Capítulo 1: "La Tentación".

Disclaimer:

¿Es necesario que indique lo obvio? ¿Es necesario decir que El Señor de los Anillos no es de mi autoría? ¿Es necesario romperme el corazón para decir que el Legendarium al cual pertenece esa espléndida saga tampoco es de mi autoría?

Pues, hasta donde yo sé, no me llamo JRR Tolkien… tan sólo digo y prueba de eso es que soy mujer…

Escribo esto sin siquiera afanes de lucro, ¿qué mejor? Ni siquiera por el equivalente a una entrada 3D al cine para ver El Hobbit: La Desolación de Smaug. Sólo me impulsan a esta locura mis deseos por escribir (que ya he incursionado en estas mareas), mis locas neuronas a las cuales se les ocurre cada cosa y mi despecho porque hoy es el estreno de la mentada película en los cines chilenos y no he podido ir a verla (llora desconsoladamente).

Sin nada más que decir… creo que es suficiente bla-bla por hoy, así que, con vosotras y vosotros: La Tentación.

Los desgarradores gritos de los uruk-hai resonaban tras de él como una sórdida banda sonora que le atormentaba hasta lo más profundo de su ser. Frodo podía sentirlo, pero no podía hacer nada por evitarlo.

Gritos y más gritos tanto como de los miembros de la Compañía del Anillo como de los ejércitos del Señor Oscuro resuenan a su alrededor sin dejarle en paz.

El ronco, profundo y melodioso sonido del Cuerno de Gondor alza su voz por sobre todas las otras que intentan hacerse oír. Vuelve a silenciarse para que el Portador pueda escuchar los sablazos y gritos de todos otra vez. Y vuelve a alzarse en un desesperado llamado que nadie sabía que demasiado tarde se iba a contestar…

Una lágrima resbaló quedamente por las mejillas pálidas del Portador del Anillo. Si Boromir, un valiente y fuerte hombre de Gondor, forjado por las miles de desgracias del campo de batalla, había sucumbido ante el poder del Anillo… ¿Qué quedaba para él, un simple Hobbit?

El desesperado rugir del Cuerno de Gondor volvió a repetirse, evidenciando que a Boromir los deseos de esperar un refuerzo en medio del fragor de la batalla se le estaban agotando dizque la necesidad de ayuda urgente.

Frodo acarició suavemente el anillo de oro que pendía de su cuello. Cualquiera hubiese dicho que en el sutil tacto iba una enorme porción de ternura… cualquiera que no conociera la historia del desdichado Portador.

Su vida había cambiado hacía diecisiete años, cuando en su fiesta de cumpleaños su tío Bilbo había desaparecido aparentemente de la nada. Él sabía que su tío se había marchado por el deseo de poder visitar nuevamente los lugares que había visitado en su juventud antes de morir. Sin embargo, jamás se había imaginado que sería tan pronto.

Naturalmente, el viejo Bilbo le había heredado todo y, entre sus pertenencias era posible contar el Anillo Único…

Todavía podía recordar todas las recomendaciones que le había dado Gandalf al respecto. "Guárdalo bien, mantenlo oculto", habían sido sus palabras en aquellos momentos; palabras que él no había podido entender.

Y hasta hace un par de meses todo ese asunto había quedado en el pasado… Hasta la reaparición del viejo mago… Así, de golpe y porrazo, se había enterado de que era dueño del Anillo Único y que además de todo eso, era su Portador.

Portador… rol esclavizante que le condenaba a ir por las sombras y en completa soledad hasta el fin de sus días…

Detestaba aquel anillo de oro maldito y la cadena que le anclaba a él… Aquella caricia no era con ternura, sino que con un infinito y silencioso reproche.

Pudo oír el rugido de Lurtz, el uruk-hai. Los gritos ahogados de Merry y Pippin resonaban en el aire. El cuerno de Gondor ya no resonaba en Amon Hen con fuerza alguna.

Pudo sentir a alguien abrirse paso en la floresta. Seguramente se trataba de alguno de los siervos de Saruman que, atraído por la pérfida maldad del Anillo, había llegado hasta allí.

Dejó de lamentarse por lo cruel de su suerte y recordó qué lo había llegado hasta ahí, a orillas del río. Antes de que la batalla se desatase con todo su fragor, Boromir le había pedido el Anillo. "Para aligerar tu carga", había dicho. Pero en los ojos del fiero y orgulloso hombre de Gondor había podido vislumbrar la codicia, la demencia y la tentación en total potencia.

Entonces había comprendido que debía seguir solo el camino al costado del mundo que había elegido. No podía darse el lujo de poner en riesgos a gente inocente… aún era tiempo de que Boromir salvase su alma…

Los pasos se acercaron más y más. Con aire resuelto miró hacia el cielo despejado. Sus hermosos y sinceros ojos azules estaban llenos de lágrimas. Su rostro estaba desfigurado por el llanto y la fatiga.

Era una decisión dolorosa de tomar, pero tenía que cogerla si quería proteger a los demás. Eso le dio coraje y sus ojos brillaron decididos.

Con paso seguro y rápido caminó hasta una de las barcas que había en la orilla y se subió de un salto. Se cercioró de llevar consigo todo lo que necesitaba para su viaje y soltó la amarra.

El viento soplaba a su favor y rápidamente pudo llegar a la mitad del caudal. En la orilla se perfiló la figura de Sam.

-¡No!-gritó desesperado.

No, Valar, no… eso simplemente no podía estar pasando. El jardinero caminó en las aguas hasta que estas se hicieron demasiado profundas y se tragaron su cuerpo.

Frodo remó con sus brazos lo más rápido que pudo hasta llegar a la parte en la que las aguas habían succionado a su amigo. Extendió su brazo y con fuerza que jamás nadie supo de dónde sacó, lo izó hasta que éste estuvo a salvo en la embarcación.

A ambos les tomó unos minutos recobrar el aliento. Habían visto la muerte demasiado de cerca y el miedo acometía cada una de las fibras de sus seres.

Cuando Sam recobró el resuello juró a su amo que jamás le dejaría solo, que iría junto a él hasta los fuegos de Mordor para deshacerse de aquella carga que jamás debió de haber sido suya.

Frodo entendió que el jardinero quería cumplir su palabra empeñada a Gandalf. Intentó hacerle recapacitar que por muy noble que fuese su intención de ayudarle, corría riesgos inesperados que no eran ni para el más fuerte de los Herederos de Isildur.

Sam insistió, abogando que quería compartir la carga de su señor. Lo había pedido con nobleza, con la única intención de ayudar sin ningún fin. Pero la atribulada alma del Portador pareció ver los ojos codiciosos de su sirviente sobre la joya maldita y pareció oír en el tono de voz amable la tentación y la amenaza.

-¡Es mi Misión! ¿Qué parte de eso no comprendes?-estalló ante el pasmo de Sam y ante su propia sorpresa.

Estaba por disculparse, por admitir que no sabía qué le había pasado recién, cuando Sam dijo:

-¿Qué no lo ve? Usted necesita ayuda, señor Frodo. Permítame ayudarle, permítame llevar esa carga por usted-.

La voz sutil y la mirada triste se transformaron en una expresión que intentaba aprovechar esa situación en la mente distorsionada de Frodo.

-¿No lo entiendes? ¡El Anillo es mío! ¿Entiendes? ¡Mío!-bramó Frodo marcando mordazmente las sílabas, algo que él no hubiese hecho jamás en su sano juicio.

Sam miró a su señor sin entender. Podía estar recibiendo aquel maltrato, pero una promesa era una promesa: seguiría a Frodo hasta los fuegos de Mordor.

Un chapuzón fue lo siguiente. Sam se ahogaba y a Frodo, en medio de su recién adquirida demencia, pareció no importarle.

Se puso a remar lo más rápido que pudo y pronto se perdió de vista.

-¡Está vivo!-gritó Aragorn horas después.

Legolas cargó al Hobbit ahogado hasta el lado de un semi asaeteado Boromir. Ambos caídos aún seguían con vida.

Aragorn meneó la cabeza sin podérselo creer… Era evidente que el autor de ese crimen era Frodo, el inocente, el puro… no podía creérselo, él no había podido hacer algo así…

Y en su mente resonó un cúmulo de palabras y sabía bien que la autora de ellas era Galadriel, la Dama de la Luz, la Reina de Lothlórien, la Señora del Bosque Dorado:

-El mundo ha cambiado, lo siento en el agua, lo siento en la tierra, lo huelo en el aire-rezaban esas palabras… lo mismo que rezaba su corazón.