(Te miro con otra) Luz
Durante el crepúsculo, todo estaba teñido de tonos opacos y fríos. Las estaciones cambiaban, pero los colores eran los mismos. Si Hyrule fuera una acuarela, era como si a alguien se le hubiera pasado la mano con las aguadas de grises.
Y luego, la guerra terminó, todo volviendo a como era antes: la llegada de días cálidos le devolvió los colores brillantes a la tierra, la gente recuperó la alegría , y todo estaba nuevamente bañado en luz.
Pero para mí, las cosas eran distintas. Para mí todo era sombrío aún.
La monotonía me estaba abatiendo más que cualquier otro enemigo.
Un día de verano, recibí una carta con el sello de la casa real sobre lacre rojo, firmada por la amiga más inesperada que este chico de campo hizo durante la guerra: la mismísima Princesa de Hyrule.
La última vez que la vi estaba tan opaca como yo, exactamente como el primer momento en que nos vimos por primera vez. Pero la noche que nos reencontrarnos, había una chispa en ella. Era la Princesa de la Luz, después de todo.
Al pasar los días, sentí que de alguna manera, esa chispa encendió algo en mi. Los deberes que acepté me llenaron de motivación, determinación y propósito. Pasar el tiempo con ella, y por ende disfrutar de su luz, me ayudó a ver las cosas de manera más clara. Conocer a Zelda me ayudó a definir la imagen borrosa que tenía de ella. En vez de la Reina de Hielo de la que hablan los rumores, conocí a una mujer sensata, serena y llena de determinación, con un corazón lleno de amor, a pesar de las tribulaciones de su vida.
"¡Que no te engañe su apariencia seria y fría! Zelda es cálida, vivaz, tierna y luminosa…¡Es como una luciérnaga en una noche de verano!"
Cuánta razón tenía Midna acerca de ella.
Cuando la traje a Ordon todo cambió. La noche de nuestra llegada hizo resonar nuestras Trifuerzas, y sentí que ella tomó un poco de su divina luz y me lo regaló, sanando las magulladuras y grietas de mi cansado espíritu.
Después de esa noche, sentí que mi mundo estaba bañado en luz.
Esa mañana desperté con la dorada luz del sol, viendo los cielos cerúleos asomándose entre un abanico de verdes del follaje de los árboles, y a mi lado, en la otra cama, ella, aún dormida, increíblemente luminosa.
Y más terrenal que nunca.
