Disclaimer: El universo de Naruto, así como sus personajes y referencias no me pertenecen. Esto es un fanfic, sin fines de lucro.
Advertencias: AU, shounen ai, desarrollo lento, SasuNaru, posiblemente suba la clasificación cuando publique el capítulo cuatro, Médium!Naruto, Exorcista!Sasuke. Usualmente para los fanfics utilizo comillas inglesas ("") cuando toca, en lugar de las españolas («»), básicamente porque me mal acostumbré. Fin.
Pairing: Sasuke/Naruto
Género: Paranormal, misterio, aventuras.
Notas: ¡Hola! Esta historia está inspirada en varias obras que abordan lo paranormal, por lo que puede que encuentres referencias vagas o directas.
Este fanfic es un presente para el intercambio navideño del grupo de Facebook "Shhh… SasuNaru NaruSasu." De las opciones que di, eligieron un fanfic SasuNaru y aquí está. Con cariño para Escarlet CT.
Silabaria L.
~°0o0°~
Lazos
Capítulo uno: La Torre
Es extraño como algunos sonidos completamente ordinarios pueden cobrar un funesto significado en nuestra mente si los oímos en el momento y lugar incorrectos. La manija de una puerta intentando ser abierta puede ser un ejemplo.
Cuando Naruto está en casa y se acerca la hora de la cena, le resulta de lo más normal oír el picaporte de la entrada, porque esa es la hora usual en la que su abuelo Jiraiya regresa de quién-sabe-dónde-estuve-documentándome-no-preguntes.
Empero, no se encontraba en casa entonces, sino en la librería "La Torre." En el sótano de la misma, para ser exactos. Se suponía que aquella tarde —como casi todos los días durante el último mes— después de clases, Naruto ayudaría a Kurama a poner el sitio en orden.
Ya no estaba tan seguro de por qué o para qué, honestamente, puesto que la tienda casi no tenía clientes. La ubicación tan cerca del estacionamiento subterráneo no era la mejor ciertamente, pero lo que más ahuyentaba a los compradores probablemente fuera el aspecto destartalado, como si la pequeña edificación acabara de sobrevivir en pie a la última Gran Guerra… hacía más doscientos años. Lo cual sería milagroso en sí mismo pues su arquitectura tradicional en madera, había pasado de moda hacía medio milenio. De hecho, parecía una torre feudal a la que hubiesen destrozado todos los pisos superiores. De alguna manera, aquel pequeño trozo del período Yin se había conservado oculto entre los pasillos de un centro comercial botado en el peor barrio de la prefectura Konoha.
Como fuera, no había mucho que Naruto pudiera hacer para mejorar el aspecto del lugar cuando su dueño no tenía intención de invertir recursos en ello. Sin embargo, Kurama estaba dispuesto a vender las guarradas del viejo Jiraiya y a cambio del magnánimo favor, su adorable abuelo ofreció los servicios de Naruto en prenda. Sí, un amor de abuelo, el pervertido ese. Se entendía mejor cuando se tenía en cuenta que al viejo le estaba costando vender sus obras más de lo normal desde que habían llegado. Casi no había editoriales que quisieran publicarlo en el idioma del País del Fuego, mucho menos promocionarlo y venderlo, por lo que llevaban casi dos meses viviendo únicamente con lo que Jiraiya ganaba de sus publicaciones en el extranjero.
El nieto no terminaba de comprender por qué se habían mudado de un país tan abierto y cosmopolita como Nueva Britania, a un lugar tan rígido como el País del Fuego con todos esos fueguinitos estirados; pero tenía algo que ver con la documentación del abuelo para su siguiente novela.
Para ser justos, a Naruto no le molestaba del todo ayudar en la ruinosa librería. Kurama era un cascarrabias que no aparentaba los ciento cincuenta años psicológicos que debía de tener para ser tan amargado, pero era un buen tipo, bromista y sarcástico, de la especie que el chico prefería y que en Konoha no abundaba. No le desagradaba realmente estar ahí… no hasta que las cosas escabrosas comenzaban a ocurrir…
…Como aquella manija siendo jalada insistentemente desde el otro lado de la puerta, por ejemplo. Una puerta en el sótano de una librería, cabe añadir, en el subterráneo de un centro comercial de un barrio dejado a la buena de Kami (porque la mano del Hokage de la prefectura no se veía mucho por ahí). ¿Hacia dónde llevaba esa puerta? Pues buena pregunta. Kurama solía decirle que conectaba con el sótano de la tienda de al lado, y que a sus empleados les gustaba molestar, pero Naruto no estaba tan seguro. Eran la única tienda de ese pasillo, tan estrecho y chungo además, que nadie lo usaba para llegar a los estacionamientos (la gente prefería los ascensores, evidentemente).
Como en ocasiones anteriores, dejó en el piso los libros que estaba a punto de llevar arriba para poner en el mostrador, y en cambio caminó hacia aquel antiguo umbral bloqueado con una pesada puerta de madera maciza y tachonada en hierro. Se encontraba cerrada a cal y canto a pesar que alguien seguía manipulando la herrumbrosa manija en ese preciso momento. Tenía una ventanilla cubierta con celosías también de madera, como las rejillas de un confesionario, pero le quedaba muy alta para asomarse. La idea de mirar por allí se le hacía escalofriante, pero eso no lo detuvo de arrimarse sobre una caja hasta que sus ojos estuvieron a la altura.
Fue su propio reflejo el que lo recibió primero, observándolo desde un sucio y grueso cristal, ya opacado por los años. Del otro lado debía de estar realmente oscuro porque no podía ver nada salvo las formas de su cara, aunque el cabello rubio brillante y sus ojos de ese eléctrico tono azul, a penas y se notaban con la pobre iluminación del sótano. Las tres líneas finas y paralelas que atravesaban horizontalmente sus ambas mejillas en cambio, siempre parecían relucir en la penumbra por alguna razón. Eran marcas de nacimiento que causaban curiosidad en la gente, pero él nunca tuvo una respuesta que explicara su existencia, así que solía bromear con que él descendía de los hombres gato y aquellas eran sus bigotes.
Tan distraído estaba mirando sus mofletes, que el ojo de pupila dilatada y el iris completamente rojo mirándolo desde la oscuridad al otro lado de la ventanilla, casi le pasó desapercibido en el primer micro segundo. Intentó con todas sus fuerzas no lucir sorprendido, tanto que sintió su cuello crujir por la tensión de mantener una expresión serena.
"Vamos, Naruto, estás acostumbrado a esto" se dijo mentalmente, aunque su Yo psicológico sonaba alarmantemente histérico en ese momento. "No has visto nada, no has visto nada… finge que no has visto nada."
Sostuvo la mirada perdida, inspeccionando el negro vacío tras su reflejo, como si no se percatara de que realmente había alguien tras la jodida puerta. El ojo rojo se volvió un par completo, fijos en Naruto con una atención tan incisiva que dolía. La manija de hierro se movió con más fuerza aún, aunque no cedió un ápice y el acceso se conservó cerrado. Pero el rubio, ya sintiendo que no podría seguir aparentando enajenación, bajó de la caja con calma, alejándose de la enorme puerta que alguien (o algo) seguía tratando de abrir, y quedando fuera de rango (o eso esperaba) de esas ominosas pupilas carmesíes que lo observaban. Volteó silbando una melodía estúpida que se le había pegado de un comercial de ramen en la televisión, y entonces…
—¡Hey, mocoso! —escuchó el grito de Kurama desde la tienda en el piso de arriba. La áspera voz lo tranquilizó en una extraña manera—. ¡Qué te está tomando tanto tiempo allá abajo!
Dio un respingo y saltó en sus pies para correr a por los libros que había dejado abandonados hace un momento. De camino a las escaleras se fijó que uno de los ejemplares de Jiraiya se hallaba en el suelo.
—¿Y tú qué haces aquí tirado? —pensó en voz alta.
No recordaba haber llevado ninguno de los libros de su abuelo al almacén; los había dejado todos en las estanterías a la vista de la vitrina. Pero sin duda aquel tomo con diseño de espiral en la portada, tenía que ser el último título del viejo: Uzumaki, en honor a su protagonista que se llamaba como Naruto (a veces amaba el hecho que ningún fueguino leyera la obra, pasaría aún menos desapercibido en el instituto si Uzumaki fuera una novela famosa).
Como ya no podía acumular nada más en sus brazos, se metió el libro en el bolsillo interno de la chaqueta y por fin se largó del tétrico sótano mal iluminado, con ese ayakashi errante tratando de entrar por una puerta subterránea. Suspiró. Venir al País del Fuego tenía muchas desventajas y no veía el momento en que Jiraiya acabara con todos sus asuntos para volver a Nueva Britania.
—Ya era hora —se quejó Kurama en cuanto llegó arriba—. ¿Qué te tomó tanto tiempo?
—Eh… nada —contestó vagamente—. No encontraba los libros de Steiner que me pediste.
No sacaba nada con indignarse. Hacía dos semanas todavía lo irritaba sobremanera la actitud mandona del comerciante, pero el enojo nunca le duraba demasiado. Kurama, con esa larga y aleonada cabellera de impresionante bermellón, más sus profundos ojos marrones delineados con negro carbón, se veía como un rock star desgarbado… o como un actor kabuki que viene bajando del escenario. Su yukata, aunque sencilla, era de colores vívidos y su manera de llevarla con un brazo afuera, lo hacía ver a la vez despreocupado y confiado. Había que cogerle las mañas y entonces comenzabas a comprender que venía de vuelta de demasiadas cosas como para aguantar la mierda de nadie ahora. Por eso actuaba como si el mundo ya no tuviera con qué decepcionarlo. No era que un joven como Naruto lo pudiera entender verdaderamente, pero sí sabía que cada quien tenía sus propios problemas y los de Kurama no eran con él.
Echado sobre el mostrador, el hombre se puso a revisar los libros que su empleado (alias esclavo) acababa de traer, pero se detuvo un segundo a mirarlo y algo tuvo que haberle visto en la cara —de piel usualmente bronceada y tonalidad saludable— porque...
—Eh, mocoso, estás pálido, parece que viste un fantasma —la sonrisa ladina no llegaba a su ceño ligeramente fruncido, por lo que el rubio quiso adivinar allí una cuota de preocupación.
Bueno, no podía decirle la verdad.
—No es nada, viejo —se rascó la nuca, con un poco de nerviosismo—… creo que sólo tengo hambre.
Por suerte su estómago se alió con él y rugió en concordancia.
—¡Y a quién le dices viejo! —Kurama lanzó un puño a la cabeza del menor, pero no iba en serio porque Naruto lo esquivó fácilmente, sonriendo. Kurama no lucía viejo, técnicamente hablando, eran sus ojos y modales los que daban esa impresión—. ¡Más respeto con tus mayores, niñato!
—¡Nada de respeto! ¡Me estás matando de hambre aquí-dattebayo, explotador infantil!
No lo dijo en serio, aunque ya se acercaba la hora de la cena y tenía que irse a casa. Pero algo pareció removerse en la actitud de Kurama, porque achinó los ojos y desvió la vista, balbuceando algo acerca de que la-comida-no-era-parte-del-trato-mocoso-quejica y…
—¡Pues ya vete a casa, entonces! —exclamó finalmente.
—¡Como si quisiera quedarme, viejo cascarrabias! —gritó al voleo mientras esquivaba un nuevo golpe del pelirrojo y corría hacia su mochila de la escuela y la puerta de salida—. ¡Te veo mañana! —agregó desde el umbral, con una sonrisa divertida y enorme porque no sabía sonreír de otra manera.
Justo en aquel momento, uno de los escasos transeúntes que —por algún casual motivo que escapaba al razonamiento de Naruto— tomaban ese estrecho callejón de la galería para llegar al estacionamiento, se le quedó mirando con una ceja alzada en extrañeza. Probablemente nadie se imaginaba que de hecho hubiese una tienda allí. La mayoría prefería acudir a la librería del segundo piso de ese mismo centro comercial, la cual pertenecía a una cadena internacional y era mucho más grande y bonita que "La Torre" (que más parecía "La Mazmorra", si nos poníamos a ello). Se limitó a sonreírle, sin siquiera la esperanza que aquel sujeto quisiera pasar al cuchitril para comprar un libro de Jiraiya. Y enseguida lo olvidó pues nuevamente un sonido común y corriente tomaba tintes ominosos cuando su celular estalló con el aviso de tres llamadas perdidas del viejo pervertido.
Se le había hecho tarde y esa noche le tocaba preparar la cena.
—Ramen será, pues-dattebayo —murmuró alegremente para sí.
Ya no alcanzaba a prepararlo, por supuesto. Tendría que hacer una pequeña parada en el Ichiraku.
Todo tenía su lado bueno.
~°0o0°~
Pocas cosas eran buenas viviendo en el País del Fuego.
El ramen era una de ellas. Naruto lo amaba, aunque eso no evitó que derramara un poco de sopa de su cartón encima de la enorme melena blanca de su abuelo, mientras corría por la cocina a la mañana siguiente.
—¡Lo siento! —exclamó en su carrera mientras comía y guardaba sus útiles escolares a la vez.
Estaba a cinco minutos de retrasarse sin remedio para llegar al instituto.
—¡Hey, que me voy a tener que volver a bañar! —se quejó Jiraiya.
—¡Pues ya era hora, viejo, apestas-ttebayo! —bromeó el chico, con la boca llena.
Sabía que el viejo aprovecharía el pretexto para visitar los onsen otra vez, aunque lo habían echado a patadas del último, por pervertido…
—Oye, Naruto —oír su nombre le sorprendió, por lo que detuvo su labor un segundo para mirar al abuelo, quién continuó—. ¿…hoy también vas a pasar a la librería? Te tardaste mucho ayer.
—Eh… —la pregunta lo confundió un poco. Después de todo fue un acuerdo que el mismo Jiraiya hizo—. ¿Sí…? Supongo que sí... es el trato, ¿no? —añadió, llevándose la mano a la barbilla y luego sonrió encogiéndose de hombros—. Está bien, no me molesta ir.
—¿Seguro? Mira, no es tan necesario que vayas. Mis libros venden bien afuera, de todas formas. Si no me quieren distribuir aquí, no tienes que-…
—No, está bien —lo cortó el rubio—. Eso ya lo sabía, viejo —sin perder la sonrisa. Si Jiraiya pensaba que se lo había creído antes, estaba bien perdido—. Sé que me tienes allí más que nada para estar seguro que no me meto en líos fuera de la escuela, ¿verdad?
El abuelo sonrió rodando los ojos.
—¿Soy tan obvio?
—Estás perdiendo el toque —le sacó la lengua para luego continuar preparando su mochila—. Pero la verdad, me agrada ir.
Y no mentía. Pasar las tardes con Kurama era un respiro de la escuela. Además, el hombre sabía muchas cosas y últimamente le ayudaba a hacer la tarea si se lo pedía.
—Ya, pero no te quedes hasta tan tarde, ¿vale? Hablaré con el viejo ese, para que no te retenga tanto tiempo.
Su nieto negó.
—No hace falta, lo de ayer no fue intencional, descuida. Hoy volveré a tiempo y más te vale que prepares algo delicioso.
—¡Oye, que anoche nos trajiste ramen del Ichiraku, tú no cocinaste!
—¡Cada quien con sus recursos-ttebayo! No tuve tiempo de cocinar —exclamó ya desde el recibidor de la casa.
—¡Por eso digo que te vengas más temprano! —escuchó al abuelo hasta la calle.
—¡Ya entendí-dattebayo! ¡Nos vemos en la cena!
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Y así comenzaba la peor parte del día de Naruto: la escuela.
Llegó tarde, el casillero de sus zapatillas había sido saqueado y tuvo que pedir un par de sandalias de los objetos perdidos de la escuela. Y no, no fue una broma inocente: habían dejado mierda de gato en lugar de su calzado, la cual tuvo que limpiar porque el director Sarutobi lo culpó a él. Aquello causó que llegara aún más tarde al salón de clases. Iruka-sensei le prohibió entrar y le asignó más tareas de limpieza para la tarde.
Genial.
Por suerte su comida estaba deliciosa —se consoló a la hora del almuerzo en la cafetería de la escuela. Había empacado ramen del Ichiraku de la cena, así que al menos tenía un momento para disfrutar de algo… además de la tranquilidad, pues nadie se sentaba con él. Suspiró, él odiaba la tranquilidad. Habría dado lo que fuera por tener un amigo con el que hablar, pero a más de un mes de clases, aún no hacía ninguno.
—Lindos zapatos, henna gaijin —oyó la cantarina y maliciosa voz de Sakura, que no le dio otro vistazo antes de pasar por su lado junto a su amiga Ino.
Las dos se alejaron riendo.
¿De verdad? ¿Cuál era su maldito problema? ¡Naruto tenía la nacionalidad fueguina por derecho propio! Además, ambas chicas modificaban su color de pelo y ojos para lucir diferente, ¿y resulta que él era el raro por tener ese aspecto naturalmente? Bufando, trató de mantener su atención en su ramen recalentado.
No tenía muchos datos de su ascendencia materna, pero sabía que Kushina Uzumaki —su madre— a pesar de ser pelirroja, algo de sangre fueguina tenía que tener. Al menos su nombre y apellido lo indicaban, si bien su padre —Minato Namikaze— la conoció en Nueva Britania y al parecer nunca llegó a contar mucho de su familia, siendo ella la primera de su clan en migrar al otro lado del Piélago Verde. Por su parte, la familia de su padre no era tanto misterio: su abuela Seila Windwelle era oriunda de Germania, aunque al casarse con Jiraiya —un fueguino— quiso cambiar de nombre a Tsunade. El abuelo decidió a cambio tomar el apellido de su esposa y juntos crearon un nuevo legado, el de los Namikaze.
Todo aquello sonaba estupendo hasta que Naruto quedó huérfano a los cinco años. Para entonces sus abuelos paternos llevaban tiempo divorciados, Tsunade estaba quién sabía dónde y Jiraiya era un escritor de porno con el pseudónimo de Ero-sennin, archiconocido en Nueva Britania. Fue un buen país donde crecer, y a pesar de todo, el viejo no era un mal tutor.
¿Pero por qué todo eso era importante ahora? Pues porque acababa de llegar al País del Fuego con quince años, habiendo sido criado en un país multicultural muy distinto, y poseyendo además una mezcolanza de razas en el cuerpo que le daban rasgos completamente incongruentes con el resto de habitantes de Konoha. Tenía párpados fueguinos, pero todo lo demás era de otra parte. Y bueno, su personalidad ruidosa tampoco encajaba, por no hablar de las marcas en su cara.
Que no se malentendiera, Naruto sabía que debía respetar la cultura de los demás, y vaya que lo intentaba, el problema surgía cuando era rechazado aún a pesar de ello y antes que nadie llegara a conocerlo.
—Oye, ¿eso no es canibalismo? —tuvo el impulso de rodar los ojos al reconocer la voz del pesado de Kiba, pero algo en su tono le hizo recular y mirarlo con sólo una pizca de fastidio.
Le sorprendió lo que vio porque el chico, con pelo castaño y afilados caninos, se sentó a la mesa frente a él, sonriente mientras cabeceaba hacia la pieza de naruto que el Naruto de carne y hueso se estaba llevando a la boca.
—Ja, ja —contestó sin gracia—. ¿Qué quieres ahora, Scooby? —no estaba seguro que su compañero entendiera la broma, pero ya no le importaba a esas alturas.
Sin embargo, Kiba Inuzuka no venía solo. Junto a él se sentaron Shikamaru Nara, uno de los chicos más perezosos que había visto jamás (aunque muy inteligente), y Chouji Akimichi, un adolescente muy barrigón pero que no solía meterse con nadie. A decir verdad, ambos le eran indiferentes, no como el resto de estudiantes quienes parecían odiarlo por ser extranjero, incluyendo al idiota con cara de perro que tenía en frente en ese momento.
—¡Hey, nunca me habían llamado así! —le sacó la lengua Kiba, con buen humor—. Yo no quiero nada, pero este aburrido de aquí —acompañó sus palabras señalando a Shikamaru—, decidió que quería sentarse contigo y aquí estamos los tres.
Los miró en blanco. No estaba seguro de cómo interpretar eso.
—Ya —dijo impasible, y siguió comiendo, esperando que no le hicieran ninguna jugarreta, porque eso implicaría que se dieran de hostias otra vez, y de nuevo llamarían a Jiraiya para suspenderlo por no adaptarse, y en represalia por meterse en líos, iba a tener que acompañar al viejo durante algunos días a "documentarse para su novela" en el Barrio Rojo de Konoha.
—Es por tu trabajo de historia —se pronunció entonces el Nara, sus ojos parcos mirándolo con sencillez—. ¿De dónde sacaste información sobre las Guerras Cérvidas?
El rubio lo miró alzando una ceja. Sus reportes de historia ya eran leyenda en la escuela, aunque hasta la fecha sólo había entregado tres. En principio su profesor le dijo que no debía inventarse sucesos históricos del País del Fuego, pero la verdad es que nunca inventó nada, simplemente tenía una buena vena periodística, heredada de Jiraiya (cuando no escribía best sellers pornográficos, el viejo se tomaba su trabajo en serio).
No sólo eso, Naruto tenía a la mano a un importante historiador de la prefectura: Kurama, junto a toda una librería cuyos textos podrían datarse hacía cinco o incluso seis períodos atrás. Tuvo que probar que su documentación era genuina, pero Iruka-sensei no tuvo más remedio que aceptar su versión de los hechos como una plausible, ya que sus referencias incluían a importantes historiadores reconocidos.
—De… fuentes —contestó estúpidamente, no estando seguro de querer llevar a nadie más a "La Torre," lo cual era estúpido porque como dependiente, su misión era atraer clientes, no ahuyentarlos.
—Casi no hay fuentes —lo contrarió Shikamaru, con tranquilidad—. No en las bibliotecas de la prefectura, ni siquiera en las de universidades y museos. Ninguna crónica disponible.
Bueno, eso era un poco extraño porque en "La Torre" había unas cuantas bitácoras al respecto.
Naruto ya lo sospechaba, Iruka le asignaba trabajos cada vez más difíciles que pusieran a prueba su librería misteriosa, de donde sacaba antiquísimos tomos. Probablemente imaginaba que era amigo de algún importante coleccionista, o algo así.
—Bueno… conozco a un historiador —vaciló.
—¿Quién?
—¿Por qué quieres saber? No es realmente importante, sólo es tarea.
—Es la historia de mi clan —se encogió de hombros—. Nunca había leído información tan específica de las Guerras Cérvidas, en mi familia no hay-…
—¿Leído? ¿Leíste mi informe? —lo cortó—. ¿De dónde lo sacaste?
Shikamaru rodó los ojos, ante la obviedad.
—Iruka-sensei, claro. Pensó que podría interesarme.
Iba a expresar su indignación cuando las risitas agudas de un par de chicas se alzaron por sobre el volumen de la cafetería, llamando la atención. "Y a mí me acusaron de ruidoso cuando llegué" pensó Naruto amargamente, observando cómo Sakura e Ino se burlaban de él unas cuantas mesas más lejos. Solían tomar su almuerzo junto a Sasuke Uchiha y Neji Hyuuga, los alumnos modelo, esos del tipo que parecían perpetuamente estreñidos.
—No les hagas caso —Kiba sacudió la cabeza—. Sólo están enojadas porque parece que no te importan las castas escolares.
—¿Castas escolares? ¿Eso no es demasiado neobritano para este lugar? —por favor, ni siquiera en Nueva Britania era realmente cierto que existieran esos grupos escolares de "los populares" y "los desadaptados" que solían aparecer en las películas de instituto.
—Ni idea como sea en tu país, pero aquí sí que es importante para algunas personas —se encogió de hombros el Inuzuka.
Suspiró.
—Soy fueguino —aclaró, sin energía porque ya no tenía caso decirlo—. Por padre y madre.
Shikamaru rio por lo bajo:
—Nada en ti lo parece.
Frunció el ceño…
—Tengo una ensalada de ancestros familiares, no es mi culpa —se defendió.
Casi envidió por un segundo los rasgos de Shikamaru, anodinos en la región: cabello negro y liso (aunque él lo llevaba en una coleta), ojos pequeños, facciones delicadas y la piel un tono más tostado que la suya.
—Pero eso no está mal, Naruto —le sonrió Kiba, con todos los dientes—. En realidad es bastante cool.
Y por primera vez alguien, aparte de Jiraiya y Kurama en ese estúpido país, lo llamaba por su nombre. No entendió del todo esa actitud. Kiba se había metido con él desde el primer día que llegó, ¿qué le había picado ahora?
—Estás confundido —afirmó Shikamaru. No era pregunta y sí, lo estaba—. Kiba es idiota y desconsiderado, no se lo tomes a mal.
—…Ya, seguro.
—No, es verdad, soy un poco idiota, por eso pensé que nos íbamos a llevar bien cuando llegaste —secundó el mencionado, rascándose la nuca.
—… —el rubio procesó las palabras hasta que entendió lo que el chico quería decir.
Que él también era idiota, eso es lo que le estaba diciendo.
No lo pudo evitar. También sonrió. Con cierta reticencia trató de repasar mentalmente su pequeña historia con Kiba desde que comenzó a asistir a clases. Era posible que las bromas del chico no conllevaran una mala intención per se, aún cuando lo único que conseguía era empeorar su imagen ante el resto del salón, exacerbando sus rarezas para que todos las notaran. Si era honesto, habría sido difícil para él pasar desapercibido, aún sin la ayuda de Kiba.
—¿Te vas a comer eso? —Chouji estiró sus palillos hacia el almuerzo de Naruto, quien se apresuró a terminar su ramen.
—¿Y bien? ¿Vas a compartir tus fuentes conmigo, Naruto? —Shikamaru insistió.
Supuso que podía preguntarle a Kurama si querría recibir otros chicos en su tienda. Era una tienda, después de todo. Aunque su dueño fuera un cascarrabias, posiblemente contestara algunas preguntas a otro estudiante tan curioso como él. De todas formas, por algún motivo sentía que debía consultarle antes de llegar con alguien más a "La Torre."
—Le preguntaré a mi amigo historiador, ¿vale?
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No pudiendo asegurar que tuviese amigos ahora, Naruto igualmente sentía una cierta ligereza de espíritu cuando regresó a clases por la tarde. Era la primera vez que compartía el receso con alguien de la escuela desde que llegó a Konoha.
Su bienestar no duró más de veinte minutos, claro.
Justamente tocaba historia, repasando el período Yang, durante cuya lección se enzarzó en una discusión épica con el número uno de la clase, Sasuke Uchiha. Con sus calificaciones perfectas, desempeño perfecto en deportes, capitán del club de artes marciales de la escuela y por supuesto, perfectos rasgos fueguinos —pelo negro azulado, liso y acomodado intencionalmente (Naruto estaba seguro) para que se viera desordenado; piel marmórea de rasgos cincelados; ojos negros y oscurísimos— que encarnaban todo lo que aquel país consideraba hermoso, virtuoso y genial, el chico contaba con el respaldo de Iruka en la discusión, si bien el sensei no se estaba inmiscuyendo demasiado.
Pero bueno, de historia poco sabía el Uchiha, porque su versión de las Guerrillas del Sol Penumbroso se contradecía directamente con la mayoría de cronistas de la época que había leído hasta ese momento. Según Sasuke, su Clan había defendido tanto al Hokage como al orden y la libertad de los habitantes del País del Fuego, cuando según Kurama y varios historiadores —entre los cuales estaba Senju Hashirama—, el líder del Clan, Madara Uchiha, pretendía militarizar la prefectura (entonces han) para su propio beneficio.
Antes que la discusión pasara a ser una pelea física, Iruka-sensei decidió intervenir por fin…
…Sólo para asignarles un trabajo en conjunto.
—¡¿Qué?! —exclamó el rubio, sin notar que cuestionarlo podría resultar irrespetuoso—. ¡Sensei, estás bromeando, ¿verdad?!
Para el asombro de sus compañeros —y la evidente irritación del Uchiha—, Iruka no se lo tomó a mal.
—Claro que no, Namikaze-kun —reiteró sonriendo, en realidad parecía de bastante buen humor—. Creo que todos estamos aprendiendo aquí, y espero que sigamos sacando provecho de estas discusiones.
Mientras el profesor asignaba el resto de parejas y los temas, Sasuke no le quitó los ojos de encima a Naruto, y algo en su mirada le recordó incómodamente al ayakashi de ojos rojos que intentaba entrar al sótano de "La Torre."
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Retornó a casa arrastrando su moral como mejor podía. No esperaba terminar el día tan mal. No sólo había resultado emparejado con el sujeto más irritante de su clase, sino que además tuvo que quedarse a limpiar el aula (Kiba se quedó a ayudarlo, aunque ahora le debía un bentō). Acabó tan tarde que ni siquiera pudo pasar a la librería, ¡y con todo lo que tenía que preguntarle ahora a Kurama! Esperaba que el hombre no lo regañase demasiado. Le explicaría que no había sido intencional. Afortunadamente no podía acusarlo de ausentismo porque no había un contrato de por medio. No obstante habría deseado tener cuando menos el teléfono del tipo para poder avisarle que no iría.
Suspirando pasó por la cocina para servirse algo de leche antes de subir a su cuarto. Jiraiya debería de estar pronto a regresar también, ya que ese día la cena corría por su cuenta. Entretanto, tendría que hacer sus deberes sin ayuda esa tarde.
Revisando sus libros de texto en medio de su caos personal, un volumen cayó al piso cuando sacudió su chaqueta del día anterior, despertando al instante su interés. Tenía una espiral en la portada, y cuando lo recogió del sótano de "La Torre" pensó que se trataba de uno de los ejemplares de Uzumaki, la novela de su abuelo. Empero ahora, bajo la luz de su ventana notó que, además del remolino, en nada se asemejaba a la edición de baja calidad de Uzumaki en fueguino. Éste estaba cosido con un patrón de encuadernado tradicional en lugar del método moderno. Tenía extraños trazos por los cuatro bordes de la portada, el canto de las páginas estaba tintado de naranjo y, en una esquina bajo el símbolo central, tenía escrito un pequeño título: El libro de los lazos. Viento.
Naruto sabía leer y escribir bastante bien los dos sistemas ortográficos del idioma fueguino, pero aquel libro parecía estar escrito en ideogramas mucho más antiguos de los que conocía, por lo que no lo terminaba de entender. Extrañado, se echó en la cama mientras ojeaba el insólito texto, humedeciendo sus yemas con saliva de tanto en tanto porque las viejas hojas de papel washi se pegaban entre sí por la antigüedad.
Tan concentrado estaba que no oyó a su abuelo cuando regresó a casa. Olvidó su tarea, su hambre y sin darse cuenta, de pronto se sintió demasiado cansado como para que le importara. Los peculiares símbolos y sellos del libro comenzaron a bailar en su mente… aún después de cerrar los ojos.
No tuvo la oportunidad de ver el rostro sombrío de Jiraiya cuando subió a buscarlo para cenar y lo halló profundamente dormido.
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"¡Mierda, mierda, mierda!"
¡Se había dormido y no hizo su tarea! Encima se saltó la primera alarma del despertador y aún llevaba la ropa del día anterior. No le quedó más remedio que alistarse corriendo con lo que tenía puesto, y aunque se había acostado con el estómago vacío, pensaba ahorrarse el desayuno mientras corría escaleras abajo.
—Naruto.
La voz de Ero-sennin lo llamó, pero tan siquiera lo miró mientras se abrochaba las deportivas en el recibidor.
—¡Hablamos a la vuelta, voy tarde!
Una mano grande y pesada se le posó en el hombro.
—Puedes llegar tarde por un día, tengo que hablarte —y sólo entonces notó que el tono de Jiraiya no admitía réplicas.
Tragó saliva.
—¿Qué hice? —no sabía qué pasaba, pero seguro de algo lo iban a culpar. Era muy distraído y a veces olvidaba cosas que debía hacer… oh, ¡por supuesto! Seguro se trataba de su ausentismo laboral—: ¡Lo sé, lo siento! Hablaré con Kurama esta tarde, sé que dije que-... —se cortó.
Jiraiya estaba frunciendo el ceño y Naruto supo que había dicho lo incorrecto.
—…
—…
—¿…Kurama?
—¿Ehm… sí? Kurama, ya sabes… el dueño de… —su voz se apagó lentamente en tanto que iba comprendiendo poco a poco.
—…
—¿…Por qué te ves como si no supieras de quién hablo-ttebayo?
Y naturalmente Jiraiya contestó con otra pregunta:
—¿…Quién es Kurama, Naruto? —sus ojos suspicaces y el entrecejo preocupado.
Y justo entonces la revelación cayó sobre su rubia y desordenada cabecita de médium.
"Mierda" pensó.
Se dio con la palma en la frente y su cabeza comenzó a doler, pero por una razón diferente.
—Mierda —dijo.
Y Jiraiya suspiró, intuyendo.
Desviando la vista, Naruto preguntó esta vez:
—¿Cómo se llamaba la librería donde tenía que llevar tus novelas?
—… —el abuelo se apoyó de brazos cruzados en la pared antes de contestar con una nota de resignación, aunque no estaba enojado—. Eternity Books.
Eternity Books. La librería enorme y bonita del segundo piso del centro comercial.
—Mierda.
—Ayer hablé con el viejo Tazuna, el gerente, para pedirle que te dejara libre más temprano… y no adivinas lo que me dijo.
El nieto rodó los ojos:
—Ya. No conozco a ningún Tazuna.
—Nunca le llegaron mis libros… ni tú.
—Ya —se le hizo un nudo en el estómago, que le subió por el esófago hasta apretarle todo el pecho desagradablemente.
—¿Y bien? —indagó el mayor, recordándole que no le había contestado a ninguna de sus preguntas—. ¿A dónde fueron a dar tú y mis novelas?
Naruto sabía que las novelas eran lo que menos le preocupaba a Jiraiya, pero le agradeció el gesto de fingir lo contrario. Le hacía sentir menos idiota por alguna extraña razón.
No quería responder. Cuando lo hiciera, ambos confirmarían la verdad y no quería lidiar con eso.
Pero tenía qué.
—No tan lejos, realmente —se sentía un poco miserable—. Es en el mismo centro comercial, sólo que fui a la otra librería —el viejo lo miró fijamente—. La que está en el subterráneo. De camino a los estacionamientos… Se llama "La Torre."
—Ya —soltó entonces Jiraiya, parco.
—…
—…
—…
—Verás… el caso es-…
—Ya sé —el chico no quiso dejarlo continuar—. Tengo que irme —volvió a ocuparse de sus zapatos para salir, aunque su destino ya no era el instituto.
—Te acompaño.
—No.
—…
—…
—Te acompaño.
El caso era que no existía otra librería en ese centro comercial.
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