Los personajes de Love Live! School Idol Project & Love Live! Sunshine! no me pertenecen.


まさか今日もここでばったり…偶然なのかな。

«Masaka kyō mo koko de battari… gūzen nano kana».

«No puede ser, ¿nos volvemos a encontrar?… Tal vez sea una simple coincidencia».


En algún momento, el incesante pitido del electrocardiógrafo se había convertido en un reloj —un reloj de funciones tan múltiples como las personas a las que se lo conectaba, un reloj que representaba el epítome de la esperanza y la más cruda de las desesperaciones. Una cuenta regresiva, un recuerdo de la eterna rutina —una melodía en vilo entre la vida y la muerte.

Ella sonrió. Era una sonrisa falsa, plástica; la costumbre se la sacaba sin que hubiera ninguna emoción detrás de ella. Una costumbre que no era tal; una inercia que no bastaba para compensar la incomodidad que le hacía sentir su posición.

—Ya ves que salió todo bien, ¿no, Kirimi? —Ladeó la cabeza, todavía sonriendo, y la niña pequeña sobre la cama del hospital asintió, devolviéndole la sonrisa—. No había motivo para tener miedo, ¿o no? Los doctores te cuidaron bien y ahora estás súper sana.

—Sí~ —La voz de Kirimi era alegre; estiró sus bracitos para arriba, cerrando los puños y celebrando la buena noticia. Sus dos colitas se sacudieron en el aire con este movimiento, decoradas con unos moños amarillos tan radiantes como su expresión de felicidad. Ella tragó y se obligó a conservar la sonrisa.

—Ahora a cuidarse mucho, ¿eh? Voy a contarle la noticia a tu mamá —anunció; dándose la vuelta con sequedad y abandonando la habitación. La niña festejaba. Ella hubiera dado cualquier cosa por no escucharla.

No importaba cuánto tiempo pasara, no se acostumbraba a trabajar con niños. No en ese área. La pediatría ni siquiera era su especialidad, pero como neurocirujana en jefe, era su deber supervisar la totalidad de las cirugías de este tipo que se realizaban en el hospital; no importaba a qué rango etario pertenecieran los pacientes.

Cerró la puerta de la habitación, y en el pasillo se encontró con la madre de la criatura. Una mujer agotada, de cabellos desordenados y negras bolsas en los ojos. El trabajo, la ansiedad de que la operación de su hija saliera bien. «¡Doctora Nishikino!» exclamó al verla. Ella sonrió de nuevo; otra vez, con falsedad.

—La operación del aneurisma fue un éxito —anunció con tono solemne; abandonando la dulzura con la que se había dirigido a la niña. El rostro de la mujer se iluminó, y en seguida se deshizo en múltiples agradecimientos. Pero eso no la detuvo de continuar hablando—: Aun así, un aneurisma a esta edad… Como es lógico necesitará permanecer un tiempo más en el hospital para que podamos ver su evolución, pero incluso con eso no podemos descartar nuevas lesiones futuras.

La expresión de la señora perdió todo su color.

—Lo siento —se apresuró a decir ella. Diablos. Su falta de tacto siempre había sido un problema; intentó arreglarlo diciendo—: Con esto no quiero decir que no pueda vivir como cualquier otra niña de su edad. Pero habrá que realizar controles frecuentes para asegurarnos de que todo sigue bien.

Quizás con menor intensidad, pero las sombras permanecieron en su rostro. Ella no podía culparla; controles frecuentes eran sinónimo de peligro, y nadie deseaba que sus hijos estuvieran en peligro. Se maldijo a sí misma por carecer de la habilidad para decir las cosas con cuidado; los doctores del área de pediatría destacaban por su tacto y su capacidad para decir verdades cruentas sin que sonaran tan mal. Motivo número un millón por el que no le gustaba trabajar con niños.

—Estará bien, ¿no? ¿No es así? —Insistió la mujer con desesperación. Ella tragó, obligándose a asentir al final. ¿Qué otra cosa podía hacer? ¿Cómo iba a decirle a una madre que la esperanza de vida que veía para su hija era mucho más corta que la que la niña hubiera merecido tener?

El rostro de la mujer recuperó parte de su color, y tras unas breves indicaciones, ella se retiró para dejar a madre e hija un rato de privacidad. Caminó por los pasillos del hospital sin mirar a nadie, sin detenerse tampoco hasta que alcanzó su oficina personal.

Cerró la puerta detrás de sí y bajó la persiana. Descansó su espalda contra la puerta, respirando hondo mientras sus ojos se acostumbraban a la penumbra del cuarto. Odiaba esto, lo odiaba con toda su alma, cuando se había recibido en la Facultad de Medicina había esperado cualquier cosa —literal, cualquier otra cosa excepto esto.

«No pienses en eso», le dijo una voz en el fondo de su mente. Y ella obedeció; porque no hacer caso equivalía a caer en un vórtice de emociones negras que no estaba dispuesta a enfrentar.


Nishikino Maki se había graduado de la Facultad de Medicina en un lapso mucho menor al que se solía esperar del alumnado. Sus notas habían sido brillantes, su promedio había superado el récord histórico de toda la facultad. Los hospitales se peleaban para recibirla en sus puertas como pasante, pero ella ya tenía un destino preseleccionado. Siempre había sido así.

Los padres de Maki eran los dueños del hospital más grande de todo Tokio. Antes de ellos, los dueños habían sido sus abuelos paternos, y antes sus bisabuelos, y así. Hacía tiempo que el Hospital Kibō había dejado de ser sólo un hospital para convertirse en una tradición familiar —una tradición a la que sus herederos no podían simplemente negarse, no podían tan solo rechazarla y hacer sus vidas en otro rubro. Y, en este caso, la única heredera no era otra que la propia Maki.

Había ingresado como pasante, pero no había tardado demasiado tiempo en escalar puestos y llegar a la cabecera del departamento de neurocirugía. Sólo quienes no la conocían se atrevían a afirmar que había acdedido allí por ser la hija de los dueños; quienes la habían visto diagnosticar y operar en ninguna manera se animaban a realizar semejante afirmación. Nishikino Maki había llegado a donde estaba por pura habilidad y destreza, y ésa era la absoluta verdad.

En realidad, eran pocas las personas que se metían con Maki; y es que la muchacha, a sus veintitrés años de edad, destacaba por su amargura y su mal carácter. Tenía poca paciencia con las tonterías y podía llegar a ser muy esquemática; eso no significaba que no se preocupara por las personas a las que apreciaba pero había que atravesar cien capas de sólido hierro para alcanzar esa parte suya. Era difícil encontrar, en sus ojos color amatista, algo que no fuera la irritación o el juicio. Pasaba gran parte de su tiempo negando en desaprobación o sacudiendo la cabeza con fastidio; su cabello rojo intenso siempre se mecía de un lado a otro cuando lo hacía, acariciando sus hombros con sus puntas con cada movimiento.

La mayoría de la gente la consideraba una eminencia con la que convenía no discutir. No sólo porque se enojaba con facilidad, sino que además, al discutirle, era muy probable que se estuviera equivocado. Desde el día que había ingresado al hospital hasta el presente, jamás había errado en un diagnóstico, ni había cometido el más mínimo error al realizar una operación. Contradecirla no era más que mandarse al muere.

Eso era algo que aprendían por la fuerza todos los que la rodeaban en el hospital.


—Gracias por su conferencia de hoy, Nishikino–san. —La sonrisa de la mujer frente a ella era genuina; sus ojos verdes resplandecían con verdadera admiración al contemplarla. Hizo una inclinación—: Siempre es un placer escucharla.

—N–no es para tanto. —Maki carraspeó, acicalándose el cabello con un dedo mientras miraba para abajo. Nunca había aprendido a tomar cumplidos, y menos cuando había al menos una docena de personas alrededor de ella contemplándola como si fuera alguna clase de fenómeno. El salón empezaba a vaciarse; la gente dejaba sus butacas y se dirigía hacia la puerta. Un grupo de encargadas retiraba el mobiliario del escenario; el equipo de sonido se llevaba el micrófono y los amplificadores.

—¡Claro que lo es! —exclamó la muchacha con convicción—. Siempre aprendo muchísimo con usted. La relación entre la patogénesis de la miastenia y las células T reguladoras… Creo que es posible que se encuentre en usted el secreto para explicar la enfermedad… y ¿por qué no? para encontrar una cura.

El rostro de Maki adquirió el mismo tono que su cabello.

—G–gracias —murmuró; tras farfullar algunos agradecimientos más y evadir unos cuantos cumplidos con éxito, pidió permiso y logró escabullirse a través de una puerta detrás del escenario.

El pasillo que llevaba a los camarines estaba vacío. Inhaló y exhaló con profundidad, tomándose unos segundos para calmarse. El gentío y los halagos la ponían nerviosa; en realidad no importaba si los cumplidos eran genuinos o no, la muchacha conocía su posición y sabía que el mundo estaba lleno de víboras que querrían pegarse a ella con tal de conseguir un rango importante en el hospital —o como si fueran a absorber algo de su talento por ósmosis. No iban a conseguir nada de esa manera porque ni era la encargada de reclutar nuevo personal para el hospital, ni tampoco le interesaba hacerlo.

Eso no evitaba que se pusiera roja cada vez que la halagaban.

—¡Maki–saaaaaaaan!

La pelirroja abrió los ojos con un sobresalto. Una figura baja y de cabellos anaranjados se aproximaba hacia ella corriendo por el largo pasillo. Vestía de manera totalmente informal, con un pantalón corto de jean y una camisa blanca arrugada, y traía consigo una cartera negra y una carpeta translúcida llena de papeles.

La muchacha se detuvo justo frente a ella, descansando las manos sobre las rodillas y respirando con fuerza. Sus jadeos eran tales que no podía ni hablar; Maki la contempló con estupefacción. Nunca se acostumbraba a ella, simplemente nunca lo hacía —y eso que no era la primera vez que trataba con alguien así.

—E–ey… no hace falta que corras…

—¡Lo siento, Maki–san! –se apresuró a disculparse la contraria, levantando la cabeza y mirándola con decisión—. ¡Es que los de seguridad estaban cerrando el camarín con sus cosas dentro! Así que corrí hasta aquí para traérselas. —Con una sonrisa, le tendió el bolso y la carpeta.

—Vaya… —Maki las tomó, todavía con aturdimiento—. Gracias, Takami–san.

—¡Llámame Chika! —Le pidió ella por lo que se sentía como la millonésima vez. Maki murmuró un escueto «vale» aunque dudaba que fuera a hacerle caso. Le costaba muchísimo llamar a otras personas por su nombre, y su asistente no era la excepción.

Takami Chika era una muchacha jovial y entusiasta, originaria de un pueblo dentro de la prefectura de Shizuoka llamado Uchiura. Había entrado al hospital como enfermera hacía tres meses, y desde entonces también había desempeñado sus funciones como asistente personal de la neurocirujana en jefe.

Al principio, Chika le había dado más problemas que soluciones. Era apasionada al punto de la torpeza, y había requerido mucha paciencia y dedicación enseñarle qué cosas tenía que hacer, y cómo debía hacerlas. Le había costado muchísimo entender la personalidad de Maki y que había cosas que la pelirroja no toleraba. Aun así, se había esforzado muchísimo por aprender y Maki valoraba mucho ese esfuerzo.

Más baja que ella, de cabellos lacios y anaranjados hasta los hombros —siempre decorados con hebillas de colores, y alguna trencita por aquí o por allá. Tenía los ojos de un intenso color rojizo, y su rostro siempre estaba pintado con una sonrisa. Transparente al momento de demostrar sus emociones, y de energías inagotables, Takami Chika le recordaba mucho a…

«No pienses en eso».

—Takami–san… sí, sí, Chika —se corrigió antes de que la contraria pudiera protestar—. ¿Podrías avisar que no volveré al hospital hoy? —Le pidió tras unos instantes de tenerla frente así, contemplándola con los ojos abiertos de par en par, esperando su siguiente solicitud—. La verdad es que estoy agotada y necesito descansar. Esta charla, la gente… —Dejó la frase sin acabar, pero Chika pareció entender a la perfección a qué se refería. La verdad era que había hecho un excelente trabajo aprendiéndose todas las mañas de su jefa.

—¡Claro! Yo me encargo de todo, no se preocupe —le aseguró con una sonrisa decidida—. ¡Ve a casa tranquila! Y descanse~

Maki le sonrió, sin comentar nada sobre lo inconsistente que era al momento de hablar en registro formal e informal; luego de agradecerle, se despidió y volvió a salir al salón principal, que ahora estaba por completo vacío.

Una vez en la calle, se sorprendió al descubrir que ya atardecía. El cielo poseía el tono anaranjado característico del atardecer, y en las veredas se sentía el típico sopor de la hora del día en que los adultos por fin podían regresar a sus casas luego de una intensa jornada de trabajo. Maki miró a su alrededor y descubrió que justo frente al edificio donde había dado la conferencia había un mini súper. Estaba un poco lejos de casa, de modo que compraría algo que comer ahí y luego se tomaría un taxi. No tenía ganas de caminar.

No circulaban muchos coches, así que cruzó la calle sumida en sus pensamientos. Una vez dentro del comercio, escudriñó los estantes hasta que encontró una bandeja de verduras lavadas y cortadas, listas para preparar una ensalada. Tomó también una botella de agua, algunas otras cosas que le hacían falta —como salsa de soja y azúcar—, y se dirigió a la caja.

Una mujer con su hija se retiraban en ese entonces, luego de hacer el pago. Sin prestar demasiada atención, Maki colocó las cosas sobre el mostrador y se dispuso a buscar la billetera en su cartera.

—¡Bienvenida! Ha sido un largo día el de hoy, ¿a que sí? Imagino que ya estará por irse a su–…

La voz que le hablaba se fue apagando, pero eso no fue lo que le llamó la atención. Sintió como si su corazón se saltara unos veinte latidos seguidos, y como si se le hiciera un fuerte nudo en la garganta al mismo tiempo. No podía ser.

Esa voz… Ese timbre nasal, casi chillón, y marcadamente orgulloso… Esa forma ridícula de aparentar amabilidad…

Levantó la vista de su bolso para divisar una figura baja, de cabellos color negro azabache atados en un infantil peinado de dos colitas; vistiendo el uniforme del personal del supermercado. Pero lo que era peor: sus ojos se encontraron con otros de un intenso color rojizo —unos ojos salpicados por una mezcla de asombro, aturdimiento, y horror.

—¿…Nico-chan?

No supo de dónde salió el apodo; el nombre simplemente escapó por entre sus labios, como si la última vez que lo había pronunciado hubiera sido ayer y no ya hacía tantos años. La contraria la había reconocido también —si no, no se explicaba su gesto pasmado y horrorizado, como si estuviera viendo no a su vieja compañera de secundaria alta sino algún fantasma, o quizá un monstruo horroroso y gigantesco.

Yazawa Nico.

¿Maki? —Inquirió; su voz había perdido todo matiz amistoso y reflejaba cruda incredulidad. Sus enormes ojos fucsia parpadeaban con fuerza—. ¿Qué… qué estás haciendo aquí?

—Yo… —murmuró la pelirroja sin saber qué decir. No entendía nada. Nada de nada. Así que redirigió la pregunta hacia ella—: ¿Qué estás haciendo aquí?

La pregunta pareció descolocar a Nico, que carraspeó con gesto incómodo.

—¿Yo? Pues trabajar, ¿no lo ves? Un pequeño trabajo de medio tiempo por unos días, para ganar un dinero extra y… —Repitió el carraspeo—. En cualquier caso, ¡vaya, mira toda esa gente! —Exclamó, recuperando su tono de falsa amabilidad y echando una mirada detrás de Maki; ésta se giró y descubrió que, en efecto, se había formado una fila de clientes por detrás de ella—. Vamos, no los hagamos esperar, ¿vale?

Casi por inercia, Maki sacó la tarjeta de crédito de su billetera y se la entregó. Pero todavía no entendía qué estaba sucediendo y no pensaba irse de ahí sin una explicación.

—¿No se suponía que estabas de gira en el extranjero? —soltó de sopetón—. ¿Qué pasó con lo de ser idol, qué pasó con los lives y con continuar el legado de μ's?

Las preguntas salieron solas, y antes de que pudiera darse cuenta, el daño ya estaba hecho. Había pronunciado unas tres palabras prohibidas en un lapso menor a diez segundos, y sabía que más tarde lo lamentaría. Por supuesto, no fallaron en surtir su efecto: Nico se sacudió en un sobresalto, y a Maki no se le escapó el fulgor furioso que emanaron sus ojos rojizos por unos segundos, hacia ella; justo antes de que la muchacha recuperara la compostura y la sonrisa mentirosa.

—¿De qué hablas? —se rió con falsedad. Dirigió una mirada a la anciana que aguardaba detrás de Maki en la fila y se rió con estrépito—. ¡Qué cosas raras que dice, ¿no?! Vamos, aquí está tu ticket y la bolsa con tu compra… ¡Gracias por venir!

Casi que le arrojó su tarjeta, el papel del gasto, y la bolsa con compra en los brazos. Maki apenas si logró atajarlo todo, quedándose por completo atónita —todo esto mientras Nico empezaba a pasar los productos de la anciana por el lector, saludándola casi a los gritos y con tono histérico.

—¡Buenas tardes, señora Okumura! ¿Cómo se encuentra hoy? ¿Llevó a sus nietos al parque el otro día? —Soltaba una frase tras otra, sin dejarle a Maki ninguna chance de intervenir. Nico sólo la ignoraba, y aunque Maki intentó hacerse un espacio entre sus exclamaciones histéricas y las respuestas de la anciana, no tuvo caso. Al final, llena de un torrente de emociones que no lograba desenredar, se colgó la cartera al hombro y, mirando al suelo, salió del local.

Llamó un taxi sin ganas, y al subirse apenas fue consciente de hablarle al taxista e indicarle la dirección donde iba. Aunque se alejaron rápidamente a través de las intrincadas calles de Tokio, su espíritu todavía se encontraba en aquel mini súper, contemplando a su ex amiga a los ojos y sin poder olvidarse del horror que se había reflejado en estos al verla allí.

¿Qué diablos había pasado?


Wow, es la primera vez que subo algo que no es del fandom de Kuroko no Basket. La verdad es que las bases de este fic las tenía pensadas hace un montón, pero sólo hace unas horas una especie de ola de inspiración vino hacia mí y armé casi la totalidad de la historia en mi mente. Me niego a dejar que la historia se pierda en los confines de mi mente, lo que ineludiblemente va a suceder si dejo pasar el tiempo antes de escribirla... así que de inmediato me senté a escribir y éste es el resultado del primer capítulo.

Amo esta pareja y no puedo creer que haya tardado tanto tiempo en sentarme a escribir algo sobre ellas. En serio. Inconcebible.

Espero sus comentarios~ ¡Gracias por leer!