Lo había sabido desde siempre. O quizás no. No, estaba recordando mal. Lo sabía desde su juventud, desde que había alcanzado una determinada edad en que los hombres comienzan a fantasear y preguntarse sobre el amor, aunque para él, se demoraría unos cuantos años más en llegar a esa etapa.
Recordando ahora bien, lo había sabido desde que llegó a una edad de juventud intermedia; su padre, el rey del Bosque Negro le había "otorgado", -como le gusta decir a él-, el honor de brindar paz a estos tiempos tan llenos de guerra y desolación. Se le había otorgado un rol fundamental que sólo él podía desempeñar. Así lo relataban las personas a su alrededor.
Pero sinceramente, nunca se había hecho demasiado a la idea. Porque, ¿qué era el amor? Para él no significaba demasiado. Amaba a su reino, a cada ser dentro de sus límites, a cada ser viviente, planta, animal, persona, pero no había experimentado aún el amor romántico, ése que se siente para los elfos tan sólo una vez… Entonces, ¿por qué debería significar el matrimonio algo especial para él? No le sonaba a nada, y así se lo tomó: Un asunto de nada. Una tontería, algo que sería fácil recrear, porque mintiendo era muy bueno.
Recorrió todos los años de su vida no preocupándose por ello, ni indicando demasiada atención al hecho de que debía casarse, que estaba destinado a contraer matrimonio con la heredera de Erebor, la hija del rey. Su padre y el padre de ella, -aún sin nacer por aquel entonces-, así lo habían firmado, así lo acordaron, y así se haría. La misma noche en que ambos reinos se sentaron en la misma mesa y brindaron chocando sus copas al mismo tiempo, esa misma noche fue que Thranduil se enteró acerca de las promesas que se habían hecho sin que él lo supiera.
No era que le molestara que su padre lo hubiera decidido por él, de hecho el respeto hacia el rey del Bosque Negro era casi infinito, cumpliría cualquier orden que éste le diera. Pero… ¿casado con una enana? Esa idea sí que no le había hecho mucha gracia. No se lo imaginaba… Pero aún con todo eso, cuando su padre le explicó que sería por el bien del reino, que sería toda una alianza de paz y prosperidad, aceptó, dejando de lado su orgullo y hasta sus propias idealizaciones.
El tiempo transcurrió como siempre después de eso; los enanos de Erebor y los elfos del Bosque Negro hacían y recibían ofrendas mutuas, disfrutando de los momentos que creaban para compartir, olvidando sus diferencias… Mas tanta calma no podría durar, y todo pareció echarse a perder cuando la reina de Erebor dio a luz.
Thranduil lo recordaba casi como si hubiese sido ayer. Su padre había recibido una carta proveniente de sus aliados, quienes anunciaban el nacimiento de la futura cónyuge, tan esperada por todos, -aunque por Thranduil con menos ansias…-. Los ojos de Oropher recorrían el papel letrado de aquí para allá, con total rapidez. Thranduil lo observaba leer aquella carta con tanto interés que por un momento se sintió culpable de no sentir el mismo entusiasmo.
Llegado casi a la mitad de la carta, los ojos del rey se detuvieron. Y retrocedieron su lectura, para volver a detenerse en el mismo punto. Releía y releía como si al hacer eso podría reescribirse lo que en el papel decía. Thranduil le preguntó entonces qué sucedía. Su padre levantó la vista, algo pasmado, y lo miró. No descifró el muchacho cuál era la causa por la que se lo miraba de aquella manera, casi con pena, con algo de vergüenza.
No se lo dijo ese día, ni el siguiente, ni el que venía después de ese. Esperó un buen tiempo en comunicárselo a su hijo, al príncipe del Bosque Negro. Hasta que un día, con algo de sutileza, le habló sobre la cultura que los enanos de Erebor, las costumbres y el pensamiento social que estos llevan con ellos a todas partes, como una victoriosa bandera de batalla. Le contó sobre todos los puntos, hasta que, casi como sin querer, se detuvo para explicar sobre su visión de la sexualidad.
Para ellos, explicó, que un hombre conviva con otro hombre no es algo mal visto. Para las mujeres es igual. Ellos no tienen prejuicios en cuanto a la vida íntima de cada persona, lo cual es algo pretencioso para la época, pero comprensible en algún punto.
Mientras le hablaba a su hijo sobre eso, y le resolvía todas las dudas que éste presentó ante lo dicho, esperó hasta que fuera el momento indicado, y entonces se lo reveló.
Le informó sobre lo que decía en la carta del otro día, qué había sucedido. El rey de Erebor no le proveyó una heredera al reino, no tendría una esposa para el príncipe del Bosque Negro. Lo que su mujer había dado a luz ese día fue un varón. Uno muy sano, muy robusto, y con ciertas cualidades que lo alejaban de la raza común de enanos.
Thranduil oyó pacientemente todo lo que su padre tenía que decir, hasta que ató los cabos y se puso a pensar, cuando éste se quedó en silencio de repente. No había una hija, un varón era lo que existía ahora. Los enanos tienen pensamientos liberales en cuanto a la sexualidad; y a todo esto, ni Oropher ni Thrain habían dicho nada sobre la cancelación del compromiso…
Abrió de sopetón los ojos celestes, no queriendo reconocer a dónde trataban de inducirlo. La idea de casarse con alguien de Erebor le resultaba ya demasiado turbia, pero el hecho de que ese alguien fuera otro hombre… ¡No podía siquiera pensarlo!
Varios días, quizás meses, pasaron hasta que Oropher logró profundizar su discurso y hacerle ver que esa alianza tan reciente que tenían ahora con el pueblo de Durin jamás sería sustentable sin un buen lazo que los uniera para siempre. Y ambos habían nacido bajo la tutela real, ambos eran príncipes, y estaban destinados a cumplir su rol y a sacrificarse por sus respectivos reinos si así era el caso.
Tardó un buen tiempo en entenderlo, pero luego, las palabras de su padre llegaron con más noticias "alentadoras". El matrimonio que Thrain proponía era uno adecuado al pensamiento de ambos reinos. Sería uno simbólico, y se acordó que una vez casados, el príncipe del Bosque Negro permanecería un año completo en Erebor, conviviendo con los enanos, y una vez cumplida la fecha, podría volver a su hogar. Eso sería todo. Aunque claro, debía mantener votos de fidelidad, es decir, no podría volver a casarse ni formar otra familia, pero para el joven Thranduil de aquellas épocas, eso no le resultó tan importante.
La importancia residía en que su obligación para con la gente de Erebor constaba de un año. Y eso sería todo. Podría volver a su vida normal, con su propia gente…
Alimentó esa idea en su mente durante tantos, tantos años, sin siquiera ponerse a pensar que, mientras esperaba a que el momento llegara para poder librarse lo más rápido posible de todo aquello, las cosas podrían complicarse de nuevo.
Su más grande error fue no haber tomado en serio el asunto. Y Thorin, el heredero de Erebor y su prometido, sería quien le hiciera ver que las cosas no serían tan fáciles como creyó.
