Enojado, Snape estaba enojado.
Muy molesto e iba al Gran Salón a paso rápido, rebasando a los incompetentes alumnos que también iban a ese tonto festejo, al que Minerva tuvo a bien llamar "La Noche del Fuego Vivo".
Fuego vivo, sí, pensaba Snape, pero sabiendo a quiénes pondría sobre él. Iba tan de malas que no vio a Slughorn cuando lo saludó, dejándolo con la mano aleteando y después bajándola disimuladamente.
—Severus, Severus… -había insistido Dumbledore, en tono conciliador, en su oficina- Es necesario ser comprensivos… La profesora McGonagall cree que los reconocimientos esporádicos a los alumnos motivarán a un mejor esfuerzo.
Snape puso mala cara, en realidad de asco, haciendo gestos con una mano, como revoloteando.
—Pero, como… ¿cómo pueden pedirme a mí, eso? Para empezar, parece un ridículo festejo muggle. En segundo lugar, soy el menos a propósito para ese ambiente…
Dumbledore lo miró por encima de los anteojos.
—Y en tercero, es que premiarás a la señorita Granger, ¿no es así?
Snape disimuló bien.
—Eso es lo de menos. Eso no me interesa. Es lo ridículo de establecer una… cosa como ésta que llaman "reconocimiento". Y además, flores. Inaudito.
La conversación aquella había finalizado a favor de Dumbledore o Snape no ahora iría al Gran Salón, casi apartando al montón de inútiles, que se preparaban para atestiguar la entrega del famoso reconocimiento a los estudiantes más destacados del mes en curso.
Caminando a saltitos rápidos porque no aguantaba los zapatos que compró con tanta ilusión, la profesora Trelawney se colocó un largo y enredado mechón prácticamente anudándolo a una patilla de sus anteojos, pluma y papiro en mano que no usó porque Snape no se detuvo nunca.
—Profesor Snape, profesor Snape… Para el tablón estudiantil… Unas palabras… ¿Qué opina sobre ser el encargado de la entrega de estímulos a los alumnos más destacados, cree que la responsabilidad es importante y tendrá repercusiones en….?
Snape no escuchó las últimas palabras de Sybilla. Al dar la vuelta para cruzar la puerta del Gran Salón, se encontró con el grupo de los simpáticos Gryffindor y en él, a Hermione Granger, que por un segundo lo miró a los ojos con seriedad. ¿Qué opino de dar diplomas y flores a estos ineptos?
—Encantador –respondió, con hastío muy bien equilibrado–. Simplemente, encantador.
Sentados a la mesa de los profesores, una encantada y risueña McGonagall hizo la presentación, el anuncio de las razones de aquel festejo e introdujo al flamante maestro de ceremonias, el profesor Severus Snape.
Entusiasta aclamación de Draco Malfoy y del resto de los Slytherin, que se pusieron de pie.
Al cabo, McGonagall llamó uno a uno a más de quince alumnos destacados en diferentes áreas. Y en efecto, al parecer fue una entrega de premios inspirados en alguna costumbre muggle, pero no muy estudiada, pues además del diploma, alumnas y alumnos recibieron un ramo de rosas.
Los estudiantes subían al podio, y un nada encantado y muy ceñudo Snape les entregaba el diploma y el ramo.
Sprout y Wilhelmina aplaudían a palmaditas rápidas. Habría sido bueno que el aire de sus palmadas apagara el humo que soltaba Snape por la cabeza, cuando Minerva anunció:
—¡Hermione Granger, de Gryffindor!
La castaña subió con una sonrisita satisfecha, entre los aplausos entusiasmados de los Gryffindor y el resto, excepto, claro, Slytherin. Éstos llevaban 3 premios, pero los que se llevarían la palma, sorprendentemente para muchos, sería la Casa de Hufflepuff, con seis premios.
Snape tomó el diploma y ramo correspondientes, un poco hecho un lío. Cada ramo tenía dos largas extensiones en forma de hojas, una con el escudo de la Casa y el otro, con el nombre del estudiante.
Dio el diploma a una seria Granger, que miraba el suelo y que se colocó el diploma bajo el brazo, para poder recibir el gran ramo con ambas manos. Snape se lo tendió, deseoso de acabar con esta refinada tortura.
—¡Un segundo, profesor Snape! –Dumbledore se puso en pie, carraspeando, copa en mano-. Debo decir unas palabras, a propósito del desempeño de la Casa de Gryffindor…
Snape se sintió como un tonto. Inclinado con el ramo en las manos, tendiéndolo a una Granger que las recibía, interrumpido a mitad de la entrega sin saber cómo se procedía. ¿Y ahora?, pensó. ¿Las suelto, espero, escucho, me como las malditas flores o qué?
Snape soltó un discurso acerca de las virtudes de Hogwarts, sobre el especial desempeño de las nuevas generaciones, dio 20 puntos a Gryffindor (no es cierto, pero pudo hacerlo) e inició un recordatorio sobre otros eventos de reconocimiento a la capacidad del estudiantado, como aquel que en reñida competencia del año 1899…
Snape seguía con el ramo, y peor, con Granger enfrente.
Él veía el ramo y Hermione, con una diplomática sonrisa, volteaba hacia Dumbledore.
Las manos de Snape y las de Hermione estaban cerca, bajo el ramo, cubierta por aquellas extensiones largas de la envoltura engorrosa, que les cubría las manos hasta varios centímetros abajo.
Cada uno, al sentir los dedos del otro, tuvo un momento de pausa.
Y después los dos buscaron mutuamente sus dedos, y los tocaron en sus extremos.
Snape no supo por qué lo hizo, y muy probablemente, Granger tampoco.
Con ese toque insinuante, extraño, Snape extendió otros dedos disimuladamente y al sentirlos, Granger hizo lo mismo, ya no en los extremos, sino todos.
Nadie se dio cuenta. Dumbledore seguía hablando para regocijo de la concurrencia menos de los Slytherin, que escuchaban aquello con el mismo interés que si oyeran la biografía de las babosas del lago.
Como el momento se alargaba, Snape hizo gesto por retirar sus dedos, pero fue notoriamente falto de convicción, en realidad pareció buscar las manos de ella y por eso Granger, sin dejar de ver a Dumbledore, lo retuvo con sus dedos.
Snape quedó estupefacto. ¿Qué sentía? ¿Qué era esta… emoción? ¿Qué estaba diciéndose con la Insufrible?
Snape también volteó a Dumbledore, sintiendo que el piso se le movía al tocar la piel de Granger. Aquello era un diálogo mudo de deseos, intenciones y oportunidad.
Prácticamente el contacto entre ambos era sólo con el índice y el anular, pero a Snape lo movió la frescura y suavidad de la piel de Granger, una emoción indefinible y más que nada, la impresión de ella dejaba sus dedos en los de él. Y más: que él, por ese toque, se llenaba de una extraña y novedosa calidez en el tórax.
—… y por eso es un placer premiar a la señorita Granger –concluyó Dumbledore.
Un aplauso. Hermione dejó de ver a Dumbledore y miró a Snape a los ojos. Bajó la mirada al ramo y después a él, ambos estrechándose los dedos, casi a la vista de todos.
No volveré a tocarla, se dijo Snape, y en vez que eso le alegrara, experimentó una inaudita sensación de pérdida.
Entregó las rosas, se incorporó, aplaudiendo, Hermione fue a su mesa y al cabo de otros tres reconocimientos, felizmente para Snape todo acabó.
En la sobremesa, se despidió y fue el primero en salir, a mitad de alegre festejo.
—Profesor Snape –lo llamaron, pasos atrás.
Él volteó. En el umbral abierto e iluminado, rodeada en el resto por oscuridad, Granger lo observaba con el ramo en las manos.
Verla en ese paréntesis de luz, para Snape fue vislumbrarla en un paréntesis diferente. El extraño paréntesis de haberse tocado los dedos. Una creciente sensación en su interior.
Más todavía, el paréntesis de haber mantenido el contacto. La Insufrible y él. Tocado los dedos, dejarlos unidos, buscarse y estrecharlos.
Volvió a sentir la piel de los dedos de Granger y tuvo, lejanamente, una sensación parecida a un escalofrío placentero. Era muy raro.
Ella, ágilmente, le lanzó algo que Snape pescó al vuelo. Supo qué era al tomarlo, pero aun así lo vio: Una de las rosas del ramo.
Hermione giró, para volver a entrar al bullicioso Gran Salón. Hizo un alto y de costado a Snape, la castaña volteó la cabeza hacia él, con las cejas alzadas, ojos entrecerrados que hicieron verle más rizadas las pestañas y en la boca un gesto entre sonrisa y añoranza. Elle le dijo:
—Quizá después, profesor Snape.
Y dicho eso, entró de nuevo.
Snape quedó con la rosa en la mano, solo en el pasaje, más en la penumbra que en el brillo del salón que le daba de lejos.
Escuchó la alegría del Gran Salón.
Él dio la vuelta, alejándose lentamente en la sombra.
Se llevó la sensación de los dedos de Granger en los suyos, su mirada y su voz. Se llevó la sorprendente emoción de haberla tocado. la de haberse buscado para tocarse.
Todavía estaba un poco malhumorado. Pero se preguntó si, llegado ese después de Granger, él reaccionaría igual de malas o le parecería, ¿cómo? Sospechó que lo sabría llegado el momento, aunque de entrada, anticipando un lío, no era muy difícil adivinar qué no sonaba como una mala idea.
