Los personajes no me pertenecen, simplemente los uso de forma inocente para esta istoria salida integramente de mi cabecita. No necesito una demanda por plagio en mi vida, gracias.
DESPUES ME IRE
Una figura emergió del pozo dejando tras de sí el cálido resplandor que lo acompañaba en sus viajes en el tiempo. De forma silenciosa, avanzó unos pasos con los sentidos alerta para detectar posibles cambios en el ambiente. Nada. Los humanos dormían plácidamente.
Deslizó la puerta del pequeño templo y salió al exterior. El silencio de la noche otoñal solamente se veía interrumpido por el sonido del viento meciendo las hojas que todavía se resistían a caer. La casa permanecía en penumbras a excepción de una ventana en el primer piso que dejaba escapar un pequeño resquicio de luz. Justo como un faro en medio de la más negra noche. Y él, obediente, dirigió sus pasos hacia la luz que le llamaba con urgencia.
Con un ágil salto se encontró sobre el tejado. Quiso llamar con los nudillos pero titubeó. Quería verla, quería decirle tantas cosas… pero no se atrevía ¿Para qué complicar las cosas todavía más? ¿Para qué hacer más daño? Daño a la muchacha, daño a sí mismo… Después de todo, quizás el acudir había sido un error. Un terrible error.
Volvió sobre sus pasos, aunque con menos ligereza. Atrás dejaba un mundo completamente diferente, un mundo al que nunca perteneció. Pero, sin embargo, era un mundo en el que se encontraba algo, o más bien alguien, a quien había terminado por considerar como suyo. De alguna manera, él también pertenecía a ese lugar ¿Sería capaz de marcharse sin volver a mirar atrás?
Cerró los ojos con tristeza mientras que el viento hacia bailar sus cabellos plateados. ¿Qué hacer? Al día siguiente se marcharía para no volver… ¿Sería capaz de hacerlo aún sabiendo que no había despedido de ella? No, imposible. No podía irse así, a escondidas, como un cobarde.
Cerró las garras en un puño apretado. Iba a hacerlo, aunque le doliera el alma. Y, aún sabiendo que iba a partirle el corazón a la muchacha que lo esperaba, esa vez no habría marcha atrás.
Volvió a subir al tejado y, antes de pensarlo, sus nudillos ya habían golpeado con suavidad la madera de la ventana. Lo más difícil, presentarse ante ella, ya estaba hecho. A partir de ese momento, la suerte estaba echada.
- ¿Inuyasha? – susurró una voz al otro lado del cristal. - ¿eres tú?
El estómago de él se encogió al escuchar su nombre pronunciado de esa forma. Era algo que nunca le había pasado con ninguna otra persona. Solo con ella. Solamente ella conseguía perturbarlo de esa forma con la sola mención de su nombre.
La ventana se abrió despacio, dejando que el viento de la noche se colara dentro de la habitación. Él hizo lo mismo, sabiendo que no necesitaba ser invitado. Ella siempre lo había recibido con los brazos abiertos. Y esta vez no iba a ser diferente.
Miró a su alrededor. La tenue luz que iluminaba la habitación era proyectada por tres o cuatro velas colocadas estratégicamente sobre el escritorio. Las mantas estaban revueltas, señal inequívoca de que la muchacha no podía conciliar el sueño en esa noche. Apartó la vista, turbado por la imagen que, vergonzosamente, asociaba a la cama deshecha de la muchacha.
Se volvió a mirarla. Los grandes ojos castaños de ella estaban adormilados, el cabello alborotado y las mejillas ruborizadas a causa de la fiebre. La vio jugar con el borde de la camisa del pijama que llevaba y pensó que nunca había visto nada tan bonito como ella.
Se acercó ligeramente, hasta ser capaz de aspirar el aroma de los cabellos femeninos sin apenas esfuerzo. Y un cosquilleo le recorrió la columna vertebral al sentir la vainilla golpear sus fosas nasales. Nuevamente, y como iba siendo costumbre, sintió deseos de probar si el sabor de esa cremosa piel se correspondía con su tentador aroma.
Vamos a bailar y prometo no pisarte más
Vamos a olvidar cada día hasta hoy
- ¿A qué has venido?- habló ella, con una voz tan suave que pareció un susurro. - ¿Estabas preocupado?
- ¿Puedo pasar la noche aquí? – le preguntó él, ignorando sus palabras expresamente.
Ella cerró los ojos, respirando hondo, al tiempo que asentía con la cabeza. Inuyasha pudo ver un ligero temblor en los labios de la muchacha pero no dijo nada. Estaba preocupada por él desde días atrás, pero algo e impedía preguntarle al respecto. ¿Para qué? Cualquier palabra que saliera de sus labios partiría el corazón de la muchacha, irremediablemente. Era mucho mejor que ella no supiera nada.
- Inuyasha yo…
Los dedos del chico volaron hasta posarse con suavidad sobre sus labios. Ella abrió mucho los ojos, sorprendida por el contacto. Imperceptiblemente, el suave toque de los dedos masculinos se convirtió en una delicada caricia.
Cuéntame tus sueños y prometo no disimular
Déjame probar… después me iré
- Será mejor que te acuestes… Tienes fiebre.
Era cierto. La muchacha llevaba varios días en su tiempo, tratándose de recuperar de un inoportuno resfriado. Él la empujó suavemente y ella cerró los ojos en señal de aceptación. Cuando las piernas femeninas tocaron el borde de la cama, se detuvo abruptamente y lo miró a los ojos. A pesar del brillo febril de su mirada, Inuyasha detectó de nuevo la preocupación en los ojos de la chica.
- Inuyasha ¿Estás bien?
Déjame escuchar mi nombre de tu voz
Déjame soñar… después me iré
Impulsivamente, los brazos musculosos del hanyou rodearon rápidamente el delgado cuerpo de la muchacha, apretándola contra sí. Las delicadas curvas de ella encajaron a la perfección con los huecos de su propia anatomía. Estrechó el abrazo y sintió el aroma de los cabellos femeninos, nublándole la razón mientras ella se aferraba a su cintura, sin pensarlo.
El abrazo duró segundos, minutos o tal vez horas. Ninguno de ellos se percataba de que la noche avanzaba irremediablemente mientras continuaban estrechamente abrazados. Ninguno de ellos dijo una palabra, simplemente disfrutaron de ese íntimo momento.
Una de las garras del chico acarició con suavidad la curvatura de la espalda femenina, enredándose sus dedos con los rizos que adornaban la oscura cabellera de la muchacha. Ella,
en silencio, deslizó sus dedos por los bien formados músculos de esa espalda que tantas veces la habían cargado.
Después me iré…
Después me iré…
Me iré…
Inuyasha se separó lentamente, aflojando el abrazo que los mantenía unidos. Ella comprendió, no era el momento de ponerse románticos. Cabizbaja, se sentó en el borde de la cama, sintiendo una extraña opresión en el pecho. Levantó los ojos y vio como él la observaba, fijamente, sin parpadear.
Una ligera sonrisa asomó a los labios del hombre. Volvió a acercarse para ahuecar la palma de su mano sobre la delicada mandíbula. Sabía que con una sola de sus garras sería capaz de triturar todos y cada uno de los delicados huesos de esa mujer pero, al contemplarla allí, desamparada, su único pensamiento era protegerla. Liberarla de cualquier mal, de cualquier pena, de cualquier dolor.
Solo que, muy pronto, sería él quien la lastimara. Y ella ni siquiera lo sospechaba.
- ¿Puedo dormir contigo? – se aventuró a preguntar, consciente de que aquella era su última oportunidad.
Déjame dormir a tu lado esta noche
Déjame soñar que el futuro no vendrá
Sin contestar, la muchacha, con un ágil movimiento, introdujo los pies por debajo de las mantas. Luego, sin mediar palabra, se movió para dejar un hueco suficiente en el colchón para que el cuerpo del chico pudiera acomodarse junto al de ella. Por último, una mano temblorosa levantó las mantas, haciendo una proposición sin pronunciar una palabra.
Inuyasha, ante la muda invitación, no pudo menos que sonreír. Dejando su espada a un lado de la cama, se tumbó rápidamente junto a la muchacha, sin dejar de mirarla a los ojos. Ella los cubrió a ambos con las mantas y suspiró de alivio cuando los brazos del hanyou la envolvieron.
Pronto, el sueño los había vencido a los dos.
Que estaré contigo cuando llegue la mañana
Déjame probar… después me iré
-.-.-.-.-
La luz del sol entrando por los cristales la despertó. De pronto, cobró conciencia de donde estaba, de lo que había ocurrido esa noche. Inuyasha…
- ¿Inuyasha?
Miró a su alrededor. Nada. No estaba. Sobre el escritorio estaban los restos de lo que algún día fueron velas, transformadas en pequeños montones de cera fundida.
Se movió debajo de las sábanas, pudiendo sentir todavía el calor del hanyou emanando de ellas. Suspiró, encantada. Inuyasha había pasado la noche a su lado, abrazándola, cuidándola.
Haciendo que se sintiera la mujer más especial sobre la tierra. Sonrió levemente ¿Cuándo volvería el hanyou a reunir valor para repetir la experiencia? Porque, siendo sincera con ella misma, le había encantado dormir de esa forma, rodeada por esos fuertes brazos.
Se incorporó en la cama, era hora de prepararse para sus quehaceres diarios. Se pasó el puño sobre los ojos para desperezarse y sintió el contacto de algo frío sobre las mejillas. Abrió los ojos, sorprendida.
Era el rosario sagrado de Inuyasha, enrollado en su muñeca como si se tratara de una pulsera.
- ¿Inuyasha?
En un impulso, apartó las mantas y sábanas antes de precipitarse con violencia fuera del dormitorio. Inuyasha había podido quitarse el rosario a pesar del hechizo… Algo andaba mal, definitivamente. Y tenía que darse prisa si quería descubrirlo. Y, si la opresión que sentía en el pecho quería decir algo, lo mejor era que se diera prisa.
Descalza y despeinada, ignoró el frío que se metió dentro de su piel. Solo corría, corría, corría. El pozo nunca le había parecido tan lejano. Abrió la puerta corredera de golpe y se lanzó escaleras abajo antes de tirarse a ciegas en el oscuro pozo.
-.-.-.-.-
Inuyasha pensó que en su vida se había sentido tan vacío como allí, ese día, frente al Goshimboku. La fría sacerdotisa esperaba a que él reuniera el valor necesario para marcharse con ella.
Frente a él, Shippo lloraba abiertamente sobre el hombro de Miroku, quien pasaba un brazo por los hombros de Sango. Los dos adultos, lo miraban fijamente, demasiado emocionados para hablar, y luchando contra sus propias lágrimas.
- Llegó la hora. – murmuró la sacerdotisa. Nadie la miró.
El hanyou se acercó al grupo y, sin pensarlo demasiado, posó una de sus garras sobre la cabeza del lloroso kitsune.
- Los hombres no lloran – bromeó, mientras le revolvía los pelirrojos cabellos, casi con ternura.
- ¡Sólo soy un niño! – hipó el pequeño, entre sollozo y sollozo.
- Lo sé… - Se volvió hacia los humanos –No os metáis en problemas.
- Lo intentaremos – susurró Miroku.
- Cuídate Inuyasha – la exterminadora, emocionada, tocó suavemente la mejilla del hanyou, quien se limitó a recibir la caricia, sin moverse.
- ¿Inuyasha? Tenemos que irnos. – insistió Kikyo.
El hombre se volvió. Las despedidas estaban hechas y no pensaba repetirlas. El momento de cumplir su promesa había llegado… y debía aceptar las consecuencias. Se coloco al lado de la sacerdotisa, quien lo miró profundamente, como tratando de leer en su alma.
- ¿Te queda algo por hacer?
- No – mintió él – Podemos irnos.
Kikyo cerró los ojos y le tomó las manos. Por fin, Inuyasha iba a acompañarla al infierno. Y todo volvería a su sitio. Incluso ella.
Déjame escuchar mi nombre de tu voz
Déjame soñar… después me iré
- ¡Inuyasha!
El hanyou miró a su alrededor. ¿Era su imaginación o acababa de escuchar…?
- ¡Inuyasha!
Soltó las manos de Kikyo y se precipitó hacia delante en el mismo instante en que Kagome salía corriendo de entre los arbustos y se arrojaba a sus brazos. La rodeó estrechamente, apretando la cabeza de la muchacha sobre su cuerpo ¿Cómo había llegado hasta ahí? Él la había dejado dormida, en su mundo… ¿Cómo se había dado tanta prisa?
La observó detenidamente cuando ella levantó la cabeza de su pecho. Todavía en pijama, había corrido descalza toda la distancia que los separaba. Mirándola atentamente, pudo ver rastros de lágrimas en sus sonrojadas mejillas.
- ¿Qué haces? – La regañó- ¡Estás enferma!
- ¡Idiota! – Ella se aferró a su ropa y lo sacudió - ¿Pensabas marcharte sin despedirte de mí?
La pregunta lo dejó helado. ¿Había pensado en marcharse sin despedirse? Si, esa era su intención. Marcharse y no mirar atrás. No pensar en todo lo que dejaba a sus espaldas. No saber el daño que le provocaba a aquella que lo había dado todo por él.
- Inuyasha – volvió a llamarlo Kikyo – No podemos esperar más.
Kagome apretó más el agarre que tenía sobre la ropa del hanyou. No podía permitir que se marchara de esa forma. Tenía que haber algo… algo para conseguir que se quedara junto a ella…
Después me iré…
Después me iré…
Me iré…
Inuyasha volvió a estrecharla entre sus brazos, pasando las garras por última vez sobre su cabello, memorizando cada bucle, cada mechón. Sin palabras, se estaba despidiendo de ella. Y ella lo supo. No había nada que pudiera hacer al respecto. Inuyasha iba a cumplir su promesa e iba a acompañar a Kikyo al infierno. Era el final.
- Inuyasha, yo…
- No digas nada… lo sé.
En un impulso, Inuyasha la besó. Fuerte, con necesidad, con hambre. Sus labios se estamparon con los de la muchacha, que devolvió el beso aún con más fuerza, queriendo fundirse en uno con él. La unión fue breve, apenas unos segundos, pero bastó. Ninguno de ellos necesitó más palabras, todo estaba dicho.
Acariciando con la yema de los dedos la mejilla de la muchacha, se separó de ella. No la miró. Si lo hubiera hecho, jamás se habría marchado. Y lo sabía.
Después me iré…
Volvió al lado de Kikyo y le ofreció las manos con las palmas extendidas hacia arriba. La sacerdotisa las tomó y volvió a cerrar los ojos, mientras que un viento helado emanaba desde el suelo a sus pies.
Después me iré…
Kagome se dejó caer de rodillas sobre el musgo, mientras que abundantes lágrimas se derramaban desde sus ojos. Inuyasha se marchaba definitivamente. Y era algo irremediable. Shippo se acercó a ella para acurrucarse en su regazo. El youkai y la humana se abrazaron, tratando de consolarse mutuamente.
Después me iré…
El viento se intensificó, levantando polvo a su alrededor. Un círculo de luz se formó bajo los pies de Inuyasha y Kikyo y la tierra comenzó a hundirse, haciéndolos descender al infierno. Kagome no apartó la mirada ni un segundo, pero tampoco dijo nada.
Me iré…
En pocos segundos, todo había acabado. Inuyasha y Kikyo se habían marchado, definitivamente. Los dedos de Kagome acariciaron las perlas que componían el rosario sagrado. Eso era lo único que tenía de él…
- Inuyasha…
Y lo supo. Nunca iba a olvidarlo. Tomó el collar y lo pasó por encima de su cabeza, dejándolo descansar sobre sus hombros y su pecho. Le quedaba un poco grande pero no le importó. Ese collar era Inuyasha… y ella, de esa forma, podría tenerlo a su lado.
Me iré…
Sango se acercó y le tocó un hombro con suavidad. Kagome no pareció notarlo. Mirando fijamente el lugar por el que acababa de desaparecer el hanyou, solo acertó a apretar más fuerte a Shippo contra su pecho, escuchando desde algún lugar muy lejano los desgarradores sollozos del kitsune.
Me iré…
CONTINUARA
Esta historia flotaba en mi mente hace tiempo… y no he podido esperar más.
La canción se titula "después me iré" de Fran Perea. No es que me entusiasme este cantante pero la canción tiene algo… no sé, triste. Simplemente me gusta.
Este fic será una serie cortita, a lo sumo 4-5 capítulos, no más. Espero que os guste, ya que es un estilo que no estoy acostumbrada a usar. Pero, como suele decirse ¡Renovarse o morir!
