Otro fanfic sale de la cosecha después de las vacaciones. No será un fanfic muy largo y publicaré como siempre un capítulo a la semana. Espero que os guste y que lo disfrutéis.
Capítulo 1: Perfecta
Si había algo que odiara más que acudir a las numerosas fiestas a las que era invitado, era que las hijas de sus socios compitieran entre ellas para bailar con él. Se sentía como un pedazo de suculenta carne rodeado de hienas y eso que él no era de la clase de hombre que se acongojaba con facilidad. Era conocido por ser un tiburón, el tiburón de las finanzas, el hombre que conseguía todo lo que se proponía, el hombre que empezó desde cero con los bolsillos vacios y había pasado a ser uno de los cien hombres más ricos del mundo. Las mujeres se lo sorteaban pero él sólo les dejaba pensar que era así. A veces correspondía a sus coqueteos si las encontraba atractivas, otras veces las dejaba con la palabra en la boca y otras las arrastraba a un rincón a oscuras pero nunca les hacía promesas que sabía que no iba a cumplir y nunca se molestaba en conquistarlas, permitía que ellas fueran las que llevaran las riendas.
Había escogido para la ocasión un traje hecho a medida de color negro, unos mocasines de Gucci, una camisa blanca y a modo de burla una corbata espantosa. Era de color negro y estaba decorada con lo que serían fuegos artificiales. Normalmente, se preocupaba muchísimo por su imagen pero en esa ocasión, se permitió ese pequeño desliz para demostrarle a su amigo la gracia que le hacía su fiesta. Quería decirle sin palabras que comprometerse era lo peor que podría haber hecho nunca y más aún si lo hacía con una mujer que no pertenecía a su misma esfera social. Por lo que sabía, conoció a esa mujer cuando se le averió el coche a las afueras de un pueblo de Tejas. Ella vivía no muy lejos de allí y vio el humo desde su casa por lo que acudió en su ayuda. Tres meses después, su amigo le envió la invitación a su fiesta de compromiso con aquella supuesta belleza tejana.
Una mano se posó sobre su brazo y sin necesidad de girarse supo que se trataba de Kikio Tama. Era una mujer realmente hermosa, divertida para pasar un buen rato en la cama y fascinante a la hora de discutir sobre cualquier tema. Sin duda alguna, era la mujer más interesante que había conocido en su vida y aún así, no deseaba casarse con ella, ni se lo planteaba. A Kikio le faltaba algo que él apreciaba en una mujer, le faltaba fuego, pasión. Era buena en la cama pero le faltaba el ímpetu de una amante desesperada, hambrienta y sus movimientos eran tan precisos que a veces se planteaba que fuera un robot. No se podía mantener relaciones sexuales cortadas por un mismo patrón; la magia estaba en la sorpresa, en probar cosas nuevas, en disfrutar y llegado a cierto punto, Kikio se volvía muy aburrida.
- Pensé que no vendrías.- le dijo- Todos en esta fiesta saben que estás en contra de este compromiso y… - se quedó mirando fijamente su corbata-No creo que él rompa el compromiso por una corbata realmente espantosa.
- Yo tampoco pero tampoco cambiará de idea por más que lo amenace con dejarle en la ruina.- suspiró- La corbata es para humillarlo un poco.
- Pues es horrible.- afirmó- Cámbiate de corbata antes de que alguien te lance una copa de champán accidentalmente.
- Procuraré tener cuidado con tu copa.
Kikio sonrió y no pudo evitar fijarse en sus labios. El pintalabios de color rojo ruso le sentaba de maravilla pero no había nada en esos labios que él desconociera, ni nada que le apeteciera explorar en esa noche. Lo único que quería hacer era apartarse en una esquina del salón y observar con desprecio a su amigo y a su novia cuando llegaran. Su comportamiento era pueril, lo sabía a la perfección pero todo era por una buena causa. Estaba completamente seguro de que esa mujer sólo buscaba el dinero de su amigo y lo sabía porque él también procedía de abajo. Se aprovechó de muchas esposas para descubrir los negocios sucios de sus maridos y no dudaba al pensar que esa ratita tejana, buscaba dinero. Se preguntaba qué haría si se la llevara a algún despacho y le ofreciera una suma indecente de dinero para que se alejara de Miroku. Tal vez hiciera la prueba.
- Tu mirada me dice que planeas algo.
Kikio le conocía realmente bien, pero claro, no hay nada como compartir el lecho con una persona para saber cómo es.
- Me lees como a un libro abierto.
- No se lo vas a poner fácil, ¿verdad?
- En absoluto.
Dejó su copa de champán sobre la bandeja del camarero y agarró otras dos más. Una se la entregó a Kikio y la otra se la bebió él mismo de un solo trago. De repente estaba impaciente porque llegaran.
- ¿Sabes lo último de Yuka?
- Sorpréndeme.
- Ha decidido que quiere casarse contigo y está presionando a su padre para que te consiga.
La verdad era que tenía cierta lógica. Los negocios con Takamura estaban empezando a mejorar cada vez más y más y quería reunirse con él en una semana. Probablemente, le ofrecería una fusión de la que él saldría muy beneficiado a cambio de la mano de su hija en matrimonio. Estaba loco si pensaba que iba a conseguir casarlo con ese cardo que tenía por hija. Si no se casaba con una belleza tan impresionante como Kikio, no se iba a casar con ese lechón que tenía aquel hombre por hija. Podía conseguir su empresa utilizando otras artimañas que no tendría más remedio que mostrar en su reunión si le hacía semejante propuesta.
Recorrió con la mirada el salón de baile hasta que se encontró con la pequeña Yuka Takamura aunque pequeña era un adjetivo que no pegaba con ella. Yuka no era para nada pequeña. Aquella mujer medía cerca de un metro ochenta, consiguiendo que él le sacara poco más de cinco centímetros. No era ni delgada, ni esbelta, era de constitución fuerte y poco atractiva. Su cabello corto no la favorecía en lo más mínimo y era la inocencia que mostraban sus ojos lo único que podía salvarla en ciertos aspectos. Haría bien en pagarle la cirugía estética a su hija.
- No es una gran belleza pero vale muchos millones.
- Kikio aprecio tus inestimables consejos pero tengo planes mejores para Takamura.
- Le tienes cogido, ¿verdad?
- Por donde más le duele.
Kikio alzó la copa en claro signo de admiración y le dio otro sorbo al champán antes de dirigir su mirada hacia el otro lado del salón.
- No debiste venir acompañado por tu secretaria.
- No veo ningún problema con ella.
- Está enamorada de ti, es obvio.- sonrió- Me mira como si fuera su peor enemiga.
- Me estás poniendo en la obligación de despedirla.
- No encaja aquí.- le aseguró- Tendrías que haberme llamado si no tenías pareja.
- ¿Así que estabas celosa?- se burló- No te preocupes, Bárbara no es de mi interés.
Bárbara era hermosa, idéntica a una barbie y carente de interés para un hombre como él. La mujer era alta, delgada, tenías unas piernas esculturales, cintura de avispa, pechos rebosantes, cabello rubio rizado, ojos azules. No era de extrañar que esa mujer envuelta en un diminuto y ajustado vestido color burdeos, estuviera rodeada de hombres pero él tenía intereses que se encontraban más allá de un revolcón en un cuarto a oscuras. Tenía que intentar romper un compromiso.
No logro evitar preguntarme qué clase de mujer será de tu interés.- le comentó Kikio- Sé que te gusto pero es obvio que también te aburro, sé que te gusta Sakura pero la rechazas, sé que te morirías por una noche de sexo desenfrenado con Megan Fox y ni siquiera usas tu dinero para tenerla.
- No soy un hombre corriente.
- Eso ya lo sé,- asintió- Por eso no te he desechado todavía.
Kikio era bien conocida por escoger hombre ricos y atractivos para su diversión y desecharlos tan rápido como terminara con ellos. Sin embargo, todavía no había sido capaz de alejarse de él a pesar de que se conocían íntimamente desde hacía cinco meses. Estaba seguro de que él era su relación sexual más larga y empezaba a plantearse que la estúpida mujer hubiera cometido la tontería de enamorarse de él.
Escuchó su nombre y miró de reojo hacia la izquierda para descubrir a un grupo de jóvenes herederas hablando sobre él y sobre todo devorando cada músculo de su cuerpo. A ellas les interesaba su físico y a sus padres les interesaba su dinero y el imperio que había creado y que aún estaba creciendo. Ser rico era difícil, ser famoso era complicado pero además ser atractivo, era toda una condena. Su altura de por sí era poco significativa teniendo en cuenta que todos los hombres con los que se codeaba eran similares pero su musculatura era mucho más llamativa. Le gustaba mantenerse en forma, ir al gimnasio tres veces por semana, hacer cincuenta largos en su piscina privada otras tres veces a la semana y montar a caballo por las noches. Tenía un bronceado perfecto con el que había nacido y que cuidaba por simple vanidad. Su cabello moreno de por sí no era muy llamativo pero su corte al estilo de Orlando Bloom en la entrega de "Piratas del Caribe", le sentaba demasiado bien. En cuanto a su rostro, su madre siempre dijo que él era un hombre hermoso y cuando se miraba al espejo, no podía evitar decir que tenía razón. El mentón fuerte, los pómulos altos, nariz aguileña, labios finos y sus extraordinarios ojos color dorado. Era arrogante, prepotente, vanidoso pero lo era porque podía serlo.
- Deja de mirar tu reflejo en un espejo.- Kikio interrumpió su examen- Tu atractivo no va a aumentar de esa forma.
- Me gusta contemplar la perfección.
- Te gustas demasiado a ti mismo. Deberías ampliar tus miras.
- ¿Hacia dónde?- le preguntó con una mueca burlona- ¿Hacia a ti?
- Podrías intentarlo.
Sí, podría fijarse en su cabello laceo y negro, en sus ojos marrones, en sus labios sensuales, en su cuello de cisne, sus voluptuosos pechos, sus piernas de escándalo pero también podría hacer lo mismo con cualquier otra chica del lugar. Kikio no era lo mejor que estaba expuesto en esa fiesta, sólo era lo que más y mejor le entretenía en la larga espera. Ojala su amigo no tardara mucho más porque empezaba a dudar de su infalible plan. Lo malo de las ideas rápidas e impulsivas era que cuanto más tiempo tuvieras para pensarlas, más en duda las ponías.
- Necesito otra copa.
- Ya has bebido suficiente, Inuyasha.
- Sólo me he tomado un par de copas- gruñó.
Ignorándola se dirigió hacia un camarero pero ella le agarró y no pudo menos que volverse con el ceño fruncido. Esa mujer no era nadie para decidir cuánto podía beber. Además, él estaba acostumbrado a beber grandes cantidades de alcohol sin sucumbir a la embriaguez.
- Kikio…
- Shhhhhhhhh- le interrumpió- Tu amiguito acaba de llegar con su prometida.
Eso sí que sonaba mejor que tomarse otra maldita copa. Dirigió su mirada hacia la entrada del gran salón donde parecía haberse formado un gran revuelo. Toda la multitud que anteriormente estaba esparcida a lo largo del salón parecía haberse concentrado en un solo punto y él a penas atinaba a ver la coronilla de su amigo. Sin duda alguna, todos los invitados estaban ansiosos por conocer a la tejana de origen humilde que había conquistado al atractivo y rico Miroku Ishida. Él mismo estaba ansioso por verla pero solo para arrastrarla a algún lugar donde hacerle aquella propuesta.
Ofreció su brazo a la elegante y atractiva Kikio Tama y tan rápido como ella se acomodó, se dirigió hacia la multitud concentrada en aquel punto. Esquivó con agilidad las primeras filas de invitados pero tuvo que esforzarse más cuando se encontraba más cerca. Cada vez estaban más apretados y muchos de los invitados querían entretenerle para hablar de negocios. En ese momento, tenía algo mucho más importante que hacer.
A su alrededor empezó a escuchar algunos comentarios que le hicieron fruncir el ceño y apretar los dientes.
- Es una muchacha encantadora.
- Una auténtica delicia.- dijo otro.
- No me esperaba menos de Miroku Ishida.- continuó otro.
- Creo que voy a dar una vuelta por Tejas para buscar otra como ésa.
Todos parecían fascinados con la prometida y él quiso matarlos por ese hecho. Esa mujer era una caza fortunas, una mujer sin escrúpulos que sólo buscaba sonsacarle a Miroku todo el dinero posible, exprimir cada centavo de su fortuna, pero él no lo permitiría. Le iba a demostrar a Miroku que el peor error de su vida iba a ser casarse con esa mujer. Sin embargo, se quedó mudo cuando por fin la tuvo ante sus ojos.
- ¡Inuyasha!- le llamó Miroku- Deja que te presente a mi futura esposa.- la miró- Kagome Higurashi.
Kagome, se llamaba Kagome… Kagome…
Jamás se había quedado sin palabras, completamente estático al ver a una mujer hermosa y eso que había visto millones y algunas mucho más hermosas que ella. Había algo en esa mujer que le dejaba en ese estado, algo que lo atraía como si se tratara de un imán, algo que lo estaba torturando mientras observaba con absoluto descaro a la joven. Era muy bella, no se trataba de ninguna modelo, ni poseía la belleza de una actriz pero aún así era muy bella.
Se trataba de una mujer menuda, apenas le llegaba a la altura de los hombros. No estaba para nada gorda, ni era delgada. Tenía un cuerpo bien proporcionado a su estatura, era ciertamente esbelta y sus forman tenían una gracia y una majestuosidad que llamaron su atención. Por primera vez en su vida se fijó en los tobillos de una mujer y pensó que eran bonitos e incluso sexis. Sus piernas eran largas a pesar de su estatura y parecían estar muy bien torneadas. El vestido no le dejaba imaginar cómo serían sus caderas pero sí que le permitía maravillarse con la suave curva de su cintura y la opulencia de sus senos que a pesar de no ser de gran tamaño, estaba seguro de que desbordarían sus manos. La tez cremosa le incitaba a posar sus labios sobre ella, a probar el delicioso sabor que sabía que compondría aquel maravilloso cuerpo. Sintió el impulso de estirar su brazo para poder tocar el sedoso cabello azabache que caía en cascada a su espalda, formando unos maravillosos tirabuzones que sin preguntar sabía que eran naturales. Se relamió los labios observando los gruesos labios de ella e imaginando lo que podría hacer con ellos y se perdió en la inmensidad de esos ojos color chocolate enmarcados por largas y femeninas pestañas. ¡Era perfecta!
Tragó fuerte saliva y sin saber bien de dónde, sacó la entereza para moverse, sostener su mano e inclinarse para darle un beso en el dorso. Ese beso duró más de lo estrictamente permitido por las normas de educación y a él le dio exactamente igual porque disfrutó de la suavidad de esa maravillosa piel contra sus labios, el olor a lilas que desprendía la mujer y el sabor que probó con su propia lengua. Ella debía de haberse dado cuenta de que usó su lengua y así fue puesto que estaba sonrojada cuando volvió a erguirse. Sus mejillas habían tomado un maravilloso color carmesí que le fascinó. ¿Le habría gustado su beso? ¿Querría apartarse a algún lugar oscuro con él? La tentación de robársela a su mejor amigo era inmensa y sus deseos por desenmascararla habían desaparecido totalmente. Esa mujer no podía buscar dinero, sus ojos indicaban una cosa muy diferente. Parecía una mujer dulce, tímida y muy generosa.
- Cierra la boca, Inuyasha.
Reaccionó cuando Kikio le dijo aquello muy cerca del oído.
- No me gustaría resbalarme con tus babas.
Era verdad, estaba plantado como un imbécil delante de esa maravillosa mujer y de su mejor amigo. Tenía que comportarse y hacer gala de buenos modales y cortesía.
- Inuyasha, llevas una corbata horrible.
¿Cortesía? De eso nada, Miroku buscaba guerra y la iba a tener. Aunque una duda le inquietó interrumpiendo cualquier posible respuesta por su parte: ¿Y si Kagome estaba tan horrorizada por la corbata que no quería mirarlo? Debería haberse puesto otra corbata, una más formal y elegante.
- A mí me gusta,- dijo de repente su acompañante- es muy refrescante.
A ella le gustaba, no podía creerlo.
- Kagome, como siempre he dicho, tienes unos gustos muy extraños.- se burló Miroku.
- Desde luego- musitó Kikio.
Inuyasha captó la indirecta al instante mientras que Miroku y Kagome no parecían haberla escuchado tan siquiera. Kikio se estaba refiriendo de forma despectiva a su vestido a juzgar por la forma en que lo miraba y él no lograba entender el por qué. No sabía si era un vestido de marca y no le importaba tampoco porque era bonito y se veía bien en ella. El vestido era de color azul celeste y ese color hacía destacar sus ojos y su preciosa melena. En general, era muy sencillo: de tirantes, escote recatado, ajustado hasta la cintura y luego caía suelto como las faldas de los sesenta hasta la mitad de los muslos. Las sandalias de tacón color marfil también eran preciosas. Ahora bien, no podía esperar un elogio por parte de Kikio respecto a otra mujer. Ella veía a todo ser femenino como competencia hacia su figura.
- ¿Naciste en Tejas, querida?
Kikio parecía haber empezado con un interrogatorio cuya única finalidad solía ser humillar a la otra persona. Él escucharía atentamente e interrumpiría a Kikio cuando intentara atacarla públicamente.
- No, nací en Phoenix, Arizona-. le contestó- Pero mi familia siempre ha vivido en Tejas y me mudé allí con dos años.
- ¿Qué estudiaste?
- Bueno, aún no he terminado… - musitó.
- ¿Ah, no?- Kikio se relamió los labios al ver el triunfo- Debe de ser difícil encontrar un trabajo sin estudios.
Había llegado el momento de intervenir e iba a hacerlo cuando Miroku le hizo una señal para que se mantuviera en silencio.
- La verdad es que tengo un rancho, el mejor de San Antonio y eso me ayuda a vivir muy cómodamente hasta terminar mi carrera de empresariales.- sonrió- Es que aún tengo veinte años, ¿sabes?
Kikio recibió el golpe con toda la entereza de la que fue capaz de transmitir. Había intentado humillarla y resultaba ser ella la que la dejó en ridículo ante todo el gentío. Una mujer hermosa, con futuro, trabajadora y mucho más joven que ella. Estaba seguro de que la joven no le dijo todo aquello con la intención de fastidiarla o de devolverle el golpe. Simplemente, quería aclarar la verdad pero por el camino había pateado de lo lindo a la orgullosa Kikio Tama.
Vio como la mujer se bebía de un solo trago todo el champán que quedaba en su copa y observaba con furia a la joven sin que ella lo notara. Si la dejaran a solas con Kagome, estaba seguro de que se lanzaría a su garganta como un bulldog con la rabia. Habían tocado un punto muy sensible de su naturaleza y Kikio Tama no era conocida por ser compasiva y mucho menos por perdonar. De ahora en adelante iba a buscar una y otra forma de hacérselas pasar canutas a la joven Kagome Higurashi.
- Kagome- Miroku agarró sus pequeñas manos entre las de él- tengo que atender unos asuntos en privado,- le explicó- intenta divertirte y yo vendré lo antes posible.
Ella asintió con la cabeza a pesar de no parecer muy segura de sus palabras.
- Inuyasha, ¿puedo pedirte un favor?
- Dime.
- Por favor, entretenla en mi ausencia. Ella no conoce a nadie y confío plenamente en ti.
No debería hacerlo, no después de lo que estaba pensando respecto a ella.
- Claro, yo la cuidaré.
Miroku le dio un suave beso en la mejilla a Kagome y se marchó dejándola sola entre todos los tiburones que la devoraban con los ojos y él. Posiblemente, el más peligroso sería él pero le habían encargado cuidarla y lo haría con mucho gusto además.
- ¿Quieres bailar, Kagome?
Muchas miradas se dirigieron a la vez hacia él. La mayoría eran miradas de sorpresa puesto que él nunca le pedía a ninguna mujer que fuera su pareja de baile pero también había muchas que denotaban pura envidia. Aún no tenía el anillo en el dedo y ya había más de uno que quería meterla en su cama como amante y de hecho, él mismo lo deseaba.
La joven asintió con la cabeza indicándole que deseaba bailar y se agarró a su brazo cuando se le ofreció. Sintió un escalofrió que recorrió todo su cuerpo al tener su mano sobre su brazo, apretando ligeramente. Emanaba una calidez capaz de atravesar la tela de la chaqueta y la camisa, era impresionante.
Se detuvo con ella en medio de unas cuantas parejas que ya se encontraban bailando y rodeó su cintura, apoyando su mano en la zona lumbar de su espalda. En vez de agarrar su otra mano, le hizo ponerla alrededor de su cuello tal y como hizo con la otra y él colocó su mano libre en la curva de su cintura. La acercó lo máximo posible a su cuerpo, mucho más de lo que permitían las estrictas normas de educación, más de lo que un amigo debería acercarla y lo suficiente como para que Miroku le diera un puñetazo. Pero le daba exactamente igual porque bailar con ella era maravilloso. Tenían una sintonía y una armonía que jamás había alcanzado con ninguna otra pareja y le gustaba bailar con ella.
- ¿Usted también trabaja en el mundo de las finanzas?
- Usted… No le gustaba que se refiriera a él de esa forma.
- Por favor, tutéame- le sonrió- y sí, trabajo en el mundo de las finanzas.
- De acuerdo.- se sonrojó, consiguiendo sorprenderle- ¿Tienes mucho tiempo libre?
- No demasiado, la verdad.
- Am… ¿Y sabes si Miroku…?
Así que era eso. Le preocupaba que su futuro marido no pasara el suficiente tiempo en casa y él lo iba a aprovechar. ¡A la mierda Miroku! Quería tener a esa mujer para él y si tenía que jugar sucio para ello que así fuera.
- Miroku tiene menos tiempo libre que yo.
- Vaya…- se encogió de hombros- Tú… ¿Qué haces en tu tiempo libre?
- Voy al gimnasio, nado y todos los días saco tiempo para montar a caballo.
- ¿Montas a caballo?- preguntó sorprendida.
- Por supuesto.- en seguida se percató del motivo de su entusiasmo- Tú también, ¿no? Después de todo, tienes un rancho.
- Sí, monto a caballo pero siento decirte que no sé nadar…
- Puedo enseñarte.
Ella le miró como si no le creyera y él para demostrarle que era bien cierto estrechó más aún su agarre, consiguiendo que ella jadeara por la sorpresa. Quería que siguiera jadeando pero que lo hiciera sobre su cama y no pensaba contenerse ni un minuto más.
- Quiero que me acompañes a un sitio.
- ¿Vas a enseñarme a nadar ahora?
No pudo evitar sonreír al escuchar aquel comentario y su tono jocoso.
- No, cariño.- decidió añadir un apelativo cariñoso para darle a entender lo que buscaba- Quiero enseñarte otra cosa mucho mejor.
- Yo…
- Te aseguro que te gustará y nadie lo sabrá salvo tú y yo.
- No sé…
Ladeó la cabeza y besó una de sus delicadas muñecas. Sin detenerse abrió su boca para morder y lamer la delicada piel de la muñeca. Sabía que no debería hacer eso en público pero las otras parejas no los miraban y los que lo estaban haciendo desde lejos, no podrían darse cuenta de lo que su boca estaba haciendo. Debía detenerse por su amistad con Miroku pero ella no le pedía que se detuviera y eso lo animaba a continuar, a ir más profundo. De hecho, notó un estremecimiento de puro placer femenino y él podía darle mucho más placer aún. Además, estaba seguro de que también podría recibirlo de ella.
- Inuyasha…
Su nombre en un gemido fue el detonante.
- Cuando acabe este bailar voy a salir por esa puerta.- la señaló- Iré al segundo piso y entraré en la última habitación del pasillo, a la derecha.
- Yo…
- No lo pienses, sólo sígueme cuando pasen unos minutos.
Tan rápido como el baile terminó la soltó y se dirigió hacia las mesas. Agarró una cubitera con una botella de champán sin abrir dentro y un par de copas de cristal que guardó en sus bolsillos. Ignorando y evitando a todos los inventados que pudo consiguió salir del gran salón para encontrarse frente a frente con Kikio Tama.
- ¿Qué quieres?
- Me preguntaba si ibas a invitarme a una copa de champán.
- Esto no es para ti.- gruñó- ¡Márchate!
- Mírate, Inuyasha.- rió- Sólo le han bastado diez minutos para hacerte olvidar que es una caza fortunas y para que traiciones a tu mejor amigo.
- No sabes de lo que hablas,- le espetó- sólo estás celosa.
- Tal vez esté algo celosa, no lo voy a negar pero sé lo que he visto.
- Y espero que no se lo cuentes a nadie, por tu bien financiero.
Dejó la amenaza en el aire el suficiente tiempo para que causara cierto impacto en Kikio y antes de que ella intentara retenerle utilizando cualquier artimaña desesperada, se dirigió hacia las escaleras para subir al segundo piso. Era cierto que iba a traicionar a su mejor amigo, era cierto que Kagome podría ser muy buena actriz y todo hubieran sido mentiras pero también era cierto que él la deseaba y no había nada que lo fuera a detener esa noche. Ni Kikio, ni Miroku, ni la propia Kagome.
El pasillo estaba en penumbra tal y como esperaba y pudo escuchar algunos gemidos mientras lo iba atravesando. Al parecer, no fue el único que tuvo esa gran idea pero desde luego, era el que se iba a apuntar el mejor tanto. Kagome era exquisita y estaba a punto de pertenecerle. A lo mejor, resultaba divertida y no quería deshacerse de ella al terminar.
Abrió la última puerta a la derecha, la que él mismo reservó y nadie más podía tocar y entró. Dejó la puerta medio abierta y llevó la cubitera con la botella de champán hasta una mesa al otro lado de la habitación. De espaldas a la puerta sacó las copas de su chaqueta y las puso sobre la mesa de madera de roble. Sacó con sus propias manos el corcho de la botella de champán y llenó cuidadosamente cada copa. Antes de terminar de llenar las copas, Kagome estaba en el umbral de la puerta. Lo sabía sin necesidad de girarse y también sabía que estaba nerviosa y muy asustada.
- Yo… No sé qué hago aquí…
- Sí que lo sabes… Ambos lo sabemos…
Se dio la vuelta con las copas y le ofreció una. Ella tenía la opción de acercarse a recoger la copa y cerrar la puerta a su espalda o salir huyendo.
Continuará…
