ella no lo quiere reconocer, pero a mí me parece un Versace. Aunque Dorothy es capaz de conseguir que un vestido comprado en Bloomingdales parezca de Versace–

–Me pone enferma. A mí, lo más que me ha regalado Ethan es un osito de peluche, de esos de feria–

–Ojo, yo no estoy segura de querer un hombre como Michael. No me podría relajar ni un segundo. Siempre habría media docena de moscas muertas tratando de quitármelo–

Dorothy, como pueden haber comprendido, flotaba sobre una rosada nube de euforia. El vestido era ajustado, negro, y tenía ese algo especial, sencillo, pero extraordinario, que huele a prenda carísima. Se entiende perfectamente que Michael apenas retirara el brazo de la cintura de Dorothy en toda la velada.

Nadie cree que somos hermanas. Ella fue modelo una temporada (entre otras cosas: cursos de cocina, de secretariado), pero le faltaban unos centímetros para dedicarse en serio a la profesión. A mí no me faltan centímetros "mido uno setenta y cinco", pero ella tiene todo lo demás. Una estupenda talla 4, una piel perfecta, color crema y miel que nunca se enrojece o irrita, ni siquiera en lo más crudo del invierno; tiene una provocadora melena de tono miel oscuro, y unos ojos color avellana con unas pestañas que se podría jurar han sido compradas en una buena tienda de cosméticos. Y una cara... Una amiga suya una vez me hizo esta confidencia

–Siento mucho tener que decirlo, pero cuando una chica tiene ese aspecto, casi desearía que fuese una completa perra para odiarla con la conciencia tranquila–

No soy exactamente la "hermana fea" pero, con una competencia como la suya, es inevitable sentirse un poco así. Soy una casi decente talla 10: 36C de arriba, 122 odiosos centímetros de abajo. Tengo una piel color crema, sin rastro de miel pero si muchas pecas, y una melena casi provocadora, aunque no del todo, de un tono rubio normal y corriente, como la de mamá. También tengo los ojos idénticos a los de mamá: unos ojazos verde esmeralda que, con la debida modestia, puedo decir, son mi rasgo más apreciado.

Había visto a Michael sólo un par de veces antes de la fiesta, y, como encajaría en un catálogo de ventas por correo de hombres estupendos, fue un alivio descubrir que, la verdad, no se me apetecía. Con metro ochenta y algo de estatura, tenía la agilidad y la fortaleza de un tenista profesional, y esa piel morena, pero no demasiado, que parece brillar por contraste con el blanco. Tenía los ojos castaños y el cabello del color de la caoba muy vieja. A sus treinta y un años, cuatro más que Dorothy, era una estrella en alza, meteóricamente lanzada hacia un puesto de asesor de finanzas.

–Me alegro de verte de nuevo... ¿Cómo te trata Manhattan?– me preguntó, cuando por fin me pude acercar a la feliz pareja –Espero que el tráfico no haya sido infernal– Bastante infernal, pero da lo mismo, había ido en coche y había llegado tarde –En fin, ¿qué puedo decirles? Enhorabuena y todo eso... Creo que debieron habernos advertido que nos pusiéramos gafas de sol antes de mirar el anillo–

Era un conjunto de diamantes con muchos megakilates, no tan desmesurado como para parecer un puño de hierro brillante de los que usan los matones, sus dedos no lo hubieran soportado, pero las piedras despedían un brillo azulado que te cegaba.

A Dorothy se le escapó una risita de complacencia y culpabilidad

–Fue una extravagancia espantosa...–

Él aún la rodeaba por la cintura, dando a entender ostensiblemente que «ella es mía»

–Cariñito, a estas alturas deberías conocerme mejor. Si hay una cosa que debes hacer…–

–Lo has hecho todo como es debido– dije –Directamente sacado del manual del perfecto romántico. En Nueva York, los hombres de tu estilo son ya una especie en vías de extinción–

–Candy ¿cómo puedes decir una cosa así?– balbució Dorothy –¿No te llevó William a un restaurante de lujo nada más conocerte en una fiesta?–

–Sí, potencial no le falta– dije a la ligera –Mientras no le dé por pedirme que le cosa los botones de las camisas, puede que lo soporte hasta el día de San Valentín–

A Dorothy se le escapó otra risita

–Señal inequívoca de que está loca por él– susurró a Michael de forma dramática –Si aún lo estuviera un poco más, ahora mismo diría que está pensando en dejarlo cuanto antes, para no tentar al destino–

–Cariñito, el destino es para los perdedores– dijo Michael resueltamente –Si quieres conseguir algo, hay que lanzarse y lograr que suceda–

Cuando pude estar a solas con ella durante un minuto, algo más tarde, el alcohol consumido sólo vino a incrementar su brillo

–Es que no me lo podía creer– barbotó feliz –Nada más llegar me llevó a ese puente precioso, y allí estábamos con la puesta de sol, cuando de pronto sacó una cajita del bolsillo... Fue como un sueño. Después, de vuelta al hotel... Me llevó a un lado y me habló con un hilillo de voz. Durante las veinticuatro horas siguientes, prácticamente lo único que llevé fue el anillo–

–Y una sonrisa enorme, seguro–

–Seguro– Siguió susurrando, conteniendo a duras penas la risa –Nunca he conocido a nadie que me ponga como él me pone. Nunca he tenido que decirle «la mano izquierda un poco más abajo», ¿sabes? No sé si me explico–

–Eres irremediable...– le dije con severidad

En realidad, pensaba: «Que suerte tienes...»

–No es extraño que camines como Clint Eastwood–

Durante la hora siguiente me dediqué a escuchar a escondidas infinitas conversaciones. No lo pude evitar, por más que lo intente. A un par de amigas de mamá, del club de golf, les oí decir:

–... Cuidado, yo siempre he dicho que es una pena que la hermana menor sea la primera en casarse. Candy ya debe de rondar la treintena, y a las chicas se les hace más difícil con los tiempos que corren. La mitad de los chicos son unos maricones–

–Sonia, se supone que no deberías utilizar ese lenguaje. Además, tengo entendido que Candy está saliendo con alguien. Me lo dijo Alice: al parecer, un tipo importante. Esperaba que esta noche viniera con él, pero debe de ser pronto para las presentaciones en familia–

En otro grupo de amigos de Belinda oí decir:

–¿Es que el tal Michael no piensa soltarla nunca? Lleva toda la maldita noche pegado como una lapa a su cintura–

–A ella seguramente le gusta. Tengo entendido que apenas se levantaron de la cama en sus cuatro primeros fines de semana. Me sorprende que no se haya ido a vivir con él. Claro que con tanto polvo va, polvo viene, ella ha pillado una cistitis. Repugnante...–

Caramba. De todos modos, si se trata de una buena dosis de sexo y desenfreno, yo siempre estoy disponible

–Venga, a ver si maduras de una vez. Y deja de mirarle las piernas como un bobo. Como trates de clavarme la escopeta por la espalda a las tres de la mañana, sabré con quién estás soñando–

A eso de las nueve y media abrí la puerta a alguien que llegaba tarde

–¡Karen! Ya pensábamos que no vendrías–

–Hola, cascarrabias– sonrió –Hacía tiempo, ¿eh? vamos, déjame entrar, o me voy a mojar hasta las ideas. Vengo caminando desde Gill's. Me ha entretenido Ron Dickson; me deje llevar y fuimos a tomar una copa rápida, que al final fueron tres y una partida de billar. La verdad es que ya estoy un poco achispada–

–Y yo también– respondí contenta. Gill's nuestro bar en Long Island donde mis padres tienen su casa, estaba a menos de un kilómetro. Karen Claise, antigua amiga de colegio, vivía a cuatro casas de la nuestra. Había pasado casi tres años en el extranjero, de modo que últimamente apenas la había visto. En Navidad se fue a esquiar, así que ni siquiera entonces estuve con ella. Bajo ese halo de rizos rojizos y castaños, tras esa inocente cara de ángel que se ve en los cuadros más sentimentaloides de la época victoriana, Karen tenía un aire de perversidad risueña. A veces le daba por los chistes malos, pero daba gusto reírse con ella.

–¿Te alegras de haber vuelto?– le pregunté cuando entró en calor

–Aún no estoy segura, pero mi madre está loca de contenta por tenerme en casa. Incluso me plancha la ropa. ¿Qué tal William?– añadió muy sonriente –Dorothy me lo ha contado todo–

–Me extraña que le quedara algo por contar. Mamá se lo ha contado con pelos y señales a casi medio Long Island–

Se echó a reír

–¿Lo has conocido a través de esa tontería... como se llama?–

Con eso de la «tontería» se refería a Recursos Humanos Aristos, que tenía veinte sucursales en Nueva York y en Nueva Jersey, de las que se suponía yo estaba al frente de una. Aristos no era un nombre que aspirase a tener exactamente connotaciones «tontas». Pronunciado «Aristoss», al parecer, significa «lo mejor» en griego antiguo, lo cual no deja de ser un chiste si se piensa en algunas de las personas que se sometían a nuestras pruebas de lengua y matemáticas.

–En fin, supongo que Michael es de lo mejorcito que hay por ahí– dijo señalando a los invitados estelares –O poco debe de faltarle. No es de extrañar que tu madre parezca el gato que acaba de pescar al pez de la pecera–

Más tarde, cuando la gente empezaba a marcharse, oí que alguien preguntaba:

–Bueno, ¿y para cuándo es la boda?–

Había que ver la cara que puso mamá. Radiante, gloriosa, envuelta en una guirnalda de sonrisas resplandecientes

–Todavía no han decidido la fecha concreta, pero estoy segura de que será pronto...–

Y eso me lleva al momento en que la invitación cayó sobre la alfombra por la ranura del buzón. La acompañaba una nota:

Todo esto va a ser un alboroto terrible, apenas tenemos mes y medio para organizarlo todo, la verdad es que tengo que quitarme unos kilos antes de pensar siquiera en qué voy a ponerme, pero hemos tenido mucha suerte con la cancelación. De veras me gustaría que William pudiera venir. Tenemos muchísimas ganas de conocerlo.

Con cariño, a toda prisa,

Besos Mamá

Y un beso de parte de papá, claro.

Dejé la invitación en la repisa, desde donde me miraba con aire siniestro. «¿Y bien?», parecía decirme en tono acusador. «¿Piensas resolver este lío, o qué?»

Mamá me llamó por teléfono esa misma noche.

–Podrás venir con él, ¿verdad, cariño? He hablado de él prácticamente a todos, y no quisiera que me fallaras por nada del mundo, ¿eh? Ellie Legan todavía sale con ese tal Neil, así que he tenido que invitarlo, claro. Me sigue pareciendo un tipo raro, pero mejor así: razón de más para hacer un poco de ostentación.

–Mamá...–

–Sí, ya sé que suena un poco malvado, pero Sarah no deja de darme la lata con que si Neil tal, que si Neil cual...A esa mujer la voy a matar el día menos pensado. Oyéndola hablar, cualquiera diría que un simple abogado de empresa es un cruce entre Dios y Mel Hudson... –

–Gibson, mamá. Mel Gibson–

–Tú me entiendes. Por favor, dile a William que nos encantaría que viniese... Es imposible que tenga un compromiso para ese mismo día. Con seis semanas de antelación... Si te tiene cariño de veras, estoy segura de que estará encantado... –

Al cabo de un minuto de aquella parafernalia, le dije con debilidad que sí, que estaba segura de que le encantaría ir, que sí, yo estaba estupendamente, todo estaba estupendamente, que saludara de mi parte a papá y a Dorothy, hasta pronto, y colgué.

–No quiere que yo le falle: quiere que cumpla con mi parte– dije –Deja que me ría–

Annie, mi amiga, compañera de piso y consejera sin sueldo me miró como otras veces: Dios del cielo, no tienes remedio

–Dios del cielo, no tienes remedio– dijo de hecho –¿Por qué no dejas de darle vueltas y acabas con este lío?–

–¡No puedo hacer eso! Antes, tendría que mentalizarme, pensar en un motivo absolutamente irrebatible, que explicase por qué hemos dejado de ser compatibles–

–A mí se me ocurre uno excelente– dijo –La muerte se considera, por lo general, un punto final perfecto para una relación engorrosa. Di que lo mató un ladrón por sus tarjetas doradas–

No me importa decirlo: semejante muestra de insensibilidad me dejó consternada.

–¿No te parece que sería un tanto desagradecido, después de lo mucho que lo he utilizado sin vergüenza de ninguna clase?–

–Déjate de tanto drama. Hazlo la semana que viene: rápido, limpio, sin dejar el menor resquicio a una reconciliación. A una boda no puedes ir con un cadáver–

–Es que un asesinato así sería como una tormenta el día de la boda– dije con firmeza –No me apetece ser una aguafiestas, ni que todo el mundo se compadezca de mí. Además, ¿cómo voy a ingeniármelas para dar la impresión de que tengo el corazón partido si en realidad me sentiré agradecidísima? ¿Te imaginas a alguien en mi situación diciendo «pásame otro vodka doble y, de paso, al mejor amigo del novio»?–

–¡Pues entonces piensa en algo! – Suspiró como si dijera: me tienes hasta las narices–.

–Mira, odio decir que te lo dije, pero TE LO DIJE. Si te dio por inventarte a un novio perfecto, sólo para que tu madre dejara de darte la lata...–

–¡No fue del todo un invento!– enfatice

–Eso no son más que tonterías– Me sirvió la tercera margarita de la noche –Tú te lo inventaste, pues tú deshazte de él–