ADVERTENCIA: Puede que esto tenga algunos spoilers de "ciudad de fuego celestial". Y definitivamente tiene temas como el incesto y el sexo, así que si estos no son de tu agrado, será mejor que pases de largo de este pequeño fanfic.

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ESTO TIENE SPOILERS, repito, ESTO TIENE SPOILERS

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Quiero aclarar que ninguno de los personajes de "Cazadores de sombras" me pertenece, solo escribo este relato en base a ellos y a este mundo por mera diversión. También que este es el final que yo me imagino, uno en el y en el que Clary permanece en el mundo real (Nueva York) y tiene la ayuda de una runa que borra su rastro y la hace imposible de localizar para cualquier cazador de sombras (repito: es todo lo que yo me imagino). Otra cosa más, yo prefiero usar el nombre de Jonathan en lugar del de Sebastián, por ello será llamado de la primera forma en todo el relato.

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"…sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte".

Hacía ya un mes Clary había descubierto que la música en el piano era más que tranquilizante: sin letras ni mensajes dirigidos hacia cualquiera que uno detestara, solo con la tranquila melodía que cada una de las teclas emite y que en conjunto forman una canción. Que sí, tenía que saber elegir la canción adecuada, pero lo importante es que no ha tenido que escuchar letras de por medio.

Es su nuevo escape, el que le permite olvidar cómo ha llegado a esa habitación, las mentiras que han salido de sus labios y el constante recuerdo de que si no se da prisa, no logrará nada. Ese recordatorio, de todas las acciones que realizó, le generan una desagradable desesperación que amenaza con hacerle echarse a llorar, aunque de antemano sabe que las lágrimas en nada ayudarán a solucionar el embrollo que es su vida.

El dibujo ha sido siempre su manera de expresarse, lo usó desde pequeña y lo perfeccionó mientras iba creciendo, sin embargo esta vez parece no funcionar, prueba de ello es el cuaderno que ha sido lanzado a un rincón de la habitación, junto con el carboncillo que descansa partido en dos a unos metros de distancia.

Ante ese fallido intento decidió solo pintar y se ubicó frente al lienzo que aún no muestra algo exacto de sus sentimientos y en el que logró solo plasmar un difuminado.

De alguna manera ella se había obsesionado mientras hacía la mezcla. Sin pensarlo, el pincel que sostenía buscó el color de acrílico más oscuro de su paleta, y al ver que era demasiado plano ante sus ojos trató de enmendar su error; de esa manera había creado un difuminado que abarcaba todo el pequeño lienzo y que iba de blanco a gris; así, sin darse cuenta, acabó empecinada en buscar con desespero que el gris que acababa de crear volviera a ser blanco, pensando que si era fácil combinar dos colores y volverlos una mezcla nueva, se podría también hacer el proceso a la inversa; sin embargo el resultado no había sido el deseado: el blanco que creaba era sucio y carecía de esa pureza inmaculada particular. De esa forma ella había terminado por también lanzar el pincel al suelo, furiosa.

Clary siempre escuchó que dormir era un escape y que ayudaba a que la mente se despejara, pero a sí mismo también escuchó que los sueños revelaban los más grandes miedos y anhelos, por ende, tanto como había gusto debía haber temor en el simple hecho de cerrar los ojos y dejarse llevar.

Ella no lo sabía mientras se acostaba en el colchón, pero estaba por ser testigo de esa arma de doble filo.

Estaba soñando con Jace. Los dos estaban en el parque y él la tenía abrazada por la cintura mientras jugaba con los revoltosos mechones que se desprendían de su trenza; a su alrededor los árboles se mecían con tranquilidad, el cielo despejado brillaba en todo su esplendor y los cantarines pájaros anunciaba un buen día… y entonces todo empezaba a verse borroso, el suelo desaparecía y ambos caían. Al inicio Clary se sujetaba a Jace, teniendo más miedo a que él se alejara de ella que al impacto. Se aferraba con fuerza y lo observaba con desesperación, de tal manera que no le pudo pasar desapercibido el cambio de su cuerpo: el cabello le creció y empezó a decolorarse, su rostro y su cuerpo se volvieron deformes, de pronto sus ojos ya no eran dorados y en su lugar habían cuencas vacías de donde salían lombrices, y su boca, esa que tanto había probado, iba haciéndose cada vez más grande y rojiza, emitiendo un nauseabundo olor a podrido.

Al momento de alejarse, pataleando como podía contra la criatura, se encontraba que era retenida por sus pegajosos tentáculos. Sin embargo su cuerpo seguía removiéndose, luchando hasta que finalmente el monstruo soltaba un chillido y ella veía la luz de un cuchillo que volaba hacia los tentáculos, cortándolos y dejando que su cuerpo cayera por acción de la gravedad. Su destino era el suelo, pero antes de que pudiera tocarlo volvían a sostenerla; unos bien formados brazos la sujetaban sin mucho esfuerzo, y cuando ella abría los ojos se encontraba con unas pupilas oscuras que sobresalían en la piel pálida. Entonces dudaba de qué era peor, si la criatura en que Jace se había convertido o su nuevo rubio salvador que la sujetaba. Y entonces, por segunda vez, se encontraba pataleando y volviendo a caer…

Violentamente abre los ojos y despierta, como siempre que tiene una pesadilla: con el sudor empapando su frente, el cabello pegándose a su cuello y rostro y la respiración irregular, manteniendo ese miedo latente en su interior pese a descubrir que no está cayendo y en su lugar permanece en la habitación alquilada.

Una carcajada ronca se escucha claramente y le eriza los vellos; sus ojos revolotean por todo el lugar en busca del responsable, con el corazón palpitando más rápido de lo normal contra su pecho, pero encuentra que la poca iluminación de la habitación no ayuda, la que proviene de un poste relativamente cercano que emite un brillo amarillento. Es este el que ingresa por la ventana abierta y se extiende por sobre el carboncillo partido en dos. A su alrededor, nota que las sombras de cada uno de los objetos hacen que estos falsamente se vean más grandes de lo que en realidad son; casi hasta podrían ser monstruos.

Pero no hay rastro de un segundo huésped.

-Puedes encontrarme, Clarissa

La voz resuena en la habitación sin tener un punto exacto de inicio.

-Jonathan- ella dice su nombre real y que él tanto detesta al tiempo que se acomoda en el colchón, dejando a sus piernas colgar del borde de la cama

-No le tengo simpatía al nombre, pero puedo dejártelo pasar. Es más relevante y sorprendente el verte sola- él conoce su ubicación y ella ignora la suya. Está indefensa frente al depredador y, lo que es peor, con el transcurso de los segundos, ella sigue sin poder encontrarlo- ¿Te dieron permiso de vivir independientemente y lejos de casa?

No responde, en su lugar sigue inmersa en la búsqueda del rubio medio demonio que es su sangre; se remueve incómoda en la cama y decide finalmente ponerse de pie, descalza y al instante sintiendo el frío del suelo en la planta de los pies.

-Déjame verte- pide sin permitir que aquello suene a un ruego

-Te dije que puedes encontrarme- su voz adopta un tono burlón- no me estoy escondiendo

Es un juego y ella lo sabe. Un juego en el que él tiene la ventaja, donde la tiene fácil para ganar. No es que sea sorprendente, por el contrario: es muy propio de su persona, después de todo a Jonathan no le gusta perder, no le gusta ser el último, no le gusta no obtener lo que quiere. En su mente un "no" es incomprensible.

La pecosa pelirroja camina por la habitación sin prisa alguna, agudizando su visión y oídos, tratando en vano de encontrarlo en medio de la oscuridad y a la vez maldiciendo el no haberse decidido por unas runas antes de caer en los brazos de Morfeo.

El rubio platino la observa desde las sombras, tomando detalle de cada parte de su cuerpo: el cabello rojizo desordenado y largo cayendo sobre sus hombros como un manto de sangre, la camiseta arrugada y el pantalón rozando el suelo y siendo pisado por sus talones en cada paso. Sus movimientos son cuidadosos, su mirada meticulosa, pero aun así no logra algo.

-Estás tardando

Su hermana hace una mueca y él se siente satisfecho cuando minutos más tarde la ve al borde de la desesperación, no se ha dado cuenta que ya ha pasado el lugar donde se encuentra, aunque tampoco es que pueda culparla, siempre ha sido bueno escondiéndose para acechar a su próxima víctima.

El tiempo que pasa no siente que es una pérdida ¿cómo el jugar con su pequeña diversión puede serlo? Pero ya es notorio que él es el ganador, así que poniéndole fin al juego se acerca a ella despacio y sin hacer el mínimo ruido, alejándose de las sombras poco a poco.

-Perdiste

Ella da un pequeño salto cuando escucha su voz tan cerca; su cuerpo le roza y él siente su calidez y su miedo. Sonríe, pasando confianzudamente su brazo por la pequeña cintura de la pelirroja y sintiendo a todos sus músculos tensarse cuando la apega más a él.

-¿Qué haces?

Es una pregunta de lo más estúpida, Clary lo sabe pero no puede evitar decir algo solo para comprobar que su voz no se quiebra y que aún es valiente. Su lengua lucha por moverse y emitir alguna otra palabra más que le de ese apoyo que tanto necesita, pero parece que todo su léxico ha desaparecido.

El cuerpo de su hermano es frío y duro, siente su pecho subir y bajar contra su espalda mientras la aprisiona, con su mano jugando con el borde de la camiseta marrón.

-Me alegra verte sola, pero no es comprensible- ¿cómo puede uno engañar al zorro, el maestro del engaño?- me has llamado, Clarissa

-No te di una invitación- ella refuta aún tensa como una alambre

-Dejaste las ventanas abiertas

-Hace calor

-Me dejaste ver tu ubicación

-No lo hice, es que tú me tienes entre ojo y ceja

Siguiendo sus impulsos se da media vuelta, estando un poco sorprendida porque él la deje hacer ese pequeño movimiento y notando que mantiene la prisión que forman sus brazos; cada una de las partes de sus cuerpos se rozan y cuando ella alza el rostro, él encuentra en esa verdosa mirada el desafío personificado.

Hay algo que Jonathan admira de Clary, aunque tal vez nunca lo acepte en voz alta: su carácter. El mismo que la hace ir en contra de él y que no le permite dejarse intimidar por su presencia, nunca permitiendo que ni su voz o su mirada siempre oscura y perversa la hagan acobardarse y echarse atrás. Es casi como si fuera inmune… y tal vez por el mero hecho de ser su hermana, tal vez porque comparten a los mismos progenitores, especialmente a Valentine. El que mediante experimentos hizo de dos simples bebés las creaciones más grandes, obteniendo así resultados desiguales: un demonio y un ángel, rojo y dorado, verde y negro. Pero buscando con ambos la perfección y el reconocimiento.

O tal vez no es debido a todo a ello y solo se trata de que ella es estúpida.

-¿Qué quieres, Clarissa?- le gusta decirlo, el deleitarse con cada una de las letras que conforman su nombre completo y de pila, el que suena casi como un grito de conquista, el que suena a fuerza, muy contrario al tonto diminutivo con el que todos han acostumbrado a llamarla, casi burlándose de la fiera que ella es en realidad, casi ridiculizando a la cazadora que lleva dentro.

Ella escucha el cambio de su voz, que muy diferente al inicio ahora suena varios tonos más baja y ronca, nota que sus brazos la sostiene ya no con fuerza sino más bien con posesividad, y siente las vibraciones de su pecho cuando habla. Por último nota también la dureza de su parte baja.

Se había planteado aquella situación, reproduciéndola sin mucho agrado en su mente, sin embargo no se había planteado su propia reacción.

Su cuerpo, al caer en cuenta de su errática técnica y de la situación, no tarda en entrar en calor. La cercanía, su aroma masculino, la sensación que él le brinda en la soledad de esas paredes de ladrillo la desequilibran. Su razón brevemente se apaga y su cuerpo le pide con insistencia algo que ella desconoce, pulsando en busca de eso que él está dispuesto a mostrarle.

Le está pidiendo más, pero el bloqueo que en su cabeza está sucediendo le hace no tener idea de qué más, hasta claro, que el rubio platino le da indicios de una respuesta con el ascenso lento de su mano por debajo de su camiseta.

Jonathan se hace presente con una caricia que lleva su marca personal impresa. No hay suavidad cuanto siente, además de las yemas de sus dos de sus dedos, el borde de sus otras uñas sobre la piel de su espalda baja.

Eso parece ser el botón que le devuelve el razonamiento.

Su mente se divide entre la conciencia y el impulso; la primera le dice que debe alejarse, la segunda en cambio la incita en acercarse un poco más si es que eso es si quiera posible. Se muerde tentadora e inconscientemente el labio y coloca su dedo índice en el pecho de su hermano, justo en la parte que su camiseta deja ver la piel nívea.

-Suéltame- ordena, liberando de sus dientes su carne y enmascarando la incomprensión que siente tras la severidad y tranquilidad de su tono

-Te muerdes el labio- él susurra contra ella- me tocas y luego pides que me aleje; estás jugando

Suspirando se deshace de sus brazos, sabiendo que él la está dejando hacerlo adrede. Aunque tenga el entrenamiento de una cazadora novata es consciente que él la supera en fuerza, si es que no también en otras cosas.

-Tú eres el que juega- se queja y sus mejillas se tornan más rojas que antes- ni siquiera sé qué haces aquí; deberías irte- una burlona sonrisa aparece en su rostro- ahora- sin embargo ella es obstinada

-Tienes miedo- él vuelve a acercarse y ella retrocede, esta vez no la va a coger por sorpresa, o eso es lo que está tratando de creer- a lo que sientes cuando estás demasiado cerca- extiende su mano, alcanzando con sus dedos la piel expuesta del brazo de su hermana- esto te gusta

-No me gusta- ella refuta a la defensiva y trata de convencer a su cuerpo que reacciona involuntariamente a él: su piel se eriza y escalofríos viajan por sus terminaciones nerviosas, acabando en la zona más recóndita de su ser

Lo mira y trata de ver más allá de la negrura de sus pupilas, tratando de entender el porqué de sus acciones. Se pregunta si él puede cambiar, si solo necesita un poco de la inmaculada pintura para convertir el negro en plomo y poco a poco volverlo blanco. Un nudo se instala en su garganta, las lágrimas se acumulan en sus ojos; ella también extiende su brazo, solo para que su mano acaricie la mejilla de su hermano. ¿Y si hubiera sido ella y no él quien hubiera tenido que soportar a Valentine? Se permite imaginar el verde en esos ojos inescrupulosos, más verdes y oscuros que los suyos propios, la sonrisa probablemente socarrona que tendría, la risa siempre burlona pero real que él poseería si las cosas hubieran sucedido de otra manera… y quiere echarse a llorar, porque es la única forma en que podrá sentirse menos frustrada, la única manera en que logrará exteriorizar la pena y el profundo lamento por todo lo que Valentine le quitó a Jonathan.

-¿Clarissa?

Jonathan la ve y se siente diferente, casi confundido por sus vidriosos ojos verdes y las lágrimas descendentes, y pese a ello no intenta alejarse, como si no fuera él el causante de aquello… ¿y si no es él, entonces qué es? No entiende el porqué de su llanto pero tampoco es que quiera adivinarlo.

La jala violentamente contra sí, cogiéndola por sus hombros y haciendo que tropiece con sus propios pies, y ella se deja manejar por él, aun tratando de comprender sus extrañas y oscuras acciones.

"Lo siento" ella se lamenta mientras se aferra a su cuello y se coloca en puntillas al tiempo que él se inclina.

Ella sabe, unos escasos segundos antes de que todo deje de ser premeditado, que él no va a ser delicado ni tierno, porque son sentimientos que nunca en su existencia ha experimentado, son sentimientos ajenos a su mundo y a su pasado. La ataca con ferocidad, apretando los ojos con fuerza para dejar de observarla, solo para sentir que tiene el control y no aceptar la verdad: que es en realidad ella quien lo ha iniciado y confundido todo.

Clary no puede entender por qué su cuerpo se amolda a la perfección con el de Jonathan, sin embargo la pregunta queda en el aire y se desvanece cuando siente el colchón bajo su espalda. Lo mira, pero es una mirada llena de compasión, de ternura, una mirada que cuando encuentra la del muchacho lo obliga a ser más rudo. No quiere esa mirada, no quiere que le compadezca ni que lo entienda… quiere que ella lo rete, que tema y que finja valentía mientras recorre con sus manos su cuerpo entero, pero ella no se lo da.

Siempre haciendo las cosas que nunca a él se le ocurrirían, ella vuelve a chocar sin titubear sus calientes labios contra su boca, sus pequeñas y finas manos lo acercan y él parece perder momentáneamente la batalla. Por fin sus manos descienden y llegan al borde de la vieja camiseta marrón y en ese momento lo siente, el miedo emanando de cada poro de la piel de la pelirroja. Una sonrisa maliciosa se forma en su rostro.

Su brazo pasa fácilmente tras su cintura y la levanta, dejándola arrodillada sobre el colchón. Le quita la camiseta sin muchos miramientos y la deja en sujetador, porque ella no se lo ha quitado antes de irse a dormir; y luego se quita su propia camiseta. Clary deja caer sus inútiles manos a los costados de su cuerpo, observando cada uno de los trabajados músculos que presenta el cuerpo frente a ella. Cuando Jonathan vuelve a besarla prueba algo salado. Ella está llorando.

¿Por qué? No puede evitar preguntarse mientras desliza sus manos por su abdomen y luego por su espalda, no entiende nada… ella parece reacia a alejarse, no parece querer apartarse de él ni sentirse asqueada por su toque. Algo va mal…

Ella se separa de él y lo observa en silencio, se reacomoda e inclina hacia adelante, repartiendo besos en su cuello y luego bajando, un poco, con miedo, otro poco, más lágrimas, otro poco, el cuerpo le tiembla… logra que él termine bajo ella sin mucho esfuerzo y Jonathan no pregunta, no puede hacerlo, no con ella sobre él moviéndose tortuosamente, no con sus labios sobre su piel, no con su cabello haciéndole cosquillas.

Su pecho sube y baja, las lágrimas se han secado. Siente las pequeñas manos rodear las suyas y dirigirlas al elástico de su pantalón de pijama, una plegaria silenciosa y vergonzosa.

Se siente enojado de que haya frenado, pero la indicación que ella le da lo obliga a controlarse. Sus manos bajan la prenda que cubre sus piernas y de una patada termina en algún rincón.

Clary se presiona contra su cuerpo y lo obliga a aplazar el momento sometiéndolo a un suplicio donde él está a su merced; la mente de Jonathan se nubla por el goce que es tenerla manejando su cuerpo, sus manos recorren con tal vez excesiva suavidad su pecho. Y ella las ve: marcas, de combate tal vez, marcas que es probable Valentine o el mismísimo Jonathan se hubiera hecho, una más larga que otra, una más deforme, una más dolorosa; sus dedos recorren cada cicatriz hasta que desliza sus labios por cada una de ellas, sin entender de dónde es que ha sacado esa idea… y entonces la ve titubear cuando llega a su pantalón.

Él le ahorra la molestia.

La coloca debajo y termina por desnudarse… y luego para Clary todo sucede tan rápido como una mezcla de acrílicos en agua.

-Jonathan- ella trata de sonar enojada cuando escucha la tela romperse y sentir las desnudez de su cuerpo, primero la parte de superior y luego la inferior. Respira por la boca, se aferra a su espalda y echa atrás la cabeza, sin creerse del todo que pueda manejar el dolor en los combates pero no con todo lo que ahora está sintiendo.

Un millón de sensaciones explota en su interior. El tacto de él es más que caliente, simplemente por donde su mano pasa la piel se electrifica. Trata de respirar pero apenas y logra dar patéticas bocanadas de aire cuando siente el descenso experto de sus dedos y luego la intromisión de ellos; su cuerpo entero se tensa cuando él empieza a toquetearla. Una de sus manos juguetea con la piel de su cadera y la otra… la otra se pierde, pasando hacia el húmedo lugar del que ella parece avergonzarse. Dos de sus largos dedos bailotean en su entrada y luego la abandonan para ir hacia su otro punto de interés, aquella protuberancia que ante el contacto la hace removerse, un poco al inicio, con desesperación poco después, y finalmente con anhelo. Tal vez queriendo más, tal vez deseándolo más cerca… tal vez deseándolo más de lo que debería…

Gime y chilla cuando siente sus dientes en su pecho, aprieta con fuerza los ojos cuando él se inclina y le empieza a susurrar cosas sucias en el oído… por un momento ni siquiera el nombre de Jace puede hacerla sentir culpable, no cuando Jonathan la toca sin pudor alguno, no cuando él se vuelve rudo e impaciente, su mente queda en blanco, su objetivo se aleja, su cuerpo controla la situación, sus enfebrecidas hormonas y el carnal deseo humano de contacto físico y prohibido con su hermano.

Jonathan se siente mejor cuando la escucha gemir, jadear y decir cosas incoherentes, se siente mejor pero solo en parte, porque algo va mal… ella le está dejando hacerlo… y ni siquiera recordarle a su gran amor la hace poner resistencia. No es que sea ingenuo, por más que todo en Jonathan Morgenstern se defina en que él la quiere, sabe que no es suficiente para hacer que de un día a otro ella olvide al primogénito de los Herondale.

-¿Qué haces, Clarissa?- hay algo que está pasando por alto, algo que no ha visto… pero tampoco había previsto que ella se mudara independientemente ¿Por qué estar confundido de algo que carece de importancia? La respuesta es simple: porque él es perspicaz.

Clary vuelve a la realidad cuando lo siente detenerse, tensarse, cuando la confusión de Jonathan se hace palpable. Por primera vez el ángel ha logrado confundir al demonio… y decide aprovecharse, nuevamente, de que está débil, gira quedando a ahorcajada sobre él, lo besa con vehemencia, aventurándose en morder su labio inferior y acomodándose sobre su duro cuerpo.

Gime, para sorpresa de ambos, cuando por sí misma ejerce la fuerza suficiente como para que él se acomode en su entrada, sin penetrarla aún. Jonathan olvida todo porque, aunque no lo admita en voz alta, ella es su punto débil. Sus gráciles y ásperas manos la cogen con fuerza por las caderas y de un solo movimiento queda en su interior. Ella grita en respuesta y hunde las uñas en su pecho… un dulce dolor… un dulce sacrificio. La ayuda a moverse, tal vez incluso la obliga, y ella primero se queja, se remueve tratando de alejarlo… y luego entiende… y consigue hacerlo por sí misma, tomando un breve impulso, respirando con más dificultad, ignorando lo incómodo y extraño que resulta la intromisión, actuando solo por la intuición, actuando fríamente incluso… porque lo ha recordado… siente el placer acumulándose en esa parte de su cuerpo, siente y piensa tantas cosas… se inclina y agiliza el vaivén de caderas que logra descolocarlo, buscando acabar con dos pájaros de un tiro...

Y es por eso que no lo ve venir, aunque él nunca ve venir nada de Clary, la chica tonta que conoció, la chica ingenua que poco a poco se convierte en una cazadora dispuesta a todo, la chica que hace honor al nombre de Clarissa.

Su mirada se nubla por tiempos, llega al éxtasis sintiendo que el aire le falta y que el frío invade su cuerpo. Clary se ha alejado de él. De pronto su fuerza demoniaca no es nada, de pronto todo se vuelve nada. Su mirada desciende y logra ver el brillo rojizo emitido por la hoja que se incrusta en el lado izquierdo de su abdomen.

Eosforo clavado en su abdomen.

Poco después llamas rojizas parecen rodear la herida, cobrando vida propia sobre su pálida piel y generando en cada una de sus terminaciones dolor. Es maquiavélicamente hermoso la forma en que las llamaradas recorren el cuerpo entero de Jonathan, delimitando cada uno de sus bordes per sin traspasar las sabanas, siempre concentradas en él. Su recorrido va de aquella zona al exterior, desapareciendo conforme llegan a sus pies y a las puntas de su cabello.

Y finalmente, cuando estas desaparecen y dejan de cegarlos, el rubio platino caído puede ver la mancha roja que empieza a rápidamente esparcirse hacia el resto de la cama.

Y Clary, ahora junto a él y tras procesar el peso de sus acciones, llora, solloza y gime, todo a la vez mientras sus manos cubren su rostro, temblando desnuda, con el cabello brillando y rodeando el pálido cuerpo.

-Lo has hecho- él logra decir, con el aire volviéndose pesado

Clary se limita a observarlo con el rostro bañado en lágrimas. Observa cómo la sangre mancha las sábanas y cómo la vida de su hermano se desvanece.

-Eres… - él no puede retener el montón de sangre oscura que sale de su boca y lo obliga a dejar inconclusa la frase. El poder que ha obtenido con los años lo va sintiendo desvanecerse- eres…

Su voz suena pastosa, ronca y débil. Clary se aleja y cae al suelo. Jonathan cierra los ojos y ella gimotea, casi emitiendo un chillido.

-Deja de… llorar- la pelirroja escucha su voz a través del llanto, apenas como un susurro audible- eres… una… Morgenstern

Las palabras caen sobre ella como el veredicto de un tribunal, y con eso su vida acaba, con el apellido de quién lo destinó a ser mitad demonio en sus labios, con el veneno alimentando su alma.

Clary lo sabe, pero da igual, su llanto no tiene consuelo, sus sollozos y lastimeros gemidos no sirven de alivio y su cuerpo tiembla pero no es por su desnudez así que acobijarse no servirá. Está dividida entre la culpa y la sensación de tranquilidad. Sus uñas se entierran en las palmas de sus manos. Las lágrimas que caen son por Jonathan y por ella misma; por él, que no pudo ser lo que realmente debió ser, y por ella, que hizo todo lo que nunca imaginó hacer: entregarse solo para matar a su propia sangre.

El calor se ha desvanecido, y el frío que por fin cala en lo más profundo de sus huesos la obliga a envolver sus brazos entorno a su cuerpo solo para seguir sollozando.

Clary finalmente lo entiende a la perfección, que una vez que corrompes algo, que lo manchas, aunque intentes no vuelve a ser como antes: limpio; por eso el plomo, por más blanco que le pongas, nunca vuelve a su estado original, nunca vuelve a ser el blanco puro que solía ser.

Pero ella ha ganado y por fin se ha deshecho de aquel demonio, cumpliendo con el objetivo de todo cazador. Sin embargo no se siente bien del todo, porque ha ido por un camino que claramente no era el conveniente. Y el cuarto ahora huele a sexo y muerte, a algo podrido y sucio, y Clary piensa; en medio del desconsolado llanto y manteniéndose junto a su hermano ahora muerto que transmite solo frialdad; que así debe ser el infierno: un lugar lleno de desesperanza y remordimiento donde se cumplen todos los pensamientos impuros, donde al final todos caen en la tentación.

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31/08/2017- 11:18 p.m:

He reescrito (CORRECCIÓN: He acabado de corregir) este relato porque ha pasado bastante tiempo desde que subí el original (2015), lo releí y caí en cuenta que tenía una gran cantidad de errores ortográficos y de narración. Probablemente aún tenga algunos, pero este resultado me tiene más satisfecha.

Esto va sobre el incesto y el objetivo que desde un principio Clary tenía. Un poco morboso, pero que desde que leí en la saga me llamó la atención y quise escribir. Incluso antes de leer el último libro yo siempre tuve la idea que Clary sufría por el Jonathan que nunca pudo gozar de una vida plena, así que este fue el resultado. Y bueno, un poco también iba sobre el deseo sexual y la respuesta física que este tiene frente a ciertos estímulos.

Solo por si se lo preguntan: aquí el fuego celestial no se muestra como en el libro, es decir que solo logra debilitar la parte demoniaca de Jonathan/Sebastián. Con debilitar me refiero a que de alguna forma interfirió en el poder que le brindaba su parte demoniaca, de tal forma que perdió toda habilidad, así que quedó indefenso y con ese porcentaje casi inexistente de humanidad que lo dejo completamente vulnerable a una hemorragia (especialmente si la causó justo Eosforo) . Quería ese final porque a fin de cuentas (y a mi parecer) la sangre de demonio estuvo presente en él desde su formación (el periodo de gestación de Jocelyn) [Claro que este detalle que yo consideré no le quita el amor que sentí al leer el sexto libro y su final, mis respetos a Cassandra.]

Espero de todo corazón que hayan disfrutado leyendo tanto como yo lo hice al escribir. Pueden dejar sus comentarios si lo desean. Nos leemos pronto.