Prólogo
Una lágrima rodó por sus mejillas al recordar aquella pesadilla que había vivido meses atrás. Su corazón se estrujó nuevamente, volvía a sentir desesperación, temor y dolor. -Tranquilízate- se dijo apretando con más fuerza los párpados, intentado sacar de su cabeza aquellas heridas producidas por la lucha que hubo en su interior –se fue para siempre, no va a volver- masculló con la voz entrecortada y un nudo en la garganta, intentado controlar el miedo que aprisionaba su interior. Inhaló profundo para finalmente decidirse a abrir los ojos y observar a su alrededor. Estaba en su hábitat. Sus amigos dormían con tranquilidad, el pequeño lémur abrazaba su cola llena de anillos blancos y negros, mientras que su mano derecha dormía, irónicamente, a su lado derecho, le alegraba que al menos ellos pudieran descansar. Miró al cielo, estaba lleno de estrellas y en la mente del rey lémur su vida en Madagascar se hizo presente, era hermoso, glorioso, y por primera vez en semanas, podía volver a ser él mismo, por primera vez en todos esos meses, se sentía protegido, por primera vez en su vida… un sacrificio había logrado su cometido.
En el hábitat de los pingüinos, un joven reposaba sobre su cama, mirando el concreto que marcaba el final de aquella hendidura en la pared que representaba su litera. Nuevamente, había tenido pesadillas, hacía ya meses desde que aquello tuvo lugar y aún no lograba recuperarse del todo a pesar de los constantes esfuerzos de sus amigos para hacerlo olvidar las voces, los gritos… el trauma. -¿Debería despertarlo?- se susurró –no…- fue la respuesta que su mente le dio a su cuestionamiento –Le dijiste que ya no tenías pesadillas, si lo despiertas se preocupará por ti.- pensó y volvió a cerrar sus ojos, sólo para encontrarse de nuevo con todos aquellos gritos clamando piedad que lo hacían llenarse de impotencia, sin importar lo mucho que le doliera, no podía hacer nada por ellos, pues en el fondo de su ser, sabía perfectamente que aquellas voces no eran reales, que sólo retumbaban en su cabeza como: "una secuela del trauma" le había dicho Kowalski. Un nuevo recuerdo se iluminó en su cerebro, un recuerdo que lo hizo estremecer y sonreír tanto como su pico se lo permitió, acarició la pared con su aleta mientras acercaba su pequeño cuerpo al concreto, como si se acurrucara con alguien, disfrutó de recordar aquel momento en la fuente de sodas con ella, su corazón comenzó a latir como si padeciera taquicardia, cómo deseaba que siguiera a su lado y que esa noche terminaran lo que comenzaron aquel atardecer.
En ambos animales se desataba una interna lucha de emociones, la felicidad y el dolor se alternaban constantemente, hasta que se volvió obvio, ninguno dormiría esa noche... de nuevo.
