Me escabullí hacia mi habitación, haciendo que el atronador sonido de la puerta al cerrarse, casi fuese al compás con mi suspiro de alivio.

Tenía la pulsación acelerada, por lo que me quedé en silencio por varios minutos para calmarme, y certificarme de que ya todos estaban en sus camas, para que así no me molestaran.

Cuando la última puerta de la casa se cerró, volví a suspirar. Aún confusa y cansada por lo ocurrido en el transcurso del día, me giré para encontrarme nuevamente con la paz de mis días.

Antes de que pudiera hacer o ver nada, una familiar voz repleta de sensualidad y afecto, me recibió como todos los días lo hacía. Todo en mi se volvió a acelerar.

-Buenas noches pequeña Violeta- Su cuerpo fuerte, grande y pesado, se recostó sobre mi, acorralándome contra la pared, con una atrevida sonrisa que perfeccionaba aún más los rasgos de su inhumano rostro. Mi cuerpo sucumbió a el con solo sentirle, provocando que un montón de sentimientos se mezclaran, y mariposas bailaran.

Fijaba sus ojos en los míos, aquellos perfectos diamantes negros que no producían ningún ápice de maldad cuando se mezclaban con mis esmeraldas.

Gruñidos desde el otro lado de la habitación, me sacaron de aquel trance, y me obligaron a que apartara a Damon de mí. De mala gana, coloqué mis manos en su escultural cuerpo, intentando apartarlo y negué con la cabeza. Su expresión se retorció.

-Por favor –Susurré en su oído, consiente de que me oían, intentando no decir demasiado.

Resopló pesadamente y se alejó, produciendo en mi cuerpo quejas y decepción.

-Parece que aún no has comprendido que no puedes tocarla mientras estamos presentes –La dura voz de Stefan pareció rasguñar el suelo, dirigiéndole a su hermano una mirada de enojo y rabia.

-Creo que es ella la que debe decidir eso.

-Eso no es lo que está en el plan – Edward salió también a defensa de Stefan, que se había mantenido callado y calmado que el más delgado de los Salvatore.

-Que se joda el plan.

-¡Bueno basta! –Espeté con la voz especialmente alta, ya irritada. Me dirigí hacia ellos y les clavé mi enojada mirada – Precisamente es como lo dice Damon. Yo decido. Y no quiero más peleas ahora; ¿Lo han entendido? Si vienen a estresarme más de lo que ya me lo hace mi rutina diaria, los invito que salgan por donde vinieron.

Bruscamente pasé entre ellos, y abrí la ventana por donde ellos solían entrar. La señalé, me acosté en la cama y les di la espalda.

Durante mucho rato, el silencio reinó. No sabía si se habían ido o no, hasta que la luz de mi habitación se apagó. Sollocé en silencio.

Detestaba sus peleas. No soportaba verlos, luchando con las miradas, y escupiendo veneno con sus palabras, sobretodo entre los hermanos. Con Edward todavía lo comprendía; eran completamente distintos entre ellos, y era claro que rivalizaran.

Pero entre los Salvatore no. No me cabía en la cabeza.

No por mí.

Cerré los ojos, imaginando la primera vez que los conocí.

Fuese hacía un par de meses, y era como aquella noche; pero más fría y amarga.

Había vuelto de una discusión con mi madre, y me sentía destrozada.

Esos días no eran lo que se pueda decir los mejores, y había entrado en una profunda depresión. Me encontraba sola, y sin nadie a quien recurrir. Cuando había entrado a mi habitación me encerré para dedicarme a cortar mi piel, como comúnmente hacía cuando me encontraba así. No me importaba que no fuera normal o que estuviera mal; solo quería algo de paz.

No había si quiera empezado, cuando el pequeño trozo de vidrio punzante que tenía en mis manos me fue arrebatado de las manos. Salté, del susto, buscando con la mirada a quién me lo había robado, pero no había encendido la luz y tenía todavía, los ojos empañados de lágrimas, por lo que casi no veía nada. Escuché el sonido del mismo vidrio romperse, y el de los pedazos cayendo uno por uno al suelo. Estaba cansada y aterrada, pero el dolor que tenía en mi, me impidió levantarme o si quiera pensar en huir. Algo en mi gritaba, que si era algo malo, no importaba si me hacía daño. Intenté relajar mi cuerpo, recostándome sobre el suelo, como si de una muñeca se tratara.

Pronto las mismas manos que destrozaron aquel cristal, me tomaron dulcemente de los brazos, levantándome, rápidamente bajándolas a mi cintura, así alzándome y llevándome a la cama, donde me sentó. Yo seguía sin ver nada, pero el cariñoso toque de aquellas manos, cesaron el miedo en mí.

Fue algo decepcionante.

Busqué, de alguna forma, que un poco de luz, que me ofrecía le única ventana, me dejara identificar a mi salvador. Pero sin siquiera pedirla, algo o alguien devolvió la luz a la habitación.

Cerré los ojos, siendo casi cegada por la repentina ola de luz artificial que provenía, probablemente, de la lámpara más cercana que se encontraba en la mesa de noche, de mi pequeña estancia.

Poco a poco, acostumbrando mis ojos, comencé a abrirlos, y a poder detallar finalmente, a la persona que estaba en mi frente.

Pude determinar que ciertamente si era un hombre, y que llevaba prendas que consistían en un único y simple color; negro. Se mantenía quieto y firme frente a mí, probablemente observándome.

Mientras más claro se volvía todo ante mis ojos, mejor podía analizarlo. No debía tener más de 19 años, y era musculoso y grande. Cada parte de su cuerpo parecía tallada con las medidas exactas, siéndome bastante claras incluso sobre su ropa. Sus manos eran enormes; masculinas. Algo en mi se retorció, y no de dolor o miedo, al pensar que habían sido ellas las que me sujetaron.

Tanto me tenía entretenida su escultural físico, que no me había detenido a apreciar sus rasgos faciales. Solo cuando se me acercó un poco, es que alcé la mirada, cuidadosa, para observarle.

Llegué a pensar un momento que había muerto; ¿Me hubiera cortado sin darme cuenta de forma que me suicidara y haya llegado al infierno?

No podía ser el cielo, ya que un ser como ese solo te invitaría a pecar.

Era igual de masculino que el resto de si; un rostro cuadrado, con unos ojos negros brillante, en los que si te perdías, verías el cielo. Sus labios eran algo finos, pero cada movimiento que con sus comisuras efectuaba, lo hacía ver sexy y provocador.

Apoyé mis manos sobre la cama, mientras el pasaba sus dedos por su despeinado y oscuro cabello.

Suspiré de tan solo verlo.

Pensé que por un momento se había ido, ya que mi sensual desconocido ejecutó un veloz movimiento, inhumano de hacer, cual acción solo pude deducir cuando lo vi sentarse a mi lado.

No pensé en si era posible hacer aquello.

Cambié de posición, cruzando mis piernas en posición de meditación, para poder mirarle de frente.

El parecía querer hablar, ya que sus delicados labios se abrían con dificultad, pero tan solo para volverse a cerrar.

No había notado lo pálido que era. Su piel era tan blanca como la nieve, y parecía tan suave como la seda. Indecisa, alcé mi mano, temblando, y con mis dedos toqué con delicadeza su mejilla.

El no produjo ningún sonido o movimiento mientras yo me maravillaba con su textura; más bien parecía tenso. Cerró los ojos, y se mantuvo quieto como una estatua, hasta que mi mano se apartara.

Solo cuando la alejé, es que por primera vez habló.

Tomó mi mano de vuelta, y sentí un repentino escalofrío, por el frío que su piel transmitía a la mía. Supongo que la fascinación por su magnificencia no me había hecho reparar en ello cuando mis dedos se posaron sobre él.

-Nunca había sentido un calor humano tan diferente como este – Volvió a posar mis mano en su mejilla, pareciendo tan fascinado conmigo como yo con él- No eres simplemente humana; ¿verdad?

Fruncí el ceño. ¿Me estaba espetando una pregunta un desconocido del que yo no sabía nada?

El notó mi repentina furia, y rasgó una sonrisa.

-Perdona mi descortesía pequeña; mi nombre es Damon Salvatore.

Mis ojos se abrieron tanto al escuchar ese nombre, que estaba segura de que se saldrían. Mi mandíbula se descolocó, y tensé el cuerpo.

No podía ser.

El solo rió y tomó mi mentón, levantándolo para verme a los ojos. Por un momento, sus perfilados dientes, salieron a la luz, y tragué saliva.

Sabía que bien podría ser todo falso, y solo ser un loco que se creía un vampiro; pero algo en mi gritaba que todo aquello todo era cierto. Y más bien; deseaba que fuera cierto.

-Con el tiempo me irás creyendo –Dijo con tranquilidad mientras se levantaba – Por ahora creo que es mejor que deba irme.

-¡Espera! –Dije de repente - ¿Cuándo volveré a verte? –Pregunté, sonrojándome por mi reacción.

-Pronto, ya lo verás.

Y desapareció.

En las noches siguientes, vino ya acompañado por su hermano Stefan, que era casi tan atractivo y masculino como él; y luego con Edward.

Aunque bien no entendía como habían llegado ahí, no me importaba. Noche tras noche, ellos iban ahí a hacerme compañía, y no me importó, hasta que Stefan, una tarde en la que estaba sola en casa, se apareció, y mientras hablábamos lo explicó;

-No todas las historias que se escriben con ciertas Violet. Esos personajes que tu ves en las historias, son vulgares copias de nosotros, que alguna vez esas mujeres, al vernos en algún momento de su vida, captaron para sus famosas novelas.

Todos nosotros vivimos como personas normales, ya que, el lapislázuli nos protege del sol. Creo que eso es lo único cierto que he leído que de nosotros se ha escrito.

Solo que intentamos no hacernos notar.

Mi hermano y yo, ya conocíamos a los llamados por tu sociedad 'Cullens', y Klaus y su familia también anda por ahí.

-¿Quieres decir que todos vosotros existís? ¿Pero como ellas consiguieron adivinar toda su vida?

-Solo los que somos vampiros. Pues, a nosotros nos gusta llamar la atención sin llamarla; y con nuestro poder mental, podemos hacer que ellas sepan lo que queramos, creyendo que es solo algo producto de su imaginación. El resto lo hacen ellas.

-¿Y porqué están aquí? – Me limité a creer en todo lo que me decía sin hacer objeción. No tenía razón para mentirme.

-No lo sé. Damon nos contó que mientras pasaba por aquí, había sentido una potente ola de extraña energía. Entró y te encontró allí, intentando matarte. No sabemos que lo impulsó a salvarte. Pero cuando llegó a casa, no parecía el mismo. Se encerró y no habló con nadie hasta que finalmente nos trajo contigo. Solo en el camino nos explicó.

Lo único que pude hacer en ese momento es asentir mientras escuchaba.

Así, cada momento que con ellos pasaba, pasaron por mi mente, hasta el día de hoy.

Ellos poco a poco se volvieron hostiles entre ellos, sobretodo cuando se trataba de abrazarme o acercárseme. Eso me entristecía. Odiaba ver sus hermosos rostros desfigurados por la rabia.

Me levanté, frotando mis ojos y rebusqué por mi habitación el trozo de cristal que que había escondido hace tiempo; como repuesto. No sabía porqué lo hacía; solo quería.

Comencé a pasar el pequeño filo sobre la piel de mi brazo derecho, rasgándola poco a poco, intentando escribir en él.

No sé cuanto tiempo estuve en ello, hasta que escuché la ventana abrirse. Tiré el cristal hacia un lado donde no se rompiera, y oculté bajo mi manga los rasguños. Alcé la mirada, y para mi felicidad, era Damon el que entraba.

Me levanté torpemente, para intentar alcanzarle, pero solo me tropecé con mis pies y acabé en sus brazos, que fueron a mi rescate antes que el suelo me saludara.

-Estoy comenzando a celarme del suelo. Está constantemente buscándote pequeña Violeta – Dijo con una vocecita burlona, mientras me levantaba paraba decentemente. Rodeó mi cintura con sus brazos y me pegó a sí, abrazándome con ternura. Hice lo mismo con su cuello, apoyando mi rostro contra su pecho.

Nos mantuvimos así por un tiempo, como solíamos hacer cada noche que venía a escondidas de su hermano.

Aunque la verdad, pensaba que esa noche, después de mi repentino ataque de furia por su disputa, no aparecería.

Toqué su rostro con la punta de mis dedos, disfrutando de la única piel desnuda que conseguiría tocar.

Su voz acompañó mi deleite.

-Parece todo como la primera vez que nos vimos; ¿Recuerdas? Tu te… - Hablaba con ternura de el recuerdo, mientras seguía paseando las yemas de mis dedos por su mejilla, hasta que algo lo obligó a parar en seco.

Su semblante se enfureció y sus ojos chispeaban fuego.

No tarde en comprender la razón de su furia; la manga de mi camisola se había caído por mi brazo, dejando a la vista mis cortadas en él.

Damon tomó mi brazo con rudeza, con los ojos fijos en las aberturas de mi piel como si trata de descifrar algo en ellas. Yo intentaba forcejear, pero su fuerza era probablemente 100 mil veces mayor que la mía, y no conseguí hacer nada.

Mi frustración comenzó a aumentar, y al verme impotente, comencé a llorar.

No tardó en detenerse cuando me escuchó sollozar.

Sus dedos se relajaron, y me tomó de los hombros, volviendo a imposibilitarme el movimiento, con sus ojos acosando los míos de nuevo. Sus oscuros ojos estaban repletos de frustración.

-Explícamelo- Fue lo único que consiguió decir.

-Te fuiste. Se fueron. Estaba sola. No quería….-Balbuceaba sin sentido, mezclando mis sollozos con las palabras. No sabía ni siquiera porqué lloraba, ni porqué había ocasionado todo esto, solo me limité a dejar fluir mis sentimientos.

Probablemente toda mi tristeza, era porque creía que se habían ido y me dejaron sola. Ellos, sobretodo Damon, habían sido mi compañía todo ese tiempo, y que se fueran tan solo un momento por cualquier discusión o lo que fuera, me mataba por dentro. Y no me daba cuenta.

Sus brazos volvieron a rodearme, abrazándome de nuevo, mientras yo lloraba.

-No volveré irme. Te lo prometo. No importa lo que mi hermano y Vegetal (Refiriéndose a Edward) hagan. No te dejaré – Susurraba.

Lloré un rato más, mientras el me acostó en la cama, y hacía lo mismo a mi lado. Secó mis lágrimas, y tomó mi mano.

-Todo estará bien muñeca – Dio un beso en mi frente, usando uno de sus famosos apodos que me había puesto, cuando se ponía egocéntrico, y rebelde. Sonreí débilmente- Ahora intenta dormir ¿Está bien? No me iré hasta que duermas.

Asentí, y me arrimé a su pecho, donde me recosté, hasta rendirme al cansancio y sueño.