"Se dice que todas la noches, en aquella vieja y abandonada mansión, al justamente el reloj marcar las tres campanadas, se oye el sonido de un piano tocar una melodía trágica. Una melodía con la que aquel hombre espera a por su hermosa esposa. Se dice también que, quien se detenga a escuchar el final de esa melodía, caerá en el bucle sin fin del fantasma desamorado. Ya que la misma, es exclusiva para el amor que él alguna vez tuvo.

Un amor que ha trascendido los siglos, y que seguirá vivo gracias al esperanzado y empolvado corazón de aquel fantasma.

¿Sabes también qué se rumorea? Que aquella chica era la perfección en persona. Que sus cabellos brillaban con la misma intensidad que los rayos del Sol, que sus ojos eran un par de gemas preciosas y que su voz... Calmaba la peor de las tormentas.

Y es por eso, que el caballero ganador de su corazón vivía gracias al tan bondadoso y puro corazón de la chica, tal parece que vivía con la felicidad constante entre sus manos. Pero por la envidia que se arraigó en el corazón de otro hombre, ella le fue arrebatada de las manos cruelmente. De la forma más despiadada e imaginablemente posible.

Era una época cruel, cierto. Y cualquiera era fácilmente juzgado por crímenes que no había cometido; por lo que cuando tuvo el cuerpo de su esposa inerte entre sus brazos, él no pudo dar crédito a lo que sus ojos veían. Y aún en vano intento, la abrazó a sí mismo, y lloró, lloró las últimas lágrimas que derramaría en vida. Porque se había decidido a que sin ella no seguiría viviendo más.

Pero, quizás fue obra del destino, o una maldición del mismo, el que lo llevó a nunca poder descansar junto a su amor eterno. No importaba cuánto tiempo pasara o el que su mismísimo corazón dejase de latir, él pasaría el resto de su vida en la búsqueda de su amor perdido.

Y aún, al día de hoy, si prestas la suficiente atención, serás capaz de escucharle tocar su trágica melodía. Pero ten cuidado, puede que caigas en el bucle de esa melodía si escuchas hasta la ultima de sus notas. Pues parece que el amor antiguo, era un amor exclusivo."

Todos los chicos que estaban sentados tras aquella pequeña fogata, escuchaban atentos a aquella leyenda que narraba una pequeña peliazul. La leyenda que, al parecer, era la más sonada entre los habitantes de aquel pueblo.

El ambiente era perfecto para sentarse y relatar historias de terror, ok. Pero aquella historia, aunque espeluznante, sonaba demasiado cursi y fantástica para cualquiera. —Oh, vamos. No me creo todo ese estúpido cuento. Además, ¿quién si lo haría? Dijo en voz alta un chico con cabello azabache quien al parecer, tenía una actitud de muy valiente.

—¿Y tú qué sabes sobre eso, Gray? Contradijo a éste un rubio. Chico que a simple vista, parecía sacado de alguna portada de libro romántico; tenía... Algo así como físico de ensueño.

—¿Acaso tú si te lo crees, Sting? Porque para tu edad, y creer en esas cosas es... La palabra que cruzó por la mente de todos, pareció quedarse atascada en los labios de Gray al ver la mala mirada de la narradora de la leyenda. Y es que aunque eran un grupo de chicos que vivían tras la aventura en lo desconocido, no todos ahí creían en cosas de espíritus, fantasmas, espectros y demás. Y Gray era uno de ellos.

—Será mejor que se callen ustedes dos. Pareciera como si no les hubieran enseñado a no interrumpir cuando alguien está hablando, malditos maleducados. Bueno, y Erza, la chica que había detenido a ese par, era la excepción, en cierta parte. Ya que aunque demostrase ser fuerte, por dentro se asustaba, tal y como lo haría una chica normal con las cosas sobrenaturales. Claro, tenía un leve problema con su carácter. Detalle que le ayudaba a controlar a los rudos, pero que le había hecho ganarse el incómodo apodo de 'Titania'.

—Juvia cree que es una historia demasiado romántica. Y la chica que miraba corazones en todo, y con cualquier cosa boba... Ella se había nombrado a sí misma, como solía hacer desde que el grupo la conocía.

—¡A mi también me lo parece! Asentía la chica que narraba toda aquella historia fantasiosa. Quien era una pequeña peliazul que llevaba gafas, y su nombre... Sacado de algún mal libro romántico: Levy.

Y es que, entre tanto libro que tenía en su pequeña-gran biblioteca, un día se topó con uno en el que precisamente se narraban todas las leyendas recopiladas en todo el país. Y aquella historia, precisamente, le había atrapado el corazón. Por lo que no dudo en sugerir en ir a confirmarlo cuando se le presentó la oportunidad de retomar las viejas exploraciones.

—Es por eso mismo que vamos allá para confirmar la leyenda. ¿Pero tú que dices, Lucy?

La rubia nombrada, quien estaba con la mirada perdida en el fuego que tenía frente a ella, solo era capaz de pensar en la historia que recién acababa de escuchar. En ocasiones... Era tan fácil perderse en su propio mundo.

—¿Lucy? Erza la llamaba, pero igual, la chica seguía lo bastante distraída pensanso en lo suyo. Parecía demasiado ensimismada, y bastante distraída ante.

—Amor. Y no fue sino hasta que escuchó la voz de Sting, y sintió sus manos sobre sus hombros, que ella reaccionó. Notando ahora, que todas las miradas estaban puestas en ella.

—¿Qué pasa contigo, Lucy? Has estado así de sosa desde que nos juntamos. Preguntó la pequeña Levy.

Era obvio que las rudezas del pasado, persistían aún entre ellas. O por lo menos de manera unilateral.

—¿Te sientes bien, amor? Le preguntó de nuevo y muy preocupado por ella, su rubio novio. Quien curiosamente, a su lado lograba aparentar la portada de un libro de romance moderno y juvenil.

De hecho, todos la veían con extrañeza. Quizás fuera porque Lucy no era la misma que ellos recordaban de la universidad. Y es que había pasado demasiado tiempo desde la última aventura sobrenatural que habían tenido como grupo, que parecían casi extraños.

—Perfectamente. Fingió Lucy al contestar animadamente. Y es que actuar nunca se le había dado bien.

—Qué mentirosa. Bufó Juvia mientras sorbía un poco de agua caliente de su pequeño termo.

—Bah. Déjala en paz, Juvia. Seguro está tan cansada como tú. Le regañó un muy molesto Sting al escucharla decir eso. Era bastante susceptible al desplante que, a su parecer, el grupo se había dedicado en lanzar a su novia. —Ha sido un viaje un tanto largo, es lógico que como todos, estés cansada, Lucy.

—Sí, quizás... Quizás yo solo deba... Lo mejor para ella, era irse de ahí y lo supo una vez que un largo silencio incómodo comenzaba a envolverlos.

—Bueno- dijo levantándose y tomando su pequeña, pero abrigadora chaqueta favorita. -iré a caminar por ahí un rato.

Nadie dijo nada después de eso. Tan solo asintieron y la dejaron ir. Asumieron que eso era lo que necesitaba.

Y Lucy sabía que nadie iría tras ella, así que caminó entre todos los árboles, lo más alejado que pudo hasta que sin notarlo, ni ser del todo conscienge, llegó a un punto en donde no podía avanzar más, gracias al enorme acantilado frente a ella. La vista era impresionante desde ahí.

Aunque estuviesen a unos kilómetros del verdadero mirador, el acantilado y la noche fría con la luna en su esplendor, hacían de él, el panorama más bellísimo que hubiera podido ver en viejas pinturas. Ni siquiera una cámara podría resumir aquella belleza en una fotografía.

—Tentador. Fue la palabra que escuchó decir de su conciencia.

Ahí mismo podría acabar con toda esa estúpida farsa de una vez. Ya no tendría que fingir felicidad, ni tener que sonreír de una manera idiota para otros.

Dio un paso.

Daba igual, nadie lo notaría hasta dentro de unas horas. Era más que tiempo suficiente para descansar ¿no? Aunque... ¿sentiría dolor?

Un segundo paso.

Se encontró con que le seguía dando igual. Ya no tenía a quién le importase lo que le sucediera, ¿o sí?

Quizás a ellos si les importaría. ¿Pero por cuánto tiempo? Estaba segura que luego se olvidarían de ella como si nunca hubiese existido.

Un paso más, y solo quedaría esperar una rápida caída. Un rápido silencio. Una muerte instantánea.

Mas como muchas otras veces, paró en seco. Sus pies estaban peligrosamente cerca de un largo vacío, el viento parecía darle el empujón que necesitaba para avanzar, pero ella simplemente no era capaz de hacerlo. Y lo notó cuando su cuerpo comenzó a temblar con violencia.

Varias lágrimas resbalaron furiosamente por sus mejillas y ahora que no tenía nadie a su alrededor, gritó.

Le gritó a la nada, esperando sentirse mejor. Pero no sirvió de nada en realidad. De hecho solo le molestó la garganta. —Qué idiota el que haya dicho que gritar ayuda a superar tus problemas. Pensó irónicamente.

Lucy volvía a sentirse sola, pequeña e indefensa. E incluso, con un poco de enojo y miedo.

Enojo, porque le parecía estúpida la idea de pasar amando a alguien el resto de tu vida. Aquella historia era una sola fantasía barata, como las que llenan las hojas de supuestos cuentos de terror, y ella mejor que nadie, lo sabía. ¿Pero entonces por qué...?

Sacudió la cabeza para alejar esa tonta idea.

A lo mejor era porque era una maldita cobarde que sentía miedo. Miedo porque esa misma fantasía que tanto juzgaba, a veces supera la realidad. Y no quería que esa fuese su realidad alguna vez. No soportaría el nunca poder librarse de la tan vacía vida que llevaba. Y si la vida era ya cruel, la muerte debería ser una libertad, una puerta a la felicidad... ¿no?

Pero esa historia le negaba aquello. Y eso... era a lo que verdaderamente más temía.