I
Lazos Rotos
La puerta se cerró con un golpe tan fuerte que el cuadro que había en la pared se estrelló contra el suelo y el cristal se hizo pedazos. Percy Weasley recobró el aliento un momento, apoyado contra la puerta de su habitación. Estaba tan rojo de rabia que sus innumerables pecas apenas se distinguían. Agitó la varita, murmurando unas palabras, y un haz de luz cegó la puerta un instante cuando el encantamiento impactó sobre la cerradura. Con otro agitar de la varita, este más enérgico, un baúl vacío salió volando de alguna parte y aterrizó sobre la cama, abriéndose con una brusquedad que no dejaba duda alguna sobre su agitado estado de ánimo. Al acercarse al armario, se encontró con el espejo y contempló su imagen un instante, lánguida y pecosa, el rojo pelo revuelto. Aún tenía unos feos surcos bajo los ojos, sello de innumerables noches sin dormir tras el asunto de la desaparición y muerte del señor Crouch. Debió de darse cuenta de que estaba gravemente enfermo, de que su comportamiento no era normal. Pero estaba demasiado impresionado, demasiado ocupado intentando complacer... Todavía sentía escalofríos cuando recordaba el interrogatorio y los fríos ojos de los oficiales fijos sobre él, haciéndole preguntas y más preguntas. Apartó la mirada del espejo con brusquedad.
Mientras sacaba túnicas y ropas del armario, mil y una cosas daban vueltas en su cabeza, mezclándose frenéticamente. Darle el puesto por puro interés, para utilizarle como a un mero instrumento… ¡Mentiras, todo mentiras! Ellos no lo comprendían, claro que no… No podían comprenderlo… Tantos años de trabajo duro, de largas noches sin dormir… Por fin tenía la oportunidad de su vida; sus sueños estaban al alcance de su mano, y en vez de sentirse orgullosos de él…
Ahogó un grito de rabia. Estaban tocando a la puerta, pero Percy no hizo caso alguno. Abrió el cajón de su escritorio, revolviendo entre plumas, pergaminos y botes de tinta. Bajo una pluma moteada, encontró una pequeña insignia que representaba una P dorada sobre un león, el símbolo de Gryffindor. Su insignia de prefecto en Hogwarts. Se la guardó en la túnica. En lo más profundo del cajón, la esquina de un papel blancuzco asomaba bajo unos pergaminos. Era una foto. Percy la sacó con manos temblorosas, más por la rabia que por la emoción. Desde ella una chica muy guapa, de pelo rizado y oscuro, le miraba, sorprendida primero y con cierto recelo después. Penélope. Le pareció oír su voz como si estuviera allí con él, en su habitación: ¡Prefieres a tu estúpido Ministerio, siempre el Ministerio! Ella tampoco le entendía, claro que no. Nunca fue capaz de entender que también lo hacía por ella, por darle un futuro mejor… Lágrimas de rabia anegaron sus ojos, y en la foto, la sonrisa taimada de Penélope se le antojó diabólica y cruel.
¡Pues quédate con tu estúpido Ministerio, Percy Weasley! ¡Se acabó!
Percy rompió la foto con rabia, dejando los pedazos tirados en el suelo.
― Muy bien, perfecto… perfecto…―murmuraba entre jadeos, yendo de un lado a otro y cogiendo cosas de aquí y allá para meterlas en el baúl; casi parecía un perturbado― Perfecto... Si todo el mundo me quiere dejar solo, adelante… Yo sé dónde valoran mi trabajo… ¿Me oís? ―exclamó en voz alta, acercándose a la puerta― ¡YO SÉ DÓNDE SABEN VALORARME!
Oyó un crujido bajo sus pies y miró al suelo. Había pisado los cristales del cuadro que se había caído. En el suelo, desde una foto, sus seis hermanos y sus padres miraban a su alrededor desconcertados, probablemente preguntándose qué hacían en el suelo rodeados de cristales rotos. Notando que la rabia le devoraba las entrañas, le dio una patada y terminó de romper el marco. Su familia de la foto pareció iniciar una tremenda discusión con su propia imagen de la fotografía, mientras que su familia de carne y hueso seguía llamando a la puerta. El hechizo les impedía abrirla.
― ¡Percy! ¡He dicho que abras ahora mismo! ―bramó la voz de su padre.
Percy lo ignoró, pero las manos, llenas de pergaminos, plumas y tinteros, le temblaban. Dos botes de tinta se estrellaron contra el suelo. Percy maldijo entre dientes. Más golpes en la puerta, que parecían resonar con violencia dentro de su cabeza.
― ¡Percy, abre ahora mismo!
― ¡BAULEO!
Agitó su varita con tanta violencia que soltó chispas candentes. La ropa, los libros y el resto de las cosas se metieron y colocaron solas en el baúl. Cuando estuvo lleno, se cerró con un fuerte golpe y aterrizó al lado de la puerta, tirando algunas cosas de las estanterías. Percy se echó por encima una capa de viaje, formuló un contrahechizo y abrió la puerta, encontrando al otro lado a sus padres y hermanos rodeándole.
― Dejadme pasar ―dijo con decisión.
Las miradas de toda su familia estaban clavadas en él. Los gemelos estaban a ambos lados de su madre, reconfortándola, pero sin despegar los ojos de él. Su hermana le miraba con los ojos muy abiertos, como si intentara asumir lo que estaba ocurriendo, pero Ron tenía cara de estar conteniéndose para no pegarle un puñetazo. Los ojos de su padre brillaban con furia detrás de las gafas.
― Hijos, id a vuestra habitación ―dijo el señor Weasley dirigiéndose a los dos más jóvenes. Ron no apartaba la mirada de Percy.
― No, papá, no pensamos…
― ¡YA!
Los labios de Ron temblaron un momento, pero obedeció. Ginny le siguió muy pálida, sin mirar atrás.
― No puedes hacer esto, hijo.
― Claro que puedo ―replicó Percy con frialdad―. No podéis retenerme aquí.
Esquivó a su padre y echó a andar escaleras abajo con tanto exaspero que el baúl casi sale rodando un par de veces. Ya estaba abriendo la puerta cuando su padre se plantó detrás de él, agarrándole por el brazo.
― ¡Percy, escúchame! Este es tu único hogar. El Ministerio nunca será tu hogar, allí no encontrarás una familia. Te tienen cegado con halagos. ¡Te han lavado el cerebro con promesas, te quieren utilizar como a una marioneta, Percy! ¡¿Es que no lo ves?!
Percy se soltó con brusquedad de la mano de su padre. Los ojos le chispeaban de rabia.
― ¡¿Y tú que sabes qué es lo que quieren de mí?! ― más que decir, pareció escupir las palabras; estaba fuera de sí― Ellos por lo menos valoran mi esfuerzo y mi trabajo. Para ellos soy alguien. Pero tú no puedes alegrarte por mí, claro, porque seguramente temes que consiga un trabajo mejor que el tuyo… ¡QUIERES QUE SEA UN FRACASADO, COMO TÚ…!
La bofetada sonó como un estallido en medio del silencio.
― ¡A MÍ NO ME HABLES ASÍ, ¿ME OYES? ¡SIGO SIENDO TU PADRE!
Todos habían enmudecido. Los dos se miraron un levísimo instante que se hizo eterno; Percy tenía los ojos muy abiertos y había palidecido, excepto allí donde le había pegado. Nunca había visto a su padre tan enfadado. Sus ojos parecían chisporrotear de rabia. El señor Weasley vaciló un momento; su rostro se dulcificó y alargó una mano hacia él como si intentara disculparse, pero Percy la apartó con brusquedad.
― ¡¡TÚ YA NO ERES MI PADRE!!
Cerró la puerta tras sí con violencia y echó a andar hacia la oscuridad de la noche, resoplando de rabia, arrastrando el baúl por el jardín. Oyó un golpe sordo. Uno de sus hermanos se había lanzado contra la puerta, lanzando una sarta de palabrotas que en otro tiempo le habría escandalizado oír y que acallaban los desgarradores sollozos de su madre.
― Dejad que se vaya ―oyó que decía su padre con una voz que no parecía la suya.
Percy se detuvo en seco, sintiendo un extraño pinchazo en el pecho.
Dejad que se vaya.
Eso era todo lo que le importaba a su familia.
Sin darse cuenta de que estaba mascullando por lo bajo, caminó más enérgicamente, alejándose del que siempre había sido su hogar, alejándose de los suyos, de aquellos a los que no les importaba nada sobre él. No les importaban sus triunfos, ni sus fracasos. Nada…
Se detuvo un momento, jadeando en busca de aire. El enorme baúl pesaba mucho y la jaula de Hermes hacía un traqueteo no demasiado soportable; no sabía si iba a aguantar mucho más arrastrándolo todo por la hierba. Sintiéndose un poco tonto por no haberlo pensado antes, apuntó al baúl con la varita diciendo "¡Locomotor Baul!" y pudo moverlo con mucha más facilidad. Sintiéndose mucho más ligero, aceleró el paso, como si quisiera alejarse lo antes posible de aquel lugar.
Después de recorrer unos metros más, se sentó sobre el baúl, jadeando, con el corazón todavía atronándole en el pecho por el esfuerzo y la exasperación. Miró a su alrededor. Estaba todo muy oscuro y no veía nada; sólo se oía el canto de los grillos. Pensó en aparecerse, pero estaba tan nervioso que seguramente se dejaría la cabeza atrás. Y aunque pudiera, ¿a dónde iba a ir? Aquello no estaba planeado... Aquello no tenía que haber ocurrido así...
Respiró profundamente, enterrando la cabeza entre las manos. No servía de nada perder los nervios (más aún). Lo primero que tenía que hacer era encontrar una manera de irse en la que no peligrara ninguna parte de su cuerpo. Se puso en pie, sacó la varita y la levantó ligeramente sobre su cabeza, con la esperanza de iluminar un poco el terreno y ver dónde se encontraba.
- ¡¡Lumos!!
El extremo de su varita se iluminó con una luz cegadora…
Ocurrió todo muy rápido. Una breve explosión, como un petardo, le hizo dar un brinco y pensar al instante en una venganza tardía de sus hermanos. Una repentina ráfaga de viento hizo estremecer todo a su alrededor. En una milésima de segundo, se encontró tirado de espaldas en el suelo y colocándose las gafas para ver bien lo que había estado a punto de echársele encima. No era una broma de Fred y George: era un autobús de tres pisos de color morado.
Un poco aturdido, se incorporó, todavía colocándose nerviosamente las gafas y extendiendo la varita iluminada para ver mejor. Sin pretenderlo, había llamado al Autobús Noctámbulo. La puerta se abrió y se encontró delante de un muchacho, pero no habría sabido decir si era menor o mayor que él. Vestía uniforme morado, a juego con el vehículo. Sus prominentes orejas sobresalían a ambos lados de su cara, a través de una mata de pelo revuelto y bastante descuidado. Tenía el rostro lleno de granos.
- ¿Nos has llamado? -preguntó con una sonrisa- ¿A dónde quieres ir?
Percy no sabía si lo que estaba viendo era real o era consecuencia del golpe.
- Disculpa… pregunto si nos has llamado. Nos has llamado, ¿verdad?
- Yo, yo… es que…
- ¿Te encuentras bien? Será mejor que subas, si te decides, nos reclaman en muchos sitios. Bueno, ¿quieres subir o no?
Miró hacia su casa, inquieto, pero no vio actividad alguna. Al parecer no habían reparado en la llegada del autobús. Un poco azorado, cogió su pesado equipaje como pudo, dispuesto a subir. El joven esbozó una leve sonrisa y se ofreció a subirlo. Con un leve movimiento de su varita, hizo disminuir el peso del equipaje y lo subió como si nada.
- Será mejor que te agarres bien -advirtió Stan.
Antes de que pudiera agarrarse bien a una de las barras, el autobús arrancó tan repentinamente que le hizo caerse sentado. Sus hermanos, haciendo volar el viejo coche que su padre había encantado, eran unos conductores muy cuidadosos al lado de quien manejara aquel vehículo. Manteniendo perfectamente el equilibro, el muchacho, cruzado de brazos como si nada, le sonrió.
- Bienvenido al Autobús Noctámbulo. Me llamo Stan, Stan Shunpike. Y este es Ernie -dijo señalando al viejo conductor, que llevaba unas gafas enormes y gruesas.
- Eh… encantado -dijo Percy intentando ser amable. Miró a su alrededor. Había por lo menos media docena de camas. Un brujo entrado en carnes roncaba sonoramente en la que estaba más alejada. Con precaución, se acercó a una de las camas y se sentó en ella. No lo parecía, pero era bastante cómoda.
- ¿Cómo te llamas? -le preguntó Stan alegremente.
- Yo… me llamo Percy-dijo, tendiéndole la mano- Percy W… -se detuvo de repente, como si se le atascara en la garganta. De todas maneras, no hubiera podido hacerlo: el autobús dio tal frenazo que cayó de espaldas sobre la cama (por suerte esta vez había caído en blando).
- Encantado, Percy W -dijo Stan, tendiéndole él la mano, ya que con el frenazo no dio tiempo de estrechársela-. ¿A dónde te diriges?
Percy volvió a sentarse, agarrándose a la barra de la cama, algo ridículo teniendo en cuenta lo tranquilo que iba el autobús ahora, pero al menos esta vez otro frenazo no le cogería desprevenido.
- Yo voy a… -sintiéndose tremendamente estúpido, se dio cuenta de que no tenía idea de a dónde se dirigía- La verdad es que no lo sé.
- Bueno… Si no sabes donde ir, la gente suele parar en Londres. Ya sabes, inicio y fin de trayecto, el centro de todo… Mucha gente baja en Hogsmeade también. Si piensas en algún lugar, dímelo pronto, o no sabré lo que te tengo que cobrarte, Percy W.
- Iré al Caldero Chorreante, por favor.
Era una buena idea. Pasaría allí la noche y pensaría en qué hacer al día siguiente.
- Así se ha dicho -dijo Stan alegremente-. Serán quince sickles desde aquí hasta Londres… Pero por tres más, tendrás una taza de chocolate caliente (con un conjuro especial para que no se te derrame), y por quince, una botella de agua caliente y un cepillo de dientes del color que elijas.
Percy levantó una ceja ante la seguridad con que lo había dicho todo; había sido casi automático. Metió la mano en el bolsillo de la túnica. Por suerte llevaba suficiente dinero, pero prefirió no gastar demasiado; no sabía a dónde iba a ir ni cuánto iba a necesitar. Sintiéndose todavía un poco tembloroso, pensó que un chocolate caliente no le vendría mal y pagó dieciocho. Pasaba del cepillo de dientes; había traído el suyo, que además le inspiraba más confianza.
- Dieciocho, buena elección, el chocolate está riquísimo -proclamó Stan-. ¡MARIE, TRAE UNA TAZA DE CHOCOLATE!
Una malhumorada bruja que ni supo de dónde había salido le acercó a Percy una humeante taza de chocolate, desapareciendo de nuevo sin que le diera ni tiempo a darle las gracias.
Con un suave suspiro, Percy se recostó en la cama, respaldándose en los mullidos cojines. Perdido en sus pensamientos, pronto dejó de sentir la inquisidora pero amable mirada de Stan (que parecía que se moría de ganas de hablar con alguien; el otro pasajero seguía durmiendo y roncando con fuerza), sentado en la cama de al lado, y dio un pequeño sorbo al chocolate caliente. Aquello le reconfortó. Se sorprendió acordándose del profesor Lupin, que impartía la clase de Defensa contra las Artes Oscuras durante su último año en Hogwarts. El chocolate era el mejor remedio contra los devastadores efectos de los dementores cuando rondaban por la escuela (incluso a él le había parecido un método un tanto exagerado al principio, pero después de todo, el Ministerio solo quería proteger a los alumnos del peligroso Sirius Black), provocando esa extraña sensación de vacío y soledad que alguna vez le había acometido durante las rondas nocturnas por los jardines. Ahora se sentía igual de vacío por dentro… solo que esta vez no había ningún dementor rondando por allí.
Echaba tanto de menos Hogwarts… Había terminado hacía dos años, uno de los mejores de su curso, quizá de toda la escuela desde su hermano Bill, y había conseguido cumplir su mayor ambición… ¿Cómo había ocurrido todo tan deprisa? Un ronquido especialmente fuerte le hizo levantar la cabeza, encontrándose con la mirada curiosa de Stan interrumpiendo sus pensamientos.
- Pareces nervioso, Percy W. ¿Es la primera vez que subes al autobús?
Percy se pasó una mano por el pelo.
- Sí… Pero no es por eso. No creo que quiera hablar de ello.
- Que no te de vergüenza, hombre -rió Stan, que sin duda parecía firmemente convencido de que sus nervios se debían al autobús- La primera vez que subí aquí con mi padre me pasé el camino con la cabeza fuera de la ventana. Ernie todavía se acuerda. ¿Verdad, Ernie?
El viejo conductor levantó el pulgar, soltando un simpático "Siiiiiiiiiiii".
Entonces Percy se dio cuenta de lo solo que estaba. Probablemente, ninguno de los que subía a ese autobús sabía a dónde ir, ninguno tenía un lugar donde aterrizar con los polvos flu. Todos estaban tan solos como él. Stan y Ernie se tenían el uno al otro, eran libres, viajaban por todas partes, pero aún así, también estaban unidos por un frío sentimiento de soledad.
No sabía si alguien en el mundo le apoyaba. Y en ese momento lo más parecido que tenía a un compañero de viaje era un chico extraño, preguntón y lleno de granos al que probablemente nunca le hubiera dirigido la palabra en una situación distinta.
- He tenido un día duro -le dijo-. Supongo que estoy huyendo, aunque no sé a dónde.
Stan hizo un ruidito de asentimiento.
- ¿Sabes? Yo me escapé de casa a los quince años. Mis padres me querían decir todo lo que tenía que hacer, controlarme. Con quién salgo, con quién voy, si con malas compañías, que si me dejo influir demasiado… -resopló-. Me harté de todo aquello y me fui. Le pregunté a Ernie si podía venirme aquí, con él, y viajar por todo el país… ¿Verdad, Ernie?
Ernie volvió a levantar el pulgar cuando de repente soltó una exclamación que no presagiaba nada bueno. Entonces el autobús dio uno de sus tremendos frenazos. Stan había tenido tiempo de cogerse de la barandilla, pero Percy estuvo a punto de caerse de la cama.
- Creo que podría deciros un par de cosas sobre la seguridad a la hora de conducir… -dijo, enderezándose como podía y colocándose las gafas. Mejor era que se fuera acostumbrando. Al menos, gracias al hechizo, el chocolate no se había derramado.
- No sufras, Perce; Ernie es un poco brusco, pero tiene buenos reflejos -dijo Stan; otro grito del conductor le interrumpió- Hum, eso me ha sonado a farola.
Efectivamente, dejaron atrás una enorme farola salvada de milagro.
- Conozco los gritos de Ernie -explicó Stan como si nada-. Cada uno significa una cosa.
Percy se sorprendió sonriendo levemente, sintiendo una sensación extraña en el estómago. Quizá era cierta envidia por lo compenetrados que estaban. O quizá era lástima ante un muchacho que no tenía otra cosa mejor que hacer en la vida que interpretar los gritos de su compañero de trabajo.
- Me pasa lo mismo con los gritos de mi ma…
La opresión en el estómago se le intensificó. Curiosamente, pensar en su madre no le había provocado pena. Era rabia, decepción… Soledad.
Otro grito de Ernie.
- Creo que eso ha sido por una abuela -dijo Stan; entonces oyeron unos gemidos; un perro había salido corriendo- Ah, claro… era demasiado grave para ser por una abuela. ¿Decías algo, Perce?
- Nada.
Percy le dio otro sorbo a la taza, consiguiendo calmar un poco esa sensación tan extraña. Entonces empezó a tener sueño; los párpados le pesaban. Habían sido demasiadas emociones en un día, y al estar allí sentado, fue consciente de lo agotado que estaba. No sabía si dormir era buena idea en aquel autobús, despertarse sobresaltado cada dos por tres no sería nada bueno para sus crispados nervios (aunque el mago que roncaba parecía estar muy a gusto).
- El autobús no está nada mal… -dijo Stan, mirando por la ventana con una expresión soñadora-. Viajas de un lado a otro, conoces gente diferente cada día… Es una sensación de libertad muy agradable. Sí… La libertad es necesaria… Poder hacer lo que te apetezca, lo que de verdad deseas, sin tener a nadie detrás que te diga que no debes hacerlo, porque no te conviene… Me pone enfermo. Mi casa me ponía enfermo. Mis padres estaban encima de mí todo el día… Stan, haz esto, no hagas lo otro… No me gusta que me controlen. Soy mayorcito para saber lo que tengo que hacer. Escogí el Autobús por eso -añadió, mirándole-. Aquí solo tengo que recoger gente, cobrarles y sentarme esperando llegar donde me piden.
Percy dio otro sorbo al chocolate. Aunque la taza estaba caliente, notaba las manos frías. La mirada de Stan le había dado escalofríos. Pensó en su familia, en cómo le habían dado de lado. En cómo habían echado por tierra todo su trabajo. En el Ministerio era distinto… Ellos le apreciaban por lo que valía… ¿Cómo iban a ser, según su padre, una panda de inútiles cobardes que no quieren enfrentarse a la verdad?…
- ¿Te estoy aburriendo?
Percy volvió en sí con una sacudida.
- No, yo… es sólo que estoy muy cansado…
- ¡Duerme un poco, hombre! -rió Stan- todavía queda bastante para llegar Londres. Si quieres te aviso cuando lleguemos.
Percy murmuró algo que pretendía ser una afirmación. Lo último que oyó fue la voz de Stan, repitiendo que Ernie le comprendía, alejándose de él hacia otra de las camas. Luego los ruidos, la bocina, los ronquidos del mago de al lado, todo desapareció, sustituidos por el cacareo de las gallinas, el piar de los pájaros, y las risas de sus hermanos.
Está de nuevo en casa… Acaba de llegar del Ministerio después de un día agotador. No desea otra cosa que una agradable cena con su familia. Y tiene una gran noticia… Una noticia increíble… Qué cara iban a poner… En un momento tan extraño como este, tan crucial para el mundo mágico… Asistente del Ministro…
Todo lo que me ha costado que me tomaran en serio sólo por culpa de mi apellido, de mi reputación… Me acusaron a mí, me hicieron muchas preguntas… Pero todo ha pasado ya…
Y las palabras de su padre le golpean con furia, le hacen mucho daño… Te están utilizando… Sólo eres un objeto para ellos…
Es ridículo, totalmente ridículo… No es cierto… Y la expresión de su madre se torna sombría, le toca el brazo con cariño, pero él se aparta, porque no puede creerlo, porque no puede ser cierto…
Pero madre… No lo comprendes, ninguno lo comprendéis… ¡Padre lleva años en el mismo puesto, no tiene ambición! ¡Por eso somos pobres!…
¡NO VUELVAS A DECIRLE ESO A TU PADRE! Su madre, su madre nunca le había gritado antes… Pero madre… Vais a arriesgarlo todo por algo de lo que ni siquiera tenéis pruebas...
Te equivocas. Tenemos la única prueba que necesitamos. La voz de Ron, que temblaba…
Ya… bueno… Harry… Muy bien, su palabra es la única prueba que tenéis… Y no creo que eso sea suficiente, Ron… Harry está muy desequilibrado, no quiero atreverme a decir esto, pero podría ser peligroso, Ron… Tú…
Y entonces su hermano Ron le mira, pero no con la expresión que suele poner cuando se enfadaba con él por no recoger su cuarto, o por no hacer sus deberes… Le mira con odio...
No te atrevas a hablar así de Harry.
Ron, él también… Ron, el que podría haber seguido sus mismos pasos…
Le parece oírlos, como si volviera a estar allí... Todos gritan… Su padre golpea la mesa… El vaso cae al suelo y se hace pedazos… La indignación, la rabia, la decepción… Todo se mezcla en su cabeza, volviéndole loco...
Pues si eso es lo que pensáis… Sé dónde está mi lealtad, lo sé muy bien. ¡Si no estáis conmigo, estáis contra mí! ¡Y me aseguraré de que todos sepan que ya no pertenezco a esta familia! …
- ¿Percy?
Algo le estaba tocando el brazo, cada vez más fuertemente.
- ¡Percy, Percy W! ¿Te encuentras bien?
Percy despertó sobresaltado. Tardó unos segundos en darse cuenta de dónde estaba, intentando recuperar aliento suficiente para poder contestar.
- Estoy bien… solo ha sido un sueño… Solo un sueño…
Pero todo aquello había ocurrido de verdad.
- ¿Qué has soñado? -preguntó Stan- Ha debido ser horrible, estás muy pálido… ¿Quieres que te traiga un vaso de agua?
- Eh… sí, gracias…
- ¡¡MARIEEE, TRAE UN VASO DE AGUA, POR FAVOR!!
La malhumorada bruja de antes (esta vez vio que bajaba de uno de los pisos superiores) volvió a aparecer y casi le estrella el vaso a Stan en la cabeza.
- ¡No grites así, bruto!
Riéndose por lo bajo, le tendió el agua a Percy, quien cogió el vaso con manos temblorosas.
- Ah, va a bajar la señora Freeman… Tengo que ayudarla a bajar… Yo que tu me apartaría un poco, es algo voluminosa-dijo con cautela.
Percy sintió que se ponía colorado: el brujo que roncaba era en realidad una oronda y bonachona señora. Stan llevaba sus maletas en una mano y con la otra cogía su brazo hasta que bajaron del vehículo.
- ¡Hasta la semana que viene, señora Freeman!
La mujer rió encantada y desapareció de su vista cuando el autobús volvió a arrancar.
- ¿Estás mejor, Perce? -le preguntó Stan cuando volvió a su lado.
Bebió un sorbo de agua, dándose cuenta de que temblaba y no por el traqueteo del autobús. La mirada de Stan le estaba poniendo nervioso. No era más que un muchacho curioso y aburrido, pero su curiosidad le estaba crispando. El sueño aún estaba presente en su cabeza; todavía tenía el pulso acelerado y le parecía oír los gritos de su familia, y los suyos propios, y la mirada de odio de sus hermanos…
- Estoy mejor, gracias- logró decir finalmente.
- ¿Sabes, Perce? Tienes demasiado equipaje para no saber a dónde vas. Al principio me pareció que querías irte muy lejos. Es como si estuvieras huyendo.
"Haces demasiadas preguntas, Stan" le hubiera gustado decirle, pero en lugar de eso, se sorprendió diciendo otra cosa con una voz que no reconoció como suya:
- Ahora mismo cualquier lugar es mejor que mi hogar. O lo que yo pensaba que era mi hogar.
- Ahora lo entiendo -dijo Stan con una leve sonrisa-. A veces no entienden que debes seguir tu camino. Cuando le dije a mi madre que ya estaba harto y que me iría con Ernie en el autobús, creía que se iba a suicidar -rió ásperamente--. Y mi padre… bueno, pensaba que iba a matarme o algo, como si no pudiera cuidarme yo solo…
Por un instante, la voz de Stan quedó de lado, y Percy sintió un escalofrío al acordarse de la mirada de su padre. Nunca antes le había visto tan enfadado...
- …nunca había visto a mi padre tan enfadado.
El corazón le dio un vuelco. Fue como si Stan le hubiera leído el pensamiento. Pero eso era ridículo. Los nervios le estaban jugando una mala pasada, estaba paranoico, se iba a acabar volviendo loco, como el señor Crouch antes de morir… Sacudió la cabeza con fuerza, deseando de repente llegar a Londres lo antes posible.
- Te haya pasado lo que te haya pasado, no te preocupes -continuó Stan muy tranquilo, ajeno al nerviosismo de Percy-. Al principio te sienta muy mal, pero luego acabas apreciando la libertad. Sabes ir con quien te conviene, sólo tu sabes algo así. Aunque sean tus padres, no siempre saben lo que te conviene, ¿acaso pueden leerte el pensamiento? Solo saben decirte lo que creen que es mejor para ti, pero ellos no son tú… En el fondo no te conocen, ¿verdad? O eso es lo que yo pienso… Bueno -suspiró- . Ya hemos llegado. Esta es tu parada, Perce.
El autobús se detuvo y Percy se incorporó, disponiéndose a coger el equipaje, aunque Stan se le adelantó en esto último.
- Eh… gracias por todo, Stan -dijo Percy torpemente.
- De nada, Percy W.
Los dos bajaron del autobús; Stan aprovechó para estirar un poco las piernas y bajar el equipaje de Percy.
Entonces se oyó un silbido que venía de dentro del autobús; era Ernie.
- Vaya, qué pronto, creo que tenemos otra llamada, ¿qué clase de loco querrá transporte a estas horas? -dijo Stan; se apresuró a subir al autobús, no sin dedicarle un último saludo-. Que tengas suerte, Perce -se cogió la visera con un divertido gesto.
Percy sonrió tímidamente. Ya era hora de que alguien le deseara suerte.
- Gracias.
El autobús desapareció en una ráfaga y con un estallido.
De nuevo solo, Percy levantó la vista. La luna era la única que parecía verle en ese momento. Por su brillo y la altura donde se encontraba, debía ser ya muy tarde, pero por suerte veía luz bajo la puerta del Caldero Chorreante.
Había sido un día ajetreado y lo único que deseaba era que tuvieran una habitación libre.
