Hola gente! Este es un fic que tenía a medio escribir y que me decía 'súbeme, súbeme' y fue tanto que tuve que hacerlo... Es por capis, de la mitad del tamaño de los de DM (r-Aki xD) y pss... no me iba a dejar en paz, así que aquí está, es medio larguito, pero ni tanto. Espero que os guste y aguardo por vuestros comentarios.
Celebrando que la hija pródiga ha vuelto xD! A Nessy por la confianza... y por el retracto xD
El título de este fic tiene 2 motivos, 1) se darán cuenta solos, 2) pues, House cree eso de Cuddy xD, lo siento, pero desde que le oí eso no pude olvidarlo xD.
Oh! cierto. Omitan mi gran originalidad del nombre del primer chap, por favor xD.
Sobrina del Demonio
Cap. 1º: La sobrina
Una maleta café y de ruedas se desliza sonoramente por la vereda que da a la casa de Lisa Cuddy. La maleta es conducida por una muchacha que viste jeans, zapatillas y una blusa blanca, además de llevar lentes; tiene el cabello castaño claro y los ojos azules, que resaltan en su pálida piel, pincelada con algunas pecas claras en mejillas y nariz y lunares pequeños en los brazos. Además de la maleta carga una mochila negra y lila.
Las ruedas se detuvieron junto con sus pies frente a la casa ya mencionada. Mira su reloj: las nueve treinta de la mañana. Busca debajo de la maceta más cercana a la puerta una llave, con la que abre la puerta y entra.
Era un día como tantos en el Hospital Técnico Princeton-Plainsboro. Heridos, muertos, casos, leucémicos, partos… y consultas. Las dichosas consultas que cierto doctorcillo se había escaqueado por las semanas que su jefa se fue de vacaciones.
Lisa Cuddy, ahora que había vuelto, debía poner todo en orden. Porque aunque antes de irse se preocupó de ello, siempre había "un" subordinado que se las arreglaba para darle más trabajo del que presupuesta al regreso de sus salidas.
"Bien. Comencemos", se dijo a sí misma, para volver a su rutina: firmar papeles, hacer unas cuantas llamadas y sobretodo ir a reprender a cierto médico rebelde.
El papeleo la tenía mareada, así que decidió ir a "divertirse" un rato. Sin embargo, cuando empujó la puerta para salir, alguien la empujó para entrar: House. Ninguno de los dos cedió mientras se miraban por el cristal: ella molesta, él con cara de ver hasta donde podía fastidiarla. Finalmente, Cuddy, ya urgida, la cogió y la abrió hacia dentro.
—¿Qué quieres? —gruñó, haciendo una mueca de disgusto cuando él se convidó solo a pasar y se recostó en el sofá.
—Saber cómo te había ido en tu viaje —contestó con simplicidad, mientras afinaba su puntería, preparándose a lanzar un dardo a algún lugar de la pared.
—Bien —espetó respondiendo, acercándose. —Y deja eso —se lo quitó de las manos.
—¡Ay! Mami —se quejó, sentándose.
Cuddy negó con la cabeza, pero luego recordó por qué ella había querido salir y volvió a estar molesta.
—No hiciste consulta por dos semanas. Se agregan a tu lista de deudas conmigo.
—¿Lista de deudas?
—Sí. Ahora levanta tu trasero de allí y vete a trabajar.
—Ya sabía yo que no tenía que venir para acá —se puso de pie y se le acercó. —Tú sólo me das malas noticias —y se fue cojeando rumbo a la salida, pero Cuddy fue tras él.
—¡Cuando te despida di que te doy una mala noticia, doctor House!
—Pues, gracias por no despedirme.
Cuddy cogió la primera carpeta sobre el mesón, de una de las personas que esperaba por ser atendidas, pero no la leyó, sino que usó su imaginación:
—Pamela Anderson te espera en la consulta uno —tal vez acertaba.
House se detuvo y se volteó con una mirada de "no me mientas, pillina", mientras ella se acercaba con una sonrisa de "atrévete a no creerme", con la carpeta entre sus manos.
—No creas que me engañas. Si no me equivoco la casa de Pam está a unas cuantas millas de aquí, tal vez en otro estado, ¿o no?
—No tiene porqué ser tan literal —aseguró ella con una sonrisa inocente, extendiéndole la carpeta.
House la miró de medio lado, como tratando de desentrañar el plan. Le quitó la carpeta y ella sonrió aún más.
—Voy a ir. Pero como no sea siquiera parecida a Pam tendrás que compensarme un mes de consultas.
—Una semana.
—Un mes.
—Una semana.
—¿Dónde aprendiste a negociar?
—Soy tu jefa. Punto. Una semana.
—Está bien. Eres una tirana —y se volteó rumbo a la consulta. —¡Ah! Por cierto, ¡espero encontrarme con unas enormes bubis!
Cuddy rodó los ojos y restringió su sonrisa a un simple rictus.
Los enfermillos miraban asombrados la escena.
A los diez minutos regresaba el nefrólogo empujando la puerta.
—¿Y? —preguntó la directora echándose en su silla y subiendo las piernas al escritorio.
—¿Y? ¿Y, qué? Eres tramposa. ¡La tía era gorda! Era obvio que tendría las bubis grandes!
—Pero tenía las bubis grandes. Punto. Ve a hacer tus horas antes de que te añada más —y bajó las piernas satisfecha de haberle hecho una jugada.
—Eres malvada y sucia, además de embustera.
—Yo gané. Ve a trabajar —le ordenó mecánicamente, mientras firmaba unos papeles.
—Arpía.
—Malvada, sucia, embustera, arpía —le miró. —¡Vaya! Es el día de los halagos.
—Y no te he dicho los mejores aún —señaló, mirando descaradamente su escote.
—Sí, House. Me encantaría escucharlos, pero tienes que trabajar y yo también; mira que gracias a ti, tengo reclamos que atender hasta la Navidad del dos mil cuarenta y seis. Y si no te vas ahora, te agrego dos horas más. Ve.
A regañadientes salió.
—Escote maldito —fue lo último que le oyó Cuddy decir, antes de que él se marchara con una sonrisa.
Volvió a lo que estaba. Se absorbió tanto en el papeleo que no notó la hora; para cuando miró el reloj, ya eran pasada la una de la tarde. Decidió salir. Iba a ir a almorzar a casa. Probablemente su sobrina ya habría llegado.
En efecto, cuando abrió la puerta no tenía doble cerradura. Al entrar lo primero que vio fue a una niña que, si quisiera, podría tener una dulce apariencia, pero prefería tener aspecto de antipática: estaba sentada en el sofá, leyéndose un libro gordo y negro a través de sus lentes. No había desempacado nada, las maletas estaban a su lado.
—Hola Pamela. Ya llegaste —dijo Cuddy tratando de ser cordial.
—¿Ah? —la joven alzó la vista del libro. —¡Ah! Hola tía —se puso de pie y la saludó con un beso en la mejilla. —Sí, llegué. ¿Cómo está usted?
—Bien. Aún tratando de sobrellevar el hecho que tendré que albergarte —cerró la puerta y se dirigió a la cocina.
—Lo sé. Pero usted quedó con su hermano, o sea mi papá. Yo me quería ir a un refugio universitario, sería más emocionante, pero bueno. Soy una sobreprotegida. Si quiere me voy —la siguió a la cocina —hacemos un "arreglín" y me voy, y le decimos a mi papá que sigo aquí.
—No —tajó Cuddy, mientras preparaba una ensalada. —Mi hermano me mataría. Tú lo conoces más.
—Sí, bueno.
—¿Cuándo empiezas las clases?
—El primero de septiembre, ¿ya no se acuerda? —y ocultó una risa.
Cuddy quiso ignorar el hecho de que le dijo sutilmente "vieja"; y le propinó un fuerte machetazo a la zanahoria.
—La otra semana —aparentó calma. —Bueno. Sé que eres una señorita. Espero que no hayas cambiado.
—Creo que no —contestó en falso tono inseguro, poniendo la mesa.
Cuddy la observó sorprendida por ser servicial.
—¿No te molesta comer ensalada, cierto?
—No.
—Y ¿atún en lata?
—Tampoco. Me parece bien.
—Que bueno —se acercó con los platos a la mesa —, porque es lo que almorzaremos —y los posó sobre ella.
—Me gustan estas cosas. Y me parece bien que hagamos dieta. ¿Usted las hace durante todo el año?
Cuddy hizo como si la ignorara, pero la escuchaba atentamente en realidad.
—Bueno. Pues supongo que se cuidará de ser equilibrada y sana y no se deja sin algún tipo de nutriente, digo yo. Como es médica.
Cuddy la miró asesinamente, pero trató de ocultarlo con una sonrisita sarcástica. Apoyó el codo en la mesa, para lograr hacer de su brazo un pedestal para su cabeza y le contestó:
—Sí, tranquila —volvió a comer. —Y ¿cómo está William?
—Bien. Mi papá está bien. Feliz por tanto niño con pésima higiene dental, porque ha tenido hartos ingresos.
Cuddy pensaba en lo desubicada, maldita e irónica que podía llegar a ser su sobrina con sus comentarios ácidos.
—Y ¿tú madre? ¿Cómo está?
—De cabeza día y noche frente a sus bocetos de ropa para anoréxicas. Pero bien. Sin contar que le diagnosticaron hipertensión, por tanta cafeína y desorden de horario.
Cuddy volvió a dar un suspiro y apretar los dientes. Esa antipatía natural le recordaba tanto a cierto médico, inevitablemente.
—Y ¿cómo se tomaron tus padres que quisieras estudiar derecho? Porque que yo sepa, pasaste por muchas ideas de carreras antes de decidirte.
—Sí, odio a los abogados, son sucios, mentirosos y embusteros, pero quería poder serlo sin sentir remordimiento —y sonrió. —Y mis padres, lo mismo. Mi papá no estaba muy a gusto con mi decisión, pero dijo que hiciera lo que quisiera, él no me iba a detener, pero… ya sabe. A mi mamá le daba lo mismo.
—Bueno. Espero que te vaya bien…
—Me va a ir bien. No es una carrera difícil. Sólo hay que ser constante y leer.
—Pues, me alegro de que te tengas tanta confianza.
Y continuaron comiendo en silencio.
Cuando Cuddy lavaba los platos y Pamela los secaba, la chica preguntó:
—Y, tía, ¿ha encontrado el amor?
A Cuddy casi se le resbala el plato que jabonaba.
—Ese asunto no es de tu incumbencia.
—Pero tía. Ya, pues. Si es muy guapa, es lista, cuando quiere puede ser encantadora y tiene buena situación económica. ¿Cómo es que ningún hombre se ha fijado en usted? ¡Ni siquiera uno flojo y aprovechado! ¡Este mundo está loco! Y los hombres son tontos y ciegos.
Podía ser antipática e irónica, tener la sensibilidad de descubrir la pregunta exacta que te incomoda, pero también de adularte, sin dejar de lado su sarcasmo, pero resultaba hasta agradable, considerando que venía de ella.
Cuddy esbozó una sonrisa.
De pronto comenzó a sonar el teléfono. Cuddy fue a contestarlo, mientras Pamela la seguía con la mirada, secando el último plato.
—¡Auch! —gritó Cuddy.
Pamela corrió a ver qué le pasaba, pero se quedó en la puerta de la cocina.
—¿Está bien, tía?
—Sí —afirmó Cuddy sobándose la pierna que se había golpeado con la maleta de la chica. —¿Por qué no has desempacado? —preguntó cogiendo el teléfono.
—Porque no sé dónde me quedo —contestó al tiempo que su tía se acomodaba el auricular.
Cuando acabó la frase, Cuddy respondió al teléfono.
Pamela se puso a inspeccionar el lugar para distraerse. No quería escuchar conversaciones ajenas en ese momento.
Cuddy colgó y dijo:
—Tengo que ir al hospital. Me incomoda dejarte sola, así que vamos.
—No se preocupe tía, si me puedo quedar aquí. Dígame dónde me alojo y después me pongo a leer y paso el rato.
—Vamos —ordenó Cuddy desde la puerta. —Puedes leer allá. Te quedas en mi despacho. Es cómodo. ¡Muévete!
—¡Ya! Sí. Voy —cogió su libro y salió tras Cuddy.
El viaje en el automóvil fue una serie de preguntas irrelevantes del tipo clima, sucesos del estado y esas cosas, nada de real importancia. Una que otra cosa sobre médicos y medicina. La negativa enésima de Cuddy a que Pamela se fuera un albergue, sin que su hermano supiera, fueron las palabras que les dieron paso al hospital.
—¡NO! Y fin de la discusión.
Pamela llegó a saltar ante el grito, cuando Brenda se acercaba a Cuddy.
—¿Qué pasa, Brenda?
Caminaban hacia la clínica mientras hablaban.
—Ese doctor House, ya ha hecho de la suyas.
—Pero, ¿qué ha hecho?
Pamela oía la conversación, mirando con curiosidad la mueca que se dibujó en el rostro de su tía.
Entraron a la clínica.
—¡Mírelo usted!
Cuddy y Pamela hicieron al mismo tiempo el mismo gesto: enarcar escépticas una ceja.
—¿Trabajó? —preguntó Cuddy, sarcástica.
—Aquí no hay ningún paciente, no le veo la tragedia, a parte de que no tengan ingresos. Pero si no me equivoco, la clínica de este hospital es altruista o de bajo costo, ¿cierto, tía? —Pamela miró a Cuddy con expresión inocente.
A Cuddy no le dio buena espina esa mirada.
—Sí, Pamela —fue lo único que se le ocurrió contestar.
—¿Es su sobrina? —preguntó Brenda.
—Sí —contestó cortante. —¿Cuál era la urgencia? —apremió, harta de que le hubiesen hecho apurarse en llegar por nada.
—Quería que viera esto.
—Sí, gracias —comenzó a calmarse. —En realidad, tenía que ver esto. —Volvió a alterarse: —¿O los milagros existen o House volvió a pagarles a los pacientes, mientras yo no estaba, para que se fueran?
Pamela se había desaparecido luego de que Cuddy le contestara y ninguna de las dos mujeres lo notó. Ahora ya venía de vuelta, con una sonrisa de oreja a oreja, en la que Cuddy reparó al voltearse y verla entrar por las puertas de la clínica.
—¿De qué te ríes tú?
Pamela comenzó a profundizar su sonrisa, hasta que no pudo más y estalló en carcajadas.
—¿Qué pasa? —inquirió Cuddy, perdiendo la paciencia.
La sobrina intentaba controlarse para responder.
—Vio… ay… ¿Vio el letrero que había afuera? —pararon las risotadas, pero no la sonrisa burlesca.
—¿Qué letrero?
—Bueno, se me ocurrió ir a mirar afuera, como entendí que al tipo ese no le gusta pasar consulta, pues supuse que habrá usado algo sencillo para librarse de lo que no le gusta…
—Podrías hablar… Olvídalo —en vez de aguardar por su explicación, decidió ir a ver por ella misma qué sería tal letrero.
"CLAUSURADO", rezaban unos cinco papeles impresos, idénticos a los originales, pegados en las ventanas.
—¡¡House!!
Cuddy arrancó los papeles con toda la furia que contenía en ese momento, no pudiendo despegarlos del todo.
—¿Tú tienes algo que ver con esto? —espetó a Brenda.
—Ni me he movido de mi puesto, hasta ahora.
—Tía, ¿no se dio cuenta de los papeles?
—¿¡Cómo quieres que me diera cuenta, si venía más preocupada de tirarte las orejas!?
—Uhmmm… Cierto. Aún me duele —y se sobó ambas.
Las dos tenía más que claro que era una metáfora.
—¡Has venido a causarme problemas!
—¿YO? —fue una mezcla de su natural sarcasmo, pero sobrepasado por el sentirse ofendida. —Tía, discúlpeme, pero que usted esté histérica, porque su amorcillo le juega bromitas, no es culpa mía.
—En lugar de haberme dicho que estaban esas cosas, te coludiste a desconcentrarme.
—Está un poco paranoica… Yo ni lo conozco. Pero no se preocupe, no la juzgo, debe ser difícil ser directora.
Cuddy iba a gritar algo más, pero recordó que estaba perdiendo el tiempo. De nuevo su sobrina era la culpable de que no se diera cuenta, pero a su vez de que lo notara.
—Desaparece de mi vista —le dijo sin darle mucha importancia, mirando hacia el interior de las puertas de vidrio.
—¿Por qué? Ahora veo que no está histérica, está molesta.
—No estoy molesta. Vete, por favor. Después hablamos. Ahora soy capaz de sacarte los ojos.
—Pero, ¿qué culpa tengo yo? ¿Por qué quiere privarme de mis ojitos azules?
Pamela le puso cara de cachorrito afligido. "¿Dónde he visto esa cara?", pensó Cuddy.
—Pamela… —señaló en tono de advertencia. —Hazme caso.
—Está bien. Con buenas palabras quién no entiende —y se retiró de espaldas y luego, tras voltearse, abrazada a su libro, avanzó más rápido, hasta algún lugar donde no estuviera en el radio de visión de su tía. Corrió.
Cuddy se dirigió a Brenda:
—Dile a los de aseo que limpien esto y luego recontacta a los pacientes. Yo voy a buscar a House.
TBC
¿Opiniones?
